The Anglogalician es un vals de estocadas.
En la antigua ruta del Yr Hen Ogledd pululan herejes de cinabrio cuya formidable estatura se pone a prueba en las pesquerías del atún y de la parrocha. Bajo la ecuanimidad del atardecer septentrional, nuestro heraldo recién llegado de Sheffield — él, goleador en activo, trovador underground, porco bravo non orixinal, y uno de tantos delfines en bucle— me alarga una jarra de amarga cerveza inglesa, antes de confesar que en 2019 también lloró el nadir de la penúltima saga. Sin osar contradecirle a quemarropa, yo le arengo jurándole que el crepúsculo de los dioses fue a la historia de los arios lo que una gran ópera a una nación de megalómanos melómanos. Cada obra de arte precisa de un principio, y de un final. De otro modo todo se reduciría al azoramiento de los asuntos prácticos y nos hemos reunido aquí para que me informe de otras chorromocos aún más perentorios.
La atormentada mocedad de la Anglogalician supo pronto de las precipitaciones con las que suele comenzar toda adultez que se precie. Tras de ello, quince años no habían encontrado, hasta este momento supremo, la ocasión de explayar la verdad. Ofrezco, a quien siga queriendo matarla, el fruto de un cuerpo que aún tiene muchas batallas en sus venas. Soy, como protervo porco bravo, hijo de la noche perpetua de un invierno ártico cualquiera. Los que vivieron ese otro tiempo de Honor y Lealtad me entenderán, sólo que ya quedan pocos, y la edad, además, no siempre lleva a la decencia de la opinión. Refugiándose en la corriente vomitiva de lo políticamente correcto, serán mayoría los supervivientes que olviden la verdad de aquellos días. Todas las generaciones que quieren vivir deprisa olvidan al poco el motivo que las puso en movimiento. Quiero decir que cuando la luz de este mundo se agota —averiado el primer tractor, o profanada la primera oveja— nadie sabe diferenciar ya entre los galaicos y los stags. Negras las cubiertas de un informe cuyo inglés peculiar podría soñar con mil pintas más en los pubs de Yorkshire, albergué en su orto la impresión de que el Enorme Aparato Mediático era producto del ocaso. Ciertamente nuestro heraldo reconoce haber escrito el proceloso contenido de sus páginas renunciando al Sol de lo exacto, cosa que en Galizalbion significa morir durante ochenta y ocho días. Tal el legado adquirido, tres décadas después, por esos celebérrimos vindicadores de las runas y de la sangre y el terruño y de las ortigas.
Intelección, mitopoiesis, erección. En resumen, ¿Qué cuenta el heraldo que podamos contar aquí?
-Que resultó ser cierto que hay novedades en el frente de Sheffield.
-Que están armando un nuevo equipo, que el retornado de Serkland recuperó el trono y echó a los buenos, que vienen sí o sí este otoño a Galiza palabrita de bicho astado, que nieva en sus campos y colinas, que han avistado endriagos y tiburientes en las puertas del Fat Cat. Que un cuervo les espía.
-Que sus arroyos vuelven a ser cinco ríos.
-Que hemos aplazado otra vez la cercanía de un lento apocalipsis.
-Y que el único emperador es el emperador de los helados.
Y ésta fue la sinceridad que salvó por un año a un imperio de veraces. Quién sabe: quizá todas nuestras grandes revelaciones se deban en el fondo del pozo a la necesidad de equilibrar la balanza de egos, en una competición de medias verdades, y de reyes bastardos a la fuga.
...Pero se le olvidó mencionar que ahora tiene una camiseta firmada por Mo Johnston.
The Russet Bristly Pelt Of A Red Stag Flapping At His Naked Back
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Andar por los puertos es una de la formas de pereza que enriquece más
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luns, 31 de xaneiro de 2022
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