Ganar es un hábito. Pero no hace al monje ni al Porco Bravo. Las cosas no se deben dar nunca por supuestas. Ninguna cigarra pasó nunca mejor invierno que una hormiga. Es cierto que a veces hay casualidades y otras hay excepciones. Pero sólo confirman la regla general. Sin entrenar, sin sacrificio, sin disciplina, no se va a ninguna parte. Aunque a veces un buen resultado maquille una mala actitud. Aunque a veces el talento colectivo tape las miserias individuales. Y viceversa. Hemos tomado nota. Los trenes de la purga ya están en el andén del no volverá a pasar.
El uniforme, ¿no era totalmente negro? |
La otra crónica, la escrita según el tradicional método galeguidade ao pao, informa:
Porcos Bravos 8 - Sheffield Stags 4
Os Porcos Bravos: Manu Blondo (Gk); Frank; Nacho; Xandre; Sergio (4); Peter Rojo; Martín Fisher; Estevo (2); Villanueva; Gael (2); Josué; Sava y Xurxo Moldes
The Sheffield Stags: Gallo (Gk); Thomo; Harrison (2); Machen; Percy; Simon (2); Irish; Ben Thompson y P.K.
Venue: Agüeiros, en Campañó. Mañana soleada. El otoño en Galiza ya no es lo que era. Estuvieron arreglando el campo y se notó.
Attendance: 700 privilegiados en las gradas. Entre ellos, los hermosos y los malditos.
Uniformes: Os Porcos Bravos cabalgan otra vez con Jako, hermosa camiseta germana y negra.
Los Stags insisten en el verde de tonalidad confusa. Ya saben que la esperanza es una puta vestida de ese color.
El Laurence Bowles (¿o es ya el premio Colin Davies?) al mejor jugador porcobravo es para Peter Rojo, imperial en la zaga local.
El Derek Dooley's Left Leg al mejor jugador inglés recae en Simon, al que otras fuentes llaman Schofield.
Árbitro: E. Manzano Negreira. Sin influencia en el resultado.
Los Datos: Van cinco victorias seguidas del equipo galego y la tentación de la rima siempre está presente.
Sergio se convierte en el primer jugador que golea en cuatro ediciones consecutivas.
Os Porcos Bravos empiezan a ser una voluta de humo en el horizonte. 12 triunfos a 7. Jamás un equipo en esta Cup había tenido cinco partidos de ventaja. Contando además con la particularidad que diez ediciones se han disputado en Inglaterra por sólo 9 en Galiza. En la XX, buscarán, una vez más, lo nunca visto en la competición. Ganar 6 ediciones consecutivas.
No nos engañemos. La puesta en escena de los Porcos Bravos fue un puto espanto. Se notó que parte del equipo se dejó arrastrar por la resaca de la noche pontevedresa y ni hizo acto de presencia. Se notó que no se entrenó la XIX ni a las canicas y lo pagaron con hasta tres lesionados. Se notó que están embriagados de éxito. Y tanto dieron la nota, que los ingleses marcaron en su primer ataque. Tocaba a los locales, deslavazados y engreídos, remar contracorriente. Y entonces los cuervos, una vez más, decidieron volar en dirección al Main. El delantero titular para la ocasión demostró de que pie cojea y hubo que cambiarlo. Genio y figura, a Sergio le bastó lo que quedaba de primera parte para marcar la diferencia con un póquer de goles y cambiar el curso de la batalla con su ejemplo. Espoleados y notables, Gael, Xandre, Josué y los debutantes Estevo y Villanueva, empezaron a subir el ritmo y la jornada se tiñó de negro. Los de Sheffield, un equipo aseado y trabajado tácticamente, acusaron eso tan viejo de que todo el mundo tiene un plan hasta que le cae la primera hostia, y encajaron un quinto antes del recreo.
Aunque nadie lo dijo en voz alta, todos sabían que la segunda parte sobraba. Un parcial de 3 a 3 a pesar del noble temple de los arqueros en el intercambio limpio de golpes en el correcalles y del admirable pero infructuoso esfuerzo de Martín por hacer su gol y defender la corona de máximo goleador histórico.
También hubo otros detalles de esos que enriquecen la mitología anglogaliciosa que se bebe en los pubs: el golazo de Simon, directo a un tutorial de como pegarle a la pelota; o la asistencia de tacón de Sava...lástima que volviese a confundir la portería.
Ahora toca preparar la XX. Un partido que se prevé épico.
Os galegos tienen que hacer examen de conciencia.
Los ingleses, jugando de locales y con tres fichajes más, tendrán una nueva oportunidad para acabar con una sequía que enfila hacia la década.
Pero eso será otra marea y en otro país
Después de todo, mañana, si los dioses no disponen otra cosa, será otro día.

655 comentarios:
«A máis antiga ‹Máis antiga 601 – 655 de 655 Máis recente › A máis nova»
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Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred
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18 de decembro de 2025, 19:47
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Viejo era el caballo y otros tienes
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18 de decembro de 2025, 21:37
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Anónimo
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18 de decembro de 2025, 21:41
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Vate con un bate
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18 de decembro de 2025, 21:44
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Saúl González Mendieta
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18 de decembro de 2025, 22:01
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Saúl González Mendieta
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18 de decembro de 2025, 22:14
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No tengo nada en contra de que las mujeres usen su belleza o sus habilidades sexuales (el ascensor social–bucal–vaginal, lo llamo yo) como mejor les parezca.
dixo...
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18 de decembro de 2025, 22:32
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Sodomía danesa
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18 de decembro de 2025, 22:32
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Pussy King of the Pirates
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19 de decembro de 2025, 08:31
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El Balón Perdido de Nivea
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19 de decembro de 2025, 08:32
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Comentario 611
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19 de decembro de 2025, 17:46
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Vine aquí para que me chupes la polla
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19 de decembro de 2025, 17:47
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Fred Hankey
dixo...
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19 de decembro de 2025, 21:38
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Fred Hankey
dixo...
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19 de decembro de 2025, 21:39
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Fred Hankey
dixo...
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19 de decembro de 2025, 21:41
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Tierra-616
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19 de decembro de 2025, 21:46
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Due to a technical issue, we couldn't complete this request. Please try again.
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19 de decembro de 2025, 21:52
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Cuchichoco
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19 de decembro de 2025, 21:54
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O Couto
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19 de decembro de 2025, 22:04
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¿De un bocado de un tigre dientes de sable o ahogado en una bañera de Nocilla?
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19 de decembro de 2025, 22:25
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Vida de un pollo blanquecino de piel fina
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19 de decembro de 2025, 22:31
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Miedo a fallar
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19 de decembro de 2025, 22:45
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el primero que se atreve a comer junto a las patas de los poderosos ciervos
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19 de decembro de 2025, 23:16
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Amada, vamos al borde
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19 de decembro de 2025, 23:19
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Hace 1.001 noches o vicisitudes fucsiaocres que no lloro.
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19 de decembro de 2025, 23:24
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Qué rubia la adultez, eh? Hace 5 siglos.
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19 de decembro de 2025, 23:26
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¡Goool en Las Gaunas!
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19 de decembro de 2025, 23:28
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De lo efímero de los rectángulos azules
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19 de decembro de 2025, 23:30
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Don Pimpón
dixo...
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20 de decembro de 2025, 00:19
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Y yo con estas pintas
dixo...
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20 de decembro de 2025, 06:50
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Y yo con estas pintas
dixo...
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20 de decembro de 2025, 06:51
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Y yo con estas pintas
dixo...
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20 de decembro de 2025, 06:52
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Y yo con estas pintas
dixo...
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20 de decembro de 2025, 06:53
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Y yo con estas pintas
dixo...
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20 de decembro de 2025, 06:53
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Y yo con estas pintas
dixo...
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20 de decembro de 2025, 06:54
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Y yo con estas pintas
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20 de decembro de 2025, 06:54
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Moncho Lobo
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20 de decembro de 2025, 06:57
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treinta grados centígrados bajo cero.
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20 de decembro de 2025, 06:58
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Anónimo
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21 de decembro de 2025, 01:24
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Keziah Delaney
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21 de decembro de 2025, 01:48
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La Facecias del Bashi-Bazouk (Winter is here)
dixo...
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21 de decembro de 2025, 02:02
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La Facecias del Bashi-Bazouk (Winter is here)
dixo...
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21 de decembro de 2025, 02:07
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La caída de hielo o granizo fue registrada en Mesoamérica; su deidad era Tezcatlipoca en su advocación de señor de los pedernales, del frío, del hielo, de la helada, del castigo justiciero
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21 de decembro de 2025, 02:10
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Balada del ciervo
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21 de decembro de 2025, 02:27
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Malvado Follomar
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21 de decembro de 2025, 02:35
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Malvado Follomar
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21 de decembro de 2025, 02:36
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Malvado Follomar
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21 de decembro de 2025, 02:37
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Malvado Follomar
dixo...
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21 de decembro de 2025, 02:37
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Malvado Follomar
dixo...
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21 de decembro de 2025, 02:38
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Malvado Follomar
dixo...
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21 de decembro de 2025, 02:38
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Malvado Follomar
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21 de decembro de 2025, 02:39
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Malvado Follomar
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21 de decembro de 2025, 02:40
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Malvado Follomar
dixo...
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21 de decembro de 2025, 02:41
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Malvado Follomar
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21 de decembro de 2025, 02:41
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Malvado Follomar
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21 de decembro de 2025, 02:42
«A máis antiga ‹Máis antiga 601 – 655 de 655 Máis recente › A máis nova»La Crónica Irrefutable está a medio camino entre el mutismo de los animales y las mentiras del Main.
Anduve errante por la niebla de doce montañas
Caminé y me arrastré por seis rutas tortuosas
Llegué hasta el centro de siete bosques desolados
Estuve delante de doce océanos muertos
Metí 8 goles a los Stags
Toda esta vanidad. Toda esta Crónica. Nada entendió, pero se contuvo. Y aparecieron los salvajes, o quizá los no salvajes, con un llanto como el susurro de los robles, como el zumbido de las abejas, como el salpique de las olas, como el silencio de las piedras y como la faz de los desiertos, alzando platos sobre sus cabezas, bajando sin apuro desde las cumbres hacia la tierra escasa.
Cuando aplico la nariz al agujero huelo el llano de aluvión
del canal después de un huracán
y los sitios con hierba donde yacen ingleses a montón
con hedor, con hedor, con hedor sin fin.
Cuando aplico el ojo al agujero veo a alguien que a la lluvia expone bosta caballar
con la esperanza, sí, sencilla
de extraer de allí una que otra espiga integral
con un pio, con un pio, con un pio-lín.
Y cuando logro ya en definitiva
aplicar la boca al nicho ribeteado de pelo de caballo
saboreo la hogaza que él horneó a partir de esa semilla
con un la, con un la, con un lametón.
Number 1 is Gallacher,
Number 2 is Gallacher,
Number 3 is Gallacher,
Number 4 is Gallacher,
¡GALLACHER!
We all dream of a team of Gallacher's
Los Puercos Bravos van de negro, como los árbitros.
Nada más que comentar.
De que el oficio de chutar balones está plagado de lacras. Levantemos veloz inventario de lo que no se alivia con el botiquín del masajista: el nacionalismo, la violencia en los estadios, la comercializacion de la especie y lo mal que nos vemos con la cara pintada. Todo esto merece un obvio voto de censura. Pero no se puede luchar contra el gusto de figurarnos cosas. Cada aficionado encuentra en el partido un placer o una perversión a su medida. En un mundo donde el erotismo va de la poesía trans a los condones rotos, no es casual que se diversifiquen las reacciones cuando siempre ganan los de negro.
El hombre en trance futbolístico sucumbe a un frenesí difícil de asociar con la razón pura. En sus mejores momentos, recupera una porción de infancia, el reino primigenio donde las hazañas tienen reglas pero dependen de caprichos, y donde algunas veces, bajo una lluvia oblicua o un sol de justicia, alguien anota un gol como si matara un leopardo y enciende las antorchas de la tribu.
En sus peores momentos, el fan del futbol es un idiota con la boca abierta ante un sandwich y la cabeza llena de datos inservibles. Es obvio que la Ilustración no ocurrió para idolatrar héroes cuyas estampas aparecen en paquetes de galletas ni para aceptar el nirvana que suspende el juicio y la mordida. La verdad, cuesta trabajo asociar a estos aficionados con los rigores del planeta posindustrial. Pero estan ahí y no hay forma de cambiarlos por otros.
En sociedades descompuestas, Hamlet incita a matar padrastros y el fútbol a cometer actos vandálicos.
Los Stags no van a volver a ganar...NUNCA
Hay un equipo que tiene al otro de hijo
Levanto la mano y miro la oscuridad pasar entre mis dedos, casi definitivos. Y en este limbo pienso que todo fuera parece hondo como el sueño de un tigre y que, a oscuras, el vientre del tiempo es aún más blando. Me protejo con las sábanas y no me limpian. Me oculto, como un secreto que apenas turba el mundo.
-Y cada día debo decidir que no será el día.
-¿No puedes sencillamente vivir como hace todo el mundo?
-Claro que sí. Y ocurrirá. Quizá durante días, semanas o meses. Pero esto también soy yo -señalo mi pulsera con mis datos sobre las cicatrices-. He de saber que no me he curado, que no me puedo curar, que en nadie debe pesar la responsabilidad de hacerlo.
-Vivirás enfermo, entonces.
-No hay otro modo. Pero sabré que no hay máscara tan gruesa para tapar mi rostro. Ni línea ni cicatriz que no reciba el azar en cada hora. Y eso es lo único importante. Atravesar el aire. Desgarrar la noche con los dedos y saber que cuando el tiempo acabe, el tiempo último que rinda cuentas a la nada, dirá entonces que fuimos parte de su nombre. Dirá que todos fuimos necesarios.
‘Why dois your Brand sae drap wi bluid,
Edward, Edward,
Why dois your Brand sae drap wi bluid,
And whe sae sad gang yee, O?’
‘O I hue killed my jauke sae guid,
Mither, mither,
O I hae killed my hauke sae guid,
And I had nae mair bot hee o’
‘Your haukis bluid was nevir sae reid,
Edward, Edward,
Your haukis bluid was nevir sae reid,
My deir son I tell thee O.’
‘O I hae killd my reid-roan steid,
mither, mither,
O I hae killed my reid-roan steid,
That erst was sae fair and frie O.’
‘Your steid was auld, and ye hae gat mair,
Edward, Edward,
Your steid was auld, and ye hae gat mair,
Sum other yule ye drie O.’
‘O I hae killed my fadir deir,
Mither, mither,
O I hae killed my fader deir,
Alas, adn wae is mee O!’
And thatten penance wul ye drie, for that,
Edward, Edward?
And thatten penance will ye drie for that?
My deir son, now tell me O.’
‘Ille set my deit in yonder boat,
Mither, mither,
Ille set my geit in yonder boat,
And Ille fare ovir the sea O.’
‘And what wul ye doe wi your towirs and your ha,
Edward, Edward?
And what wul ye doe wi your woris and your ha,
That were sae fair to see O?’
‘Ille let tham stand tul they doun fa,
Mither, mither,
Ille let thame stand tul they doun fa,
For here nevir mair maun I bee O.’
‘And what wul ye leive to your bairns and your wife,
Edward, Edward?
And what wul ye leive to your bairns and your wife,
Whan ye gang ovir the sea O?’
‘The warldis room, late them beg trae life,
Mither, mither,
The warldis room, late them beg thrae life,
For tham nevir mair I wul see O.’
‘And what wul ye leive to your ain mither deir,
Edward, Edward,
And what wul ye leive to your ain mither deir?
My deir son, now tell O.’
‘The curse of hell frae me sall ye beir,
Mither, mither,
The curse of hell frae me sall ye beir,
Sic counseils ye gave to me O.’
‘O where ha you been, Lord Randal, my son?
And where ha you been, my handsome young man?
‘I ha been at the greenwood; mother mak my bed soon;
For I’m wearied wi hunting, and fain wad lie down.’
‘An wha met ye there, Lord Randal, my son?
An wha met you there, my handsome young man?’
‘O I met wi my true-love; mother, mak my bed soon,
For I’m wearied wi huntin, and fain wad lie down.’
‘And what did she give you, Lord Randal, my son?
And what did she give you, my handsome young man?
‘Eels fried in a pan; mother, mak my bed son,
For I’m wearied wi huntin, and fain wad lie down.’
‘And wha gat your leaving, Lord Randal, my son?
And wha gat your leaving, my handsom young man?’
‘My hawks and my hounds; mother, mal my bed soon,
For I’m weaned wi hunting, and fain wad lie down.’
‘And what becam of them, Lord Randal, my son?
And what becam of them, my handsome young man?’
‘They stretched their legs out and died; mother, mak my bed soon,
For I’m wearied wi hunting, and fain wad lie down.’
‘O I fear you are posoned, Lord Randal, my son!
I fear you are poisoned, my handsome young man!’
‘O yes, I am poisoned; mother, make my bed soon,
For I’m sick at the heart, and I fain wad lie down.’
‘What d’ye leave to your mother, Lord Randal, my son?
What d’ue leave to your mother, my handsome young man?
‘Four and twenty milk kye; mother, mak my bed soon.
For I’m sick at the heaert, and I fain wad lie down.’
‘What d’ye leave to your sister, Lord Randal, my son?
What d’ye leave to your sister, my handsome young man?’
‘My gold and my silver; mother, mak my bed soon,
For I’m sick at the heart, and I fain wad lie down.’
‘What d’ye leave to your brother, Lord Randal, my son?
What d’ye leave to your brother, my handsome young man?
‘My houses and muy lands; mother, mak my bed soon,
For I’m sick at the heart, and I fain wad lie down.’
‘What d’ye leave to your true-love, Lord Randal, my son?
What d’ye leave to your true-love, my handsome young man?
‘I leave her hell and fire; mother, mak my bed soon,
For I’m sick at the heart, and I fain wad lie down.’
Bollocks to the rules! We're strong – we hunt!
Los juicios son morales tanto como estéticos. A veces se elogia y se admira, otras veces se censura. La misma persona puede, en una sola tarde, recibir elogios y amonestaciones (porque hasta el amigo más querido tiene defectos, y porque no hay persona ―una vez que se la ha frecuentado lo suficiente― que no resulte insoportable). Los que conversan, son dos hombres sensibles e inteligentes. También, prejuiciosos. Cada uno sufre los prejuicios del compañero. El juego, a veces, los aleja; acaso los hiere, pues llegan a veredictos diferentes. En silencio, cada cual hace del compañero objeto de la misma maquinaria.
Claro: sin purgas no hay ningún camino ni ninguna Causa.
Era la asarde y los flexgosos tavos
Grulaban y gladraban en el pórdex;
Andaban lánguchos los borogavos
Y brachían los górdex.
Los buenos jugadores también tienen que aparecer en campos así
Lo segundo tiene su encanto. Uno imagina el abrazo cálido y goloso del chocolate industrial, rindiéndose a su viscosidad decadente como un emperador romano que por fin ha perdido la voluntad de resistirse al postre. El tigre, aunque más rápido, es difícil de idealizar. Hay algo profundamente humillante en convertirse a la vez en plato principal y remordimiento digestivo de un felino. No solo mueres: te mastican, te digieren y te excretan. Un ciclo completo de indignidad.
Y, sin embargo, parece que hoy la gente prefiere el tigre.
Por todo el mundo, la gente está harta de promesas, bañadas en chocolate: prosperidad, igualdad, oportunidades…, siempre programadas, como un vuelo retrasado eternamente, para mañana (siempre mañana). Renunciando a la dulzura imaginaria, muchos optan por el verdugo más brutal, pero más eficiente. Si todo va a derrumbarse igualmente, ¿por qué no elegir el derrumbe que al menos ruge con convicción?
Mejor inventar un gesto nuevo que insistir en uno falso.
La violencia, igual que el miedo, es comprometedora
Una disección excelente de la idiosincrasia de la XIX. Somos eso. Por eso la Bestia excede al lenguaje, porque el vacío que nos hace no se puede nombra
Siempre la realidad viene del excremento.
Acontece que somos exactamente iguales, estamos exactamente igual de perdidos. Igual, igual.
Propongo encontrarnos junto a los juncos cimbreados. Y qué
miel grata, qué cima, brea! Cierto?
wow!
Te hiciste pis. Eso sí sé.
Mi consejo para meter goles? Di «Mi consejo?» con seguridad.
Pasado mañana será otro día.
Un delantero gordo cuya imagen es un icono del deportista anterior a la era metrosexual, salvó el culo a los Porquiños
La vida del mortal. Frase como una bofetada menor. Cota de malla llevo pero la flecha es fina. Hasta mi corazón bien podría llegar una serpiente. (¿Recuerdas aquel viejo aromático mordiendo el coral de agua que lo había mordido?) Oscuridad de la humedad. Aroma del verde profundo. Barro lavado y virgen. Un día los hombres llenarán estas rutas con el desconcierto, tal vez, de la costumbre. Pero hoy sólo existe, digámoslo, el miedo. Y he aquí que sentimos el sol desde arriba de los árboles. El miedo. Mis hombres: apresurad el paso.
Esto de los Testigos de Jehová
está super jodido
porque después vendrán
los jueces de Jehová
los fiscales de Jehová
los cuilios de Jehová
los guardias nacionales de Jehová
y nos tomarán entre todos
la declaración extrajudicial de Jehová
Para no hablar todavía
de los goles de Jehová
y luego los ciervos de Jehová
y los bombardeos estratégicos de Jehová
más conocidos con el nombre de
Armagedón Don Pimpón
Ralph se arrodilló sobre la revuelta tierra y aguardó a que todo recobrase su normalidad. A los pocos minutos, los troncos blancos y partidos, los palos rotos y el destrozado matorral volvieron a aparecer con precisión ante sus ojos. Sentía agobio en el pecho, allí donde su propio pulso se había hecho casi visible.
Silencio de nuevo.
Pero no del todo. Oyó murmullos afuera; inesperadamente, las ramas a su derecha se agitaron violentamente en dos lugares. Apareció la punta afilada de un palo. Ralph, invadido por el pánico, atravesó con su lanza el resquicio abierto, impulsándola con todas sus fuerzas.
—¡Ayyy!
Giró la lanza ligeramente y después volvió a atraerla hacia sí.
—¡Uyyy!
Alguien se quejaba al otro lado, al mismo tiempo que se elevaba un aleteo de voces. Se había entablado una violenta discusión mientras el salvaje herido seguía lamentándose. Cuando por fin volvió a hacerse el silencio, se oyó una sola voz y Ralph decidió que no era la de Jack.
—¿Ves? ¿No te lo dije? Es peligroso.
El salvaje herido se quejó de nuevo.
¿Qué ocurriría ahora? ¿Qué iba a suceder?
Ralph apretó sus manos sobre la mordida lanza. Alguien hablaba en voz baja a unos cuantos metros de él, en dirección al Peñón del Castillo. Oyó a uno de los salvajes decir «¡No!», con voz sorprendida, y a continuación percibió risas sofocadas. Se sentó en cuclillas y mostró los dientes a la muralla de ramas. Alzó la lanza, gruñó levemente y esperó. El invisible grupo volvió a reír. Oyó un extraño crujido, al cual siguió un chispear más fuerte, como si alguien desenvolviese enormes rollos de papel de celofán. Un palo se partió en dos; Ralph ahogó la tos. Entre las ramas se filtraba humo en nubéculas blancas y amarillas; el rectángulo de cielo azul tomó el color de una nube de tormenta, hasta que por fin el humo creció en torno suyo.
Alguien reía excitado y una voz gritó:
—¡Humo!
Ralph se abrió paso por el matorral hacia el bosque, manteniéndose fuera del alcance del humo. No tardó en llegar a un claro bordeado por las hojas verdes del matorral. Entre él y el bosque se interponía un pequeño salvaje, un salvaje de rayas rojas y blancas, con una lanza en la mano. Tosía y se embadurnaba de pintura alrededor de los ojos, con una mano, mientras intentaba ver a través del humo, cada vez más espeso. Ralph se tiró a él como un felino, lanzó un gruñido, clavó su lanza y el salvaje se retorció de dolor. Ralph oyó un grito al otro lado de la maleza y salió corriendo bajo ella, impelido por el miedo. Llegó a una trocha de cerdos, por la cual avanzó unos cien metros, hasta que decidió cambiar de rumbo. Detrás de él el cántico de la tribu volvía de nuevo a recorrer toda la isla, acompañado ahora por el triple grito de uno de ellos. Supuso que se trataba de la señal para el avance y salió corriendo una vez más hasta que sintió arder su pecho. Se escondió bajo un arbusto y aguardó hasta recobrar el aliento. Se pasó la lengua por dientes y labios y oyó a lo lejos el cántico de sus perseguidores.
Tenía varias soluciones ante él. Podía subirse a un árbol, pero eso era arriesgarse demasiado. Si le veían, no tenían más que esperar tranquilamente.
¡Si tuviese un poco de tiempo para pensar!
Un nuevo grito, repetido y a la misma distancia, le reveló el plan de los salvajes. Aquel de ellos que se encontrase atrapado en el bosque lanzaría doble grito y detendría la línea hasta encontrarse libre de nuevo. De ese modo podrían mantener unida la línea desde un costado de la isla hasta el otro. Ralph pensó en el jabalí que había roto la línea de muchachos con tanta facilidad. Si fuese necesario, cuando los cazadores se aproximasen demasiado, podría lanzarse contra ella, romperla y volver corriendo. Pero ¿volver corriendo a dónde? La línea volvería a formarse y a rodearle de nuevo. Tarde o temprano tendría que dormir o comer... y despertaría para sentir unas manos que le arañaban y la caza se convertiría en una carnicería.
¿Qué debía hacer, entonces? ¿Subirse a un árbol? ¿Romper la línea como el jabalí? De cualquier forma, la elección era terrible.
Un grito aceleró su corazón, y poniéndose en pie de un salto, corrió hacia el lado del océano y la espesura de la jungla hasta encontrarse rodeado de trepadoras. Allí permaneció unos instantes, temblándole las piernas. ¡Si pudiese estar tranquilo, tomarse un buen descanso, tener tiempo para pensar!
Y de nuevo, penetrantes y fatales, surgían aquellos gritos que barrían toda la isla. Al oírlos, Ralph se acobardó como un potrillo y echó a correr una vez más hasta casi desfallecer. Por fin, se tumbó sobre unos helechos. ¿Qué escogería, el árbol o la embestida? Logró recobrar el aliento, se pasó una mano por la boca y se aconsejó a sí mismo tener calma. En alguna parte de aquella línea se encontraban Samyeric, detestando su tarea. O quizás no. Y además, ¿qué ocurriría si en vez de encontrarse con ellos se veía cara a cara con el Jefe o con Roger, que llevaban la muerte en sus manos?
Ralph se echó hacia arras la melena y se limpió el sudor de su mejilla sana. En voz alta, se dijo:
—Piensa.
¿Qué sería lo más sensato?
Ya no estaba Piggy para aconsejarle. Ya no había asambleas solemnes donde entablar debates, ni contaba con la dignidad de la caracola.
Lo que ahora más temía era aquella cortinilla que le cerraba la mente y le hacía perder el sentido del peligro hasta convertirle en un bobo.
Una tercera solución podría ser esconderse tan bien que la línea le pasara sin descubrirle.
Alzó bruscamente la cabeza y escuchó. Había que prestar atención ahora a un nuevo ruido: un ruido profundo y amenazador, como si el bosque mismo se hubiera irritado con él, un ruido sombrío, junto al cual el ulular de antes se veía sofocado por su intensidad. Sabía que no era la primera vez que lo oía, pero no tenía tiempo para recordar.
Romper la línea.
Un árbol.
Esconderse y dejarles pasar.
Un grito más cercano le hizo ponerse en pie y echar de nuevo a correr con todas sus fuerzas entre espinos y zarzas. Se halló de improviso en el claro, de nuevo en el espacio abierto, y allí estaba la insondable sonrisa de la calavera, que ahora no dirigía su sarcástica mueca hacia un trozo de cielo, profundamente azul, sino hacia una nube de humo. Al instante Ralph corrió entre los árboles, comprendiendo al fin el tronar del bosque. Usaban el humo para hacerle salir, prendiendo fuego a la isla.
Era mejor esconderse que subirse a un árbol, porque así tenía la posibilidad de romper la línea y escapar si le descubrían.
Así, pues, a esconderse.
Se preguntó si un jabalí estaría de acuerdo con su estrategia, y gesticuló sin objeto. Buscaría el matorral más espeso, el agujero más oscuro de la isla y allí se metería. Ahora, al correr, miraba en torno suyo. Los rayos de sol caían sobre él como charcos de luz y el sudor formó surcos en la suciedad de su cuerpo. Los gritos llegaban ahora desde lejos, más tenues.
Encontró por fin un lugar que le pareció adecuado, aunque era una solución desesperada. Allí, los matorrales y las trepadoras, profundamente enlazadas, formaban una estera que impedía por completo el paso de la luz del sol. Bajo ella quedaba un espacio de quizá treinta centímetros de alto, aunque atravesado todo él por tallos verticales. Si se arrastraba hasta el centro de aquello estaría a unos cuatro metros del borde y oculto, a no ser que al salvaje se le ocurriese tirarse al suelo allí para buscarle; pero, aun así, estaría protegido por la oscuridad, y, si sucedía lo peor y era descubierto, podría arrojarse contra el otro, desbaratar la línea y regresar corriendo.
Con cuidado y arrastrando la lanza, Ralph penetró a gatas entre los tallos erguidos. Cuando alcanzó el centro de la estera se echó a tierra y escuchó.
El fuego se propagaba y el rugido que le había parecido tan lejano se acercaba ahora. ¿No era verdad que el fuego corre más que un caballo a galope? Podía ver el suelo, salpicado de manchas de sol, hasta una distancia de quizá cuarenta metros, y mientras lo contemplaba, las manchas luminosas le pestañeaban de una manera tan parecida al aleteo de la cortinilla en su mente que por un momento pensó que el movimiento era imaginación suya. Pero las manchas vibraron con mayor rapidez, perdieron fuerza y se desvanecieron hasta permitirle ver la gran masa de humo que se interponía entre la isla y el sol.
Quizás fuesen Samyeric quienes mirasen bajo los matorrales y lograsen ver un cuerpo humano. Seguramente fingirían no haber visto nada y no le delatarían. Pegó la mejilla contra la tierra de color chocolate, se pasó la lengua por los labios secos y cerró los ojos. Bajo los arbustos, la tierra temblaba muy ligeramente, o quizás fuese un nuevo sonido demasiado tenue para hacerse sentir junto al tronar del fuego y los chillidos ululantes
Alguien lanzó un grito. Ralph alzó la mejilla del suelo rápidamente y miró en la débil luz. Deben estar cerca ahora, pensó mientras el corazón le empezaba a latir con fuerza. Esconderse, romper la línea, subirse a un árbol; ¿cuál era la solución mejor? Lo malo era que sólo podría elegir una de las tres.
El fuego se aproximaba; aquellas descargas procedían de grandes ramas, incluso de troncos, que estallaban. ¡Esos estúpidos! ¡Esos estúpidos! El fuego debía estar ya cerca de los frutales. ¿Qué comerían mañana?
Ralph se revolvió en su angosto lecho. ¡Si no arriesgaba nada! ¿Qué podrían hacerle? ¿Golpearle? ¿Y qué? ¿Matarle? Un palo afilado por ambas puntas.
Los gritos, tan cerca de pronto, le hicieron levantarse. Pudo ver a un salvaje pintado que se libraba rápidamente de una maraña verde y se aproximaba hacia la estera. Era un salvaje con una lanza. Ralph hundió los dedos en la tierra. Tenía que prepararse, por si acaso.
Ralph tomó la lanza, cuidó de dirigir la punta afilada hacia el frente, y notó por primera vez que estaba afilada por ambos extremos.
El salvaje se detuvo a unos doce metros de él y lanzó su grito.
Quizás pueda oír los latidos de mi pecho, pensó. No grites. Prepárate.
El salvaje avanzó de modo que sólo se le veía de la cintura para abajo. Aquello era la punta de la lanza. Ahora sólo le podía ver desde las rodillas. No grites.
Una manada de cerdos salió gruñendo de los matorrales por detrás del salvaje, y penetraron velozmente en el bosque. Los pájaros y los ratones chillaban, y un pequeño animalillo entró a saltos bajo la estera y se escondió atemorizado.
El salvaje se detuvo a cuatro metros, junto a los arbustos, y lanzó un grito. Ralph se sentó agazapado, dispuesto. Tenía la lanza en sus manos, aquel palo afilado por ambos extremos, que vibraba furioso, se alargaba, se achicaba, se hacía ligero, pesado, ligero...
Los alaridos abarcaban de orilla a orilla. El salvaje se arrodilló junto al borde de los arbustos y tras él, en el bosque, se veía el brillo de unas luces. Se podía ver una rodilla rozar en la turba. Luego la otra. Sus dos manos. Una lanza.
Una cara.
El salvaje escudriñó la oscuridad bajo los arbustos. Evidentemente, había visto luz a un lado y otro, pero no en el medio. Allí, en el centro, había una mancha de oscuridad, y el salvaje contraía el rostro e intentaba adivinar lo que la oscuridad ocultaba.
Los segundos se alargaron. Ralph miraba directamente a los ojos del salvaje.
No grites.
Te salvarás.
Ahora te ha visto. Se está cerciorando. Tiene un palo afilado.
Ralph lanzó un grito, un grito de terror, ira y desesperación. Se irguió y sus gritos se hicieron insistentes y rabiosos. Se abalanzó, quebrantándolo todo, hasta encontrarse en el espacio abierto, gritando, furioso y ensangrentado. Giró el palo y el salvaje cayó al suelo; pero otros venían hacia él, también gritando. Con un giro de costado esquivó una lanza que voló a él; en silencio, echó a correr. De pronto, todas las lucecillas que habían brillado ante él se fundieron, el rugido del bosque se elevó en un trueno y un arbusto, frente a él, reventó en un abanico de llamas. Giró hacia la derecha, corrió con desesperada velocidad, mientras el calor le abofeteaba el costado izquierdo y el fuego avanzaba como la marea. Oyó el ulular a sus espaldas, que fue quebrándose en una serie de gritos breves y agudos: la señal de que le habían visto. Una figura oscura apareció a su derecha y luego quedó atrás. Todos corrían, todos gritaban como locos. Les oía aplastar la maleza y sentía a su izquierda el ardiente y luminoso tronar del fuego. Olvidó sus heridas, el hambre y la sed y todo ello se convirtió en terror, un terror desesperado que volaba con pies alados a través del bosque y hacia la playa abierta. Manchas de luz bailaban frente a sus ojos y se transformaban en círculos rojos que crecían rápidamente hasta desaparecer de su vista. Sus piernas, que le llevaban como autómatas, empezaban a flaquear y el insistente ulular avanzaba como ola amenazadora, y ya casi se encontraba sobre él.
Tropezó en una raíz y el grito que le perseguía se alzó aún más. Vio uno de los refugios saltar en llamas; el fuego aleteaba junto a su hombro, pero frente a él brillaba el agua. Segundos después rodó sobre la arena cálida; se arrodilló en ella con un brazo alzado; en un esfuerzo por alejar el peligro, intentó llorar pidiendo clemencia.
Con esfuerzo se puso en pie, preparado para recibir nuevos terrores, y alzó la vista hacia una gorra enorme con visera. Era una gorra blanca, que llevaba sobre la verde visera una corona, un ancla y follaje de oro. Vio tela blanca, charreteras, un revólver, una hilera de botones dorados que recorrían el frente del uniforme.
Un oficial de marina se hallaba en pie sobre la arena mirando a Ralph con recelo y asombro. En la playa, tras él, había un bote cuyos remos sostenían dos marineros. En el interior del bote otro marinero sostenía una metralleta.
El cántico vaciló y por fin se apagó del todo.
El oficial miró a Ralph dudosamente por unos instantes. Luego retiró la mano de la culata del revólver.
—Hola.
Acobardado y consciente de su descuidado aspecto, Ralph contestó tímidamente:
—Hola.
El oficial hizo un gesto con la cabeza, como si hubiese recibido una respuesta.
—¿Hay algún adulto..., hay gente mayor entre vosotros?
Ralph sacudió la cabeza en silencio y se volvió. Un semicírculo de niños con cuerpos pintarrajeados de barro y palos en las manos se había detenido en la playa sin hacer el menor ruido.
—Conque jugando, ¿eh? —dijo el oficial.
El fuego alcanzó las palmeras junto a la playa y las devoró estrepitosamente. Una llama solitaria giró como un acróbata y roció las copas de las palmeras de la plataforma. El cielo estaba ennegrecido. El oficial sonrió alegremente a Ralph.
—Vimos vuestro fuego. ¿Qué habéis estado haciendo? ¿Librando una batalla o algo por el estilo?
Ralph asintió con la cabeza.
El oficial contempló al pequeño espantapájaros que tenía delante, Al muchacho le hacía falta un buen baño, un corte de pelo, un pañuelo para la nariz y pomada.
—No habrá muerto nadie, espero. No habrá cadáveres.
—Sólo dos. Pero han desaparecido.
El oficial se agachó y miró detenidamente a Ralph.
—¿Dos? ¿Muertos?
Ralph volvió a asentir. Tras él, la isla entera llameaba. El oficial sabía distinguir por experiencia la verdad de la mentira. Silbó suavemente.
Otros niños iban apareciendo, algunos de ellos de muy corta edad, con la dilatada barriga de pequeños salvajes. Uno de ellos se acercó al oficial y alzó los ojos hacia él.
—Soy, soy...
Pero no supo continuar. Percival Wemys Madison se esforzó por recordar aquella fórmula encantada que se había desvanecido por completo.
El oficial se volvió de nuevo a Ralph.
—Os llevaremos con nosotros. ¿Cuántos sois?
Ralph sacudió la cabeza. El oficial recorrió con la mirada el grupo de muchachos pintados,
—¿Quién de vosotros es el jefe?
—Yo —dijo Ralph con voz firme.
Un niño que vestía los restos de una gorra negra sobre su pelo rojo y de cuya cintura pendían unas gafas rotas se adelantó unos pasos, pero cambió de parecer y permaneció donde estaba.
—Vimos vuestro fuego. ¿Así que no sabéis cuántos sois?
—No, señor.
—Me parece —dijo el oficial, pensando en el trabajo que le esperaba para contar a todos—. Me parece a mí que para ser ingleses..., sois todos ingleses, ¿no es así?..., no ofrecéis un espectáculo demasiado brillante que digamos.
—Lo hicimos bien al principio —dijo Ralph—, antes de que las cosas... Se detuvo.
—Estábamos todos juntos entonces...
El oficial asintió amablemente.
—Ya sé. Como buenos ingleses. Como en la Isla de Coral.
Ralph le miró sin decir nada. Por un momento volvió a sentir el extraño encanto de las playas. Pero ahora la isla estaba chamuscada como leños apagados. Simón había muerto y Jack había... Las lágrimas corrieron de sus ojos y los sollozos sacudieron su cuerpo. Por vez primera en la isla se abandonó a ellos; eran espasmos violentos de pena que se apoderaban de todo su cuerpo. Su voz se alzó bajo el negro humo, ante las ruinas de la isla, y los otros muchachos, contagiados por los mismos sentimientos, comenzaron a sollozar también. Y en medio de ellos, con el cuerpo sucio, el pelo enmarañado y la nariz goteando, Ralph lloró por la pérdida de la inocencia, las tinieblas del corazón del hombre y la caída al vacío de aquel verdadero y sabio amigo llamado Piggy.
El oficial, rodeado de tal expresión de dolor, se conmovió algo incómodo. Se dio la vuelta para darles tiempo de recobrarse y esperó, dirigiendo la mirada hacia el espléndido crucero, a lo lejos.
Porcos Bravos 8- Sheffield Stags 4
«¡Coño; nos están atacando!». Thomo respondió muy tranquilo sin soltar el volante del tractor: « Yes! Let’s go to the front ».
El frío actúa como los castigos de la infancia tras perder un partido: tras una cantidad excesiva no se siente nada.
The Anglogalician es un imposible colectivo.
Do we want to be remembered for fighting or being cowards?
Señor de las tormentas, líbranos de los muertos
pasados y futuros, y del buitre que ensaya
círculos melancólicos y espejismos de espanto
para explorar su espacio espectral en el mundo.
Líbranos de unos pocos, líbranos de la noche
y de la nieve lenta de la noche.
Así en la tierra dura como en la mar sombría,
líbranos de este mundo, señor de las ventiscas.
De este mundo que ahora y en la hora de la bruma
es menos comprensible, más opaco, más mudo.
Líbranos de las calles y de las extrasístoles,
de los dientes, la lluvia y el fruto del desierto.
Líbranos del destino que nos espera inmóvil
agazapado en niebla.
De la uña y la herradura líbranos, dios del frío.
Líbranos de la noche y de sus astros tristes,
líbranos de las vísperas del sueño antefuturo.
De los pluscuamperfectos líbranos cada noche,
de las esquirlas frías del cristal y el recuerdo.
Tú que miras ahora desde la ardiente sílaba,
desde la nada fría de tu sangre sin nadie,
déjanos en el hueco del tambor y del húmero
y en la paloma muerta
con un temblor de lluvia y un cántaro con ecos.
Tú que incendias los campos con tu último destello,
déjanos este tiempo
en la luz vacilante de los amaneceres
que suben de la niebla y cantan desde el sueño,
en las torres sin viento y en las banderas lentas de la noche.
Nos lo dijo la lluvia cuando caía la tarde sobre el centro del mundo y del campo.
La Anglogalician es el espacio donde cultivamos nuestras primeras máscaras de personalidad
Cómo errar, por los años, sin gloria.
Cómo aceptar que las almas son vagos ensueños que en sueños tan sólo se dan, y despiertos se borran.
21 de diciembre
Los caballeros de la Orden de Malta
(1983)
Nos jugábamos el pase a la Eurocopa de Francia, en la que, por cierto, luego quedaríamos la mar de bien: segundos. En el grupo habíamos ganado en casa a Países Bajos, pero habíamos perdido allí. Era con ella con la que nos jugábamos el pase, claro. El grupo se completaba con Éire, Islandia y Malta. El partido final es con esta última selección, Malta, en el Benito Villamarín de Sevilla. A él llegamos con cinco victorias, un empate y una derrota. Necesitamos una sexta victoria… pero por once goles o más de ventaja, para ganarle por diferencia final de goles el grupo a Países Bajos, que tiene los mismos puntos que nosotros podamos alcanzar venciendo a Malta, pero con un gran promedio goleador. Parece misión imposible. La víspera del partido entrevisté a John Bonello, el portero maltés, convertido sin comerlo ni beberlo en el enemigo público número uno de un país que pisaba por primera vez: «¿Once goles? Ni a mí ni a nadie, eso es imposible». Malta era la cenicienta del grupo, nos llegó con una victoria y seis derrotas en los partidos anteriores, si bien es verdad que con «solo» 25 goles encajados en siete partidos. Países Bajos le había metido cinco. Ganar por once de diferencia parecía subir una montaña.
El seleccionador, que es Miguel Muñoz, designa para esa misión imposible a: Buyo; Señor, Maceda, Goikoetxea, Camacho; Víctor, Sarabia, Gordillo; Carrasco, Santillana y Rincón. El ambiente es apasionadísimo, con un público sevillano responsabilizado más que nunca en su tarea de jugador número doce. España empieza hecha una furia y con el árbitro barriendo a favor. A los dos minutos, un penalti un poquito cogido por los pelos, pero Señor lo tira al palo. Rincón cae en fuera de juego varias veces, el árbitro no lo pita. Bonello para o le rebota, y anda siempre por el suelo. En eso, marca Santillana, en el 16’. Furor. Pero, sorprendentemente, en su única salida al ataque, Malta marca. Es un tiro de Demanuele que rebota en Maceda, se envenena y se cuela. Minuto 24 y 1-1. El fuego del estadio afloja. España sigue mandando, pero el golpe pesa. Dos goles más de Santillana y 3-1 al descanso. La montaña ahora es de ocho goles en 45 minutos. No vamos con el horario previsto. Se hace recuento de remates, de las ocasiones perdidas. Muchos, muchas. Pero faltan goles y no sobra tiempo.
Entonces el racial Poli Rincón reenciende la mecha con un gol en el 47’, al que une otro en el 56’, que ni celebra, coge el balón y lo lleva corriendo al centro del campo. Es la señal: hay tiempo. Entonces llega la locura: Maceda se adelanta, Gordillo y Señor son extremos, los malteses se quitan de encima los balones al buen tuntún, balones que les vuelven una y otra vez al área, como si el campo estuviera en cuesta. España va al remate con cuatro, cinco o seis, en oleadas. Maceda marca en el 69’ y en el 73’, Rincón otra vez en el 74’, Santillana en el 75’, Malta sufre la expulsión de Di Giorgio, Rincón marca el décimo en el 78’. Todo el campo vuelve a cantar otra vez el «¡Sí, sí sí, España va a París!». En el 79’, gol de Sarabia e invasión de campo. En el 83’, el gol de Señor, que establece la distancia de once. José Ángel de la Casa, el eterno y sobrio narrador de la selección, suelta un gallo por primera vez en su carrera, porque este gol le transporta como ningún otro en tantísimos partidos. Aquello es un manicomio. Los periodistas, aturdidos, hacemos una y otra vez la cuenta. ¿Será verdad? A ver, cuatro Santillana, cuatro Rincón, dos Maceda, uno Sarabia, el de Señor… ¡Doce! Menos el de ellos, salen los once. ¡Sí, a París!
En Países Bajos se televisó el partido en directo. Al final se despide el programa con el plano de un árbol de Navidad adornado con doce bolas negras.
22 de diciembre
El Gran Jurado de quinielas
(1962)
El invierno a caballo entre 1962 y 1963 fue durísimo en Inglaterra, muchos aún lo recuerdan, y el fútbol lo sufrió de lleno. El primer aviso llegó tres días antes de la Navidad, cuando toda la isla amaneció envuelta en una niebla helada. El fútbol no pudo ser ajeno a ello: dieciocho partidos quedaron aplazados y ocho que comenzaron a trancas y barrancas fueron suspendidos sobre la marcha, ante la imposibilidad de completarlos. Un día así no hubiera supuesto nada grave, pero la situación iba a durar dos meses. El Boxing Day (26 de diciembre), el país apareció cubierto de nieve, paralizado, por lo que de nuevo hubieron de ser suspendidos todos los partidos. El 29, por fin, pudieron jugarse algunos encuentros, pero para Año Nuevo otra vez hubieron de suspenderse todos. Para el 5 de enero, jornada de Copa, la temperatura fue de 20 bajo cero y el país estaba bajo la nieve y ennegrecido por la niebla (The Big Freeze). Nada que hacer .
Para Inglaterra el fútbol es fútbol más apuestas, y las casas de apuestas se vieron en un apuro. Sin fútbol no podían vivir y a la vista de ello las tres principales del país, Vernons, Zetters y Littlewoods, se reunieron y se pusieron de acuerdo. Si no había resultados sobre los que apostar, ellos crearían esos resultados. Y conformaron un jurado con cuatro célebres ex jugadores (los ingleses Tom Finney, Tommy Lawton y Ted Drake, y el escocés George Young), el no menos célebre árbitro Arthur Ellis, recién retirado, y una gloria nacional llamada John Theodore Cuthbert Moore-Brabazon, aristócrata de avanzada edad, que había sido un pionero de la aviación y que en 1909 había volado con un cerdito metido en un cubo y atado a un ala para demostrar que los cerdos sí pueden volar. (En Inglaterra existe el dicho «Cuando los cerdos vuelen» como referencia a algo imposible. Toshack lo utilizó en una célebre ocasión en España.) Ellis, por su parte, había sido tenido en su momento como «el mejor árbitro del mundo», aunque los madridistas de la época no estarán muy de acuerdo en eso. Fue el que arbitró en el Bernabéu el partido de ida de la Copa de Europa contra el Barcelona, en el que el Madrid se sintió muy perjudicado. (Ellis pitó un penalti por falta de Vicente a Kocsis fuera del área en una jugada en la que Kocsis había arrancado en fuera de juego señalado por el linier.)
El acta de constitución del Gran Jurado se firmó el 26 de enero. El jurado se reunía en estricto secreto en un lugar reservado de Londres y decidía los resultados de los partidos que no se jugaban, resultados que eran anunciados por la BBC. Eso permitió a las apuestas seguir vivas. De los 38 resultados que fijaron en la primera jornada (Primera y Segunda) resultaron muy sorprendentes la victoria del Leeds sobre el Stoke y la del Peterborough en el campo del Derby County. Dos sorpresas para dar picante a las apuestas, se entiende.
El duro invierno se mantuvo hasta entrado marzo, cuando el tiempo empezó a despejarse. Poco a poco se fueron jugando más partidos. Once el 16 de febrero, veinticuatro el 23, lo que ya hizo innecesario que el Jurado de Quinielas se siguiera reuniendo. El 16 de marzo se pudo jugar por fin una jornada completa por primera vez en tres meses. El fútbol recobró su normalidad, y también las apuestas. El duro invierno se olvidó, pero del Gran Jurado se siguió hablando durante mucho tiempo.
23 de diciembre
Robo y fundición de la Jules Rimet
(1983)
La Copa del Mundo, que se disputa desde 1930 cada cuatro años, se llamó Copa Jules Rimet a partir de 1950 por decisión adoptada en el congreso de la FIFA que tuvo lugar en Luxemburgo en 1946. Justo homenaje al que fuera presidente de la FIFA y gran promotor del torneo. Nacido el 24 de octubre de 1873 en la localidad francesa de Theuley-lesLavoncourt, se implicó desde muy pronto en un deporte que en realidad nunca practicó. En 1914 representó a Francia en el congreso de la FIFA y en 1921 fue elegido presidente, cargo en el que se mantuvo hasta después del Mundial de 1954. Su tarea más recordada fue la creación de la Copa del Mundo, un poco en sustitución del campeonato olímpico de fútbol, en el que se prohibió que actuaran profesionales y hasta se llegó a expulsar al fútbol en la edición de 1932. El primer Mundial se jugaría en Uruguay, en homenaje a los dos títulos olímpicos conseguidos por este país, los de 1924 y 1928. Para premiar al equipo campeón, Jules Rimet encargó una copa de oro a un célebre orfebre francés, llamado Abel Lafleur. Se trataba en realidad de la estatuilla de una victoria alada, que sostenía sobre su cabeza un envase hexagonal. Medía treinta centímetros, con la peana de mármol incluida, y pesaba cuatro kilos, de los cuales 1,8 eran oro y el resto mármol. Una preciosidad.
Esa copa la fueron levantando sucesivamente Nasazzi en 1930, Combi en 1934, Meazza en 1938, Obdulio Varela en 1950, Fritz Walter en 1954, Bellini en 1958, Mauro en 1962, Bobby Moore en 1966 y Carlos Alberto en 1970, como capitanes respectivos de Uruguay, Italia, Italia, Uruguay, Alemania, Brasil, Brasil, Inglaterra y de nuevo Brasil. Al ganar Brasil su tercer título se decidió ofrecerle la copa en propiedad y crear otra, que es la que se entrega desde entonces. Es obra del italiano Silvio Gazzaniga y representa también una victoria alada, aunque más estilizada, que sostiene un mundo en su cabeza. Mide 37 centímetros, pesa cinco kilos y está hecha también de oro, con incrustaciones de malaquita.
Brasil instaló la antigua en una urna, en la sede de su Federación, pero tuvo un descuido tremendo. La urna, hecha de cristal antibalas, estaba pegada a la pared y a la base de mampostería con cinta aislante, de manera que bastaba con despegarla de la pared para sacar la copa. Y eso fue lo que hicieron unos chorizos en la madrugada del 22 al 23 de diciembre de 1983. Entraron en la Federación, deambularon, esperaron la hora de cierre metidos en un baño y cuando se hubo marchado todo el mundo fueron a por la copa. Retiraron la cinta aislante, levantaron con cuidado el conjunto de cristal antibalas, lo dejaron en el suelo y se llevaron el trofeo, que para ellos era solo oro, vil metal. El instigador del golpe fue un argentino llamado Juan Carlos Hernández, que se dedicaba a traficar en oro, joyas, cocaína o lo que se terciase. A través de un tal Sergio Pereyra Ayres, alias Sergio Peralta, experto conocedor de los bajos fondos, reclutó a dos tipos llamados José Luiz Vieira da Sila, alias Luiz Bigode, y Francisco José Rocha Rivera, alias Chico Barbudo. Ellos dos se encargaron directamente de la faena y en la misma madrugada llevaron la copa al taller de Juan Carlos Hernández, donde fue troceada y fundida, para acabar siendo vendida como oro vulgar. Ya no existe, por tanto. La banda fue detenida algún tiempo más tarde y todos acabaron en la cárcel. Pero el sagrado tótem ya no existe. Lo que hoy se muestra en la sede de la Federación brasileña es una reproducción.
24 de diciembre
Di Stéfano, Superbalón de Oro
(1989)
Queda dicho en el día 18 que en 1956 se creó el Balón de Oro. El primero lo ganó el extremo inglés Stanley Matthews, el Chaplin del fútbol , con 47 puntos, solo tres más que Di Stéfano. Di Stéfano ganó la segunda edición, al compás de su segundo título consecutivo en la Copa de Europa, y con una ventaja extraordinaria: 72 puntos, por 19 de Wright y 16 de Kopa y Edwards. «Donde quiera que vaya, el adversario se inclina», titularía su artículo en esta ocasión Gabriel Hanot, que escribe: «En él celebramos al gran señor, al caballero, que alía la bravura a la invencibilidad (…). Si Matthews es el humor, Di Stéfano es la epopeya». Luego ganaría asimismo la cuarta edición. La tercera fue para el francés Kopa, también jugador del Madrid, consecuencia de su buen hacer en el Mundial de 1958, al que Di Stéfano no acudió. En esa cuarta edición Di Stéfano obtendría 80 puntos, por 42 de Kopa y 24 del galés John Charles. Después no volvería a ganarlo. El quinto sería para el español Luis Suárez, entonces en el Barcelona, y que pronto iría al Inter. Di Stéfano, por tanto, se paró en dos. En tiempos sucesivos, dos jugadores ganaron hasta tres veces el trofeo: Cruyff y Platini. Y más adelante lo lograría también Van Basten.
En el staff de la revista quedó una cierta sensación de injusticia, que nacía de la certeza de que Di Stéfano había sido el mejor de todos. Él había liderado al gran Real Madrid que ganó las cinco primeras copas de Europa, había marcado al menos un gol en cada una de las finales victoriosas y en puridad habría merecido el trofeo cada uno de esos cinco años, solo que el primero se destinó al mítico Matthews, por su extraordinaria longevidad (cuando lo recibió tenía ya cuarenta y un años y se mantenía como internacional con Inglaterra), y en lo sucesivo se trató de no abusar de la repetición, cosa que luego sí se aceptaría. Es significativo en ese sentido que para la tercera edición, tras ganar la segunda, a Di Stéfano no se le otorgara ni un solo punto, de acuerdo con el criterio de no repetir ganador, criterio que se cambió inmediatamente después por considerarlo una equivocación. Asi que en 1989, al tiempo que se le concedía por segunda vez a Van Basten, exquisito delantero holandés, se le hizo entrega a Di Stéfano del Superbalón de Oro por ganar una votación que trataba de determinar quién había sido el mejor entre todos los ganadores hasta la fecha. Era, así, su tercero, solo que este con más valor que cualquier otro, lo que reponía la injusticia cometida años atrás. Ningún jugador ha conseguido más de tres balones de oro.
A Di Stéfano este reconocimiento aplazado de France Football le sirvió para que el Real Madrid, que le tenía por entonces un tanto olvidado, le recuperase. Ramón Mendoza, presidente en esa época, decidió hacerle consejero de presidencia y otorgarle un sueldo. Años más adelante, cuando llegó Florentino Pérez al cargo, fue más allá y le nombró presidente de honor del club.
25 de diciembre
Hay fútbol entre las trincheras
(1914)
También en Navidad ha habido fútbol. En Navidad recibió el Madrid a los comunistas del Partizan de Belgrado, nada menos, en 1955, en la primera Copa de Europa, para ganarles 4-0. (A la vuelta las pasó canutas, sobre la nieve de Belgrado, véase el dia 29 de enero). En Navidad jugaba el Barça, durante muchos años, un partido matinal, con el propósito, que entonces se veía loable pero que hoy sería indefendible, de que el padre se llevara a los hijos mientras la madre preparaba tranquila la comidad de Navidad. Eran partidos en los que invitaba a equipos extranjeros y de gran atractivo en tiempos en que apenas se veía otro fútbol que el propio.
Pero los más célebres partidos en este día se disputaron en 1914, en plena Primera Guerra Mundial, entre las líneas de trincheras que separaban a las tropas inglesas de las alemanas. La feroz guerra tuvo una tregua navideña, según se fue sabiendo después por las cartas que enviaron los soldados de uno y otro bando a sus casas. En la noche del 24, en las trincheras de los alemanes se escucharon algunos villancicos cantados por los combatientes, singularmente el más bello de todos, Noche de paz . En respuesta, también se cantaron villancicos desde las trincheras inglesas. La sorpresa, según describió un brigada escocés en carta a su casa, fue que a la mañana siguiente aparecieron, desarmados, andando por la tierra de nadie, soldados alemanes portando cajas de cigarrillos y algunos regalos. «¿Qué hacer? —se preguntaba el brigada en la carta—. ¿Dispararles? No se puede disparar a hombres desarmados.» Los soldados intercambiaron regalos y concertaron un partido de fútbol para festejar el encuentro y la Navidad.
Lo mismo ocurrió en varias zonas del frente, según testimonio de un reportero del Manchester Guardian , que en su crónica publicada el día 26 describe cómo «cada acre de terreno útil para el juego existente entre las dos líneas de trincheras fue ocupado por el fútbol». El día de Año Nuevo, un mayor del ejército inglés explica que el día de Navidad su regimiento, de nombre Saxons, jugó un partido contra un regimiento alemán, al que habría vencido por 3-2. El mismo día, otro oficial británico explica cómo rechazó la idea del partido, porque en su zona de operaciones el terreno entre ambas trincheras estaba demasiado roturado por los cañonazos y no había manera de encontrar un espacio suficiente para ello. Multitud de muchachos escribieron con emoción a sus casas sobre los hechos de ese singular día de Navidad. Uno de los relatos explica que en su partido había un trofeo en disputa, una liebre, que ganaría el equipo alemán.
Luego volverían los tiros. Aquella fue una guerra terrible que duró casi cuatro años más y dejó espantada a la humanidad. Pero el fútbol había sustituido por un día a las balas. La lástima fue que para el año siguiente la oficialidad de uno y otro lado de las trincheras tomó las disposiciones oportunas para que tal cosa no se repitiera, de manera que aquello quedó circunscrito a la Navidad de 1914.
26 de diciembre
53 000 espectadores para un partido femenino
(1920)
El fútbol femenino es tenido por algo relativamente moderno, pero no lo es tanto. En Inglaterra tuvo gran auge desde los días de la Primera Guerra Mundial, cuando un grupo de trabajadoras de la Dick, Kerr, fábrica de munición de Preston, constituyeron un equipo, bajo el apoyo del Preston North End, que llamaron el Dick, Kerr’s Ladies. Jugaban partidos con fines caritativos y las recaudaciones fueron continuamente a más, particularmente por el tirón de su gran estrella, llamada Lily Parr. Según cuentan las crónicas de la época, tenía, además de habilidad y gran visión de juego, un disparo terrorífico. Había debutado con catorce años, y en su primera temporada consiguió 47 goles. Su leyenda se acrecentó cuando, desafiada por un portero masculino profesional, que le dijo que su disparo era potente entre mujeres pero que no podría vencer a un guardameta como él, accedió al reto. El potente disparo de Parr rompió un brazo del meta, según las crónicas. Quizá una leyenda urbana, pero contribuyó a su prestigio. Terminada la guerra, el equipo se mantuvo y siguió jugando, siempre en busca de recaudaciones con fines de caridad.
El 26 de diciembre, Boxing Day en Inglaterra, fue el mayor día de gloria del Dick, Kerr’s Ladies, y del fútbol femenino, hasta la fecha. El partido entre este equipo y el St Helens Ladies concentró en el Goodison Park de Liverpool una multitud de 53 000 espectadores, que dejaron en taquilla 3115 libras de la época. Las Dick, Kerr’s Ladies de Parr ganaron por 4-0. Los rectores de la Football Association llegaron a estar celosos del fútbol femenino, y en 1921 dictaron unas severas normas restrictivas en contra: las mujeres nunca podrían jugar en los mismos campos que utilizaban los hombres, y tampoco podría arbitrar sus partidos ningún árbitro oficial. Ese año, las Dick, Kerr’s Ladies habían jugado 67 partidos por toda Inglaterra, con una asistencia total de 900 000 personas y una recaudación de 175 000 libras. El año siguiente serían contratadas para una gira por Estados Unidos. Ya antes, en 1920, habían jugado en Francia.
Lily Parr jugó hasta 1951. Se retiró con cuarenta y cinco años. Siempre compartió su afición al fútbol, que practicó, como sus compañeras, de forma totalmente amateur , con el trabajo de nurse . El Dick, Kerr’s Ladies subsistió hasta 1965, cuando se disolvió por el desinterés de las chicas de la época por el fútbol. Detrás quedaban 828 partidos, de los que ganaron 758, empataron 46 y solo perdieron 24, uno por cada dos de sus años de existencia. Tom Finney, extraordinario extremo internacional de la época, apoyó al equipo y arbitró muchos de sus partidos, ante la imposibilidad de que lo hicieran árbitros colegiados.
Disuelto el Dick, Kerr’s Ladies, la semilla germinó. Los nuevos tiempos trajeron nuevas gentes y en 1978 la Football Association reconoció al fútbol femenino, que acogió en su seno. Hoy se juegan competiciones regulares de fútbol entre mujeres en muchos países, y también partidos entre selecciones en busca de campeonas continentales y mundiales.
27 de diciembre
Sanción de veinticuatro partidos a Cortizo
(1964)
Todavía no se ha producido en nuestro gran fútbol un castigo ni siquiera aproximado al que sufrió Cortizo, lateral derecho del Zaragoza, por su entrada a Enrique Collar, de la que este resultó con fractura de tibia y peroné. Aquellos eran buenos años del Atlético y del Zaragoza. El club maño andaba entonces con sus «Magníficos» y llegó a jugar cuatro finales de Copa consecutivas, dos de ellas contra el Atlético. Este, a su vez, tenía un gran equipo, una de cuyas estrellas era el extremo izquierda, Enrique Collar. El partido es el último de la primera vuelta. El Atlético está a un punto del Madrid, líder. El Zaragoza es tercero. El ambiente, muy apasionado. Luis adelanta al Atlético, pero el Zaragoza le da la vuelta al marcador. El partido sube el nivel de dureza y en una de esas Cortizo le hace una fuerte entrada a Collar, que sale en camilla. No podrá volver a jugar hasta varios meses después.
El ambiente es tal que desborda al árbitro, Gómez Arribas, al que alguien dice que lo de Collar es un fingimiento. En principio lo cree, y como Collar es el capitán, exige que pase para firmar el acta, cosa que no puede hacer. Entonces exige que le entreguen un certificado médico en regla antes de aceptar que firme otro jugador por él, y así se hace. El Atlético regresa con una derrota por 3-1 y con Collar lastimado.
La radiografía señala fractura de tibia y peroné. Collar no podrá jugar en varios meses. El Comité de Competición examina el caso y decide suspender a Cortizo por lo que resta de temporada, lo que supondrá 24 partidos: los quince de la segunda vuelta de la liga y nueve de Copa, porque el Zaragoza alcanzará la final… precisamente ante el Atlético. Zaragoza se alza indignada, la mayoría de los aficionados defienden que la lesión fue fortuita, que no se produjo por el impacto, sino por la caída. Cortizo muestra las marcas de los tacos de Collar, que antes de esa jugada le había puesto un planchazo. Desde Zaragoza se señala que el conde de Cheles, vicepresidente del Atlético, es también vicepresidente del Comité de Competición y que se ha tomado una revancha injusta. Pero no hay caso: la sanción se aplica y será decisiva en la carrera de Cortizo, que entonces andaba ya por los treinta y perderá la plaza de titular en el Zaragoza a partir de esa jugada. Collar es escayolado y tardará meses en reaparecer.
Los dos equipos se enfrentan en la final de Copa, como había ocurrido el año anterior, en esa ocasión con victoria del Zaragoza. Collar llega a tiempo de jugar ese partido, que gana el Atlético. Él alza la copa, como capitán. Cortizo completa ese día su sanción. La plaza de lateral derecho, que un año antes en este mismo partido había ocupado él con la misión de marcar a Collar, fue esta vez ocupada por el habitual lateral izquierda, Reija, que a su vez deja su puesto a su suplente, Zubiaurre. Cortizo volverá a jugar la temporada siguiente, pero arrastrando la leyenda de jugador brutal, al que increpan los públicos. Poco a poco irá perdiendo el puesto a favor del joven Irusquieta y acabará marchándose al Jaén, donde se retirará y se establecerá.
28 de diciembre
Supercopa para la Real y cinco «subtítulos» merengues
(1982)
La Supercopa, que enfrenta al campeón de liga y al de Copa, se empezó a jugar en España en 1982. Enlazaba con una tradición de muchos años atrás, ya perdida en el tiempo, de cuando se llamaba Copa Eva Duarte de Perón, gesto amistoso del régimen al trigo que nos enviaba Argentina en la posguerra. Aquel año ganó la liga la Real, por segunda vez consecutiva. La Copa la ganó el Madrid, en final victoriosa sobre el Sporting, en Valladolid, con un frío de mil demonios impropio del verano. El Madrid y la Real habían vivido esos años una extrema rivalidad, con unos codo a codo impresionantes en la liga. En uno de ellos, la Real estuvo imbatida hasta la penúltima jornada, cuando perdió en Sevilla, y esa sola derrota le costó el título. El año siguiente, consiguió ganarlo con un gol de Zamora en el último minuto del último partido, cuando el Madrid, que había ganado en Valladolid, ya se sentía campeón.
Así que aquella fue una Supercopa caliente. Costó encontrarle las fechas, con el verano cargado de compromisos por parte de ambos clubes, y al final se organizó para el 13 de octubre, en el Bernabéu, y el 28 de diciembre, Día de los Inocentes, en el viejo Atocha, hoy desaparecido. El partido de ida ya fue de aúpa, con frecuente lanzamiento de botes al campo y un Enríquez Negreira desbordado por las circunstancias, defendiéndose con las tarjetas como podía. Sacó catorce tarjetas amarillas, dos de ellas a Juanito, que por ello fue expulsado en el minuto 22. El partido resultó un bochorno general y lo ganó el Madrid por un gol de cabeza de Metgod, un grandote líbero holandés que estuvo en el equipo durante poco tiempo. El partido de vuelta, en Atocha, fue aún más desastroso. Los dos equipos acudieron aún con sangre en el ojo y el árbitro, Pes Pérez, intentó ahorrar las tarjetas al principio, pero al final tuvo que acudir a ellas. Fue más valiente con el Madrid que con la Real, y expulsó a Juan José en el 22’ y a Ángel en el 67’. La Real marcó por medio de Uralde en el 53’, lo que igualaba la eliminatoria. En el primer minuto de la prórroga López Ufarte marcó el segundo. El Madrid ya tuvo que abrirse y encajó dos goles más, obra de Uralde uno y el otro, al alimón, de Beguiristain y Bakero. La primera Supercopa fue para la Real.
El Madrid, claro, fue segundo, lo que abriría una curiosa serie de cinco subcampeonatos del Madrid en esa temporada, en la que tuvo por entrenador a Di Stéfano. En la liga, estuvo en liza hasta la última jornada, en la que le bastaba con empatar en Mestalla para ser campeón o, aun perdiendo, con tal de que el Athletic no ganara en Las Palmas. Pero perdió uno cero, gol de Tendillo, y el Athletic hizo un rotundo 1-5 en Las Palmas y fue campeón. Luego vino la final de la Recopa, en Gotemburgo, perdida en la prórroga, 2-1, ante el Aberdeen, que entonces entrenaba Alex Ferguson. En la Copa jugó la final ante el Barça, en Zaragoza, resuelta para los blaugrana en el último instante, en espectacular cabezazo de Marcos. Pero aún quedaba cáliz por apurar: la Copa de la liga, cuya final era a doble partido. Llegaron de nuevo el Barcelona (que era el de Maradona y Schuster) y el Madrid. Empate a dos en el Bernabéu y dos a uno en la vuelta. El Barça era campeón y el Madrid, de nuevo, segundo.
29 de diciembre
Gullit pide el Balón de Oro para Gordillo
(1987)
El Balón de Oro de este año rozó al fútbol español, pero se fue al italiano. Butragueño, que había sido tercero la edición anterior, tras Belanov y Lineker, tenía sus aspiraciones. También Míchel, su compañero de la Quinta. Y Futre, estrella del Atlético. Pero lo ganó Gullit, uno de los tres deslumbrantes holandeses que reunió Berlusconi en el Milán a las órdenes de Sacchi. (Los otros fueron Van Basten, que ganaría tres veces el Balón de Oro, y Rijkaard). Gullit nació en Ámsterdam, su padre era originario de Surinam, su madre, holandesa. Alto, elástico y de gran técnica, es quizá el único jugador de la historia del fútbol moderno que ha sido considerado estrella en posiciones tan distintas como líbero, mediocampista de amplio espectro o delantero en punta, posición en la que jugó junto a Van Basten en el Milán. Se había criado en el Ámsterdam, de donde saltó al Haarlem, de ahí al Feyenoord (junto a un veteranísimo Cruyff, a cuyo lado hizo el doblete), luego al PSV y finalmente al Milán, en el que formó parte de uno de los mejores equipos de todos los tiempos.
Gullit, hombre concienciado, dedica el Balón de Oro a Nelson Mandela, entonces encarcelado en su lucha contra el apartheid . Gullit había sido frecuente participante en programas de radio en apoyo a los miembros perseguidos del Congreso Nacional Africano (CNA), el partido terrorista de Mandela en permanente lucha contra el apartheid , y había participado en conciertos de reggae en homenaje a Steve Biko, símbolo y mártir de esa lucha, muerto diez años antes tras ser torturado por la policía surafricana. Por todo eso no extrañó que hiciera su dedicatoria a Mandela. Pero sí sorprendió lo que dijo después en declaraciones a la prensa. «Agradezco este premio, pero no es justo. Yo se lo hubiera dado a Gordillo. Es el mejor jugador que pisa ahora los campos.»
La declaración sorprendió a todos, también al fútbol español, que había obtenido los puestos segundo (Futre, Atlético), tercero (Butragueño, Madrid), cuarto (Míchel, Madrid) y quinto (Lineker, Barcelona). Nadie había pensado en Gordillo, ni siquiera en España o en el Madrid, donde en esos tiempos se acarició la ilusión de que Butragueño o Míchel alcanzaran el premio. Gordillo no había tenido un solo punto en la votación, nadie lo había tenido presente. Pero Rafa Gordillo fue un grande de la época. Criado en la cantera del Betis, distribuyó su carrera entre este equipo y el Madrid, siempre desde la banda izquierda, con un subir y bajar incansable y una muy buena técnica en su pierna izquierda, con la que marcó bastantes goles y dio muchos más. Míchel en una banda y Gordillo en la otra fueron la clave para aquellos grandes años del Madrid de la Quinta. Prácticamente no hubo partido que jugara, con el Madrid, con el Betis o con la selección, en el que no fuera dominador pleno de su zona, una amplia franja de diez metros de ancho desde un banderín de córner al otro, en la banda izquierda de su equipo. Su natural modesto hizo que se le pospusiera en las grandes elecciones, pero Gullit, un hombre sensible y preocupado por los humildes, le hizo homenaje en su día más grande.
30 de diciembre
Enrique Ponce y José Tomás dirigen los ataques del derbi
(1998)
La presencia de toreros en partidos benéficos ha sido frecuente. A pesar de que en sus orígenes en España el fútbol fue mal visto por el mundo taurino, que lo consideraba una costumbre zafia y extranjerizante, pronto hubo quien pudo, quiso y supo compartir esas aficiones. Entre otros, Ignacio Sánchez Mejías, el matador de toros muerto en la plaza, al que García Lorca dedicó el poema elegíaco más bello del castellano. Sánchez Mejías fue, en su corta, intensa y azarosa vida, presidente del Betis por unos meses (véase el día 19 de agosto). Antoñete jugó al fútbol muy bien. Él y Curro Girón animaban los partidos de artistas contra toreros que solían alegrar las navidades madrileñas en los sesenta. Y Montalvo, un jugador del Madrid, toreó un novillo en una corrida organizada por el Madrid durante sus bodas de oro (en la que también toreó Antoñete) y dio tantas manoletinas que hasta desacreditó ese pase. Los toreros «de verdad» dejaron de dar manoletinas porque quedó flotando en el aire que si las daba un futbolista no sería un pase de gran mérito.
Pero el hecho más extraordinario en esa relación fue el partido organizado el 30 de diciembre, en busca de recaudar fondos para enviar a Honduras, que había sufrido una fuerte inundación por el huracán Mitch. En un programa de la SER, José Ramón de la Morena sugirió a los dos presidentes, Sanz y Gil, que mejoraran el partido con algún guiño diferente. Por ejemplo, meter en los equipos a los dos toreros del momento, Enrique Ponce y José Tomás. Enrique Ponce, valenciano de Chiva, era el número uno del escalafón, pero José Tomás, madrileño de Galapagar, aparecía con una fuerza tremenda, con un toreo sin igual, de arte y riesgo, y amenazaba su posición, un poco acomodada ya. Además, el valenciano es un reconocido madridista, amigo personal de Hierro y Raúl, mientras que José Tomás es atlético. Y los dos juegan (o jugaban) bien al fútbol. Así que pareció una buena idea. Y lo fue.
Porque el Madrid y el Atlético se enfrentaron en un partido en que todo lo demás fue perfectamente formal. Los entrenadores, Hiddink y Sacchi, sacaron sus equipos titulares, sin más alteración que la presencia en ambos ataques del correspondiente matador, ambos con el número nueve y su nombre a la espalda. Los días anteriores Ponce recibió clases extras de sus amigos Hierro y Raúl. El Atlético, por su parte, envió a Vincenzo Pincolini a darle a José Tomás algunas instrucciones y a valorar su condición técnica y física, y volvió impresionado. Los dos toreros le dieron el último tirón a la taquilla. Su presencia resultó decisiva porque la noche apareció lluviosa y un amistoso más entre los rivales madrileños no hubiera tenido ese tirón. A la hora de la verdad, puede decirse que dieron el pego. Tocaron bien y parecieron futbolistas serios por sus maneras, aunque sin hacer nada extraordinario. Ponce jugó 56 minutos, bien apoyado de cerca por Raúl y Mijatovic, que le acompañaban en el ataque. Tocó nueve balones, generalmente bien, y pudo marcar en un mano a mano con Molina. José Tomás jugó 47 minutos. Aunque se vio algo más aislado en punta, con menos compañeros cerca, intervino once veces, también con acierto, remató una vez fuera y superó también con nota la alternativa. Los dos se fueron felices, por el llenazo, por la experiencia y por haber contribuido a una causa tan noble.
31 de diciembre
El Cosmos no paga y se disuelve la NASL
(1984)
En la segunda mitad de los setenta el fútbol profesional había hecho un gran intento por asaltar Estados Unidos con la creación de la NASL, la North American Soccer League. El gran impulsor había sido la gran compañía de entretenimiento y comunicación Warner Brothers, en cuyo seno creó el Cosmos, el equipo en el que se enroló Pelé. La llegada de este provocó una verdadera inflamación de interés colectivo. Durante los tres años que permaneció en el equipo, las asistencias medias al Giant Stadium fueron de 40 000 personas, en ocasiones de 70 000. Tras Pelé fueron llegando a Estados Unidos (y a Canadá, que jugaba la misma liga) otras grandes figuras del fútbol europeo o suramericano, a consumir allí el final de sus carreras, singularmente Cruyff, Beckenbauer, Müller, Carlos Alberto y Chinaglia. También algún español, como Velázquez, el cerebro del Madrid, que se retiró en Toronto. Pero la retirada de Pelé demostró que todo dependía de él.
Porque las asistencias y el interés decrecieron rápidamente. El esfuerzo del Cosmos por mantenerse en cabeza, con fichajes importantes, fue, irónicamente, contraproducente. El Cosmos, ya sin Pelé, ganó los campeonatos de 1978, 1980 y 1982. Ese dominio casi aplastante no es del agrado del público norteamericano, que prefiere más rotación en los ganadores, como ocurre generalmente en las ligas de béisbol, hockey sobre hielo o baloncesto, así que la fuerza del Cosmos fue en detrimento de sus propias taquillas y de las de los rivales. Es lo que los economistas del deporte conocen como «la paradoja de Joe Louis». Joe Louis quiere ser el mejor y debe intentarlo, pero necesita un Max Baer que compita contra él con reales posibilidades de éxito para rentabilizar su habilidad.
Así las cosas, el Cosmos intentó convencer a Pelé para un regreso en 1984, cuando el campeonato ya languidecía. Pelé, empleado de la Warner todavía como figura para lanzar sus productos en el mercado mundial, fue presionado para ello, pero tras algunas dudas no aceptó. Para entonces había pasado ya los cuarenta años y llevaba siete sin jugar. Y el final se precipitó. Ante el comienzo de la temporada de 1985, los clubes tenían de límite el último día de 1984 para entregar la fianza obligada para la inscripción. Todo el mundo estaba pendiente del Cosmos. Los dirigentes de la Warner estaban cansados de perder tanto dinero en un negocio que no era el suyo, y que maldita la gracia que les hacía sin Pelé. Así que cuando se cumplió el cambio de año, el Cosmos no había depositado la fianza. Solo tres clubes lo habían hecho. Aquello significó el fin de la NASL, la muerte del sueño americano, como titularon algunos. La NASL empleó las primeras semanas del año en liquidar, y para el 28 de marzo cerró las oficinas. El Cosmos sobrevivió aún algún tiempo, en el que jugó unos pocos amistosos. El 13 de junio fue el último de ellos, ante el Lazio, el equipo de Chinaglia. Ese fue su último partido.
De aquella siembra sí quedó una seria implantación del fútbol en Estados Unidos como deporte de práctica escolar, aspecto en el que es muy valorado. Tiene un número muy alto de practicantes. Y de nuevo hay liga profesional, llamada ahora Major League Soccer, aunque apenas tiene seguimiento. Está muy por detrás de los deportes clásicos y de puta mierda norteamericanos.
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