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Unha Ducia De Ovos. Tan Cerca Del Son De Las Gaitas, Tan Lejos De La Espuma De Inglaterra.

Ganar es un hábito. Pero no hace al monje ni al Porco Bravo. Las cosas no se deben dar nunca por supuestas. Ninguna cigarra pasó nunca mejor invierno que una hormiga. Es cierto que a veces hay casualidades y otras hay excepciones. Pero sólo confirman la regla general. Sin entrenar, sin sacrificio, sin disciplina, no se va a ninguna parte. Aunque a veces un buen resultado maquille una mala actitud. Aunque a veces el talento colectivo tape las miserias individuales. Y viceversa. Hemos tomado nota. Los trenes de la purga ya están en el andén del no volverá a pasar.



El uniforme, ¿no era totalmente negro?

La otra crónica, la escrita según el tradicional método galeguidade ao pao, informa:


Porcos Bravos 8 - Sheffield Stags 4

Os Porcos Bravos: Manu Blondo (Gk); Frank; Nacho; Xandre; Sergio (4); Peter Rojo; Martín Fisher; Estevo (2); Villanueva; Gael (2); Josué; Sava y Xurxo Moldes

The Sheffield Stags: Gallo (Gk); Thomo; Harrison (2); Machen; Percy; Simon (2); Irish; Ben Thompson y P.K.

Venue: Agüeiros, en Campañó. Mañana soleada. El otoño en Galiza ya no es lo que era. Estuvieron arreglando el campo y se notó.

Attendance: 700 privilegiados en las gradas. Entre ellos, los hermosos y los malditos.

Uniformes: Os Porcos Bravos cabalgan otra vez con Jako, hermosa camiseta germana y negra.
Los Stags insisten en el verde de tonalidad confusa. Ya saben que la esperanza es una puta vestida de ese color.

El Laurence Bowles (¿o es ya el premio Colin Davies?) al mejor jugador porcobravo es para Peter Rojo, imperial en la zaga local.

El Derek Dooley's Left Leg al mejor jugador inglés recae en Simon, al que otras fuentes llaman Schofield.

Árbitro: E. Manzano Negreira. Sin influencia en el resultado.


Los Datos: Van cinco victorias seguidas del equipo galego y la tentación de la rima siempre está presente.

Sergio se convierte en el primer jugador que golea en cuatro ediciones consecutivas.

Os Porcos Bravos empiezan a ser una voluta de humo en el horizonte. 12 triunfos a 7. Jamás un equipo en esta Cup había tenido cinco partidos de ventaja. Contando además con la particularidad que diez ediciones se han disputado en Inglaterra por sólo 9 en Galiza. En la XX, buscarán, una vez más, lo nunca visto en la competición. Ganar 6 ediciones consecutivas.

No nos engañemos. La puesta en escena de los Porcos Bravos fue un puto espanto. Se notó que parte del equipo se dejó arrastrar por la resaca de la noche pontevedresa y ni hizo acto de presencia. Se notó que no se entrenó la XIX ni a las canicas y lo pagaron con hasta tres lesionados. Se notó que están embriagados de éxito. Y tanto dieron la nota, que los ingleses marcaron en su primer ataque. Tocaba a los locales remar contracorriente. Y entonces los cuervos, una vez más, decidieron volar en dirección al Main. El delantero titular para la ocasión demostró de que pie cojea y hubo que cambiarlo. Genio y figura, a Sergio le bastó lo que quedaba de primera parte para marcar la diferencia con un póquer de goles y cambiar el curso de la batalla. Gael, Xandre, Josué y los debutantes Estevo y Villanueva, todos un notable alto, empezaron a subir el ritmo, y la jornada se tiñó de negro. Los de Sheffield, un equipo aseado y trabajado tácticamente, acusaron eso tan viejo de que todo el mundo tiene un plan hasta que le cae la primera hostia, y encajaron un quinto antes del recreo.

Aunque nadie lo dijo en voz alta, todos sabían que la segunda parte sobraba. Un parcial de 3 a 3 a pesar del noble temple de los arqueros en el intercambio limpio de golpes en el correcalles y del admirable pero infructuoso esfuerzo de Martín por hacer su gol y defender la corona de máximo goleador histórico.

También hubo otros detalles de esos que enriquecen la mitología anglogaliciosa que se bebe en los pubs: el golazo de Simon, directo a un tutorial de como pegarle a la pelota; o la asistencia de tacón de Sava...lástima que volviese a confundir la portería.

Ahora toca preparar la XX. Un partido que se prevé épico.
Os galegos tienen que hacer examen de conciencia.
Los ingleses, jugando de locales y con tres fichajes más, tendrán una nueva oportunidad para acabar con una sequía que enfila hacia la década.

Pero eso será otra marea y en otro país

Después de todo, mañana, si los dioses no disponen otra cosa, será otro día.

447 comentarios:

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  1. Sor Presa dixo...

  2. George Stokes, el quesero de Snowhill, invitó al Dr. Cullen una noche a cenar. A Cullen no le gustaban los quesos que estaban en la mesa y dijo:
    —No sabes cómo escoger el queso; permíteme que vaya a la bodega y escoja uno.
    Así lo hizo, y el queso que eligió era delicioso. Todo el mundo estuvo de acuerdo en su excelencia.
    —¿Cómo te las arreglaste para dar con él, pues además allá abajo no hay luz? —le preguntó Stokes.
    Y le contestó el doctor:
    —Te lo diré. Probé varios hasta que di con uno que hizo que se me pusiera dura la polla. Éste es, me dije, pues un queso excelente huele exactamente igual que el maduro y florido coño de una muchacha.

  3. THE NOTORIOUS 404 error, “Not Found,” dixo...
  4. Al arca de Noé, construida junto al arca de Samir, subieron en parejas, macho y hembra, una variedad increíble de especies animales llegadas desde todos los rincones del planeta: caballos, halcones, perros, jirafas, leones, armadillos, canguros, pericos, búhos, cebras, panteras, venados, avestruces, vacas, simios, gatos, camellos, colibríes, jaguares, tapires, camaleones, elefantes, osos, serpientes, mariposas, entre cientos de miles más.
    Al arca de Samir, construida junto al arca de Noé, subieron en parejas, macho y hembra, una variedad increíble de especies animales llegadas desde todos los rincones del planeta: borones, cinbitillos, nupis, míteros, doneiros, firoados, koperos, camarates, jomines —parecidos a los borones, sólo que con plumas en vez de pelos—, lónidos, persodios, rengus, prelinos, drumios, zipizipis, topeles, virsobios, claretas, ciervos, porcos bravos, entre cientos de miles más.
    Mientras las últimas bestias terminaban de ingresar por la rampa y eran llevadas hasta los habitáculos dispuestos para ellas, Samir, parado en la proa de la nave, contemplaba receloso la majestuosa embarcación de Noé, fabricada con maderas resinosas de gran calidad y calafateada con estopa y brea. “Mmmm, no sé… la mía no parece tan segura”, pensó Samir, justo antes de sentir en su rostro las primeras gotas de lluvia.

  5. Así creó el primer arco iris. Los que vemos hoy día se forman por la descomposición de la luz solar en las gotas de lluvia. dixo...
  6. Hubo un diluvio. Los hombres que había entonces se ahogaron; y se ahogaron sus perros, sus gallinas, sus ovejas. Todo se ahogó, excepto lo que ya vivía en el agua. Por eso los peces viven alejados de nosotros y son mudos. Pero también por eso su nimbada estupidez es divina y muy, muy vieja, de cuando los dioses no se habían ahogado todavía.

  7. Musgo,hiedra,herrumbre,Hope,setas,Invictos dixo...
  8. Salíamos en grupo, alegres y revoltosos, a explorar la humedad de las rocas en las cercanías del río, escogíamos las superficies lisas, los fulgores verdes, y después, usando con sutileza navajas, espátulas de albañilería o sucedáneos de dudosa invención, procurábamos las mayores porciones intactas de musgo. Yo iba con ellos, formaba parte del grupo y del bullicio, participaba de la excitación y la alegría, del equívoco color de la inocencia, y celebraba cada año la primicia común del musgo, su vastedad y sus matices escarchados. Los demás ingredientes -el buey y la mula, el chozo y el pastor, el perro y las ovejas- permanecían inmutables en el tiempo, protegidos con paja o con serrín en cajas de madera o de cartón. Sólo el tapiz del musgo, ajeno al artificio, se renovaba siempre. Después, también, sólo el musgo se desvanecía, poco a poco se apagaba el verdor y volvíamos a la monotonía escolar. No importaba. Los alrededores pedregosos, la invitación del río y la humedad sombría eran parte y preludio de la celebración. Así era el ciclo, así el vigor del solsticio, así la claridad crucial del frío. En ocasiones también se estropeaba el papel de plata, la simulación de arroyos, gargantas o riachuelos, y entonces había que emplazarlo porque al deteriorarse se anulaban los reflejos del agua. Al contrario que el musgo, sin embargo, entonces no abundaba el papel de plata, de modo que, tal vez por el prestigio del metal precioso, pero más aún, según creo, por el misterio de su artesanía, por la incógnita de su fabricación y quizás también por tos productos de los que procedía, fue usurpando el sentido primordial del musgo, relegando el musgo a su mediocridad rústica y bucólica, y alcanzando con engaños y espejismos los privilegios de la primogenitura. Era, pues, más difícil aportar papel de plata que musgo, porque musgo había en proporciones naturales, pero papel de plata sólo en mercancías de fábrica y en caprichos de la industria, y el musgo pasó a ser secundario y el papel de plata primordial, y el musgo servidumbre y el papel de plata aristocracia, y, así como las golosas tentaciones de miel y almendras sobrepasaban en aprecio a naranjas, los higos secos, los calbotes o las pasas de también el papel de plata desplazó la hegemonía del musgo y también terminamos todos despreciando el musgo y celebrando el papel de plata. Y como sólo lo que se pierde permanece, recordamos después con añoranza aquellos días de musgo y excursión, ajenos a las heladas de diciembre en que se celebraban las matanzas y se recogían las aceitunas, los mismos días en que la atmósfera con toda transparencia los días felices del alción. Tal vez, por eso terminé ideando en la doble distancia la hipótesis del musgo. Ahora que sólo queda del musgo la memoria (pues también con el tiempo se volvió artificial, de bazar o invernadero) y que esa memoria es, por tanto, una condena, se abren paso al unísono intuición y certidumbre: que se secó el musgo y se apagó para siempre su cándido esplendor. Bajo él fermentan variantes de una melancolía que no sucumbe a las burbujas ni a los cantos ni a los dulces de almendra y miel, clara constatación de que no hemos alcanzado la bondad y de que hemos perdido el paraíso, de que el río y las rocas han enmudecido, de que todo es ya papel de plata: papel de plata y plata de papel.

  9. Musgo,hiedra,herrumbre,Hope,setas,Invictos dixo...
  10. Éramos tan pobres que lo único que teníamos para comer eran hostias fritas en grasa de velas. Mamá las traía el domingo y las racionaba para toda la semana. Después, en el tiempo de las brevas, mejorábamos la dieta. De ahí, dicen las tías, nos viene esta piel traslúcida y nacarada que nos da caritas de ángeles, esta esmirriada figura que parecemos muñequitos de altar, estas dulces miradas que nos dan un aire celestial. ¡La languidez tiene tantas transformaciones!

  11. La ley de la tribu dixo...
  12. El grupo al que se pertenece es fuente de identidad, forma parte de nuestra misma naturaleza. Proporciona cobijo. Con los demás miembros compartimos una cultura. El grupo otorga una cierta continuidad en el tiempo, da sentido a nuestra existencia. Configura, incluso, la comunidad moral a la que pertenecemos. Las comunidades, los grupos, las tribus son el marco en que hemos evolucionado los seres humanos; en el grupo nos educamos intelectual y moralmente. Sin el grupo, sin la tribu, dejaríamos de ser lo que somos.

    En las sociedades contemporáneas se puede ser miembro de más de un grupo. Se puede pertenecer, simultáneamente, a la comunidad de fieles de una religión, a la asociación de padres y madres de un colegio, a un club deportivo, a una patria, o a la hinchada de un club de fútbol, por ejemplo. Cada uno de esos grupos, en función de lo identificados que nos sintamos con ellos, dejan una impronta en nosotros, en nuestra identidad.

    Pero que sepa de la existencia de las tribus, que crea en su inevitabilidad, que la considere necesaria, incluso, no implica que me sienta a gusto en una de ellas, sea la que sea. Me desenvuelvo con torpeza en su seno. No me gusta exhibir sus símbolos. Soy incapaz de sentir orgullo por los logros colectivos en los que no he participado directa y activamente. Menos aún si esos logros se alcanzaron en el pasado. No me es posible compartir la satisfacción por hazañas logradas por el colectivo al que pertenezco antes de que yo formase parte de él.

    La adhesión a un club o equipo deportivo es una adhesión tribal. Lo es a unos símbolos (los colores, la camiseta…), a una historia (las gestas del pasado) y a un proyecto (los triunfos por llegar). No suele ser el resultado de una decisión deliberada. La adhesión puede venir de suyo -por razones familiares-, producirse por pertenecer a un mismo grupo de amigos -la cuadrilla-, o por otras causas.

    Entiendo que existan esos sentimientos, esas adhesiones. Es más, aunque yo sería incapaz de participar de ellas, me gusta contemplar algunas de sus manifestaciones más conspicuas, como las gradas de un estadio inglés llenas de aficionados que agitan sus bufandas y cantan para animar al equipo. Esa es la cara amable del genocidio.

  13. hirundo rustica dixo...
  14. En el mundo de los antiguos griegos, la agricultura se encontraba aún en avanzado estado de precariedad. Los ecosistemas rurales eran variopintos y saludables, y abundaban en plantas indígenas de granja y prósperas colonias de insectos que compartían su espacio con los cultivos domésticos. Como resultado, las cosechas de trigo y de uvas se hallaban repletas de una numerosa variedad de insectos vigorosos, optimistas y comedidos. De todos ellos, la más laboriosa era la hormiga. Durante todo el verano, trabajaba bajo el ardiente sol, almacenando semillas y grano como reserva “para el largo invierno.
    En el mismo campo vivía una cigarra de vida notablemente libre de preocupaciones, ya que hacía tiempo que había rechazado el codicioso concepto burgués del «éxito». Para la cigarra, la existencia ideal consistía en disfrutar de la naturaleza de un modo desestructurado y lúdicamente experimental, y con frecuencia aprovechaba su generosidad para pasar la mayor parte del día durmiendo. En otras ocasiones, cantaba alegremente en la pradera, rassss, rassss, rassss, perpetuando así la rica tradición oral de su especie.
    Tal actitud alternativa no pasó desapercibida para la hormiga mientras se afanaba bajo el calor y el polvo. Ésta, cada vez que veía a la cigarra disfrutando de la vida a su modo, sentía estrecharse con fuerza cada orificio de su exoesqueleto.
    —Fíjate en esa cigarra —mascullaba la hormiga para sus adentros—. Todo el día repantigada sobre su abdomen, cantando esas malditas canciones. ¿Cuándo piensa mostrar algún sentido de la responsabilidad? Calificarla de sanguijuela equivaldría a insultar a las laboriosas lombrices segmentadas que pueblan el país. Se limita a vigilarme y a aguardar la ocasión de asaltarme y arrebatarme todo aquello para lo que tan duramente he trabajado. Así funciona esta filiforme.
    La cigarra, por su parte, observaba igualmente a la hormiga, si bien bajo una línea de pensamiento totalmente distinta.
    —Fíjate en la hormiga —meditaba—. Trabaja sin cesar para acumular su pequeña reserva de grano. ¿Y para qué? Si tan sólo se limitara a adoptar una actitud más próxima al Zen… Quizá comprendería que para la piedra un grano de trigo es lo mismo que ciento, y que la lluvia nunca se preocupa por su caligrafía.
    Así transcurrió el verano. La hormiga, quintaesencia de una personalidad del tipo «A», trabajó frenéticamente día tras día, pero su actitud egoísta y socialmente irresponsable terminó por cobrarse su precio: se le declaró una úlcera péptica, tuvo algún que otro susto provocado por dolores de tórax y perdió la mayor parte del cabello. A mediados de septiembre, su esposa la abandonó y se llevó consigo a las pupas, pero ella apenas lo advirtió. Se hallaba hasta tal punto obsesionada con su almacén de grano que llegó al extremo de instalar en torno a su montículo un complicado sistema de seguridad dotado de cámaras de vídeo y detectores de movimiento destinados a sorprender la presencia de cualquier posible ladrón.
    Entre siesta y siesta, la cigarra observaba todo aquello con despreocupada curiosidad. Asimismo, estudiaba hatba-yoga, recorría la zona en busca del mejor café capuchino, aprendía a tocar la guitarra (en realidad, una única canción: un cuasi blues de inspiración propia limitado a tres notas) y, en general, salía por ahí cuanto podía. Intentaba mantener su estilo de vida centrado en el ocio y adaptado al paso de las estaciones. Proyectaba viajar a Australia para practicar el surf tan pronto como el tiempo se tornara menos clemente.

  15. Hirundo rustica dixo...
  16. Pero, aquel año, el invierno llegó con demasiada anticipación (o el verano no alcanzó su duración habitual, dependiendo de la orientación climática de cada uno), por lo que los campos no tardaron en verse yermos. La desdichada cigarra, víctima del capricho de las alteraciones meteorológicas, brincaba por el campo en busca de cualquier forma de sustento.
    Habría aceptado con gusto una migaja, una cáscara, un trozo de tofu… pero no lograba hallar nada comestible.
    La cigarra no tardó en avistar a la hormiga, que arrastraba ávidamente tras de sí un tallo de maíz. El hambre que experimentaba le hizo olvidar su orgullo y se aproximó a ella, dispuesta a rogarle que le permitiera compartir parte de su inmensa reserva. La hormiga, sin embargo, prorrumpió en gritos tan pronto como divisó a la cigarra.
    —¡Aaaahhhhhh! ¿Qué quieres? ¿Qué estás haciendo aquí? Pretendes arrebatarme mi maíz, ¿no es cierto? ¡Sé muy bien que has estado planeando robarme algún día cuanto poseo! ¡Todas las de tu género sois iguales!
    La cigarra intentó interrumpirla, pero la hormiga prosiguió su diatriba:
    —¡No digas nada! ¡No intentes convencerme con tus artimañas, tus lacrimosas historias y tus vacuas promesas! ¡He trabajado duramente para conseguir lo que tengo, por más que tal actitud no esté bien vista en determinados círculos!
    Repuso cortésmente la cigarra:
    —Sin embargo, Hermana Hormiga, no cabe duda de que posees más de lo que jamás podrías consumir.
    —Eso es asunto mío —dijo la hormiga—, y aquí no vivimos en ningún estado socialista chupasangres… ¡por ahora! ¡Ponte al día, saltamontes! El único lugar en el que el éxito viene antes que el trabajo es en el diccionario.
    —Verás, yo tenía pensado marcharme a Australia, pero el tiempo, no sé, ha cambiado, y el alimento ha desaparecido…
    —Así funciona el libre mercado, colega. Que te sirva de lección.
    —Perdóname, Hermana Hormiga, pero siento que es mi obligación decirte que opino que deberías practicar más el karma. El aura que desprendes está llena de una energía negativa que nada te costaría convertir en positiva sin tan sólo…
    —Escucha, si lo que pretendes es ponerte mística conmigo, dime: ¿Sabes qué ruido produce un bicho al morirse de hambre? ¡Ja, ja!
    De pronto, el sonido de un carraspeo interrumpió la estéril discusión entre la cigarra y la hormiga. Al volverse, vieron a una corpulenta mantis cuyo tamaño sobrepasaba el de ellas dos juntas. (Aquella mantis había sido en otros tiempos religiosa, si bien había visto prohibidas sus prácticas por una orden judicial. A pesar de ello, su carácter aún conservaba un aspecto profundamente espiritual.) La cigarra y la hormiga se asustaron, no por el tamaño de la mantis —muy superior a la media—, sino por su actitud franca y pragmática. Iba vestida con un traje gris de poliéster y unos zapatos marrones con borlas, y en las patas delanteras llevaba un portafolios, una bolsa de papel de estraza con su almuerzo y una calculadora.
    —¿La hormiga, por favor? —inquirió la mantis, aunque sabía perfectamente cuál de las dos era aquella a la que estaba buscando—. Señora Hormiga, vengo a realizar una auditoría.
    Con aquellas siete palabras ominosas cambia el curso de nuestro relato. Omitiremos los detalles de la operación, el rechazo de los cargos presentados, el juicio, la apelación y el intento de la hormiga por huir en un vuelo con destino a las islas Caimán: baste decir que el codicioso insecto, tras su ingreso en el sistema correccional, vio su despensa confiscada y puesta al servicio de otros intereses comunitarios más responsables. La cigarra, entretanto, puso en práctica un programa para jóvenes insectos locales interesados en realizar intercambios culturales con países de clima más cálido. De este modo, gracias a la redistribución estatal de las rentas (y a la fortuna de la hormiga), la cigarra se dedica desde entonces a organizar excursiones de surf.

  17. Memorias del nabo dixo...
  18. Soy como un jugador de tercera división. Mis mejores goles los metí en una cancha polvorienta de los suburbios, ante cuatro hinchas borrachos que no se acuerdan de nada.

  19. Los himnos acaban siendo un dolor en voz baja. dixo...
  20. Cada noche fabrico, como puedo, un ala azul y le preparo un viaje al lugar que más desee. Le exijo a su regreso: alegrías de otras tierras, brisa del río y un canto para mi otra mitad sin alas.

  21. porfirogeneta descarriado dixo...
  22. El orgullo de la vida embriaga fácilmente a la juventud. Cada generación a su vez está en lo alto del árbol, ve todo el país abajo y sólo tiene el cielo arriba. Se cree la primera, y lo es a su hora, durante un momento.

  23. porfirogeneta descarriado dixo...
  24. En toda mi vida no he recibido más que sesenta mil patadas en el trasero y no me han dañado. Me considero una antorcha y voy a humear durante mucho tiempo en la sucia posteridad

  25. La soledad le escribe cartas al olvido dixo...
  26. Los equipos fuertes necesitan legislaciones tan fuertes como ellos, misericordiosas e inexorables al mismo tiempo; los equipos débiles necesitan legislaciones exterminadoras.

  27. Que cerca está para un niño el cielo hasta que se le escapa un globo. dixo...
  28. Tres condiciones se requieren para llegar a ser feliz: ser imbécil, ser egoísta y gozar de buena salud. Pero bien entendido, si os falta la primera condición todo está perdido.

  29. El diablo es optimista si cree que puede hacer peores a los hombres. dixo...
  30. Cuando era joven y jugaba al fútbol, me decía: «Ya verás cuando tenga cincuenta años». Tengo cincuenta años y no he visto nada.

  31. La Causa dixo...
  32. Donde hay voluntad, hay un camino.

  33. scooby dooby doo dixo...
  34. The red deer (Cervus elaphus) is one of the largest deer species. A male red deer is called a stag or hart, and a female is called a doe or hind. The red deer inhabits most of Europe, the Caucasus Mountains region, Anatolia, Iran, and parts of Western Asia. It also inhabits the Atlas Mountains of Northern Africa, being the only living species of deer to inhabit Africa. Red deer have been introduced to other areas, including Australia, New Zealand, the United States, Canada, Peru, Uruguay, Chile and Argentina. In many parts of the world, the meat (venison) from red deer is used as a food source.

  35. Willy Woke dixo...
  36. Hace poco nos advertía, en otro de sus arrebatos supremacistas, del peligro que corre la civilización europea frente a lo que él ve como las nuevas invasiones bárbaras. Pues para la gente de su calaña, el que cuenta es el varón blanco, heteropatriarcal y cristiano, preferiblemente rico. Y lo más grave de todo esto es que tales discursos calan no solo en ambientes reaccionarios y conservadores o en el público en general, sino en grupos políticos que en su día fueron, y aún dicen ser, progresistas.

  37. No Cometa los errores de Halley dixo...
  38. Si la mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo

  39. Goya dixo...
  40. A cada manotazo que da, se hunde más en la montaña de arena

  41. ¿cómo ser felices? dixo...
  42. Todos vamos por el mundo con alguna hipoteca en el alma.

  43. habrá que cargar con los purines si queremos disfrutar del cerdo dixo...
  44. Era de esos jugadores que juegan para sí mismos y también para el equipo, sin orden de prioridades. Lideraba mirando hacia adelante, creaba solidaridad con los leales pero no se privaba de resoplar por las fallas de los inútiles

  45. Y yo con estas pintas dixo...
  46. Permanecieron todos callados en la cima de la montaña; por los ojos de Jack pasó de nuevo aquella violenta ráfaga.
    La palabra final de Ralph fue un murmullo sin elegancia :
    —Bueno, encended la hoguera.
    Disminuyó la tirantez al hallarse frente a una actividad positiva. Ralph no dijo más; no se movió, observaba la ceniza a sus pies. Jack se mostraba activo y excitado. Daba órdenes, cantaba, silbaba, lanzaba comentarios al silencioso Ralph; comentarios que no requerían contestación alguna y no podían, por tanto, provocar un desaire; pero Ralph seguía en silencio. Nadie, ni siquiera Jack, se atrevió a pedirle que se apartase a un lado y acabaron por hacer la hoguera a dos metros del antiguo emplazamiento, en un lugar menos apropiado. Confirmaba así Ralph su caudillaje, y no podría haber elegido modo más eficaz si se lo hubiese propuesto. Jack se encontraba impotente ante aquel arma tan indefinible, pero tan eficaz, y sin saber por qué se encolerizó. Cuando la pila quedó formada, ambos se hallaban ya separados por una alta barrera.

  47. Y yo con estas pintas dixo...
  48. Preparada la leña surgió una nueva crisis. Jack no tenía con qué encenderla, y entonces, para su sorpresa, Ralph se acercó a Piggy y le quitó las gafas. Ni el mismo Ralph supo cómo se había roto el lazo que le había unido a Jack y cómo
    había ido a prenderse en otro lugar.
    —Ahora te las traigo.
    —Voy contigo.
    Piggy, aislado en un mar de colores sin sentido, se colocó detrás de Ralph, mientras éste se arrodillaba para enfocar el brillante punto. En cuanto se encendió la hoguera, Piggy alargó sus manos y asió las gafas.
    Ante aquellas flores violetas, rojas y amarillas, tan maravillosamente atractivas, se derritió todo resto de aspereza. Se transformaron en un círculo de muchachos alrededor de la fogata en un campamento, y hasta Piggy y Ralph sintieron su
    atractivo. Pronto salieron algunos muchachos cuesta abajo en busca de más leña, mientras Jack se encargaba de descuartizar el cerdo. Intentaron sostener la res entera sobre el fuego, colgada de una estaca, pero esta ardió antes de que el cerdo
    se asara. Acabaron por cortar trozos de carne y mantenerlos sobre las llamas atravesados con palos, y aun así los muchachos se asaban casi tanto como la carne.
    A Ralph se le hacía la boca agua. Tenía toda la intención de rehusar la carne, pero su pobre régimen de fruta y nueces, con algún que otro cangrejo o pescado, le instaba a no oponer ninguna resistencia.
    Aceptó un trozo medio crudo de carne y lo devoró como un lobo.
    Piggy, no menos deseoso que Ralph, exclamó:
    —¿Es que a mí no me vais a dar?
    Jack había pensado dejarle en la duda, como una muestra de su autoridad, pero
    Piggy, al anunciarle la omisión, hacía necesaria una crueldad mayor.
    —Tú no cazaste.
    —Ni tampoco Ralph —dijo Piggy quejoso—, ni Simón.
    Luego, añadió: —No hay ni media pizca de carne en un cangrejo.

  49. Y yo con estas pintas dixo...
  50. Ralph se movió disgustado. Simón, sentado entre los mellizos y Piggy, se limpió la boca y deslizó su trozo de carne sobre las rocas, junto a Piggy, que se abalanzó sobre él. Los mellizos se rieron y Simón agachó la cabeza sonrojado.
    Jack se puso entonces en pie de un salto, cortó otro gran trozo de carne y lo arrojó a los pies de Simón.
    —¡Come! ¡Maldito seas! Miró furibundo a Simón.
    —¡Cógelo!
    Giró sobre sus talones; era el centro de un círculo de asombrados muchachos.
    —¡He traído carne para todos!
    Un sinfín de inexpresables frustraciones se unieron para dar a su furia una fuerza elemental y avasalladora.
    Lentamente, el silencio en la montaña se fue haciendo tan profundo que los chasquidos de la leña y el suave chisporroteo de la carne al fuego se oían con
    claridad. Jack miró en torno suyo en busca de comprensión, pero tan sólo encontró respeto. Ralph, con las manos repletas de carne, permanecía de pie sobre las cenizas de la antigua hoguera, silencioso.
    Por fin, Maurice rompió el silencio. Pasó al único tema capaz de reunir de nuevo a la mayoría de los muchachos.
    —¿Dónde encontrasteis el jabalí? Roger señaló hacia el lado hostil.
    —Estaban allí..., junto al mar.
    —Me pinté la cara..., me acerqué hasta ellos. Ahora coméis... todos... y yo...

  51. Y yo con estas pintas dixo...
  52. Jack, que había recobrado la tranquilidad, no podía soportar que alguien relatase
    su propia hazaña. Le interrumpió rápido:
    —Nos fuimos cada uno por un lado. Yo me acerqué a gatas. Ninguna de las
    lanzas se le quedaba clavada porque no llevaban puntas. Se escapó con un ruido
    espantoso ...
    —Luego se volvió y se metió en el círculo; estaba sangrando...
    Todos hablaban a la vez, con alivio y animación.
    —Le acorralamos...
    El primer golpe le había paralizado sus cuartos traseros y por eso les resultó fácil a
    los muchachos cerrar el círculo, acercarse y golpearle una y otra vez...
    —Yo le atravesé la garganta...
    Los mellizos, que aún compartían su idéntica sonrisa, saltaron y comenzaron a correr
    en redondo uno tras el otro. Los demás se unieron a ellos, imitando los quejidos del
    cerdo moribundo y gritando:
    —¡Dale uno en el cogote!
    —¡Un buen estacazo!
    Después Maurice, imitando al cerdo, corrió gruñendo hasta el centro; los cazadores,
    aún en círculo, fingieron golpearle. Cantaban a la vez que bailaban.
    —¡Mata al jabalí! ¡Córtale el cuello! ¡Pártele el cráneo!

  53. Y yo con estas pintas dixo...
  54. Ralph les contemplaba con envidia y resentimiento. No dijo nada hasta que decayó la animación y se apagó el canto.
    —Voy a convocar una asamblea. Uno a uno fueron calmándose todos y se quedaron mirándole.
    —Con la caracola. Voy a convocar una reunión, aunque tenga que durar hasta la noche. Abajo, en la plataforma. En cuanto la haga sonar. Ahora mismo.
    Dio la vuelta y se alejó montaña abajo.
    La marea subía y sólo quedaba una estrecha faja de playa firme entre el agua y el área blanca y pedregosa que bordeaba la terraza de palmeras. Ralph escogió la playa firme como camino porque necesitaba pensar, y aquél era el único lugar donde sus pies podían moverse libremente sin tener él que vigilarlos. De súbito, al pasar junto al agua, se sintió sobrecogido. Advirtió que al fin se explicaba por qué era tan desalentadora aquella vida, en la que cada camino resultaba una improvisación y había que gastar la mayor parte del tiempo en vigilar cada paso que uno daba. Se detuvo frente a la faja de playa, y, al recordar el entusiasmo de la primera exploración, que ahora parecía pertenecer a una niñez más risueña, sonrió con ironía. Dio media vuelta y caminó hacia la plataforma con el sol en el rostro. Había llegado la hora de la asamblea y mientras se adentraba en las cegadoras maravillas de la luz del sol, repasó detalladamente cada punto de su discurso. No había lugar para equívocos de ninguna clase ni para escapadas tras imaginarias...
    Se perdió en un laberinto de pensamientos que resultaban oscuros por no acertar a expresarlos con palabras. Molesto, lo intentó de nuevo.
    Esa reunión debía ser cosa seria, nada de juegos.

  55. Y yo con estas pintas dixo...
  56. Decidido, caminó más deprisa, captando a la vez lo urgente del asunto, el ocaso del
    sol y la ligera brisa que su precipitado paso levantaba en torno suyo. Aquel vientecillo
    le apretaba la camisa gris contra el pecho y le hizo advertir —gracias a aquella nueva
    lucidez de su mente— la desagradable rigidez de los pliegues, tiesos como el cartón.
    También se fijó en los bordes raídos de los pantalones, cuyo roce estaba formando una
    zona rosa y molesta en sus muslos. Con una convulsión de la mente, Ralph halló suciedad
    y podredumbre por doquier; comprendió lo mucho que le desagradaba tener que
    apartarse continuamente de los ojos los cabellos enmarañados y descansar, cuando por
    fin el sol desaparecía, envuelto en hojas secas y ruidosas. Pensando en todo aquello,
    echó a correr.
    La playa, junto a la poza, aparecía salpicada de grupos de muchachos que aguardaban
    el comienzo de la reunión. Le abrieron paso en silencio, conscientes todos ellos de su
    malhumor y de la torpeza cometida con la hoguera.
    El lugar de la asamblea donde él estaba añora tenía más o menos la forma de un
    triángulo, pero irregular y tosco como todo lo que hacían en la isla. Estaba en primer
    lugar el tronco sobre el cual él se sentaba: un árbol muerto que debía de haber tenido un
    tamaño extraordinario para aquella plataforma. Quizá llegase hasta allí arrastrado por una de esas legendarias tormentas del Pacífico. Aquel tronco de palmera yacía paralelo a la
    playa, de manera que al sentarse Ralph se encontraba de cara a la isla, pero los
    muchachos le veían como una oscura figura contra el resplandor de la laguna. Los dos
    lados del triángulo, cuya base era aquel tronco, se recortaban de modo menos preciso.
    A la derecha había un tronco, pulido en su cara superior por haber servido ya mucho de
    inquieto asiento, más pequeño que el del jefe y menos cómodo.

  57. Y yo con estas pintas dixo...
  58. Ralph se dirigió al asiento del jefe. Nunca habían tenido una asamblea a hora tan tardía. Por eso tenía el lugar un aspecto tan distinto. El verde techo solía estar alumbrado desde abajo por una red de dorados reflejos y sus rostros se encendían al revés, como cuando se sostiene una linterna eléctrica en las manos, pensó Ralph. Pero ahora el sol caía de costado y las sombras estaban donde debían estar.
    Se entregó una vez más a aquel nuevo estado especulativo, tan ajeno a él. Si los rostros cambiaban de aspecto, según les diese la luz desde arriba o desde abajo, ¿qué era en realidad un rostro? ¿Qué eran las cosas?
    Ralph se movió impaciente. Lo malo de ser jefe era que había que pensar, había que ser prudente. Y las ocasiones se esfumaban tan rápidamente que era necesario aferrarse en seguida a una decisión. Eso le hacía a uno pensar; porque pensar era algo valioso que lograba resultados...
    Sólo que no sé pensar, decidió Ralph al encontrarse junto al asiento del jefe. No como lo hace Piggy.
    Por segunda vez en aquella noche tuvo Ralph que reajustar sus valores. Piggy sabía pensar.

  59. Y yo con estas pintas dixo...
  60. Al sentir el sol en los ojos, recordó que el tiempo pasaba. Cogió del árbol la caracola y examinó su superficie. La acción del aire había borrado sus amarillos y rosas hasta volverles casi blancos y transparentes. Ralph sentía una especie de afectuoso respeto hacia la caracola, aunque fuese él mismo quien la pescó en la laguna. Se colocó frente a la asamblea y llevó la caracola a sus labios.
    Los demás aguardaban aquella señal y en seguida se acercaron. Los que sabían que un barco había pasado junto a la isla cuando la hoguera se encontraba apagada,
    permanecían en sumiso silencio ante el enfado de Ralph, mientras que los que nada sabían, como era el caso de los pequeños, se sentían impresionados por el ambiente
    general de solemnidad. Pronto se llenó el lugar de la asamblea. Jack, Simon, Maurice y la mayoría de los cazadores se colocaron a la derecha de Ralph; los demás a su
    izquierda, bajo el sol. Llegó Piggy y se quedó fuera del triángulo. Con eso quería indicar que estaba dispuesto a escuchar, pero no a hablar, dando a conocer, con tal gesto, su desaprobación.
    —La cosa es que necesitábamos una asamblea.
    Nadie habló, pero todos los rostros, vueltos hacia Ralph, miraban atentamente. Ondeó la caracola en el aire. Para entonces sabía ya por experiencia que había que repetir, al
    menos una vez, declaraciones fundamentales como aquélla, para que todos acabaran por comprender. Debía uno sentarse, atrayendo todas las miradas hacia la caracola, y
    dejar caer las palabras como si fuesen pesadas piedras redondas en medio de los pequeños grupos agachados o en cuclillas.
    Buscaba palabras sencillas para que incluso los pequeños comprendiesen de qué trataba la asamblea. Quizá después, polemistas entrenados, como Jack, Maurice o Piggy, usasen sus artes para dar un giro distinto a la reunión; pero ahora, al principio, el
    tema del debate debía quedar bien claro.

  61. Y yo con estas pintas dixo...
  62. —Necesitábamos una asamblea. Y no para divertirnos. Tampoco para echarse a reír y que alguien se caiga del tronco —el grupo de pequeños sentados en el trampolín lanzó unas risitas y se miraron unos a otros—, ni para hacer chistes, ni para que alguien — alzó la caracola en un esfuerzo por encontrar la palabra precisa— presuma de listo.
    Para nada de eso, sino para poner las cosas en orden.
    Calló durante un momento.
    —He estado andando por ahí. Me quedé solo para pensar en nuestros problemas. Y ahora sé lo que necesitamos: una asamblea para poner las cosas en orden. Y lo primero de todo: el que va a hablar ahora soy yo.
    Volvió a guardar silencio por un momento y se echó el pelo hacia atrás
    instintivamente. Piggy, una vez formulada su ineficaz protesta, se acercó de puntillas hasta el triángulo y se unió a los demás.
    Ralph continuó:
    —Hemos tenido muchísimas asambleas. A todos nos divierte hablar y estar aquí juntos. Decidimos cosas, pero nunca se hacen, íbamos a traer agua del arroyo y a
    guardarla en los cocos cubiertos con hojas frescas. Se hizo unos cuantos días. Ahora ya no hay agua. Los cocos están vacíos. Todo el mundo va a beber al río.
    Hubo un murmullo de asentimiento.
    —No es que haya nada malo en beber del río. Quiero decir que yo también prefiero beber agua en ese sitio, ya sabéis, en la poza bajo la catarata de agua, en vez de hacerlo en una cáscara de coco vieja. Sólo que habíamos quedado en traer el agua aquí. Y ahora ya no se hace. Esta tarde sólo quedaban dos cocos llenos.

  63. Y yo con estas pintas dixo...
  64. Se pasó la lengua por los labios.
    —Y luego, las cabañas. Los refugios.
    El murmullo volvió a extenderse y apagarse.
    —Casi todos dormimos siempre en los refugios. Esta noche todos vais a dormir allí menos Sam y Eric, que tienen que quedarse junto a la hoguera. ¿Y quién construyó los refugios?
    Inmediatamente surgió un gran bullicio. Todos habían construido los refugios. Ralph tuvo que agitar la caracola de nuevo.
    —¡Un momento! Quiero decir, ¿quién construyó los tres? Todos ayudamos al primero; sólo cuatro hicimos el segundo, y yo y Simón hemos hecho ese último de ahí.
    Por eso se tambalea tanto. No, no os riais. Ese refugio se va a caer si vuelve a llover.
    Entonces sí que vamos a necesitar los refugios.
    Hizo una pausa y se aclaró la garganta.
    —Y otra cosa. Escogimos esas piedras al otro lado de la poza para retrete. Eso también fue una cosa sensata. Con la marea se limpian solas. Vosotros los peques sabéis muy bien lo que quiero decir.
    Se oyeron risitas aquí y allá; se vieron furtivas miradas

  65. Y yo con estas pintas dixo...
  66. —Ahora cada uno usa el primer sitio que encuentra. Incluso al lado de los refugios y la plataforma. Vosotros los peques, cuando estáis cogiendo fruta, si de repente os entran ganas...
    La asamblea entera estalló en carcajadas.
    —Decía que si de repente os entran ganas, por lo menos tenéis que apartaros de la fruta. Eso es una porquería.
    Volvió a estallar la risa.
    —¡He dicho que eso es una porquería! Se pellizcó la tiesa camisa.
    —Es una verdadera porquería. Si os entran de pronto las ganas os vais por la playa hasta las rocas, ¿entendido?
    Piggy alargó la mano hacia la caracola, pero Ralph negó con la cabeza. Había preparado su discurso punto por punto.
    —Tenemos que volver a usar las rocas. Todos. Este sitio se está poniendo perdido.
    Hizo una pausa. La asamblea, presintiendo una crisis, aguardaba atentamente.
    —Y luego, lo de la hoguera.
    Ralph, al respirar, emitió un suspiro que toda la asamblea recogió como si fuese su eco.
    Jack se dedicó a pelar una astilla con su cuchillo y murmuró algo a Robert, que miró hacia otro lado.
    —La hoguera es la cosa más importante en esta isla. ¿Cómo nos van a rescatar, a no ser por pura suerte, si no tenemos un fuego encendido? ¿Tan difícil es mantener una hoguera?
    Alzó un brazo al aire.
    —¡Vamos a ver! ¿Cuántos somos? Bueno, pues ni siquiera somos capaces de conservar vivo un fuego para que haya humo. ¿Es que no os dais cuenta? ¿No veis que debíamos... debíamos morir antes de permitir que se apague el fuego?
    Se oyeron risitas en el grupo de cazadores. Ralph se dirigió a ellos acalorado:
    —¡Vosotros! ¡Reíd todo lo queráis! Pero os digo que ese humo es mucho más importante que el jabalí, por muchos que matéis. ¿Lo entendéis?
    Hizo un gesto con el brazo que abarcaba a la asamblea entera y pasó su mirada por todo el triángulo.
    —Tenemos que conseguir ese humo allá arriba... o morir.

  67. Y yo con estas pintas dixo...
  68. —Y otra cosa. Por poco prendemos fuego a toda la isla. Y perdemos demasiado tiempo rodando piedras y haciendo fueguecitos para guisar. Ahora os voy a decir una cosa, y va a ser una regla, porque para eso soy jefe. No habrá más
    hogueras que la de la montaña. Jamás.
    Al instante se produjo un tumulto. Algunos muchachos se pusieron de pie a gritar mientras Ralph les contestaba con otros gritos.
    —Porque si queréis una hoguera para cocer pescado o cangrejos no os va a pasar nada por subir hasta la montaña. Así podremos estar seguros.
    A la luz del sol poniente, una multitud de manos re clamaban la caracola. Ralph la apretó contra su cuerpo y de un brinco se subió al tronco.
    —Eso era todo lo que os quería decir. Y ya está dicho. Me votasteis para jefe, así que tenéis que hacer lo que yo diga.
    Se fueron calmando poco a poco hasta volver por fin a sus asientos. Ralph saltó al suelo y les habló con su voz normal.
    —Así que no lo olvidéis. Las rocas son los retretes. Hay que mantener vivo el fuego para que el humo sirva de señal. No se puede bajar lumbre de la montaña; subid allí la comida.
    Jack, con semblante ceñudo bajo la penumbra, se levantó y tendió los brazos.
    —Todavía no he terminado.
    —¡Pero si no has hecho más que hablar y hablar!
    —Tengo la caracola.
    Jack se sentó refunfuñando.
    —Y ya lo último. Esto lo podemos discutir si queréis. Aguardó hasta que en la plataforma reinó un silencio total.
    —Las cosas no marchan bien. No sé por qué. Al principio estábamos bien; estábamos contentos. Luego...
    Movió la caracola suavemente, mirando hacia lo lejos, sin fijarse en nada, acordándose de la fiera, de la serpiente, de la hoguera, de las alusiones al miedo.
    —Luego la gente empezó a asustarse.

  69. Y yo con estas pintas dixo...
  70. —Tenemos que hablar de ese miedo y convencernos de que no hay motivo. Yo también me asusto a veces, ¡pero ésas son tonterías! Como los fantasmas. Luego, cuando nos hayamos convencido, podremos empezar de nuevo y tener cuidado de cosas como la hoguera.
    La imagen de tres muchachos paseando por la alegre playa cruzó su mente.
    —Y ser felices.
    Con gran ceremonia colocó Ralph la caracola sobre el tronco como señal de que el discurso había acabado. La escasa luz solar les llegaba horizontalmente.
    Jack se levantó y cogió la caracola.
    —De modo que ésta es una reunión para arreglar las cosas. Pues yo os diré lo que hay que arreglar. Los peques sois los que habéis empezado todo esto, con tanto hablar del
    miedo. ¡Fieras! ¿De dónde iban a venir? Pues claro que nos entra miedo a veces, pero nos aguantamos. Ralph dice que chilláis durante la noche. Eso no son más que pesadillas. Además, ni cazáis, ni construís refugios, ni ayudáis..., sois un montón de
    lloricas y miedicas. Eso es lo que sois. Y en cuanto al miedo... os aguantáis igual que hacemos todos.
    Ralph miraba boquiabierto a Jack, pero Jack no le prestó atención.
    —Tenéis que daros cuenta que el miedo no os puede hacer más daño que un sueño.
    No hay bestias feroces en esta isla.
    Recorrió con la mirada la fila de peques que cuchicheaban entre sí.
    —Merecéis que viniese de verdad una fiera a asustaros; sois una pandilla de lloricas inútiles. ¡Pero da la casualidad que no hay ningún animal...!
    Ralph interrumpió malhumorado:
    —¿De qué estás hablando? ¿Quién ha dicho nada de animales?
    —Tú, el otro día. Dijiste que soñaban y que empezaban a gritar. Ahora todo el mundo habla... y no sólo los peques, a veces también mis cazadores... hablan de algo, de una cosa oscura, de una fiera o algo que se parece a un animal. Les he oído. ¿No lo sabías, a que no? Ahora escuchadme. No hay anímales grandes en las islas pequeñas. Sólo porcos bravos. Los leones y tigres sólo se ven en los países grandes, como África y la India

  71. Muerte al woke dixo...
  72. En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su Maestro: «Siempre nos cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado» El Maestro le replicó: «¿Te gustaría que alguien te ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?»

  73. Samaniego dixo...
  74. La cigarra era feliz disfrutando del verano. El sol brillaba, las flores desprendían su aroma…y la cigarra cantaba y cantaba. Mientras tanto su amiga y vecina, una pequeña hormiga, pasaba el día entero trabajando, recogiendo alimentos.

    –¡Amiga hormiga! ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras canto algo para ti –le dijo la cigarra a la hormiga.

    –Mejor harías en recoger provisiones para el invierno y dejarte de tanta holgazanería –le respondió la hormiga, mientras transportaba el grano, atareada.

    La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.

    Hasta que un día, al despertarse, sintió el frío intenso del invierno. Los árboles se habían quedado sin hojas y del cielo caían copos de nieve, mientras la cigarra vagaba por campo, helada y hambrienta. Vio a lo lejos la casa de su vecina la hormiga, y se acercó a pedirle ayuda.

    –Amiga hormiga, tengo frío y hambre, ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y una casa caliente, mientras que yo no tengo nada.

    La hormiga entreabrió la puerta de su casa y le dijo a la cigarra.

    –Dime, amiga cigarra, ¿qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar? ¿Qué hacías mientras yo cargaba con granos de trigo de acá para allá?

    –Cantaba y cantaba bajo el sol –contestó la cigarra.

    –¿Eso hacías? Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno.

    Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, que había aprendido la lección.

  75. The Saint dixo...
  76. Faith over fear

  77. Bram Estaca dixo...
  78. El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente, yo llevaré la bebida.

  79. Mike Barja dixo...
  80. En el campo amanece siempre mucho más temprano.
    Eso lo saben bien los mirlos y los cuervos.
    Pero tiene que pasar un buen rato desde que surge la primera luz hasta que aparece definitivamente el sol. Main anda siempre el astro en avanzadilla una difusa claridad para que vaya explorando el terreno palmo a palmo, para que le informe antes de posibles sobresaltos o altercados. Luego, cuando ya tiene constancia de que todo está en orden, tal como quedó en la tarde previa, se atreve por fin a salir. Su buen trabajo le cuesta después recoger toda la claridad que derramó primero. Por eso se ve obligado a subir tan alto o antes de caer, para que le dé tiempo a absorber toda esa luz y no dejar ninguna descarriada cuando se vuelva a hundir por el oeste.
    Luego en el campo, paradójicamente, se hace de noche también muy pronto.
    Los mirlos apagan sus picos naranjas y se confunden con el paisaje.
    Y agradecido yo, me descuelgo y salgo.

  81. Una vez bajo las sábanas, la niña de rojo exclamó: ¡Señor Drácula, qué dientes tan grandes tiene! dixo...
  82. Un solo cuerpo, dos cabezas, cada una quiere echar por su lado. Sólo se juntan para disputarse la comida o para gruñir si se miran. Cada cabeza cree ser espejo de la otra, un espejo que devuelve imágenes mordaces; se odian al verse reflejados en su propia visión. Por eso siempre están ensangrentadas.
    Como nosotros.
    Si se ponían de acuerdo era porque el hambre las apuraba, o porque en alguna forma oscura adivinaban, sin mayor fuerza, que el destino de una cabeza estaba absolutamente ligado al destino de la otra. Pero como la convivencia es difícil, nunca llegaban a adultos, o maduraban con amargura vengativa.
    Porque nunca sabían de la soledad, fueron perdiendo su dignidad, opacamente.

  83. Unicornio, la Bestia dixo...
  84. En el palacio de un remoto país una princesa perdió la virginidad. Y le echaron la culpa al unicornio porque la tierna bestezuela solía dormitar en el regazo de la doncella. La singular criatura escapó ilesa de trampas, emboscadas y persecuciones tendidas por los mercenarios del rey, pero ante el acoso constante del azar violento, tuvo que refugiarse en un reino fantástico. Sólo ha vuelto a aparecer en las fábulas.

  85. Una víbora, antes de llegar a ser dragón, se come un murciélago. dixo...
  86. Los lánicos son buenos perdedores. Son tan buenos perdedores, que nunca han ganado ninguna competencia: por esto puede decirse que los lánicos son los mejores perdedores del mundo. Y que, como perdedores, le ganan a cualquiera.
    Los lánicos apuestan a la lotería y a las carreras de coches, al póquer y a la ruleta. Los lánicos compiten en todos los deportes, como patear cerdos, cernir gelatina y desportillar floreros. Compiten y apuestan y siempre pierden.
    Sólo hay un caso en que el lánico no pierde. Es el caso único de que compita con otro lánico. En ese caso quedan empatados.

  87. Skrzot dixo...

  88. El qilin tiene cuerpo de ciervo, cola de buey, cascos de caballo, un cuerno en la frente y piel de cinco colores. Hay quienes dicen que vive mil años; otros, tres mil.
    Se dice que sólo aparece cuando los stags ganan.
    Nunca nadie lo ha podido ver.

  89. Skrzot dixo...
  90. El skrzot era un pájaro que arrastraba por el suelo alas y cola. Como nadie ignoraba, salía de un huevo incubado en el sobaco de una persona. Pero, ¿quién haría semejante granujada en el pueblo? Los hombres no, por descontado; sólo una mujer podía tener tiempo y paciencia para hacer una cosa así. En el invierno, el skrzot sentía frío en el granero y llamaba a las puertas de las casas para que lo dejaran entrar. Entonces el skrzot llevaba la buena suerte. Pero en todos los otros casos era dañino y se comía mucho grano. Si te caía en el ojo el guano del skrzot, te quedabas ciego. En opinión de los hombres de la taberna debía formarse una partida para buscar a las mujeres que llevaran huevos debajo del brazo.

  91. Ponía huevos cuadrados para que no rodaran y se perdieran. Los leñadores cocían estos huevos y los usaban como dados. dixo...
  92. Rey de los pájaros, en su seno están contenidas todas las demás aves. Treinta pájaros del mundo exterior son uno con el Simurg del mundo interior. Las sombras de treinta pájaros son absorbidas para siempre en el pájaro inmortal. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg, y que el Simurg es cada uno de ellos y todos ellos.

  93. Demiurgo dixo...
  94. The AngloGalician es un polvillo de contingencias. Sólo gracias a un acto instantáneo y provisional de la voluntad divina, se coagula en formas. Basta con que Main se distraiga un momento, para que la competición se desplome.

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