Ganar es un hábito. Pero no hace al monje ni al Porco Bravo. Las cosas no se deben dar nunca por supuestas. Ninguna cigarra pasó nunca mejor invierno que una hormiga. Es cierto que a veces hay casualidades y otras hay excepciones. Pero sólo confirman la regla general. Sin entrenar, sin sacrificio, sin disciplina, no se va a ninguna parte. Aunque a veces un buen resultado maquille una mala actitud. Aunque a veces el talento colectivo tape las miserias individuales. Y viceversa. Hemos tomado nota. Los trenes de la purga ya están en el andén del no volverá a pasar.
El uniforme, ¿no era totalmente negro? |
La otra crónica, la escrita según el tradicional método galeguidade ao pao, informa:
Porcos Bravos 8 - Sheffield Stags 4
Os Porcos Bravos: Manu Blondo (Gk); Frank; Nacho; Xandre; Sergio (4); Peter Rojo; Martín Fisher; Estevo (2); Villanueva; Gael (2); Josué; Sava y Xurxo Moldes
The Sheffield Stags: Gallo (Gk); Thomo; Harrison (2); Machen; Percy; Simon (2); Irish; Ben Thompson y P.K.
Venue: Agüeiros, en Campañó. Mañana soleada. El otoño en Galiza ya no es lo que era. Estuvieron arreglando el campo y se notó.
Attendance: 700 privilegiados en las gradas. Entre ellos, los hermosos y los malditos.
Uniformes: Os Porcos Bravos cabalgan otra vez con Jako, hermosa camiseta germana y negra.
Los Stags insisten en el verde de tonalidad confusa. Ya saben que la esperanza es una puta vestida de ese color.
El Laurence Bowles (¿o es ya el premio Colin Davies?) al mejor jugador porcobravo es para Peter Rojo, imperial en la zaga local.
El Derek Dooley's Left Leg al mejor jugador inglés recae en Simon, al que otras fuentes llaman Schofield.
Árbitro: E. Manzano Negreira. Sin influencia en el resultado.
Los Datos: Van cinco victorias seguidas del equipo galego y la tentación de la rima siempre está presente.
Sergio se convierte en el primer jugador que golea en cuatro ediciones consecutivas.
Os Porcos Bravos empiezan a ser una voluta de humo en el horizonte. 12 triunfos a 7. Jamás un equipo en esta Cup había tenido cinco partidos de ventaja. Contando además con la particularidad que diez ediciones se han disputado en Inglaterra por sólo 9 en Galiza. En la XX, buscarán, una vez más, lo nunca visto en la competición. Ganar 6 ediciones consecutivas.
No nos engañemos. La puesta en escena de los Porcos Bravos fue un puto espanto. Se notó que parte del equipo se dejó arrastrar por la resaca de la noche pontevedresa y ni hizo acto de presencia. Se notó que no se entrenó la XIX ni a las canicas y lo pagaron con hasta tres lesionados. Se notó que están embriagados de éxito. Y tanto dieron la nota, que los ingleses marcaron en su primer ataque. Tocaba a los locales remar contracorriente. Y entonces los cuervos, una vez más, decidieron volar en dirección al Main. El delantero titular para la ocasión demostró de que pie cojea y hubo que cambiarlo. Genio y figura, a Sergio le bastó lo que quedaba de primera parte para marcar la diferencia con un póquer de goles y cambiar el curso de la batalla. Gael, Xandre, Josué y los debutantes Estevo y Villanueva, todos un notable alto, empezaron a subir el ritmo, y la jornada se tiñó de negro. Los de Sheffield, un equipo aseado y trabajado tácticamente, acusaron eso tan viejo de que todo el mundo tiene un plan hasta que le cae la primera hostia, y encajaron un quinto antes del recreo.
Aunque nadie lo dijo en voz alta, todos sabían que la segunda parte sobraba. Un parcial de 3 a 3 a pesar del noble temple de los arqueros en el intercambio limpio de golpes en el correcalles y del admirable pero infructuoso esfuerzo de Martín por hacer su gol y defender la corona de máximo goleador histórico.
También hubo otros detalles de esos que enriquecen la mitología anglogaliciosa que se bebe en los pubs: el golazo de Simon, directo a un tutorial de como pegarle a la pelota; o la asistencia de tacón de Sava...lástima que volviese a confundir la portería.
Ahora toca preparar la XX. Un partido que se prevé épico.
Os galegos tienen que hacer examen de conciencia.
Los ingleses, jugando de locales y con tres fichajes más, tendrán una nueva oportunidad para acabar con una sequía que enfila hacia la década.
Pero eso será otra marea y en otro país
Después de todo, mañana, si los dioses no disponen otra cosa, será otro día.

416 comentarios:
«A máis antiga ‹Máis antiga 1 – 200 de 416 Máis recente › A máis nova»
-
La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol
dixo...
-
-
30 de novembro de 2025, 19:20
-
La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol
dixo...
-
-
30 de novembro de 2025, 19:22
-
Me pone el morbo
dixo...
-
-
30 de novembro de 2025, 19:35
-
Unha cabicha atopada en haxix
dixo...
-
-
30 de novembro de 2025, 21:34
-
Sarah W. Boasorte
dixo...
-
-
1 de decembro de 2025, 08:45
-
fractura transindesmal del peroné a nivel del tobillo izquierdo
dixo...
-
-
1 de decembro de 2025, 21:01
-
Don Celta de Estorde
dixo...
-
-
1 de decembro de 2025, 23:09
-
un observador que miró a las mujeres y aparentemente desdeñó el sexo.
dixo...
-
-
1 de decembro de 2025, 23:50
-
Gattuso
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 08:01
-
Porco from Murcia
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 08:57
-
Willy Pangloss Maya May
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 09:48
-
La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 18:33
-
Wally
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 18:35
-
Thomo
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 18:46
-
Ladillao Cubeiro
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 18:49
-
Hooligan
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 18:52
-
Manzano Negreira
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 18:53
-
John Ford
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 18:56
-
Caos
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 20:26
-
Semónides Amorgos
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 21:56
-
Pep Nandrolona
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 21:57
-
una manada de gorriones-bicho
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 22:03
-
La dama de el Che
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 22:06
-
Voluta de lefa
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 22:08
-
Pirómano
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 22:12
-
Deacon Sangriento
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 23:50
-
Deacon Sangriento
dixo...
-
-
2 de decembro de 2025, 23:53
-
Capitán Pedrolo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 09:40
-
O Derradeiro Xabarín Ceibe
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 09:49
-
Grace Garrobo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 10:00
-
Calcuta de rima fácil
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 15:25
-
Asclepio Taburdio
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 17:46
-
Sebastián Querol
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 18:26
-
Sebastián Querol
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 18:26
-
Sebastián Querol
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 18:27
-
Blas Trallero Lezo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 19:57
-
Blas Trallero Lezo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 19:57
-
Blas Trallero Lezo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 19:58
-
Blas Trallero Lezo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 19:58
-
Blas Trallero Lezo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 19:59
-
Blas Trallero Lezo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 19:59
-
Hools en la grada
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 20:04
-
La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 20:14
-
Anónimo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 20:14
-
Experto en la diplomacia del Rodillarato.
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 22:05
-
Pescando parrochas
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 22:08
-
he competido con el viento y la nieve
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 22:13
-
los ferrocarriles, los caballos, la tierra
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 22:17
-
es la cosa más aburrida y pretenciosa que he leído en los últimos trescientos años.
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 22:20
-
el cuadro de ciervos corriendo por el monte encima del sofá
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 22:26
-
Cualquier hipótesis puede ser imaginada.
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 22:28
-
Sombra del paraíso
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 23:26
-
azul grave, pleno, serenísimo
dixo...
-
-
3 de decembro de 2025, 23:33
-
Habitación 237
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 00:15
-
Folly Bucelario
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 00:22
-
Folly Bucelario
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 00:23
-
Folly Bucelario
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 00:28
-
Feliz cumpleaños Caudillo
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 08:28
-
O Xoves Hai Cocido
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 08:31
-
O Xoves Hai Cocido
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 08:33
-
O Xoves Hai Cocido
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 08:34
-
O Xoves Hai Cocido
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 08:36
-
O Xoves Hai Cocido
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 08:40
-
¿Qué pasa si no soy lo suficientemente monstruo ?
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 09:02
-
Kruger
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 09:06
-
El último de los mohicanos
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 09:26
-
La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 09:29
-
Deacon Sangriento
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 09:35
-
Deacon Sangriento
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 09:36
-
The Loser
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 11:39
-
Don Pantuflo Zapatilla
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 12:55
-
Kilt fucker
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 13:32
-
Añadido al comentario 71
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 13:38
-
De una adicción a otra
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 14:39
-
Gonzo Hearst o las Tribulations del periodismo feraz
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:10
-
Gonzo Hearst o las Tribulations del periodismo feraz
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:11
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:19
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:19
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:19
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:20
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:20
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:21
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:22
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:22
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:23
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:23
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:24
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:24
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:25
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:26
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:26
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:27
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:27
-
Se gana la vida diciendo la verdad y llega a la verdad tirando de las palabras.
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:30
-
Iván Soto
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:33
-
el resarcimiento sine die de los damnificados de la heteronormatividad, el racismo estructural o lo que dicte la incomprensible farfolla de los doctrinarios queer
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 18:45
-
Señor mayor
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 19:15
-
Las alubias del Ahorcado Carradine
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 19:17
-
Arriba y abajo
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 20:31
-
os voy a dar diez hostias al cuadrado a cada uno, o sea cien hostias.
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 20:50
-
101st Airborne Division
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 21:22
-
Iñaki Ugarte Uiriarte
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 21:29
-
Iñaki Ugarte Uiriarte
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 21:39
-
la común teoría del acíbar para forzar el destete
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 22:02
-
Full English Breakfast
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 22:04
-
Mike Barja
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 22:37
-
El jabalí de color rojo
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 23:05
-
Xandor Korzybskin
dixo...
-
-
4 de decembro de 2025, 23:46
-
R. Keane
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 08:38
-
Azul Mahón
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 08:51
-
La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 09:33
-
Nuestros sistemas han detectado tráfico inusual procedente de tu red de ordenadores. En esta página se comprueba si eres tú quien envía las solicitudes en lugar de un robot.
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 09:41
-
Todos ellos han envejecido notoriamente, e incluso han engordado preocupantemente.
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 10:00
-
La espuma de mi lefa
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 10:02
-
Tora in terrace
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 16:01
-
la obesidad poética.
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:34
-
un catecismo diabólico
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:36
-
Todo cuanto viene de los hombres, la guerra, la enfermedad, la ciencia, el amor, la historia, los cosméticos, los bañadores, yo lo amo
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:38
-
El posporno
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:40
-
A través del ojo de buey
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:42
-
Perro en celo
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:45
-
The XIX
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:55
-
Ruesha Littlejohn
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 18:59
-
El blog se ha eliminado
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 19:06
-
beberse una pinta de ginebra antes de irse a la cama
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 19:12
-
Beatrice Lafoyet
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 19:17
-
El par torsor nunca duerme
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 20:48
-
El par torsor nunca duerme
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 21:02
-
Deán Ortega
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 21:41
-
Frank Belknap Long
dixo...
-
-
5 de decembro de 2025, 23:45
-
España no participará en Eurovisión, un certamen de canto, dicen, porque no han excluido es decir censurado a Israel. Qué gran noticia.¡Gracias Israel!
dixo...
-
-
6 de decembro de 2025, 21:50
-
Contacto
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 09:35
-
Mouriño
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 10:02
-
J. Cerdas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 10:03
-
El Sármata Borracho que fue Samurái Vagabundo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 13:11
-
Crítico por amor al Arte
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 17:56
-
Crítico por amor al Arte
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 17:56
-
Crítico por amor al Arte
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 17:57
-
Crítico por amor al Arte
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 17:57
-
Crítico por amor al Arte
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 17:58
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:24
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:27
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:28
-
Anónimo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:34
-
Anónimo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:34
-
Anónimo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:35
-
Anónimo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:36
-
Anónimo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:37
-
Anónimo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:38
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:40
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:41
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:42
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:45
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:46
-
Y yo con estas pintas
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:48
-
Crean un torneo de fútbol para gordos: sólo pueden participar jugadores de más de 90 kilos
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 18:57
-
Empieza a crearse jurisprudencia
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 19:01
-
La metamorfosis
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 19:02
-
No voy a firmar esta mierda gay
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 19:03
-
Hijos del hormigón
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 19:06
-
el mar abierto tras el fiordo se torna amniótico para abrazar a un hombre bueno.
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 19:09
-
Inteligencia Artificial o nihilismo.
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 19:31
-
Deacon Sangriento
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 19:32
-
Anthony Patch
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:39
-
Anthony Patch
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:40
-
Anónimo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:42
-
Un hombre respetable y un hijo con mucho talento
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:45
-
¿El amante demoníaco? Mujer gimiendo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:52
-
Un congénito adorador de fetiches
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:52
-
El arco voltaico
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:57
-
Una escena retrospectiva en el Paraíso
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 20:59
-
Una escena retrospectiva en el Paraíso
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 21:18
-
un pomelo exprimido
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 21:26
-
Full English Breakfast
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 21:28
-
Liam Neeson
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 22:09
-
Porco Bravo
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 23:30
-
Patty Difusa
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 23:37
-
Polla dura
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 23:42
-
Nihil Moriarty
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 23:45
-
Nihil Moriarty
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 23:46
-
Nihil Moriarty
dixo...
-
-
7 de decembro de 2025, 23:47
-
Pionta dedicada al delantero sin nombre
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 08:14
-
Pionta Spam
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 08:28
-
Pionta Spam
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 08:35
-
Para que luego hablen de Juan Lapanza
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 09:08
-
No pasa nada
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 09:30
-
Doctor Pyg
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 09:35
-
A 4 patas
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 10:21
-
Steerforth Dedlock
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 10:43
-
Ximena Quente de Quantrill
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 11:09
-
Ximena Quente de Quantrill
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 11:09
-
Ximena Quente de Quantrill
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 11:09
-
Ximena Quente de Quantrill
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 11:10
-
Ximena Quente de Quantrill
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 11:11
-
Doc Gélido
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 11:58
-
Alicia en el país de los vertederos.
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 14:05
-
Cuatro líneas tuyas bastarán para enterarme
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 14:07
-
La ley de la CI
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 14:08
-
Or's entra en tirria.
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 14:11
-
¿ Por qué la pionta 200 no tiene avatar ad hoc ?
dixo...
-
-
8 de decembro de 2025, 14:15
«A máis antiga ‹Máis antiga 1 – 200 de 416 Máis recente › A máis nova»Huele a sangre
Entrada en deposición.
Versión definitiva para el día de Pearl Harbor
Se van a agotar las palomitas
Coñecida como bandullo, buchelo, calleiro, enchido, tripón, vexiga ou vincha, trátase dunha sobremesa feita a base de pantrigo, ovos, leite e azucre que se embute na tripa gorda do porco e se coce no forno. En moitas zonas foise perdendo a tradición da tripa e cocíñase en potas.
Entrenamiento duro y Prosperidad colectiva.
Sin sudor no hay Cup.
Hay estrellas del porcobravismo que no salen en la foto...
El infierno del alma no se enciende con los ardientes carbones del odio, sino con las cenizas del desdén y de la indiferencia, las verdaderas sustancias de nuestro viejo origen, el pecado del ángel: sublevarse al ser ignorado por quien uno estima.
La crónica de la XIX es un bulo narrado por un loco, lleno de odio y furia
No nos libramos de una cosa evitándola, sino tan solo pasando por ella.
¡Acho, quítate de en medio! Anda y guárdame la cría, que pa'l fútbol no vales ni un pijo
Why deer?
What do you wanna say to deer specifically?
I’d tell them not to cross the street and to stay in the forest.
‘Cause a lot of deer die trying to cross the street.
Yeah. Yeah.
La entrada sigue en deposición y con diarrea de visitantes.
Quería llevarla al campo de Campañó, llevarla a vivir entre cerdos que hicieran «oinc» y se convirtieran en chorizos y tuvieran cerditos que nadie matara jamás. Quería que sembraran juntos y cosecharan y ella volviera a ser morena y a tener los ojos marrones y los labios delgados y a estudiar filología inglesa como cuando la había conocido. A veces pensaba que ella aún tenía esperanza, pero también pensaba que, muy probablemente, a la esperanza hubiera que representarla todas las veces con las manos vacías.
Why beer?
What do you wanna say to beer specifically?
I’d tell it not to leave the pump and to stay in the barrel.
‘Cause a lot of beer gets drunk when it enters the glass.
Yeah. Yeah.
La pornografía es la revolución final. El ser humano no es un ser racional, es un ser pornográfico. Estoy pensando en la pornografía sexual, no en la moral, que no me interesa; no me interesa porque no existe.
La pornografía es el arte que permite la superación del nihilismo y de la lucha de clases. Creo en la pornografía: la liberación de todos los instintos, la animalización sin límite. La pornografía nos da una ilusión de consistencia momentánea, y eso está bien.
El concepto de violencia tiene la etiqueta de una tarea imprescindible, la que necesitan los hombres para cumplir con su destino. Es la manera de conectar directamente con las exigencias que emanan históricamente de las deidades hasta constituir una existencia trágica. De esta manera las confrontaciones violentas se convierten en victorias y liderazgo.
Monté a caballo con él. Lejos, abroad.
No me abandones.
Eras el mejor. ¿Dónde estás?
¿Dónde está todo?
Tío, estoy ciego.
Todo ha debido de terminar y yo ni me he dado cuenta.
Sigo aquí, donde siempre. No me he movido, en mitad de la sala de baile.
En mitad de Yardley Gobion.
Pero eras el mejor, sí.
Un beso, tía.
Sweet Caroline.
Y esos cuellos de camisa, tío, y esa melena con laca, tío,
y esa voz.
Si hablando con alguien de "Érase una vez en América" de Leone, ese alguien menciona "El Padrino" de Coppola, entonces ya ni me pongo a hablar de Tour de Francia. Entonces, simplemente me voy sin despedirme y no quiero volver a hablar con ese tío en toda mi puta vida. No es por desdén, qué va, es porque no me descubra. Es por odio.
Confusión es una palabra que hemos inventado para un orden que no se entiende
Toda la historia de la humanidad se basa en el intento insistente de la filosofía en hacernos creer que somos algo más que animales. Pero no lo somos
Al Porcobravismo le salva el fondo de armario. Ahora sólo falta que alguno salga de el.
El Comisario duerme arriba o abajo, claro. Y ronca. Y como está todo el día de mala hostia, me pega. Porque el Comisario ronca, pero los rumanos tienen flatulencias nocturnas de gran envergadura. Los dos son muy grandes, yo creo que esa litera acabará hecha trizas, y uno de ellos es negro y tiene un falo gigantesco, ay, padre mío. Y el Comisario se cabrea y me echa a mí la culpa, dice que no nos pagan las dietas porque se me olvidó poner la dirección, ¿pero qué dirección?
Cómo me gusta la palabra comandante. No general ni capitán, sino Comandante.
Y después, Main
El horizonte nos lanza hacia sí. Es el punto más lejano al que puede huir el alma sin perder aún el contacto con nosotros mismos.
sólo el fuego, no dos cosas, sino una
Hemos vendido nuestra fe; hemos intercambiado la piedad verdadera por la impiedad; hemos traicionado el sacrificio puro y nos hemos convertido en defensores del pan ácimo
En la historia de la humanidad, siempre ha habido censura y quemas de libros. Pero rara vez esos borrados, o incluso esos incendios, no dejaban algún rastro, o algún superviviente. Copias escondidas, un relieve bajo las tachaduras, quemas solo parciales… La tecnología moderna ha llegado a leer los pergaminos carbonizados de Pompeya. Incluso cuando solo quedan cenizas completamente ilegibles, queda, al menos, la huella del incendio. Nuestros días han inventado los textos digitales, y por lo tanto, la destrucción total, perfecta, con solo un clic. Sin restos ni rastros. Eso nos aproxima, a un poder que el teólogo Pedro Damián concebía como exclusivo de la divinidad: el de ser capaz, no solo de hacer que algo que existe deje de existir, sino incluso de que nunca haya existido. Las peores damnatio memoriae de Stalin son ridículas en comparación con lo que podemos damnar ahora.
A paciencia pode ser unha forma de acción revolucionaria.
Ningún muro pode deter o camiño dun trazo.
Dale por lo barato, que hay ingleses.
Da hasta que duela.
Peste porcina en los bosques de Campañó
¿Qué recordamos?
¿Cómo recordamos aquello que recordamos?
¿Por qué recordamos aquello que recordamos?
¿Qué relación tiene aquello que recordamos con la realidad pasada?
¿Puede modificar aquello que recordamos a la realidad pasada?
¿Qué es, entonces, la realidad, aquello que sucedió o aquello que recordamos que sucedió?
los recuerdos no pesan nada, unos cuantos nanogramos, son solo una misteriosa red de neuronas que transportan impulsos bioeléctricos, células que intercambian apenas un poco de química, nada más que una leve agitación de la materia oculta en el cráneo que se desintegra con la misma seguridad con que se derrumban las ciudades, e igual que estas la memoria se corrompe y congela, luego van cayendo, piedra a piedra, certeza a certeza, rostros, voces y gestos, y del sabor de las bocas, de la piel tersa de los cuerpos jóvenes y del color de los ojos y de los instantes con olor a yodo, de la frescura de las tardes, no quedan más que cenizas, e igual que las ciudades que hay que reconstruir sin cesar sobre sus propias ruinas, hay que reconstruir la memoria cien veces más para que no se hunda en la tierra, y lo mismo ocurre con nuestros muertos, sus vidas, sus manos sobre nosotros y los retazos de historias que nos contamos a nosotros mismos, esa humilde narración íntima que constituye el esqueleto y los nervios de nuestras vidas
Junto al desarrollo cronológico de los hechos en los que estamos inmersos, eso que llamamos «el pasado» ejerce, dentro de ese Todo, una influencia sobre lo que nos representamos como el futuro: es el saber que imparte el Ritmo, el cual, aunque de forma fugaz para nosotros, pero cierta, suspende la acción del Tiempo.
La Edad Media europea ha fascinado siempre a los japoneses, porque más allá del exotismo que suscita en ellos todo lo occidental, les es posible reconocer ciertas similitudes entre su pasado feudal y el nuestro. Los que tenemos unos años recordamos con más o menos nostalgia series de anime como "Vicky el Vikingo" o "Rui el pequeño Cid" que ya trataban de estos temas, aunque con un enfoque bastante infantil. A las generaciones más jóvenes de lectores de manga es posible que les suenen más ciertos títulos muy exitosos como "Vinland Saga" o "Berserk".
El primero, obra de Makoto Yukimura, se refiere a una obra bien documentada, en la que se aprecia una evolución en el dibujo desde el estilo más básico y estereotipado de los mangas al inicio de la serie, a uno mucho más complejo y elaborado, para reflejar una historia cruda y realista ambientada en la época de las incursiones normandas de los siglos IX y X. En cuanto al segundo, es un seinen o "manga adulto" del dibujante Kentaro Miura, y continuado a su muerte por Koji Mori, situado en una época incierta, pero que amalgama elementos históricos y culturales europeos de la Edad Media y del Renacimiento, creando una especie de mundo de ficción a la manera de El Señor de los Anillos o Juego de Tronos. También mezcla los elementos realistas con otros de carácter sobrenatural y terrorífico, lo que recuerda bastante a las historias de Conan el Bárbaro, de Lovecraft o de eso que se ha dado en llamar la Dark Fantasy. El dibujo varía bastante de unos capítulos a otros, en función de la narrativa, intercalando momentos de sosiego y de lirismo, pero predominando en conjunto los tonos épicos y muchas veces sombríos, evocando un mundo violento y oscuro, propio de las historias de espada y brujería.
A lo largo de la saga seguimos las andanzas de un guerrero fuera de lo común, al que se conoce por el nombre de Guts, un mercenario que ha sufrido toda clase de horrores y vejaciones durante su infancia, al quedarse muy pronto huérfano, pero que en lugar de sucumbir se ha ido curtiendo en el arte de la lucha hasta convertirse en un combatiente invencible. La época que le ha tocado vivir es muy dura, de permanente conflicto; sin embargo conocerá una añorada Edad de Oro, en la que Guts dejará de ser un solitario para unirse a un grupo de mercenarios, la Banda del Halcón, dirigidos por Griffith el Halcón Blanco, un individuo con un engañoso aspecto angelical de héroe de cuento de hadas, que se pone al servicio del rey de Midland para protegerle de la invasión de los kushanos, especie de sarracenos u otomanos que cuentan con el auxilio de fuerzas oscuras. En esa época, siendo capitán del escuadrón de asalto, Guts aprenderá a valorar la camaradería de sus compañeros de armas, entre los que destaca una mujer, Kasca, con la que tiene algo parecido a una relación sentimental.
El destino se tuerce cuando Griffith cae en desgracia a ojos del rey, quien lo encierra y tortura, siendo rescatado más tarde por Guts y los compañeros de la Banda del Halcón, pero su antiguo jefe se ha convertido ahora en una sombra de sí mismo, en una piltrafa humana. Contrariado en sus deseos de gloria y de poder, Griffith, que ha obtenido un talismán llamado el Beherit Carmesí, decide vender su alma al diablo y sellar un pacto con la Mano de Dios, una oscura organización sobrenatural que controla a unas criaturas infernales llamadas los Apóstoles, y a cambio se le pide que traicione y sacrifique a sus antiguos camaradas. En una ceremonia de advenimiento conocida como el Eclipse, la Banda del Halcón es aniquilada por completo, Kasca es salvajemente ultrajada hasta el extremo de que pierde la razón, y Guts queda mutilado de su ojo derecho y de su brazo izquierdo, llevando desde entonces un estigma indeleble en el cuello, que sangra en presencia de los Apóstoles. Convertido de nuevo en un errabundo, jura vengarse de éstos y de Griffith, y resulta providencial su encuentro con Godo el herrero, quien le fabrica un brazo ortopédico y un enorme espadón, una losa de hierro tan alta como él mismo y conocida como el Matadragones, capaz de partir en dos a cualquier hombre, bestia o demonio que le salga al paso. Más tarde recibirá de la bruja Flora la Armadura de Berseker (de ahí su nombre, que alude a los guerreros vikingos) un artefacto que hace entrar en trance a su poseedor y lo convierte en una criatura letal y muy peligrosa para sus enemigos, sus aliados e incluso para sí mismo. Es algo parecido a las metamorfosis de Hulk, Slaine o de Kami No Ude, el personaje de "El brazo de Dios" creado por Brocal Remohí. Entretanto Griffith, conocido ahora como Fento, ha refundado la Banda del Halcón con ayuda de apóstoles y de criaturas astrales, se ha hecho con el poder en Midland, y sobre las ruinas de su capital Wyndham ha levantado la portentosa ciudadela de Falconia. Guts en compañía de otros camaradas como la noble Farnese de Vandimion o el pequeño Isidro que quiere aprender sus técnicas de lucha, marchará hacia Elfhelm, la isla de los Elfos, en busca de una cura para Kasca, y para más tarde reanudar su cacería de los apóstoles y su particular vendetta contra Griffith. La serie, que lleva publicados hasta la fecha más de treinta gruesos volúmenes, prosiguió tras el fallecimiento de su creador y todavía no ha concluido.
A primera vista el personaje de Berserk parece que está inspirado, además de en el replicante Roy Batty, interpretado magistralmente por Rutger Hauer en "Blade Runner", en fuentes niponas, como las que suministran algunos guerreros samuráis históricos o de ficción. Está por ejemplo el daimyo del siglo XVI Date Masamune, apodado el Dragón de un solo ojo porque había perdido uno por culpa de la viruela. Fue un caudillo victorioso en el combate y se convirtió más tarde en un héroe legendario para los japoneses. En la ficción destaca el personaje de Tange Sazen, un samurái manco y tuerto que protagoniza la obra literaria "La catana del lamento", muy popular en el Japón.
Ahora bien, dicho esto permítaseme una digresión. Aunque la autoría del manga sea sin duda japonesa, la historia se enmarca en la Europa del medievo, que para muchos extranjeros es sinónimo de España. Es más, algunos lectores han señalado la aparición de algunos nombres propios y de algunos escenarios en la serie que contienen una clara alusión a nuestro país. Personajes como Isidro, Godo o el mismísimo Guts , portan nombres españoles o que remiten al menos al mundo visigodo. Como broma podríamos incluso decir que el apellido del autor del manga (Miura) tiene resonancias hispánicas, al ser un apellido que puede ser japonés o de origen navarro, indistintamente. Y algunos pasajes significativos de la serie tienen como marco la arquitectura morisca de la época nazarí o están calcados de otros monumentos españoles como el castillo de Coca (el castillo fronterizo de Doldrey) o el Alcázar de Segovia (aparecido en la versión en anime). Ni siquiera falta la Inquisición, de la mano del padre Mozgus, aunque ésta se destacara más en aquel tiempo en el sur de Francia, durante la cruzada contra los albigenses.
No obstante, es cierto es que es posible también hallar alusiones a otros sitios y episodios históricos que se refieren a otros reinos de Europa: el Palazzio Vechio de Florencia, la catedral de reims, la Guerra de las Dos Rosas, etc.
Pero si nos aferramos a la hipótesis española, también es verdad que en nuestra historia militar (no restringida a la Edad Media) existen personajes heroicos que encajan incluso mejor que Date Masamune con las características físicas de Guts: tuerto de un ojo y además manco. Por defecto tenemos a Antonio Ripoll (1881-1909) apodado "el capitán de la mano de plata", que perdió su antebrazo izquierdo combatiendo en Filipinas contra los insurrectos, participando en el sitio de Manila, y que llevaba una prótesis como Guts. Decimos "por defecto" porque conservaba al menos sus dos ojos. Su aparente discapacidad no le impidió seguir en el servicio activo en Marruecos, ya que no quiso ingresar en el Cuerpo de Inválidos, y allí murió al mando de la 4ª compañía del Batallón de Cazadores de Figueras nº 6, durante el combate que se desarrolló en el Zoco Jemis en 1909. Su cadáver fue muy maltratado, como acostumbraban a hacer los kabileños con nuestros caídos, pero se pudo recuperar su mano de aluminio que hoy se conserva el Museo del Ejército. Su asombrosa historia inspiró al dibujante Antonio Hernández Palacios un capítulo de su serie "La paga del soldado", publicada en la revista "Trinca" en el año 1972.
"Por exceso" tenemos, como no podía ser menos, al ahora tan famoso vicealmirante Blas de Lezo 1689-1741) que no sólo era tuerto y tenía imposibilitado un brazo sino que además tenía una pierna amputada. Y aún así, este "medio hombre" se las compuso con 3.000 hombres y seis barcos para frenar en seco a toda una Armada de la Pérfida Albión, dando al traste con sus propósitos de conquistar Cartagena de Indias.
Con todo, el militar español mutilado, pero con los cojones bien puestos, más famoso y que más se podría parecer a Guts no es otro que el general José Millán-Astray (1879-1954) fundador de la Legión, quien además de haber sido tuerto y manco tuvo una relación con la cultura japonesa y los samuráis muy especial, como enseguida veremos. Al igual que el capitán Ripoll inició su carrera en el Ejército combatiendo como voluntario en Filipinas y más tarde en Marruecos. Perdió su brazo izquierdo durante una emboscada en Fondak en 1924, y su ojo derecho por herida de bala, mientras fortificaba la Loma Redonda. Como se ve coincide totalmente, gran casualidad, con las heridas de Guts. Lejos de ser el descerebrado que nos pinta Amenábar (ese chileno subvencionado, que pretende enseñarnos nuestra historia en clave queer) en su peliculita "Mientras dure la guerra", se trataba de un hombre de inquietudes intelectuales, que admiraba al poeta D'Annunzio y que sentía fascinación en concreto por la cultura japonesa.
Siendo joven muy probablemente pudo leer una temprana traducción del inglés al español (la de Jiménez de la Espada de 1908) de "El Bushido: el alma del Japón" (1895) de Inazo Nitobe. Este autor, economista agrícola perteneciente a un clan de samuráis, le tocó vivir durante el aperturismo de la Era Meiji, y quiso explicar a los occidentales las tradiciones de su país y la importancia para entender la mentalidad japonesa del código de honor, autocontrol y conducta impecable de los samuráis, conocido como el Bushido (literalmente "la vía de los hombres armados").
Millán-Astray quedó muy impresionado por la lectura de este libro, que influyó en él desde sus años en la academia de infantería de Toledo. Más tarde, en 1920 cuando se le ocurre crear el Tercio de Extranjeros para luchar contra la morisma, se inspirará tanto en la Legión Francesa y los Tercios españoles de los siglos XVI y XVII como en el Bushido. De hecho, las enseñanzas morales inculcadas por él a los cadetes de Infantería de Toledo en los años que fue su instructor (entre 1911 y 1912) y el Credo Legionario los configuró a partir del molde del código samurái. Su propósito no era adiestrar a simples soldado, sino redimir a auténticos desechos de la sociedad y transformarlos en caballeros legionarios, para los que no cabía mayor honor que morir en el combate. Para el legionario, como para el samurái, la muerte no es tan terrible como parece, lo horrible es sobrevivir siendo un cobarde (¿te enteras, Amenábar?). De ahí expresiones como "Soy el novio de la Muerte" o "Viva la muerte", que corresponden a una interpretación particular del suicidio con honor o "seppuku", manifestación máxima de honor, lealtad y autocontrol de un bushi y también de patriotismo (como demostraron los pilotos kamikaze en la Segunda Guerra Mundial).
Incluso la expresión que se le atribuye de "Muera la inteligencia" podría relacionarse con el Budismo Zen y el Bushido, dada la primacía que daba esta doctrina a la intuición sobre el intelecto.
Siendo Jefe de Prensa y de Propaganda durante el Alzamiento Nacional de 1936, Millán-Astray decidió publicar en 1941 su propia traducción de "Bushido: el alma del Japón" , en colaboración con Luis Álvarez del Espejo y a partir de la versión francesa de Charles Jacob de 1927. Los éxitos militares nipones contra los rusos en la guerra de 1905 y sus victorias militares contra EEUU al inicio de la Segunda Guerra Mundial causaban admiración entre algunos militares del bando nacional. Además el hecho de que en ambos extremos del continente euroasiático (España y China) se combatiera al comunismo, reforzaba las semejanzas mutuas entre ambos países. El clima bélico de la época y la reivindicación de los valores guerreros hizo el resto.
Muy bien Iñaki
Tres lesionados en el bando gallego y el preparador físico sin dimitir.
Debe llamarse Pedro Sánchez.
Sava es el nuevo Guti
Queda claro que Sergio está jodido. Tanto halago ya sabemos como acaba
Me dan pena los langostinos. Y no miento, es así. Vengo del Xerardo y hay miles de langostinos en exposición: en cajas, congelados, frescos, de todos los tamaños. Está el langostino tigre y el langostino salvaje y el langostino extra y el langostino XL. Las cigalas, las langostas, y el bogavante son la aristocracia del mar y hay muy pocos a la vista. Los mejillones y las gambas arroceras son el proletariado del mar, los exponen amontonados. Pero el langostino es la clase media. De ahí que triunfe en las pescaderías. Los españoles le hemos declarado la guerra al langostino. Y luego están los carabineros, que son langostinos armados. Imagino que hay más langostinos en los océanos que langostas y cigalas. Me parece el langostino una especie honrada, trabajadora y decente. Veo unas cigalas que valen 130 euros el kilo. En cambio, veo unos langostinos tigre por 14 euros el kilo. Los mejillones siempre están tirados de precio. Y las sardinas están tan tiradas de precio que ni las exponen. Hay una jerarquía marítima. Los percebes valen un riñón, y aquí la comparación me parece pertinente. A cada langostino que me como le asigno un nombre: Pepe, Mariano, Ramón, Jaime, Luis, Roberto, Manolo. Así me los como más tranquilo. Me chupo la cabeza de los langostinos con amor a todo lo creado, qué menos. No me gustaría ser un langostino en estas fechas. No me creo que los langostinos vengan del mar. No los veo entre las olas. Me parecen seres ficticios, creaciones biológicas de las Navidades, ecuaciones rojas del capitalismo festivo.
Somos un pueblo de cabreros a petición propia.
Oh, hijodeputa, has estado conmigo allí
donde yo estuve, sin moverte de las llamas.
He viajado mucho este año, mucho, mucho.
En todas las ciudades de la tierra, en sus hoteles memorables,
y también en los hoteles sucios y bien poco memorables,
en todas las calles, los barcos y los aviones,
en todas mis risas, allí estuviste, redondo
como la memoria trascendental, ecuménica y luminosa,
redondo como la misericordia, la compasión y la alegría,
redondo como el sol y la luna,
redondo como la gloria, el poder y la vida.
Menos mal que estas crónicas de ficción están ya en su recta final: hacia su final incendio.
En el plato de fabes con almejas me inquieta mucho que las almejas abandonen la concha y naveguen desprotegidas por el jugo, o que las fabes se metan en las conchas que abandonan las almejas, es como un milagro, es muy erótico.
-Hola
-Hola
-Hola
-Sí, ya te he dicho hola.
-Ah, vale, no te había oído, espera que apago el cepillo de dientes. Dime
-Oye, ¿tú sabes cuánto tiempo tarda en caer un oso de peluche desde 500 metros de altura?
-¿En el vacío o en el aire normal?
-No, no, en vacío.
-Espera que lo calculo.
-Espero.
(...)
-pues 10 segundos, un oso de peluche, en el vacío..., porque hablamos siempre de el vacío, ¿no?...,
-sí, sí, hombre, el vacío.
-...tarda 10 segundos en caer desde una altura de 500 metros .
-¿Exactamente?
-No, no, decimales aparte.
-Un abrazo, Porco Bravo
-Un abrazo, Main.
El 27 titulaba muy bien y el Main titula muy bien.
Nunca leí literatura infantil. Pasé directamente de ver la Abeja Maya a leer a Baudelaire. Me vi viviendo con Heidi en las montañas suizas, con ese abuelo tan extraterrestre que tenía Heidi. Imaginaba ya de niño cómo sería el dulce olor corporal de Heidi, soñaba con darle un beso en la boca y casarme con ella. En mi imaginación Mazinger Z y Heidi desactivaban mi “tedium infante”. Hasta la abeja Maya tenía algún extraño encanto para un niño como yo: era suave y absurda. Me gustaba que una triste abeja tuviera cara humana. Pero el ser más inclasificable era la Hormiga Atómica. La Hormiga Atómica era una criatura monstruosa, una criatura mutante, un ejemplo de la inestabilidad física de la materia. Sólo podía competir con ella la Pantera Rosa. La deficiencia mental de la Pantera Rosa me abrió las puertas de la dialéctica. La Pantera Rosa me enseñó la indolencia y la ambigüedad. Todos eran mis hermanos, seres muy adorables. Cómo los echo de menos. Vivir sin ellos ha sido horrible. Ha sido oscuridad y decadencia.
Me pasaba la vida viendo la emancipación sicodélica de los animales: estaba el delfín Fliper, que era completamente inverosímil, pero yo me creía todas sus santas hazañas. Fliper era un pez sagrado. Era un arcángel, era teología marina. Si Kafka hubiera visto al delfín Fliper por la tele, ¿qué hubiera hecho? Vaya pregunta: hubiera flipado. Yo no salía de mi asombro: que tu amigo del alma fuera un pez me abría un horizonte de monstruosidades emocionales que luego la vida acabaría de redondear de forma prodigiosa. Eso era Fliper: un aviso de que no descendemos del mono sino de los peces. Mi madre no tuvo muchos problemas para hacerme comer truchas, besugos y merluzas. Comerme a Fliper era una forma secreta de disolución del orden moral. También me apasionaba el caballo Furia, con su enigmática y terrorífica inteligencia. Pero yo era un niño ocurrente y despabilado y sabía que los animales huelen mal. Fliper tenía que oler a pescadería y Furia a establo. Y el abuelo de Heidi a vejez y ancianidad.
Y luego estaba ese desgraciado de Marco, buscando a su madre por medio mundo, que me daba una pena horrible. Ya no me acuerdo de a quién buscaba si a su madre o a su padre, podría aclarar este extremo en google, pero quiero ser fiel a mi desmoronada memoria. Buscaba a su madre, claro, ahora me acuerdo. Marco se hacía acompañar de un mono chulísimo, un mono de diseño metido en un zurrón de Zara. Marco era un luchador. Un visionario. Buscaba el origen de su identidad. Marco era un hippy. Y también me acuerdo de Vicky el vikingo, éste nunca me cayó bien, me parecía un hortera. Además, al ser vikingo, cabe deducir que fuese anglosajón y que hablase en inglés, y que incluso fuese pelirrojo, aunque siempre se adornaba con un casco de plástico con dos cuernos de Osborne. Y estaba un tipo que se llamaba Orzowei, que era una especie de Tarzán adaptado a los años setenta. Llevaba un arco casi de diseño. Era muy mono y muy rubio. La canción de Orzowei decía “Lucha por tu existir/ antes de que llegue el fin”. También me gustaban los payasos. Me gustaba Fofó. Era tan pequeño como la Hormiga Atómica. En realidad, Fofó era el padre de la Hormiga Atómica. Tenían el mismo ADN. De Pipi Calzaslargas no quiero acordarme mucho, porque era una niña demasiado compleja para mí. No entendía sus aventuras filosóficas. Y me daba la sensación de que Pipi no se duchaba. En cambio, la Hormiga Atómica olía, como Fofó, a Varón Dandy. Mazinger Z olía a aceite industrial. Mazinger era la buena nueva de la tecnología. No era humano y no tenía ADN. Cuántas veces he sentido nostalgia de sus puños voladores. Mazinger Z revolucionó la técnica del puñetazo televisivo. Inventó el puñetazo virtual, o inalámbrico, o cósmico. Cuántas veces no habré dicho “puños fuera” intentando acabar con el Mal de un golpe maravilloso y lúcido.
Lo primero que un cronista debe hacer, cuando se topa con el contrario, es arrearle un cabezazo en el esternón para, así, dejarle sin respiración. Y una vez que el defensa esté en el suelo e indefenso, tienes que darle con el puño cerrado en la cara hasta que te sangren los nudillos. Si los nudillos no sangran, no pares, porque todavía el tipo no ha recibido lo suficiente. Y al balón que le den por culo. Y al defensa contrario, que le den por culo. Y a toda la puta afición que atrona en la grada que se la lleven los mil demonios. Pero tú dale fuerte al puto defensa. Con saña. Hasta que te pida, por tu santa madre, que pares. Entonces, sólo entonces, estamos hablando de auténtica Crónica cuya lectura te sacude las entrañas
Los minoicos nunca se llamaron a sí mismos «minoicos», nombre inventado por la arqueología decimonónica, en honor al legendario rey Minos. Los bizantinos tampoco se llamaban a sí mismos «bizantinos», otra invención de la Edad Moderna: se autodenominaban romaioi o romioi, es decir, «romanos». ¿Cómo nos llamará el futuro a nosotros?
Constantino Paleólogo, el último emperador de Bizancio, murió luchando junto a su pueblo durante el asedio de 1453, como un Salvador Allende medieval. A él, de hecho, también le ofrecieron una huida segura, a la que se negó. No se sabe dónde ni cómo falleció, en qué fragor del sitio; sus restos no aparecieron, y entonces nació el cuento del «emperador de mármol», según el cual el basileus había caído a las aguas del Bósforo y se había vuelto de piedra, y resucitará en carne mortal el día en que Constantinopla vuelva a ser cristiana. Un mito del tipo del sebastianismo portugués, el duodécimo imán chií, el rey Arturo, el emperador durmiente Federico Barbarroja, etcétera, creados a partir de la plantilla de la Segunda Venida de Cristo. En nuestra racional modernidad, ya no los creamos. Allende se murió y eso fue todo, nunca hemos soñado que regresara, solo nos quedó el difuso sebastianismo light del «un día se abrirán las grandes alamedas», y cuando su Mehmed II se fue o pareció que se iba, cuando las alamedas se abrieron, sí que regresó, pero justamente en forma, no de resucitado, sino de estatua: la que le levantaron detrás de La Moneda, que es muy bonita, pero un poco también la última puñalada. Un Allende de bronce, no durmiente en un incógnito recoveco del fondo del mar, sino en un Bósforo descubierto, desecado, mantenido a la vista de Topkapi, para si un día le da por resucitar, matarlo —rematarlo— rápidamente.
Cuando alguien ha sido poderoso, siempre se nota. El hábito de mandar siempre deja huella, ya sea tosca o elegante. El hábito, también, de imaginar cosas, ordenar que se hagan, y verlas hechas. El de recibir súplicas y ruegos. No nos damos cuenta cabal de lo que es eso; de lo que necesariamente hace eso con un ser humano.
Main bendice el santo afán
que tu espada desnudó
y la victoria te dio,
poniendo en esa victoria
toda la luz de la gloria
de un mundo que se salvó.
3 tbsp sunflower oil
1 onion, sliced
1 garlic clove, finely chopped
2 carrots, diced
2 celery stalks, thinly sliced
1kg/2lb 4oz beef fillet, trimmed
75g/3oz duck liver pâté (parfait)
sea salt and freshly ground black pepper
½ tsp truffle oil (optional)
6-8 rindless streaky bacon rashers
3-4 fresh bay leaves
100ml/3½fl oz cognac
200ml/7fl oz Madeira
150ml/5fl oz fresh beef stock
Heat two tablespoons of the oil in a frying pan. Fry the onion, garlic, carrots and celery for 10-12 minutes, or until softened and golden-brown. (You may need to increase the heat toward the end of the cooking time to encourage the vegetables to brown.) Spoon the cooked vegetables into a casserole dish.
Place the beef fillet onto a chopping board. Cut a pocket in the side of the fillet, leaving a 2cm/1in gap at each end. (Make sure that you only make an incision halfway into the meat and that you don’t cut the meat into two pieces).
Cut the pâté into 1.5cm/½inwide strips, place them inside the pocket and drizzle with the truffle oil, if using. Close the pocket to encase the filling. Season the beef all over with sea salt and plenty of freshly ground black pepper.
Wrap the beef in the bacon rashers and secure with kitchen string. Place a bay leaf between the bacon and string every other rasher. Set aside.
Preheat the oven to 180C/350F/Gas 4.
Heat the frying pan and add the remaining oil and brown the beef fillet in the frying pan for 10-12 minutes, or until the bacon is crisp and golden-brown. Place the beef fillet on top of the vegetables.
Remove all but two tablespoons of fat from the frying pan and stir in the flour. Slowly add the cognac, stirring constantly. Once the mixture is boiling, add the Madeira, followed by the beef stock. Bring the liquid to a simmer then pour immediately around the beef. Cook the beef in the oven for 30-35 minutes for rare beef, or 40 minutes for medium-rare.
Carefully remove the beef onto a chopping board, cover with a piece of foil and two tea towels. Return the casserole to the hob and simmer for 2-3 minutes, or until the liquid thickens slightly. Strain through a fine sieve into a warmed jug. Carve the beef into thick pieces.
Pour some of the sauce into six deep plates. Place the beef on top and garnish with fresh parsley and serve with creamed potatoes and green beans.
100g (3½oz) butter, plus extra for greasing
50g (1¾oz) candied peel
100g (3½oz) fine (caster) sugar
2 large eggs
100g (3½oz) self-raising flour
100g (3½oz) raisins
A pinch of ground mace or the rind of ½ a lemon, finely chopped
Custard, to serve (optional)
½ a lemon
1 orange
1tbsp caster sugar
25g (1oz) butter, softened
2tsp flour
1tbsp brandy
1tbsp sweet sherry or Madeira
1tbsp dark rum
Preheat the oven to 180°C/fan 160°C/gas 4. Grease 6 small pudding moulds with butter. Cut the candied peel into small pieces and place in the base of the moulds.
Cream together the butter and sugar, then thoroughly beat the eggs in, and then the flour and raisins.
Add a pinch of ground mace or the chopped rind of half a lemon.
Divide the mixture between the pudding moulds and bake in the oven for 20-25 minutes, or until a skewer inserted into the centre comes out clean.
For the punch sauce, thinly pare the rind of half a lemon and 1 orange with a vegetable peeler and add to a pan with the sugar and 150ml water.
Boil on a gentle heat for 10 minutes, strain through a sieve to remove the rinds and return to the pan to heat through.
In a bowl, beat the butter and flour to a paste, then drop pea-size amounts into the simmering sauce, whisking until smooth.
Add all the alcohol and heat through but do not allow to boil. Serve hot, drizzled over the puddings, with some custard too, if liked.
Potage a la Tete de Veau Claire
Consommé made from a deboned calf's head, carrot, onion, celery, arrowroot and Madeira and garnished with portions of poached calf's head.
Potage a la Reine
Chicken consommé thickened with tapioca and garnished with shredded chicken cooked in court-bouillon (aromatic stock) and diced Royale (a savoury custard made from egg, chervil and chicken consommé)
Les Tranches de Saumon, sauce Tartare
Slices of salmon in a Tartare Sauce made from mayonnaise, chives and spring-onion
Les Filets de Soles Frits
Fried fillets of Sole lightly battered
Les Bouchees de Homard
Puff-pastries filled with Lobster meat
Les Chaud froid de Poulets
Cold dish of chicken breasts coated first in a white sauce made from chicken consommé, butter and brandy and then glazed with aspic-jelly
Roast Haunch of Venison
Roast Beef
Les Cailles
Roast Quails stuffed with foie gras [force-fed geese livers]
Les Asperges a la Sauce
Asparagus in sauce
Les Beignets de Semouille a l'Ananas
Pineapple flavoured semolina fritters served with fruit preserves
Les Profiteroles au Cafe
Round choux-pastry cases stuffed with coffee cream
A side table of hot and cold fowls, tongue, cold beef
Croquettes de poison
Crumbed and fried cylinders of fish mixed with mashed potato and béchamel sauce
Côtelette de mouton
Mutton cutlets shallow fried with bacon, carrot and onion before being lightly simmered in white wine
Faisan, rôti
Roast Pheasant
Courte aux pommes
Poached apples
Riz
Creamed Rice
4 trozos de osobuco de ternera
2 cebolla
1 zanahoria
1 puerro
2 ajos
2 tomates maduros
1 vaso de vino tinto
Caldo de verduras o de carne (No pongo medida porque iremos poniendole en función de lo que vaya necesitando)
10 granos de pimienta
5 clavos de olor
2 hoja de laurel
Sal
Harina
Aceite
Comenzamos dando unos cortes con el cuchillo en los bordes de la carne. Esto se hace para que al cocerlo no se deforme la pieza y quede plana.
Continuamos rebozando en un poco de harina los trozos de carne de ternera. Lo haremos para sellar la carne en la cacerola.
Sellamos las rodajas de osobuco, es decir, las doramos a fuego fuerte. Una vez doradas por ambos lados retiramos y reservamos.
En una cacerola grande pochamos la cebolla, el ajo, el puerro y la zanahoria.
Una vez pochados agregamos los tomates pelados y sin pepitas. Rehogamos durante unos 5 minutos más.
Incorporamos a la cacerola la carne sellada, un vaso de vino tinto, las pimientas, las hojas de laurel y los clavos de olor. Dejamos que se evapore el alcohol, como unos 3 minutos cociendo a fuego fuerte.
Una vez evaporado el alcohol, cubrimos con el caldo de carne o verduras y dejamos cocer a fuego medio durante 2 horas. Yo prefiero poco a poco antes que hacerlo 30 minutos en una olla express. Si se va quedando sin caldo, le volvéis a poner un poco más. Yo a la hora de cocción le vuelvo a agregar un poco más de caldo o agua, lo que queráis.
En la base de toda gran Crónica Irrefutable hay un montón de barbarie
Si tenemos los héroes que merecemos, entonces Sergio es sin duda el hombre de nuestros tiempos.
El mejor: Gael.
Lo demás es propaganda.
Dos comas, un acento, otro sinónimo y la Crónica ya será refutable.
-¿Mañana?
-Mañana
Al final del día regresa Abraham a casa, solo y con las ropas manchadas de sangre, y su mujer, al verle, le pregunta: “¿Dónde está nuestro hijo?”
Y fue Sansón y cazó trescientas zorras inglesas, y tomó teas, y juntó cola con cola, y puso una tea entre cada dos colas.
Después, encendiendo las teas, soltó las zorras en los sembrados de los filisteos, y quemó las mieses amontonadas y en pie, viñas y olivares.
Ganar es vicio que se adquiere por la costumbre. Pero sigue siendo vicio.
Fue echar a Zipi y Zape de casa...
We get away with a wee scare.
If we play the game in their half we should be fine. We allowed ourselves to deal with a shot and we should deal with it.
A los hermanos zapatilla y darle zapatilla al sudaca
No dormía, bebía muchísimo y tomaba una cantidad enorme de cocaína.
Hoy vivimos manipulados por los algoritmos como antes vivíamos manipulados por lo que los medios de comunicación llamaban de forma pomposa y autorreferencial «la opinión pública». Al fin y al cabo siempre nos domina alguna cosa más poderosa que nosotros.
Hemos visto correr el péndulo de la locura woke al nacionalismo reaccionario. Muchos inocentes han caído en el camino, cancelados, marcados con letras escarlata, en virtud de la acusación como sinónimo de condena. ¿Adónde vamos? ¿Qué nos espera? ¿Pararán las máquinas antes de despedazarnos? ¿Viviremos pronto tiempos mejores? No es algo que nadie pueda responder. Yo, desde luego, no tengo ni idea de lo que nos depara el futuro más inmediato. Procuraré contarlo y será aquí.
EL NIÑO RUBIO se dejó caer por la roca y se abrió paso hacia la laguna. Aunque se había quitado el chaleco de colegio y lo llevaba ahora en la mano, la camisa gris se le pegaba al cuerpo y el pelo se le aplastaba en la frente. A su alrededor la larga cicatriz abierta en la jungla era un baño de vapor. El niño avanzaba pesadamente entre lianas y troncos rotos cuando un pájaro, una aparición roja y amarilla, remontó velozmente con un grito de bruja; y a este grito respondió otro.
—¡Eh! —se oyó—. ¡Espérame!
Las malezas se agitaron junto a la cicatriz y una multitud de gotas de lluvia cayó y golpeó levemente el suelo.
—Espérame —dijo la voz—, me enredé.
El niño rubio se detuvo, se estiró los calcetines con un movimiento automático, y durante un instante la jungla se pareció al condado familiar.
La voz habló otra vez.
—Apenas puedo moverme con estas cosas que se arrastran.
El dueño de la voz salió retrocediendo de las malezas y las ramitas arañaron un grasiento rompevientos. Se le habían clavado unas espinas en las corvas rollizas y desnudas. Se inclinó, se sacó cuidadosamente las espinas, y se volvió. Era más bajo que el niño rubio y muy gordo. Se adelantó, pisando con cuidado, y luego alzó los ojos y miró a través de unos gruesos lentes.
—¿Dónde está el hombre del megáfono?
El niño rubio meneó la cabeza.
—Estamos en una isla. Bueno, me parece que es una isla. Esto es un arrecife. Quizás no hay personas mayores.
El niño gordo pareció sobresaltarse.
—Estaba el piloto. Pero en la cabina de adelante, no con los pasajeros.
El niño rubio miraba el arrecife entornando los ojos.
—Todos los otros chicos —continuó el niño gordo—. Algunos tuvieron que salvarse. Tuvieron que salvarse, ¿no es cierto?
El niño rubio empezó a abrirse paso hacia el agua, tan casualmente como le era posible. Trataba de parecer descuidado, y con una falta de interés no demasiado obvia, pero el niño gordo corrió tras él.
—¿No hay grandes?
—Me parece que no.
El niño rubio habló con solemnidad, pero enseguida el placer de haber logrado su ambición lo dominó totalmente. En medio del claro se puso cabeza abajo y sonrió con una mueca a la figura invertida del niño gordo.
—¡Ningún grande!
El niño gordo pensó un momento.
—Aquel piloto.
El niño rubio dejó caer los pies y se sentó en la tierra humeante.
—Debe de haberse ido luego de dejarnos. No puede aterrizar aquí. No en un aeroplano con ruedas.
—¡Nos atacaron!
—Volverá.
El niño gordo sacudió la cabeza.
—Cuando bajábamos miré por la ventanilla. Vi la otra parte del aeroplano. Salía fuego.
Miró a lo largo de la cicatriz.
—Y esto lo hizo la cabina de pasajeros.
El niño rubio alargó la mano y tocó el extremo mellado de un tronco. Durante un instante pareció interesado.
—¿Qué le pasó? —preguntó—. ¿Dónde está ahora?
—Aquella tormenta se lo llevó al mar. La caída no pudo ser tan peligrosa con todos estos árboles. Algunos chicos debían de estar adentro todavía.
El niño gordo titubeó un momento y luego prosiguió:
—¿Cómo te llamas?
—Ralph.
El niño gordo esperó a que el otro le preguntara también su nombre, pero este ofrecimiento de recibo no llegó nunca. El niño llamado Ralph sonrió vagamente, se incorporó, y echó a caminar otra vez hacia la laguna. El niño gordo se le colgó firmemente del hombro.
—Seguramente hay otros muchos chicos por aquí. ¿No viste a ninguno?
Ralph sacudió la cabeza y apresuró la marcha. Tropezó entonces con una rama y cayó ruidosamente.
El niño gordo se detuvo junto a él, respirando con fuerza.
—Mi tía me dijo que no corriera —explicó—, por el asma.
— ¿Ass-mar?
—Eso es. Me quedo sin aire. Yo era el único en la escuela con asma —dijo el niño gordo casi orgullosamente—. Y llevo lentes desde los tres años.
Se sacó los anteojos y se los mostró a Ralph, parpadeando y sonriendo, y luego empezó a frotárselos contra el sucio rompevientos. Una expresión de dolor y concentración interior le alteró los pálidos contornos de la cara. Se secó el sudor de las mejillas y se puso rápidamente los anteojos.
—Habrá fruta.
Miró a los lados del claro.
—Habrá fruta —dijo—, espero…
Se ajustó los anteojos, se apartó de Ralph, y se agachó entre el enmarañado follaje.
—Saldré enseguida…
Ralph se incorporó cuidadosamente y se escurrió entre las ramas. Pocos segundos más tarde dejaba atrás los gruñidos del chico gordo y corría hacia los árboles que lo separaban aún de la laguna. Pasó por encima de un tronco caído y salió de la selva.
Un abanico de palmeras bordeaba la costa. Los árboles se alzaban o inclinaban o reclinaban contra la luz y sus plumas verdes se abrían a treinta metros de altura. Debajo, el suelo era una arena con hierbas duras, desgarrada por las raíces de los árboles caídos, sembrada de cocos podridos y retoños. Detrás se extendía la oscuridad de la selva y el claro de la cicatriz. Ralph se detuvo apoyando la mano en un tronco grisáceo y entornando los ojos miró el agua brillante. Allá afuera, a más de un kilómetro, la rompiente blanca golpeaba un arrecife de coral, y más lejos el mar abierto era de un oscuro azul. Dentro del arco irregular del arrecife las aguas eran serenas como un lago, con azules de todos los tonos y verdes y púrpuras sombríos. La playa entre el banco de palmeras y el agua era una estrecha duela de barril, aparentemente infinita, pues a la izquierda de Ralph la perspectiva de las palmeras, la playa y el agua se perdía a lo lejos. Y siempre, casi visible, estaba el calor.
Saltó desde el terraplén de palmeras. La arena le cubrió los zapatos negros y el calor cayó sobre él. Sintió de pronto el peso de la ropa, se sacó los zapatos con rápidos puntapiés y se arrancó las medias de elástico con un solo movimiento.
Saltó otra vez al terraplén, se quitó la camisa y se detuvo un momento entre los cocos parecidos a calaveras y las sombras verdes de las palmas y los últimos árboles de la selva sobre la piel. Se desprendió entonces el cinturón, se sacó los pantalones y se quedó desnudo mirando la playa y el agua enceguecedoras.
Era bastante mayor, doce años y unos pocos meses, para haber perdido el vientre de la infancia, y no lo suficiente para que lo alcanzara la torpeza de la adolescencia. Parecía un poco un boxeador, por el ancho y la pesadez de los hombros, pero en la dulzura de los ojos y la boca no había ninguna malignidad. Ralph golpeó suavemente un tronco, con la mano abierta, y obligado al fin a admitir la realidad de la isla, rio alegremente y se puso otra vez cabeza abajo. Se incorporó enseguida sin esfuerzo, saltó a la playa, se arrodilló y se llevó al pecho dos brazadas de arena. Luego se sentó y miró el agua con ojos brillantes y excitados.
—Ralph…
El niño gordo bajó del terraplén y se sentó cuidadosamente en el borde.
—Siento haber tardado tanto. Las frutas…
Se limpió los anteojos y los ajustó a su nariz respingada. El armazón le había dibujado una clara y rosada V en el puente. Observó críticamente el dorado cuerpo de Ralph y luego se miró las ropas. Se llevó la mano al extremo de un cierre relámpago que le cruzaba el pecho de arriba a abajo.
—Mi tía…
De pronto se abrió el cierre con decisión y se sacó el rompevientos por encima de la cabeza.
—¡Ya está!
Ralph lo miró de reojo y no dijo nada.
—Me parece que nos convendría conocer todos los nombres —dijo el niño gordo—, y hacer una lista. Deberíamos tener una reunión.
Ralph no se dio por enterado, así que el niño gordo tuvo que continuar.
—No me importa cómo me llamen —dijo confidencialmente— siempre que no me llamen como me llamaban en la escuela.
—¿Cómo era?
El niño gordo miró por encima del hombro, y luego se inclinó hacia Ralph.
Habló en un murmullo.
—Me llamaban «Piggy»
Ralph chilló de risa. Se incorporó de un salto.
—¡Piggy! ¡Piggy!
—¡Ralph, por favor!
Piggy apretó las manos aprensivamente.
—Dije que no quería…
—¡Piggy! ¡Piggy!
Ralph bailó alejándose en el aire caliente de la playa y regresó como un aeroplano de combate, con las alas extendidas hacia atrás, y ametrallando a Piggy.
—¡Shi-aa-ou!
Aterrizó en la arena a los pies de Piggy y se tendió allí riéndose.
—¡Piggy!
Piggy sonrió de mala gana, complacido a pesar de sí mismo ante tanta atención.
Ralph se reía boca abajo en la arena. En la cara de Piggy hubo otra vez una expresión de dolor y concentración.
—Un segundo.
Piggy regresó apresuradamente a la jungla. Ralph se incorporó y trotó hacia la derecha.
El motivo central del paisaje interrumpía aquí abruptamente la playa; una gran plataforma de granito rosado se lanzaba inflexiblemente a través de la selva, el terraplén, la arena y la laguna hasta formar un malecón de más de un metro de alto. La cima de la plataforma estaba cubierta con una delgada capa de tierra y hierbas duras, y sombreada por palmeras jóvenes. No había bastante tierra para que crecieran mucho, y cuando llegaban a unos seis metros caían y se secaban en una cruzada masa de troncos que podían servir muy bien de asientos. Las palmeras aún en pie formaban un techo verde, y en la cara inferior de las hojas se movían los confusos reflejos de la laguna. Ralph subió a la plataforma, advirtió la sombra y la frescura, cerró un ojo, y decidió que las sombras que le cubrían el cuerpo eran realmente verdes. Fue hasta el borde marítimo de la plataforma y se quedó mirando el agua. Era clara hasta el fondo, y brillaba con la eflorescencia del coral y las algas tropicales. Un cardumen de peces diminutos y resplandecientes llameaba aquí y allá. Ralph se habló a sí mismo, haciendo sonar las cuerdas bajas del deleite.
—¡Jui-zu!
Más allá de la plataforma había más atractivos. Algún acto divino —un tifón quizás, o la tormenta que los había acompañado en el viaje— había acumulado arena en el interior de la laguna, de modo que había una hoya larga y profunda en la playa, con una pared de granito rosado en el extremo más lejano. Ralph había sido engañado otras veces por la aparente profundidad de algún pozo de playa y se acercó esperando desilusionarse. Pero la isla no desdijo sus antecedentes y la increíble hoya, que el mar sólo invadía indudablemente en la marea alta, era tan profunda en un extremo que tenía un color verde oscuro. Ralph inspeccionó los treinta metros cuidadosamente y luego se zambulló. La temperatura del agua era mayor que la de su sangre y parecía que estuviese nadando en una gran bañera.
Piggy apareció otra vez, se sentó en el borde rocoso, y observó con envidia el cuerpo verde y blanco de Ralph.
—No nadas mal.
—Piggy.
Piggy se sacó los zapatos y calcetines, los puso ordenadamente sobre la roca, y probó el agua con un dedo.
—¡Está caliente!
—¿Qué esperabas?
—No esperaba nada. Mi tía…
—¡Al diablo con tu tía!
Ralph se sumergió y nadó bajo el agua con los ojos abiertos; la roca arenosa de la hoya subía como la falda de una loma. Se dio vuelta, apretándose la nariz, y una luz dorada le bailó y se le quebró en la cara. Piggy parecía decidido y empezó a sacarse los pantalones. Al fin se mostró pálida y gruesamente desnudo. Bajó de puntillas por el lado arenoso de la hoya, y se quedó con el agua al cuello sonriendo orgullosamente a Ralph.
—¿No vas a nadar?
Piggy sacudió la cabeza.
—No puedo. No me dejan. Mi asma…
—¡Al diablo con tu ass-mar !
Piggy soportó esto con una especie de humilde paciencia.
—Tú nadas bastante bien.
Ralph chapoteó de espaldas aguas abajo, sumergió la cabeza, y lanzó un chorro de agua. Luego alzó la barbilla y habló.
Piggy salió goteando del agua y se quedó de pie, desnudo, limpiándose los anteojos con un calcetín. El único sonido que llegaba hasta ellos en el calor de la mañana era el largo rugido de rueda de molino de las rompientes en el acantilado.
—¿Cómo sabe que estamos aquí?
Ralph se tendió en el agua. El sueño lo envolvió como los oblicuos espejismos que combatían con el resplandor de la laguna.
—¿Cómo sabe que estamos aquí?
Porque lo sabe, pensó Ralph, porque lo sabe, porque lo sabe. El rugido de la rompiente venía ahora de muy lejos.
—Se lo dijeron en el aeródromo.
Piggy sacudió la cabeza, se puso los centelleantes anteojos, y bajó la vista hacia Ralph.
—Ellos no. ¿No oíste lo que dijo el piloto? ¿De la bomba atómica? Están todos muertos.
Ralph se arrastró fuera del agua, se incorporó mirando a Piggy, y consideró este insólito problema.
Piggy insistió.
—Esto es una isla, ¿no?
—Me subí a una roca —dijo Ralph lentamente—, y pienso que es una isla.
—Están todos muertos —dijo Piggy—, y esto es una isla. ¡Nadie sabe que estamos aquí! Tu papá no lo sabe. Nadie lo sabe…
Le temblaron los labios y se le empañaron los anteojos.
—Podemos quedarnos aquí hasta morirnos.
Con estas palabras el calor pareció crecer hasta convertirse en un peso amenazador y la laguna los atacó con una luz enceguecedora.
—Voy a buscar la ropa —murmuró Ralph—. Allá.
Trotó por la arena, soportando la enemistad del sol cruzó la plataforma y encontró las ropas desparramadas. Ponerse otra vez una camisa gris era algo sorprendentemente agradable. Luego se subió a la plataforma, y se sentó en el tronco de un árbol, a la sombra verde. Piggy trepó detrás con la mayor parte de sus ropas bajo el brazo. Luego se sentó cuidadosamente en un tronco caído cerca del pequeño acantilado que se alzaba frente a la laguna; y los confusos reflejos temblaron sobre él.
Al fin habló:
—Tenemos que encontrar a los otros. Tenemos que hacer algo.
Ralph no dijo nada. Aquella era una isla de coral. Protegido contra el sol, ignorando la charla agorera de Piggy, soñaba agradablemente.
Piggy insistió.
—¿Cuántos somos aquí?
Ralph se adelantó y se detuvo junto a Piggy.
—No lo sé.
Aquí y allá, unas brisas ligeras se arrastraban por la pulida superficie del agua, bajo la bruma del calor. Cuando llegaban a la plataforma, las hojas de las palmeras suspiraban, de modo que unas motas borrosas de sol se deslizaban por los cuerpos de los niños o se movían a la sombra como criaturas aladas y brillantes.
Piggy alzó los ojos hacia Ralph. En la cara de Ralph todas las sombras estaban al revés; las verdes arriba, las brillantes de la laguna abajo. Un borrón de sol se le arrastraba por el pelo.
—Tenemos que hacer algo.
Ralph miraba a Piggy sin verlo. Aquí estaba al fin el sitio imaginado y nunca encontrado del todo de la verdadera vida. Los labios se le abrieron en una deleitada sonrisa, y Piggy, tomando esta sonrisa como una señal de aprobación, rio alegremente.
—Si es realmente una isla…
—¿Qué es eso?
Ralph había dejado de sonreír y apuntaba a la laguna. Algo blanco yacía entre los helechos.
—Una piedra.
—No. Un caracol.
De pronto Piggy burbujeó con una decorosa excitación.
—Cierto. ¡Es un caracol! Vi uno parecido una vez. En la pared de alguien. Él lo soplaba y venía la mamá. Es muy útil…
Junto al codo de Ralph, un retoño de palmera se inclinaba sobre la laguna. En verdad, el peso levantaba ya un terrón del débil suelo y el retoño pronto caería. Ralph arrancó el tallo y se puso a sondear el agua, mientras los peces brillantes huían desordenadamente a un lado y a otro. Piggy se inclinó peligrosamente hacia adelante.
—¡Cuidado! Lo romperás.
—Cállate.
Ralph replicó distraídamente. El caracol era interesante y hermoso y un valioso juguete, pero las vívidas ensoñaciones se interponían aún entre él y Piggy, que en aquel escenario estaba fuera de lugar. El retoño de palmera, doblándose, empujó el caracol entre las plantas. Ralph se sirvió de una mano como punto de apoyo y empujó con la otra hasta que el caracol se alzó goteando y Piggy pudo agarrarlo.
Ahora el caracol ya no era algo que se podía ver pero no tocar. Ralph mismo se sintió excitado. Piggy balbuceó:
—… una concha, son muy caras. Apuesto a que si quieres comprarte una, tienes que pagar libras y libras y libras… Él la tenía en la pared del jardín y mi tía…
Ralph tomó el caracol de manos de Piggy y le corrió un poco de agua por el brazo. El color de la concha era un crema encendido, matizado aquí y allá con unos rosados que se borraban gradualmente. Entre la punta, gastada y con un pequeño agujero, y los rosados labios de la boca, había unos cuarenta centímetros. La concha se retorcía en una ligera espiral, con un delicado dibujo en relieve. Ralph sacudió la arena que había en las profundidades del tubo
—… mugía como una vaca —dijo Piggy—. Teñí algunas piedras blancas también, y una jaula con un loro verde. No soplaba las piedras blancas, claro, y decía…
Piggy hizo una pausa para tomar aliento y dio un golpecito en el objeto brillante que sostenían las manos de Ralph.
—¡Ralph!
Ralph alzó los ojos.
—Podemos usarlo para llamar a los otros. Tener una reunión. Vendrán cuando nos oigan…
Miró a Ralph con ojos brillantes.
—Ya lo habías pensado, ¿eh? Por eso lo sacaste del agua.
Ralph se echó atrás el pelo rubio.
—¿Cómo soplaba u amigo?
—Era como si escupiese —dijo Piggy—. Mi tía no me dejaba soplar por mi asma. Él decía que se soplaba de aquí. —Piggy se puso la mano sobre el combado abdomen—. Prueba, Ralph. Puedes llamar a los otros.
Ralph se llevó dubitativamente la punta más delgada a la boca, y sopló con fuerza. Se oyó el ruido del aire que salía de la boca y nada más. Ralph se sacó el agua salada de los labios y probó otra vez, pero el caracol no sonó.
—Parecía que escupía.
Ralph frunció los labios y sopló en el caracol, que emitió un ruido bajo y borbotante. El ruido divirtió tanto a los dos niños, que Ralph siguió soplando algunos minutos entre estallidos de risa.
—Él soplaba desde aquí abajo.
Ralph entendió y golpeó el caracol con aire que sacó del diafragma. Inmediatamente, el caracol sonó. Una nota profunda y ronca estalló bajo las palmas, se extendió por los laberintos de la jungla, y resonó en el rosado granito de la montaña. Nubes de pájaros se alzaron de las copas de los árboles, y algo chilló y se arrastró entre las hierbas.
Ralph se sacó el caracol de los labios.
—¡Zas!
Su voz parecía un murmullo luego de la nota ronca. Se llevó otra vez el caracol a los labios, tomó aliento y sopló una vez más. La nota estalló otra vez, y luego ante la más firme presión de Ralph subió una octava y se transformó en un estridente trompetazo, más penetrante que antes. Piggy estaba diciendo algo, con la cara sonriente, los anteojos centelleantes. Los pájaros gritaron; se escurrieron unos menudos animales. A Ralph le faltó el aliento; la nota cayó una octava, se convirtió en un bajo balbuceo, fue una ráfaga de aire.
El caracol estaba callado, un colmillo brillante; a Ralph se le había oscurecido la cara, y sobre la isla se oía un clamor de pájaros y el resonar de los ecos.
—Apuesto a que eso se oye a kilómetros.
Ralph se recobró y lanzó una serie de toques cortos.
—¡Allá hay uno! —exclamó Piggy.
Un niño había aparecido entre las palmeras, en la playa, a cien metros. Era un niño de unos seis años, fuerte y rubio, de ropas destrozadas, la cara cubierta de pegajosas manchas de fruta. Se había bajado los pantalones con un propósito obvio y luego sólo se los había subido a medias. Saltó del terraplén de palmeras a la arena y los pantalones le resbalaron hasta los tobillos; se libró de ellos y trotó hacia la plataforma. Piggy lo ayudó a subir. Mientras, Ralph continuó soplando hasta que se oyeron unos gritos en la selva. El niño más pequeño se sentó en cuclillas frente a Ralph, mirando hacia arriba, brillante y verticalmente. Cuando se convenció de que se estaba haciendo algo deliberado empezó a parecer satisfecho, y se metió en la boca el único dedo limpio, un rosado pulgar.
Piggy se inclinó hacia él.
—¿Cómo te llamas?
—Johnny.
Piggy murmuró el nombre entre dientes y luego se lo gritó a Ralph, que no mostró interés, pues estaba todavía soplando. El violento placer de hacer ese estupendo sonido le había enrojecido la cara, y los latidos del corazón le movían la camisa de elástico. Los gritos de la selva se oían más cerca.
Signos de vida eran ahora visibles en la bahía. La arena, que temblaba bajo la bruma del calor, ocultaba muchas figuras en sus kilómetros de largo; unos niños se acercaban a la plataforma por la arena caliente y silenciosa. Tres niños pequeños, no mayores que Johnny, salieron de un lugar sorprendentemente cercano donde habían estado hartándose de fruta. Un niño oscuro, poco menor que Piggy, apartó unas enmarañadas malezas, caminó hasta la plataforma, y sonrió alegremente a todo el mundo. Llegaron otros y otros más. Imitando al inocente Johnny se sentaron en los caídos troncos de palmera y esperaron. Piggy se movía entre ellos, preguntando nombres y frunciendo el ceño para no olvidarse. Los niños lo obedecían con la misma sencillez con que habían obedecido al hombre del megáfono. Algunos estaban desnudos y traían las ropas en la mano; otros semidesnudos o vestidos a medias, con uniformes de colegio, grises, azules, castaños, con chaquetas o jerseys. Llevaban distintivos, hasta lemas, rayas de color en calcetines y chalecos. Las cabezas se arracimaban a la sombra sobre los troncos; cabezas castañas, rubias, negras, morenas, arenosas, de color de ratón; cabezas que murmuraban, susurraban, cabezas con ojos que miraban a Ralph y se preguntaban qué ocurría. Algo estaba haciéndose.
Los niños que venían por la playa, solos o en parejas, aparecían emergiendo de la bruma del calor. Allí lo primero que llamaba la atención era una criatura negra, parecida a un murciélago, que bailaba en la playa, y sólo más tarde se advertía el cuerpo, arriba. El murciélago era la sombra del niño, reducida por el sol vertical a una mancha entre los ágiles pies. Aun mientras soplaba, Ralph notó el último par de cuerpos que alcanzaban la plataforma sobre un aleteante borrón negro. Los dos niños, de cabeza de bala, y pelo como estopa, se tendieron ante Ralph sonriendo y mostrando los dientes y jadeando como perros. Eran gemelos, y los sorprendidos ojos no podían creer en tan divertida duplicación. Respiraban juntos, sonreían juntos, eran rechonchos y alegres. Alzaban los labios húmedos hacia Ralph, pues parecía como si no les alcanzase la piel, de modo que tenían el perfil desdibujado y la boca abierta.
Piggy inclinó hacia ellos sus lentes centelleantes, y entre los cornetazos podía oírse cómo repetía sus nombres:
—Sam, Eric, Sam, Eric, Simon, Thomo.
De pronto pareció atontado; los mellizos sacudieron la cabeza y se señalaron el uno al otro y todos los niños se rieron.
Al fin Ralph dejó de soplar y se sentó con el caracol colgado de una mano, la cabeza apoyada en las rodillas. Junto con los ecos murieron las risas, y reinó el silencio.
En la diamantina bruma de la playa algo oscuro andaba a tientas. Ralph fue el primero en verlo, y se quedó observándolo hasta que la fijeza de su mirada volvió todos los ojos hacia el mismo punto. La criatura salió de la zona de los espejismos a la arena clara, y vieron que la oscuridad no era todo sombras sino principalmente ropas. La criatura era un grupo de niños que marchaba en dos líneas aproximadamente paralelas y vestía unas ropas curiosamente excéntricas. Traían en la mano pantalones cortos, camisas y diferentes prendas; pero todos llevaban gorras negras, con una franja plateada.
Unas túnicas negras, con una gran cruz plateada en el pecho, a la derecha, les cubrían los cuerpos hasta los pies, y el cuello terminaba en unos pliegues escarolados. El calor del trópico, el descenso, la búsqueda de comida, y ahora esta sudorosa marcha a lo largo de la playa deslumbrante les había dado un aspecto de ciruelas recién lavadas. El niño que los dirigía vestía del mismo modo, aunque con una gorra de banda amarilla; Cuando el grupo estuvo a unos diez metros de la plataforma, gritó una orden y los otros se detuvieron jadeando, sudando, balanceándose a la luz ardiente. El niño se adelantó, subió de un salto a la plataforma con la capa abierta al aire, y espió en lo que era para él una casi completa oscuridad.
—¿Dónde está el hombre de la trompeta?
Ralph, entendiendo que el otro estaba cegado por el sol, le respondió:
—No hay ningún hombre con una trompeta. Era yo.
El niño se acercó e inclinándose miró de cerca a Ralph, arrugando la cara. Lo que vio del niño rubio con el caracol blanco en las rodillas no pareció satisfacerle. Se volvió rápidamente, haciendo ondear la capa.
—¿No hay un barco entonces?
Debajo de aquella capa flotante el muchacho era alto, flaco, huesudo; el pelo que asomaba bajo la gorra negra era rojo. Tenía un rostro prieto y pecoso y feo, pero no tonto. En los ojos, de un azul claro que miraban fijamente, había una expresión de frustración que estaba transformándose, o parecía pronta a transformarse, en ira.
—¿No hay un hombre, aquí?
Ralph le habló a la espalda del muchacho.
—No. Vamos a tener una reunión. Ven con nosotros.
Los niños de túnica empezaron a salirse de la fila. El niño mayor les gritó.
—¡Coro! ¡Quietos!
El coro obedeció con cansancio, apretó sus líneas, y se quedó allí balanceándose al sol. Pero algunos protestaron débilmente.
—Luego —dijo Piggy— ese chico… me olvidé.
—Tú estás hablando demasiado —dijo Jack Merridew—. Cállate, Fatty
Se alzaron risas.
—¡No se llama Fatty! —gritó Ralph—. ¡Su verdadero nombre es Piggy!
—¡Piggy!
—¡Piggy!
—¡Oh, Piggy!
Estalló una tormenta de risa y hasta los niños más pequeños se unieron a ella. Durante un momento los chicos fueron un cerrado circuito de simpatía con Piggy afuera. Piggy enrojeció, inclinó la cabeza, y se limpió otra vez los anteojos.
Al fin la risa murió y se siguió con los nombres. Maurice, segundo en tamaño entre los chicos del coro, después de Jack, era ancho y sonreía todo el tiempo. Había un niño delgado, esquivo, que nadie conocía, que se mantenía encerrado en sí mismo con una interior intensidad de apartamiento y reserva. Murmuró que su nombre era Roger y calló otra vez. Bill, Robert, Harold, Henry; el niño del coro que se había desmayado estaba sentado contra el tronco de una palmera, le sonrió pálidamente a Ralph y dijo llamarse Simon.
Jack habló.
—Tenemos que decidir sobre el rescate.
Hubo un cuchicheo. Uno de los niños pequeños, Henry, dijo que quería irse a su casa.
—Cállate —dijo Ralph distraídamente. Alzó el caracol—. Me parece que deberíamos tener un jefe para decidir cosas.
—¡Un jefe! ¡Un jefe!
—Yo debo ser el jefe —dijo Jack con sencilla arrogancia—, pues soy solista del coro de una capilla. Puedo cantar en do sostenido.
Otro cuchicheo.
—Bueno, entonces —continuó Jack—, yo…
Titubeó. El muchacho oscuro, Roger, se movió al fin y habló.
—Hagamos una votación.
—¡Sí!
—¡Votemos un jefe!
—Votemos…
Este juego de la votación era casi tan agradable como el caracol. Jack iba a protestar, pero el clamor cambió del deseo general de un jefe a la elección por aclamación de Ralph. Ninguno de los niños podía encontrar una buena razón para que ocurriese así; el que había mostrado hasta entonces más inteligencia era Piggy, y el líder más obvio era Jack. Pero había una notable serenidad en la sentada figura de Ralph, alta y atractiva, y de un modo más oscuro, pero más poderoso, allí estaba el caracol. Quien lo había soplado, quien los había esperado sentado en la plataforma con aquel objeto delicado en las rodillas, fue distinguido entre todos.
—El del caracol.
—¡Ralph! ¡Ralph!
—Que sea jefe el de la trompeta.
Ralph alzó una mano pidiendo silencio.
—Muy bien. ¿Quién desea que Jack sea jefe?
Con temerosa obediencia el coro alzó las manos.
—¿Quién me elige a mí?
Todas las manos fuera del coro excepto la de Piggy se alzaron inmediatamente. Luego Piggy, también, levantó la mano de mala gana.
Ralph contó.
—Soy el jefe entonces.
El círculo de niños estalló en un aplauso. Hasta el coro aplaudió, y las pecas de la cara de Jack desaparecieron bajo un rubor de mortificación. Se incorporó, luego cambió de parecer y se sentó otra vez mientras el aire retumbaba. Ralph lo miró ansioso, deseando ofrecerle algo.
—El coro te pertenece, por supuesto.
—Ellos pueden ser el ejército…
—O cazadores…
—Podrían ser…
El color se le fue de la cara a Jack. Ralph movió la mano otra vez exigiendo silencio.
—Jack está a cargo del coro. Ellos pueden ser… ¿Qué queréis que sean?
—Cazadores.
Jack y Ralph se sonrieron con tímida simpatía. El resto se puso a hablar animadamente.
Jack se incorporó.
—Muy bien, coro. Fuera las togas.
Como si hubiese concluido una clase, los niños del coro se pusieron de pie, charlando, y apilaron los mantos negros en la hierba. Jack dejó el suyo en el tronco, junto a Ralph. El sudor le pegaba los grises pantalones cortos a la piel. Ralph les echó una ojeada curiosa, y Jack le explicó.
—Traté de subir a esa montaña a ver si había agua todo alrededor. Pero oímos tu llamado.
Ralph sonrió y alzó el caracol pidiendo silencio.
—Escuchad, todos. Tengo que tomarme tiempo para pensar las cosas. No puedo decidir enseguida qué debemos hacer. Si esto no es una isla no tardarán en rescatarnos. Así que tenemos que decidir si estamos o no en una isla. Iremos tres en expedición. No más, porque nos confundiríamos y alguno se perdería, Los otros se quedarán acá y esperarán. Iremos yo, y Jack, y…
Miró alrededor el círculo de caras serias. No faltaban niños para elegir.
—Y Simon.
Los niños que rodeaban a Simon rieron entre dientes, y Simon se incorporó con una risita. Ahora que se le había ido la palidez del desmayo, era un niño flaco, menudo, vivaz, con una mirada que nacía bajo un flequillo de pelo lacio, negro y áspero.
Miró a Ralph asintiendo con un movimiento de cabeza.
—Iré.
—Y yo…
Jack sacó un cuchillo envainado de regular tamaño y lo limpió en el tronco de un árbol. Se oyó un rumor que se apagó enseguida.
Piggy se adelantó.
—Yo iré también.
Ralph se volvió hacia él.
—No sirves para un trabajo como éste.
—Lo mismo…
—No te necesitamos —dijo Jack lisamente—. Tres bastan.
Los lentes de Piggy relampaguearon.
—Yo estaba con él cuando encontró el caracol. Estaba con él antes que nadie.
Jack y los otros no le prestaron atención. Todos se dispersaron. Ralph, Jack y Simon saltaron de la plataforma y caminaron por la arena a lo largo de la hoya de agua. Piggy los siguió murmurando.
—Si Simon caminase entre los dos —dijo Ralph—, podríamos hablar por encima de su cabeza.
Los tres niños siguieron al mismo paso. Esto significaba que de cuando en cuando Simon tenía que dar un doble paso para marchar con los otros. Al rato Ralph se detuvo y se volvió hacia Piggy.
—Oye.
Jack y Simon pretendieron no notar nada. Siguieron caminando.
—No puedes venir.
Los lentes de Piggy estaban húmedos de nuevo, esta vez de humillación.
—Lo contaste. Luego de lo que te dije.
Tenía la cara roja; le temblaban los labios.
—Luego de que te dije que no quería…
—¿De qué demonios hablas?
—De que me llamen Piggy. Dije que no me importaba mientras ellos no me llamasen Piggy, y dije que no lo contaras y tú fuiste y lo dijiste enseguida…
Una calma descendió sobre ellos. Ralph, mirando ahora con más comprensión a Piggy, advirtió que se sentía herido y abrumado. Titubeó entre dos caminos: la disculpa o más insultos.
—Mejor Piggy que Fatty —dijo al fin, directamente, como un verdadero jefe—, y de todos modos lamento que te lo tomes así. Vuelve ahora, Piggy, y anota los nombres. Ese es tu trabajo. Hasta luego.
Se volvió y corrió detrás de los otros dos. Piggy se quedó allí, y el rosa de la indignación se le borró lentamente de las mejillas. Regresó a la plataforma.
Los tres niños caminaron vivamente por la arena. La marea estaba baja y había una franja salpicada de algas, firme como una carretera. Una suerte de encantamiento se había extendido sobre ellos y el escenario, y lo sintieron y fueron felices. Se volvían unos hacia otros, riendo excitados, hablando, y sin escucharse. El aire brillaba. Ralph, enfrentado con el problema de explicar todo esto, se puso cabeza abajo y cayó hacia adelante. Cuando acabaron de reír, Simon golpeó tímidamente el brazo de Ralph, y tuvieron que reírse otra vez.
—Vamos —dijo Jack al fin—, somos exploradores.
—Iremos hasta el extremo de la isla y miraremos el otro lado.
—Si esto es una isla…
Ahora, hacia el fin de la tarde, los espejismos desaparecían. Encontraron el extremo de la isla, claro y sin magias que lo deformaran o le quitaran sentido. Había una superficie rocosa con la habitual forma cuadrada, y un gran bloque que entraba en el mar. Unos pájaros marinos anidaban allí.
—Como una capa de azúcar sobre una torta rosada —dijo Ralph.
—No podemos ver el otro lado —dijo Jack—, porque no hay otro lado. Sólo una curva suave… y mira, cada vez más rocas.
Ralph se llevó la mano a la frente haciéndose sombra y siguió con los ojos el mellado contorno de los riscos que subían a la montaña. Esta parte de la playa estaba más cerca de la montaña que las otras.
—Trataremos de subir a la montaña desde aquí —dijo—. Me parece que es el camino más fácil. Hay menos de esas cosas de la selva, y más rocas. Vamos.
Los tres niños se pusieron a trepar. Alguna fuerza desconocida había arrancado y movido estos cubos, de modo que yacían oblicuamente, a veces apilados en pirámides, unos sobre otros. Lo más común era un acantilado rosa, con un bloque inclinado encima, y otro encima de éste, y otro, hasta que la masa rosada era un montón de piedras en equilibrio que nacía de la enredada fantasía de las lianas. Al pie de los acantilados rosados había unas sendas estrechas y serpeantes. Podían subir de costado por ellas, hundidos en el mundo de las plantas, de cara a las rocas.
—¿Quién hizo estos caminos?
Jack se detuvo, secándose el sudor de la cara. Ralph estaba a su lado, sin aliento.
—¿Hombres?
Jack sacudió la cabeza.
—Animales.
Ralph escudriñó la oscuridad bajo los árboles. La selva vibraba levemente.
—Vamos.
Lo difícil no era el empinado ascenso a lo largo de las rocas, sino las ocasionales zambullidas entre las plantas para alcanzar la próxima senda. Aquí, las raíces y los tallos de las plantas rastreras formaban una maraña tal que los niños tenían que meterse entre ellos como agujas flexibles. La única guía, aparte el suelo oscuro y unos ocasionales centelleos de luz solar a través del follaje, era la orientación de la pendiente: saber si este sitio, donde se anudaban y entrelazaban las plantas, estaba más arriba que aquél.
De algún modo, subían.
Apresados en aquellas marañas, y quizá en el momento más difícil, Ralph se volvió hacia los otros con ojos brillantes.
—Magnifico.
—Extraordinario.
—Formidable.
La causa de aquel placer no era obvia. Los tres estaban acalorados, sucios, y exhaustos. Ralph estaba cubierto de rasguñones. Las trepadoras eran tan gruesas como sus muslos y sólo era posible pasar por unos estrechos túneles. Ralph gritó experimentalmente y escucharon los apagados ecos.
—Esto es una exploración de veras —dijo Jack—. Apuesto a que nadie estuvo aquí antes.
—Habría que dibujar un mapa —dijo Ralph—, pero no tenemos papel.
—Podemos hacer unas marcas en cortezas —dijo Simon—, y pasarles algo negro.
Otra vez la silenciosa comunión de los ojos brillantes en la sombra.
—Magnífico.
—Formidable.
No había lugar para ponerse cabeza abajo. Esta vez Ralph expresó la intensidad de su emoción fingiendo que derribaba a Simon, y pronto fueron una pila feliz y palpitante en la semioscuridad.
Cuando se apartaron, Ralph habló primero.
—Tenemos que seguir.
El granito rosado del acantilado próximo estaba más alejado de los árboles y lianas de modo que pudieron trotar sendero arriba. Llegaron así a un claro de la selva desde donde se veía la extensión del mar. Con este claro llegó el sol, que secó el sudor que les había empapado las ropas en el calor oscuro y húmedo. Al fin el camino hacia la cima fue un amontonamiento de rocas rosadas, sin más zambullidas en la oscuridad. Los niños se abrieron paso entre desfiladeros y sobre piedras afiladas.
—¡Mira! ¡Mira!
En aquella cima de la isla, los fragmentos rocosos se alzaban en montones y chimeneas. Jack se apoyó en una piedra, que se movió con un gruñido cuando los niños la empujaron.
—Vamos…
Pero no era «vamos» a la cima. El asalto a las alturas debía esperar mientras aceptaban antes este desafío. La roca era tan grande como un motor de automóvil.
—¡Ahora!
Hacia adelante y hacia atrás, con el ritmo de la piedra.
—¡Ahora!
El péndulo se balancea todavía más, sube y alcanza su punto extremo.
—¡Ahora!
La gran roca titubeó, osciló en puntillas, decidió no volver, se movió en el aire, cayó, golpeó, giró, saltó zumbando y abrió un gran agujero en el pabellón de la floresta. Volaron pájaros y ecos, flotó un polvo rosado y blanco, los árboles de allá abajo se sacudieron como ante el paso de un monstruo furioso; y luego la isla calló.
—¡Formidable!
—¡Como una bomba!
—¡Jui-aa-uu!
Pasaron cinco minutos antes que pudieran apartarse de este triunfo. Pero al fin se fueron.
El camino hacia la cima fue más fácil desde entonces. Cuando alcanzaban el último tramo, Ralph se detuvo.
—¡Zambomba!
Estaban junto a una cavidad o semicavidad en la falda de la montaña. La cavidad estaba cubierta por una flor azul, alguna variedad de planta rocosa, que alcanzaba el borde de piedra y colgaba abundantemente sobre el dosel de la selva. El aire estaba inundado de mariposas que se alzaban, aleteaban, se posaban.
Más allá de la cavidad estaba la cima cuadrada de la montaña, y pronto estaban de pie allí, arriba.
Habían sospechado antes que aquello era una isla; mientras subían entre las rocas rosadas, con el mar a cada lado, y las alturas cristalinas del aire, habían sabido por algún instinto que el mar se extendía todo alrededor. Pero parecía más adecuado no pronunciar la última palabra hasta llegar a la cima y poder ver un horizonte circular de agua.
Ralph se volvió a los otros.
—Es nuestra.
Tenía la forma aproximada de un bote, con una joroba en este extremo, detrás de ellos, donde las rocas amontonadas descendían a la playa. A los lados, piedra, acantilados, cimas de árboles, y una falda empinada; adelante, el cuerpo del bote, un descenso más suave, adornado de árboles, con manchas rosadas, y luego la selva chata de la isla, de un verde denso, pero con una cola rosada en la punta. Allí, donde la isla se metía en el agua, había otra isla; una roca casi separada, que se alzaba como un fuerte, y que desde el otro extremo de la extensión verde los enfrentaba como un desnudo y rosado bastión.
Los niños examinaron todo esto, y luego miraron el mar. Estaban allá arriba y había avanzado la tarde ningún espejismo enturbiaba la escena.
—Eso es un arrecife. Un arrecife de coral. Vi fotografías.
El arrecife rodeaba más de un lado de la isla, y parecía extenderse a un kilómetro y medio de distancia, y paralelamente a lo que llamaban ahora la playa de ellos. El coral asomaba en el océano como si un gigante se hubiese inclinado a reproducir la forma de la isla con una flotante línea de tiza, pero si hubiera cansado antes de terminar. Adentro el agua tenía los colores del pavo real, las piedras y las plantas se veían como en un acuario; afuera, se extendía el azul oscuro del océano. La marea dejaba largas estelas de espuma que se abrían a los lados del arrecife, y durante un instante los niños sintieron que el bote avanzaba firmemente, de popa.
Jack apuntó con la mano.
—Ahí aterrizamos.
Más allá de los desfiladeros y acantilados se veía una incisión que cruzaba la selva; allí estaban los troncos destrozados y luego la abertura; sólo quedaba una franja de palmeras entre la cicatriz y el mar. Allí, también, sobresaliendo en la laguna, estaba la plataforma, con figuras como insectos que se movían cerca.
Ralph mostró una línea retorcida que bajaba por la ladera desde la cima desnuda, una zanja entre flores que zigzagueaba y bajaba a la roca donde empezaba la cicatriz.
—Ese es el camino de vuelta más rápido.
Con los ojos brillantes, las bocas abiertas, triunfantes, saborearon los derechos de la dominación. Estaban animados; eran amigos.
Están prohibidos los malos rollos, las peleas, la droga, las gorras, las chanclas... y los "maricones"
Dado que en 2025 seguirá en vigor la Ley de Memoria Democrática, estaremos obligados a honrar aquella gesta heroica de los españoles, que expulsaron y derrotaron a su dictador empuñando las gloriosas armas revolucionarias llamadas "flebitis" y "parkinson". Este magnicidio heroico merece contarse sin censurar la épica del momento para que las nuevas generaciones comprendan la importancia de 1975. Debe explicarse por tanto que el dictador Franco no habría muerto, bajo ningún concepto, de no ser por la sed de democracia del pueblo y la vibración que provocó en el suelo del Hospital de La Paz la carrera de los progres que huían de los grises. Su enfermedad se agravó definitivamente, llevándolo a la tumba, por los ecos de la canción protesta de Joan Manuel Serrat.
Moncloa, según ha informado José Antonio Zarzalejos, desea que el rey Felipe VI esté presente en la inauguración de estos cien actos solemnes de conmemoración de la muerte del dictador, aunque no sabemos todavía si su presencia está pensada para reprocharle la herencia franquista o para darle la bienvenida en esta democracia vibrante y revolucionaria que un PSOE acosado por el presente se ha visto obligado a inventar.
En la Iglesia perdura la postración del primer simio ante la impasibilidad de los astros
Todavía quedan personas de esa generación anterior cuya relación con las cosas que trajo el progreso se basa en la desconfianza. Cierran con fuerza innecesaria las puertas de los coches al salir de ellos y aprietan las teclas de un teléfono o de un ordenador hasta hundir los dedos. No son cosas de su mundo y creen que deben forzarlas para que cumplan su función, tal como cuando debían hincar el azadón en la tierra seca. En cambio, toman una simple patata entre las manos para mondarla o acarician de pasada el hocico de un animal —nada de mimos pamplineros, desde luego— y qué vinculación delicada y segura con eso que pertenece a lo profundo de ellos mismos, a esa alianza instintiva y cruda con los reinos de la naturaleza.
La prudencia no denota inseguridad en quien la practica. No es un síntoma de debilidad, sino de reflexión. Si la templanza aludía al autocontrol que debe acompañar a cualquier gobernante o representante público en sus acciones y comparecencias, la prudencia es la virtud que debe revestir cualquier toma de decisiones, sin cortapisas ideológicas que nublen o dominen la consideración de todas las posibles consecuencias de leyes, actuaciones e incluso nombramientos.
La prudencia es amiga del análisis multifactorial y enemiga de la unidireccionalidad en los comportamientos. Las personas prudentes no se dejan guiar por cortapisas ideológicas y siempre sopesan las diferentes posibilidades. Además, la autocrítica es la mejor aliada de la prudencia, pues ayuda a mantener una duda respetuosa más allá de la toma de decisiones; lo que ayuda enormemente a modificar conductas o enderezar situaciones provocadas por los cambios de condiciones que no se pudieron prever en su momento.
Sava necesita un episodio de Barrio Sésamo que le enseñe la diferencia entre ellos y nosotros.
Las chicas monas no precisan ser guapas, les basta con el aire, como a los valses.
The bastards wore black shirts
Porcos Bravos: Lazcano, Aliaga, Zaldivia, Gainza, Arama, Isasondo, Legorreta y Icazteguieta.
Cuando el hombre se mira mucho a sí mismo, llega a no saber cuál es su cara y cuál es su careta.
¿Por qué tiene que ser hoy distinto de ayer?
Se quita el sombrero, lo deja en la barra y espera el café y el cruasán de siempre, que le traen en tiempo récord acompañados de un vaso de agua con gas. El director inclina la cabeza y los observa, los examina. Los juzga.
El café es decente. El cruasán, también. Si no estuviera recién sacado del horno, no sería gran cosa, pero está bien calentito y el balance es, pues, positivo.
Es un error pensar que la memoria tiene que ver solo con el pasado. Tiene que ver con el presente y con el futuro; si no sabemos de dónde venimos no podremos saber quiénes no queremos ser
Le pareció entonces distinguir una sombra en mitad del
sendero. Un animal exótico le bloqueaba el camino. Bajo aquella oscuridad, Willy S distinguió dos ojos brillantes y una cresta erizada desde el cogote hasta el rabo que parecía coloreada a mano.
El cuerpo era rojizo y el morro blanquinegro. Apenas un gruñido y la extraña criatura dio media vuelta, perdiéndose entre las
matas de puerro, donde su piel pinchosa se confundió al instante con la fronda.
«Un jabalí rojo, el animal más bonito que he visto en mi vida»,
pensó
El plantear lo mejor para uno mismo desde una perspectiva inteligente, al equilibrarse con los deseos similares de los OTROS, establece la armonía. Es la disfuncionalidad en la ambición, sean los delirios maso/sadianos de los WOKE, sean los delirios sado/masocas de los NEOCON, lo que fastidia la armonía. Cuando Nixon y Kissinger se abrieron al Este no lo hicieron por altruismo sino como la mejor manera de acabar con una situación cada vez más peligrosa y entrópica. Tal vez la diferencia está en la dialéctica de Trump, en preferir la rudeza rayando en el slapstick a las convenciones farisaicas de una diplomacia pía y con ribetes de supremacismo moral. En algunos aspectos, la performance trumpiana me ha hecho recordar a Kruschev (con una diferencia, Kruschev era un corrupto y Trump no: Kruschev dio el pistoletazo de salida a la infausta bola de lodo que acabaría en el maidan y Trump, con su reelección, a partir de ratificarse en su desconexión con las políticas más cómplices del maidan, esto es, la británica y la UEuropea, va en dirección contraria). El mundo es más imprevisible ahora que cuando Biden o cuando Obama. Naturalmente: ahora el mundo se ha salido del carril fatalista que los NEOCON y los WOKE habían marcado. Tal vez (los más pesimistas) piensen en un FINAL ESPANTOSO. Pero hay algo claro: YA NO HAY ESPANTO SIN FIN. Y, desde mi optimismo geopolítico, yo ni siquiera veo ESPANTO de ninguna clase, sino acuerdos, conflictos y pulsos planteados sobre cuestiones profundamente PROSAICAS y TERRENALES, sin truculencias mesiánicas ni cancelaciones del enemigo (que ya definitivamente volverá a ser enemigo circunstancial, como en el antiguo orden, no objetivo a aniquilar). La desorganización (esto es, la desburocratización) planetaria provocada por el frenesí trumpiano de interrelaciones CUERPO A CUERPO, es lo contrario de cualquier dinámica totalitaria, es la LIBERTARIANIZACION de todo el orbe. Todos, les guste o no, están jugando a ese juego (inconcebible antes de enero del presente año). Y, evocando a Kipling, es un GRAN JUEGO.
Frustrated, angry, that is it.
Niños rata y ya puedo saber cómo irás leyendo esta nota. Niños rata que sueñan con el corazón azul del alumbrado – si es que sabes quién fue el primer marido de Gala –. La Gran Madre inventó el azul del que hablo – si lo entiendes, ya te he metido otra calza para que sigas por el camino que mereces –. Niños rata que sueñan con robar el corazón azul del alumbrado y venderlo al peso en una chatarrería. Así. Así es como se hacen las imágenes que no dejarán de cambiar en tu cabeza dentro de un número finito de reflejos, pero infinito de combinaciones. Otra calza ¿Ya te has perdido? Haz lo de siempre, que ya sabes cómo va la vaina.
5 decembro, Gallo's Day, ha estallado la oficialidad de la Crónica Irrefutable.
Así quizás fue, así se lo vamos a contar.
¿A qué se debe esto?
Los pantalones le van estrechos: cubrir su rastro le cuesta mucho,
tiene que comer menús llenos de patatas fritas
y verdura con jamón rehogado en cualquiera de esos barrios que agonizan
más allá de la última parada de autobús.
Se ha engordado, pero no parece importarle,
comparte bollería industrial y café, café amargo y aguado con los taxistas.
Es el momento de las primeras luces y todos discuten en cónclave de ancianos.
Son una tribu salvaje, con sus propias normas,
habitantes secretos de las grandes urbes:
ellos dirigen el mundo.
Las anchoas en salmuera: ¿estuvieron alguna vez en el mar? En ellas, todo elemento marino ha sido consumado.
Poca ovación le dedicamos a Sergio.
Pronto dejarán elegir dónde quieres nacer. Pero habrá que llenar algún cuestionario inevitable. Un proceso de garantías.
Esa es la palabra definitiva: garantías.
Hay un odio tan radiante al presente actual de la AngloGalician Cup que se convierte en iluminación corrosiva
no se me escapa la paradoja de estar citando convincentes citas contra las citas
Para mí todo es ficción en la medida en que todo acaba no-siendo. Tengo que hacer grandes esfuerzos para creer que lo real es real y no convencional. Evidentemente, si me caigo por las escaleras la hostia que me doy es real, y etc, etc, etc, no estoy hablando de eso, sino del estatuto final de la experiencia humana que nos aboca a la ficción. La memoria es ficción, lo es el tiempo, lo es el pasado de la gente; ficción son los muertos. Ficción es la Historia en la medida en que la Historia ya no-es . El Ser cuando declina declina hacia la ficción.
Llevaba varias semanas entrenando. Mi método no era el más adecuado, lo sabía, pero era el mío. Siempre seleccionaba a la misma cajera del supermercado, hacía fila y colocaba por grupos toda la compra del carrito metálico del supermercado; los productos frescos, las latas, las bebidas, los congelados... y me ponía en línea de salida. Cuando me llegaba el turno salía disparada al otro extremo de la caja, en la línea de meta de mi compra, le pedía las bolsas de plástico calculadas e iniciaba la competición. La cajera me miraba desafiante y comenzaba a pasar los productos por el escáner como si fuera Eduardo manos tijeras en versión cajera de supermercado. Casi no se le veían las manos mientras mis productos se iban amontonando como señoras a las puertas de las rebajas. El pollo mezclándose con el pan, la verdura en comunión con el pescado, las latas haciendo barricada, ni el detergente lograba frenar su carrera por el podium. No había quien la ganara. Yo me centraba en ir introduciendo cada cosa en su bolsa, para evitar la mezcla. Sabía que iba a perder, siempre perdía. De nada serviría que la distrajera con algún truco de despiste como decirle que acababa de ver cómo robaban en la sección de encurtidos, o informarle de que tenía un moco en la nariz con la seguridad de que interrumpiría la carrera. Era imbatible. Cuando acababa, y con el rostro victorioso, me entregaba el ticket de compra mientras yo seguía haciéndome un lío con el pollo, los mejillones, las galletas, la panela, el pan. Nunca se me dio muy bien clasificar... no sé por qué insistía en mantener mi método.
Todos los lugares son distintos y todos se parecen. Quizás sea un estilo. O una mirada. Seguramente no sea más que una repetición constante. Una obsesión que no lleve a ningún sitio.
El camino que lleva a Anfield Road
Baja hasta el Lérez que la nieve cubrió
Os Porcos Bravos quieren ver a su Main
Le traen victorias en su rico zurrón
Stags Will rise again in 2099
Esta dirección no está disponible para blogs nuevos ni para blogs viejos.
Es una Crónica que yo compararía a un buen revuelto de huevos: lo componen elementos variopintos y heterogéneos, y la ligazón entre ellos es mínima o, más bien, inexistente.
En un buen revuelto, si cuaja la tortilla no podemos apreciar tanto las judías y los champiñones.
No sé si me explico. Si no, vale más que vayamos al grano sin marear la perdiz.
No sé si la noche existe o sólo es que el sol nos da la espalda,
pero hoy es tu día de suerte, me apetece escuchar mentiras y términos impronunciables.
Sergio marcó 4 goles.
Gael fue el mejor del partido, de aquí a Lima
Pero premiaron a Pedro R.
WTF?
Los Stags volverán a ganar un partido en 2030. Está en la Agenda.
Cava hondo, echa basura y cágate en los libros de tácticas futbolísticas.
Es cabrona la inercia. Hace que dejes de entender cosas. Hace que dejes de entender las cosas porque antes ha hecho que dejes de hacerte preguntas. Dejas de preguntarte por qué haces lo que haces, qué sentido tiene todo lo que te envuelve. Entonces sí que dejas de entrenar.
Notario histriónico que da fe del absurdo de la Gran Tradición Cultural
Iñaki, que eso no es falta
Un señor que le mete el dedo en el ojo a un entrenador contrario delante de millones y millones de personas, para mí no tenía que haber entrenado nunca más en un equipo de fútbol.
Yo soy un mal aficionado al fútbol porque el aficionado al fútbol tiene una adhesión sentimental, es casi una religión. Y sufre, claro, cuando su equipo pierde, pero luego disfruta muchísimo. Es una relación pasional.
El hombre hacia el Oeste es una hoguera que el viento —el tiempo en crines extendidas— arrastra a galopar lejos, sin bridas
No estando citado con Reger hasta las once y media en el Kunsthistorisches Museum, a las diez y media estaba ya allí para, como me había propuesto desde hacía ya bastante tiempo, poder observarlo por una vez, sin ser molestado, desde un ángulo en lo posible ideal, escribe Atzbacher. Como él tiene su puesto por las mañanas en la llamada Sala Bordone, frente a El hombre de la barba blanca de Tintoretto, en el banco tapizado de terciopelo en el que ayer, después de explicarme la llamada Sonata La tempestad, continuó su exposición sobre El Arte de la Fuga, desde antes de Bach hasta después de Schumann, como él puntualiza, cada vez más inclinado a hablar de Mozart y no de Bach, tuve que tomar posiciones en la llamada Sala Sebastiano; así pues, muy a mi pesar, hube de aceptar a Tiziano para poder observar a Reger ante El hombre de la barba blanca de Tintoretto, y por cierto de pie, lo que no era un inconveniente, porque prefiero estar de pie a sentado, sobre todo para observar a la gente, y de siempre observo mejor estando de pie que sentado y como, efectivamente, al mirar desde la Sala Sebastiano hacia la Sala Bordone, haciendo uso de mi mayor agudeza visual, pude tener por fin realmente una vista lateral completa, no estorbada siquiera por el respaldo del banco, de Reger, que ayer, sin duda gravemente afectado por la depresión atmosférica que se produjo la noche anterior, conservó todo el tiempo su sombrero negro en la cabeza, es decir, una vista de todo el lado izquierdo de Reger vuelto hacia mí, mi propósito de estudiar a Reger por una vez sin ser molestado tuvo éxito.
Dios santo, el Prado, dijo, sin duda el museo más importante del mundo en lo que a Maestros Antiguos se refiere, pero cada vez, cuando estoy sentado enfrente en el Ritz tomándome mi té, pienso sin embargo que el Prado tampoco contiene más que lo imperfecto, lo fracasado, en fin de cuentas sólo lo ridículo y diletante. Muchos artistas en determinadas épocas, cuando están de moda, dijo, se ven hinchados sencillamente hasta una monstruosidad que estremece al mundo; entonces, de pronto, alguna cabeza insobornable pincha esa monstruosidad que estremece al mundo y esa monstruosidad que estremece al mundo estalla y, de forma igualmente repentina, no es nada, dijo. Velázquez, Rembrandt, Giorgione, Bach, Hándel, Mozart, Goethe, dijo, y lo mismo Pascal, Voltaire, nada más que monstruosidades hinchadas de ésas.
Reger califica los cuadros que cuelgan aquí de las paredes de arte de encargo estatal, al que pertenece incluso El hombre de la barba blanca. Los llamados Maestros Antiguos sólo sirvieron siempre al Estado o a la Iglesia, lo que viene a ser lo mismo, así Reger una y otra vez, a un emperador o a un papa, a un duque o a un arzobispo. Así como el llamado hombre libre es una utopía, el llamado artista libre ha sido siempre una utopía, una locura, así Reger a menudo. Los artistas, los llamados grandes artistas, así Reger, pienso, son además los más faltos de escrúpulos de los hombres, mucho más faltos de escrúpulos aún que los políticos. Los artistas son los más hipócritas, todavía mucho más hipócritas que los políticos, así pues, los artistas del arte son todavía mucho más hipócritas que los artistas del Estado, vuelvo a oír ahora a Reger. Ese arte, al fin y al cabo, se dirige siempre al todopoderoso y al poderoso y se aparta del mundo, así Reger a menudo, ésa es su abyección. Miserable es ese arte y nada más, oigo decir ahora a Reger ayer, mientras lo observo hoy desde la Sala Sebastiano. En realidad, ¿por qué pintan los pintores, cuando existe la Naturaleza?, se preguntaba Reger ayer otra vez. Hasta la obra de arte más extraordinaria no es más que un esfuerzo lastimoso, totalmente carente de sentido y de finalidad, de imitar a la Naturaleza, sí, de remedarla, dijo.
Los, así llamados, Maestros Antiguos son, sobre todo si se contempla a varios seguidos, es decir, si se contemplan sus obras de arte seguidas, unos entusiastas de la mentira que se congraciaron con el Estado católico, lo que quiere decir con el gusto católico, y se vendieron a él, así Reger. En esa medida, nos encontramos sólo con una historia católica del arte completamente deprimente, con una historia católica de la pintura completamente deprimente, que siempre ha encontrado y tenido sus temas en el cielo y en el infierno, pero nunca en la tierra, dijo. Los pintores no han pintado lo que hubieran tenido que pintar, sino sólo lo que se les encargaba o lo que les facilitaba o les proporcionaba dinero o fama, dijo. Los pintores, todos esos Maestros Antiguos, que la mayor parte del tiempo me asquean más que nada y que siempre me han horrorizado, dijo, sólo han servido siempre a un señor, nunca a sí mismos y, por consiguiente, a la Humanidad misma. Al fin y al cabo pintaron siempre un mundo fingido que se sacaban de dentro, a cambio de lo cual esperaban obtener dinero y gloria; todos pintaron siempre desde esa perspectiva, por deseo de oro y por deseo de gloria, no porque quisieran ser pintores sino sólo porque querían tener gloria o dinero o gloria y dinero juntos. En Europa, sólo pintaron siempre entre las manos y para la cabeza de un dios católico, dijo, de un dios católico y de sus dioses católicos. Cada pincelada, por genial que sea, de esos llamados Maestros Antiguos es una mentira, dijo.
Una grotesca y desabrida mirada a la AngloGalician y a sus desengaños
—No se ve el humo de ninguna aldea y tampoco hay barcos —dijo Ralph con
seriedad—. Luego lo comprobaremos, pero creo que está desierta.
—Buscaremos comida —dijo Jack entusiasmado—. Tendremos que cazar; atrapar
algo... hasta que vengan por nosotros.
Simón miró a los dos sin decir nada, pero asintiendo con la cabeza de tal forma que
su melena negra saltaba de un lado a otro. Le brillaba el rostro.
Ralph observó el otro lado, donde no había arrecife.
—Ese lado tiene más cuesta —dijo Jack. Ralph formó un círculo con las manos.
—Ese trozo de bosque, ahí abajo... lo sostiene la montaña.
Todos los rincones de la montaña sostenían árboles; árboles y flores. En aquel
momento el bosque empezó a palpitar, a agitarse, a rugir. El área de flores más
cercanas fue sacudida por el viento y durante unos instantes la brisa llevó aire fresco a
sus rostros.
Ralph extendió los brazos.
—Todo es nuestro. Gritaron, rieron y saltaron.
—Tengo hambre.
Al mencionar Simón su hambre, los otros se dieron cuenta de la suya.
—Vámonos —dijo Ralph—. Ya hemos averiguado lo que queríamos saber.
Bajaron a tropezones una cuesta rocosa, cruzaron entre flores y se hicieron camino bajo los árboles. Se detuvieron para ver los matorrales con curiosidad.
Simón fue el primero en hablar.
—Parecen cirios. Plantas de cirios. Capullos de cirios.
Las plantas, que despedían un olor aromático, eran de un verde oscuro y sus numerosos capullos verdes, replegados para evitar la luz, brillaban como la cera. Jack cortó uno con la navaja y su olor se derramó sobre ellos.
—Capullos de cirios.
—No se pueden encender —dijo Ralph—. Parecen velas, eso es todo.
—Velas verdes —dijo Jack con desprecio—; no se pueden comer. Venga, Vámonos.
Habían ¡legado al lugar donde comenzaba la espesa selva, y caminaban cansados por un sendero cuando oyeron ruidos —en realidad gruñidos— y duros golpes de pezuñas
en un camino. A medida que avanzaban aumentaron los gruñidos hasta hacerse frenéticos. Encontraron un jabato atrapado en una maraña de lianas, debatiéndose
entre las elásticas ramas en la locura de su angustiado terror. Lanzaba un sonido agudo, afilado como una aguja, insistente. Los tres muchachos avanzaron corriendo y Jack blandió de nuevo su navaja. Alzó un brazo al aire. Se hizo un silencio, una
pausa; el animal continuó gruñendo, siguieron agitándose las lianas y la navaja brillando al extremo de un brazo huesudo. La pausa sirvió tan sólo para que los tres comprendieran la enormidad que sería la caída del golpe. En ese momento, el jabato se libró de las ramas y se escabulló en la maleza. Se quedaron mirándose y contemplaron el lugar del terror.
El rostro de Jack estaba blanco bajo las pecas. Advirtió que aún sostenía la navaja en lo alto; bajó el brazo y guardó el arma en su funda. Rieron los tres algo avergonzados y retrocedieron hasta alcanzar el camino abandonado.
—Estaba buscando un buen sitio —dijo Jack—; sólo esperé un momento para decidir dónde clavarla.
—Los jabalíes se cazan con venablo —dijo Ralph con violencia—. Siempre se habla de cazar el jabalí con venablo.
—Hay que cortarles el cuello para que les salga la sangre —dijo Jack—. Si no, no
se puede comer la carne.
—¿Por qué no le has...?
Sabían muy bien por qué no lo había hecho: hubiese sido tremendo ver descender la navaja y cortar carne viva; hubiese sido insoportable la visión de la sangre.
—Lo iba a hacer —dijo Jack.
Se había adelantado y no pudieron ver su cara.
—Estaba buscando un buen sitio. ¡La próxima vez...!
De un tirón sacó la navaja de su funda y la clavó en el tronco de un árbol. La próxima vez no habría piedad. Se volvió y les miró con fiereza, retándoles a que le desmintiesen.
A poco salieron a la luz del sol y se entretuvieron algún tiempo en busca de frutos comestibles, devorándolos mientras avanzaban por el desgarrón hacia la plataforma y la
reunión.
Cuando Ralph cesó de sonar la caracola, la plataforma estaba atestada, pero aquella reunión era bastante diferente de la que había tenido lugar por la mañana. El sol vespertino entraba oblicuo por el otro lado de la plataforma y la mayoría de los muchachos, aunque demasiado tarde, al sentir el escozor del sol, se habían vestido; el coro, menos compacto como grupo, había abandonado sus capas.
Ralph se sentó en un tronco caído, dando su costado izquierdo al sol. A su derecha se encontraba casi todo el coro; a su izquierda, los chicos mayores, que antes de la evacuación no se conocían; frente a él, los más pequeños se habían acurrucado en la hierba.
Ahora, silencio. Ralph dejó la caracola marfileña y rosada sobre sus rodillas; una repentina brisa esparció luz sobre la plataforma. No sabía qué hacer, si ponerse en pie o
permanecer sentado. Miró de reojo a la poza, que quedaba a su izquierda. Piggy estaba sentado cerca, pero no ofrecía ayuda alguna.
Ralph carraspeó.
—Bien.
De pronto descubrió que le era difícil hablar con soltura y explicar lo que tenía que decir. Se paso una mano por el rubio pelo y dijo:
—Estamos en una isla. Subimos hasta la cima de la montaña y hemos visto que hay
agua por todos lados. No vimos ninguna casa, ni fuego, ni huellas de pasos, ni barcos, ni gente. Estamos en una isla desierta, sin nadie más.
Jack le interrumpió.
—Pero sigue haciendo falta un ejército... para cazar. Para cazar cerdos...
—Sí. Hay cerdos en esta isla.
Los tres intentaron trasmitir a los demás la sensación de aquella cosa rosada y viva
que luchaba entre las lianas.
—Vimos...
—Chillando...
—Se escapó...
—Y no me dio tiempo a matarle... pero... ¡la próxima vez!
Jack clavó la navaja en un tronco y miró a su alrededor con cara de desafío.
La reunión recobró la tranquilidad.
—Como veis —dijo Ralph—, necesitamos cazadores para que nos consigan carne.
Y otra cosa.
Levantó la caracola de sus rodillas y observó en torno suyo aquellas caras quemadas
por el sol.
—No hay gente mayor. Tendremos que cuidarnos nosotros mismos.
Hubo un murmullo y el grupo volvió a guardar silencio.
—Y otra cosa. No puede hablar todo el mundo a la vez. Habrá que levantar la mano
como en el colegio.
Sostuvo la caracola frente a su rostro y se asomó por uno de sus bordes.
—Y entonces le daré la caracola.
—¿La caracola?
—Se llama así esta concha. Daré la caracola a quien le toque hablar. Podrá
sostenerla mientras habla.
—Pero...
—Mira...
—Y nadie podrá interrumpirle. Sólo yo. Jack se había puesto de pie.
—¡Tendremos reglas! —gritó animado—. ¡Muchísimas! Y cuando alguien no las cumpla...
—¡Uayy!
—¡Zas!
—¡Bong!
—¡Bam!
Ralph sintió a alguien levantar la caracola de sus rodillas. Cuando se dio cuenta, ya estaba Piggy de pie, meciendo en sus brazos el gran caracol blanquecino, y el griterío fue apagándose poco a poco. Jack, todavía de pie, miró perplejo a Ralph, que sonrió y le señaló el tronco con una palmada. Jack se sentó. Piggy se quitó las gafas y, mientras las limpiaba con la camisa, miró parpadeante a la asamblea.
—Estáis distrayendo a Ralph. No le dejáis llegar a lo más importante. Se detuvo.
—¿Sabe alguien que estamos aquí? ¿Eh?
—Lo saben en el aeropuerto.
—El hombre de la trompeta...
—Mi papá.
Piggy se puso las gafas.
—Nadie sabe que estamos aquí —dijo. Estaba más pálido que antes y falto de
aliento—. A lo mejor sabían a dónde íbamos; y a lo mejor, no. Pero no saben
dónde-estamos porque no llegamos a donde íbamos a ir.
Les miró fijamente durante unos instantes, luego giró y se sentó. Ralph cogió la caracola
de sus manos.
—Eso es lo que yo iba a decir —siguió—, cuando todos vosotros, cuando todos... —
observó sus caras atentas—. El avión cayó en llamas por los disparos. Nadie sabe dónde
estamos y a lo mejor tenemos que estar aquí mucho tiempo.
Hubo un silencio tan completo que podía oírse el angustioso subir y bajar de la
respiración de Piggy. El sol entraba oblicuamente y doraba media plataforma. Las brisas,
que se habían entretenido en la laguna persiguiéndose la cola, como los gatos, se abrían
ahora camino a través de la plataforma en dirección a la selva. Ralph se echó hacia
atrás la maraña de pelo rubio que le cubría la frente.
—Así que a lo mejor tenemos que estar aquí mucho tiempo.
Todos permanecieron callados. De repente, Ralph sonrió.
—Pero esta es una isla estupenda. Nosotros... Jack, Simón y yo..., nosotros
escalamos la montaña. Es fantástico. Hay comida, y bebida, y...
—Rocas...
Piggy, a medio recuperarse, señaló a la caracola que Ralph tenía en sus manos, y
Jack y Simón se callaron. Ralph continuó.
—Podemos pasarlo bien aquí, mientras esperamos. Hizo un amplio gesto con las
manos.
—Es como lo que cuentan en los libros. Surgió un clamor.
—La Isla del Tesoro...
—Golondrinas y Amazonas...
—La Isla de Coral... Ralph agitó la caracola.
—Es nuestra isla. Es una isla estupenda. Podemos divertirnos muchísimo hasta que
los mayores vengan por nosotros.
Jack alargó el brazo hacia la caracola.
—Hay cerdos —dijo—. Hay comida y agua para bañarnos ahí en ese arroyo
pequeño... y de todo. ¿Alguno de vosotros ha encontrado algo más?
Devolvió la caracola a Ralph y se sentó. Al parecer, nadie había encontrado nada.
Los chicos mayores se fijaron por primera vez en el niño, al tratar éste de resistirse.
Un grupo de chiquillos le empujaban hacia delante, pero no quería avanzar. Era un
pequeñuelo, de unos seis años, con una mancha de nacimiento morada que cubría un
lado de su cara. Estaba de pie ante ellos, combado su cuerpo ahora por la rabiosa luz de
la publicidad, y frotaba la hierba con la punta de un pie. Balbuceaba algo y parecía a
punto de llorar.
Los otros pequeños, hablando en voz baja, pero muy serios, le empujaron hacia
Ralph.
—Bueno —dijo Ralph— venga de una vez. El niño miró a todos con pánico.
—¡Habla!
El pequeño alargó el brazo hacia la caracola y el grupo rompió en carcajadas;
rápidamente retiró las manos y rompió a llorar.
—¡Dale la caracola! —gritó Piggy—. ¡Dásela!
Por fin, Ralph logró que la cogiese, mas para entonces el golpe de risas había dejado
sin voz al niño. Piggy se arrodilló junto a él, con una mano sobre la gran caracola, para
escucharle y hacer de intérprete ante la asamblea.
—Quiere saber qué vais a hacer con esa serpiente. Ralph se echó a reír y los otros
mayores rieron con él. Cada vez se encorvaba más el pequeño.
—Cuéntanos cómo era esa serpiente.
—Ahora dice que era una fiera.
—¿Una fiera?
—Se parecía a una serpiente. Pero grandísima. La vio él.
—¿Dónde?
—En el bosque.
—No puede haber ni fieras salvajes ni tampoco serpientes en una isla de este tamaño —explicó Ralph amablemente—. Sólo se encuentran en países grandes como África o la India o Sheffield.
Murmullos, y el serio asentir de las cabezas.
—Dice que la bestia vino por la noche.
—¡Entonces no pudo verla! Risas y aplausos.
—¿Habéis oído? Dice que vio esa cosa de noche...
—Sigue diciendo que la vio. Vino, y luego se fue, y volvió, y quería comerle...
—Estaba soñando.
Ralph, entre risas, recorrió con su mirada el anillo de rostros en busca de
asentimiento. Los mayores estaban dé acuerdo; pero aquí y allá, entre los pequeños,
quedaba el resto de duda que necesita algo más que una garantía racional.
—Tuvo una pesadilla. Por haber andado entre todas esas trepadoras.
De nuevo, un serio asentir; sabían muy bien lo que eran las pesadillas.
—Dice que vio esa fiera, como una serpiente, y quiere saber si esta noche va a
volver.
—¡Pero si no hay ninguna fiera!
—Dice que por la mañana se transformó en una de esas cosas de los árboles que son
como cuerdas y que se cuelga de las ramas. Pregunta si volverá está noche.
—¡Pero si no hay ninguna fiera!
Ya no había rastro alguno de risas, sino una atención más preocupada.
Ralph, divertido y exasperado a la vez, se pasó ambas manos por el pelo y miró al niño
Jack asió la caracola.
—Ralph tiene razón, eso desde luego. No hay ninguna serpiente. Pero si hay una serpiente la cazaremos y la mataremos. Vamos a cazar cerdos para traer carne a todos.
La asamblea permaneció en silencio. Ralph alzó la caracola una vez más y recobró el buen humor al pensar en lo que aún tenía que decir.
—Ahora llegamos a lo más importante. He estado pensando. Pensaba mientras escalábamos la montaña —lanzó a los otros dos una mirada de connivencia— y ahora
aquí, en la playa. Esto es lo que he pensado. Queremos divertirnos. Y queremos que nos rescaten.
El apasionado rumor de conformidad que brotó de la asamblea le golpeó con la fuerza de una ola y él se perdió. Pensó de nuevo.
—Queremos que nos rescaten; y, desde luego, nos van a rescatar.
Creció el murmullo. Aquella declaración tan sencilla, sin otro respaldo que la fuerza de la nueva autoridad de Ralph, les trajo claridad y dicha. Tuvo que agitar la caracola en el aire para hacerse oír.
—Mi padre está en la Marina. Dice que ya no quedan islas desconocidas. Dice que la Reina tiene un cuarto enorme lleno de mapas y que todas las islas del mundo están dibujadas allí. Así que la Reina tiene dibujada esta isla.
De nuevo se oyó el rumor de la alegría y el optimismo.
—Y antes o después pasará por aquí algún barco. Hasta podría ser el barco de papá. Así
que ya lo sabéis. Antes o después vendrán a rescatarnos.
Tras aclarar su argumento, se detuvo. La asamblea se vio alzada a un lugar seguro por sus palabras. Sentían simpatía y ahora respeto hacia él. Le aplaudieron espontáneamente y pronto la plataforma entera resonó con los aplausos. Ralph se sonrojó al observar de costado la abierta admiración de Piggy y al otro lado a Jack, que sonreía con afectación y demostraba que también él sabía aplaudir.
Ralph agitó la caracola en el aire.
Prosiguió cuando hubo silencio, alentado por el triunfo.
—Hay algo más. Podemos ayudarles para que nos encuentren. Si se acerca un barco a la isla, puede que no nos vea. Así que tenemos que lanzar humo desde la cumbre de la montaña. Tenemos que hacer una hoguera,
—¡Una hoguera! ¡Vamos a hacer una hoguera!
Al instante, la mitad de los muchachos estaban ya en pie. Jack vociferaba entre ellos, olvidada por todos la caracola.
—¡Venga! ¡Seguidme!
El espacio bajo las palmeras se llenó de ruido y movimiento. Ralph estaba también de pie, gritando que se callasen, pero nadie le oía. En un instante el grupo entero corría hacia el interior de la isla y todos, tras Jack, desaparecieron. Hasta los más pequeños se pusieron en marcha, luchando contra la hojarasca y las ramas partidas como mejor pudieron. Ralph, sosteniendo la caracola en las manos, se había quedado
solo con Piggy.
Piggy respiraba ya casi con normalidad.
—¡Igual que unos críos! —dijo con desdén—. ¡Se portan como una panda de críos!
Ralph le miró inseguro y colocó la caracola sobre un tronco.
—Te apuesto a que ya han pasado las cinco —dijo Piggy—. ¿Qué crees que van a hacer en la montaña?
Acarició la caracola con respeto, luego se quedó quieto y alzó los ojos.
—¡Ralph! ¡Oye! ¿A dónde vas?
Ralph trepaba ya por las primeras huellas de vegetación aplastada que marcaban la desgarradura del terreno. Las risas y el ruido de pisadas sobre el ramaje se oían a lo lejos.
Piggy le miró disgustado.
—Igual que una panda de críos...
Suspiró, se agachó y se ató los cordones de los zapatos. El ruido de la errática asamblea se alejaba hacia la montaña. Piggy, con la expresión sufrida de un padre que se ve obligado a seguir la loca agitación de sus hijos, asió la caracola y se dirigió
hacia la selva, abriéndose paso a lo largo de la franja destrozada.
En la ladera opuesta de la montaña había una plataforma cubierta por el boscaje. Ralph, una vez más, se vio esbozando el mismo gesto circular con las manos.
—Podemos coger toda la leña que queramos allá abajo.
Jack asintió con la cabeza y dio un tirón a su labio. La arboleda que se ofrecía a unos treinta metros bajo ellos, en el lado más pendiente de la montaña, parecía ideada para
proveer de combustible.
Jack se volvió a los muchachos del coro, que aguardaban preparados a obedecer.
Llevaban las gorras negras inclinadas sobre una oreja, como boinas.
—Venga. Vamos a formar una pila.
Buscaron el camino más cómodo de descenso y, una vez allí, comenzaron a recoger leña. Los chicos más pequeños lograron alcanzar la cima y se deslizaron también hacia
aquel lugar; pronto todos excepto Piggy estaban ocupados en algo. La mayor parte de la madera estaba tan podrida que cuando tiraban de ella se deshacía en una lluvia de
astillas, gusanos y residuos; pero lograron sacar algunos troncos en una sola pieza. Los mellizos, Sam y Eric, fueron los primeros en conseguir un buen leño, pero no pudieron
hacer nada con él hasta que Ralph, Jack, Simon, Roger y Maurice se abrieron sitio para echar una mano. Subieron aquella cosa grotesca y muerta monte arriba y la dejaron caer
en la cima. Cada grupo de chicos añadía su parte, grande o pequeña, y la pila crecía. Al regresar, Ralph se encontró con Jack, queriendo hacerse con un tronco; ambos se
sonrieron y compartieron aquella carga. De nuevo la brisa, los gritos y la oblicua luz del sol sobre la alta montaña infundieron aquel encanto, aquella extraña e invisible luz de amistad, aventura y dicha.
—Casi imposible moverla. Jack le devolvió la sonrisa.
—Si lo hacemos entre los dos, no.
Juntos, unidos en un mismo esfuerzo por aquella carga, subieron tambaleándose hasta escalar el último saliente. Cantaron juntos, ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! y arrojaron el
leño sobre la gran pila. Al apartarse, estaban tan alegres por aquel triunfo que Ralph no tuvo más remedio que dar una voltereta inmediatamente. Más abajo los chicos
seguían trabajando, aunque algunos de los más pequeños habían perdido interés y buscaban fruta en aquel nuevo bosque. Llegaron ahora a la cima los mellizos, que, con inteligencia no sospechada, traían brazadas de hojas secas que vertieron sobre
el montón. Uno a uno, los muchachos fueron abandonando la tarea al comprender que ya tenían bastante para la hoguera; allí esperaron, en la cima quebrada y rosa de la montaña. La respiración se había vuelto tranquila y el sudor se secaba.
Ralph y Jack se miraron mientras el grupo aguardaba en torno suyo. La vergonzosa verdad iba creciendo en ellos y no sabían cómo comenzar la confesión.
Ralph fue el primero en hablar; su cara estaba roja como el carmín.
—¿Quieres...? Tosió y siguió
—¿Quieres encender el fuego?
Ahora que la absurda situación estaba al descubierto, Jack se sonrojó también.
Murmuró vagamente:
—Frotas dos palos. Se frotan...
Lanzó una ojeada a Ralph, que acabó por hacer confesión final de su impotencia.
—¿Alguien tiene cerillas?
—Se hace un arco y se da vueltas a la flecha —dijo Roger. Frotó las manos en imitación. —Psss. Psss.
Corría un airecillo sobre la montaña. Y con él llegó Piggy, en camisa y calzoncillos,
en un lento esfuerzo para acabar de salir al claro; la luz del atardecer se reflejaba en sus gafas.
Llevaba la caracola bajo el brazo.
Ralph le gritó:
—¡Piggy! ¿Tienes cerillas?
Los demás muchachos repitieron el grito hasta que resonó el eco en la montaña.
Piggy contestó que no con un gesto y se acercó hasta la pila.
—¡Vaya! Menudo montón habéis hecho. Jack señaló, rápido, con la mano.
—Sus gafas... vamos a usarías como una lente. Piggy se encontró rodeado antes de poder escapar.
—¡Oye... déjame en paz!— Su voz se convirtió en un grito de terror cuando Jack le arrebató las gafas. —¡Ten cuidado! ¡Devuélvemelas! ¡No veo casi! ¡Vais a romper la caracola!
Ralph le empujó a un lado de un codazo y se arrodilló junto a la pila.
—Quitaos de la luz.
Se empujaban, se daban tirones unos a otros y gritaban oficiosos. Ralph acercaba y retiraba las gafas y las movía de un lado a otro, hasta que una brillante imagen blanca del sol declinante apareció sobre un trozo de madera podrida. Casi inmediatamente se alzó un fino hilo de humo que le hizo toser. También Jack se arrodilló y sopló suavemente, impulsando el humo, cada vez más espeso, hacia lo lejos, hasta que apareció
por fin una llama diminuta. La llama, casi invisible al principio a la brillante luz del sol, rodeó una ramita, creció, se enriqueció en color y alcanzó a otra rama que estalló con
un agudo chasquido. La llama aleteó hacia lo alto y los chicos rompieron en vítores.
—¡Mis gafas! —chilló Piggy—. ¡Dame mis gafas!
Ralph se apartó de la pila y puso las gafas en las manos de Piggy, que buscaba a tientas. Su voz bajó hasta no ser más que un murmullo.
—Sólo cosas borrosas, nada más. Casi no veo ni mis manos...
Los muchachos bailaban. La madera estaba tan podrida y ahora tan seca que las ramas enteras, como yesca, se entregaban a las impetuosas llamas amarillas; una gran barba roja, de más de cinco metros, surgió en el aire El calor que despedía la hoguera sacudía a varios metros como un golpe, y la brisa era un río de chispas. Los troncos se deshacían en polvo blanco.
Ralph gritó:
—¡Más leña! ¡Todos por más leña!
Era una carrera del tiempo contra el fuego, y los muchachos se esparcieron por la selva alta. El objetivo inmediato era mantener en la montaña una bandera de pura llama ondeante y nadie había pensado en otra cosa. Incluso los más pequeños, a no ser que se sintiesen reclamados por los frutales, traían trocitos de leña que arrojaban al fuego. El aire se movía más ligero y pasó a convertirse en un viento suave, y así sotavento y barlovento se hallaban bien diferenciados. El aire era fresco en un lado, pero en el otro el fuego alargaba un colérico brazo de calor que rizaba inmediatamente el pelo. Los muchachos, al sentir el viento de la tarde en sus rostros empapados, se pararon a disfrutar del fresco y advirtieron entonces que estaban agotados. Se tumbaron en las sombras escondidas entre las despedazadas rocas. La barba flamígera disminuyó rápidamente; la pila se desplomó con un ruido suave de
cenizas, y lanzó al aire un gran árbol de chispas que se dobló hacia un costado y se alejó en el viento. Los chicos permanecieron tumbados, jadeando como perros.
Ralph levantó la cabeza, que había descansado en los brazos.
—No ha servido para nada.
Roger escupió con tino a la arena caliente.
—¿Qué quieres decir?
—Que no había humo, sólo llamas. Piggy se había instalado en el ángulo de dos piedras, y estaba allí sentado con la caracola sobre las rodillas.
—Hemos hecho una hoguera para nada —dijo—• No se puede sostener ardiendo un fuego así, por mucho que hagamos.
—Pues sí que tú has hecho mucho —dijo Jack con desprecio—. Te quedaste ahí
sentado.
The Anglogalician Cup es es torneo menos inclusivo del mundo
La Camiseta Jako, 2 de 2
Gael y Nacho, 3 de 3
Los Moldes, 2 de dos.
Empieza haber generaciones enteras de Porcos Bravos que no han visto perder a su su equipo.
Del portero Villanueva al jugador de campo Iñaki.
Así se escriben las Crónicas.
El suelo del jardín se ha llenado de olivas negras que nuestro acebuche ha parido este año a montones. Las urracas vienen y van en ocasiones las devoran en el lugar y otras se las llevan supongo que a sus nidos. También acuden al reclamo de las gordas olivas palomas torcaces, gorriones, petirrojos, herrerillos, mirlos, carboneros, verderones, estorninos, pinzones y aulcaudones. Y estoy a la espera de la curruca cabecinegra este año todavía no la he visto. Hay seis tipos de currucas si mal no recuerdo pero la que viene al acebuche es la cabecinegra.
el evangelio de la cultura del esfuerzo es un bluf
Un equipo deslavazado con 0 entrenamientos no debería haber ganado.
No es bueno para la credibilidad de la competición.
Los grandes imperios se han impuesto siempre mediante el halago a las élites, el consentimiento de los vasallos y la indiferencia de la mayoría.
¡Yo soy tu enemigo! —dice el Señor de los Ejércitos Celestiales—. Tus carros de guerra serán quemados; tus jóvenes morirán en la batalla. Nunca más saquearás las naciones conquistadas. No volverán a oírse las voces de tus orgullosos mensajeros
Habían transcurrido ya dos años desde que la ironía —el Espíritu Santo de estos últimos tiempos— descendiera, al menos teóricamente, sobre él. La ironía era como el toque final a los zapatos, como la última pasada de cepillo a la ropa,
una especie de «¡Ya está!» intelectual y futbolístico
Estaba convencido de que algún día llevaría a cabo algo sutil y poco ruidoso que los elegidos considerarían meritorio y que al desaparecer él se incorporaría a las mortecinas estrellas de un nebuloso e indeterminado paraíso, situado a mitad de camino entre la muerte y la inmortalidad.
La memoria sabe agarrarse por su cuenta a lo más nimio y convertirlo en memorable sin que lo advirtamos; pero también, al revés, lo más insignificante puede parecernos digno de memoria y cobrar un sentido que no tenía si sucede en determinada fecha, bajo la emanación de algún espíritu misterioso; por ejemplo el de un partido
Luego, a través del cuerpo y del alma le había atacado al cerebro, enviándole sudores nocturnos, lágrimas y sueños infundados, transformando un sólido equilibrio en credulidad y sospechas. Del basto material de su entusiasmo había cortado docenas de mansas pero petulantes obsesiones; de su antigua energía no quedaba más que el malhumor de un niño mimado, y su voluntad de poder se había convertido en un deseo tan pueril como ilusorio de instaurar en la tierra un reino de arpas y cánticos celestiales.
Llegas tarde. ¿Has estado echando carreras con el cartero
alrededor de la manzana? Nos hemos dedicado a hacer trizas tu personalidad.
¡Vuestra estúpida distinción consiste en presumir de que bebéis
como esponjas! Lo malo es que los dos pertenecéis a la Escuela del Viejo Caballero Inglés del siglo dieciocho. Beber en silencio hasta caerse debajo de la mesa. Nunca divirtiéndose. ¿Divertirse? No, no, eso no se hace en absoluto.
El suave apresurarse de los tractores que pasaban a su lado, y risas, risas tan ásperas como graznidos de cuervos, incesantes y muy fuertes, con el retumbar del metro por debajo; y, sobre todo, el girar de las luces, el aumento y disminución de las luces; luces dividiéndose como perlas; apareciendo y reapareciendo en barras y círculos luminosos y figuras monstruosamente grotescas, que se destacaban asombrosamente contra el cielo.
La Belleza, que nace de nuevo cada cien años, se hallaba sentada en una especie de sala de espera al aire libre, atravesada por ráfagas de viento blanco y de cuando en cuando por una estrella presurosa y sin aliento. Las estrellas al
pasar le hacían guiños como de viejas conocidas, y los vientos agitaban incesantemente sus cabellos con mucha suavidad. Se trataba de un ser incomprensible, porque, en ella, alma y espíritu eran una sola cosa: la belleza de su cuerpo era la esencia de su alma, logrando esa unidad buscada por los filósofos durante muchos siglos. En esta sala de espera, hecha de vientos y
estrellas, llevaba esperando cien años, sumida en la paz que le proporcionaba su propia contemplación.
Un talento inferior solo podría resultar elegante si tuviera que alimentar ideas inferiores. Cuanto más limitadamente se ve una cosa, tanto más ameno se puede ser acerca de ella.
Su día, habitualmente una entidad de consistencia gelatinosa, una cosa sin forma ni columna vertebral, había logrado la estructura del mesozoico en aquel campo de Campañó.
Unos sándwiches; de queso, de jalea y de pollo
con aceitunas, por ejemplo. No se preocupe del desayuno.
Los chicos están bien, están bien porque cumplieron con la ley: “no fear, no envy, no meanness”.
nos estáis echando tanta mierda encima que estáis abonando nuestro odio
Tanto reproche por una victoria.
El enjambre digital se distingue de la masa porque el enjambre no es una masa, ya que no es inherente a ningún espíritu. El enjambre digital consta de individuos aislados. La masa estaba estructurada de manera distinta. Los individuos individuales se fundían en una nueva unidad en la que ya no tenían ningún perfil propio. La masa no era volátil, sino voluntaria y no constituía concentraciones fugaces, sino formaciones firmes. Era susceptible de la acción común. Y una masa decidida a la acción común engendra poder.
La masa más silenciosa es la de los enemigos muertos.
Es soberano el que dispone sobre las shitstorms de la red
La decadencia general de los valores erosiona la cultura del respeto. Los modelos actuales carecen de valores interiores. Se distinguen por cualidades externas. Y donde desaparece el respeto, decae lo público. Lo público presupone el distanciamiento, apartar la vista de lo privado bajo la dirección del respeto. Hoy reina una creciente falta de respeto, una falta de distancia, en la que la intimidad es expuesta públicamente y lo privado se hace público. Sin distancia tampoco es posible ningún decoro.
La comunicación digital deshace las distancias y la técnica del aislamiento genera veneración. La destrucción de las distancias espaciales va de la mano con la erosión de las distancias mentales. La comunicación digital fomenta esta exposición pornográfica de la intimidad.
Así mismo, la comunicación anónima fomentada por el medio digital, destruye masivamente el respeto. Anonimato y respeto se excluyen entre sí. El nombre es la base del reconocimiento. Va unido a la responsabilidad, la confianza y la promesa. Y el medio digital, que separa el mensaje del mensajero, la noticia del emisor, destruye el nombre.
Nunca mientas al médico, al abogado o al entrenador.
El aceleracionismo, como un niño nacido muerto (como un puro deseo maquínico), siempre fue un espectro turbador para las esperanzas orgánicas de la izquierda y siempre mirará con una frialdad cadavérica a los patéticos fundamentalismos esgrimidos desde la derecha. En última instancia, es este régimen de temporalidad abyecta y retrocausal del aceleracionismo (su política futura) lo único que puede hacer colapsar las apropiaciones de la política humana tal como se encuentran en el L/Acc y el R/Acc.
Puede que la izquierda humanista, con su perpetua y necesaria exigencia de un futuro poscapitalista, no hiciese sino obstruir las potencialidades posthumanas del aceleracionismo (con la neorreacción como su reverso gemelo fascista); porque, como ya apuntaba Willy Sifones el gesto más radical podría consistir en dinamitar las tácticas estructurales del humano(falo)centrismo y no tanto las estrategias siempre reapropiables del circuito vicioso capitalista.
Vimos al Main entregarle un sobre a Manzano Negreira.
Vivid la espera del invierno y que ella os purifique.
Nacemos en un mundo cercado como una pocilga, continuó pensando con el cerebro zumbándole, e igual que los cerdos que se revuelcan en su propio fango no sabemos con qué fin nos apelotonamos en torno a las ubres nutricias, para qué luchamos encarnizadamente en el barro, por llegar al comedero o, al atardecer, al lugar donde dormir. Se abotonó el pantalón y dio unos pasos para que la lluvia le diera de lleno. «¡Lávame estos viejos huesos! —murmuró con tono de amargura—. ¡Lávalos porque este viejo meón ya no durará mucho tiempo!.
A la hora del naufragio y a la de la oscuridad alguien te rescatará, para ir cantando a tomar por culo.
By any chance, do you happen to know where they go, the stags, when it gets all frozen over?
Do you happen to know, by any chance?
Tú no te das cuenta, pero te pasas las noches mordiendo la sábana, como si al mascarla desgarraras el sueño que quieres. Jadeas. Sudas. Tragas saliva como si ésta fuera un jarabe dulzón que te diera voz; quisieras contar lo que sientes, lo que oyes, por eso muerdes la sábana. Sabes que tu obligación es callar. Puedes ir y venir por toda la casa, no la tuya, la de ellos; los que pueden vivir sin importarles tu existencia. A ti no te molesta. Es tu trabajo. Limpiar. Fregar, lavar, cocinar, joderte para ellos. Sin voz. Sin oídos. Testigo siempre mudo. Viviendo indiferente la vida de los otros. ¿Qué vas contar? si no te enteras de nada. Sólo retazos, retazos; retazos que en la noche, cuando la casa calla, reconstruyes en tu sueño y muerdes, masticas la sábana.
Sin embargo, tampoco el sueño es tuyo, es de ellos. Tú lo dudas. Te resistes. Tú querías venir a la ciudad. Progresar. Soñabas. Hoy no sabes para qué. Tú cumples con tu trabajo. No tienes amigas porque sabes que son como tú, con vida prestada para los domingos o el día de descanso en que los otros quieren que vivas tu propia vida. Por eso, aunque no te das cuenta, masticas la sábana por las noches.
Redonda como pelota hecha de adobe La Concepción parece que rueda cuando camina. Se levanta al sol, peina sus cabellos negros y su sonrisa de máscara olmeca no la abandona durante el día.
Sale a barrer cuando todos los de la casa todavía duermen.
La Concepción dice que una banqueta barrida sabe a casa limpia.
– Concepción ¿ya te levantaste?
– Si señora.
– Ten listo el desayuno del señor y el de las niñas.
Carne asada para el señor; pan tostado y toronja para la señora; un jugo de tomate para la señorita y para la niña, chocolate con churros. Hoy es domingo.
–Conchis ¿me lavaste mi vestido azul?.
-Si niña.
Rápida. Sonriente. La Concepción trabaja. Se siente útil.
– Concha, lava el coche que voy a salir.
– Si señor.
Lo conoce, el señor sale todos los domingos, ¿a dónde?; no lo sabe. La señora tampoco, dice que son negocios. No le importa. Es cosa de ellos. El coche ya está lavado.
– Conchitis, ¿me subes el jugo a la recámara?
– Si señorita.
Aquí las paredes tienen oídos. Escuchas todas las noches un zumbido pertinaz, sordo. Tu cuarto no es grande, por eso los sonidos se quedan pegados a las paredes. Al principio pensaste que el zumbido pertenecía al viento que se colaba por los resquicios de la puerta, pero al despertar tenías los oídos inflamados. Recuerdas el remedio de tu madre y cortas unas ramitas de ruda. Las hueles. Te sientes aliviada. El picante olor de la ruda te penetra, te sumerges en otro sueño, el tuyo, el que has olvidado, pero el zumbido persiste, retumba dentro de ti. Te asustas. Piensas que estas loca, y de repente el zumbido disminuye, se apaga, se pierde entre los rumores de la calle que también se despierta al sol. Entonces peinas tus cabellos negros. Te sientas en la cama y por un instante te sabes bella. Renace la sonrisa olmeca de tu rostro y quieres gritar lo que sabes, pero tienes miedo. Te zumban de nuevo los oídos. Tomas la escoba y sales a barrer.
Durante el desayuno de un domingo tibio, La Concepción fue adorable. La carne asada del señor: un éxito. La señora se enceló, ella no sabe ni freír un huevo.
El señor les dio un beso a la señora y a la niña. La Concepción recibió una palmada en el hombro corta y sincera del que se va satisfecho. La Concepción se puso colorada y su sonrisa no le cabía en el rostro.
– Concepción, ¿porqué no bajó Claudia?
– No lo sé señora.
– ¿No va a desayunar?
– Le subí un jugo a su recámara, señora.
– Esta Claudia está insoportable. Yo a los diecisiete era más respetuosa con mis padres.
Altiva, limándose las uñas, la señora bostezaba con su cara de urraca.
– Conchis, ¿me das más chocolate? Está rico.
– Si niña.
Dorados trece años se desbordaban por su cuerpo. Púber y precoz, la niña saboreaba su chocolate.
– Conchis, ¿mi vestido azul?
– Orita se lo doy niña.
– Buenos días mamá. Hola Conchitis, al jugo le faltó limón.
– Se me olvidó señorita.
Mustios ojos canela. Claudia tiene buen busto y una espinilla en la frente.
– ¿Porqué no bajaste?. Tu papá ya se fue.
– Ay mamá, estaba muy cansada.
– ¿A qué hora regresaste anoche?.
– A la una.
– Y lo dices así.
– Tengo diecisiete años, mamá.
– ¿Te parecen muchos?… A tu edad, yo tenía que llegar máximo a las diez.
– Eso fue hace mucho.
– ¡Claudia!
– Fue una broma… eran otros tiempos… entiende.
– ¿Y se puede saber adonde estabas?
– Ya lo sabes… En casa de Bertha.
– ¡No es cierto!.
– ¡Tu cállate! Escuincla babosa… Conchitis ¿me das más jugo?, con limón ¿eh?.
– Si señorita.
– ¿Y quién te trajo?..
– El papá de Bertha.
– ¿Y porqué no subió?
– Ay mamá, ¿a esa hora?
– La luz de mi cuarto estaba encendida.
– No empieces.
– Los papas de Bertha son de confianza.
– De eso te quería hablar… Fíjate que Bertha y sus papas… el próximo fin de semana se van a su casa de Acapulco… ¿puedo ir?
– ¡No es cierto!
– Mamá, dile a Conchitis que se la lleve.
– Anda sube a tu cuarto.
– Claudia es una mentirosa.
– ¡Conchitis, llévatela!
– Si señorita… ven niña, vamos por tu vestido.
Quisieras huir. Tumbarte en la hamaca. No pensar. Quedarte quieta mirando cómo la marea se mece al ritmo de tu respiración. Sola en tu costa, en tu arena. Confrontando tu piel al sol; a ese sol que te labra. No hay zumbidos, sólo el murmullo caliente de las palmeras… Quisieras un coco. Abrirlo. Beberlo. Refrescarte la garganta y dormir… Dormir sin soñar. Así como la roca: quieta, sola; que no se inquieta cuando la furia de las olas chocan; ni cuando la espuma la rodea y la acaricia. Qué lejos… que lejos te sientes y que sola. Por eso muerdes la sábana en las noches. ¡Despierta!… el zumbido nace de ti. Es tuyo. Crece en tu cuerpo. Te desbordan las entrañas. No lo niegues. Por tu nombre darás la vida.
La Concepción subió con la niña a su cuarto y le entregó el vestido.
-Gracias Conchis. Te quedó muy limpio.
– De nada niña.
– ¿Cómo le quitaste la mancha?
– Tallando niña… tallando.
– No se lo digas a mi mamá. Era sangre.
– ¿Se cortó niña?
– Ay Conchis, ¿cómo eres?. Las mujeres sangran. Yo ya soy mujer. ¿Tu no sangras?
– Si niña. Yo también.
– ¡No me digas niña!
– Bueno. La dejo, voy a lavar los platos.
– Oye Conchis, no se lo digas a mi mamá.
– ¿Qué?
– Ay Conchis, lo del vestido.
– No le diré nada.
– Gracias Conchis. Me caes bien aunque seas fea.
La Concepción bajó las escaleras aturdida. Entró a la cocina con los pies hinchados.
– ¿No me estas engañando, Claudia?
– No mamá. Si quieres háblale a Bertha.
– Mira que si no me dices la verdad…
– ¿No me tienes confianza?
– Si pero…
– Ya tengo diecisiete años mamá.
– Lo se hija pero, que vayas sola no me gusta.
– Si no voy sola. Voy con la familia de Bertha… a la casa de Acapulco. Dame permiso ¿sí?
– ¿No me engañas?.
– Si quieres habla con la mamá de Bertha… Conchitis, sube a mi recámara. Sobre el escritorio esta mi agenda. Tráela. ¡Ándale! no te quedes parada con cara de boba.
– Si señorita.
Al salir, «La Concepción» se sentía triste, incapaz y con hambre.
– ¿Qué hace ahí niña?
– Oyendo las mentiras de mí hermana.
– No está bien que se esconda tras la puerta.
– Claudia es una mentirosa. Si no fuera mujer la acusaría.
– ¿Porqué niña?
– Porque hay que ser solidaria con las mujeres. Yo ya soy mujer sino… Claudia quiere irse a Acapulco con el novio. Los cahé hablando por teléfono.
– Ay niña.
– ¡No me digas niña!.. Conchis, ¿porqué pones esa cara?… ¿qué te pasa?
– Nada. No tengo nada.
Tú lo sabías. Te dejaste envolver y ahora tienes miedo. Tiemblas. Te hierve la sangre…los muslos. Te dijo palabras extrañas. No entendías pero te gustaban. Te adormecías. Te dejaste llevar por el sonido de su voz, por sus manos…Te dijo que eras bella. Que sentía por ti un amor antropológico. Que cuando hacía el amor era como hacerlo a un ídolo. No entendías sus palabras pero te gustaban. Te sentías princesa. Hoy tienes náuseas. Tu cuerpo no miente, él se larga a Acapulco. Y ¿Tu? ¿Adónde?
Temblorosa «La Concepción» traía la agenda bajo el brazo.
– Mamá, pero es el próximo domingo. ¿Qué te cuesta? Dame permiso.
– No sé…
– Conchitis dame la agenda. Habla con la mamá de Bertha. No seas mala mamá.
– No es necesario.
– ¿Entonces si me das permiso?
– Pídeselo a tu padre.
– ¿Tu se lo dices primero?
– No… ¡Concepción! ¿Qué haces? ¿No oyes el timbre? abre.
– Si señora.
– Aunque no me de permiso mi papá, de todas maneras yo voy.
– Atrévete…
– Gracias Concha. Se me olvidaron las llaves. Y ¿esos gritos?…
¿De qué discuten?
– No lo sé señor. No quiero saber.
– ¿Qué tienes, Concha?…¿estás enferma?… ¿qué te duele?
– Los oídos señor… Los oídos.
Recoges tus cosas. Te marchas sin decirles nada. Ni siquiera a él. No quieres explicar… pedir… Quieres llevarte sus manos en tu piel; su voz entre tus cabellos. Ya no morderás la sábana por las noches. Morderás al mar. Tu vientre crecerá frente a la playa. Dirás a todos que fuiste amada como un ídolo y que a tu amante se lo tragó el mar de Acapulco cuando nadaba… nadaba. Te abandonarás en la brisa. Te perderás bajo el sol cuando nadie te vea. Y tal vez volverás a soñar con tu sonrisa olmeca… Y la roca… Y la arena… Y la asonancia… Encabalgas la noche… tus recuerdos… Callas…Te duermes…
De los momentos pasados convalece. De los actos futuros reniega. Si no fuera porque vive en un piso con dos habitaciones frente a la gran avenida ya hubiese enloquecido. Sus padres lo corrieron cuando tenía quince años, al descubrir que habría la caja registradora de la venta de pan. De poco a poco juntó una pequeña fortuna. Compró un apartamento para vivir a sus anchas. Desde entonces sabe que la independencia si no tiene suficiente levadura no levanta. Mirar a la gente pasar y al comprobar que tiene una vida visual se consuela.
Pasan días sin que alguien le responda. No pierde la esperanza y registra las negativas. Sus hábitos son congénitos.
El frío civiliza.
Nuestra amnesia colectiva respecto de los orígenes coloniales de la Anglogalician Cup y sus consecuencias imperiales ha despojado al conflicto de su significado y lo ha convertido en un cuento de hadas del siglo xxI
La Crónica que enterró al mini main y encumbró al Maximain
Tu posición en la rampa de lanzamiento de los purgados se halla contando las veces que te citan en la Crónica Irrefutable.
A más citas, más jodido estás.
Matar ciervos en Campañó como acto administrativo, libro segundo, parte duodécima.
No tendrán un lugar en nuestra vida de cada día
Dormirán más allá de la espuma de Inglaterra
Pero donde están nuestros deseos y esperanzas profundas,
Frágiles como un manantial bajo tierra, escondidos de la vista;
Son conocidos en lo más profundo del corazón de su propia tierra
Como las estrellas son conocidas de la Noche de Pontevedra
Las que brillarán cuando nos convirtamos en polvo y paja
Desinflando hacia la llanura de las putas
Como las estrellas que iluminan la hora de nuestra oscuridad
Hasta el fin, hasta el final, ellos permanecen sin ganar partido.
Publicar un comentario