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Imprecaciones Desde La Ergástula. El Noveno Advenimiento de Asclepio B. Taburdio

En el nombre del Main, el Clamante, el Inmisericorde.

Orate lector, aguda el olfato y no creas que mis palabras son hijas del descontento.

Enemigo mortal, apresta el descabello y da forma en tu imaginación al momento en que exhibirás tus trofeos, mis atributos sangrantes: ya los he cortado para ti.

Cardumen, mesnada, hato desaforado, niputas y adoradoras de Istar, que soportáis estoicamente las acometidas del Rodillo y los abusos de su Enorme Aparato Mediático.

Que el Agón sea con todos vosotros. Y los cuervos os señalen.

He percibido la necesidad que acucia, el hambre de fuego, y vengo en son de paz para avivar la llama. La muerte me ha hecho inmortal, la ignominia célebre y el pan de higo paciente y poderoso. Mi lengua no me pertenece, mis intestinos no me pertenecen. Soy la respuesta equivocada que se tiene por buena. No quieres leer lo que quiero no decirte, pero los dos lo hacemos. IMWT.

Imprecación Primera. Contra la vida.
El trato a la servidumbre me ha parecido del todo inaceptable. Ayer a la hora de la cena, sin ir más lejos, una esclava añadió por caridad una cabeza de merluza cocida a mi menú. No pensó que la delataría devolviendo los restos con el plato. Esperé el sonido de la vara durante toda la noche, pero nada alteró la rutina de la Casa. Y tampoco a la mañana siguiente. Con el mendrugo y la leche aguada del desayuno, llegó una nota penosamente redactada que venía a decirme que fuera más cauto. A la sospecha de que no se hubiera castigado en modo alguno a la esclava, se unió la certidumbre de que, en su barbarie, ella aún confiaba en mi buena fe. El desorden moral provocado por la ausencia de castigo es el que produce el delirio de la liberalidad. Sin las premoniciones de la muerte grabadas en la propia carne, no se puede esperar de la mayoría que entiendan lo que implica vivir. Progresivamente, la vida se ha confundido con el yo, se ha vestido con guirnaldas celebratorias y desfila bajo el mimbre del conocimiento para éxtasis de la muchedumbre. Afuera, en las trincheras, los cultos a la muerte están en manos de sicópatas y adoradores de la codicia y el poder, que no celebran la vida pero viven y lo hacen solo para el mal.

Imprecación Segunda. Contra la verdad.
Trasladaron mis restos desde Fouciño do Diaño a la fosa de Goli Otok, donde acaban los que no son llorados. La luna se reflejaba en el cristal de mis ojos muertos cuando el babalao empezó el ritual. Desperté entre aromas de tomillo y trompeta de ángel. Una mano cálida me alzó - ¿era Inle que me exigía penitencia? - me llevó hasta las puertas de la Casa. Unos enmascarados me arrastraron hasta el interior. Pude escuchar entre delirios febriles que alguien me asignaba la celda Valeriano Weyler, en la planta de los esclavos negros. En cuanto recobré el sentido, comprobé que aquella estancia había sido ya presidio. Había cadenas con grilletes ancladas a paredes y suelo, pero era evidente que estaban en desuso. Hacía mucho que no se torturaba a nadie allí. Empecé entonces a comprender el embuste. La propaganda de los grandes titulares. Supe que no me dejarían morir, que no sería tan fácil, y que tampoco querían matarme. Yo les había mentido y ellos me estaban mintiendo. Y así seguiremos. La mentira no es necesariamente falsedad, puede ser todo lo contrario. No es el reverso de la verdad, sino más bien su argamasa. Un hilo mágico que une las cuentas ... Yo, en congruencia con mis principios, siempre miento.

Imprecación Tercera. Contra el derecho.
Los esclavos de la Casa creen que estoy aquí contra mi voluntad. He descubierto que ellos, por el contrario, creen que están al servicio de la Casa por voluntad propia. Pueden elegir en qué labor se adiestran, reciben un estipendio y pueden disfrutar con cierta libertad de los lujos que ofrece la Casa, permitiéndoseles incluso que simulen ser propietarios. Los amos han creado para ellos una cosa que llaman “tiempo libre”, que es un espacio infinito en el que se escenifica una opereta colectiva titulada “La búsqueda de la felicidad”. Todas las noches, los amos ceden el salón Schrödinger de la planta baja para que los esclavos representen la obra. El guión se reescribe cada noche, pero siempre hay desacuerdo sobre la resolución. Todos los espectadores se van a dormir mientras los involucrados en la producción discuten hasta el amanecer. Opina hasta el apuntador. Y nunca cae el telón. Pero existe un consenso tácito sobre la idea de que el virtuosismo que han alcanzado las representaciones compensa esa carencia. Poco a poco todas las palabras que refieran algo conclusivo se han vuelto tabú entre los esclavos. Así se les enseña a los niños: no se cierra, se desabre; no se termina, se reinicia; no se muere (un clásico): la conciencia cambia de plano. Hay una dejación de frustraciones. Un veto a la pena. La pregunta es: con qué derecho. ¿Hay telón, en verdad? Si no hay límite, todo es límite. Por las tardes, los amos se citan en el salón Schrödinger y reescriben para los esclavos a Molina, a Suárez, a Sánchez, que cerraba todos sus escritos a la gallega: quid?

Afuera, el horizonte de Galizalbión es frontera, bruma y sangre.