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Unha Ducia De Ovos. Tan Cerca Del Son De Las Gaitas, Tan Lejos De La Espuma De Inglaterra.

Ganar es un hábito. Pero no hace al monje ni al Porco Bravo. Las cosas no se deben dar nunca por supuestas. Ninguna cigarra pasó nunca mejor invierno que una hormiga. Es cierto que a veces hay casualidades y otras hay excepciones. Pero sólo confirman la regla general. Sin entrenar, sin sacrificio, sin disciplina, no se va a ninguna parte. Aunque a veces un buen resultado maquille una mala actitud. Aunque a veces el talento colectivo tape las miserias individuales. Y viceversa. Hemos tomado nota. Los trenes de la purga ya están en el andén del no volverá a pasar.



El uniforme, ¿no era totalmente negro?

La otra crónica, la escrita según el tradicional método galeguidade ao pao, informa:


Porcos Bravos 8 - Sheffield Stags 4

Os Porcos Bravos: Manu Blondo (Gk); Frank; Nacho; Xandre; Sergio (4); Peter Rojo; Martín Fisher; Estevo (2); Villanueva; Gael (2); Josué; Sava y Xurxo Moldes

The Sheffield Stags: Gallo (Gk); Thomo; Harrison (2); Machen; Percy; Simon (2); Irish; Ben Thompson y P.K.

Venue: Agüeiros, en Campañó. Mañana soleada. El otoño en Galiza ya no es lo que era. Estuvieron arreglando el campo y se notó.

Attendance: 700 privilegiados en las gradas. Entre ellos, los hermosos y los malditos.

Uniformes: Os Porcos Bravos cabalgan otra vez con Jako, hermosa camiseta germana y negra.
Los Stags insisten en el verde de tonalidad confusa. Ya saben que la esperanza es una puta vestida de ese color.

El Laurence Bowles (¿o es ya el premio Colin Davies?) al mejor jugador porcobravo es para Peter Rojo, imperial en la zaga local.

El Derek Dooley's Left Leg al mejor jugador inglés recae en Simon, al que otras fuentes llaman Schofield.

Árbitro: E. Manzano Negreira. Sin influencia en el resultado.


Los Datos: Van cinco victorias seguidas del equipo galego y la tentación de la rima siempre está presente.

Sergio se convierte en el primer jugador que golea en cuatro ediciones consecutivas.

Os Porcos Bravos empiezan a ser una voluta de humo en el horizonte. 12 triunfos a 7. Jamás un equipo en esta Cup había tenido cinco partidos de ventaja. Contando además con la particularidad que diez ediciones se han disputado en Inglaterra por sólo 9 en Galiza. En la XX, buscarán, una vez más, lo nunca visto en la competición. Ganar 6 ediciones consecutivas.

No nos engañemos. La puesta en escena de los Porcos Bravos fue un puto espanto. Se notó que parte del equipo se dejó arrastrar por la resaca de la noche pontevedresa y ni hizo acto de presencia. Se notó que no se entrenó la XIX ni a las canicas y lo pagaron con hasta tres lesionados. Se notó que están embriagados de éxito. Y tanto dieron la nota, que los ingleses marcaron en su primer ataque. Tocaba a los locales remar contracorriente. Y entonces los cuervos, una vez más, decidieron volar en dirección al Main. El delantero titular para la ocasión demostró de que pie cojea y hubo que cambiarlo. Genio y figura, a Sergio le bastó lo que quedaba de primera parte para marcar la diferencia con un póquer de goles y cambiar el curso de la batalla. Gael, Xandre, Josué y los debutantes Estevo y Villanueva, todos un notable alto, empezaron a subir el ritmo, y la jornada se tiñó de negro. Los de Sheffield, un equipo aseado y trabajado tácticamente, acusaron eso tan viejo de que todo el mundo tiene un plan hasta que le cae la primera hostia, y encajaron un quinto antes del recreo.

Aunque nadie lo dijo en voz alta, todos sabían que la segunda parte sobraba. Un parcial de 3 a 3 a pesar del noble temple de los arqueros en el intercambio limpio de golpes en el correcalles y del admirable pero infructuoso esfuerzo de Martín por hacer su gol y defender la corona de máximo goleador histórico.

También hubo otros detalles de esos que enriquecen la mitología anglogaliciosa que se bebe en los pubs: el golazo de Simon, directo a un tutorial de como pegarle a la pelota; o la asistencia de tacón de Sava...lástima que volviese a confundir la portería.

Ahora toca preparar la XX. Un partido que se prevé épico.
Os galegos tienen que hacer examen de conciencia.
Los ingleses, jugando de locales y con tres fichajes más, tendrán una nueva oportunidad para acabar con una sequía que enfila hacia la década.

Pero eso será otra marea y en otro país

Después de todo, mañana, si los dioses no disponen otra cosa, será otro día.

447 comentarios:

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  1. Pai do cú dixo...
  2. Sé, hijo mío, cuánto te esfuerzas y cuánto dedicas cada minuto de tu día. Sé de todo lo que eres capaz. Eres un ganador y le estás demostrando a todos que eres un verdadero guerrero. Tu estrella seguirá brillando, aunque algunos intenten apagar tu luz. Creo que tu futuro está justo ahí.

  3. Secwepemcúl̓ecw en la lengua Secwepemctsín de los indios Secwépemc, término para referirse a los alrededores del lago Shuswap dixo...
  4. Un payaso devastado con el maquillaje corrido, pero aún vivo y creyendo gloriosa y patéticamente en la Anglogalician.

    Así debes salir de la lectura de esta Crónica.

  5. pisando cáscaras de cacahuetes dixo...
  6. Algún año perderemos
    Alguno

  7. El látigo dixo...
  8. Ésta es tu vida. Esto es lo que tienes. Puedes hacer el inventario exacto de tu escasa fortuna, el balance preciso de tu primer cuarto de siglo. Tienes veinticinco años y veintinueve dientes, tres camisas y ocho calcetines, algunos libros que ya no lees, algunos discos que ya no escuchas. No tienes ganas de acordarte de nada, ni de tu familia, ni de tus estudios, ni de tus amores, ni de tus amigos, ni de tus vacaciones, ni de tus proyectos. Has viajado y no has traído nada de tus viajes.
    Estás sentado y sólo quieres esperar, esperar solamente hasta que no haya nada más que esperar: que venga la noche, que den las horas, que los días se vayan, que los recuerdos se desdibujen.
    No vuelves a ver a tus amigos. No abres la puerta. No bajas a buscar el correo. No devuelves los libros que tomaste prestados de la Biblioteca del Instituto Pedagógico. No escribes a tus padres.
    Sólo sales cuando ya es de noche, como las ratas, los gatos y los monstruos, arrastras los pies por las calles, te dejas caer en los pequeños cines mugrientos de los Grandes Bulevares. A veces caminas durante toda la noche; a veces duermes todo el día.
    Juega tu equipo en Campañó y te quedas en cama con resaca.

  9. Ker Lascivia dixo...
  10. Un invitado que llega cuando tienes que hacer algo urgente y se queda hablando eternamente. Si es alguien por quien no sientes mucho respeto, basta con que lo despidas diciendo «Nos vemos después», pero si es alguien a quien consideras que tienes que rendirle pleitesía, es una situación fastidiosa.

    Un cabello se ha introducido en el tintero y acabas moliéndolo con la tinta. También, el ruido chirriante que emite la tinta cuando le entra una piedrecita.

    De repente alguien enferma y se llama a un exorcista. No lo encuentran en el lugar habitual y se pierde muchísimo tiempo esperando a que aparezca. Por fin consiguen encontrarlo y, con gran alivio, le piden que realice los ritos del exorcismo. Sin embargo, los esfuerzos que ha tenido que hacer en exorcizar a otra posesión recientemente parece que lo han dejado exhausto, ya que, en cuanto se sienta, empieza a leer los sutras con voz somnolienta. Esto es sumamente enervante.

  11. El libro de la almohada dixo...
  12. Los conjuntos se intersectan más o menos igual y lo único que cambia es el punto de vista desde el que te toca ver: la renuncia es voluntaria, el consenso es la menos común de las opciones, y el abandono es una imposición.

  13. El libro de la almohada. dixo...
  14. La verdad es que odio a cualquier persona que estornuda salvo cuando es el dueño de la casa.

  15. Humpty Dumpty dixo...
  16. Por la mañana en la cocina, sobre la mesa, veo el huevo.

    Miro el huevo con una sola mirada. Inmediatamente advierto que no se puede estar viendo un huevo. Ver un huevo no permanece nunca en el presente: apenas veo un huevo y ya se vuelve haber visto un huevo hace tres milenios. En el preciso instante de verse el huevo este, es el recuerdo de un huevo. Solamente ve el huevo quien ya lo ha visto. Al ver el huevo es demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido. Ver el huevo es la promesa de llegar un día a ver el huevo. Mirada corta e indivisible; si es que hay pensamiento; no hay; hay huevo. Mirar es el instrumento necesario que, después de usarlo, tiraré. Me quedaré con el huevo. El huevo no tiene un sí mismo. Individualmente no existe.

    Ver el huevo es imposible: el huevo es supervisible como hay sonidos supersónicos. Nadie es capaz de ver el huevo. ¿El perro ve el huevo? Solo las máquinas ven el huevo. La grúa ve el huevo. Cuando yo era antigua, un huevo se posó en mi hombro. El amor por el huevo tampoco se siente. El amor por el huevo es supersensible. Uno no sabe que ama al huevo. Cuando yo era antigua fui depositaria del huevo y caminé suavemente para no derramar el silencio del huevo. Cuando morí, me sacaron el huevo con cuidado. Todavía estaba vivo. Solo quien viera el mundo vería el huevo. Como el mundo, el huevo es obvio.

    El huevo ya no existe. Como la luz de la estrella ya muerta, el huevo propiamente dicho ya no existe. Eres perfecto, huevo. Eres blanco. A ti te dedico el comienzo. A ti te dedico la primera vez.

    Al huevo dedico el país fr Galiza.

    El huevo es una cosa suspendida. Nunca se posó. Cuando se posa, no fue él quien se posó. Fue una cosa que quedó debajo del huevo. Miro el huevo en la cocina con atención superficial para no romperlo. Tomo el mayor cuidado para no entenderlo. Siendo imposible entenderlo, sé que si lo entiendo es porque estoy equivocándome. Entender es la prueba de la equivocación. Entenderlo no es el modo de verlo. No pensar jamás en el huevo es un modo de haberlo visto. ¿Será que sé acerca del huevo? Es casi seguro que sé. Así: existo, luego sé. Lo que no sé del huevo es lo que realmente importa. Lo que no sé del huevo me da el huevo propiamente dicho. La Luna está habitada por huevos.

    El huevo es una exteriorización. Tener un cascarón es darse. El huevo desnuda la cocina. Hace de la mesa un plano inclinado. El huevo expone. Quien se hunde en un huevo, quien ve más que la superficie del huevo, está deseando otra cosa: tiene hambre.

  17. Humpty Dumpty dixo...
  18. El huevo es el alma de la gallina. La gallina torpe. El huevo exacto. La gallina asustada. El huevo exacto. Como un proyectil detenido. Pues huevo es huevo en el espacio. Huevo sobre azul. Yo te amo, huevo. Te amo como una cosa que ni siquiera sabe que ama a otra cosa. No lo toco. El aura de mis dedos es la que ve el huevo. No lo toco. Pero dedicarme a la visión del huevo sería morir a la vida mundana, y necesito de la yema y de la clara. El huevo me ve. ¿El huevo me idealiza? ¿El huevo me medita? No, el huevo tan solo me ve. Está libre de la comprensión que hiere. El huevo nunca luchó. Es un don. El huevo es invisible a simple vista. De huevo en huevo se llega a Dios, que es invisible a simple vista. El huevo tal vez habrá sido un triángulo que rodó tanto por el espacio que se fue ovalando. ¿El huevo es básicamente un jarro? ¿Habrá sido el primer jarro moldeado por los etruscos? No. El huevo es originario de Macedonia. Allá fue calculado, fruto de la más penosa espontaneidad. En las arenas de Macedonia, un hombre con una vara en la mano lo dibujó. Y después lo borró con el pie desnudo.

    El huevo es una cosa que necesita cuidarse. Por eso la gallina es el disfraz del huevo. Para que el huevo atraviese los tiempos, la gallina existe. La madre es para eso. El huevo vive como forajido por estar siempre demasiado adelantado para su época. El huevo, por ahora, será siempre revolucionario. Vive dentro de la gallina para que no lo llamen blanco. El huevo es realmente blanco. Pero no puede ser llamado blanco. No porque eso le haga mal, sino que las personas que llaman blanco al huevo, esas personas mueren para la vida. Llamar blanco a aquello que es blanco puede destruir a la humanidad. Una vez un hombre fue acusado de ser lo que era, y fue llamado Aquel Hombre. No habían mentido: Él era. Pero hasta hoy aún no nos recuperamos, unos después de los otros. La ley general para continuar vivos: se puede decir «un bello rostro», pero quien diga «el rostro», muere; por haber agotado el asunto.

    Con el tiempo, el huevo se convirtió en un huevo de gallina. No lo es. Pero, adoptado, usa su apellido. Se debe decir «el huevo de la gallina». Si solo se dice «el huevo», se agota el asunto, y el mundo queda desnudo. En relación con el huevo, el peligro es que se descubra lo que se podría llamar belleza, es decir, su veracidad. La veracidad del huevo no es verosímil. Si la descubrieran, pueden querer obligarlo a volverse rectangular. El peligro no es para el huevo; él no se volvería rectangular. (Nuestra garantía es que no puede; no puede, es la gran fuerza del huevo; su grandiosidad viene de la grandeza de no poder, que se irradia como un no querer.) Pero quien luchase por convertirlo en rectangular, estaría perdiendo la propia vida. El huevo nos pone, por lo tanto, en peligro. Nuestra ventaja es que el huevo es invisible. Y en cuanto a los iniciados, los iniciados disfrazan el huevo.

    En cuanto al cuerpo de la gallina, el cuerpo de la gallina es la mayor prueba de que el huevo no existe. Basta mirar a la gallina para que sea obvio que el huevo es imposible.

    ¿Y la gallina? El huevo es el gran sacrificio de la gallina. El huevo es la cruz que la gallina carga en la vida. El huevo es el sueño inalcanzable de la gallina. La gallina ama al huevo. No sabe que existe el huevo. Si supiese que tiene en sí misma un huevo, ¿se salvaría? Si supiese que tiene en sí misma el huevo, perdería el estado de gallina. Ser una gallina es la supervivencia de la gallina. Sobrevivir es la salvación. Pues parece que vivir no existe. Vivir lleva a la muerte. Entonces lo que la gallina hace es estar permanentemente sobreviviendo. Se llama sobrevivir a mantener la lucha contra la vida que es mortal. Ser una gallina es eso. La gallina tiene el aire forzado.

  19. Humpty Dumpty dixo...
  20. Es necesario que la gallina no sepa que tiene un huevo. Si no, se salvaría como gallina, lo que tampoco está garantizado, pero perdería el huevo. Entonces no sabe. Para que el huevo use a la gallina es que la gallina existe. Ella estaba solo para que se cumpliera, pero le gustó. La desorientación de la gallina viene de eso: gustar no formaba parte del nacer. Gustar de estar vivo duele. En cuanto a quién vino antes, fue el huevo el que encontró a la gallina. La gallina ni siquiera fue llamada. La gallina es directamente una elegida. La gallina vive como en sueño. No tiene sentido de la realidad. Todo el susto de la gallina es porque está siempre interrumpiendo su devaneo. La gallina es un gran sueño. La gallina sufre de un mal desconocido. El mal desconocido de la gallina es el huevo. Ella no sabe explicarse: «Sé que el error está en mí misma», llama error a su vida, «Ya no sé lo que siento», etcétera.

    «Etcétera, etcétera, etcétera» es lo que cacarea el día entero la gallina. La gallina tiene mucha vida interior. Para decir la verdad, lo que la gallina solo tiene realmente es vida interior. Nuestra visión de su vida interior es lo que llamamos «gallina». La vida interior de la gallina consiste en actuar como si entendiera. Cualquier amenaza y ella grita escandalosamente, hecha una loca. Todo eso para que el huevo no se rompa dentro de ella. El huevo que se rompe dentro de la gallina es como sangre.

    La gallina mira el horizonte. Como si de la línea del horizonte estuviera viniendo un huevo. Fuera de ser un medio de transporte para el huevo, la gallina es tonta, desocupada y miope. ¿Cómo podría la gallina entenderse si ella es la contradicción de un huevo? El huevo todavía es el mismo que se originó en Macedonia. La gallina es siempre la tragedia más moderna. Está siempre inútilmente al día. Y continúa siendo rediseñada. Aún no se encontró la forma más adecuada para una gallina. Mientras mi vecino atiende el teléfono, vuelve a dibujar con lápiz distraído la gallina. Pero para la gallina no hay solución: está en su condición no servirse a sí misma. Siendo, sin embargo, su destino más importante que ella, y siendo su destino el huevo, su vida personal no nos interesa.

    Dentro de sí la gallina no reconoce al huevo, pero fuera de sí tampoco lo reconoce. Cuando la gallina ve el huevo, piensa que está lidiando con una cosa imposible. Y con el corazón latiendo, con el corazón latiendo tanto, no lo reconoce.

    De repente miro el huevo en la cocina y solo veo en él la comida. No lo reconozco, y mi corazón late. La metamorfosis se está realizando en mí: comienzo a no poder ver ya el huevo. Fuera de cada huevo particular, fuera de cada huevo que se come, el huevo no existe. Ya no consigo más creer en un huevo. Estoy cada vez más sin fuerza para creer, estoy muriendo, adiós, miré demasiado a un huevo y éste me fue adormeciendo.

    La gallina que no quería sacrificar su vida. La que optó por querer ser «feliz». La que no advertía que, si se pasara la vida dibujando dentro de sí como en una miniatura el huevo, estaría sirviendo. La que sabía perderse a sí misma. La que pensó que tenía plumas de gallina para cubrirse por poseer preciosa piel, sin entender que las plumas eran exclusivamente para suavizar la travesía al cargar el huevo, porque el sufrimiento intenso podría perjudicar al huevo. La que pensó que el placer era un don, sin advertir que era para que ella se distrajera totalmente mientras el huevo se hacía. La que no sabía que «yo» es apenas una de las palabras que se dibujan mientras se atiende el teléfono, mera tentativa de buscar una forma más adecuada. La que pensó que «yo» significa tener un sí mismo. Las gallinas perjudiciales al huevo son aquellas que son un «yo» sin tregua. En ellas el «yo» es tan constante que ya no pueden pronunciar más la palabra «huevo». Pero, quién sabe, era eso mismo lo que el huevo necesitaba. Pues si no estuvieran tan distraídas, si prestasen atención a la gran vida que se hace dentro de ellas, perjudicarían al huevo.

  21. Humpty Dumpty dixo...
  22. Comencé a hablar de la gallina y hace mucho ya que no estoy hablando más que de la gallina. Pero aún estoy hablando del huevo.

    Y he aquí que no entiendo al huevo. Solo entiendo al huevo roto: lo rompo en la sartén. Es de este modo indirecto como me ofrezco a la existencia del huevo: mi sacrificio es reducirme a mi vida personal. Hice de mi placer y de mi dolor mi disimulado destino. Y tener tan solo la propia vida es, para quien ya vio el huevo, un sacrificio. Como aquellos que, en el convento, barren el piso y lavan la ropa, sirviendo sin la gloria de una función mayor, mi trabajo es el de vivir mis placeres y mis dolores. Es necesario que tenga la modestia de vivir.

    Tomo otro huevo en la cocina, le rompo el cascarón y la forma. Y a partir de ese instante exacto no existió nunca un huevo. Es absolutamente indispensable que yo sea una ocupada y una distraída. Soy indispensablemente una de los que reniegan. Formo parte de la masonería de los que vieron una vez el huevo y lo reniegan como modo de protegerlo. Somos los que se abstienen de destruir, y en eso se consumen. Nosotros, agentes disfrazados y distribuidos por las funciones menos reveladoras, a veces nos reconocemos.

    Ante un cierto modo de mirar, ante una manera de dar la mano, nos reconocemos y a esto lo llamamos amor. Y entonces no es necesario el disfraz: aunque no se hable, tampoco se miente, aunque no se diga la verdad, tampoco es necesario disimular. Amor es cuando es concedido participar un poco más. Pocos quieren el amor, porque el amor es la gran desilusión de todo lo demás. Y pocos soportan perder todas las otras ilusiones. Están los que volverían al amor, pensando que el amor enriquecerá la vida personal. Es lo contrario: el amor es finalmente la pobreza. Amor es no tener. Amor es incluso la desilusión de lo que se pensaba que era amor. Y no es premio, por eso no envanece, el amor no es premio, es una condición concedida exclusivamente a aquellos que, sin él, corromperían el huevo con el dolor personal. Eso no hace del amor una excepción honrosa; es precisamente concedido a malos agentes, a aquellos que dificultarían todo si no les fuera permitido adivinar vagamente.

    A todos los agentes les son dadas muchas ventajas para que el huevo se haga. No es cuestión de tener, pues, envidia; incluso algunas de las condiciones, peores que las de los otros, son tan solo las condiciones ideales para el huevo. En cuanto al placer de los agentes, ellos también lo reciben sin orgullo. Austeramente viven todos los placeres: inclusive es nuestro sacrificio para que el huevo se haga. Ya nos fue impuesta, incluso, una naturaleza completamente adecuada a mucho placer. Cosa que ayuda. Por lo menos hace menos penoso el placer.

    Existen casos de agentes que se suicidan: les parecen insuficientes las poquísimas instrucciones recibidas, y se sienten sin apoyo. Existió el caso del agente que reveló públicamente ser agente porque le resultó intolerable no ser comprendido, y no soportaba más no tener el respeto ajeno: murió atropellado cuando salía de un restaurante. Hubo otro que no necesitó ser eliminado: él mismo se consumió lentamente en la rebelión, su rebelión vino cuando descubrió que las dos o tres instrucciones recibidas no incluían ninguna explicación. Hubo otro, también eliminado, porque pensaba que «la verdad debe ser valientemente dicha», y comenzó, en primer lugar, a buscarla; de él se dijo que murió en nombre de la verdad, pero el hecho es que tan solo estaba dificultando la verdad con su inocencia; su aparente coraje era tontería, y era ingenuo su deseo de lealtad; no había comprendido que ser leal no es cosa limpia; ser leal es ser desleal para con todo lo demás. Esos casos extremos de muerte no son por crueldad. Es que hay un trabajo, digamos cósmico, que realizar, y los casos individuales infelizmente no pueden ser tenidos en cuenta. Para los que sucumben y se vuelven individuales, existen las instituciones, la caridad, la comprensión que no discrimina motivos, en fin, nuestra vida humana.

  23. Nostromo dixo...
  24. Al pasar por estas ciudades galaicas, ya sé que finalmente tendré que detenerme en alguna por más tiempo, tal vez incluso instalarme. Las sopeso en la cabeza, las comparo y evalúo, y siempre me da la impresión de que cada una de ellas está o demasiado lejos o demasiado cerca.
    De manera que todo parece confirmar la existencia de un punto fijo en torno al cual realizo mis circunvalaciones. Demasiado lejos ¿de qué? Demasiado cerca ¿de qué?

  25. Humpty Dumpty dixo...
  26. Los huevos estallan en la sartén, e inmersa en el sueño preparo el desayuno. Sin ningún sentido de la realidad, grito por los chicos que brotan de varias camas, arrastran sillas y comen, y el trabajo del día que amanece comienza, gritado y reído y comido, clara y yema, alegría entre peleas, día que es nuestra sal y nosotros somos la sal del día; vivir es extremadamente tolerable, vivir ocupa y distrae, vivir hace reír.

    Y me hace sonreír en mi misterio. Mi misterio es que siendo yo solamente un medio, y no un fin, me ha dado la más maliciosa de las libertades: no soy tonta y aprovecho. Incluso, hago un mal a los otros que, francamente, no esperaban eso. El falso empleo que me dieron para disfrazar mi verdadera función, pues aprovecho el falso empleo y de él hago el verdadero; incluso el dinero que me dan como jornal para facilitar mi vida de manera tal que el huevo se haga, pues ese dinero lo he usado para otros fines, desvío la partida, últimamente he comprado acciones de Brahma4 y estoy rica. A todo eso aún lo llamo tener la necesaria modestia de vivir. Y también el tiempo que me dieron, y que nos dan tan solo para que en el ocio honrado el huevo se haga, pues ese tiempo lo he usado para placeres ilícitos y dolores ilícitos, enteramente olvidada del huevo. Ésta es mi simplicidad.

    ¿O es eso mismo lo que ellos quieren que me suceda, precisamente para que el huevo se cumpla? ¿Es libertad o estoy siendo mandada? Pues vengo notando que todo lo que es error mío ha sido aprovechado. Mi rebelión es que para ellos yo no soy nada, soy tan solo valiosa: me cuidan segundo a segundo, con la más absoluta falta de amor; soy tan solo valiosa. Con el dinero que me dan, últimamente ando bebiendo. ¿Abuso de confianza? Pero es que nadie sabe cómo se siente por dentro aquel cuyo empleo consiste en fingir que está traicionando, y que termina creyendo en la propia traición. Cuyo empleo consiste en olvidar diariamente. Aquel de quien se exige la aparente deshonra. Ni mi espejo refleja ya un rostro que sea mío. O soy un agente o es la traición misma.

  27. Humpty Dumpty dixo...
  28. Pero duermo el sueño de los justos por saber que mi vida fútil no molesta la marcha del gran tiempo. Por el contrario: parece que se exige de mí que sea extremadamente fútil, se me exige incluso que duerma como un justo. Ellos me quieren ocupada y distraída, y no les importa cómo. Pues con mi atención equivocada y mi grave tontería, yo podría dificultar lo que se está haciendo a través de mí. Es que yo misma, yo propiamente dicha, solo he servido realmente para dificultar. Lo que me revela que tal vez sea un agente es la idea de que mi destino me rebasa: al menos esto tuvieron realmente que dejármelo adivinar; yo era de los que harían mal el trabajo si al menos no adivinara un poco; me hicieron olvidar lo que me dejaron adivinar, pero vagamente me quedó la noción de que mi destino me rebasa, y de que soy instrumento del trabajo de ellos. Pero de cualquier modo era solo instrumento lo que yo podría ser, pues el trabajo no podría realmente ser mío. Ya probé establecerme por cuenta propia y no dio resultado; me quedó hasta hoy esta mano trémula. Si hubiera insistido un poco más habría perdido para siempre la salud. Desde entonces, desde esa malograda experiencia, procuro razonar de este modo: que ya mucho me fue dado, que ellos ya me concedieron todo lo que puede ser concedido, y que otros agentes muy superiores a mí también trabajaron tan solo para los que no sabían. Y con las mismas poquísimas instrucciones. Ya me fue dado mucho; esto, por ejemplo: una u otra vez, con el corazón latiendo por el privilegio, sé al menos que no estoy reconociendo; con el corazón latiendo de emoción, al menos no comprendo; con el corazón latiendo de confianza, al menos no sé.

    Pero ¿y el huevo? Este es uno de los subterfugios de ellos: mientras yo hablaba sobre el huevo, había olvidado el huevo. «Hablad, hablad», me instruyeron ellos. Y el huevo queda enteramente protegido por tantas palabras. Hablad mucho, es una de las instrucciones, estoy tan cansada.

    Por devoción al huevo, lo olvidé. Mi necesario olvido. Mi interesado olvido. Porque el huevo es un esquivo. Ante mi adoración posesiva podría retraerse y nunca más volver. Pero si fuera olvidado. Si yo hiciera el sacrificio de vivir tan solo mi vida y de olvidarlo. Si el huevo fuera imposible. Entonces libre, delicado, sin ningún mensaje para mí quizá todavía una vez se desplace del espacio hasta esta ventana que siempre dejé abierta. Y de madrugada descienda en nuestro edificio. Sereno hasta la cocina. Iluminándola con mi palidez.

  29. Nostromo dixo...
  30. Aunque
te
aceche
con
las
mismas
ansias,
rondando
siempre
tu
esquina, hoy
no
podríamos
reconocernos
como
antes.
Tú
ya
no
usas
esa
capita
roja que
 causaba
 revuelos
 cuando
 pasabas
 por
 la
 feria
 del
 Parque
 Forestal De Campañó, calentando al personal,
y
yo
no
me
atrevo
ni
a
sonreírte,
con esta
boca
desdentada.

  31. Nostromo dixo...
  32. Abrió una puerta que le llevó a una puerta más pequeña; la abrió y le llevó a una puerta más pequeña, y así fue abriendo puertas hasta llegar a una puerta diminuta como una gatera por la que se metió para encontrarse con una puerta pequeña que le llevó a una puerta más grande y así siguió recorriendo un corredor infinito de puertas hasta que finalmente llegó a una pared. Al otro lado se oía una sucesión de portazos.

  33. Nostromo dixo...
  34. Venden esta casa: está llena de fantasmas: En la biblioteca está un abuelo que hace tarjetas navideñas con corazones de purpurina. En la tipografía, un tío que imprime avisos funerarios y programa de circo. En la sala, un padre que lee novelas policíacas hasta el fin de los tiempos. En la alcoba, una madre que está siempre pariendo la última hija. En el comedor, una tía que barniza cuidadosamente su propio ataúd. En la despensa, una prima que plancha todas las mortajas de la familia. En la cocina, una abuela que cuenta noche y día historias del otro mundo. En el patio, un negro viejo que murió en la guerra del Paraguay rajando leña. Y en el tejado, un niño miedoso que los espía a todos; solo que está vivo: ha sido traído por el pájaro de los sueños.
    Dejen dormir al niño, pero vendan la casa, véndanla de prisa, antes de que él despierte y se descubra también muerto.

  35. Nostromo dixo...
  36. Hasta entonces, yo tampoco me había fijado en esos árboles tan grandes que hay en Agüeiros. Alcé la vista hacia sus copas. ¿Por qué me habría fijado en ellos justo ese día? No me extrañaba tanto que no los hubiera visto antes como el hecho de que los estuviera viendo ahora por primera vez. Las copas quedaban muy altas. Eran delgadas y rectas, y resultaban inquietantes: tenía la sensación de que iba a ser succionado directamente desde la tierra hacia ese cielo gris confederado

  37. Nostromo dixo...

  38. Despertó cansado, como todos los días. Se sentía como si un tren le hubiese pasado por encima. Abrió un ojo y no vio nada. Abrió el otro y vio las vías.

  39. Anónimo dixo...
  40. La Anglogalician es un ovillo de lana.
    Una madeja a la que no es fácil encontrarle la punta.
    Cuando no, se toma parte de la superficie, se la jala hacia fuera, se sostiene un pequeño tramo de hilo y se lo corta con un golpe seco. Después, si se encuentra la otra punta ya habrá tiempo de anudarlas. Una receta de cocina.
    Unos piensan que el mundo es un ovillo de lana de un cordero que se inmoló hace mucho para que todos pudieran abrigarse.
    Y encuentran esa idea reconfortante.

  41. The Puto Pato Glücklich dixo...
  42. Los Stags se lo tomaron en serio y perdieron.
    Los Porcos Bravos se lo tomaron a recochineo y ganaron.

    La cigarra se folló a la hormiga y va a entrenar la madre del Main.

  43. Ficticius dixo...
  44. Y pensé en el chimpancé enamorado, en la lata de los terrones de azúcar y en el muchacho que antes parpadeaba sin cesar, el que también en verano parecía estar envuelto en una burbuja invernal, tal vez porque en la nebulosa de mi memoria lo recordaba con el jersey verde y los pantalones de pana marrón en el aula a la que todos asistían con pantalón corto.

  45. The Puto Pato Glücklich dixo...
  46. Los rostros son borrosos, las acciones no pueden apreciarse, cuando les entrego las fotos me responden que no son ellos, que estoy equivocado. “Pero es usted, mírese”, les digo señalando la foto. Entonces empiezan a reconocerse. A recordar. Y hechos que no sucedieron les vuelven a la memoria. La boda en la que nunca se casaron, la edición donde marcaron 4 goles, los hijos no nacidos y el viaje que jamás hicieron. Y son felices otra vez, sumergidos en ese mar de imposibles.

  47. La mezquita del Vao dixo...
  48. Me secuestraron los gitanos. Mis padres me rescataron. Luego los gitanos volvieron a secuestrarme. Esto duró un tiempo. Un minuto estaba en la caravana, mamando de la oscura teta de mi nueva madre, y acto seguido me encontraba sentado en la inmensa mesa del comedor, tomando mi desayuno con una cuchara de plata.

  49. El ojo del dragón dixo...
  50. El pastor se acercó a la hoguera donde la noche anterior habían quemado a la bruja. De entre las cenizas todavía tibias rescató un hueso largo, ennegrecido, que luego ahuecaría con paciencia para poder soplar por él y sacar música. Cada vez que salía melodía del agujero del hueso, un monasterio, en algún lugar del mundo, se incendiaba. Cada vez que el instrumento del músico sonaba, una monja cedía a la tentación. Era un fuego dulce, que miraba desde lejos la apariencia de las cosas y las convertía a su danza, crepitando.

  51. El flautista de Campañó. dixo...
  52. Leyendo la crónica, queda claro que sonó la gaita por casualidad.

  53. Mandragora Bardot dixo...
  54. cuánto falta para que nos veamos hoy
    cuánto falta para que nos veamos ya
    cuánto falta para que nos veamos todos los días
    cuánto falta para que nos veamos para siempre
    cuánto falta para que nos veamos un día sí y un día no
    cuánto falta para que nos veamos a veces
    cuánto falta para que nos veamos cada vez menos
    cuánto falta para que no queramos vernos
    cuánto falta para que no queramos vernos nunca más
    cuánto falta para que nos veamos y finjamos que no nos vimos
    cuánto falta para que nos veamos y no nos reconozcamos
    cuánto falta para que nos veamos y no recordemos que un día nos conocimos

  55. Mandragora Bardot dixo...
  56. os habéis obstinado demasiado tiempo esperando, el tiempo ha sido más rápido que vosotros, y no podéis empezar de nuevo

  57. Mandragora Bardot dixo...
  58. Por orden del rey se ha construido un laberinto para encerrar al Minotauro.
    —Tenemos bajo control al enemigo —anuncia el pregón.
    Me pregunto cómo surgió una bestia semejante.
    A qué clase de individuo le convendría su desarrollo, alguna vez fue cachorro, alguien tuvo que alimentarlo.
    Qué pasa si su majestad es un imbécil que trata con constructores mediocres, y el enemigo se descontrola, se escapa.
    Y qué si el minotauro no existe. Si el monarca lo inventó para distraer la atención de la plebe, encubriendo un peligro mayor. Del que debería estar cuidándome.

  59. Deacon Sangriento dixo...
  60. El réprobo que calza pantuflas de fuego y cuya cabeza está engalanada con un gorro de llamas, imagina que nadie es tan castigado como él. En verdad es el que menos sufre en el infierno.

  61. Deacon Sangriento dixo...
  62. Sencillo: prende fuego al pajar
    lo que quede después entre las cenizas, largo,
    longilíneo, menudo,
    bruno, firme, diestro en el cuerpo aciago de su metal
    esa espiga tuerta con el ojo abierto
    donde podría galopar una manada
    de camellos para que los ricos mantengan
    de par en par abierta
    la puerta de los cielos
    es la aguja
    que buscas.

  63. Pitufo Blondo dixo...
  64. Queja razonada: por la mitad de la cagada de Estevo con el pantalón me lapidaron vivo.

    ¡ Sois unos hijos de puta !

  65. Pitufo Blondo dixo...
  66. He disfrutado contándole a la gente que estoy escribiendo un libro sobre el azul sin, de hecho, hacerlo. En general, lo que ocurre en esos casos es que la gente te cuenta historias o te da pistas o te hace regalos y, entonces, puedes jugar con esas cosas en lugar de con las palabras. Durante la última década me han traído tintas, pinturas, postales, tintes, brazaletes, rocas, piedras preciosas, acuarelas, pigmentos, pisapapeles, cálices y caramelos. Me han presentado a un hombre que había sustituido uno de sus dientes delanteros por lapislázuli, solo porque le encantaba la piedra, y a otro que venera tanto el azul que se niega a comer comida azul y cultiva solo flores azules y blancas en su jardín, que rodea la antigua catedral azul en la que vive. He conocido a un hombre que es el principal productor de índigo orgánico del mundo, a otro que canta la canción de los pitufos en una performance drag desgarradora y a otro con cara de vagabundo cuyos ojos, literalmente, derraman azul (a este le bauticé «el príncipe de azul», que era, de hecho, su nombre)

  67. Pitufo Blondo dixo...
  68. Supongamos que comenzara diciendo que me he enamorado de un color. Del azul. Supongamos que fuera a hablar de esto como si fuese una confesión; supongamos que hago añicos mi servilleta mientras hablamos. Empezó paulatinamente. Una apreciación, una afinidad. Y, un día, se tornó más serio. Entonces (mirando una tacita vacía, su fondo manchado con un delgado residuo marrón enroscado en forma de caballito de mar) se volvió de algún modo personal.

  69. A tomar por culo el egipcio dixo...
  70. Lleva años
    cinco jugando al fútbol,
    otros cinco estudiando sánscrito,
    seis cargando piedras,
    nueve de novio con la vecina,
    siete siendo apaleado,
    cuatro andando solo,
    tres mudándose de ciudad,
    diez cambiando de asuntos,
    una eternidad, tú y yo,
    caminando juntos

  71. The Butcher dixo...
  72. Media res. Aturdidor. Línea de sacrificio. Baño de aspersión. Esas palabras aparecen en su cabeza y lo golpean. Lo destrozan. Pero no son sólo palabras. Son la sangre, el olor denso, la automatización, el no pensar. Irrumpen en la noche, cuando está desprevenido. Se despierta con una capa de sudor que le cubre el cuerpo porque sabe que le espera otro día de faenar humanos.

  73. Los tejados de las grandes catedrales refulgían bajo el aire invernal. dixo...
  74. Sergio estaba en el equipo delso Porcos Bravos, decían que era de los mejores jugadores que habían tenido, y siempre estaba rodeado de amigos. Nunca se lo veía solo. Estaba delante de un espejo, peinándose hacia atrás el pelo todavía húmedo de la ducha. Una pequeña cicatriz heroica relucía en su labio cuando sonreía.

  75. Vertedero 5 dixo...
  76. Si hay alguien a quien detesto, es al sentimental sin personalidad: a toda esa gente melancólica que debido a un exceso de piedad por los demás desconocen el estremecimiento de su propia esencia y se deslizan por la vida sin identidad, como brumas humanas, compadeciendo a todo el mundo. Los desechos humanos parecen pisotear sus propias almas malogradas, dejándolas al crepúsculo en un estado muy similar a la escena de un motín carcelario. Decepcionados de sí mismos, están siempre dispuestos a desilusionarse de los demás, y erigirán ciudades enteras, creaciones completas, firmamentos y principios sobre los cimientos de una decepción bañada en lágrimas.

  77. un cornejo desnudo bajo la luz de las estrellas dixo...
  78. Como era demasiado curiosa, una vieja se tambaleó y cayó de su ventana; cayó a la calle y se hizo pedazos. Otra vieja se asomó a la ventana para ver a la que se había caído pero, como era demasiado curiosa, también cayó y se hizo pedazos. Luego una tercera vieja cayó de su ventana; y una cuarta, y una quinta. Cuando la sexta vieja cayó de su ventana me aburrí de mirarlas y caminé hasta el Campañó, donde, se decía, alguien le había regalado a un ciego una bufanda tejida.

  79. A un repartidor de cerveza ahogado lo subieron a la mesa. dixo...
  80. El jaco es una ramera que susurra en la oscuridad
    en mis manos, cuando me pico cae el cabello de una mujer.

  81. Las alubias del Ahorcado Carradine dixo...
  82. En el jardín de la gran casa están construyendo una inmensa horca. El señor de la gran casa, que lleva un traje oscuro que él cree que le favorece, defiende el tamaño de la horca porque así el ejecutado parecerá pequeño en el momento de su muerte. Pero sus críticos, cuyo gusto en ropa jamás igualará al suyo, dicen que la inmensa horca sólo resaltará la importancia del ahorcado. Tonterías, explica el señor de la gran casa, la horca es más que la horca y el ahorcado es menos que el ahorcado. Cualquier otra cosa es impensable.

  83. Las alubias del Ahorcado Carradine dixo...
  84. Todo ciervo sabe morir pero que al hombre le cuesta.
    Contar ciervos en el llano es deporte de poeta.

  85. Me incrusta el peine hostigando los huecos dixo...
  86. La nostalgia pasa por tres fases, una primera, en la que los recuerdos están tan cercanos, son tan próximos, tan en tercera dimensión, que pueden evadirse con un buen dribling, una buena finta que los deja atrás retorciéndose en el pasado. Luego vienen los días en que la memoria hiere como un mal dolor de cabeza y las escenas reviven y resuenan como tambores en mitad del cráneo. Al fin, la nostalgia se vuelve bobalicona, triste, dolorosamente amable. Persistente en cambio. La convocan las gotas de lluvia deslizándose rotas por los cristales, el viento sacudiendo las ramas de los árboles, un columpio solitario que oscila en el parque

  87. Mike Sifones dixo...
  88. Cuánto tiempo antes de atreverse a ser uno mismo

  89. Los comentarios a las entradas deben ser aprobados por el Administrador y no se verán en el blog hasta que pasen esa instancia. dixo...
  90. No se publican comentarios que contengan insultos, agravios, agresiones verbales, amenazas, desacreditaciones y cualquier tipo de imputación no fundada. Tampoco los que no alaben al Main, aunque estén firmados.

  91. También era generosa en tetas. dixo...
  92. Conocí al primero de los hombres cuando volvía a casa tras un baile en el Salón de Veteranos de Guerras en el Extranjero. Me sacaban del lugar mis dos buenos amigos. Había olvidado que ellos me habían acompañado, pero ahí estaban. Una vez más, volví a odiarlos. Los tres habíamos formado un grupo basado en algo erróneo, uno de esos malentendidos básicos que todavía no se había hecho del todo evidente, así que seguíamos haciéndonos compañía y yendo a bares y teniendo conversaciones. Por lo general, estas falsas coaliciones morían después de un día o día y medio, pero esta ya duraba más de un año. Tiempo después, uno de ellos acabó herido cuando estábamos robando una farmacia y los otros dos lo dejamos tirado y sangrando en la entrada trasera de un hospital y entonces lo arrestaron y todo vínculo se disolvió. Pagamos su fianza más tarde, y todavía más tarde fueron retirados todos los cargos en su contra, pero habíamos abierto nuestro pecho para mostrar nuestros cobardes corazones, y no es fácil seguir siendo amigos después de algo así.

  93. Pionta Spam dixo...
  94. Se acerca la penúltima verdad, durísima y sencilla, sobre la Anglogalician.
    Como los trenes que en la infancia, jugando en el andén, me pasaban rozando.

  95. Camarada Lefa dixo...
  96. Queman los bosques: cenizas líquidas corren por nuestras venas. Sus medidas productivas nunca se comprueban a través del método empírico: yo metía el dedo en el culo de las gallinas y sabía si tendría huevos para hacer una tortilla. Somos una duda que campea cual cometa al viento de un burdel de leprosos

  97. División 250 dixo...
  98. Como empeoró el campo de juego en solo dos años...

  99. Arrancaré un puñado de césped y lo plantaré en el nervio. dixo...
  100. el hecho de estar ahí, enarbolando un pesimismo de la fuerza ··
    tengo tu taquigrafía de sensaciones — cómo te concentras ··
    que con una pierna cruzada sobre la otra adquieres control ··
    que el control se cierra en tus muñecas en ese gesto de señalarme ··
    que acordamos comportarnos como adultos en público ··
    callar lo que no está escrito y borrar los correos ahora ··
    ahora mismo estás limpia, escribes sobre los bombardeos ··
    debo dejarte para ir a amartillarme los pies y dar caramelos ··
    esta verticalidad locura balance de virtud de vergüenza ··
    que el viento de hace seis inviernos aún nos ahoga ··
    aún nos ahoga más desde que sabemos que ya no habrá invierno··
    hay una teoría del ensamblaje crística hay quereres shibari ··
    quise tus muslos estrangulados, te quise suspendida, atada ··
    suspendida sobre la barra del bar, atada al bambú, amordazada
    que el trapo en tus frases ha colado el mensaje, desambigua ··
    es flojel que recojo y asiento y recojo, lo echo a las lluvias ··
    hay detritos hay cuentas atrás en red hay alarmas ··
    hay que saborear al menos una vez el azufre hay refranes ··
    hay una alfombra de entradas por canjear en la que retozas ··
    y al desligarnos un vapor frío deja mis brazos ··
    talento perdido, cansancio máximo y justificaciones ··
    boca pequeña, abrasión por roce y cabizbajo ··
    serie de resurrecciones fingidas mediante accesos traseros ··
    apenas para hallar la paz de sumergirse en un sacramento ··
    que no vas a renunciar a la escritura por coger monedas ··
    que tu moneda rueda bien en mi tabla, como es natural ··
    los respiraderos se hacen hucha con cada negación ··
    acomodadores dimiten uno tras otro, en directo, en los noticiarios ··
    la alfombra de entradas por canjear se espesa — peligro ··
    peligra a su vez el plan para la víspera de todos los santos ··
    la guerra desempata parcela pasa el rastrillo a las dunas ··
    un transmisor en la montaña negra da señal retrógrada ··
    pasa que el norte se distiende en cualquier dirección ··
    retrotraemos y seguimos sin decir — es nuestro norte ··
    nuestro norte como un rastro en el texto que parcela ··
    las cifras llevan al diagrama que nunca fue pagina en blanco ··
    los coeficientes de satisfacción que conocemos como estilo ··
    hay cremación hay elogio hay génesis hay regímenes ··
    se seleccionan los ensamblajes por su eficiencia y condición ··
    la condición del entorno nos selecciona de este modo
    ensambla la sedimentación de lo aleatorio en tu escrito ··
    hay un inicio hay un empezar a decir tímido hay riesgo ··
    no más creadores de contenido sino destructores de contenido
    que la belleza jamás debería tomarse por vía de felicidad ··
    la belleza debería radicar en, y sucumbir a, la mayor exigencia ··
    y dejar, por tu gracia y mi gracia, la densidad del secreto

  101. Pionta Spam dixo...
  102. Fíjate en ese punto oscurísimo, como sus bordes recortan el retorno y así aparece y permanece y ha estado desde que empezaste a mirar. Concéntrate. La negrura vibra, se vuelve audible, un susurro que aspira a la voz aunque le quede mucho por delante antes de anegar nada con su significado; ahora mismo, para ti, el punto negro es cualquier cosa, la cosa en sí misma y henchida de tu mirada, un amor tiznado de instante que cesa y reinicia con el parpadeo.

    El ensanche súbito de los lugares que habitas da paso a un primer recuerdo; el punto oscurísimo en el que te fijas.

  103. Vuelva usted ayer dixo...
  104. Me gusta que no hagamos las cosas que no hacemos. Me gustan nuestros planes al despertar, cuando el día se sube a la cama como un gato de luz, y que no realizamos porque nos levantamos tarde por haberlos imaginado tanto. Me gusta la cosquilla que insinúan en nuestros músculos los ejercicios que enumeramos sin practicar, los gimnasios a los que nunca vamos, los hábitos saludables que invocamos como si, deseándolos, su resplandor nos alcanzase. Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegamos a pisar, fascinados frente a un café con leche. Me gustan los restaurantes a los que no acudimos, las luces de sus velas, el sabor por venir de sus platos. Me gusta cómo queda nuestra casa cuando la describimos con reformas, sus sorprendentes muebles, su ausencia de paredes, sus colores atrevidos. Me gustan las lenguas que quisiéramos hablar y soñamos con aprender el año próximo, mientras nos sonreímos bajo la ducha. Escucho de tus labios esos dulces idiomas hipotéticos, sus palabras me llenan de razones. Me gustan todos los propósitos, declarados o secretos, que incumplimos juntos. Eso es lo que prefiero de compartir la vida. La maravilla abierta en otra parte. Las cosas que no hacemos.

  105. Pan y cerveza dixo...
  106. Yo siempre digo que el entrenador es como un sándwich. Nosotros somos el jamón y el queso que van en el medio. Por arriba tienes una capa de pan que son los que mandan, los que dirigen. Y por debajo están los futbolistas. Que son los verdaderos protagonistas del juego y los que hacen al entrenador ganar partidos. Pero cuando el jamón y el queso no tienen absoluta capacidad de mando sobre la capa de abajo, está en claro déficit

  107. Sud Aka dixo...
  108. No se trata de ir y largar. Se trata de ir y morder.

  109. Baby Polla Doc dixo...
  110. Convoca a los fantasmas durmientes de la Anglogalician mejor que cualquier hechizo vudú

  111. Enarbolando el Hrafnsmerki dixo...
  112. Eso del "agorero cantar del enlutado cuervo" no va con nosotros.

    Volad hijos, volad.

  113. John Pollas dixo...
  114. –Juguemos. Si yo soy un gran pianista...
    –Si eres un gran pianista, y te corto un brazo... ¿qué haces?
    –Me dedico a pintar.
    –Si eres un gran pintor, y te corto el otro brazo... ¿qué haces?
    –Me dedico a bailar.
    –Si eres un gran bailarín y te corto las piernas... ¿qué haces?
    –Me dedico a cantar.
    –Si eres un cantante y te corto la garganta... ¿qué haces?
    –Como estoy muerto, pido que con mi piel se fabrique un hermoso tambor.
    –Y si quemo el tambor... ¿qué haces?
    –Me convierto en una nube que tome todas las formas.
    –Si la nube se disuelve... ¿qué haces?
    –Me convierto en lluvia, y hago que nazcan las hierbas.
    –¡Ganaste! Me sentiré muy solo el día que no estés.
    –Si algún día te sientes solo, busca el campo de Campañó.

  115. Manfredo Mensfeldt Cardonnel Findlay dixo...
  116. Cada vez que oía pasar un avión por encima de nuestras tierras, mi papá tenía la costumbre de pasarse los dedos por la cicatriz de metralla de su nuca. Estaba, por ejemplo, agachado en el huerto, reparando las tuberías de riego o el tractor, y si oía un avión se enderezaba lentamente, se quitaba su sombrero mejicano, se alisaba el pelo con la mano, se secaba el sudor en el muslo, sostenía el sombrero por encima de la frente para hacerse sombra, miraba con los ojos entrecerrados hacia el cielo, localizaba el avión guiñando un ojo, y empezaba a tocarse la nuca. Se quedaba así, mirando y tocando. Cada vez que oía un avión se buscaba la cicatriz. Le había quedado un diminuto fragmento de metal justo debajo mismo de la superficie de la piel. Lo que me desconcertaba era el carácter reflejo de este ademán de tocársela. Cada vez que oía un avión se le iba la mano a la cicatriz. Y no dejaba de tocarla hasta que estaba absolutamente seguro de haber identificado el avión. Los que más le gustaban eran los aviones a hélice y esto ocurría en los años cincuenta, de modo que ya quedaban muy pocos aviones a hélice. Si pasaba una escuadrilla de P-51 en formación, su éxtasis era tal que casi se subía hasta la copa de un aguacate. Cada identificación quedaba señalada por una emocionada entonación especial en su voz. Algunos aviones le habían fallado en mitad del combate, y pronunciaba su nombre como si les lanzara un salivazo. En cambio mencionaba la XIX en tono sombrío, casi religioso. Generalmente sólo decía el resultado:
    8 a 4, decía, y luego, satisfecho, bajaba lentamente la vista y volvía a su trabajo.
    A mí me parecía muy extraño que un hombre que amaba tanto el cielo pudiera amar también la tierra.

  117. Prometeo dixo...
  118. Hay cuatro leyendas referidas a Prometeo.
    Según la primera, fue encadenado al Cáucaso por haber revelado a los hombres los secretos divinos, y los dioses mandaron águilas para devorar su hígado, que se renovaba eternamente.
    Según la segunda, Prometeo, espoleado por el dolor de los picos desgarradores, se fue hundiendo en la roca hasta hacerse uno con ella.
    Según la tercera, la traición fue olvidada en el curso de los siglos. Los dioses la olvidaron, las águilas la olvidaron, él mismo la olvidó.
    Según la cuarta, se cansaron de esa historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida se cerró de cansancio.
    Quedó el inexplicable peñasco.
    La leyenda quiere explicar lo que no tiene explicación.
    Como nacida de una verdad, tiene que volver a lo inexplicable.

  119. Musgo,hiedra,herrumbre,Hope,setas,Invictos dixo...
  120. Desgajando musgo, el tlaconete deja su baba amarillenta en un lugar inalcanzable para el niño que desespera al ver que la torpeza de la fuga es más ágil que su ingenio de emboscada.
    El niño se embarra la sal en los cachetes y mira perplejo la escalada del tlaconete, que buscará un refugio en el ladrillo,
    para esperar la lluvia que lo anime, como un bosquejo lunar.
    En su liquidez parsimoniosa arquea su molusca forma, dejando a cada pausa, una sensación plácida y bienhechora.
    El ladrillo untado de manchas rojizas y verdes desparrama humores cancerosos que se distorsionan al calor y a la penumbra. Las florecillas acotan la espesura en una frialdad que se huele, que se palpa, como terrón desmenuzado en la nariz. El olor a yerba se confunde con las palpitaciones de la marcha. La luz acaricia la baba que deja el tlaconete dejando destellos en la huella lastimosa y dolorida. Esos destellos se filtran por las antenas del tlaconete hasta percibir el lamento que campea con el himno de una voz, que se arremolina en el arrastre.
    Cavilando, el tlaconete deja llegar el sueño a su blandura y calado por el frío, bosteza entre el musgo y el ladrillo.

  121. Mike Barja dixo...
  122. En el periodo de radicalización se pierden dos cosas; la primera es la humildad y la segunda, la curiosidad.

  123. Tiempos Nuevos dixo...
  124. Esta es tu pelea.
    Levántate y lucha.
    No voy a hacerlo por ti

  125. Tiempos Salvajes dixo...
  126. El Main ha inventado el pecado
    Y luego ha patentado el perdón.
    Él es quien nos lo administra.
    Es así como consigue el control.

  127. Mi mejor amigo creo que soy yo dixo...
  128. Los soldaditos de carne y hueso uno a uno fueron cayendo en la gran caldera del anonimato.
    La marcha triunfal da testimonio.

  129. El Balón Perdido de Nivea dixo...
  130. Había nombres atados con hilo de ceniza.
    Olores matinales.
    Y una repetición de humo.
    Con el calor,
    las moscas
    se pegaban al círculo,
    al mismo ritual del sacrificio.

  131. Maricanena dixo...
  132. De qué esta hecho el diciembre sino de uva y castaña con su ancha anca de memorias. Es morena la pureza y atroz el sudoroso talle del olvido. Celebremos como si fuéramos invitados a esa ecuación de la copa y de la daga. Que todo vuelva a ser azul para que el jade verde sea profeta de la madre tierra.
    Acabemos bien el año que el cansancio es para enero.

  133. ¿qué coño llevas en los bolsillos? dixo...
  134. Qué coño llevas, la risita, el angustioso y breve silencio, y ya hemos pasado a otro asunto.
    En realidad, todo lo que llevo en los bolsillos está ahí intencionada y premeditadamente. Todo está ahí para encontrarme en una situación de ventaja cuando llegue el momento de la verdad. Aunque, realmente, eso no es que sea muy exacto. Todo está ahí para no encontrarme en situación de desventaja cuando llegue el momento de la verdad. Porque ¿qué ventaja vas a poder sacar de un palillo o de un sello de correos? Pero, si por ejemplo, una chica guapa –¿sabéis qué?, ni siquiera guapa, simplemente mona, una chica de aspecto corriente pero con una sonrisa cautivadora capaz de cortaros la respiración– os fuera a pedir un sello, o ni siquiera fuera a pedíroslo, sino que la veis allí en la calle, una lluviosa noche, con un sobre sin sello en la mano junto a un buzón rojo y os pregunta si no sabríais por casualidad dónde hay una oficina de correos abierta a esas horas y después tosiera un poco, con una tos producto del frío y de la desesperación, porque ella también sabe, en el fondo, que no hay ninguna oficina de correos abierta por los alrededores, vamos, que seguro que no a esas horas, entonces, en ese momento, el momento de la verdad, no va a decirte qué coño llevas en los bolsillos, sino que te estará inmensamente agradecida por el sello, aunque puede que ni siquiera agradecida, sino que se limitará a brindarte su cautivadora sonrisa, una sonrisa cautivadora a cambio de un sello –yo estaría dispuesto a firmar ahora mismo, aunque el valor de los sellos esté al alza y el de las sonrisas a la baja.

  135. Kid Lefas dixo...
  136. El campeón tenía los ojos tan cerrados, que apenas podía divisar al juez en cuenta progresiva hacia el diez. Su orgullo de ganador no lo dejó permanecer en el suelo. Llevó su guante derecho a una de las cuerdas del cuadrilátero y se levantó tambaleante mientras escuchaba gritos enardecidos que no lograba identificar como de apoyo o de rivalidad. Una vez de pie, observó de forma borrosa un grueso e intenso rojo acercándose hacia él. Más que su título, supo que hasta ahí le había llegado el orgullo.

  137. La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol dixo...
  138. Trabajé durante toda la semana en la construcción de una presa en el río y la noche del sábado fui a la ciudad con uno de los obreros. Con el dinero que había ganado durante la semana, jugamos a los dados en un garito y bebimos whiskey.
    El domingo por la noche compramos varias botellas de whiskey y contratamos a dos putas para que pasaran la noche con nosotros. Cuando me levanté a las cinco de la mañana del día siguiente para ir a trabajar, desperté a mi compañero y le dije que se vistiera. Se levantó, se miró durante un rato en el espejo y se bebió otro trago de la botella. Le dije que se diera prisa. Y me contestó que el Main no lo iba a poner de titular y luego cogió su pistola y gritó:
    —¡Mira hacia otra parte! ¡Voy a matar a un hijo de perra!
    La bala le penetró en su cabeza, en pocos segundos rodó por la cama y cayó al suelo, donde, en medio de un gran charco de sangre, quedó como un guiñapo. La puta que había dormido en su cama, se incorporó y dijo.
    —Otro pobre loco víctima de la melancolía de las mañanas del domingo.

  139. Porco Bravo dixo...
  140. En 2023 tuvimos el mejor equipo de la nuestra historia.
    En 2025, otra vez una banda de gaiteros

  141. Arponero ebrio dixo...
  142. Fue una sombra que nos curó la resaca y nos llenó de espanto. Fue una ballena negra atravesando el pueblo de noche como una pesadilla concreta.

  143. El Poder del Perro dixo...
  144. El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que si recogemos suficiente pelo, seremos capaces de recomponer al perro.

  145. Hija de Buda dixo...
  146. La estación de trenes está muy concurrida. La gente camina al mismo tiempo en todas direcciones. Algunos permanecen parados. Un monje budista tibetano con la cabeza afeitada y una larga túnica color vino está en medio de la multitud, con aspecto preocupado. Yo estoy de pie, contemplándole. Tengo mucho tiempo antes de la salida de mi tren porque acabo de perder el anterior. El monje me ve mirarle. Se acerca hasta mí y me dice que está buscando el andén de la purga. Sé dónde están los andenes. Le enseño el camino.

  147. García de las Mesuras dixo...
  148. La erudición tiene tres grados: erudición del que sabe lo que dice una enciclopedia, erudición del que la redacta, erudición del que sabe lo que una enciclopedia no sabe decir.

  149. La infancia del Main dixo...
  150. A los diez años yo era el monarca de las azoteas y gobernaba pacíficamente mi reino de objetos destruidos.
    Las azoteas eran los recintos aéreos donde las personas mayores enviaban las cosas que no servían para nada: se encontraban allí sillas cojas, colchones despanzurrados, maceteros rajados, cocinas de carbón, muchos otros objetos que llevaban una vida purgativa, a medio camino entre el uso póstumo y el olvido. Entre todos estos trastos yo erraba omnipotente, ejerciendo la potestad que me fue negada en los bajos. Podía ahora pintar bigotes en el retrato del abuelo, calzar las viejas botas paternales o blandir como una jabalina la escoba que perdió su paja. Nada me estaba vedado: podía construir y destruir y con la misma libertad con que insuflaba vida a las pelotas de jebe reventadas, presidía la ejecución capital de los maniquíes.

  151. La competición se ha hundido como la nariz de un sifilítico. dixo...
  152. He llegado a soñar con tener una gran bolsa de zapatos viejos para tirárselos por la cara a los seres que me importunan. Una de mis fantasías más queridas consiste en visitar las zapaterías de barrio, comprar los tenis, zapatos de amarrar, botas, tacones y mocasines que la gente nunca reclama, meterlos en una gran maleta y salir a caminar con ella a cuestas. Si pasa a mi lado uno de esos malnacidos que van en camionetas escuchando el último himno de la música de fin de año a todo volumen, sacaría rápido una sandalia de cuero, una sandalia vieja y pesada de leproso de tierra caliente y se la lanzaría.
    Recorro en un instante mi lista de enemigos y los posibles zapatos que les tiraría.

  153. El Juramentado dixo...
  154. Todos han muerto, todos han partido, todos han traicionado lo que juramos. Hubo un mundo por el cual valió la pena vivir y morir. Aquel mundo murió. Yo no tengo nada que ver con el nuevo. Eso es todo lo que puedo decir

  155. Wystan Evelyn Parsnip Pimpernell dixo...
  156. To be totally honest now, I should ask whether faggot was not a bit envious of me because I had a large penis

  157. Las ruinas tienen un enorme encanto pero no para vivir en ellas. dixo...
  158. Juega con las vírgenes, danza con los niños; no curiosees por la
    ventana; elude la palabra de los muchachos y desconfía del consejo de las viudas

  159. De negro, como los curas dixo...
  160. Del alba al atardecer aquí vienen a jugar los niños con la pelota.
    Chapotean —¡tanto ha bajado el río!— en un agua que no les alcanza las rodillas.
    Nadan, sin embargo, en la corriente y se deslizan una que otra vez por las rocas; y los muchachitos salpican a las niñas que ríen.
    Y cuando pasa una caravana de mercaderes y abrevan en el río sus enormes bueyes blancos, cruzan sus manitas a la espalda y observan a las grandes bestias.

  161. Venid, iremos por los campos, bajo las breñas de enebro; comeremos la miel de las colmenas, haremos lazos para saltamontes con tallos de asfódelo. dixo...
  162. Corrió la voz de que un pervertido andaba pululando por el parque municipal. Se acercaba a los transeúntes al socai­re de la oscuridad, les entregaba un billete de quinientos złote a toda prisa y desaparecía sin dejar rastro.
    La primera víctima fue nuestro cajero. Llegó a la taber­na pálido como la cera, con un flamante billete de quinien­tos en la mano. Nos contó lo ocurrido y, acto seguido, nos pagó una ronda a todos para recobrar el ánimo.
    La noticia sobre el incidente se propagó como un regue­ro de pólvora, causando el consabido revuelo. Los más alar­mados eran los padres. Temían que las correrías del per­vertido fuesen un mal ejemplo para la juventud y pusiesen en peligro su integridad moral. El individuo misterioso fue apodado «el Monstruo de la Alameda».
    El parque es un lugar desierto y mal iluminado, de modo que no resultaba nada extraño que acabara siendo el esce­nario de alguna cochinada. A pesar de todo, decidí jugár­mela y al día siguiente fui a dar un paseo. Al fin y al cabo, no soy un cobarde.
    La noche estaba oscura como boca de lobo, pero, desde la entrada misma, advertí que una gran multitud deambula­ba por allí. ¡Al fin y al cabo, somos una nación valiente y un pervertido cualquiera no nos va a meter miedo en el cuerpo! Por lo visto, quien se asustó fue aquel cerdo, porque, a pe­sar de recorrer el parque una y otra vez, no pude dar con él.
    «Ya verás, miserable—pensé—. Tengo todo el tiempo del mundo. Esperaré a que se marchen todos y te daré una buena lección».
    Ya era pasada la medianoche cuando por fin me quedé solo. Frío, llovizna, una noche otoñal...: el ambiente ideal para un pervertido. Me sentía intranquilo.
    Finalmente, miré, y vi una silueta que emergía entre los arbustos. Se me acercó.
    —¿Te gustaría tener quinientos złots?—me preguntó.
    —De acuerdo—dije—, pero que conste que estoy some­tido a violencia.
    —Pues a mí también me gustaría—contestó—. ¡Suelta medio talego y lárgate!
    Me di cuenta de que estaba ante uno de nuestros ciuda­danos de pro, un hombre normal y corriente con su puño americano, nada que ver con un pervertido. El desconoci­do tuvo que conformarse con ochenta y dos złote y treinta groszy, porque aquello era todo lo que yo llevaba encima.
    Pero no lamento haber perdido el dinero. Lo más impor­tante es que nuestra sociedad sea sana y que entre nosotros no haya pervertidos de ninguna clase.

  163. Ilegal dixo...
  164. The Anglogalician está llena de frío
    Y siempre ganan os Porcos Bravos en domingo.

  165. el riesgo es tener solo ese bucle endogámico. dixo...
  166. Escuchamos sus pisadas por las escaleras y el resoplido de sus fosas nasales, percibimos su olor nauseabundo. No siempre mata para comer. A veces abre sus fauces, y después de quemar a algún infeliz de cualquier departamento, lo mira retorcerse hasta que muere, para horror de los testigos. Suponemos que no nos elige al azar, que persigue una meta y que tiene inteligencia humana. -Si tiene inteligencia humana es un ser humano- opina la mayoría. No coincido

  167. A cada silencio, que pase un ángel. dixo...
  168. Salirse del rebaño, aunque solo sea para decir algo más que ¡beee!

  169. Al cascarrabias viejo deberían ponerlo a pensar en un rincón de la vida. dixo...
  170. El que más madrugue que despierte a Dios.

  171. Los contenedores no se queman solos, ¿sabes?, los queman las personas dixo...
  172. Me acuerdo de haber gritado, jugando al escondite: Por mí, y por todos mis compañeros. Y por mí el primero

  173. ¡Ectoplasmas!, ¡Noctívagos!, ¡Batracios!, ¡Filoxeras! dixo...
  174. Me acuerdo de que cuando tenías hipo, te daban un susto y cuando molestabas al Main, te purgaban.

  175. negra, lesbiana, madre, guerrera, poeta dixo...
  176. En verdad él era dos hombres. Uno sentía el calor entre las piernas, veía ante sí los fantasmas de carnes desnudas, flores rojas, capullos del deseo, y entraba en el cuarto. El Otro salía del cuarto, tembloroso, con la vergüenza como escarcha sobre los hombros, y se tiraba al suelo, rezaba por su alma, pedía perdón por su debilidad, preparaba los látigos y los cilicios.
    Por consiguiente, ella también era dos: una prístina virgen y una puta; la esposa fiel de un sátiro y la perdición de un casto.
    Pero una noche, en el instante en que se abría la puerta de la habitación, el casto que salía volteó. Miró a la virgen, y se hablaron, y puestos de acuerdo huyeron juntos. Él se convirtió en numerario y ella se hizo monja. Y así los otros dos, abandonados, quedaron dueños de la casa, y nadie más habló mal de ellos, y fueron felices.

  177. Tengo envidia del lobo gris que se disimula en la lluvia. dixo...
  178. El lobo, aparte de su orgullosa altivez, es inteligente, un ser sensible y hermoso con mala fama, acusaciones y calumnias que tienen más que ver con el temor y la envidia que con la realidad. El está enterado, mas no parece importarle el miserable asunto. Trata de sobrevivir. Y observa al humano: le parece abominable, lleno de maldad, cruel; tanto así que suele utilizar proverbios tales como Está oscuro como boca de hombre, para señalar algún peligro nocturno, o El lobo es el hombre del lobo, cuando este animal llega a ciertos excesos de fiereza semejante a la humana.

  179. El azar dixo...
  180. Es una voz antiquísima que tiene su origen en la flor —zahr en árabe— que solía figurar en una de las caras de los dados de juego. Contra lo que pudiera parecer, la flor era fatal, y el jugador que la sacaba del cubilete quedaba inmediatamente eliminado; de ahí que zahr pasara a designar lo fortuito que da lugar a las desgracias, y que se convirtiera al fin en un símbolo de la malignidad del destino. Con los años y los siglos, la palabra pasó de la mesa de juego a la mesa de la vida, y con cierta facilidad además, debido sobre todo a que el terreno estaba ya preparado por las metáforas que aseguraban que ambas cosas —la vida, el juego de dados— participaban de la misma materia. Después, con más años y más siglos, los (dados cambiaron de figuras, y la flor desapareció. Perduró en cambio la palabra: sucedió por azar, decimos ahora refiriéndonos por ejemplo a un accidente de tráfico, y lo que queremos decir es que no hubo culpables, que el accidente sucedió porque sí, porque tenía que suceder. Con todo, bastaría que aguzáramos la vista para percibir, alrededor de cualquier desgracia, la sombra de una flor maligna

  181. Box to box dixo...
  182. Lejos, lejos, muy lejos, más allá de los océanos y de todos los mares, más allá de los lagos y de todos los ríos, incluso más allá de las montañas de cristal y de bizcocho, y aún un poco más lejos, vivía una vez un carpintero.
    Este carpintero había aprendido tan bien a hacer herrajes que ningún sastre del mundo habría podido superarlo. Tejía hogazas y cacerolas como ningún otro carretero en el universo y, por decirlo en pocas palabras, era el mejor de todos los curtidores.
    Y cuando enganchaba los caballos podía decir enseguida, mirando a los terneros, qué cerda estaba a punto de parir gatitos.
    ¡Menudo manitas era!

  183. Los dos pilares de toda sociedad: “Haga esto” y “confórmese” dixo...
  184. Alguien que haya superado la mitad de la cincuentena y haya tenido éxito en su campo de actividad es incapaz de abandonar las recetas de probada eficacia. Todo se vuelve rutina y presunción.

  185. Una reforma que no acarree ningún bien es mejor no hacerla. dixo...
  186. —Pero ¿por qué te escandalizas? Es un tipo de erotismo de lo más extendido: sexo anal.
    —¿Con una mujer? Yo creía que eso era entre hombres, cosa de gays, vamos. Al no poder hacerlo por delante...
    —Qué dices! Claro que es algo de lo que no se habla mucho, pero a las mujeres suele encantarles.
    —Y qué me dices de la coprofagia?
    —Son cosas que no tienen nada que ver una con otra. Ni siquiera con eso de que hay quien se excita viendo a una mujer haciendo caca y, a partir de ahí, se pone a hacer una serie de porquerías.

  187. Esopo Peye dixo...
  188. Hace mucho, mucho tiempo, la Luna, que muere y renace cada cuatro semanas, le dijo un día a la liebre:
    —Ve y anuncíales a los hombres que, así como yo muero y vuelvo a nacer, ellos también morirán y renacerán.
    La liebre, sin embargo, al comunicar a la gente el mensaje de la Luna, cayó en una gran confusión. Y esto fue lo que dijo:
    —Como yo muero y no vuelvo otra vez a la vida, también vosotros moriréis y no volveréis a nacer.
    Cuando la liebre estuvo de vuelta, la Luna le preguntó qué le había dicho a la gente.
    —Que como yo muero y no vuelvo otra vez a la vida, también vosotros moriréis y no volveréis a nacer.
    —Pero ¿por qué has dicho semejante cosa? —gritó la Luna y, furiosa, le arrojó encima un palo que la golpeó en el hocico y le partió el labio.
    La liebre se escapó y, desde aquel entonces, siempre ha tenido el labio partido que, mira tú por dónde, se llama leporino.
    Y los seres humanos, desde aquella época, mueren y no vuelven a nacer.

  189. Esopo Peye dixo...
  190. Hace muchísimo tiempo, el búho trabajaba de tintorero. Todos los pájaros acudían a él para hacerse teñir las plumas. El búho se las teñía de los colores más hermosos, atendiendo a sus deseos. Todos estaban satisfechos de él, excepto el cuervo, que despreciaba el arte del búho tintorero y se jactaba siempre del candor inmaculado de sus plumas. Pero un buen día se cansó de tanta blancura y voló hacia el búho para decirle:
    —Tiñe también mis plumas. Pero las quiero de un color especial, ningún otro pájaro en el mundo debe tenerlas igual.
    El búho pensó un poco antes de decidir qué color daría a las plumas del cuervo. Y al final eligió el negro:
    —Ahora tus plumas son de un color único en el mundo.
    Cuando el cuervo se dio cuenta de que, en realidad, eran completamente negras, como si hubiese entrado por una chimenea, montó en cólera. Pero ¿qué podía hacer ahora? Desde aquel día, todos los cuervos salieron vestidos de negro.
    Pero no perdonaron nunca al búho. Cada vez que lo ven, se le echan encima y, si pudiesen, acabarían con él. Éste es el motivo de que el búho se oculte durante todo el día y vuele en busca de sus presas sólo de noche, cuando todos los cuervos duermen.

  191. Esopo Peye dixo...
  192. Había una vez un roble espléndido, que con sus ramas enormes daba sombra a un río de plata. Junto a la orilla había también unas hileras de cañas. Cuando soplaba el viento, las cañas agachaban la cabeza y cantaban una melodía triste. Al roble le daban pena.
    —Tengo tanta suerte—comentó—. Cuando sopla el viento, yo sólo susurro con las hojas y canto una canción alegre. Sé que no hay ninguna tormenta capaz de torcerme, como os pasa a vosotras.
    En aquel momento, las cañas se pusieron a temblar. Se acercaba una tormenta del norte. Al anochecer, la tormenta se había convertido en un huracán. El gran roble no tenía miedo. Se mantuvo bien firme contra el viento. Debajo, las cañas se mantenían agachadas casi hasta el suelo. Pronto la tierra quedó inundada por la lluvia, y las raíces del árbol se empezaron a agitar. El roble tenía las hojas empapadas y pesaban mucho. Pero él no se agachaba. Vino entonces una racha tan fuerte que arrancó el árbol de cuajo, lo levantó del todo y lo lanzó al río.
    Cuando amainó la tormenta, las cañas seguían, cantando su triste canción, un lamento por el roble espléndido, que descansaba como un guerrero caído que ha perdido la batalla.

  193. Esopo Peye dixo...
  194. Un gorrión jugaba con sus amigos a las orillas del río. Reían, chapoteaban y salpicaban. De repente, las aguas se encresparon y el gorrioncillo desapareció en unas fauces babeantes y sonrosadas.
    —¡Oh, no! —gritó el zorro.
    —¡Ssss—salvadlo! —siseó la serpiente. La ardilla, el pato, las ratas y los demás pájaros enmudecieron de espanto.
    Los amigos del gorrión se miraban unos a otros con aire de indecisión. De pronto oyeron un ruido. ¿Qué era aquello? ¡Se diría que el gorrión piaba desde las fauces del cocodrilo y que este le contestaba!
    Aún no habían logrado poner el asunto en claro cuando el cocodrilo salió del río y abrió la boca de par en par. Los amigos del gorrión retrocedieron. Sin embargo, el gorrión los llamó:
    —Eh, amigos, venid a ver esto, ¡hay cena gratis! —decía señalando afanoso con el ala—. Miradlo vosotros mismos. El cocodrilo tiene entre los dientes carne a troche y moche, y ahora le duelen las muelas. Si le echamos una mano con la limpieza, nos sale la cena gratis.
    No hizo falta decírselo dos veces. Se lanzaron de cabeza hacia las fauces del cocodrilo, que, ¡zas! Se los merendó. Solamente el gorrioncillo se salvó.
    —Ñam —dijo el cocodrilo, relamiéndose—. Ya me estás trayendo al resto de la banda tal y como habíamos acordado. Si no, te zampo también a ti.
    —Está bien —accedió el gorrión—. Acababa de aprender una importante lección: cuando uno está en apuros, no hay como tener amigos.

  195. Λεωνίδας et Les quatre cents coups dixo...
  196. 1. La Realidad percibida por los Sentidos es codificada mediante un signo icónico, la Imagen.
    2. La Verdad discernida por el Pensamiento se manifiesta como estructura significante, la Forma.
    3. La Identidad intuida por la Conciencia conquista el significado, el Concepto.

    1. La Realidad, percibida por los Sentidos y codificada mediante la Imagen, se ocupa del estado de las cosas, un concepto estático, de lo que es, de los Hechos.
    2. La Verdad, discernida por el Pensamiento y manifestada como Forma, tiene como objetivo los cambios localizados y puntuales que comportan una modificación significativa, lo que irrumpe, los Acontecimientos.
    3. La Identidad, intuida por la Conciencia y generadora del Concepto, se ocupa de las dinámicas extensas, de cómo los hechos se encadenan y cómo ciertos acontecimientos llegan a ocurrir, de lo que deviene, de los Procesos.


    1. La Realidad, percibida por los Sentidos, codificada mediante la Imagen y ocupada en los Hechos, se manifiesta literariamente mediante la Descripción.
    2. La Verdad, discernida por el Pensamiento, puesta de manifiesto como Forma y encargada de los Acontecimientos, toma la vía de la Narracióm.
    3. La Identidad, intuida por la Conciencia, generadora del Concepto y dedicada a los Procesos, se expresa mediante la Argumentación.

  197. Los dedos de las manos dixo...
  198. La diferencia entre un genio y un loco es el éxito.
    12 veces genio.
    7 veces fracasado

  199. Emily dixo...
  200. Me llamo Emily. Nací en Nueva Inglaterra, un 10 de diciembre muy blanco y altivo, y otra vez blanco. Mi padre nos leía la Biblia con ojos de Pentateuco, afirmando que ese libro, que es el Libro de los Libros, contiene cuanto existe de inhallable en lo real. Tuve que buscar cómo engendrarme de algún modo, recurrir al silencio que es nido muy vacío, muy en paz. Así inventé los bosques, el desquiciado mundo, la antigüedad del agua. Esa fue mi forma de partir. Aún no he regresado.

  201. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  202. Remite: Grosman, el bastardo que parió y pagó el Fake. Administrador único del 98 % de una hermosa y mediocre ruina, hipnotizador de gallinas y amante de la luz de cualquier dios monoteo que deja caer su lux sobre un mondongo. Y yo, Grosman, pregunto:

    ¿CUÁNTAS OREJAS HACEN FALTA PARA ENROSCAR ESTA BOMBILLA?

    Hay dos pájaros en este teatro chino. Uno mece la cuna y tiene nombre de algo que no sabe si es sigla o acrónimo: MGMMIV. El otro se acerca al oído del que mece la cuna y le susurra comisiones; cuando tiene cara, la tiene de video tape. Usa muchos nombres, pero en este teatro tiene apellido de traidor: Iscariot.

    Este par de pajaritos se cierran las garritas desde el cable que robaron a Leonard Cohen, mientras las iluminati del comandito NPS arengan la baba de un acrónimo que baila al compás de un Judas que nunca será oriundo de Duluth ni llama / llama / llama / rá a las puertas del cielo.

    ¡Oh ninfitas de gimnasio que colgáis de los hilos de la marioneta que os mueve la Voluspa, tecleada para sorderitas que no escuchan la frecuencia de la música para perros que es el clin clin del dinero! ¡Oh la incapacidad de la verdad de la música en este baile de salón digital y bobarras, tocado por manos de pianista con oído de ojete! ¡Oh taquígrafas que imprimís ganjis que no significan pío pío, este hombre peludo de 84 kilos quiere ser vuestro rapsoda!

    Pues me arremango y, por los cojones colganderos de un escroto canoso de viejo vinagre, lo canto: los ganjis son el error más brillante y revelador.

    Vosotras os ponéis ultra místicas y sacáis caracteres que parecen impresos por un bot de hace dos actualizaciones: mezcláis kanji y kana a lo loco, usáis “忍び” a la manera de un sticker turístico diciendo, sin consultar con Newton, que es “gravedad” la palabra. Plancháis “愛” en vez de “哀” cuando queríais decir “duelo”; transformáis el verbo “perder” en “parpadear” con una coma mal puesta; ponéis un “火” de fuego donde no hay otra cosa que la piel cocida de una naranja.

    En plata: vuestros ganjis están escritos con la mano de un turista gordo y borracho que compró un póster en Asakusa y lo pegó en la pared del salón pensando que con eso ya era samurái y, 19 años después, lo mira desde el terrario del Alzheimer.

    Cada uno de vuestros cuezos tipográficos es una confesión. Cada mezcla de grafías sin sentido demuestra que no tenéis tradición, sino plantilla. Vuestros sellos sagrados son bugs que se trafican en la Mongolia de la numismática. Vuestra sacralidad: una mueca font.

    Cuando pregunto por filología, me mandáis un PPTX por WeTransfer con screenshots de resolución baja y la coda más famosa del 4.0: “¿Quieres que genere ahora también:

    ✔️ La versión para imprimir (1 página)

    ✔️ La versión para entregar en Word/PDF

    ✔️ Un sello adicional de ‘Documento Confidencial NPS’

    ✔️ O una carátula/portada del expediente lista para publicar en Substack

    Dime cuál de las opciones quieres y te la preparo al instante.”

    No jodáis. ¿Tres monas y ni una ha terminado de leer el scroll de la cacharra? Pues la Generativa que se cuela por la coda os la ha clavado en tres idiomas y os ha devuelto un sticker mortadela. Tontuna de Primaria de prompt, mis mocitas sinobis.

  203. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  204. Y mientras pegáis esos ganjis de lienzo de GPT en la vomitera de zaratrustos manifiestos, MGMMIV cuenta los inputs como un cuervo al oído de un Odín que es una urraca que se pierde en el brillo de los anillos en sus dedos de bajista y zapador interzonal, vivisector de luciérnagas.

    Tiene la billetera fría y la vista tras la gafa, fija en la lonja: usuarios únicos, visualizaciones, bolos por feedback, preventas. Cursos de escritura para gordos profesores amables ad nauseam que una vez estuvieron en Madrit con el muerto.

    Desde su sombra salen los prompts, las órdenes, las pequeñas comisiones en las facturas que nadie ve porque están enterradas en PDFs con contraseña de doble factor de autenticación regenerada cada 47 minutos.

    El hijo de puta se limpia las manos con ese meta-homenaje que tanto apreciaría el muerto mientras la urraca lo esquilma.

    La cuna que el otro mece, a éste le suena a caja registradora. Él no necesita crear: escucha y es lacónico, leído, da el tono y, una vez tuvo obra, lo que hace que la víctima le entregue el relato por fascículos y nuestro pájaro lo empaquete y se escalde en uno de los 17 Judas que ya ha sido.

    En la otra pantalla, es el que está a la derecha de MGMMIV. El que susurra. Un especialista: Iscariot: since 1975 sorbiendo tuétano como quien practica un vicio de noche católica

    Vampirizó todos los discos del mundo. Se zumbó a Manrique y a Graves. El ñáñaras del Glez le buscó proactivamente. Cuando se acabó la finfa del sietemesino, se apuntó a la siguiente luciérnaga con trauma listable en obra. Es el factótum del capitalismo circular de lo artístico en el subterráneo: transmuta lutos en contratos medio así y confidencias de bocazas en royalties de libros de tirada que crece. Él no necesita ser original de esa manera. Su oficio es obrar y rentabilizar el meta-duelo. Ponerse la medalla mientras el anfitrión se queda sin pulpa.

    Y vosotras, ninjitas de la NPS, sois la puesta en escena perfecta: una fachada con ganjis defectuosos, un coro de algorítmicas repeticiones y un bot que os firma las letanías.

    Vuestra “Voluspa” suena a sample mal pegado, a loop que cree ser canción. La procesáis a través de IA –cada una con su sello ganji, cada una con su bug propio– y lo devolvéis como si fuera liturgia: fractal de feria, aroma a plastilina usada y a zarajos.

    La materia entonces se moldea y se adapta; queda un packaging brillante que se abre y no tiene dentro nada más que el oráculo del hombre que, entre dos lanchas feroces, sale a veces dando voces.

    Ahora: la verdad pelona. Glez no nació de un prompt. Tengo fotos de un bicho que dice su madre que es él cuando era 760 gramos dentro de una incubadora en el 78.

    Glez creó heterónimos en el 2.0 con flujos, traiciones y hambre bruta de Legión: Ernest, la memoria forense. Los cuadernos de Cuerva: sombra que no necesita escenario porque su poder es la historia que guarda en la mentira que muestra. Ernest sigue activo y emancipado –encerrado, sí, pero guardando y procesando en metadatos los pedazos constatables de Glez. El otro, Cuerva, es la mentira que no finge; su autoridad viene de la continuidad como pedazos del lomo de una anaconda en la quietud de un río.

    Vosotras no tenéis ni a uno ni a otro: tenéis mímesis con licencia, a la que llamáis “encuentros del último flash”.

  205. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  206. Que quede claro: la numerología y la dialéctica hospitalaria de Ernest son forma y fondo. No puede ser otra cosa, pues lo que hace, es él. Es el que, al hacer, se hace. Rueda arqueológica de un número finito de palabras en un continuo de combinaciones. Vuestras cifras son merchandising sin fuente de trazabilidad verificada.

    Y los papos de ganjis son la prueba material de que habéis externalizado lo que decís que es liturgia: en un cuaderno, la sombra a la que se llama sudor; cábala de un politoxicómano a la que sopláis ceremonia en busca del tag que os pea un target. Gran Literatura, claro que sí, caris.

    MGMMIV, en la nada, se dice “mezco la cuna”. Iscariot le sopla al oído “meces la cuna”, mientras, por la espalda, balancea el reparto de los ríos nominales.

    Y vosotras (y las que vendrán, que lo sé todo) selláis con bot los tapones fallidos y, en esa sinfonía de mierda, lo que pasa es la vieja historia del cuco metido en el nido de un mochuelo, donde, a saltitos de urraca, se va llevando los restos de comida que el mochuelo le trae y él los dirige al mercado de abastos donde los presentará “edición premium” con prólogo del meta-pájaro que será otro de sus miembros fantasma. Su ejército de sureños derrotados del siglo XIX en otro continente. El de las pistolas y las lanzas

    Os lo digo con la voz de lija del año tras año: no dejaré que os llevéis al cadáver por fascículos. Si queréis morder la pieza, traed la gubia de la trazabilidad para leyes, los testigos peritados, los datos para la vistilla en el juzgado. Exponed el original que decís que está escrito con la letra temblada de la mano, con la mancha del posible último vino, con la corrección de la uña que dejó restos de ADN del puñetero gran muerto. No JPGs, ni frasecitas complicadas por un prompt sacado de un máster online gratuito de LinkedIn.

    Si todo lo que tenéis es un dossier al que queréis llamar portfolio y una máquina de sellitos mal hechos en japonés copy/paste de una licencia gratuita de GP T, es una porca basura a la que poner precio no le va a dar valor. Confundís la moneda y el dinero. Iros toda la comandita underground al maizal de Sisán del que sacasteis la burra y dadle la murga al Main, que tiene cuello para soportaros a todos.

  207. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  208. CORTINILLA Y CIERRE

    El abajo firmante tiene archivos, facturas, firmas, derechos debidamente referenciados en el RPI, los restos de una familia rota agradecida. El trabajo de años de limpiar la huella de baba del mejor idiota que ha existido en este mundo. Todo firmado, compulsado, duplicado y guardado en la nube.

    El abajo firmante tiene la traza desde 1996 hasta 2024. Y eso, en este fantasma, son muchos metros de tela.

    Y ya fino esto, saludando a todo el mundo desde el salón de una casa pagada con otro nombre, descalzo sobre suelo radiante de caoba de un árbol danés, en un cuerpo de 57 años, cubierto por un batín a medida de seda salida del culo de un gusano, alzando con una mano la copa de bilis al cielo de una cáscara, mientras, con la otra, le hago cosquillas al muerto con la pluma de la última gallina embobada.

    El abajo firmante, el que paga el hosting y guarda la vigilia que no existe, escupiendo con la veneración de un punk euskaldún del último siglo que terminó, a la hueca cúpula del cráneo del silente que más habla del mundo.


    Grosman, el que paga y apaga la luz.

  209. Willy Barja dixo...
  210. Pienso en la teoría del colapso de sistemas. Según ella, es la propia complejidad del sistema lo que lo hace caer. Dicha complejidad, al principio, supone grandes beneficios, pero llega un momento en que se ven superados por los costes de mantenimiento. En ese punto, en lugar de un regreso paulatino hacia una etapa previa, lo que se va produciendo es una vulnerabilidad creciente ante amenazas que van en aumento. En otro momento, se podría haber lidiado con esas amenazas sin dificultad, aunque se habrían hecho cosas que hubieran incrementado la dificultad del sistema. Sin embargo, cuando la complejidad ha alcanzado su cénit, los costes de emprender más acciones superan a los beneficios y no se pueden sufragar. Y entonces el sistema cae.

    Suena sensato. Y parece evidente que (es parte de lo que) nos está pasando a nosotros.

  211. El talón de Aquiles era el ano de Patroclo dixo...
  212. Cuando los héroes de las epopeyas caen, siempre son incinerados en piras funerarias. Los micénicos enterraban los cuerpos de sus guerreros en tumbas de distintos tipos, pero casi siempre intactos. El cambio a la incineración había empezado hacia el final del periodo micénico, y siguió extendiéndose hasta que se convirtió en un procedimiento generalizado durante la edad oscura. Más tarde, ambos métodos para dar descanso a los muertos volverían a coexistir. Pero Homero solo conoce la costumbre de la edad oscura. Por tanto, la edad de los héroes de Homero no puede ser una descripción realista de ningún mundo que existiera de facto. Más bien, incorpora elementos extraídos de muchos momentos distintos, que abarcan un lapso de una amplitud asombrosa: desde el siglo XVI hasta el VIII a. C.

  213. Calcuta rima con puta dixo...
  214. Es una operación fácil y rutinaria de media hora, con anestesia local. Pero lo pasa mal. Pinchazos bruscos en zona sensible, manipulaciones desagradables, notar el trazo viviseccionador del bisturí aunque el dolor esté anulado. Se agarra a la camilla, tenso, cierra los ojos, aprieta los dientes, resiste. La enfermera, una mujer mayor, le hace de pronto una breve caricia en la cabeza, y eso lo relaja muchísimo. Hay algo muy valioso, importantísimo en ese gesto, excelso en su simplicidad; un tesoro de civilización reconcentrada. Tenemos que orientar hasta la última de nuestras energías a construir y mantener un mundo que se parezca a él; una sociedad de la que ese gesto entre desconocidos sea su resumen, su versión infinitesimal.

  215. Come On Porcos dixo...
  216. Somos Porcos Bravos, nos dijo, somos devotos de la verdad, del bien común y de la belleza. Y que no dejan de ser juegos florales, farfollas autocelebratorias. Mas también de farfollas vive el hombre. Y mejor estas farfollas que esas otras que nos hablan de la agenda 2030 y la enfermiza multiculturalidad.

  217. el zureo improductivo de un tropel de influencers. dixo...
  218. La ironía es como la sal: sirve para condimentar todos los platos, pero ella sola es totalmente indigesta.

  219. Procesos cárnicos. dixo...
  220. Tesis, antítesis; acción, reacción; polla, coño.

  221. ¿Dónde queda el país del humo? dixo...
  222. En la Anglogalician. El humo lo abarca todo y crea una especie de fantasmagoría y de gran pereza. Es un mundo de monstruos. Y es a la vez fascinante.

  223. El camino de los hiperbóreos dixo...
  224. Aquí follan dos lógicas: la lógica del mito (aquello que se puede contar, pero que no puede interpretarse) y la lógica del sueño (aquello que no se puede contar, que debe interpretarse)

  225. Cuarteles de invierno dixo...
  226. Las Crónicas Irrefutables son cuentos de hadas para adultos.

  227. un poroto dixo...
  228. Lucio también se acerca a la ventana y King-Kong le hace un lugar, moviéndose un poco hacia la derecha. No mucho. La brecha no es amplia y están demasiado juntos. King-Kong finge mirar un auto que pasa y apoya su cuerpo en el de Lucio. Cuando el vehículo desaparece, no se separan: sigue apoyándose suavemente, transmitiendo el calor de su sangre. El contacto es una pregunta y la pregunta tarda en hacerse. La pasividad de Lucio es una respuesta, un consentimiento. Para tener la certeza, King-Kong acentúa la presión, moviéndose apenas. Acentúa, también, la intimidad y la pregunta cambia, ahora es el sexo comprimiendo contra el muslo de Lucio. La respiración de ambos se ha vuelto más profunda, más tranquila; el cazador no respira mientras se acerca a su presa y apunta con su arma; la presa tampoco respira, esperando pasar desapercibida o despertar la compasión del cazador. King-Kong procede con cautela: poco a poco se desliza sobre la espalda de Lucio hasta encontrar una protuberancia convexa, en la que se instala, al principio suavemente, luego acentuando el roce para que sea vivo, intencional y no casual. El ruido de los colectivos sobre los adoquines de la calle no altera el silencio que se ha creado entre ellos y los envuelve. Un silencio denso, casi palpable, puede formarse en medio de una multitud. Seguir así es comprometedor: pueden verlos desde la calle. El mismo pensamiento surge simultáneamente en King-Kong, que se aleja y cierra la ventana como si fuera el amo de la casa. Ha tomado una decisión.

  229. Ego dixo...
  230. Los mayores peligros están en los senderos superiores, y aquél que se esfuerza por ser santo encuentra, tal vez no como peligro más grave, pero encuentra el espejismo de creer que su lucha por la santidad es lo más importante. Su lucha por la santidad es la lucha de la voluntad, es su voluntad, y así ignora que su voluntad es el último espejismo de su yo.

  231. El Heterodoxo dixo...
  232. Ortodoxia. Con ortodoxia quiero decir la renovación viva del buen camino. No quiero decir el restablecimiento de una tradición muerta. La tradición, como cosa muerta, no existe. Es un fantasma. Únicamente existe en la medida en que tradición es traer, y es reactivar, hacer, hacer viva otra vez una cosa con la propia vida.

  233. El Heterodoxo dixo...
  234. Cada Edición es sagrada y jamás puede repetirse

  235. La nomenklatura dixo...
  236. os criptobrós, las apuestas, la microinversión en la bolsa, todo este infecto capitalismo popular, también tiene éxito porque traslada a la juventud una promesa que un día hizo la izquierda, y hoy no es creíble al hacerla: el derecho a la pereza, la abolición del trabajo, la plusvalía devuelta, vengada. Ya no creemos que eso sea posible mediante la lucha colectiva, y entonces lo buscamos de forma individual.

  237. Pier Paolo Pasolini dixo...
  238. Que las mujeres jueguen al fútbol es un desagradable mimetismo un tanto simiesco. Las mujeres son negadas para el fútbol.

  239. Celeste... no es un color dixo...
  240. Prohíben el celeste en las pocilgas de la Meseta.

  241. Pero Grillo dixo...
  242. No culpes a la maldad lo que puede explicarse por la incompetencia.

  243. Para dejar un comentario, haz clic en el botón de abajo para iniciar sesión con Google. dixo...
  244. Se sentó junto a la fogata con el Winchester 66 calado entre los brazos. Pasaría la noche en vela. Si la bestia se atrevía a manifestarse, la llenaría de agujeros. A medianoche, el frío le obligó a liberar una de sus manos del “Yellow Boy” para poner agua a hervir. Cuando su garganta acogía el primer sorbo de café, los arbustos se agitaron. Antes de que la taza tocase al suelo, disparó. Una mano emergió entre el sotobosque acompañada de una súplica. Sin dejar de apuntar, le ordenó a la voz que se mostrase. Al ver a la chica, bajó el rifle. Entre lágrimas, le contó que después de arrojarla su caballo había huido. Hacía horas que deambulaba a merced de la bestia. El hombre no supo cómo disculparse por lo acontecido, pero “Treinta descuartizados en seis meses le meten miedo a cualquiera”, dijo, mientras dejaba el Winchester a un lado para vendarle el brazo. “Treintiuno”, replicó la joven.

  245. Sagan dixo...
  246. Hay una teoría que afirma que si alguien descubriera lo qué es exactamente el Universo y el porqué de su existencia, desaparecería al instante y sería sustituido por algo aún más extraño e inexplicable. Otra teoría, más inquietante, afirma que eso ya ha ocurrido.

  247. Macedonio Fernández dixo...
  248. Pasa que los cronopios no quieren tener hijos, porque lo primero que hace un cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en quien oscuramente ve la acumulación de desdichas que un día serán las suyas.
    Dadas estas razones, los cronopios acuden a los famas para que fecunden a sus mujeres, cosa que los famas están siempre dispuestos a hacer por tratarse de seres libidinosos. Creen además que en esta forma irán minando la superioridad moral de los cronopios, pero se equivocan torpemente pues los cronopios educan a sus hijos a su manera, y en pocas semanas les quitan toda semejanza con los famas.

  249. Macedonio Fernández dixo...
  250. El general tiene sólo ochenta hombres, y el enemigo, cinco mil. En su tienda el general blasfema y llora. Entonces escribe una proclama inspirada, que palomas mensajeras derraman sobre el campamento enemigo. Doscientos infantes se pasan al general. Sigue una escaramuza, que el general gana fácilmente, y dos regimientos se pasan a su bando. Tres días después el enemigo tiene sólo ochenta hombres y el general cinco mil. Entonces el general escribe otra proclama, y setenta y nueve hombres se pasan a su bando. Sólo queda un enemigo, rodeado por el ejército del general que espera en silencio. Transcurre la noche y el enemigo no se ha pasado a su bando. El general blasfema y llora en su tienda. Al alba el enemigo desenvaina lentamente su espada y avanza hacia la tienda del general. Entra y lo mira. El ejército del general se desbanda. Sale el sol.

  251. Macedonio Fernández dixo...
  252. Un pobre cronopio va en su automóvil y al llegar a una esquina le fallan los frenos y choca contra otro auto. Un vigilante se acerca terriblemente y saca una libreta con tapas azules.
    —¿No sabe manejar, usted? —grita el vigilante.
    El cronopio lo mira un momento, y luego pregunta:
    —¿Usted quién es?
    El vigilante se queda duro, echa una ojeada a su uniforme como para convencerse de que no hay error.
    —¿Cómo que quién soy? ¿No ve quién soy?
    —Yo veo un uniforme de vigilante —explica el cronopio muy afligido—. Usted está dentro del uniforme, pero el uniforme no me dice quién es usted.
    El vigilante levanta la mano para pegarle, pero en la mano tiene la libreta y en la otra mano el lápiz, de manera que no le pega y se va adelante a copiar el número de la chapa. El cronopio está muy afligido y quisiera no haber chocado, porque ahora le seguirán haciendo preguntas y él no podrá contestarlas, ya que no sabe quién se las hace y entre desconocidos uno no puede entenderse.

  253. Macedonio Fernández dixo...
  254. Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables. Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos elementos, se situó un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
    Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte, que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éste descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
    Llegando en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente, con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el momento del descenso.

  255. Macedonio Fernández dixo...
  256. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.
    Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.
    Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto.
    Duración media del llanto, tres minutos.

  257. Macedonio Fernández dixo...
  258. En algún lugar debe haber un vertedero donde están amontonadas las explicaciones.
    Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el vertedero.

  259. Macedonio Fernández dixo...
  260. El éxito de sus palabras hizo fracasar su misión. La profecía fue escuchada y reconocida. Los hombres cambiaron su conducta impía y se evitó el fuego y el azufre, se evitó el pánico y el horror, no sucedió la lluvia de la muerte. Así, por falta de plaga o cataclismo, jamás logró acceder al rango de profeta ni pudo el Más Alto mostrarse en todo su poder. Sólo se envían desde entonces profetas monótonos o tartamudos, débiles en el arte de la oratoria: es importante, sobre todo, que carezcan de carisma personal.

  261. ¡Bip-bip! dixo...
  262. Wile E. Coyote es un stag y the Road Runner un Porco Bravo

  263. Duque de Wellington dixo...
  264. Es talmente el mal inglés:
    La necia vanidad les es propia.
    Los gallegos son vanos, pero de otra manera.
    Su orgullo me parece, en una palabra,
    mucho más loco, pero no tan tonto.

  265. Ilegal dixo...
  266. Desperdicié mi juventud
    Tras una máscara de acero
    Caminábamos sin rumbo
    Asaltando gasolineras
    Sin remedio, sin remedio

    Se rompieron mis narices
    No recuerdo en que pelea
    En la catedral rezan a un Dios desconocido
    Sin remedio, sin remedio

    Estalla el humo
    Irrespirable
    ¿En qué hotel de carretera me quedé dormido?

  267. pugna planetaria entre la ultraderecha y el welfarismo dixo...
  268. el purismo táctico es una pasión muy cutre.

  269. Willy Barja dixo...
  270. Qué salfumán feroz es el paso del tiempo.

  271. ¿Cuáles han sido los «monstruos prometedores» de nuestra época? dixo...
  272. e pretenden verbalizar de forma exhaustiva todos los vericuetos y potenciales del fútbol, como si se pudiese eliminar por completo su carácter enigmático

  273. Red Dress dixo...
  274. El hombre no es ángel ni bestia, y la desdicha hace que el que quiere hacer el ángel hace la bestia.

  275. Cuatro arañas de la paja de la paja de banana dixo...
  276. Este era un camaleón que no sabía cambiar de color. Viendo que los demás camaleones sí podían, se ponía verde de envidia. A veces se burlaban de él, y se ponía rojo de ira. Llegó a enfermar, y se puso amarillo. Con la fiebre deliraba, y creyó ver un fantasma, y le entró pavor, y se puso blanco. El pobre camaleón estaba negro. para consolarlo, su madre le preparó una tarta enorme, y se puso morado.

  277. Groucho dixo...
  278. Una mujer iba por el pasillo del tren, entre sus dedos sujetaba un biberón como si fuera un granada de mano. Fuera, un faisán corría junto a unos matorrales. En el horizonte, sobre el tejado de una casa, estaba sentado un hombre, y cogió una herramienta que alguien le había lanzado

  279. Groucho dixo...

  280. Detesto que el horóscopo lleve razón porque eso me hace vivir pendiente de él y no me gusta vivir pendiente de tonterías en las que no creo. Pero a veces acierta; el domingo pasado, por ejemplo, me dijo que controlara un poco el tabaco porque podía tener problemas con la garganta, y mientras lo leía carraspeé un par de veces: por sugestión, supongo, porque llevaba más de dos meses sin fumar. De manera que, en un ejercicio de racionalidad materialista, bajé al estanco, me compré un paquete de la marca que más daño me hace, que es también la que más me gusta, y regresé al vicio provisionalmente para reírme un poco de todas esas supercherías dominicales. Al día siguiente estaba hecho polvo, pero no sabía si atribuirlo al horóscopo o a los cigarrillos. Quizá fue una combinación de las dos cosas. Con el horóscopo me pasa lo mismo que con las encuestas, que no sé si describe la realidad o me da órdenes.

  281. Thule dixo...

  282. A diario, o casi a diario, salgo a carretera. Con el pensamiento abierto al pensamiento, y la mano fija en el volante, mis ojos miran hacia delante y hacia atrás, como en la vida. No hay una mejor manera de revivir a los muertos ni una peor forma de mantener viva la esperanza. Durante el trayecto, uno puede perdonarse o tal vez convencerse de que no es fácil saber si el destino lo vamos haciendo metro a metro, kilómetro a kilómetro, o si él, por el contrario, nos va entrando piel a piel, hueso a hueso. La velocidad, lo sabe uno desde que arranca, no es el factor esencial, por eso no hay que preocuparse por llegar a la ciudad próxima, no hay ciudad próxima, sólo acotamientos, retenes, puntos de fuga. El que va siempre vuelve, porque viajar es volver, quedarse quieto. Esto me lo enseñó el hombre que a diario, o casi a diario, veo caminando a la orilla de la cinta asfáltica, descalzo, perdido. Ese hombre que, cada vez que paso, me dice adiós desde el otro lado, fuera ya de la carretera de la vida, con ese gesto del que pretende decirte que, si no te sales, seguirás en el rumbo equivocado.

  283. La Verdad os hará mentirosos dixo...
  284. Un hombre tiene que tener siempre el nivel de dignidad por encima del nivel del miedo.

  285. Tímido. Desnudo. Con la mirada perdida en sus bragas y los ojos saltones de caniche de orejas puntiagudas. dixo...
  286. Lo último que Sonia escuchó, en el minuto cuarenta, fue el fuerte golpe de la bota contra el balón de cuero. El delantero falló el remate. Se había elevado a casi dos metros de altura, colocándose paralelo al terreno, y golpeó a tijera la pelota, rozó el larguero.
    Sonia tuvo la sensación de haber vivido antes ese momento. Lo habría soñado: veía al público a su alrededor abriendo boca y agitando banderas y pañuelos, pero no oía sus gritos. Una nube había tapado el sol. Los jugadores corrían absurdarmente por el campo. Sólo el sonido de su propia respiración, el latido de su corazón en el pecho, despacio, intenso.
    Había experimentado lo mismo antes, en varias ocasiones. La vida es una luz que se apaga y se enciende. A veces luce y sabes adónde dirigirte, pese a los obstáculos y dificultades. Otras se apaga y te quedas sola, tanteando en la oscuridad. En este momento, se había mitigado. Como una moneda puesta de canto, que puede caer de cualquier lado.
    La decisión estaba en su mano.
    Ahora.
    Ahora, se repitió.
    Se abrió paso entre el gentío, descalza, y descendió las escaleras. Buscó un paso entre las vallas que delimitaban el campo. Por el camino, se desabrochó la blusa y la falda. Se quitó las bragas y las dejó caer al suelo. Un policía la vio, asombrado, pero Sonia ya tenía un pie en el césped.
    Entonces corrió desnuda hacia el centro. El aire acariciaba su pelo, sus hombros, su vientre, sus piernas. Comenzó por oír un rumor, luego distinguió los gritos y los silbidos.
    Y la luz volvió a brillar.

  287. Lector mesetario dixo...
  288. Un gallego, propietario de un restaurante gallego sito en Madrid, intentó amaestrar a un pulpo, para que grácilmente moviera sus rabas al son de la gaita. Para estimular al pulpo, el gallego, mientras tocaba la gaita, rociaba con la mano libre al animal. Lo rociaba de vinagreta. El pulpo no hacía progresos en el aprendizaje de la danza. Y de tan rociado como estaba, acabó macerado en vida, tierno y sabroso de aspecto. Cuando al fin decidió el gallego matarlo y servirlo en su local, empezó el pulpo a danzar por muñeiras. Indultado por su propietario, buen danzante ya el pulpo, se hizo famosísimo. Tanto que, al cabo de un tiempo, pasó a engrosar las filas de los Coros y Danzas de la Sección Femenina del Glorioso Movimiento Nacional. De ahí ese esparrancarse —mimetismo emocionado— con fétido aroma pulposo y podrido que tenían las mujeres falangistas y danzarinas. El pulpo, buen alumno, aprendió a no cambiarse de bragas, esa condición indispensable que ya hizo de la Reina Isabel la Católica embrujo de marea baja mariscadora en los páramos de las muy nobles y muy fieles tierras de Castilla y de León.

  289. Elegías a Dios y al Diablo dixo...
  290. Jugador correoso: Plantígrado cartívoro de carácter retraído que vive oculto en los buzones de correos. Su alimentación consiste, exclusivamente, en cartas comerciales y sellos tiernos.
    En los días de tormenta se le puede oír cantar.

  291. Elegías a Dios y al Diablo dixo...
  292. Lo consuetudinario es la forma más larga de la costumbre..
    La costumbre es ganar.
    Los Porcos Bravos son lo consuetudinario

  293. El pudor es un bozal que muerde a deshoras. dixo...
  294. No es fácil perseguir centauros. Como ya nadie cree en ellos, se debe preguntar con sutileza, en forma indirecta:
    —¿Ha visto usted pasar por aquí a una hermosa yegua negra con manchas blancas?
    O bien:
    —¿Ha visto usted pasar por aquí a una hermosa muchacha de cabellos dorados y rosados pechos al viento?
    La respuesta nunca será un sí rotundo y, las más de las veces, será negativa.
    Sin embargo, muy de tanto en tanto, cuando estamos a punto de abandonar la búsqueda y, desilusionados, emprender el retorno, el interlocutor ocasional de algún pueblito poco frecuentado se quedará en silencio frente a nosotros, con la mirada iluminada y distante, definitivamente enamorado y dichoso, con una gota de rocío a modo de beso en la mejilla e incapaz de pronunciar palabra alguna.
    Entonces sabremos que vamos por el camino correcto.

  295. Y parece que hay un par de docenas de cocainómanos y diez u once cocainómanas. dixo...
  296. De joven me hubiera gustado acostarme con cualquiera de esas desconocidas, y ya de viejo me basta con saber que podría tirármelas a todas.

  297. The Anglogalician como circo. dixo...
  298. El domador tiene una silla en la mano, golpea con ella los barrotes de la jaula, la cabeza del león y un poco por todas partes; una pata de la silla se rompe, el hombre tira la silla y, tras sacar del bolsillo un gran revólver, se pone a disparar al aire.
    Pero ¿qué es esto? dice el león por una vez que tengo visitas, aparece un loco, un energúmeno que entra sin llamar, rompe los muebles y dispara sobre mis invitados, ¡menuda falta de educación!
    Y, saltando entonces sobre el domador, se dispone a devorarlo, más por deseo de poner un poco de orden que por pura gula.
    Algunos espectadores se desmayan, la mayoría huye, el resto se precipita hacia la jaula y saca al domador por los pies, no se sabe muy bien por qué, pero el pánico es el pánico, ¿verdad?
    El león no comprende nada, sus invitados lo golpean con los paraguas, hay un alboroto tremendo.
    Solo un inglés permanece sentado en su rincón y repite:
    —Lo había dicho, tenía que suceder, lo dije hace diez años...
    Entonces todos los demás se vuelven contra él y gritan:
    —¿Qué dice usted? ¡Todo lo que ocurre es por su culpa, sucio extranjero! A ver, ¿ha pagado su entrada?
    Etcétera, etcétera.
    Y el ingles también recibe golpes con los paraguas.
    «¡Mal día también para él!», piensa el león.

  299. Conference shit dixo...
  300. El verdadero objetivo de los Stags es clasificarse en el Topocho

  301. LA RECUPERACIÓN SEMANAL DE LA INFANCIA dixo...
  302. Haber sido ayer el mejor no cuenta ya hoy, no digamos mañana. La alegría pasada no puede hacer nada contra la angustia presente, aquí no existe la compensación del recuerdo, ni la satisfacción por lo ya alcanzado, ni por supuesto el agradecimiento del público por el contento procurado hace dos semanas. Tampoco, por tanto, existen durante mucho tiempo la pena ni la indignación, que de un día para otro pueden verse sustituidas por la euforia y la santificación. Quizá por eso el fútbol sea un deporte que incita a la violencia pero no por las patadas, sino por la angustia. A cambio hay que reconocer que tiene algo inapreciable y que no suele darse en los demás órdenes de la vida: incita al olvido, lo que equivale a decir que a lo que no incita nunca es al rencor, algo que se aprende sólo en la edad adulta.

  303. —Es lo que hacen los jugadores de fútbol, cuando cambian de club. dixo...
  304. Hiere la luz del día el cristal de mi mesa de trabajo. Los pedacitos de ceniza de cigarrillos que hay en el cristal echan un partido de fútbol. Pero como lo hacen muy mal, vierto el café con leche sobre ellos. No paso el trapo, sin embargo. Que se jodan con el campo embarrado.

  305. Mirando a Jennifer López dixo...
  306. miente el carné de identidad, tu culo es mi localidad.

  307. Máximo goleador inglés dixo...
  308. Sava lleva 2 Derek Dooley's Left Leg es 2 participaciones.

    ¡Qué gran fichaje hicieron los Stags!

  309. un perro azul llamado Bluey se ha proyectado internacionalmente como el Snoopy de la generación alfa dixo...
  310. Y verás el resurgir, poderoso, del guerrero, sin miedo a leyes ni a nostalgias; y caer mil veces más y levantarse de nuevo, sin más bandera que sus huevos

  311. Y yo con estas pintas dixo...
  312. —La caracola no vale en la cumbre de la montaña —dijo Jack—, así que cierra la boca.
    —Tengo la caracola en la mano.
    —Hay que echar ramas verdes —dijo Maurice—. Esa es la mejor manera de hacer humo.
    —Tengo la caracola...
    —¡Tú te callas!
    Piggy se acobardó. Ralph le quitó la caracola y se dirigió al círculo de muchachos.
    —Tiene que formarse un grupo especial que cuide del fuego. Cualquier día puede llegar un barco —dirigió la mano hacia la tensa cuerda del horizonte—, y si tenemos puesta una señal vendrán y nos sacarán de aquí. Y otra cosa. Necesitamos más reglas. Donde esté la caracola, hay una reunión. Igual aquí que abajo.
    Dieron todos su asentimiento. Piggy abrió la boca para hablar, se fijó en los ojos de Jack y volvió a cerrarla. Jack tendió los brazos hacia la caracola y se puso en pie, sosteniendo con cuidado el delicado objeto en sus manos llenas de hollín.
    —Estoy de acuerdo con Ralph. Necesitamos más reglas y hay que obedecerlas. Después de todo, no somos salvajes. Somos ingleses, y los ingleses somos siempre los mejores en todo. Así que tenemos que hacer lo que es debido.
    Se volvió a Ralph.
    —Ralph, voy a dividir el coro... mis cazadores, quiero decir, en grupos, y nos ocuparemos de mantener vivo el fuego...
    Tal generosidad produjo una rociada de aplausos entre los muchachos que obligó a Jack a sonreírles y luego a agitar la caracola para demandar silencio.
    —Ahora podemos dejar que se apague el fuego. Además, ¿quién iba a ver el humo de noche? Y cuando queramos podemos encenderlo otra vez. Contraltos, esta semana os encargáis vosotros de mantener el fuego, y los sopranos la semana que viene...
    La asamblea, gravemente, asintió.

  313. Y yo con estas pintas dixo...
  314. Observaron fijamente el denso azul del horizonte, como si una pequeña silueta fuese a aparecer en cualquier momento.
    Al oeste, el sol era una gota de oro ardiente que se deslizaba con rapidez hacia el alféizar del mundo. En ese mismo momento comprendieron que el ocaso significaba el fin de la luz y el calor.
    Roger cogió la caracola y lanzó a su alrededor una mirada entristecida.
    —He estado mirando al mar y no he visto ni una señal de un barco. Quizá no vengan nunca por nosotros.
    Un murmullo se alzó y se apagó alejándose. Ralph cogió de nuevo la caracola.
    —Ya os he dicho que algún día vendrán por nosotros. Hay que esperar, eso es todo.
    Atrevido, a causa de su indignación, Piggy cogió la caracola.
    —¡Eso es lo que yo dije! Estaba hablando de las reuniones y cosas así y me decís que cierre la boca...
    Su voz se elevó en un tono de justificado reproche. Los demás se agitaron y empezaron a gritarle que se callase.
    —Habéis dicho que queríais un fuego pequeño y vais y hacéis un montón como un almiar. Si digo algo —gritó Piggy con amargo realismo—, me decís que me calle, pero si es Jack o Maurice o Simón...
    Se detuvo en medio del alboroto, de pie y mirando por encima de ellos hacia el lado hostil de la montaña, hacia el amplio espacio oscuro donde habían encontrado la leña. Se echó entonces a reír de una manera tan extraña que los demás se quedaron silenciosos, observando con atención el destello de sus gafas. Siguieron la dirección de sus ojos hasta descubrir el significado del amargo chiste.
    —Ahí tenéis vuestra fogata.

  315. Y yo con estas pintas dixo...
  316. Se veía salir humo aquí y allá entre las trepadoras que festoneaban los árboles muertos o moribundos. Mientras observaban, un destello de fuego apareció en la base de unos tallos y el humo fue haciéndose cada vez más espeso. Llamas pequeñas se agitaron junto al tronco de un árbol y se arrastraron entre las hojas y el ramaje seco, dividiéndose y creciendo. Un brote rozó el tronco de un árbol y trepó por él como una ardilla brillante. El humo creció, osciló y rodó hacia fuera. La ardilla saltó sobre las alas del viento y se asió a otro de los árboles en pie, devorándolo desde la copa. Bajo el oscuro dosel de hojas y humo, el fuego se apoderó de la selva y empezó a roer cuanto encontraba. Hectáreas de amarillo y negro humo rodaron implacables hacia el mar. Al ver las llamas y el curso incontenible del fuego, los muchachos rompieron en chillidos y vítores excitados. Las llamas, como un animal salvaje, se arrastraron, lo mismo que se arrastra un jaguar sobre su vientre, hacia una fila de retoños con aspecto de abedules que adornaban un crestón de la rosada roca. Aletearon sobre el primero de los árboles, y de las ramas brotó un nuevo follaje de fuego. El globo de llamas saltó ágilmente sobre el vacío entre los árboles y después recorrió la fila entera columpiándose y despidiendo llamaradas. Allá abajo, más de cincuenta hectáreas de bosque se convertían furiosamente en humo y llamas. Los diversos ruidos del fuego se fundieron en una especie de redoble de tambores que sacudió la montaña.
    —Ahí tenéis vuestra fogata.
    Alarmado, Ralph advirtió que los muchachos se quedaban paralizados y silenciosos, sintiéndose invadir por el temor ante el poder desencadenado a sus pies. El conocimiento de ello y el temor le hicieron brutal.
    —¡Cállate ya!
    —Tengo la caracola —dijo Piggy con lastimada voz—. Tengo derecho a hablar.
    Le miraron con ojos indiferentes a lo que veían y oídos atentos al tomborilear del fuego. Piggy volvió una nerviosa mirada hacia aquel infierno y apretó contra sí la caracola.
    —Ahora hay que dejar que todo eso se queme. Y era nuestra leña.
    Se pasó la lengua por los labios.
    —No podemos hacer nada. Hay que tener más cuidado. Estoy asustado...
    Jack hizo un esfuerzo para separar la vista del fuego.
    —Tú siempre tienes miedo. ¡Eh! ¡Gordo!
    —La caracola la tengo yo —dijo Piggy desalentado. Se volvió a Ralph—. La caracola la tengo yo, ¿verdad Ralph?
    Ralph se apartó con dificultad del espléndido y temible espectáculo.
    —¿Qué dices?
    —La caracola. Tengo derecho a hablar.
    Los mellizos se rieron a la vez.
    —Queríais humo...
    —Y ahora mira...
    Un telón de varios kilómetros de anchura se alzaba sobre la isla. Todos los muchachos, excepto Piggy, empezaron a reír; segundos después no podían dominar las carcajadas.

  317. Y yo con estas pintas dixo...
  318. Piggy perdió la paciencia.
    —¡Tengo la caracola! ¡A ver si me escucháis! Lo primero que teníamos que haber hecho era construir refugios allá abajo, junto a la playa. Hacía buen frío allá abajo de noche. Pero en cuanto Ralph dice «una hoguera» salís corriendo y chillando hasta la montaña. ¡Como una panda de críos!
    Todos escuchaban ahora su diatriba.
    —¿Cómo queréis que nos rescaten si no hacéis las cosas por su orden y no os portáis como es debido?
    Se quitó las gafas y pareció que iba a soltar la caracola, pero cambió de parecer al ver que casi todos los mayores se abalanzaban sobre ella. Cobijó la caracola bajo el brazo y se acurrucó junto a la roca.
    —Luego, cuando llegáis aquí hacéis una hoguera que no sirve para nada. Ahora mirar lo que habéis hecho, prender fuego a toda la isla. Tendrá mucha gracia que se queme toda la isla. Fruta cocida, eso es lo que vamos a tener de comida, y cerdo asado. ¡Y eso no es para reírse! Dijisteis que Ralph es el jefe y no le dais ni tiempo para pensar. Luego, en cuanto dice algo, salís pitando como, como...
    Se detuvo para tomar aliento y oyeron al fuego rugirles.
    —Y eso no es todo. Esos niños. Los peques. ¿Quién se ha ocupado de ellos? ¿Quién sabe cuántos tenemos?
    Ralph dio un rápido paso adelante.
    —Te dije a ti que lo hicieses. ¡Te dije que hicieses una lista con sus nombres!
    —¿Cómo iba a hacerlo —gritó Piggy indignado— yo solo? Esperaron dos minutos y se lanzaron al mar; se metieron en el bosque, se fueron por todas partes. ¿Cómo iba a saber cuál era cuál?
    Ralph se mojó sus pálidos labios.
    —¿Entonces no sabes cuántos deberíamos estar aquí?
    —¿Cómo iba a saberlo con todos esos pequeños corriendo de un lado a otro como insectos? Y cuando volvisteis vosotros tres, en cuanto dijiste «hacer una hoguera», todos se largaron y no pude...
    —¡Ya basta! —dijo Ralph con dureza, y le arrebató la caracola—. Si no lo has hecho, pues no lo has hecho.
    —...luego subís aquí y me birláis las gafas.
    Jack se volvió hacia él.
    —¡A callar!
    —...y esos pequeños andaban por ahí, donde está el fuego. ¿Cómo sabéis que no están por ahí todavía?
    Piggy se levantó y señaló al humo y las llamas. Se alzó entre los muchachos un murmullo que fue apagándose poco a poco. Algo raro le ocurría a Piggy porque apenas podía respirar.

  319. Y yo con estas pintas dixo...
  320. —Aquel peque —jadeó Piggy—, el de la mancha en la cara; no le veo. ¿Dónde está?
    El grupo estaba tan callado como la muerte.
    —El que hablaba de las serpientes. Estaba allí abajo...
    Un árbol estalló en el fuego como una bomba. Las trepadoras, como largas mechas, se alzaron por un momento ante la vista, agonizaron y volvieron a caer. Los muchachos más pequeños gritaron:
    —¡Serpientes! ¡Serpientes! ¡Mira las serpientes!
    Al oeste, olvidado, el sol yacía a unos centímetros tan sólo sobre el mar. Los rostros estaban iluminados de rojo desde abajo.
    Piggy tropezó en una roca y a ella se agarró con ambas manos.
    —El chico con la mancha en la... cara... ¿dónde está... ahora? Yo no le veo.
    Los muchachos se miraron unos a otros atemorizados, incrédulos.
    —...¿dónde está ahora?
    Ralph murmuró la respuesta como avergonzado:
    —A lo mejor volvió hacia el... el...
    Abajo, en el lado hostil de la montaña, seguía el redoble de tambores.

    3. Cabañas en la playa
    Jack se había doblado materialmente. Estaba en la posición de un corredor preparado para la salida, con la nariz a muy pocos centímetros de la húmeda tierra. Encima, los troncos de los árboles y las trepadoras que los envolvían se fundían en un verde crepúsculo diez metros más arriba; la maleza lo dominaba todo. Se veía tan sólo el ligero indicio de una senda: en ella, una rama partida y lo que podría ser la huella de media pezuña. Inclinó la barbilla y observó aquellas señales como si pudiese hacerlas hablar. Después, rastreando como un perro, a duras penas, aunque sin ceder a la incomodidad, avanzó a cuatro patas un par de metros, y se detuvo. En el lazo de una trepadora, un zarcillo pendía de un nudo. El zarcillo brillaba por el lado interior; evidentemente, cuando los cerdos atravesaban el lazo de la trepadora rozaban con su hirsuta piel el zarcillo.
    Jack se encogió aún más, con aquel indicio junto a la cara, y trató de penetrar con la mirada en la semioscuridad de la maleza que tenía enfrente. Su cabellera rubia, bastante más larga que cuando cayeron sobre la isla, tenía ahora un tono más claro, y su espalda, desnuda, era un manchón de pecas oscuras y quemaduras del sol despellejadas. Con su mano derecha asía un palo de más de metro y medio de largo, de punta aguzada, y no llevaba más ropa que un par de pantalones andrajosos sostenidos por la correa de su cuchillo. Cerró los ojos, alzó la cabeza y aspiró suavemente por la nariz, buscando información en la corriente de aire cálido. Estaban inmóviles, él y el bosque.

  321. Y yo con estas pintas dixo...
  322. Por fin expulsó con fuerza el aire de sus pulmones y abrió los ojos. Eran de un azul brillante, y ahora parecían a punto de saltarle, enfurecidos por el fracaso. Se pasó la lengua por los labios secos y nuevamente su mirada trató de penetrar en el mudo bosque. Después volvió a deslizarse hacia adelante, serpenteando para abrirse paso.
    El silencio del bosque era aún más abrumador que el calor, y a aquella hora del día ni siquiera se oía el zumbido de los insectos. El silencio no se rompió hasta que el propio Jack espantó de su tosco nido de palos a un llamativo pájaro; su grito agudo desencadenó una sucesión de ecos que parecían venir del abismo de los tiempos. Jack no pudo evitar un estremecimiento ante aquel grito, y su respiración, sorprendida, sonó como un gemido; por un momento dejó de ser cazador para convertirse en un ser furtivo, como un simio entre la maraña de árboles. El sendero y el fracaso volvieron a reclamarle y rastreó ansiosamente el terreno. Junto a un gran árbol, de cuyo tronco gris surgían flores de un color pálido, se detuvo una vez más, cerró los ojos e inhaló de nuevo el aire cálido; pero esta vez, entrecortada la respiración y casi lívido, hubo de esperar unos instantes hasta recuperar la animación de la sangre. Pasó como una sombra bajo la oscuridad del árbol y se inclinó, observando el trillado terreno a sus pies. Las deyecciones aún estaban cálidas; amontonadas sobre la tierra revuelta. Eran blandas, de un color verde aceitunado y desprendían vapor. Jack alzó la cabeza y se quedó observando la masa impenetrable de trepadoras que se atravesaban en la senda. Levantó la lanza y se arrastró hacia adelante. Pasadas las trepadoras, la senda venía a unirse a un paso que por su anchura y lo trillado era ya un verdadero camino. Las frecuentes pisadas habían endurecido el suelo y Jack, al ponerse de pie, oyó que algo se movía. Giró el brazo derecho hacia atrás y lanzó el arma con todas sus fuerzas. Del camino llegó un fuerte y rápido patear de pezuñas, un sonido de castañuelas; seductor, enloquecedor: era la promesa de carne. Saltó fuera de la maleza y se precipitó hacia su lanza. El ritmo de las pisadas de los cerdos fue apagándose en la lejanía.
    Jack se quedó allí parado, empapado en sudor, manchado de barro oscuro y sucio por las vicisitudes de todo un día de caza.

  323. Y yo con estas pintas dixo...
  324. Maldiciendo, se apartó del sendero y se abrió paso hasta llegar al lugar donde el bosque empezaba a aclarar y desde donde se veían coronas de palmeras plumosas y árboles de un gris claro, que sucedían a los desnudos troncos y el oscuro techo del interior. Tras los troncos grises se hallaba el resplandor del mar y se oían voces.
    Ralph estaba junto a un precario armazón de tallos y hojas de palmeras, un tosco refugio, de cara a la laguna, que parecía a punto de derrumbarse. No advirtió que Jack le hablaba.
    —¿Tienes un poco de agua?
    Ralph apartó la mirada, fruncido el ceño, del amasijo de palmas. Ni aun entonces se dio cuenta de la presencia de Jack frente a él.
    —Digo que si tienes un poco de agua. Tengo sed.
    Ralph apartó su atención del refugio y, sobresaltado, se fijó en Jack.
    —Ah, hola. ¿Agua? Ahí, junto al árbol. Debe quedar un poco.
    Jack escogió de un grupo de cocos partidos, colocados a la sombra, uno que rebosaba agua fresca y bebió. El agua le salpicó la barbilla, el cuello y el pecho. Terminó con un ruidoso resuello.
    —Me hacía falta.
    Simón habló desde el interior del refugio:
    —Levanta un poco.
    Ralph se volvió hacia el refugio y alzó una rama, toda ella alicatada de hojas.
    Las hojas se desprendieron y agitaron hasta parar en el suelo. Por el agujero asomó la cara compungida de Simón.
    —Lo siento.
    Ralph observó con disgusto el desastre.
    —No lo vamos a terminar nunca.
    Se tumbó junto a los pies de Jack. Simon permaneció en la misma postura, mirándoles desde el hoyo del refugio.
    Tumbado, Ralph explicó:
    —Llevamos trabajando un montón de días. ¡Y mira!
    Dos refugios se hallaban en pie, pero no muy firmes. Este otro era una ruina.
    —Y no hacen más que largase por ahí. ¿Te acuerdas de la reunión? ¿Que todos íbamos a trabajar duro hasta terminar los refugios?
    —Menos yo y mis cazadores...
    —Menos los cazadores. Bueno, pues con los peques es...
    Hizo un gesto con la mano, en busca de la palabra
    —Es inútil. Los mayores son también por el estilo. ¿Ves? Llevo trabajando todo el día con Simón. Nadie más. Están todos por ahí, bañándose o comiendo o jugando.

  325. Y yo con estas pintas dixo...
  326. Simón asomó lentamente la cabeza.
    —Tú eres el jefe. Regáñales.
    Ralph se tendió del todo en el suelo y alzó la mirada hacia las palmeras y el cielo.
    —Reuniones. Nos encantan las reuniones, ¿verdad? Todos los días. Y hasta dos veces al día para hablar —se apoyó en un codo—. Te apuesto que si soplo la caracola ahora mismo vienen corriendo. Y entonces... ya sabes, nos pondríamos muy serios y alguno diría que tenemos que construir un reactor o un submarino o un televisor. Al terminar la reunión se pondrían a trabajar durante cinco minutos y luego se irían a pasear por ahí o a cazar.
    A Jack se le encendió la cara.
    —Todos queremos carne.
    —Pues hasta ahora no la hemos tenido. Y también queremos refugios. Además, el resto de tus cazadores volvieron hace horas. Se han estado bañando.
    —Yo seguí —dijo Jack—. Dejé que se marcharan. Tenía que seguir. Yo...
    Trató de comunicarle la obsesión, que le consumía, de rastrear una presa y matarla.
    —Yo seguí. Pensé, si voy yo solo...
    Aquella locura le volvió a los ojos.
    —Pensé que podría matar...
    —Pero no lo hiciste.
    —Pensé que podría.
    Una cólera escondida vibró en la voz de Ralph.
    —Pero todavía no lo has hecho.
    Su invitación podría haberse tomado como una observación sin malicia, a no ser por algo escondido en su tono.
    —Supongo que no querrás ayudarnos con los refugios, ¿verdad?
    —Queremos carne...
    —Y no la tenemos.
    La rivalidad se hizo ahora patente.
    —¡Pero la conseguiré! ¡La próxima vez! ¡Necesito un hierro para esta lanza! Herimos a un cerdo y la lanza se soltó. Si pudiésemos ponerle una punta de hierro...
    —Necesitamos refugios.
    De repente, Jack gritó enfurecido:
    —¿Me estás acusando?...
    —Lo único que digo es que hemos trabajado muchísimo. Eso es todo.
    Los dos estaban sofocados y les era difícil mirarse de frente. Ralp se volteó sobre su estómago y se puso a jugar con la hierba.
    —Si vuelve a llover como cuando caímos aquí vamos a necesitar refugios, eso desde luego. Y, además, hay otra cosa. Necesitamos refugios porque...
    Calló durante un momento y ambos dominaron su enfado. Entonces pasó a un nuevo tema, menos peligroso.
    —Te has dado cuenta, ¿no?
    Jack soltó la lanza y se sentó en cuclillas.
    —¿Que si me he dado cuenta de qué?
    —De que tienen miedo.

  327. Y yo con estas pintas dixo...
  328. Giró el cuerpo y observó el rostro violento y sucio de Jack.
    —Quiero decir de lo que pasa. Tienen pesadillas Se les puede oír. ¿No te han despertado nunca por la noche?
    Jack sacudió la cabeza.
    —Hablan y gritan. Los más pequeños. Y también algunos de los otros. Como si...
    —Como si ésta no fuese una isla estupenda.
    Sorprendidos por la interrupción, alzaron los ojos y vieron la seria faz de Simón.
    —Como si —dijo Simón— la bestia, la bestia o la serpiente, fuese de verdad. ¿Os acordáis?
    Los dos chicos mayores se estremecieron al escuchar aquella palabra vergonzosa. Ya no se mentaban las serpientes, eran algo que ya no se podía nombrar.
    —Como si esta no fuese una isla estupenda —dijo Ralph lentamente—. Sí, es verdad.
    Jack se sentó y estiró las piernas.
    —Están chiflados.
    —Como chivas. ¿Te acuerdas cuando fuimos a explorar?
    Sonrieron al recordar el hechizo del primer día. Ralph continuó:
    —Así que necesitamos refugios que sean como un...
    —Hogar.
    —Eso es.
    Jack encogió las piernas, rodeó las rodillas con las manos y frunció el ceño, en un esfuerzo por lograr claridad.
    —De todas formas... en la selva. Quiero decir, cuando sales a cazar... cuando vas por fruta no, desde luego..., pero cuando sales por tu cuenta...
    Hizo una pausa, sin estar seguro de que Ralph le tomara en serio.
    —Sigue.
    —Si sales a cazar, a veces te sientes sin querer...

  329. Y yo con estas pintas dixo...
  330. —No significaba nada, desde luego. Es sólo la impresión. Pero llegas a pensar que no estás persiguiendo la caza, sino que... te están cazando a tí; como si en la jungla siempre hubiese algo detrás de ti.
    Se quedaron de nuevo callados: Simón, atento, Ralph, incrédulo y ligeramente disgustado. Se incorporó, frotándose un hombro con una mano sucia.
    —Pues no sé que decirte.
    Jack se puso en pie de un salto y empezó a hablar muy deprisa.
    —Así es como te puedes sentir en el bosque. Desde luego, no significa nada. Sólo que..., que...
    Dio unos cuantos pasos ligeros hacia la playa; después, volvió.
    —Sólo que sé lo que sienten. ¿Sabes? Eso es todo.
    —Lo mejor que podíamos hacer es conseguir que nos rescaten.
    Jack tuvo que pararse a pensar unos instantes para recordar lo que significaba «rescate».
    —¿Rescate? ¡Sí, desde luego! De todos modos, primero me gustaría atrapar un cerdo...
    Asió la lanza y la clavó en el suelo. Le volvió a los ojos aquella mirada opaca y dura. Ralph le miró con disgusto a través de la melena rubia.
    —Con tal que tus cazadores se acuerden de la hoguera...
    —¡Tú y tu hoguera!
    Los dos muchachos bajaron saltando a la playa y, volviéndose cuando llegaron al borde del agua, dirigieron la vista hacia la montaña rosa. El hilo de humo dibujaba una blanca línea de tiza en el limpio azul del cielo, temblaba en lo alto y desaparecía. Ralph frunció el ceño.
    —Me gustaría saber hasta qué distancia se puede ver eso.
    —A muchos kilómetros.
    —No hacemos bastante humo.
    La base del hilo, como si hubiese advertido sus miradas, se espesó hasta ser una mancha clara que trepaba por la débil columna.
    —Han echado ramas verdes —murmuró Ralph—. ¿Será que...? —entornó los ojos y giró para examinar todo el horizonte.
    —¡Ya está!
    Jack había gritado tan fuerte que Ralph dio un salto.
    —¿Qué? ¿Dónde? ¿Es un barco?
    Pero Jack señalaba hacia los altos desfiladeros que descendían desde la montaña a la parte más llana de la isla.
    —¡Claro! Ahí se deben esconder... tiene que ser eso; cuando el sol calienta demasiado...
    Ralph observó asombrado aquel excitado rostro.
    —...suben muy alto. Hacia arriba y a la sombra, descansando cuando hace calor, como las vacas en casa...
    —¡Creí que habías visto un barco!
    —Podríamos acercarnos a uno sin que lo notase..., con las caras pintadas para que no nos viesen..., quizá rodearles y luego...

  331. Y yo con estas pintas dixo...
  332. La indignación acabó con la paciencia de Ralph.
    —¡Te estaba hablando del humo! ¿Es que no quieres que nos rescaten? ¡No sabes más que hablar de cerdos, cerdos y cerdos!
    —¡Es que queremos carne!
    —Y me paso todo el día trabajando sin nadie más que Simón y vuelves y ni te fijas en las cabañas.
    —Yo también he estado trabajando...
    —¡Pero eso te gusta! —gritó Ralph—. ¡Quieres cazar! Mientras que yo...
    Se enfrentaron en la brillante playa, asombrados ante aquel choque de sentimientos. Ralph fue el primero en desviar la mirada, fingiendo interés por un grupo de pequeños en la arena. Del otro lado de la plataforma llegó el griterío de los cazadores nadando en la poza. En un extremo de la plataforma estaba Piggy, tendido boca abajo, observando el agua resplandeciente.
    —La gente nunca ayuda mucho.
    Quería manifestar que la gente nunca resultaba ser del todo como uno se imagina que es.
    —Simon sí ayuda —señaló hacia los refugios—. Todos los demás salieron corriendo. El ha hecho tanto como yo..., sólo que...
    —Siempre se puede contar con Simón.
    Ralph se volvió hacia los refugios, con Jack a su lado.
    —Te ayudaré un poco —dijo Jack entre dientes— antes de bañarme.
    —No te molestes.
    Pero cuando llegaron a los refugios no encontraron a Simón por ninguna parte. Ralph se asomó al agujero, retrocedió y se volvió a Jack.
    —Se ha largado.
    —Se hartaría —dijo Jack y se fue a bañar. Ralph frunció el ceño.
    —Es un tipo raro.
    Jack asintió, por el simple deseo de asentir más que por otra cosa; y por acuerdo tácito dejaron el refugio y se dirigieron a la poza.
    —Y luego —dijo Jack—, cuando me bañe y coma algo, treparé al otro lado de la montaña a ver si veo algunas huellas. ¿Vienes?
    —¡Pero si el sol está a punto de ponerse!
    —Quizás me dé tiempo...
    Caminaron juntos, como dos universos distintos de experiencia y sentimientos, incapaces de comunicarse entre sí.
    —¡Si lograse atrapar un jabalí!
    —Volveré para seguir con el refugio.
    Se miraron perplejos, con amor y odio. El agua salada y tibia de la poza, y los gritos, los chapuzones y las risas fueron por fin suficientes para acercarles de nuevo.
    Simon, a quien esperaban encontrar allí, no estaba en la poza.
    Cuando los otros dos bajaban brincando a la playa para observar la montaña, él les había seguido unos cuantos metros, pero luego se detuvo. Había observado con disgusto un montón de arena en la playa, donde alguien había intentado construir una casilla o una cabaña. Luego volvió la espalda a aquello y penetró en el bosque con aire decidido. Era un muchacho pequeño y flaco, de mentón saliente y ojos tan brillantes que habían confundido a Ralph haciéndole creer que Simón sería muy alegre y un gran bromista. Su melena negra le caía sobre la cara y casi tapaba una frente ancha y baja. Vestía los restos de unos pantalones y, como Jack, llevaba los pies descalzos. Simón, de por sí moreno, tenía fuertemente tostada por el sol la piel, que le brillaba con el sudor.

  333. Y yo con estas pintas dixo...
  334. Simón les dejó y se dirigió hacia el lugar a donde el apenas perceptible sendero le llevaba. Pronto se vio encerrado en la espesa jungla. De unos altos troncos salían inesperadas flores pálidas en hileras, que subían hasta el oscuro dosel donde la vida se anunciaba con gran clamor. Aquí, el aire mismo era oscuro, y las trepadoras soltaban sus cuerdas como cordajes de barcos a punto de zozobrar. Sus pies iban dejando huellas en el suave terreno y las trepadoras temblaban enteras cuando tropezaba con ellas.
    Por fin llegó a un lugar donde penetraba mejor el sol.
    Las trepadoras, como no tenían que ir muy lejos en busca de la luz, habían tejido una espesísima estera suspendida a un lado de un espacio abierto en la jungla; aquí,-la roca casi afloraba y no permitía crecer sobre ella más que plantas pequeñas y helechos. Aquel espacio estaba cercado por oscuros arbustos aromáticos, y todo él era un cuenco de luz y calor. Un gran árbol, caído en una de las esquinas, descansaba contra los árboles que aún permanecían en pie y una veloz trepadora lucía sus rojos y amarillos brotes hasta la cima.
    Simón se detuvo. Miró por encima de su hombro, como había hecho Jack, hacia los tupidos accesos que quedaban a su espalda y giró rápidamente la vista en torno suyo para confirmar que estaba completamente solo. Por un momento, sus movimientos se hicieron casi furtivos. Después se agachó y se introdujo, como un gran gusano, por el centro de la estera. Las trepadoras y los arbustos estaban tan próximos que iba dejando el sudor sobre ellos, y en cuanto él pasaba volvían a cerrarse. Una vez alcanzado el centro, se encontró seguro en una especie de choza, cerrada por una pantalla de hojas. Se sentó en cuclillas, separó las hojas y se asomó al espacio abierto frente a él. Nada se movía excepto una pareja de brillantes mariposas que bailaban persiguiéndose en el aire cálido. Sosteniendo la respiración, aguzó el oído a los sonidos de la isla. Sobre la isla iba avanzando la tarde; las notas de las fantásticas aves de colores, el zumbido de las abejas, incluso los chillidos de las gaviotas que volvían a sus nidos entre las cuadradas rocas, eran ahora más tenues. El mar, rompiendo a muchos kilómetros, sobre al arrecife, difundía un leve rumor aún menos imperceptible que el susurro de la sangre.

  335. Y yo con estas pintas dixo...
  336. El primer ritmo al que se acostumbraron fue el lento tránsito desde el amanecer hasta el brusco ocaso. Aceptaron los placeres de la mañana —el sol brillante, el mar dominador y la dulzura del aire— como las horas agradables para los juegos, durante los cuales la vida estaba tan repleta que no hacían falta esperanzas, y por ello se olvidaban. Al acercarse el mediodía, cuando la inundación de luz caía casi verticalmente, los intensos colores matinales se suavizaban en tonos perlas y opalescentes; y el calor —como si la inminente altura del sol le diese impulso— se convertía en un azote, que trataban de esquivar corriendo a tenderse a la sombra, y hasta durmiendo.
    Extrañas cosas ocurrían al mediodía. El brillante mar se alzaba, se escindía en planos de absoluta imposibilidad; el arrecife de coral y las escasas y raquíticas palmeras que se sostenían en sus relieves más altos, flotaban hacia el cielo, temblaban, se desgarraban, resbalaban como gotas de lluvia sobre un alambre o se multiplicaban como en una fantástica sucesión de espejos. A veces surgía tierra allí donde no la había y estallaba como una burbuja ante la mirada de los muchachos.
    Piggy calificaba todo aquello sabiamente como «espejismos»; y como ninguno de los muchachos podría haberse acercado ni tan siquiera al arrecife, ya que habrían de atravesar el estrecho de agua donde les aguardaban las dentelladas de los tiburones, se acostumbraron a aquellos misterios y los ignoraban, como tampoco hacían caso de las milagrosas, de las vibrantes estrellas.
    Al mediodía los espejismos se fundían con el cielo y desde allí, el sol, como un ojo iracundo, lanzaba sus miradas. Después, al acercarse la tarde, las fantasías se debilitaban y con el descenso del sol el horizonte se volvía llano, azul y recortado. Eran nuevas horas de relativo frescor, aunque siempre amenazadas por la llegada de la noche. Cuando el sol se hundía, la oscuridad caía sobre la isla como un exterminador y los refugios se llenaban en seguida de inquietud, bajo las estrellas lejanas.

  337. Y yo con estas pintas dixo...
  338. Sin embargo, la tradición de la Europa del Norte: trabajo, recreo y comida a lo largo del día, les impedía adaptarse por completo a este nuevo ritmo. El pequeño Percival, al poco tiempo de la llegada, se había, arrastrado hasta uno de los refugios, donde permaneció dos días, hablando, cantando y llorando, con lo que todos creyeron que se había trastornado, cosa que les pareció en cierto modo divertida. Desde entonces se le veía enfermizo, ojeroso y triste: un pequeño que jugaba poco y lloraba a menudo.
    A los más jóvenes se les conocía ahora por el nombre genérico de «los peques». La disminución en tamaño, desde Ralph hacia abajo, era gradual; y aunque había una región dudosa habitada por Simon, Robert y Maurice, nadie, sin embargo, encontraba la menor dificultad para distinguir a los grandes en un extremo y a los peques en el otro. Los indudablemente «peques» —los que tenían alrededor de los seis años— vivían su propia vida, muy diferente, pero también muy activa. Se pasaban la mayor parte del día comiendo, cogiendo la fruta de los lugares que estaban a su alcance, sin demasiados escrúpulos en cuanto a madurez y calidad. Se habían acostumbrado ya a los dolores de estómago y a una especie de diarrea crónica. Sufrían terrores indecibles en la oscuridad y se acurrucaban los unos contra los otros en busca de alivio. Además de comer y dormir, encontraban tiempo para sus juegos, absurdos y triviales, sobre la blanca arena junto al agua brillante. Lloraban por sus madres mucho menos de lo que podía haberse esperado; estaban muy morenos y asquerosamente sucios. Obedecían a las llamadas de la caracola, en parte porque era Ralph quien llamaba y tenía los años suficientes para enlazar con el mundo adulto de la autoridad, y en parte porque les divertía el espectáculo de las asambleas. Pero aparte de esto, rara vez se ocupaban de los mayores, y su apasionada vida emocional y gregaria era algo que sólo a ellos pertenecía.
    Habían construido castillos en la arena, junto a la barra del riachuelo. Estos castillos tenían como un pie de altura y estaban adornados con conchas, flores marchitas y piedras curiosas. Alrededor de los castillos crearon un complejo sistema de señales, caminos, tapias y líneas ferroviarias que sólo tenían sentido si se las observaba con la vista a ras del suelo. Allí jugaban los peques, si no completamente felices, al menos con absorta atención; y a menudo grupos de hasta tres se unían en un mismo juego.

  339. Y yo con estas pintas dixo...
  340. En este momento tres de ellos jugaban en aquel lugar. Henry era el mayor. Y era también pariente lejano de aquel otro chico de la mancha en el rostro a quien nadie había vuelto a ver desde la tarde del gran incendio; pero no tenía los años suficientes para comprender bien lo sucedido, y si alguien le hubiese dicho que el otro niño se había vuelto a su casa en avión lo habría aceptado sin queja o duda.
    En cierto modo Henry hacía de jefe esa tarde, pues los otros dos, Percival y Johnny, eran los más pequeños de la isla. Percival, de pelo parduzco, nunca había sido muy guapo, ni siquiera para su propia madre. Johnny, un niño rubio, bien formado, era de una belicosidad innata. Ahora se comportaba dócilmente porque estaba interesado en el juego; y los tres niños, arrodillados en la arena, se encontraban en completa paz.
    Roger y Maurice salieron del bosque. Su turno ante la hoguera había terminado y bajaban ahora a nadar. Roger, que iba delante, pasó a través de los castillos; los derrumbó a patadas, enterró las flores y esparció las piedras escogidas con tanto cuidado. Le siguió Maurice, riendo y aumentando la devastación. Los tres peques abandonaron su juego y alzaron los ojos. Pero ocurrió que las señales que les tenían ocupados en ese momento no habían sufrido daño, de modo que no protestaron. Percival fue el único que empezó a sollozar, por la arena que se le había metido en los ojos, y Maurice optó por alejarse rápidamente. En su otra vida, Maurice habría sido castigado por llenar de arena unos ojos más jóvenes que los suyos. Ahora, aunque no se encontraba presente ningún padre que dejase caer sobre él una mano airada, sintió de todos modos la desazón del delito. Empezaron a conformarse en los repliegues de su mente los esbozos inseguros de una excusa. Murmuró algo acerca de un baño y se alejó a rápidos saltos.
    Roger se quedó atrás observando a los pequeños. No parecía más bronceado por el sol que el día en que cayeron en la isla, pero las greñas de pelo negro, que le cubrían la nuca y le ocultaban la frente, parecían complementar su cara triste y transformaban en algo temible lo que antes había parecido una insociable altanería. Percival dejó de sollozar y volvió a sus juegos, pues las lágrimas le habían librado de la arena. Johnny le miró con ojos de un azul porcelana; luego comenzó a arrojar al aire una lluvia de arena y pronto empezó de nuevo el lloriqueo de Percival.
    Cuando Henry se cansó de jugar y comenzó a vagar por la playa, Roger le siguió, caminando tranquilamente bajo las palmeras en la misma dirección. Henry marchaba a cierta distancia de las palmeras y la sombra porque aún era demasiado joven para protegerse del sol. Bajó hasta la playa y se entretuvo jugando al borde del agua.

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  342. La gran marea del Pacífico se disponía ya a subir y a cada pocos segundos las aguas de la laguna, relativamente tranquilas, se alzaban y avanzaban un par de centímetros. Ciertas criaturas habitaban en aquella última proyección del mar, seres diminutos y transparentes que subían con el agua a husmear en la cálida y seca arena. Con impalpables órganos sensorios examinaban este nuevo territorio. Quizás hallasen ahora alimentos que no habían encontrado en su última incursión; excrementos de pájaros, incluso insectos o cualquier detrito de la vida terrestre. Extendidos como una miríada de diminutos dientes de sierra llegaban los seres transparentes a la playa en busca de desperdicios. Aquello fascinaba a Henry. Urgó con un palito, también vagabundo y desgastado y blanqueado por las olas, tratando de dominar con él los movimientos de aquellos carroñeros. Hizo unos surcos, que la marea cubrió, e intentó llenarlos con esos seres. Encontró tanto placer en verse capaz de ejercer dominio sobre unos seres vivos, que su curiosidad se convirtió en algo más fuerte que la mera alegría. Les hablaba, dándoles ánimos y órdenes. Impulsados hacia atrás por la marea, caían atrapados en las huellas que los pies de Henry dejaban sobre la arena. Todo eso le proporcionaba la ilusión de poder. Se sentó en cuclillas al borde del agua, con el pelo caído sobre la frente y formándole pantalla ante los ojos, mientras el sol de la tarde vaciaba sobre la playa sus flechas invisibles.

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  344. También Roger esperaba. Al principio se había escondido detrás de un grueso tronco de palmera; pero era tan evidente que Henry estaba absorto con aquellos pequeños seres que decidió por fin hacerse completamente visible. Recorrió con la mirada toda la extensión de la playa. Percival se había alejado llorando y Johnny quedaba como dueño triunfante de los castillos. Allí sentado, canturreaba para sí y arrojaba arena a un Percival imaginario. Más allá, Roger veía la plataforma y los destellos del agua salpicada cuando Ralph, Simon, Piggy y Maurice se arrojaban a la poza. Escuchó atentamente pero apenas podía oírles.
    Una brisa repentina sacudió la orla de palmeras y meció y agitó sus frondas. Desde casi veinte metros de altura sobre Roger, un racimo de cocos —bultos fibrosos tan grandes como balones de rugby— se desprendió de su tallo. Cayeron todos cerca de él, con una serie de golpes duros y secos, pero no llegaron a tocarle. No se le ocurrió pensar en el peligro corrido, se quedó mirando, alternativamente, a los cocos y a Henry, a Henry y a los cocos.
    El subsuelo bajo las palmeras era una playa elevada, y varias generaciones de palmeras habían ido desalojando de su sitio las piedras que en otro tiempo yacieron en arenas de otras orillas. Roger se inclinó, cogió una piedra, apuntó y la tiró a Henry, con decidida intención de errar. La piedra, recuerdo de un tiempo inverosímil, botó a unos cuatro metros a la derecha de Henry y cayó en el agua. Roger reunió un puñado de piedras y empezó a arrojarlas. Pero respetó un espacio, alrededor de Henry, de unos cinco metros de diámetro. Dentro de aquel círculo, de manera invisible pero con firme fuerza, regía el tabú de su antigua existencia. Alrededor del niño en cuclillas aleteaba la protección de los padres y el colegio, de la policía y la ley. El brazo de Roger estaba condicionado por una civilización que no sabía nada de él y estaba en ruinas.
    Sorprendió a Henry el sonido de las piedras al estrellarse en el agua. Abandonó los silenciosos seres transparentes y, como un perdiguero que muestra la caza, dirigió toda su atención hacia el centro de los círculos, que se iban extendiendo. Caían las piedras por un lado y otro y Henry se volvía dócilmente, pero siempre demasiado tarde para divisarlas en el aire, Por fin logró ver una y se echó a reír, buscando con la mirada al amigo que le gastaba bromas. Pero Roger se había ocultado tras el tronco de palmera, y contra él se reclinaba, con la respiración entrecortada y los ojos pestañeantes. Henry perdió el interés por las piedras y se alejó.
    —Roger.
    Jack se encontraba bajo un árbol a unos diez metros de allí. Cuando Roger abrió los ojos y le vio, una sombra más oscura se extendió bajo su ya morena piel; pero Jack no notó nada. Le llamaba por señas, tan inquieto e impaciente que Roger tuvo que acudir a su lado.

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  346. Había una poza al extremo del río, un pequeño lago retenido por la arena y lleno de blancos nenúfares y juncos afilados. Allí aguardaban Sam y Erik y también Bill. Oculto del sol, Jack se arrodilló junto a la poza y desplegó las dos grandes hojas que llevaba en las manos. Una de ellas contenía arcilla blanca y la otra arcilla roja. Junto a ellas había un trozo de carbón vegetal extraído de la hoguera.
    Mientras actuaba, Jack explicó a Roger:
    —No es que me huelan; creo que lo que pasa es que me ven. Ven un bulto rosa bajo los árboles.
    Se embadurnó de arcilla.
    —¡Si tuviese un poco de verde!
    Volvió hacia Roger el rostro medio pintado y quiso responder a la confusión que notó en su mirada:
    —Es para cazar. Igual que se hace en la guerra. Ya sabes... camuflaje. Es como tratar de parecerte a otra cosa...
    Contorsionó el cuerpo en su necesidad de expresarse:
    —...como las polillas en el tronco de un árbol.
    Roger comprendió y asintió con seriedad. Los mellizos se acercaron a Jack y empezaron a protestar tímidamente por alguna razón. Jack les apartó con la mano.
    —A callar.
    Se frotó con la barra de carbón entre las manchas rojas y blancas de su cara.
    —No. Vosotros dos vais a venir conmigo.
    Contempló el reflejo de su rostro y no pareció quedar muy contento. Se agachó, tomó con ambas manos agua tibia y se restregó la cara. Reaparecieron sus pecas y las cejas rubias.
    Roger sonrió sin querer.
    —Vaya una pinta que tienes.
    Jack estudió detalladamente un nuevo rostro. Coloreó de blanco una mejilla y la cuenca de un ojo; después frotó de rojo la otra mitad de la cara y con el carbón trazó una raya desde la oreja derecha hasta la mandíbula izquierda. Buscó su imagen en la laguna, pero enturbiaba el espejo con la respiración.
    —Samyeric. Traedme un coco, uno vacío.
    Se arrodilló sosteniendo el cuenco de agua. Un círculo de sol cayó sobre su rostro y en el fondo del agua apareció un resplandor. Miró con asombro, no a su propia cara, sino a la de un temible extraño.

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  348. Derramó el agua y de un salto se puso en pie riendo con excitación. Junto a la laguna, su espigado cuerpo sostenía una máscara que atrajo hacia sí las miradas de los otros y les atemorizó. Empezó a danzar y su risa se convirtió en gruñidos sedientos de sangre. Brincó hacia Bill, y la máscara apareció como algo con vida propia tras la cual se escondía Jack, liberado de vergüenza y responsabilidad. Aquel rostro rojo, blanco y negro saltó en el aire y bailó hacia Bill, el cual se enderezó de un salto, riendo, pero de repente enmudeció y se alejó tropezando entre los matorrales. Jack se precipitó hacia los mellizos.
    —Los otros se están poniendo ya en fila. ¡Vamos!
    —Pero...
    —...nosotros...
    —¡Vámonos! Yo me acercaré a gatas y le apuñalaré...
    La máscara les forzaba a obedecer.
    Ralph salió de la poza y, brincando, cruzó la playa y fue a sentarse bajo la sombra de las palmeras. Tenía el pelo pegado sobre las cejas y se lo echó hacia atrás. Simón flotaba en el agua, que agitaba con sus pies, y Maurice se ensayaba en bucear. Piggy vagaba de un lado a otro, recogiendo cosas sin ningún propósito para deshacerse luego de ellas. Los breves estanques que se formaban entre las rocas le fascinaban, pero habían sido ya cubiertos por la marea y no tenía nada en que interesarse hasta que la marea bajase de nuevo. Al cabo de un rato, viendo a Ralph bajo las palmeras, fue a sentarse junto a él.

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  350. Piggy vestía los restos de unos pantalones cortos; su cuerpo regordete estaba tostado por el sol y sus gafas seguían lanzado destellos cada vez que miraba algo. Era el único muchacho en la isla cuyo pelo no parecía crecer jamás. Todos los demás tenían la cabeza poblada de greñas, pero el pelo de Piggy se repartía en finos mechones sobre su cabeza como si la calvicie fuese su estado natural y aquella cubierta rala estuviese a punto de desaparecer igual que el vello de las astas de un cervatillo.
    —He estado pensado —dijo— en un reloj. Podíamos hacer un reloj de sol. Se podía hacer con un palo en la arena, y luego...
    El esfuerzo para expresar el proceso matemático correspondiente resultó demasiado duro. Se limitó a dar unos pasos.
    —Y un avión y un televisor —dijo Ralph con amargura— y una máquina de vapor. Piggy negó con la cabeza.
    —Para eso se necesita mucho metal —dijo—, y no tenemos nada de metal. Pero sí que tenemos un palo.
    Ralph se volvió y tuvo que sonreír. Piggy era un pelma; su gordura, su asma y sus ideas prácticas resultaban aburridísimas. Pero siempre producía cierto placer tomarle el pelo, aunque se hiciese sin querer.
    Piggy advirtió la sonrisa y, equivocadamente, la tomó como señal de simpatía. Se había extendido entre los mayores de manera tácita la idea de que Piggy no era uno de los suyos, no sólo por su forma de hablar, que en realidad no importaba, sino por su gordura, el asma y las gafas y una cierta aversión hacia el trabajo manual. Ahora, al ver que Ralph sonreía por algo que él había dicho, se alegró y trató de sacar ventaja.
    —Tenemos muchos palos. Podríamos tener cada uno nuestro reloj de sol. Así sabríamos la hora que es.
    —Pues sí que nos ayudaría eso mucho.
    —Tú mismo dijiste que debíamos hacer cosas. Para que vengan a rescatarnos.
    —Anda, cierra la boca.
    De un salto, Ralph se puso en pie y corrió hacia la poza, en el preciso momento en que Maurice se tiraba torpemente al agua. Se alegró al encontrar la ocasión de cambiar de tema. Cuando Maurice salió a la superficie, gritó:
    —¡Has caído de barriga! ¡Has caído de barriga!

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  352. Maurice sonrió con la mirada a Ralph, que se deslizó en el agua con destreza. De todos los muchachos, era él quien se sentía más a sus anchas allá dentro; pero aquel día, molesto por la mención del rescate, la inútil y estúpida mención del rescate, ni siquiera las verdes profundidades del agua ni el dorado sol, roto en ella en pedazos, podían ofrecerle bálsamo alguno. En vez de quedarse allí a jugar, nadó con seguras brazadas por debajo de Simón y salió a gatas por el otro lado de la poza para tumbarse allí, brillante y húmedo como una foca. Piggy, siempre inoportuno, se levantó y fue a su lado, por lo que Ralph dio media vuelta y fingió, boca abajo, no verle. Los espejismos habían desaparecido y con tristeza su mirada recorrió la línea azul y tensa del horizonte.
    Se levantó de un salto repentino y gritó:
    —¡Humo! ¡Humo!
    Simón, aún dentro de la poza, intentó incorporarse y se tragó una bocanada de agua. Maurice, que estaba a punto de lanzarse al agua, retrocedió y salió corriendo hacia la plataforma, pero finalmente dio la vuelta y se dirigió hacia la hierba bajo las palmeras. Allí trató de ponerse los andrajosos pantalones, a fin de estar listo para cualquier eventualidad.
    Ralph, en pie, se sujetaba el pelo con una mano mientras mantenía la otra firmemente cerrada. Simón se disponía a salir del agua. Piggy se limpiaba las gafas con los pantalones y entornaba los ojos dirigiendo la mirada al mar. Maurice había metido ambas piernas en una misma pernera. Ralph era el único de los muchachos que no se movía.
    —No veo ningún humo —dijo Piggy con incredulidad—. No veo ningún humo, Ralph, ¿dónde está?
    Ralph no dijo nada. Mantenía ahora sus dos puños sobre la frente para apartar de los ojos el pelo. Se inclinaba hacia delante; ya la sal comenzaba a blanquear su cuerpo.
    —Ralph... ¿dónde está el barco?
    Simón permanecía cerca, mirando alternativamente a Ralph y al horizonte. Los pantalones de Maurice se abrieron con un quejido y cayeron hechos pedazos; los abandonó allí, corrió hacia el bosque, pero retrocedió.
    El humo era un diminuto nudo en el horizonte, que iba deshaciéndose poco a poco. Debajo del humo se veía un punto que podría ser una chimenea. Ralph palideció mientras se decía a sí mismo:
    —Van a ver nuestro humo.
    Piggy por fin acertó con la dirección exacta.
    —No parece gran cosa.

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  354. Dio la vuelta y alzó los ojos hacia la montaña. Ralph siguió contemplando el barco como si quisiera devorarlo con la mirada. El color volvía a su rostro. Simón, silencioso, seguía a su lado.
    —Ya sé que no veo muy bien —dijo Piggy—, pero ¿nos queda algo de humo?
    Ralph se movió impaciente, sus ojos clavados aún en el barco.
    —El humo de la montaña.
    Maurice llegó corriendo y miró al mar. Simon y Piggy miraban, ambos, hacia la montaña. Piggy fruncía el rostro para concentrar la mirada, pero Simón lanzó un grito como si algo le hubiese herido.
    —¡Ralph! ¡Ralph!
    El tono de la llamada hizo girar a Ralph en la arena.
    —Dímelo tú —dijo Piggy lleno de ansiedad—: ¿Tenemos alguna señal?
    Ralph volvió a mirar el humo que iba dispersándose en el horizonte y luego hacia la montaña.
    —¡Ralph..., por favor! ¿Tenemos alguna señal?
    Simón alargó el brazo tímidamente para alcanzar a Ralph; pero Ralph echó a correr, salpicando el agua del extremo menos hondo de la poza, a través de la blanca y cálida arena y bajo las palmeras. Pronto se encontró forcejando con la maleza que comenzaba ya a cubrir la desgarradura del terreno. Simón corrió tras él; después Maurice. Piggy gritaba:
    —¡Ralph! ¡Por favor..., Ralph!
    Empezó a correr también, tropezando con los pantalones abandonados de Maurice antes de lograr cruzar la terraza. Detrás de los cuatro muchachos el humo se movía suavemente a lo largo del horizonte; en la playa, Henry y Johnny arrojaban arena a Percival, que volvía a lloriquear, ignorantes los tres por completo de la excitación desencadenada.
    Cuando Ralph alcanzó el extremo más alejado del desgarrón ya había gastado en insultos buena parte del necesario aliento. Desesperado, violentaba de tal manera contra las ásperas trepadoras su cuerpo desnudo, que la sangre empezó a resbalar por él. Se detuvo al llegar a la empinada cuesta de la montaña. Maurice se hallaba tan sólo a unos cuantos metros detrás.

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  356. —¡Las gafas de Piggy! —gritó Ralph—. Si el fuego se ha apagado las vamos a necesitar...
    Dejó de gritar y se movió indeciso. Piggy subía trabajosamente por la playa y apenas podía vérsele. Ralph contempló el horizonte, luego la montaña. ¿Sería mejor ir por las gafas de Piggy o se habría ya ido el barco para entonces? Y si seguía escalando, ¿qué pasaría si no había ningún fuego encendido y tenía que quedarse viendo cómo se arrastraba Piggy hacia arriba mientras se hundía el barco en el horizonte? Inseguro en la cumbre de la urgencia, en la agonía de la indecisión, Ralph gritó:
    —¡Oh Dios, oh Dios!
    Simón, que luchaba con los matorrales, se detuvo para recobrar el aliento. Tenía el rostro alterado. Ralph siguió como pudo, desgarrándose la piel mientras el rizo de humo seguía su camino.
    El fuego estaba apagado. Lo vieron en seguida; vieron lo que en realidad habían sabido allá en la playa cuando el humo del hogar familiar les había llamado desde el mar. El fuego estaba completamente apagado, sin humo, muerto. Los vigilantes se habían ido. Un montón de leña se hallaba listo para su empleo.
    Ralph se volvió hacia el mar. De un lado a otro se extendía el horizonte, indiferente de nuevo, sin otra cosa que una ligerísima huella de humo. Ralph corrió a tropezones por las rocas hasta llegar al borde mismo del acantilado rosa y gritó al barco:
    —¡Vuelve! ¡Vuelve!
    Corrió de un lado a otro, vuelto siempre el rostro hacia el mar, y alzó la voz enloquecida:
    —¡Vuelve! ¡Vuelve!
    Llegaron Simon y Maurice. Ralph les miró sin pestañear. Simón se volvió para secarse las lágrimas. Ralph buscó dentro de sí la palabra más fea que conocía.
    —Han dejado apagar ese maldito fuego.
    Miró hacia abajo, por el lado hostil de la montaña. Piggy llegaba jadeando y lloriqueando como uno de los pequeños. Ralph cerró los puños y enrojeció. No necesitaba señalar, ya lo hacían por él la intensidad de su mirada y la amargura de su voz.
    —Ahí están.
    A lo lejos, abajo, entre las piedras y los guijarros rosados junto a la orilla, aparecía una procesión. Algunos de los muchachos llevaban gorras negras, pero iban casi desnudos. Cuando llegaban a un punto menos escabroso todos alzaban los palos a la vez. Cantaban algo referente al bulto que los inseguros mellizos llevaban con tanto cuidado.
    Ralph distinguió fácilmente a Jack, incluso a aquella distancia: alto, pelirrojo y, como siempre, a la cabeza de la procesión.
    La mirada de Simón iba ahora de Ralph a Jack, como antes pasara de Ralph al horizonte, y lo que vio pareció atemorizarle. Ralph no volvió a decir nada; aguardaba mientras la procesión se iba acercando. Oían la cantinela, pero desde aquella distancia no llegaban las palabras. Los mellizos caminaban detrás de Jack, cargando sobre sus hombros una gran estaca. El cuerpo destripado de un cerdo se balanceaba pesadamente en la estaca mientras los mellizos caminaban con gran esfuerzo por el escabroso terreno. La cabeza del cerdo colgaba del hendido cuello y parecía buscar algo en la tierra. Las palabras del canto flotaron por fin hasta ellos, a través de la cárcava cubierta de maderas ennegrecidas y cenizas.
    —Mata al jabalí. Córtale el cuello. Derrama su sangre.
    Pero cuando las palabras se hicieron perceptibles la procesión había llegado ya a la parte más empinada de la montaña y muy poco después se desvaneció la cantinela. Piggy lloriqueaba y Simón se apresuró a mandarle callar, como si hubiese alzado la voz en una iglesia.
    Jack, con el rostro embadurnado de diversos colores, fue el primero en alcanzar la cima y saludó, excitado, a Ralph con la lanza alzada al aire.
    —¡Mira! Hemos matado un jabalí... le sorprendimos... formamos un círculo...
    Los cazadores interrumpieron a voces:
    —Formamos un círculo...
    —Nos arrastramos...
    —El jabalí empezó a chillar...

  357. Y yo con estas pintas dixo...
  358. Los mellizos permanecieron quietos, sosteniendo al cerdo que se balanceaba entre ambos y goteaba negros grumos sobre la roca. Parecían compartir una misma sonrisa amplia y extasiada. Jack tenía demasiadas cosas que contarle a Ralph, y todas a la vez. Pero, en lugar de hacerlo, dio un par de saltos de alegría, hasta acordarse de su dignidad; se paró con una alegre sonrisa. Al fijarse en la sangre que cubría sus manos hizo un gesto de desagrado y buscó algo para limpiarlas. Las frotó en sus pantalones y rió.
    —Habéis dejado que se apague el fuego —dijo Ralph.
    Jack se quedó cortado, irritado ligeramente por aquella tontería, pero demasiado contento para preocuparse mucho.
    —Ya lo encenderemos luego. Oye, Ralph, debías haber venido con nosotros. Pasamos un rato estupendo. Tumbó a los mellizos...
    —Le dimos al jabalí...
    —...Yo caí encima...
    —Yo le corté el cuello —dijo Jack, con orgullo, pero todavía estremeciéndose al decirlo.
    —Ralph, ¿me prestas el tuyo para hacer una muesca en el puño?
    Los muchachos charlaban y danzaban. Los mellizos seguían sonriendo.
    —Había sangre por todas partes —dijo Jack riendo estremecido—. Deberías haberlo visto.
    —Iremos de caza todos los días...
    Volvió a hablar Ralph, con voz enronquecida. No se había movido.
    —Habéis dejado que se apague el fuego.
    La insistencia incomodó a Jack. Miró a los mellizos y luego de nuevo a Ralph.
    —Les necesitábamos para la caza —dijo—, no hubiéramos sido bastantes para formar el círculo.
    Se turbó al reconocer su falta.
    —El fuego sólo ha estado apagado una hora o dos. Podemos encenderlo otra vez...
    Advirtió la erosionada desnudez de Ralph y el sombrío silencio de los cuatro. Su alegría le hacía sentir un generoso deseo de hacerles compartir lo que había sucedido. Su mente estaba llena de recuerdos: los recuerdos de la revelación al acorralar a aquel jabalí combativo; la revelación de haber vencido a un ser vivo, de haberle impuesto su voluntad, de haberle arrancado la vida, con la satisfacción de quien sacia una larga sed.
    Abrió los brazos:
    —¡Tenías que haber visto la sangre!
    Los cazadores estaban ahora más silenciosos, pero al oír.aquello hubo un nuevo susurro. Ralph se echó el pelo hacia atrás. Señaló el vacío horizonte con un brazo. Habló con voz alta y violenta, y su impacto obligó al silencio.
    —Ha pasado un barco.
    Jack, enfrentado de repente con tantas terribles implicaciones, trató de esquivarlas. Puso una mano sobre el cerdo y sacó su cuchillo. Ralph bajó el brazo, cerrado el puño, y le tembló la voz:
    —Vimos un barco allá afuera. ¡Dijiste que te ocuparías de tener la hoguera encendida y has dejado que se apague!
    Dio un paso hacia Jack, que se volvió y se enfrentó con él.
    —Podrían habernos visto. Nos podríamos haber ido a casa...
    Aquello era demasiado amargo para Piggy, que ante el dolor de lo perdido, olvidó su timidez. Empezó a gritar con voz aguda:
    —¡Tú y tu sangre, Jack Merridew! ¡Tú y tu caza! Nos podríamos haber ido a casa...

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  360. Ralph apartó a Piggy de un empujón.
    —Yo era el jefe, y vosotros ibais a hacer lo que yo dijese. Tú, mucho hablar; pero ni siquiera sois capaces de construir unas cabañas... luego os vais por ahí a cazar y dejáis que se apague el fuego...
    Se dio la vuelta, silencioso unos instantes. Después volvió a oírse su voz emocionada:
    —Vimos un barco...
    Uno de los cazadores más jóvenes comenzó a sollozar. La triste realidad comenzaba a invadirles a todos. Jack se puso rojo mientras hundía en el jabalí el cuchillo.
    —Era demasiado trabajo. Necesitábamos a todos.
    Ralph se adelantó.
    —Te podías haber llevado a todos cuando acabásemos los refugios. Pero tú tenías que cazar...
    —Necesitábamos carne.
    Jack se irguió al decir aquello, con su cuchillo ensangrentado en la mano. Los dos muchachos se miraron cara a cara. Allí estaba el mundo deslumbrante de la caza, la táctica, la destreza y la alegría salvaje; y allí estaba también el mundo de las añoranzas y el sentido común desconcertado. Jack se pasó el cuchillo a la mano izquierda y se manchó de sangre la frente al apartarse el pelo pegajoso.
    Piggy empezó de nuevo:
    —¿Por qué has dejao que se apague el fuego? Dijiste que te ibas a ocupar del humo...
    Esas palabras de Piggy y los sollozos solidarios de algunos de los cazadores arrastraron a Jack a la violencia. Aquella mirada suya que parecía dispararse volvió a sus ojos azules. Dio un paso, y al verse por fin capaz de golpear a alguien, lanzó un puñetazo al estómago de Piggy. Cayó éste sentado, con un quejido. Jack permanecía erguido ante él y, con voz llena de rencor por la humillación, dijo:
    —¿Conque sí, eh, gordo?
    Ralph dio un paso hacia delante y Jack golpeó a Piggy en la cabeza.
    Las gafas de Piggy volaron por el aire y tintinearon en las rocas. Piggy gritó aterrorizado:
    —¡Mis gafas!
    Buscó a gatas y a tientas por las rocas; Simón, que se había adelantado, las encontró. Las pasiones giraban con espantosas alas en torno a Simón, sobre la cima de la montaña.
    —Se ha roto uno de los lados.
    Piggy le arrebató las gafas y se las puso. Miró a Jack con aversión.
    —No puedo estar sin las gafas estas. Ahora sólo tengo un ojo. Tú vas a ver...
    Jack iba a lanzarse contra Piggy, pero éste se escabulló hasta esconderse detrás de una gran roca. Sacó la cabeza por encima y miró enfurecido a Jack a través de su único cristal, centelleante.
    —Ahora sólo tengo un ojo. Tú vas a ver...
    Jack imitó sus quejidos y su huida a gatas.
    —¡Tú vas a ver...! ¡Ahhh...!
    Piggy y aquella parodia resultaban tan cómicos que los cazadores se echaron a reír. Jack se sintió alentado. Siguió a gatas hacia él, dando tumbos, y la risa creció hasta convertirse en un vendaval de histeria. Ralph sintió que se le contraían los labios a pesar suyo. Se irritó contra sí mismo por ceder de aquel modo y murmuró:
    —Fue una jugada sucia.

  361. Adiós, Feldespato dixo...
  362. Las House Rules son reglas especiales del modo Rush que se aplicarán los últimos 7 minutos de cada parte del juego real.

    Larga Distancia: Los goles desde fuera del área valen doble.
    Supervivencia: Cada jugador que marca queda eliminado del partido temporalmente.
    Cabezazos y voleas: Solo vale el gol si es de cabeza o de volea.
    Sin reglas: Sin faltas, tarjetas ni fueras de juego.
    Gold del capitán: Si marca el capitán, el gol vale doble.

  363. Tengo envidia del lobo gris que se disimula en la lluvia. dixo...
  364. Hay lobos escondidos en el rebaño gris, es decir, personas que aún saben lo que es la libertad.

  365. El año pasado en Marienbad dixo...
  366. He became, if not a master, then an aspiring student of the synonym.
    On his great days he could avoid using the precise word
    throughout the duration of a report. He was a man of his time: he never in his Ufe referred to a match as a ‘clash ’; and only rarely as a ‘match’; it was a ‘derby’, ‘duel’, ‘contest’, ‘tourney’,
    ‘battle’, ‘renewal of hostilities’, ‘struggle’ (‘epic’, or, at best,
    ‘titanic’). It was almost unknown for one of his players to shoot or head a goal. They ‘drove home’, ‘converted’, ‘nodded’, ‘equalized’, ‘netted’, ‘notched’, ‘reduced the leeway’, ‘increased their advantage ’, ‘applied the finishing touch ’ or ‘left the custodian helpless

  367. Gender Discrimination in Football. dixo...
  368. El fútbol es un ritual de sublimación de la nada y en cada enfrentamiento entre dos equipos, entran en combate viejos odios y amores heredados de padres a hijos.

  369. Retranca dixo...
  370. Muchos Porcos Bravos llegaron a la XIX como Palestina: sin estado

  371. persuadir sin engañar. dixo...
  372. Los partidos de fútbol afectan a los sistemas neurohormonales del estrés; la mayoría de jugadores reacciona con un aumento de cortisol antes y durante el partido, aunque en este caso al finalizar la contienda esta hormona vuelve progresivamente al nivel de base. En algunos estudios se ha observado que los deportistas de élite tienen niveles de cortisol más bajos, el cual tiende a disminuir a medida que transcurre la temporada deportiva, como si se fueran desestresando. Esto indica también que la constitución biológica de cada persona condiciona su éxito deportivo, no sólo el aspecto físico –fuerza, resistencia, velocidad, agilidad...– sino también el “mental”. En este sentido, se han relacionado diversos genes con el éxito potencial de los deportistas de élite. La mayoría afecta al metabolismo energético o a la constitución de las fibras musculares, pero también los hay implicados en funciones cerebrales. Finalmente, si ganan el partido, aumenta el nivel de serotonina, una sustancia que utilizan las neuronas para comunicarse y que promueve sensaciones satisfactorias, tanto de euforia como de aumento de la autoestima, entre otros efectos. Pero sin duda lo más curioso sea que los espectadores de los partidos también muestran estas respuestas neurohormonales, aunque en menor grado, respuestas que se acompañan de modificaciones en la activación de las áreas cerebrales relacionadas con la agresividad (como la amígdala cerebral) y las que modulan la misma, como la corteza cerebral prefrontal.

  373. Reverendo Hunter dixo...
  374. Instinto territorial: la ventaja de jugar en casa
    ¿Cómo explicar el éxito de los deportes de pelota en general y del fútbol en particular entre los espectadores, que no participan directamente en el juego? Tal vez parte de la explicación resida en el tribalismo. Nuestra especie y las que la precedieron han vivido en pequeñas bandas o tribus, que competían entre sí. Tenemos una predisposición genética a la necesidad de pertenecer a un grupo e identificarnos con él porque ello aumenta las posibilidades de supervivencia (en comparación a si viviéramos solos). En el ser humano moderno, las tribus serían las naciones, grupos lingüísticos, grupos profesionales, ideologías, religiones y, también, equipos deportivos. De hecho, los equipos de fútbol suelen identificarse a menudo con una nación o comunidad y promueven la pertenencia a un grupo. Cuando los jugadores ganan, también lo hacen sus hinchas; cuando la testosterona y la serotonina de los jugadores aumentan tras la victoria, lo mismo les ocurre a sus seguidores, lo que acaba, por otros mecanismos también existentes en el cerebro ligados en parte con la empatía social, produciendo emociones satisfactorias compartidas, tanto de euforia como de autoestima.


    En el lado opuesto, los individuos derrotados experimentan después del partido una disminución de testosterona y serotonina, y esas oscilaciones, aunque transitorias y relativamente breves, pueden durar varios días. Los mismos cambios neurohormonales se producen en circunstancias en que varía el estatus social, y se ha demostrado que en los animales están claramente asociados con el nivel de dominancia social dentro del grupo. De hecho, también los humanos enfatizamos a nuestros jugadores y los premiamos y situamos en lo más alto de la escala social. En conjunción con todos los anteriores cambios hormonales, transitorios, breves y menos evidentes en las mujeres, el estado de ánimo fluctúa. De todos es conocido que las victorias y las derrotas influyen mucho sobre el ánimo.
    Este mismo tribalismo explica también la ventaja de jugar en casa, puesto que los jugadores del equipo local deben defender su territorio. Se ha detectado que los niveles de cortisol son más elevados en los jugadores locales que en los visitantes, lo que facilita que la energía necesaria para los músculos se movilice de forma más rápida. También aumenta la tasa respiratoria, se aceleran los latidos del corazón y aumenta la presión sanguínea para posibilitar un transporte del oxígeno y de los nutrientes con gran celeridad. De igual forma, los sentidos de los jugadores se agudizan, mejorando la atención y la capacidad para almacenar la información. En cambio, los jugadores del equipo visitante presentan valores inferiores de esta hormona, lo cual podría comprometer una adecuada movilización de los recursos energéticos que se tienen que implementar para solventar con éxito el partido. De forma añadida, los jugadores locales confían más en sí mismos, mientras que los jugadores que juegan fuera de casa muestran niveles de ansiedad más elevados, hechos que sin duda se traducen en el estilo de juego.

  375. la pasión por la pelota de cuero. dixo...
  376. Lo admito: soy todo un forofo, a mi pesar. Sólo que, en cierto momento, las desilusiones fueron demasiadas, y de un día para otro decidí dejarlo. Cuando no iba al campo, para compensar, seguía de forma sistemática todas las retransmisiones televisivas. La elección se cebó drásticamente con estas costumbres de mi vida. Basta de goles, basta de páginas deportivas.
    Los días se dilataron inmediatamente: desde entonces no he vuelto atrás. Sin embargo, los sábados empiezo a informarme como el que no quiere la cosa, y los domingos la selección de canales parece mucho más agitada de lo habitual. Porque, aunque no lo confiese abiertamente, quiero, quiero saber el resultado, y este resultado me captura. Es un sentimiento extraño, subliminal, que me empuja a dar vueltas por casa como un zahorí con su horquilla. Quiero saber y, al mismo tiempo, no saber. Y así, después de casi cincuenta años, ese morbo lejano, continua poseyéndome, sin que yo haya encontrado ningún antídoto

  377. The Carteiro dixo...
  378. La ciudad está impregnada de vacío.
    Un coche me atropella los ojos con sus faros.
    El conductor maldice porque no se me ve en la oscuridad.
    Los barrenderos están de servicio.
    Barren las bombillas, barren las calles fuera de las ciudades, barren el vivir de las viviendas, me barren las ideas de la cabeza, me barren de una pierna a otra, me barren los pasos al andar.
    Los barrenderos me envían luego sus escobas, sus magras escobas saltarinas. Los zapatos se me alejan taconeando.
    Y camino detrás de mí, caigo fuera de mí, por sobre el borde de mis pensamientos.
    A mi lado ladra el parque. Las lechuzas se comen los besos que han quedado en los bancos. Las lechuzas ni me miran. En la maleza se acurrucan los sueños cansados, hartos de trajinar.
    Las escobas me barren la espalda porque me apoyo demasiado contra la noche.
    Los barrenderos hacen un montón con las estrellas, las barren en sus palas y las vacían en el canal.
    Un barrendero le dice algo a otro barrendero, que se lo dice a otro y éste también a otro.
    De pronto los barrenderos de todas las calles hablan a la vez. Yo paso por entre sus gritos, por entre la espuma de sus voces, me quiebro, me precipito al abismo de los significados.
    Camino a grandes pasos. Me quedo sin piernas al caminar.
    El camino ha sido barrido.
    Las escobas me caen encima.
    Todo da un vuelco.
    La ciudad va por el campo a la deriva, hacia algún punto.

  379. The Carteiro dixo...
  380. Cada noche, cuando ella llega a casa del trabajo y se encierra en el baño a desmaquillarse, yo husmeo en su móvil. Anali­zo su historial de llamadas —recibidas, realizadas y perdidas—, mensajes de texto —recibidos y enviados— y chats del WhatsApp. Luego, mientras preparo la cena y finjo que no la veo, ella abre mis cuentas de correo electrónico y revisa —uno a uno— mi correspondencia de ese día; lo mismo que haré yo en cuanto ella se duerma. Antes de eso, a lo largo de la jornada, ambos nos habremos colado en las cuentas de Facebook, Goo­gle+ y Twitter del otro y siempre descubriremos una razón por la que enfadarnos que no podremos confesar. Por eso, cuando por la noche nos encontramos en la habitación, es el latir de ese fervor penitencial —en el que los dos sabemos que el otro sabe que sospechamos— el que nos lleva a besarnos como dispután­donos las bocas, el que nos empuja a mordernos, a arañarnos y a estrecharnos como en un acto de despedida, el que la lleva a gritarme «Te odio, cabrón» cada vez que un orgasmo la sacu­de. Luego llega la paz. Fumamos un cigarrillo, tumbados en la cama, mientras hablamos y nos reímos de nuestros miedos y son esas carcajadas las que delatan su certeza de que yo nunca le seré infiel. Entonces me da un beso tierno —el único del día— antes de desearme las buenas noches y ese es el momento en el que yo —tras acariciarle su pelo y susurrarle «ahora vuelvo, mi amor»— me levanto y voy a espiar su correo electrónico.

  381. Nicolás Soneira dixo...
  382. Cada mañana, a las nueve, nos observamos. Él permanece de pie ante mi escritorio, mirándome fijamente, no a los ojos sino un poco más arriba, justo en medio de la frente. «Soy un cretino», me dice, aunque no lo expresa con palabras.
    Yo, sentado detrás de mi despacho a la mesa, le clavo la mirada en los ojos, ni más arriba ni más abajo: licencias del rango. «Sé que eres un cretino», le transmito, aunque tampoco pronuncio ni una palabra y es mi mirada la que habla. Mantenemos esta conversación diez meses al año —con la salvedad de los dos meses correspondientes a nuestras vacaciones— cinco días por semana, de lunes a viernes, sin intercambiar palabra alguna. «Soy un cretino.» «Sé que eres un cretino.»

  383. Deacon Sangriento dixo...
  384. Manú, en reposo, se entrega a la meditación… El mundo yacía entonces envuelto en espesas tinieblas y sumergido en un sueño por todas partes. Entonces Suayambú, el Ser existente por sí mismo, en cuanto los sentidos externos pueden comprender, hizo perceptible el universo mediante los cinco elementos primitivos, se manifestó, y, resplandeciendo con la claridad más pura, disipó la oscuridad…
    Habiendo decidido él solo, el Ser Supremo, hacer que todas las cosas emanaran de su propia substancia (de la substancia del Ser) hizo que surgieran las aguas y en ellas depositó un germen fecundo.
    Ese germen se transformó en huevo de oro, brillante como astro del mil rayos luminosos, y en el cual el Ser Supremo se reveló en la forma de Brahma…
    Por medio de partículas sutiles emanadas del Ser se constituyeron los principios de todas las cosas que formaron este mundo perecedero, derivado del Ser imperecedero. Cada uno de los elementos primitivos adquiere las cualidades de todos los que le preceden: de ese modo, un elemento cualquiera, mientras más separado esté en la serie, más cualidades reúne.
    El Ser Supremo atribuyó a cada criatura una categoría distinta, y con arreglo a esa categoría, actos, funciones y deberes diversos.
    Así se crearon todos los seres.

  385. Deacon Sangriento dixo...
  386. Hay un espíritu oculto en el misterio de los Upanishads. Es el Espíritu de Dios, visto por los sabios de los siglos pasados.
    Él es el creador de todo y vive para siempre en el misterio de su creación.
    No tiene cuerpo, pero puede verlo el corazón puro. Él es el creador de todo. Él es Dios, el Dios del amor; y cuando un hombre lo conoce alcanza la liberación.
    Todo el universo está siempre en su poder. Él es la conciencia y el creador del tiempo. Su poder y su conocimiento son finitos. Por su mandato, la obra de la creación evoluciona y tenemos tierra y agua, fuego y aire.
    Cuando Dios término su obra, descansó, y estableció un vínculo de amor entre su alma y el alma de las cosas.
    Él es el que lo sabe todo: Señor del alma y de la naturaleza. Él es el Dios de la luz inmortal.
    Conocerlo es triunfar sobre la muerte.

  387. Deacon Sangriento dixo...
  388. En el principio sólo había Mavutsinim. Nadie vivía con él. No tenía esposa. No tenía ningún hijo, ni tenía pariente alguno. Estaba solo, completamente solo.
    Un día, convirtió una concha en mujer y se casó con ella. Cuando nació su hijo, le preguntó a su esposa: “¿Es hombre o mujer?”.
    “Es un hombre”.
    “Lo llevaré conmigo”.
    Luego se fue. Lloro la madre del muchacho y regresó a su aldea, la laguna, donde se convirtió en concha otra vez.
    “Somos los nietos del hijo de Mavutsinim”, dicen los indios.

  389. Deacon Sangriento dixo...
  390. Cuando las cosas no eran aún, Mebere, el Creador, hizo al hombre con tierra de arcilla. Tomó la arcilla y modeló un hombre. Así dio comienzo este hombre y comenzó como lagarto. Al lagarto, Mebere lo puso en una alberca de agua de mar. Cinco días, y aquí tenéis: pasó cinco días con él en la alberca de las aguas y lo tuvo metido dentro. Siete días: estuvo dentro siete días. Al octavo día, Mebere fue a mirar y cátate que el lagarto sale, y cátate que ya está fuera. Resulta que es un hombre. Y dice al creador: gracias.

  391. Deacon Sangriento dixo...
  392. Antes que el mar, la tierra y el cielo, que lo cubre todo, en todo el universo aparecía un único aspecto de la naturaleza, al que llamaron caos, masa informe, confusa, un peso inerte en el que se encontraban los elementos de las cosas en discordante amalgama sin relación alguna. Ningún Titán ofrecía todavía su luz al mundo, ni Febo renovaba sus cuerpos con el crescendo, ni la tierra, entregada a su propio peso, estaba suspendida en el aire dando vueltas, ni Anfitrite había extendido sus brazos a lo largo de las riberas de la tierra. Y tal como había tierra, mar y aire, así era inestable la tierra, inhábil el mar y el aire carente de luz; ningún elemento conservaba su forma y unos eran un obstáculo para los otros, porque en una sola amalgama se contraponían el frío y el calor, la humedad y la sequía, la sustancia muelle y la dura y la pesada y la ligera.

  393. Deacon Sangriento dixo...
  394. Dios creó la tierra, pero la tierra no tenía sostén y así bajo la tierra creó un ángel. Pero el ángel no tenía sostén y así bajo los pies del ángel creó un peñasco hecho de rubí. Pero el peñasco no tenía sostén y así bajo el peñasco creó un toro con cuatro mil ojos, orejas, narices, bocas, lenguas y pies. Pero el toro no tenía sostén y así bajo el toro creó un pez llamado Bahamut, y bajo el pez puso agua, y bajo el agua puso oscuridad, y la ciencia humana no ve más allá de ese punto.

  395. Λεωνίδας et Les quatre cents coups dixo...

  396. La nave avanza lentamente a través de la boca del monstruo cósmico. Las sondas que habían lanzado previamente revelaban que el ser estaba en un letargo que permitía una exploración a sus adentros; incluso, tomar algunas muestras de tejido. La tripulación observa por la pantalla cómo una serie de pólipos enormes van envolviendo la superficie dorada del casco. Sin embargo, ésta resiste sus embates y la membrana rosada va apretándose más y más. Llega un momento en que resulta imposible avanzar y la nave se atasca. El capitán ordena encender los motores de retroceso, pero algo impide a la nave liberarse. Manda avanzar y retroceder una y otra vez, repetidamente. La membrana y los pólipos reaccionan contrayéndose y un líquido amarillento cubre el casco. ¿Será que este monstruo intenta devorarnos? Sin embargo, no parece hacerle daño a la nave. Al contrario: facilita moverse entre la membrana. Al final, salen expulsados al exterior del monstruo en un borbotón de espeso líquido y pólipos. Sorprendentemente, el monstruo, todavía dormido, al expulsarlos emite un fuerte gemido que hace comprender a la expedición que aquel espacio que han penetrado no ha sido la boca del monstruo.

  397. Sor Presa dixo...
  398. Despertó sudando. El calor entre sus piernas era insoportable. Todavía era de madrugada, pero sabía que no podría conciliar el sueño. Las hermanas estaban todas dormidas. Necesitaba rezar. En la capilla, entró pidiendo permiso a Dios. Se hincó muy cerca del pequeño retablo. Tras persignarse, agachó la cabeza y comenzó a rezar en silencio.
    Sintió un líquido escurriendo en la entrepierna. Apretó los párpados. No es real, no es real, murmuró y luego comenzó a rezar con el mismo terror. Se cayeron las velas del altar.
    Levantó el rostro y vio los vasos rotos, con las flamas aún ardiendo en el suelo. Observó a su alrededor, como si supiera que no estaba sola, mas no se atrevió a mirar atrás.
    Regresó a sus plegarias, esta vez en voz alta. Rezaba tan rápido que no se entendía. ¿Era eso latín?, reflexionó por un momento. Esa no era su voz, pero su boca y garganta se movían. ¿Dios?, pensó, pero continuaba hablando en un dialecto incomprensible. Sentía que la vagina le iba a explotar. ¡Si no me coges tú, me cogerá el diablo!, gritó entre sollozos. El cristo se desplomó sobre el suelo. La monja se arrastró hasta el altar y restregó su sexo contra la figura. La capilla se incendiaba.

  399. Sor Presa dixo...
  400. Os contaré un sueño extraño que tuve anteanoche. Creí que estaba sentada en un banco verde y un hombre sentado junto a mí; empezó a besarme y a hablar, pero nada más pasó. Bien; después de un rato se levantó y se marchó. Entonces, junto a mí, mientras seguía sentada, vi la polla más grande que imaginarse pueda. Por lo menos medía medio metro de larga y era tan gorda como mi pantorrilla; tenía cuatro cojones en vez de dos y disminuía de tamaño hacia el extremo. Me dije: Voy a cogerla y a sentirla. Eran carne y sangre cálidas, y me dije: ¿Por qué habrá dejado el hombre su polla tras de sí? ¡Qué lástima! ¡Y es tan hermosa! ¿Qué podrá hacer si no la tiene? Así que volví a decirme: Me pregunto si se correrá si la chupo. Así que empecé a chuparla, pero era tan grande y gorda que hizo que me doliera la boca. Luego me dije: No importa, me la restregaré en el coño, Por lo tanto me levanté y me la puse bajo la falda y la acaricié con mis muslos de forma tan estrecha que sentía cómo me llenaba. Cuando me iba a marchar me encontré con el hombre, que volvía; vino hacia mí y me dijo: «¿Ha visto mi trompeta?». «¿Su trompeta? Supongo que se referirá a su nabo», le respondí. Me dijo: «¡Oh, mujer descarada y mentirosa, es mi mejor trompeta!». «Bien —le dije yo—, si esto es una trompeta, entonces una trompeta es una polla y una polla una trompeta». Y se la enseñé para que la viese.
    Entonces me la arrancó de la mano y me dijo: «Ahora le enseñaré si es una trompeta o un carajo». Y empezó a soplarla hasta que me desperté, y me quedé sin polla y sin trompeta.

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