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Crónicas del Reino


Estaciones


I
Todo el camino hasta la ciudad es ladrado por perros. Los conozco a todos y no me gusta ninguno, ni yo a ellos. Tienen razón en odiarme, y sin embargo es precisa la extinción de los perros en su totalidad. Después, despojados de esa ficción de utilidad, podemos empezar a hablar de otras liberaciones. Un gesto.

II
(chat)

-¿Escuchaste lo de Final Witchcraft Diarreah que te pasé?
-Eh… Sí…
-¿Y qué? ¿Te gustó?
-Mola. Suena como alguien desalojando un almacén de maquinaria pesada.
-Espera, que se lo voy a decir al que compone las canciones, que le va a hacer ilusión.


III
En el bar de abajo cada vez hay gente distinta, pero siempre está el mismo viejo que se duerme sentado. Todos han trabajado en Madrid alguna vez, en polígonos industriales cuyo nombre no recuerdan. Uno también pasó una noche en una pensión en la Puerta del Sol. Otro, más joven, estuvo en la Cañada Real.

-Traje una roca que no se la creían ni los del País Vasco…
-…

La última vez que yo estuve en la Cañada Real fue en 2009. El pueblo marroquí parecía tranquilo. Unos días atrás los antidisturbios habían intentado entrar para abrir el paso a las excavadoras que debían demoler varias casas, y la pequeña intifada subsiguiente se saldó con un agente con la mandíbula fracturada por cinco sitios. Las excavadoras no pasaron. Fuimos a entrevistar a un abogado jubilado que les llevaba los temas legales a los moros. Nos abrió la puerta su mujer, amable y silenciosa. Él era un señor pequeño, rechoncho y sonriente de bigotes blancos. En el jardín, amplio, había una réplica a tamaño real, en mosaico, del Guernica de Picasso, y una pirámide de ladrillo de unos cinco metros de alto con una puerta que descendía hacia un cubículo interior.

-¿Y esa pirámide?
-¡La pirámide! Yo me levanto todos los días y lo primero es bajar ahí, a la pirámide…
-Ahá…
-¡Si tienes una pirámide ya no necesitas ni desayunar ni nada!
-…

V
Bajé a correos a mandar unos discos de mi proyecto en solitario Massive Anal Countdown. Veintisiete paquetes, cada uno con su código postal, menos el último, que había olvidado.

-¿Puede usted mirarme el código postal éste, que no lo tengo, por favor?
-Es que no tenemos internet.
-¿Se les ha caído?
-No, no tenemos.
-¿No tienen ustedes internet en la oficina central de correos de Pontevedra, capital de la provincia del mismo nombre, una de las cuatro del nuevo Reino de Galicia?
-No (se encoje de hombros)
-Pues bueno… mírelo usted en el libro, haga el favor.
-No, es que los libros los tiraron hace mucho, cuando se informatizó todo.
-…
-Espera que pregunto (se gira hacia alguien)
-¿Se puede buscar este código postal?
ALGUIEN (con malas maneras) - ¡No!
-…
-No me puedo creer que no me podáis mirar un código postal en Correos.
ALGUIEN (con peores maneras) - agggfffgjjjjjjkhhhhh (indescifrable) No se puede…
-…
-Bueno, pues nada, si al amigo no le da la gana…
ALGUIEN (agresivo) - ¡Yo no soy tu amigo ni nada! ¡Trae el código o vete! ¡O te echamos!
-¿Me echáis de la oficina de correos? Venga, échame…
ALGUIEN - (se va)
-…
-Bueno, ya lo busco yo en el móvil…
-No, aquí no hay cobertura…
-…

VI
Una mujer se mira frente a un escaparate, en una calle lateral. Pone morritos, se gira, saca el culo, amaga un paso de baile. Cuando me acerco compruebo que es una heroinómana de edad indefinida. Su cara es una máscara. No puedo evitar preguntarme si ensaya para sí o para alguien más.

Una mujer joven y hermosa baila en un bar, descalza. Baila frente a su novio (que hace un esfuerzo por seguirla). Baila con los ojos cerrados, perfectamente ausente del mundo. No puedo evitar pensar que esa es una imagen de la felicidad: que te importe todo un carajo y los demás hagan un esfuerzo, aún, por complacerte.

A veces incluso yo bailo por mi casa, solo, como si hubiera música y fuese hasta las trancas de eme. Pero estoy perfectamente sereno. Una luz limpia de marzo lo atraviesa todo. Así fue la última vez.

VII
Voy a comer a casa de los V. Se cuentan historias de cuando no había luz eléctrica. Más tarde comienza una larga genealogía de gente que murió o que ha muerto. Luego se habla de aquella vez, que yo no recordaba, en que la policía disparó gases lacrimógenos contra un autobús lleno de niños. La cortesía de esta gente es tan exquisita que literalmente no se la nota estar; de puro perfecta es aérea. Algo amodorrado por la caña blanca, pienso que en cuánto me gustaría ser así.

VIII
(terraza, día)

-En Málaga trabajábamos en la estación…
-…
-Hubo que limpiar aquello entero… estaba llena de carteristas y de putas que trabajaban para los chulos de allí; nosotros las llamábamos “las máquinas”. Y los chaperos en los baños, los maricones…
-Bueno, pero esos no hacían daño a nadie, no?
-Hombre, ¡pero en su puta casa! No a poner el culo allí en los servicios…
-…
-Pero esa gente no entiende. Se lo decías una vez y volvían, se lo decías dos y volvían. Luego les aplicabas el torniquete y ¡Ha! Ahí ya no volvían (risas)
-…
-Sólo tuve que disparar una vez en un tren…


Luego hablamos un rato muy largo sobre el alma, que yo entiendo como un hueco delimitado por cosas que, claramente, no son el alma. Alguien ha sacado a todos los chaperos de allí ,también.

IX
Estoy fumando base con una amiga, escuchando a Forest Swords. Es mi primera vez, llego un poco tarde a todo esto. El flote es vacío pero tenso; la calma de algo que ha sido arrasado o limpiado a espátula y que estira los bordes del mundo. Una calma total a la que le falta algo. ¿Qué es? Paso los cinco días siguientes pensando en la droga todo el tiempo. Cuando me vuelven a ofrecer digo que no. Un adicto siempre quiere que seas adicto. No creo que un adicto considere a los no adictos seres completos. Pienso en ello mientras observo a mi amiga, que no es adicta pero tiene una belleza ausente, espectral, como si hubiesen bañado en disolvente la tierra entera y ella fuese la única que aún sabe sonreir, con timidez.

X
Dos señores primos de Willy DeVille hacen cola conmigo para comprar el pan.

-Eh, Johnny… ¡Es tu turno!
-Gracias…

Pienso en “A Girl Called Johnny”, la canción de Rowland S. Howard, que murió hace ya diez años. Siempre me cayó mejor Rowland que Nick Cave. Rowland hizo un disco con Nikki Sudden en el que tocaban blues como quien desentierra cadáveres y toma con ellos el té.

XI

Permanezco en silencio, sentado junto a la puerta de la cocina que da al patio, en una de las sillas de mimbre que mi madre compró hace treinta años. Es un día de sol. Un gato perfectamente blanco se asoma de pronto por la puerta, sin verme, apenas a medio metro de mis pies. ¿Es ciego? ¿Sordo? ¿Ha perdido el olfato? ¿Es un mensajero? Finalmente me percibe y huye.

Dos días después estamos tú y yo en la misma cocina y oímos claramente un maullido. Recorremos la casa pero no encontramos a nadie. Un rato después el mismo gato blanco sale por la puerta al patio. Dos pájaros que han anidado en el tejado y tienen crías lo atacan en un perfecto picado de messerschmidts contra sus orejas. Huye, otra vez, seguido por los cazas hasta la silenciosa oscuridad de un galpón que da al bosque. Varios días después, tras un sofá, encontramos sus cagadas y un pájaro muerto.

Tú encuentras también el cadáver de una cría diminuta de murciélago. Las hormigas de su interior hacen que se mueva extrañamente.

Le dejo comida al mensajero en la puerta, por las noches. Pero mi madre no soporta las cosas vivas, y esta casa es de mi madre, aunque ella no aparezca nunca por aquí. Comparativamente, los gatos tienen mucha mejor conversación que mi madre. Mi madre pinta diez cuadros al día. Ahora está en su fase de cabezas. Cabezas grecolatinas a rotulador sobre fondos marinos. Mi madre se ha empleado a fondo esta semana y ha pintado 83. Eso dice mi hermana. Rara vez veo a toda esa gente.

XII
En Vigo me confundo de bus y cuando me doy cuenta estoy en Pontecaldelas. En la taquilla de la estación ya no trabaja nadie. No tengo dinero y el sol cae a plomo. El pueblo me resulta el más feo que he visto nunca, bajo la luz perfectamente antinatural.

XIII
Encargué un ensayo, que una noche de borrachera le había regalado a un hacker holandés. The World Without Us. Tardó siete meses en llegar y resultó ser un libro distinto de igual título. Lo ojeé mientras esperaba el tren, era malo. Un viejo con un hatillo se me acercó. Supe que era Odín con su disfraz habitual.

-O sol eche una cosa ben xeitosa.
-Eeee…


Sonrió con una fila perfecta de piños nuevos y se alejó hacia las dársenas.



(Pontevedra, 29-7-20)