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Aminoácidos Y Un Poco De Speed. Bienvenidos De Nuevo Al 2020.

El año que viene tendremos que vigilar nuestros laureles. No hay que olvidar que estamos a punto de ganar otra guerra y con ella asegurar nuestro futuro: nadie querrá un patito rojo de goma que no haga ruido en la charca de la Anglogalician.



Unos excavan raíces esotéricas, otros fuman porros de helechos secos y simulan alucinaciones. Soltaron en el bosque a ciervos y jabalíes criados en granjas y contra pronóstico, se adaptaron a la intemperie. Vivir bajo un cielo de peltre no carece de emociones.

Fin de año en los puertos de Galizalbion. Desciendo a un antro terminal. Sólo los iniciados y los suicidas se dejan caer en la hora del lobo por la Fosa Escéptica. Debo ser lo segundo. La redención no es un vicio solitario y allí siempre puedes beber en contra de alguien. Veteranos del 2009 exhiben cicatrices de la campaña de 2019. La gente demanda una crónica que la intelligentsia​ no oferta. El mito de las juventudes del porcobravismo sacrificadas como carne de cañón en el huracán de Sheffield, permanece oral. No hay gratificación bucal para el gran público. Algunos supervivientes de la XVI se desgañitan explicando a otros hunos los arcanos de un nada a uno. Aguzo el oído. Tomo notas. Medio Grumo escupe himnos de metralla para la batalla que viene.

Tomo notas o me las invento. Existe una isla en el Norte. En cada reino hay un Gran Dragón y ocho hidras; en cada dominio, un Gran Titán y seis furias; en cada provincia, un Gran Gigante y cuatro gnomos; en cada guarida, un Gran Cíclope y dos cormoranes bermejos. Allí todo ocurre una hora antes y sucede siempre en dirección contraria.

El incesto mental, las largas veladas, las ovejas y las baladas. Porque tuyos son los cuervos, las rosas y la historia. Tuyo es el olmo, el fresno y el carballo. Empezamos atacando, ¿sabes?. Los pillamos desprevenidos. Se les veía en la mirada. No lo esperaban. Muy bueno el planteamiento del Main, pero coño, ¿qué cojones hace mal el Main?. Eso. Actitud y aptitud. La pelota y las ocasiones eran nuestras. La violencia también. Los pillamos, tío, los pillamos. No salían de su área. Vale. El ariete estaba con criterio pero romo. Un golazo pero, siempre hay un pero que ladra. Con más precisión, les cae un saco. Un puto saco. Pero bien, al descanso bien. Guan nil. ¿Los nuevos dices?. Los nuevos como que ausentes. A uno le vino grande el chorromoco, otro vomitaba hasta por los codos. Pero no se puede decir. La versión oficial es que el relevo generacional funciona. No la vayamos a joder. Esto en confianza. Que no salga de aquí. Igual divago, pero creo que el del Diario de un Porco Bravo ya mojó el banano. No, no era un tejón, a pesar de las pretensiones decorativas del herrero; era sólo un conejo. Hostias, ¿por dónde iba?. Ah, si. La arenga antes de empezar la segunda parte. Joder, emotiva pero viril. Honor, Sacrificio, Lealtad, Galiza, todas esas palabras en mayúscula. En plan conquistamos la colina y ahora hay que mantenerla. Toca sufrir pero confío en ustedes. Funcionó. El Main nos dopó intelectualmente. A todos menos a uno. Si hace usted el correspondiente viaje de invierno, obtendrá su recompensa, siempre y cuando lo único que desee sea un huevo de pingüino. Oye, escucha, estos de Medio Grumo son los nuevos Gog y las hienas telepáticas. Eso de aminoácidos y un poco de speed debía estar de lema en el escudo del Ronnie Farras.

La reanudación fue como jugar en un país extranjero. El Main lo clavó. El Main es el Gran Brujo, y su estado mayor, los nueve delfines. El león inglés caló bayoneta, patada para delante, choque y rebote. Un respeto a los casacas rojas. Orgullo y Tradición. Y ya ves, tanto quejarse del tamaño de las porterías, que si son pequeñas que si son de waterpolo... y es lo que nos salvó. Por arriba nos las pillaban todas pero les iban al palo o fuera por muy poco. Un puto asedio. Pero los jodidos veteranos de la retaguardia ni se inmutaron cuando se desató el vendaval. Eso también fue decisivo. Ya en el mediocampo, faltó mucho capítulo de Barrio Sésamo. La gente confundía posicionarse y defender en el centro con irse arriba y jugar de delantero. Minutos muy deslavazados. La vamos a cagar por ahí, pensé. El del flequillo no. No va por él. Ese lo hizo todo bien. Aún les pudimos cazar a la contra al final, cuando ellos ya estaban a la desesperada, pero la pólvora se le secó a alguno la noche anterior. Me entiendes. Causa ceguera. Hubo tanto descuento que parecía que estábamos en la prórroga. Costó vencer a domicilio, a veces aún lo pienso y no me lo creo, pero me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después de follar y al final de un partido que ganamos. ¿Qué? No, ni de coña. El partido no te lo voy a contar. Te jodes y lees las putas entradas.

Say Hello The Blackshirts

Se acerca un dragón de sangre y fuego
que no dejará piedra sobre piedra 


Rising From The Ashes Of An Umpire. Inglaterra Batea De Nuevo A Los Murciélagos del Mundo


CRICKET LOVELY CRICKET


"The sun shone, having no alternative, on the nothing new." (Samuel Beckett, Murphy)



No todo fueron derrotas para los ingleses en 2019. Cierto es que perdieron la final del mundial de rugby contra los bóeres. Y lo que más les duele. Fueron vencidos en casa cuando la XVI Anglogalician.

Pero por primera vez en su historia ganaron the ICC Cricket World Cup, que como habrán deducido, es el mundial de ese peculiar deporte llamado cricket.

Admiremos como Algernon Mouse defiende los wickets con su sapiencia habitual.

There's Murphy moving in the shadows as though free; what a fine short leg he makes -an Irishman on an English stage. At a very silly point, Belacqua, entertaining the dual throng of hard-bitten, twice shy members in front of the old pavilion, where the important ins and outs happen.

Then there's Brian O’Nolan’s nameless policeman at third man talking to his bicycle about Sergeant Pluck and Policeman MacCruiskeen and the lack of action.

And, at a very deep mid-wicket there’s Myles na gCopaleen mirroring my mood before a cricket match, where “all my senses were bewildered all at once and could give me no explanation.” (The Third Policeman, Flann O’Brien)
We  all know Godot won't, can't turn up but we, like Didi and Gogo, cannot resist staying until the bitter end, putting any doubt beyond hope that every doggerel has its day.

Cricket becomes a habit -a great deadener of conversation unless happenstance should ever throw your way a fellow naked-in-the-chair absurdist that welcomes the arrival of two very qualified people in white coats.

Then there are the two men in white coats sucking Malloy's stones, measuring the sun's slap-dash, indifferent progress across the velveteen earth with white markings making creases in the fabric of absurdity, waiting for Nile-ist deliveries infinitely slower than the current tide.

Malone dives under the covers, like a flash rain shower, cutting off a petty four and looking at the sky for half a dozen of one and six of l’autre, unable to prevent crafted singles so that the electronic counter continues to sparkle in recording history of Krapp's annual innings, when draws were honourable after three, four or five theatrical acts.

The tools of these gentle comi-tragic tirades are: six sticks of ash (with four little stubs of the same wood rest atop); a box of carefully stitched leather covered aniseed balls; two lumps (at a time) of lovingly carved willow; a large expanse of greenery; and a length of rope to hang the hopes of a few thousand folks who assemble to witness the spectacle that is cricket.

The produce is of overs and outs -called in the parlance dismissals- constituting multiple innings to achieve one of at least five outcomes: win/loss/draw*/tie/abandoned*.

However, the most important outcome all these results aim to produce is cricketing happiness. This is a complexity of Beckettian dramas recalled by cricket lovers as Krapp's Last Tape. Cricket is found between dust sheets and buzzing ears; memories played over in the brain; Box 3, Spool 2, and where's the banana? Cricket grounds are places of worship where subjectivity playfully tussles with fact; where fiction too real to be dismissed entirely, has a friendly arm wrestle with the cold, isolated numerical non-fiction.

Like those mathematical devotees who find beauty in numbers, cricket lovers find narratives in averages and numbers which are attributed to names to produce iconography and iconoclasts alike. Where scorers fastidiously etch little stories with the title, 'I was there, were you?' The officionados who recall passages of play that might, on the surface, appear deeply mundane, or, as some cruel critics have described as watching the matt white lose its moisture before you hide it behind an underused bookcase or merely hopeful, flat-pack trophy cabinet. Recollection of a discriminating number three, at the fall of the first wicket, intent on smothering even the juiciest half-volley outside off-stump so as to avoid a game of dominoes. Instead he or she shuffles cautiously forward like the second draught in a contest with a chess master.

A word to the wise for those who find themselves attending a cricket match instead of imbibing the sweet smoothie of daytime TV entertainment shows that vaguely resemble cricket: check the scoreboard before you fall asleep, and never sleep with your mouth open.

Apart from the impromptu fly lunch you might involuntary intake, you could also be suddenly woken with a sensation of being a stuck pig as a boundary four hops off the rope like a frightened rabbit on heat, or a boundary six might lodge itself in the gaping cake hole and dislodge your natural smile.

You will also need to be aware of the duration of the match before contemplating entering the land of nod during playing hours. A four day, five day encounter should render places at fine leg, cow corner and, every other over, behind the wicketkeeper and the five run helmet, safe havens.

However, if it's a one-day game of obscene brevity, there's nowhere technically safe as they've invented a few weird shots that can propel the ball anywhere in the 360 degree gamut. If you get an obsessive 'ramper' then anywhere in the cover region should be a good bedding area.

If you do manage to get some shuteye, then you may not miss out on the action as it has been scientifically proved that subliminal cricket 'watching' is possible, now that the public address systems disperse so much information regarding the action of a game.

I would recommend watching the game with eyes and mind wide open to fully appreciate the repeated spectacle of the white-clad players resembling LS Lowry figures lurch, bend, walk slowly in as the bowler runs in with shoulders slumped as if fighting a force-ten gale.

Then there are captains who scatter their field like seed in the belief that victory will grow, unlike the captains who use sextants, theodolites, spirit levels and spread betting in order to change fate. This cosmic range of approach is a wonder to behold when watching, following or contemplating the essence of cricket.

Before the curtain goes up on a game, the covers are removed and the officials and players come on to the field. Then the batters mark their territory hoping it's not a cat on a hot tin roof wicket, and the bowlers plot their stepped approach as precisely as an air traffic controller, hoping to land in the right area at the crease to deliver their Barnes-Wallis bombs at their damned foe for the day.

A strident burp from the well-breakfasted crowd signals the bowler's run in, before the sacred first ball in a projected, contractual (a modern addition) 576 balls for the day's work, rest and play. The fielders are scattered like dice, reflecting the team's hopes and fears for the immediate future.

A full slip cordon,  gully and square point with possibly a short square leg in catching position would signal attack; whether hopeful folly or wilful expectation would be determined in due time: would it be willow-cracking, ash-cracking or palm warming as a thermometer of the contest's temperature. Will the day's narrative be prose, poetry, doggerel or mime, or indeed, as is more often the same, a potent cocktail of all four?

Once enticed, you might find yourself as Vladimir and Estragon, puzzling over a great existential dilemma: should we wait? Should we go? Let's go! We can't, we're waiting for cricket!

Cricket isn't the easy viewing of last-ball frenzy performance days, it's the sixty delivery spring watch of a batter who is going through cricket hell: who sees the wicket as a vast arid desert, the extent of which his strokes cannot traverse. Alternately, the hell of a bowler, steaming in over after over, who cannot for the life of him make the batsman play a delivery: it's as though the wicket and the ball are of the same polarity in rejecting all the efforts of the non-for worker.

Cricket is one of the biggest, deepest, most profound questions we ask ourselves in life: why are we here? Anything else is merely misguided entertainment. Cricket isn't HD, HDMI or 5G, it's lantern slides and 2D, hand-drawn single-cell animation. Cricket isn't easy listening of the everyday dross of commercial radio and TV, it's Hendrix played at 0.5 rpm. Why else watch a purist top-order batter endure a nerve-jangling half hour without hope of a run then see a farmyard machinery yahoo merchant carve a six first-ball, and accept the sense of it?

Beckett dramatised cricket without trying. The drama is so context-specific. Its narratives are deeply affecting, especially when appearing most boring. It's the train number you haven't seen yet, even though consisting of twelve alphanumerical digits, it differs by one from the ones already seen. Every dot ball is different. If you think two consecutive nudges by the same batter to the same fine leg are repetitively the same, then you are not watching fully. Even at the bald number-crunching level, cricket doesn't produce absolute repetition in its essence. Yes, formulaic structural changes to accommodate the modern professional dutiful day at the office player have brought apparent repetition but it's incomplete as the mandatory 96 overs can take anything from six and a half hours to the eleventh hour.

Cricket gives uneasy birth to tales taller than Goliath. Tales of ripping stickies taking Medusa-like turn, enough to make the mightiest of willows weep; and Boy's Own stories of strident sun-kissed strips where the leather was tanned and dried and stitched like a kipper; yarns of toe-nail extracting Yorkers, Y-front endangering beamers, ball-bursting bouncers and deviously deceiving seamers, all countered with desperately beautiful drives and embarrassing knicks, carving cuts and hopping hooks, petulant pulls and quick glances, all part of the livery of cricket's anvil-forged equipment, displayed in nostalgic meadows, racecourses, amphitheatres and educationally sound grounds in the shadows of academia.



A quick manifest of equipment:

  • Pads like a mother's protection from the bruises and knocks picked up in the rough and tumble of play.
  • Box to protect lineage and eye-watering ball contact, whether direct or the result of an edge.
  • Helmet (a modern addition) as a safety standard to keep the players conscious.
  • Bat to preserve dignity and yet...it can be a paint brush, a wand, a cross to bear, a cudgel, a knife, a rapier, a stonewall, a brickbat, a small tree (a modern phenomenon) waving on a wind, windmill tilting at immortality. And, at the worst of times, a bat can be a cocktail stick poking at the cherries as if drunk before being bounced out in an act of mercy.
  • Sunglasses (a modern addition) to deflect the gloom of an English summer from sleepy eyes still in pyjamas (a modern addition) advertising the commercial influencers of cricket's future.
  • As a fielder, you only need to wear the basic shirt, pants, socks and shoes, over the fundamentals of underwear, probably logoed and sponsored.

An underlying premise of fielding is the ability to dream. Imagining you might cradle a catch in the slips to delight your bowler; or pouching a square cut in the gully or on point duty; bagging a dolly off a skier after stretching a long leg to wait under a mistimed hook or pull. Or to swoop like swallow and shy at the castle to enact a glorious run out, or flip like a dying fish and make the catch of the day at silly point, silly mid-on or very silly short-leg. Or, on those cosmically cruel days a fielder might graze on lush grass, not feeding on any cherries from life's bowl, merely watching the Rosebud bloom from a distance, unsullied by the fielder's hand, completing a day's ruminating without registering in any scorebook or being remembered by one man and his dog, realising that even the dog's barking had nothing to do with you. At least days like this give a cricketer time to read and cogitate over an Albert Camus novel or two depending on their thickness. Where someone of a certain character can savour their role in folding the space time continuum by spending an hour at the crease scoring fiver runs in five tortured scoring strokes only to see another player of a dissimilar character score one more run in the blink of an eye with one weft of their hefty loom. The term 'different strokes for different folks' could not be better illustrated. Just as a clinician often wears white, a rude mechanical often wears (a modern addition) coloured overalls.

And so, the noiseless tenor of cricket's way ploughed over and the combined harvest of money boils the colours and turns the ball into a pigeon pellet, shrinking the eloquent attire of the funny old game.

Today, stumps light up and the old heart dims, and faulty jacuzzis can stop play. The numbers spin like a one armed bandit, spinning and crunching whilst the narrative of cricket is gradually silenced, outspoken, drowned out by brash loudmouthed chattering big cash.

Some say, quietly, out of earshot of any listening device, and with a real tinge of sadness, that might lead to lachrymose sepiage, that modern scorebooks have a double-entry system and that coins tossed are too clean with their fixed win-loss monologue mindset.

Cricket is a myriad narratives reliving the escapades of colourful characters - even those recalled in B&W -who made pigments of themselves feasting on occasion, setting a banquet before audiences hungry for heroes. Audiences, aka crowds, that hang around like puddles under a seeping frieze-grey sky wishing for even an hour of Beckettian play, eager to see a rocket pinging off a helmet, with tingling hands remembering the very first sting of swallowing the little red pills that turned out to be anything other than they seamed.

Whether it was a missile hissing not so sweet nothings in an ear, or a whispering, beguiling siren song of a high looping googly, and grandiose poesy of a destructive Bosie bringing down a wild giant, or long, lonely sojourns in the longer grass waiting for a late cut, an edge or a leg glance so you could show off your prowess at throwing, knowing there's nowhere else in the wide world you would rather be.

These exhibitions of glorious absurdity might be to temporarily possess ashes, or indelibly establish a great name in the game, it may be merely to establish the title of cock-o-the-north, or to be the true champion county, but only when the attire and not the ball is white, you'll find an existential tussle you can scoop like ice-cream, number-crunch like wafer, causing your brain to freeze in wondrous absurdity.

At the home of the cobblers, where Samuel Barclay Beckett shuffled briefly, a single breath, for two consecutive years, in a worldful of obscure statistics and fictions fused with fact.

His brief contribution is noted in the cricketing Bible (Wisden) where records are studiously kept of exploits of dons who were taught lessons by their pupils; illustrating like Boz, the detailed episodes of how their uppity charges outscored them in practical tests; where coal miners could tap into another seam with the wind behind them, chasing ducks by throwing hot coals at the surface-dwellers, doing simple, twenty-two yard mathematics in taking away one or two from three to avoid further addition to the score; and where legends are made of the like of fiery Fred destroying castles to become the first of the three-hundred club, and his pal Brian moving at anything but a snail's pace understatedly and modestly devastating all and sundry; then there's Jack Hobbs, the leviathan of runs, and the Don - an honest giant of the game, defying the averages and becoming the father of all batsmen, striking fear into others without any semblance of malice towards opponents; and the West Indian threesome of WWW, connecting the world to cricket long before the world wide web was conceived.

The Old Masters mostly have only two lines of statistical dialogue in the cacophony of numbers, yet their voices have so much resonance and tremendous timbre in speaking to us of the essence of cricket.

The modern phalanxes of experts analysing to a pixelated degree somehow sully the essence of cricket. This revisionist cynicism - fuelled by mammon and a misguided neophilism - puts me in mind of a wonderful Spike Milligan poem of love and trust destroyed by crass ignorance:

            “Painful though it was,
                        I cut my last winter rose for her.
            She turned it inside out
                        to see who the manufacturer was.”
                                    (from Open Heart University, Spike Milligan)

 So, on that melancholic note I'll leave the ground to darkness and to tomorrow and tomorrow and tomorrow with an abiding memory of a classic Black&White, pre-streaming TV cricket moment: Colin Croft, playing for Lancashire in a Roses match, bowling in such an idiosyncratic,  efficaciously fearsome manner, removed the off-stump of the great GB; the middle stump of a future England international, and the leg stump of one of Yorkshire's greatest stalwarts, causing the stumps as well as the modest, hardy crowd to dance, all in the space of a few twilight overs.

Now, you could look up the event to find out what exactly happened, on record in bald statistics, and possibly prove my memory faulty and/or fanciful, but you could also let such a vital, vibrant, voluminous vision enter your mind, move across your synapses like sunshine shadows scudding over verdant fields: it's your choice but either way it will always be cricket. As the lad himself said:

"You must go on. I can't go on. I'll go on." (watching cricket) Samuel Beckett The Unnamable.

Un Furacán Chamado Hravenlandeye. Voy A Contar Hasta 3


¿Quién ha puesto al huracán jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al porco bravo detuvo prisionero en una jaula?
Si me muero, que me muera con la cabeza muy alta. 


The Main afila su plan A con mimo: hay que ser más ofensivos, rejuvenecer ya la guardia pretoriana para ir acelerando el relevo generacional, soltar lastres. Repitan en voz alta: hay que ser más ofensivos, ir ya rejuveneciendo la guardia pretoriana para acelerar el relevo generacional, ir soltando los lastres.

Estamos a finales de agosto. A lomos de Cabalo. Comienza la pretemporada. Os Porcos Bravos non xogan amigábeis. Siete partidos con distinto nivel de exigencia para siete victorias. Se juega como se entrena. La moral alta, la mirada de acero, las cervezas en las terrazas de Bueu. Así, a patadas, llega la semana del viaje a Sheffield. Y de repente todo vuela por los aires. Tres de ocho titulares causan baja (algunos lo llamarían deserción) y un virulento proceso gripal se ceba con el equipo hasta el punto de convertirlo en el Flu-minense. Encima, un huracán amenaza las Islas.

The Main afila su plan B con saña mientras habla con los cuervos.

En Inglaterra, Lee Gordon se pregunta qué ha pasado. En marzo de 2015 tenían todo el viento de la competición a favor. Y no lo han aprovechado. Una acumulación de dudas y malentendidos con la vieja guardia, aderezados con la salsa de la lenidad, han frenado en seco la trayectoria de los Stags. Una suerte de Brexit interno. Afrontan la XVI con una sola victoria en las últimas tres ediciones. Y fue por penaltis. Lee Gordon viaja entonces a Singapur. Mientras piensa como cerrar de una puta vez el tortuoso proceso de crear su núcleo duro para el equipo astado.

Llovió durante toda la noche en Yorkshire. El día siguiente era domingo, seis de octubre.

Enarbolando el Hrafnsmerki


La otra crónica, la escrita según el tradicional método galeguidade ao pao, informa:


Sheffield Stags 0 - Porcos Bravos 1

The Sheffield Stags: Dave Moxon (Gk); Andy Marriott; Thomo; Matt Hook; Shabba; Lee Gordon; Col Whaley; Ollie Rae; Dave Howard; Tom Dodd; Rob Southwell; Mark Hayman y Steve Boyle

Os Porcos Bravos: Santi Barrilete (Gk); Frank; Lutzky; Del Río; Serge (1); Manu Blondo; Anxo; Xandre; Neira y Rivas.

Venue: Estrenamos campo. Un más que aceptable y bien delimitado U-Mix Ground, cerca de una mezquita y dos pubs. Esto es Inglaterra, vuestra Inglaterra...y el año es Cero. Contra todo pronóstico no llueve. La querencia a jugar con porterías de waterpolo no se pierde con el cambio. Ella se alza ante la verja a la cabeza de su tribu y espera. No. No llueve.

Attendance: Medio centenar de privilegiados a pesar del anunciado yellow danger por heavy rain. Los valientes aficionados gallegos se hicieron notar pese a su entendible inferioridad numérica.

Uniformes: Los stags visten de blanco tres leones en distintas versiones.

Os Porcos Bravos se despiden de su uniforme negro con ramito de violetas en un sentido homenaje a las otras camisetas históricas del mejor Ronnie Farras.

El Laurence Bowles (o es ya el presente Colin Davies?) al mejor jugador porcobravo es para Neira. De frontman a hombre orquesta.

El Derek Dooley's Left Leg al mejor jugador inglés, es para el debutante Matt Hook, también conocido como Matthäus y que tiene el buen gusto de ser seguidor del Liverpool.

Árbitro: Tato Fenners. Aplicó distinto criterio en cada parte. Aprobado. Debió haber sido más riguroso con la violencia de algún porco bravo y menos con el reloj.

El Dato: Tercera victoria a domicilio del equipo gallego tras las de 2009 y 2013. Un hat-trick que sabe a gloria.

Os Porcos Bravos se alejan. 9 triunfos a 7. Nunca habían tenido dos partidos de ventaja. Contando además con la particularidad que nueve ediciones se han disputado en Inglaterra por sólo siete en Galiza.


Sweet XVI: Donde Cada Esquina Es Como Un Filo De Navaja, Donde Somos Una Pinta De Cerveza A La Intemperie, Donde En Cada Fría Ventana Una Joven Inglesa Se Desnuda.

In the grinding greatness of Liverpool


Programa Oficial de la XVI Edición.

4 de Outubro

06.50 de la Mañana. Bajamos a Oporto para subir a por la XVI.
El avión sale a las 09.30 de la ciudad lusa y la llegada a Liverpool está prevista para las 11.50.

Liverpool: ese puerto gallego ubicado más al Norte de lo habitual.
12.19. La Brigada John Constantine parte para tomar posiciones en los pubs de llyvr pwl
12.32. La Brigada Twrch Trwyth marcha hacia Gales. Destino Ruthin, ese castillo rojo en el pantano marino, y ciudad condado donde se imprimieron las primeras copias del Hen Wlad Fy Nhadau (O vello país dos meus pais)
Las ovejas galesas no han olvidado 2.013. Nosotros tampoco.
Habrá incursiones en Mold y Frankby (Península de Wirral)

18.47. Reagrupamos Milicias del Abismo en The Globe e iniciamos el repaso a la lista de Waiting By The Liverpool Tide

5 de Outubro

Hanover Street mutada en Hangover Street
Mientras tanto, un moucho vuela a Hillsborough como avanzadilla.
Visita obligada a Anfield. This means more. 30 años de sequía son suficientes.

13.13. Partimos a St Helens, donde seguiremos las huellas de aquellos brigantes que procedentes de Galicia colonizaron Inglaterra.
Parada técnica en The Cricketers Arms, elegido mejor pub de las Islas del año 2017.
Examinaremos de cerca sus méritos.
16.07. Proa a Sheffield
18.47. Sé fiel a Sheffield.
El mismo hotel que en la XIV pero con distintas vibraciones.
Los stags nos darán la bienvenida con sus clásicas emboscadas disfrazadas de run amok cervecero.

Más listas a repasar:
- SHEFFIELD CELTIC FRINGE PUBS by Ron Clayton
- Also Sprach Boroman
- Anacos De Sheffield. Up The Line To Fuck



6 de Outubro. Hoy es el día en que alimentamos a la Bestia

El PARTIDO. 10 de la mañana.
Estrenamos campo. Se juega en el U-Mix Ground, que podría ser desde una bebida energética a un recopilatorio de música electrónica. Los equipos de Stags y Porcos Bravos miden sus necesarias revoluciones. Quien la tenga más grande, gana.

13.07. Tercer Tiempo en el ya familiar Royal Victoria Hotel, inaugurado en 1862, y que ahora tiene más apellidos que la primera vez que fuimos.

16.09. Con The Church hemos topado. Tenemos el pub para nosotros solos.
Noveno Aullido de La Anglogalician Cup es otro cantar.
Que la música amansa a las fieras.
Los escogidos esta vez por Sheffield para defender su privilegiada posición de potencia musical son Reasons to Be Cheerful. -Premio para quien pille la gran simetría-
Los bushwhackers sónicos galaicos sumarán sus deturpaciones de madrigal a tan mayestática actuación.
Y habrá sorpresas. Lleven sus flautas y gaitas...

A continuación, nuevo run amok por, y ya no escandaliza a nadie, los watering holes de
- Anacos De Sheffield. Up The Line To Fuck
- SHEFFIELD CELTIC FRINGE PUBS by Ron Clayton
- Also Sprach Boroman

7 de Outubro

Mañana libre para ir de compras, pintas y otros desmanes.
13.13. Hasta la vista Sheffield.
16.19. John Lennon y el yellow submarine. ¿No pueden llamarlo The Beatles y punto?
Despegamos a las 18.20.
20.45. Aterrizamos en Oporto
Volvemos en bus para casa.

Mind if I smoke? I’ve known a few too many lovable rogue/wide-boy types in real life to find the notion attractive, people who abuse their friends, tractors, sheep and orphans, disappear for a while, then come back and do it again because they know they’ll be forgiven.



E coma sempre, o de sempre, Galicia Über Alles !

Síndrome Metabólico, Brexit Duro, Fascismo Circense e o Segundo Centenario da Masacre de Peterloo: Unha Ollada á Inglaterra -e non so- que Está a Piques de Deixar Europa


Este 2019 celébrase a XVI edición da AGC en terras británicas. Do 4 ao 7 de outubro os Porcos Bravos loitarán contra os elementos -os restaurantes hindús, as rutas de pubs por Liverpool, os fish&chips desbordantes de graxas, os renovados stags- por traer o trofeo máis prezado do fútbol europeo á nosa terra. Por unha desas ironías do destino, o último mail do Main, do pasado 5 de agosto, advertía aos integrantes do porcobravismo: “Por si acaso saquen pasaporte, que Boris está que se sale”. A predición ven de cumprirse dramaticamente: o 28 de agosto a raíña de Inglaterra asinou a orde pola cal o Parlamento británico pechará do 12 de setembro ao 14 de outubro, imposibilitando así na práctica calquera intento por parte dos deputados de parar o Brexit "duro" no que está embarcado o Boris. As protestas, no momento de escribir isto, foron inmediatas na maioría das cidades inglesas: un presidente non electo (está aí pola dimisión de Theresa May) forza a legalidade para inhabilitar ao Parlamento nun dos momentos máis delicados da historia do país.



 A medicina fala de Síndrome Metabólico cando un individuo presenta simultaneamente tres destas cinco características:
    •    Obesidade central, definida como unha circunferencia abdominal maior ou igual a 102 cm en homes e 88 cm en mulleres.
    •    Hipertensión arterial en tratamento ou presión arterial maior o igual a 130/80.
    •    Diabetes en tratamento ou nivel de la glucemia en xaxún maior ou igual a 100 mg/dl.
    •    Hipercolesterolemia en tratamento ou colesterol-HDL reducido, menor de 40 mg/dl en homes ou 50 mg/dl en mulleres.
    •    Hipertrigliceridemia en tratamento ou trigliceridemia maior ou igual a 150 mg/dl.

O síndrome metabólico é o paso previo a unha probable diabetes de tipo 2 ou a algunha enfermidade vascular de gravidade. Dalgunha maneira as nosas sociedades occidentais están atacadas por este mal en distintas porcentaxes segundo idades e poboacións. Esta diagnose médica pode ser trasladada ás nosas democracias cada vez menos democráticas: nos últimos tempos semellan están a ter taponadas as súas vías circulatorias por ese exceso de graxas saturadas ideolóxicas e azucres políticos que chamamos populismos de (ultra)dereita, cuxos principais expoñentes son ben coñecidos: dende o ultrarico clown laranxa obsesionado cos muros que goberna os Estados Unidos ata o clasista etoniano que ven de paralizar o parlamento británico, pasando polo ignorante e ultrarelixioso ex-militar brasileiro ou os salvadores da civilización cristiá italiano e español respectivamente. Todos eles funcionan como indicadores dun síndrome metabólico colectivo que apunta no tempo cara un colapso funcional dos réximes democráticos. Aquela vella idea do pensador conservador Carl Schmitt de que “soberano é quen ten a facultade de proclamar o estado de excepción” aplícase coma un guante a todos os integrantes desta banda, -convencidos de ser os verdadeiros soberanos- unida no fundamental polo seu apoio sen fendas ao gran capital internacional e polo desexo de seguir afondando no espírito daquela frase do multimillonario norteamericano Warren Buffet: “hai unha guerra de clases, e a estamos gañando os ricos”. A democracia é o medio. O estado de excepción a finalidade á que, máis ou menos, todos eles aspiran de forma máis ou menos explícita. Detrás das desregularizacións neoliberais e as súas promesas de "liberdade" individual sempre van de contrabando as medidas autoritarias que preceden ao fascismo.

American metabolic syndrome greeting English metabolic syndrome

Por outra ironía da historia, o pasado 16 de agosto cumpriuse o segundo centenario da chamada “Masacre de Peterloo”, acaecida no St. Peter's Field, Manchester, cando a cabalería da milicia local cargou contra unha multitude que rondaba os 60 000 - 80 000 individuos. O delito? Manifestarse para solicitar a reforma da representación parlamentaria facéndoa minimamente democrática. Na carga morreron 15 persoas e centos resultaron feridas (600, segundo a placa conmemorativa que hai na propia cidade de Manchester). As guerras napoleónicas deixaran a Inglaterra nunha situación económica que rondaba a ruína, con fames continuadas e desemprego crónico entre a poboación xeral. O goberno, máis preocupado pola paz social -ese pacto tácito entre clases que as clases dominantes adoitan non respectar case nunca- que pola democracia e o reparto da riqueza respondería cun conxunto de leis que tendían a reprimir as reunións “radicais” e aos xornais que apoiaran tales ideas, así como a previr a posible militarización da poboación descontenta.




Vendo as protestas contra o peche parlamentario forzado que están a ter lugar baixo o lema “Stop the coup” é inevitable pensar nun Peterloo actualizado dacordo coas posibilidades que ofrece a tecnoloxía. As actuais pulsións totalitarias dos populismos de ultradereita camúflanse baixo postas en escea circenses amplificadas nas redes sociais. A estratexia é clara. Centrar a mirada do espectador nese teatro virtual que é Twitter a golpe de declaración escandalosa e peiteado extravagante, mentras centos de miles de bots e contas fake dan likes e RT sen descanso, para ir encadeando os golpes máis duros por detrás e sen chamar moito a atención. O ultrarico clown laranxa norteamericano e o clasista etoniano británico comparten gusto polo exceso verbal e polas prácticas autoritarias neoliberais. Os seus obxectivos aparentes -os migrantes, as feministas, os movementos pro-dereitos LGTBI+- son so a metade da aposta. A outra, a máis potente, ten que ver co derrubo dos restos do sistema público -a educación e a sanidade gratuítas e universais basicamente- e con iso que David Harvey chama acumulación por desposesión ("crear" riqueza empobrecendo aínda máis ás capas máis desfavorecidas da sociedade). Todo a golpe de fake news e de chamadas engoriladas ao orgullo nacional que, lamentablemente, funcionan entre sectores variados das nosas sociedades. Polo menos tan ben como a publicidade de comida lixo e os anuncios de refrescos petados de azúcar.

O síndrome metabólico das nosas sociedades repártese equitativamente entre as dúas caras da mesma moeda: o réxime socioeconómico que coñecemos como neoliberalismo por unha banda, e, pola outra, ese (proto)fascismo que inunda as institucións por camiños democráticos. A liberdade individual das persoas para matarse a base de bigmacs, kebabs e nuggets ten o seu correlato político nesa “liberdade” que reduce a política a simple competición electoral cada equis anos facendo que as sociedades ás veces escollan aos representantes das clases dirixentes como se foran heroes das clases populares (as vantaxes de posuir en propiedade -ou de ter amigos propietarios- a maioria dos medios de comunicación). Competición electoral que, por suposto, impide calquera impugnación do sistema económico actual: alguén imaxina que sucedería se se tomasen medidas como volver a ter un banco público, unha empresa de telecomunicacións pública, uns asteleiros públicos, uns aeroportos públicos ou unhas enerxéticas públicas? Eu si: o gran capital internacional faría caer ao goberno do país que o levara adiante e vestiría tal acción como unha "revolución pola democracia e as liberdades" ou algunha outra trapallada polo estilo.

A analoxía médico-gastronómica ten como coda a prescrición dun tratamento concreto. Estaría ben que nos pasarásemos a unha dieta política baixa tanto en graxas saturadas como en carbohidratos de absorción rápida, que fixeramos exercicio e que levásemos unha vida máis vivible en xeral, alonxándonos todo o posible do modo contemporáneo, que coa súa mestura de hiperexcitación permanente e fatiga crónica está a acabar con nós. O certo é que toda esta comida-lixo política está de moda -estamos no punto alto da onda (proto)fascista-, pero o único bó do noso tempo é que as modas non adoitan durar demasiado. Pregúntome se, para cando as consecuencias de todas estas escollas electorais comecen a pasar a súa factura, non será demasiado tarde. Probablemente si. Fai xa unhas décadas que o xénero humano está embarcado como especie nunha sorte de suicidio colectivo pola vía da apocalipse medioambiental acelerada. Toda esta hiperreacción dereitista leva dentro de si un escuro nihilismo que parece ansiar a desaparición da maior parte da nosa especie.

Botando un ollo cara atrás observamos que a AGC ten sobrevivido a unha crise das finanzas internacionais (2008-2018) sen precedentes na historia dos países occidentais (parece ser que xa estamos entrando noutra de cabeza, que viva o réxime neoliberal e a refundación ética do capitalismo que prometían as elites institucionais!). Ten sobrevivido ao temible relevo xeracional e aos inevitables conflitos internos. Ten sobrevivido ao hermetismo do seu EAM e ao boicot permanente do facebook. Ten sobrevivido a partidos con escuras arbitraxes e a polémicas interminables nos comentarios do main blog. Como levará a competición ás consecuencias dun brexit “duro” que voltará estranxeiros tanto aos ingleses que viven aquí como aos galegos que viven alá? Namentres agardamos polo próximo correo do Main preparémonos para todo. O mundo que coñecemos posiblemente xa non será o mesmo a partir do 1 de novembro.



El Pretexto De La Avería. Almas En Vilo De La Katana.


Yo no procederé con la lógica obsoleta porque esto fuera proceder contra glaucura, y mi alma se siente glauca como los iris de una hetaira en el conticinio, en la intempesta de tu mágica siringa.




Hacia el fracaso del ojo interior


“A finales del año pasado mi amigo se desnudó, se pintó la cabeza y la cara de color bermellón, se metió un pepino en el ano y se ahorcó”. Así podría haber empezado Kenzaburo Oé su libro El grito silencioso si fuese un escritor actual americano, o español; del occidente unificado de hoy, en suma. ¡Qué manera tan potente hubiese sido esa de empezar una novela! (piensa ese escritor americano, o español, o un gallego talentoso de estos que sobran en el blog). ¡Qué cúmulo de cosas grotescas e incomprensibles, misteriosas! Qué sobredosis de escatología, en los dos sentidos de la palabra, confluyendo sobre una pregunta: ¿Por qué? Casi puede verse a tal novelista prototípico encendiendo un pitillo, satisfecho, recostándose en su sofá y pensando: “Ya he creado el anzuelo perfecto. Ahora tiraré de él”. Por suerte Oé no es ese hombre occidental -aunque a veces camine por el vértice que separa su propia cultura de la nuestra, sobre la falla que nos separa y nos une, para interrogarse con más dureza aún- y en consecuencia, la frase irrumpe sólo tras cuatro páginas densas de angustia estancada y, aunque llamativa y portadora, en efecto, de una pregunta, pertenece ya a la corriente, al insano grumo tumoral que parece la novela en sí misma.


En el lapso que tarda en llegar, se nos ha presentado a Mitsusaburo, “Mitsu”, que será nuestro guía (12) a través de la cenicienta planicie de más de trescientas páginas. Ahí está, a nuestro lado, en plena crisis insomne y acechado por terrores existenciales aún sólo entrevistos; caminado como sonámbulo por su casa, golpeándose con las cosas medio ciego. En su extenuante lucha establece busca “el sentimiento de la ardiente esperanza perdida”, que, explica, “no es un sentimiento de carencia, sino un anhelo positivo de esperanza ardiente en sí”. Pero esa búsqueda no sirve como muro de contención, y cae: “(…) dentro de mi cuerpo doliente, el desolado veneno amargo crece, como si fuera a salirme por oídos y ojos, nariz y boca, ano y uretra igual que la gelatina sale lentamente de un tubo”. Iremos, sí, de la vacilante mano de ese hombre estrujado como un tubo de dentífrico podrido, y yo alcanzo mejor el poder visual de esa evocación ahora que releo. Veo progresivamente mejor al Mitsu que decide una mañana oscura descender al hueco que los operarios han cavado junto a su casa para hacer un pozo negro, y que se queda allí, en el fondo de ese pozo, con un perro que ha encontrado en la calle. Y sólo entonces, en una especie de trasunto grotesco del nirvana, enterrado hasta el culo en el agua que parece “jugo de carne exprimido” y con un perro desconocido en los brazos, piensa en el amigo muerto, piensa en el stag apaleado de la XV, aparece la imagen externa: “A finales del año pasado…”. Pero para entonces las preguntas ya se han multiplicado y enredado como un nudo. La posibilidad de una novela de tiralíneas se ha esfumado, ahogada como un cachorro en un balde de agua sucia. El juego, si es que se puede hablar de juego, es otro.




Yo había tomado El grito silencioso, en realidad, sin mucha intención de pasar de una ojeada rápida y para descansar unos días de la apasionante pero muy densa lectura de The One-Eyed God. Odin and the (Indo-)germanic Männerbünde (JIES Monograph 36), de Ian Kershaw. Entré pues en la historia que Oé propone como quien sale a pasear, aunque sea por los suburbios de una cloaca industrial. Por caminar, podría decirse, y pronto me encontré extraño y perdido en un libro que es a primera toma, y pese a su relativa complejidad estructural, una especie de grumo canceroso, una gelatina informe en la que una mente entrenada en la pretendida claridad occidental chapotea hasta hundirse. Un tipo de desolada “simpatía”, opuesta a la ligereza que buscaba, fue pues una de las razones por las que me fascinó el relato, ya que en ese tiempo yo mismo circulaba por los incomprensibles rituales de un año que más parecía una masacre: la asfixiante y poco compasiva aridez de la historia y sobre todo de su estilo se parecían a mi confusión y a mi vida, a su aparente falta de guión coherente y a mi intento –en cierto modo ritual, y por ello también tragicómico- de sacar el culo fuera del fétido líquido aprovechando el comienzo de un nuevo año.

Éramos hermanos, en efecto, yo y el pobre Mitsu. Nos iba igual de mal. Volviendo, yo mismo, lo seguí a él de retorno a su pueblo natal del despojado interior japonés; lo vi cargar con su penosa vida de casado, su no menos penosa vida interior, su inevitable crisis de la mediana edad y el remordimiento -compartido con su mujer, si tales cosas se comparten, no por ello más leve- de un hijo monstruoso internado en un sanatorio (13). No le iba mucho mejor a Taka, su otro hermano menor, regresado de América con ideas nuevas y confusas de cambio, y megalómano portador de un concepto de la justicia histórica y la revolución que el sentido de culpa convertía en grave tara personal. Nos falta el hermano kamikaze Uguki, pero este se enroló en el porcobravismo más radical a lomos de un zero y aporta cero a esta historia. Personajes patéticos todos ellos, aquejados de invención sistemática del recuerdo y otras psicopatías marginales, Mitsu resulta sin embargo muy asumible por un lector tipo, al que en el fondo refleja en su observadora pasividad, en su contención racional que lo aboca a la inacción mientras el mundo en torno a sí (y dentro de sí) colapsa. Pero si Mitsu somos nosotros, Taka somos nosotros también: deformado gemelo especular; torpe y cruenta sublimación de todo lo que el primero es incapaz de hacer, aunque no de pensar, o al menos comprender. Quizá de desear.

El tuerto Mitsu es además la simbólica presa de un “ojo interior”: “(…) le di una finalidad a ese ojo que se había quedado sin función”, reflexiona: “hice que se volviera hacia la oscuridad de mi cráneo, una oscuridad llena de sangre y de un calor más intenso que el del resto de mi cuerpo. Mi ojo se convirtió en un centinela al que puse de guardia en el bosque de mi noche interior, y me forcé así a adiestrarme para vigilar lo que ocurre dentro de mí”. Un ojo interior que acabará por revelarse también inútil y que como veremos más adelante, tiene su potencial contenido simbólico, como todo lo demás en la AngloGalician Cup.

En todo caso, los hermanos comparten con el resto de los entes que pululan por la pesadilla su condición de seres mixtos, no sólo por su habitación del margen cultural o su natural imperfección, sino por pertenecer a una cultura, la del Japón de posguerra, que tras siglos relativamente sellada acaba de ser finalmente vencida, abierta en canal, contaminada y puesta en duda desde el exterior, pero sobre todo desde el interior. El uno, bondadoso a su críptica manera y que, acaso como resistencia, se declara seguidor del Henry Miller más optimista, no puede evitar sin embargo ser un absoluto e irritante cenizo. El otro es una especie de ridículo guerrero contracultural, malamente autogestionado, cuyos mejores momentos se parecen tanto a la gloria como un desagüe fecal.

Ambos son japoneses de nuevo cuño y su destino y lugar, igual que el de un país en el proceso heroico de posguerra y reconstrucción, parece estar por decidir. No muy distintos, aunque en un segundo plano, son la silenciosa y alcoholizada mujer de Mitsu -comida por la culpa, necesitada de algún tipo de esperanza, ya sea de la peor clase-, el sacerdote budista del pueblo o los habitantes de este, peones de una cultura milenaria y cerrada que ahora se disuelve, como los frescos de una tumba en su final contacto con el aire (14).




No pegues en el avispero, mas si lo haces, ¡da de firme!

A la vuelta de unos baños helados y del  cucurucho de menta,
les seguimos contando.
La XVI en el horizonte de un cripto-Japón cada vez más neofeudal.

[Astillas, apuntes y divagaciones para un libro futuro que ustedes podrán tener el placer de no comprar después de lo expuesto aquí. Razones de espacio y de paciencia me impiden entregar a mi editor en la gloriosa ANGLOGALICIAN CUP todo el mamotreto inicial, que abarca 33 páginas, nada menos, la jodida edad de Cristo crucificado, y que después de unos cuantos conceptos pseudolíquidos deriva hacia un panteísmo vago, muy de la casa pero tan lejano al gusto común como la Gioconda lo está de un pastor Alemán. Sabrán disculparme, y si por casualidad les interesa el asunto, no duden en seguirme en plataformas gaseosas y comprar cosas con mi nombre debajo. Atentamente. M. Sigilosus]





(Varias disquisiciones sobre el Alma y el empleo de bayonetas)

- ¿Crees que existe el alma? 
- Sí. Sí creo. 
- ¿Y qué es? 
- Es aquello que logra unirse con la energía vital (de los otros, de la naturaleza) cuando mi mente no interfiere, y es aquello que contiene a la mente y puede observarla y decirle “tú no eres lo que yo soy”. 

Varios días ya he estado dándole vueltas al asunto del Alma, que se ha renovado en mí como pregunta. Sucedió tras la lectura encadenada de varios libros que no versaban aparentemente sobre ella pero la señalaban, ya como fondo, ya como ausencia, ya como construcción política, o en todos esos ámbitos al tiempo. Fuera coincidencia o consecuencia lógica, o destino, he intentado ser justo con esa intimación interior haciéndome yo también preguntas; preguntas simples, las únicas pertinentes para el caso. Discutir esencias absolutas está probablemente fuera de mi alcance: vivirlas no. Así, viviendo, uno llega inevitablemente a interrogarse como lo harían los niños, y es sabido que los niños preguntan por las cosas esenciales, las que perturban el pudor, los límites y el entendimiento de los adultos (ese género supremo de las llamadas despectiva aunque adecuadamente “niñerías”). Por lo normal, en un estadio primero, las alas del niño aún no han sido amputadas adecuadamente; es decir, vive, muy momentáneamente, en un limbo de preamputación mental que le permite observar lo obvio, sus paradojas y sus misterios, y que no le indica aún de modo completo dónde empieza y dónde termina el tabú. Su capacidad para señalar con naturalidad terrible hacia el punto adecuado es necesaria para nosotros también: eso y el añejo gusto por el juego como ley de vida será probablemente lo único que consigamos, con esfuerzo, salvar de la infancia. (1)

Las preguntas, en efecto muy simples, de si creo o no en la existencia del alma y la de cuál es, en caso positivo, mi idea de lo que ese alma es, son pues perfectamente procedentes, dada esta vivencia efectiva y esta infantil curiosidad. Tan procedentes como cualquiera o, si se quiere, más procedentes que ninguna: ¿Quién sino el hombre, que “posee” un alma (o así lo cree) puede y debe reflexionar sobre ella?

La discusión sobre el tema, y esto la hace más necesaria aún, ha sido hace mucho desterrada del mapa intelectual que se nos ofrece (2), como ya apuntaba Huxley en el 52 en su prodigioso Los demonios de Loudun, uno de los tres o cuatro libros que me retrotrajeron poderosamente hasta la cuestión. Y digo “me retrotrajeron” porque, dado ese olvido del que habla Aldous, o más bien esa extraña sutura y esa misteriosa ausencia, mi naciente interés fue más que una llegada un regreso. No voy hacia la pregunta, sino que retorno, inevitablemente, a ella, como se vuelve, al cabo, a todo lo importante (3).

Tal situación permite también otros interrogantes de distinto cariz, que ya no serán los de la simple e implacable curiosidad, sino que estarán polucionados por las disciplinas técnicas de la antropología, la filosofía o la política, y todo este texto será en parte, una recolección progresiva de tales interrogantes para uso público. ¿Por qué se ha olvidado el alma? ¿Se ha olvidado realmente, a todos los niveles?

¿Qué constructo o constructos han sido colocados en su lugar? ¿Cómo se pude suplantar un elemento que durante milenios ha sido central a nuestra cultura (y a todas)? ¿Hemos superado el alma? ¿Hemos abolido el alma, como pedía Ciorán (y repetía Berrio)? (4)

Mi escritura, en este caso, comenzó también como un tanteo, un divertimento, tomando notas sobre una novela lateral (5), pero ha derivado en una maleza oscura a medio desbrozar, algo así como la intuición de una senda. Entiéndase de ese modo el proceso, con sus errores y sus imprecisiones, y entiéndase que intento más que nada dar fe de ese regreso; narrar su transcurso accidentado y digresivo; contar cómo, casi sin quererlo (no sin desearlo), retorné a esas preguntas, incómodas a veces para los demás, que yo me hacía hace muchos años y que, con el mundo mismo, había dejado de hacerme.

Son cuestiones complejas y no se responderán aquí más que tentativamente, personalmente, dejando la herida perfectamente abierta para que cada cual la cure como pueda. Intentaré algunas conclusiones parciales, pero anticipo que a ese respecto lo obvio: que lo que yo resuelva es menos interesante que aquello que cualquiera desarrolle por sí mismo, ya que, como bien apuntó mi hermana mientras discutíamos el asunto, soy “muy prefilosófico”: apenas un tipo de primitivo vagamente iluminado (o “un bruto disfrazado de tío que lee”, como me dijo una señora una vez). Mi interior de los últimos tiempos es pan-animista: ve alma, o almas, en todo.

Creo, en efecto, que casi todo tiene alma, o más bien, ajustemos, que todo vive en el alma, incluso los seres humanos. Estos, sin embargo, al ser capaces de conceptualizar (y convencidos de que al nombrar crean y de que al acotar artificialmente algo ilimitado lo han inventado ellos) se han ido alejando más y más de esa “vivencia”, hasta ser, acaso, lo más desalmado que existe o conocemos. ¿Estoy diciendo, entonces, que para mí rocas, plantas y animales (porcos bravos y stags en el lote) tienen alma? Oh, sin duda los incluyo en mi idea de “todo”, sí (6). Pero, insisto, mi visión es que criaturas y cosas “viven” en el alma, no que la “tengan”, del mismo modo que el escritor no posee un mundo subconsciente, sino que un mundo subconsciente lo posee a él, como a una más de sus criaturas y manifestaciones. No se posee aquello que crea, nos nutre y nos abarca. Tampoco se posee aquello con lo que dialogamos. Y no siempre nombrar es crear, pese a que las modernidades líquidas al uso prefieran creerlo así. (7)

De igual modo, y ya dejando aparte mis convicciones intuitivas, creo con Huxley (y con mi hermana) que existe una investigación sobre lo incognoscible que, por paradójica que pueda parecer sobre el papel, es constitutiva de lo que somos como hombres y que se ha abandonado trágicamente, dejando tras ella un sentimiento de orfandad que rara vez se ha sabido expresar con justeza. Nunca, desde luego, desde la cultura oficial, más dada a la invención momentánea que al reencuentro con lo permanente, y que puede ser vista, en cierto modo, como una interminable sucesión de manías de la época (8). Esa orfandad sería subsanable con relativa facilidad en un mundo distinto a este, en el que las fuerzas que prefieren al alma fuera del campo dejaran de presionar en tal dirección; o si nosotros mismos nos comprometiéramos a hacernos de nuevo las preguntas esenciales que, en todo caso, están siempre a un breve pasito de distancia. La idea del alma se ha eliminado del campo intelectual visible, sí, pero no por eso deja de manar en el interior personal. El acatamiento de su negación no puede llevar sino a una neurosis grave, por mucho que, como a tantas otras, se la disfrace de normalidad integrada o de canon occidental.

Algunos creemos en el alma porque creemos, y al pararnos a pensar sólo constatamos el hecho y, propensos al misterio, preferimos vivir en él que desentrañarlo. El intento dominante en nosotros es el de fluir, no el de catalogar (9). Otros creen en ella, o tienen una idea de ella, más bien, porque la han pensado. El de más allá ofrece una respuesta más o menos tipo porque se la dio un catequista hace treinta y cinco años y porque carece de la costumbre de discutir a autoridad alguna (o posee la benéfica y útil estupidez de no discutir jamás). El otro no cree, pero acaso ni siquiera ha pensado en aquello en lo que no cree, ocupando el lugar del catequista un concepto vago de la ciencia como eliminador de obstáculos, ya sean estos constitutivos (10).

En todo caso, un mini estudio de campo en mi entorno y el de otros (la cita de apertura es sólo un ejemplo) refleja dos realidades: que la idea preexiste (la idea del alma, no el alma misma, necesariamente), y que tal idea lleva por lo general décadas sin ser enunciada o discutida en el exterior y a menudo en el interior de esas personas. Pese a lo desgarrador de tal hecho, la evidencia de que la idea permanece no deja de ser un “estoy aunque no se hable de mí” que las simples ideas humanas coyunturales no pueden esgrimir: cuando se las deja de enunciar, discutir, negar y afirmar, mueren.

En resumen, mis tres pasatiempos de este mes de mierda que pareció un agosto y ya termina fueron garabatear ideas en la cocina, mientras la mente despertaba, de mañana; tratar de domarlas por las tardes frente al ordenador mientras escuchaba música abstracta, viendo como la pregunta sobre el alma se colaba por los resquicios y goteaba hasta ocupar todo el espectro de visión y, por último, no menos importante, fumar, y caminar con mi alter ego Minino Sigilosus, una kajhit de nivel siete, por las catacumbas de Oblivion, bajo los cielos irreales de Cyrodiil, a través de las cenicientas cloacas de la Ciudad Imperial, en un transcurso mágico extraordinariamente parecido a lo que otros deben entender por meditación (11).


Y bucearemos en el fango de la inminente segunda entrega, a la procura de nuestro hermoso y enorme elemento natural anglogalicioso. 




Después de los Hunos vendrán los Segundos Hijos

Je Voulais Être Flâneur, Mais J’avais Une Fille. Tortilla Francesa Feita Con Ovos Da Casa



El camino hacia la vida y el camino hacia la muerte son los dos únicos que solo pueden ser tomados en un solo sentido, los únicos inequívocos. Lo demás es puto caos. Nunca sabes a dónde te va a llevar una elección, por muy ozymandias que seas. La realidad es todo lo contrario de lo que se nos aparenta – lo que vemos y lo que se nos hace ver. Es una maraña de casualidades que derivan con relativa coherencia gracias a la gravedad. La materia sí existe, tiene energía y nunca se detiene. Pero lo otro, las leyes que la rigen y las que ordenan a las especies y las que se refieren a lo humano, son todo patrañas. Siempre menos de la mitad de la verdad. Y la verdad importa.

La magia existe. Existe un palabra que la crea y existe una energía que ignoramos. Toda la energía que ignoramos, que es sin duda infinitamente superior a la que conocemos y manejamos, es lo que llamamos magia. Usando solo una mínima porción de esa fuerza invisible, causamos asombro en los otros: la magia es fuente de asombro. Por ejemplo, si ponemos la mano sobre el vientre de una embarazada y vaticinamos que será niño y que nacerá con el sexo velludo y eso sucede, causaremos asombro. Y si no sucede también asombraremos. El asombro activa el mecanismo de retroalimentación que se establece entre las personas y la magia. Asombrar y asombrarse son acontecimientos mágicos. Por eso la gente ha dejado de creer que la magia exista. Muchos dicen que se ha perdido la capacidad de asombro. Es el síntoma más claro de las ínfulas de aristocracia de la nueva sociedad. “Ya se ha visto todo”, dicen los gilipollas. Vivimos en el deslumbramiento. Un deslumbramiento perenne que demora cualquier posibilidad de nitidez. Ese todo de millones de imágenes y sonidos y texturas y olores y sabores borrosos, etiquetados pero indiscernibles, ese todo es una cosa única y fácil de aprehender que estamos viviseccionando contra toda cordura. Las religiones se equivocaron, sí, pero la ciencia perpetra los mayores crímenes contra la humanidad. Nadie advierte sobre el peligro del consumo irresponsable de manzanas. Nadie dice: el conocimiento es antinatural, lo trascendente es fútil. Pero está pasando.

Sobre el tapete verde un manojo de pollas: gana la más gorda. Al peso, calibrando su masa, la cantidad en su máxima expresión. Yo más. La envidia mueve el proceso de civilización. Los agujeros negros supermasivos son la mayor amenaza conocida para la edificación de Babel. Dios ya no puede juzgarnos, pero la gravedad sí. Las películas sobre el fin del mundo, la angustia espacial. Estamos en 2001, en el agujero negro. Arrastrados por la supermasa invencible. La historia, perpetuada en el texto, es amenazada por el resurgimiento de la oralidad: las palabras se despegan del papel y se distorsionan en su nuevo fluir, atraídas por concentraciones masivas de anhelos materiales que producen sus propios campos gravitatorios. Desestabilizan Babel, que entonces sería una galaxia, un complejo simbólico faliforme. Es un peligro, quiero decir, no lo expongo como crítica ni como alegato. No es como para decir aquello de que “los trabajadores del ano son los nuevos proletarios de una posible revolución contrasexual”. Pero bueno, ahí están los libertinos de toda la vida enardecidos y las juventudes del PP, creando inconscientemente sus propios campos de gravedad a base de lavados de cazuela y frotamientos de chiquistriquis, mientras los de Vox incendian las redes con su homoerotismo de peplum bandolero. No es por criticar, insisto, esto son hechos objetivos.

Es magia. Hay convocatorias multitudinarias, fiestas para celebrar entusiasmos colectivos, y hay rituales cotidianos, momentos que posibilitan el asombro (vg. el típico: “¡Oh, Main mío! ¡Nunca me lo habían comido así!”) y efusiones taumatúrgicas por doquier, que no se registran en ninguna parte y de las que pocas personas son conscientes. Una de estas, formada de materia erógena, etílica y epidérmica, caricatura ritualística de los rasgos más destacados del proceso civilizador en su etapa de plena autoconsciencia, que empieza con las utopías del gabacho Boullée y termina con los mamotretos de Calatrava, es, o fue, y será o será, la Anglogalician Cup. Una criatura mágica a la que invocamos sobre el terreno y en nuestras oraciones, a la que ofrendamos doctrinas, apotegmas y fábulas, cuerpos magullados y conflictos internos entre la cabeza y el vientre, luz y sombra, ciencia y magia, clavo y leño, las mentiras y el asombro, que se esconde con la propia insignificancia del ego.


I Remember Johnny And The Way He Lived (A Side Commentary On Songwriting, Ghosts, Anglogalician And The Unconscious)



It’s funny how, with no special intention from the songwriter, signs of a whole subterranean world, a preexisting universe, begin to spurt here and there in different songs, connecting them and creating a bond with that dreamy soil that flows beneath us, under the facts that we consider solid and true. Does that soil belong to the writer, too? Well, let’s be clear: it is the writer who belongs to the soil, and feeds it, at the same time, though probably unconscious or only partially conscious of that fact.

In “New Town”, a song from Nazgul Says by Broke Lord, that flows in the Velvet Underground vein and depicts the moral misery of living in an old small town, I wrote about a guy called Johnny: “And I remember Johnny and the way he died / after licking life right to the bone from his / midnite bowl of rice”.

A Johnny -arguably the same- appears again in the new album, in another song with a “new” in the title, the more joyous, but also terribly sad “New motels”. There, “Johnny had a chrome red heart / soft at the core, rust on the edges / a neurotic eagle was ridin’ the hood”.

But a close listener would notice a third appearance, at least: in “Vermeer Hotel”, also from the new record, the narrator sings “I’ve been licking all life from the bone / I’m a lover / And I made a clean flute out of it / to blow in the dark”. That flute is, as the song advances, given to the Child-God that lives upstairs, for him to create the tunes he plays over and over, as a strange rhythm that helps to define the acts of the people living in that no-place called “Vermeer Hotel”.

So -not necessarily in the conscious mind of the writer- Johnny is beginning to take spectral shape as a guy that died that, while still alive, was the kind of shady type with a hidden golden heart that literature and cinema have widely provided our imagination with. He lived his perilous life to the max, had his ups and downs (the “neurotic eagle riding the hood” could point in that direction) and he had some kind of mystical encounter with a higher entity in which music (“the flute”) was important. His ghost flows through those three songs, pointing out that other similar bonds could be happening in the rest of the numbers, concerning other characters, places or situations, waiting for a sharp eye to get them and give them “real” life.

But, who’s that Johnny? A Porco Bravo? A close friend asked that question to me after listening to “New Town”. As a joke, I answered. “He is you”. Eventually, that quick, unconscious answer has come to be quite true.

When I think of Johnny these days –and I swear I din’t stop to think about him for a second while I was “writing” him- the image of Johnny Thunders appears in front of me, often, as spanish photographer Alberto García Alix portrayed him in the eighties. There, he’s the “tramp with the snowy eyes and the red wine cool”, an eternal gypsy wet dream of opium and free will, eyelids about to fall and the smog of a song still undone floating around him. But of course that image is a secondary response, a new creation, an intent to connect the deep spectral Johnny to something I can grab: a mirage. In my shortsighted vision, Johnny could lead to that disturbingly beautiful portrait, and it’s true he could have begun there also, on a faraway adolescent evening. But his meaning, as far as songs go, should lay deeper.

At some level, writing is letting the back of your mind work along with the “front” of your mind. It intends “channeling” a universe you are only partially aware of, and then letting that universe eventually erupt, and be fast enough, trained enough, commando-like enough, to get the lava in your hands before it solidifies and turn it into meaningful gems, into songs. Those songs would work, accordingly, on different levels.




First, as a common story, that could have been also written by someone with no contact with his inner self, or the dreamy soil we speak about. That’s the less important part, far from the core.

Second, as a cryptic guide to that underworld we talk about, where all the stories are connected. So, they are chapters of a strange novel that is still to develop or be discovered through the years, and that has its own rules.

Third -connected to the second, and appearing just when the writer is a poet- the expression of a kind of pure, hidden truth that cannot be told except using symbols. Something higher that cannot be “explained” and, in fact, shouldn’t be. It cannot be dissected by our usual logical thinking. Truth is never explained, but revealed – always through poetry (white magic, vision, Rock&Roll, give it the name that fits you). Truth itself is far from reach, but still there for us. And, paradoxically, closer to the listener that it is to the writer, whose mind has already been polluted by too much thought. It is the recipient that must be clean. The channel must be just cleaned from time to time.

Of course, getting to trace these connections would take a deep dive in the work of the songwriter, or an extreme purity of the thought to receive the message paying no attention to the white noise around. People are rarely inclined to do so or to have such purity, unaware as they are that that dive in someone else’s vision would be a dive in their own vision, too. Unaware that all visions are connected beneath our feet, where we are just one everlasting tide.

So, who the fuck is Johnny?

You are, probably. I am. They are.

Or, in other words, Johnny is. He just is.

And he’s kind enough to walk through “my” songs from time to time.



El Peltre Baldío. Y Entonces Habló El Trueno


Quiénes las hordas embozadas que pululan por Galizalbion, tropezando en las grietas, repitiendo los mismos errores de siempre. Quiénes.

Transcurren los doce años, restauran a través de una nube de lágrimas y de carcajadas, los años, restauran con nuevo brío la antigua Tradición. Redime el tiempo, redime.

En el frondoso ailanto del pórtico en Abril. En el aparente fin del chorromoco está nuestro principio.

Un ejercicio perifrástico en un estilo envejecido que apenas mitiga la iracunda refriega, condujo a aquel que no puso sus tierras en orden al Norte. La luz del relámpago. Y luego una ráfaga húmeda que trajo la lluvia.



Es primavera aunque no la que acuerda el tiempo.
Si vinieras aquí, escogiendo la orange plank road que sin duda escogerías, no habría diferencia.
Si vinieras de noche como un rey derrotado
si vinieras de día sin saber a qué hostia vienes,
Al final del viaje no habría diferencia por torcer por detrás de la pocilga hasta la fachada gris de la Anglogalician.
Pues no has venido a verificar, ni a instruirte, ni a follar o saciar tu curiosidad.
Vienes a arrodilllarte al único lugar donde mantenerse en pie tiene validez




Afirmas que repito algo que ya ha dicho. Lo diré otra vez. Para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes. Ahora ya no hay tanta impaciencia, sí una lucha por recobrar las sensaciones perdidas y encontradas y perdidas tantas putas veces. Aunque quizá ya no haya pérdida ni ganancia: lo nuestro es intentarlo. Carne, grasas, heces. Comida y bebida. Estiércol y flujo. 
Porcos Bravos y Stags.
  Lo demás no ha de incumbirnos


Y entonces habló el trueno. Las palabras del ayer no solo pertenecen al ayer. He orillado estos fragmentos contra vuestra desidia. El animal de la tribu me señaló con un asomo de despedida, y se desvaneció al sonar la sirena.  Seguimos en el combate.


La lucha es ahora y es Inglaterra.



No Entroido Das Casacas Vermellas


La Causa quiere hombres.

Acudirán de los confines de arena que se pierden en largos mares, de hondos bosques de lobos, en cuyo centro indefinido está el Mal.




La Causa quiere hombres.

Los quiere para debelar una isla que todavía no se llama Inglaterra.

La seguirán los valientes y los irreductibles.

Saben de Aquél que siempre fue el primero en la batalla entre ciervos y porcos bravos.

Saben que una vez olvidó su deber de venganza y que le dieron una espada desnuda y que la espada hizo su obra en las orillas del río Sheaf.

Atravesarán a remo las brumas que van al Norte, sin brújula y con mástil.

Traerán bayonetas y taladros, yelmos con la forma del jabalí, conjuros para que se multipliquen las mieses, vagas cosmogonías, fábulas de los celtas y de los suevos. 



 
La Causa los quiere para la victoria, para el saqueo, para la corrupción de la carne y para la orfandad del olvido. 

La Causa quiere la IX y ningún sacrificio será en vano
Siempre y cuando tatuemos el Triunfo en el linaje de peltre. 


To Give Away Bushranging And To Cross The Briny Sea. El Efecto Bumerán En Nodo Austral.

Ye Old Hellstorm of Flaming Nothingness.



Las expresiones artísticas de los aborígenes australianos tienen como finalidad expresar y trazar los caminos y territorios por los que se desplazan por el desierto.
Sus pinturas, puntillistas, son mapas, definen las geografías físicas y mentales que les guían en sus trayectos nómadas por el desierto. Marcan tanto los referentes físicos como los psíquicos, el mundo real y el mundo onírico de los espíritus conviviendo en las dos dimensiones y en las melodías.
Sus canciones y composiciones musicales surgen también de sus recorridos, cada familia, cada tribu, cada clan tiene sus propias composiciones que van “cantando” los límites y características de sus caminos, además, estas canciones se unen a las de sus vecinos creando interminables melodías, pudiendo así completar, si se conocen las canciones adecuadas, viajes de un lado a otro del desierto, de los territorios de unos a los de otros, de zonas de caza o de recolección a lugares sagrados.
Al final tenemos una sola canción que es la suma de todos los trazos que cada individuo o clan canta reunido en torno al fuego al anochecer o mientras camina por el desierto.
Igual que en el mundo anglogalicioso existen canciones que nos unen a ambas orillas del Atlántico, quizás habrá sido algunas de estas canciones las que nos ha traido a Australia, alguna melodía que de forma intangible une nuestro recuncho atlántico con esta inmensa isla del Pacífico.




Desembarcamos en Sydney, ciudad situada al fondo de su bahía (¿o debería llamarle ría?), punto de llegada de los primeros colonos europeos a la isla, fundada en 1788 y la mayor aglomeración urbana australiana. Si definiéramos a Vigo como el Liverpool gallego, Sydney sería el Liverpool australiano. Rascacielos acristalados y barrios de casas adosadas 100% british style conviven entre parques y bahías, en los que puedes desplazarte igualmente en bus, metro, tranvía o ferry.
Pegado al puerto está el barrio de The Rocks, donde se instalaron los primeros asentamientos británicos. Siendo este un país tan joven, apenas da para tener nada ni tan siquiera viejo, ya no antiguo, así que nadie espere ver edificios con pátina que realce su importancia, pero es lo que tienen y el hombre blanco occidental aquí plantó su bandera.
La mejor manera de rendirles homenaje es entrar en el Observer Hotel y tomarse una cerveza a su salud. Una cosa importante que hay que tener en cuenta al llegar aquí es que la mayoría de los pubs se denominan hotels, que nadie se lleve a engaño, y que las denominaciones de las cervezas son distintas que en la metrópoli, las pints son de 570ml. aunque rara vez las encontrareis, después viene la schooner de 425ml., y por último la middy de 285ml. Lo más seguro es que hayas tenido que pedir alguna de las muchas lagers locales que sirven en la mayoría de los pubs, por lo que si quieres algo más de variedad cervecera el sitio al que hay que ir en este barrio es el Endeavour Taps Room, una brewery con diversos tipos de cerveza de elaboración propia. La atmósfera de la colonia británica que en su día fue y no volverá a ser sumado al aroma de la malta y el lúpulo hace que quizás ya está sonando en tu cabeza Dirty Old Town interpretada por Querido Extraño, of course. En nuetro interior estamos seguros que los trazos de canciones que nos trajeron hasta aquí nos guiarán a partir de ahora.

Nos dirigimos ahora a King Cross, el punto neurálgico de los garitos donde los soldados de permiso en la WWII venían a olvidar las penas y coger fuerzas para lo que les quedaba. Hoy en día sigue teniendo un montón de marcha nocturna, pero no nos engañemos, está tomado ahora por hordas de turistas. Sin embargo el aire canalla que permanece en su ambiente bien merece una banda sonora de la calaña de Pantano así que tarareando Woman & Man tomamos dirección a Darlinghurst St., una calle que también ha vivido mejores épocas.
Paseamos entre sus casas coloniales y sus enormes eucaliptos, palmeras y demás vegetación tropical. El estruendoso sonido de cientos de aves nos acompaña, es como si en una extraña distopía estuvieramos en un Hampstead venido a menos en un Londres con clima ecuatorial. Obligatorio parar en el Darlo Bar, un garito a tono con la atmósfera decadente que nos rodea. Una schooner de Victoria Bitter y seguimos camino hacia Surry Hills, el barrio más pintoresco de Sydney. Aquí no es que parezca que estés en Liverpool si no que directamente parece que estés en San Francisco. Un barrio plagado de cuestas enclavado en un par de colinas, con casas de escalera y jardín en la fachada y tejados a dos aguas. Ha vivido épocas mejores, pero el hipsterismo parece que lo está recuperando y esas viejas casas a punto de caerse son ahora las más revalorizadas de la ciudad.
Tenemos en este barrio un montón de hotels donde sentarnos y tomarnos unas cervezas tranquilamente. Elegimos el Royal Albert Hotel, 4 grifos de sidra, 12 de cerveza y 2 de cask ale son razones suficientes para pasar aquí un gran rato mientras suena en nuestras cabezas Moon of the parking lot from Gog y las Hienas Telepáticas.

Hora ya de movernos y dirigirnos al verdadera vórtice de depravación nocturna y diurna hoy en dia de Sydney: Oxford St. Clubs nocturnos, bares, hotels, gimnasios, restaurantes y garitos de todas las clases se acumulan en sus aceras. Como un auténtico Yardley Gobion australiano aquí vienen a desembocar todas las corrientes subterráneas de personajes extraños que pululan por la ciudad: locales, visitantes, turistas de paso o mediopensionistas, todos acaban por aquí. Nosotros subimos las escaleras del Bitter Phew, y nos pedimos la enésima schooner del dia mientras en nuestra particular banda sonora gogiana se escucha ahora Hope's Hero.



Como dijimos antes, en Sydney puedes desplazarte en ferry por toda la costa de la bahía, Bondi Beach es el destino más popular, pero nosotros nos dirigimos a Manly Beach, una playa con pueblo con encanto que dirían las guías de viaje. A nosotros nos lleva allí la visita a una cervecera: Four Pines Brewery, la mejor cerveza local que puedes beber en Sydney. Después del obligado tour y cata de sus productos ya nos podemos ir a pasear a la playa. La hora del último ferry nos sorprende mirando la puesta de sol desde el Steiner Hotel. Extrañamente nos da la impresión que suena Lonely Sea Boy de Flip Corale por los altavoces del pub.

Una última excursión nos lleva 100 km. hacia el interior esta vez, a las Blue Mountains, que durante muchos años fueron la frontera que marcaba el límite de lo colonizado, los dominios del hombre blanco frente a la naturaleza salvaje del Outback. No debemos abandonar New South Wales sin parar en el Old Bank en Katoomba. Su decoración en madera, su mobiliario ajado por el tiempo o las viejas láminas que cuelgan en sus paredes nos hablan de otra época, en la que lo desconocido estaba un poco más allá y los colonos vivían a un paso de los límites del Imperio Británico. La nostalgia nos lleva a ponernos a cantar Rey Rana from Querido Extraño y pedirnos otra bitter.

Saltamos ahora hacia el norte, a Queensland, y nos vamos a descubrir la Gran Barrera de Coral. Para ello la ciudad indicada es Cairns. Además de toda la actividad acuática que puedas o quieras hacer, es imprescindible visitar los bosques tropicales de los alrededores y la mejor forma es ir a visitar los Tanks, unos viejos enormes depósitos de hormigón usados para almacenar combustible para la flota durante la WWII (otra vez la gran guerra). Permanecen medio escondidos entre la densa maleza del bosque tropical. Paseando entre ellos parece que estemos protagonizando alguna aventura sacada de aquellos viejos álbumes en blanco y negro de “Hazañas bélicas” de Boixcar que releías una y otra vez hace tantos años. Pareciera que en cualquier momento caeríamos en una emboscada del ejército imperial japonés. Se conservan ahora convertidos en centro artístico.
A la vuelta en la ciudad paramos en el Cock & the Bull, sede del Cairns Game Fishing Club, donde nos tomamos algo con los lugareños. Es un pub tradicional decorado con numerosa parafernalia naútica y de pesca y donde enormes maquetas de pez espada, merlín, pez vela y demás cuelgan de sus techos. Mientras nos cuentan sus historias de pesca del gran merlín en el Pacífico sabes que acabarás cantando Barracuda como si estuvieras en O'Grifón con el mismísimo trovador Dear Turo.

Solo nos queda pues, para acabar de descubrir el final de la canción que nos ha traido hasta aquí y ha dirigido nuestros pasos, irnos al desierto, en el Territorio del Norte, como si fuéramos unos Burke & Wills del siglo XXI.
5 millones de km. cuadrados habitados por escasamente 700.000 personas, así de desolado es el Outback, o la tierra del never-never como la llaman por aquí. Nuestros pasos se dirgen al Uluru, un impresionante monolito rocoso situado en el centro geográfico de la isla, en medio de la nada. Esta montaña es el punto de conexión entre los dioses y los hombres para los habitantes inmemoriales de Australia, el sitio donde los espíritus bajaron a la tierra para modelarla y crear la naturaleza, a los animales y los hombres. Tratamos aquí de entender la filosofía vital de los aborígenes, ese constante peregrinar persiguiendo espíritus y canciones, siendo libres de viajar a cualquier sitio si nos lo pide el viento, como nosotros estamos haciendo estos dias. Esperando que estos secretos nos sean revelados, terminamos nuestro viaje sentados en la llanura viendo la puesta de sol tras la montaña sagrada mientras resuena en nuestros oídos Fuckin' Desierto de Gog y los salvajes cruzan la frontera.