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Las Milicias Del Abismo



Toda la historia memorable del hombre, toda la crónica convulsionada de su angustia y su agonía, han venido a parar en este engaño

Solo diecisiete años después de la Emasculación (así quedó para la Historia, todo por un mal chiste que nos ha dejado la etiqueta de sobraditos máximos de entre todos los pueblos emancipados durante esta agitada posguerra: “Se lle quitamos O Morrazo a Galicia deixámola castrada”, le dijo alguien en una tasca al filósofo de guardia, que procedió, según la costumbre, a enriquecer el vocabulario de su contertulio, que a su vez trasladó el palabro a la parroquia, etcétera), solo 17 años después, decía, se produjeron los primeros conatos de sublevación secesionista en la xove República do Morrazo.

La cosa no cogió a nadie por sorpresa. Aunque los más optimistas vivían aferrados a su ideal unitario, todo el mundo sabía que tarde o temprano la tensión con los cangueiros iba a estallar. De hecho, la concesión de la capitalía no estuvo poco fundada en el miedo de las poblaciones vecinas a que Cangas se independizara, llevándose consigo la renacida industria ballenera, y buena parte de las conserveras. El papel crucial de su gente en la Liorta Das Bateas (Brea 2039: 110-112) y, poco después, en la decisiva Batalla de Dalle Casfalcón, más conocida como “la toma de El Edén” (Lane 2040: 233-244; Stoddard-Sauckel  2040: 5), determinó una posición preeminente de la villa en el plano moral que se sumó a su potencial económico y a su innegable importancia histórica desde los tiempos de la Carnicería no Coruto de Liboreiro (333 metros)

El levantamiento lo desencadenaron unos rapaces de Ohio que decidieron culminar una noche de esmorga subiendo al Monte Facho (174 metros) para izar la bandera canguesa donde ondeaban la oficial do Morrazo y la oriflama del porco bravo. Lo que podía haberse quedado en un simple acto vandálico vino a colmar simbólicamente una discreta reivindicación popular que la Asamblea Frentista de Cangas enalteció e hizo suya antes de averiguar quién ni por qué se había sustituido la enseña. Y plantaron retenes en las carreteras y sembraron de planeadoras la ría para perpetuar tópicos y enviaron emisarios a todos los lugares de la península, la mitad de los cuales regresaron con algún hueso roto o no regresaron. El sueño de un Morrazo unificado y autosuficiente se esfumaba en menos de cuatro lustros mientras los veteranos de las Alarmas desenterraban las armas nas veigas y se preparaban para otra guerra civil.



La suerte quiso que, aunque el asunto se estaba dirimiendo por la vía nefanda, o sea, a pólvora, cepo y fouciño, las autoridades del Lexítimo Novo Estado do Morrazo con sede en una antigua mezquita de Vilaboa optaran por celebrar igualmente la LXIV edición de la Anglogalician Cup. Más que nada, para mantener una apariencia de normalidad. Esta afamada competición, creada a principios del siglo XXI en un pub de Sheffield, es el único torneo futbolístico internacional que ha sobrevivido al derrumbe de la vieja Europa.

Cuando comenzó la Gran Reyerta de Emasculación, la cúpula directiva (o sea, un eterno The Main que seguía abdicando en si mismo) del equipo galaico trasladó su sede de una Pontevedra asediada por eucaliptos mutantes a Bon, y, puso al servicio de la causa loyal morracense su Enorme Aparato Mediático más el contingente de poetas-guerreros con sobrepeso, los legendarios Porcos Bravos y sus Milicias del Abismo. La resistencia de los miembros de la AGC a interrumpir el flujo de uno o dos encuentros por año, cayese la que cayese, alimentó toda una mitología en torno al coraje de los contendientes o de su insensatez. En 2033, por ejemplo, llegó de Sheffield una comitiva formada por tres hombres, los tres mayores de setenta años. Habían aparcado las Neoguerras Luditas del Yorkshire en la que estaban muriendo familiares y amigos, habían saltado en paracaídas tras las líneas del ejército islámico que defendía el Califato de Francia y se habían visto obligados a hacerse pasar por críticos culinarios para viajar desde la Aquitania trovadora hasta el burgo de Novo Vigo (antes conocido por Pontevedra). Uno arrastraba problemas cardíacos, otro estaba perdiendo la vista y el tercero era alérgico al lúpulo de la cerveza. Pero el partido se jugó y fueron derrotados por poco.

Por tanto. Los cangueiros se enteraron de que se celebraba la LXIV en el campo de The Pines. Ya saben, a lo lejos, en la línea de sombra que rompen As Ons, titilan desafiantes las luces que faenan. Fue un soplón de Marín del Caudillo que les contó que venían los británicos one more time, una horda de 300, y que los Porcos Bravos se estaban moviendo por Bueu y las Marcas Boniatas en la medida de sus posibilidades y por tanto, O Morrazo se iba a poner todavía más in flames ya por una cosa o por otra. Tropa do carallo.

Por tanto. Al día siguiente del chivatazo, los cangueses enterraron de nuevo las armas, levantaron las barricadas, convocaron una reunión con sus otras partes a bordo del "Benito Soto" fondeado en Cabo Udra para negociar una tregua, una soliña, pero, apuntando con  el índice y mirando torcido sentenciaron: “Non vaiades pensar, eh, paramos para mirar o partido. Xa falaremos logo”.

Así que la LXIV pudo jugarse gracias a las muchachas que acarrean las arenas y reciben en pago de su afán minúsculas hojuelas de peltre. Y la ganaron los buenos.

Y el  mítico chorromoco anglogalicioso tuvo su continuidad mintiendo siempre, mintiendo siempre, mintiendo siempre con la bendición de los Templos y la subvención de los Palacios y la lealtad de los Milicianos.

Y por supuesto, la Nova Guerra do Morrazo se reanudó al cuarto tiempo del Partido y esta vez, la perdieron los...