L’hydre-Univers tordant son corps écaillé d’astres
La vanidad es la más pequeña de nuestras pasiones; pero donde quiera que se presenta ejerce la soberanía. Aprovechando la mayoría de edad de la Anglogalician Cup, ahora ya puede votar, conducir y decir la verdad, la invitamos a unas pintas de cerveza para que no nos aclare ninguna duda.
Sea sincera, ¿Qué futuro le espera al Descomunal Aparato Mediático?
Este blog es un zombi. Los últimos meses estamos dando vueltas innecesarias alrededor de la nada. Creo que su única motivación es llegar a los 100.000 comentarios y después estallar y dejar un bonito cadáver. El facebook se mantiene con cierta dignidad a pesar de la hostilidad del algoritmo, en torno a las 18.000 bayonetas, y la X marca el lugar donde está actualmente nuestro trono. Los demás asteroides del sistema se han perdido en un agujero negro de lenidad.
Con 18 años y el carné recién aprobado, dime, ¿The Anglogalician conduce por la izquierda o por la derecha?
La competición circula por la derecha en Galiza y por la izquierda en el Reino Unido. Si lo preguntas por nuestras redes sociales, te diría que la casta es zurda y los comentaristas son diestros.
El partido en si, ¿Es de fútbol o es rugby?
Sólo un melón puede preguntar eso después de tanto tercer tiempo.
Van XIX Ediciones disputadas. Refréscame el palmarés, por favor. Tengo entendido que los gallegos están tomando demasiada ventaja pero igual sólo son pinos rumorosos.
Os Porcos Bravos han ganado 12 veces la Cup. Los Sheffield Stags tienen 7. Teniendo en consideración que 10 partidos se han disputado en Inglaterra, donde en teoría el equipo local juega con ventaja, la cosa no pinta nada bien en esta década para la cruz de San Jorge.
¿Ganar la Anglogalician Cup equivale a ganar la Copa de Europa?
Indudablemente. Hay quien empieza a ponerse nervioso.
¿Por qué existen dos Copas físicas?
Realmente existen 3. Pero no alarguemos la ceremonia de la confusión. La que está de forma perenne en O Grifón, Pontevedra, es la copa que se quedó en propiedad Porcos Bravos, por ser el equipo que más victorias sumó al cabo de 10 ediciones. Como se llegó con empate a 5, tuvieron que esperar a la XI. La que está en vigor ahora, se la quedará el que más triunfos tenga entre la XII y la XXV.
Si una noche de Samaín un viajero me pregunta eso de brunas o blondas, ¿Qué le contesto?
Que la ocasión la pintan calva.
¿Y lo de blades u owls?
Que son dos calvos peleando por un peine. Pero tienes que elegir entre Sheffield United o Sheffield Wednesday. No te queda otra.
¿Y lo de tractores y huérfanas?
Nunca aparques detrás de un orfanato.

¿Cómo empezó todo el chorromoco?
En 2007, con dos despedidas de soltero. Hay una placa en el pub Fat Cat de Sheffield que lo explica mejor que nadie.
La soteriología dice que no hay salvación lejos del Main. ¿Qué hay de cierto en los rumores sobre purgas, venganzas y ejecuciones a orillas del río Bann?
No creo que el Main apruebe ni ese término de origen griego ni la pregunta.
Lo cierto es que mucha gente se quedó por el camino...
Un minuto de silencio por los caídos, una amapola en el ojal y a otra cosa.
¿Son os Porcos bravos el equipo más inglés de la competición? No sé si me explico bien.
No mucho. Los dos equipos tienen una cultura atlántica muy parecida pero distintas formas de beber y de encarar sus viajes al territorio rival.
Hablando de viajes, ¿Qué hostias pasó en Yardley Gobion?
Tres personas pueden guardar un secreto si dos de ellas están muertas.
Sospecho que la participación de mujeres en esta competición está vetada de forma más o menos velada. De ser cierto, me parecería rancio, vomitivo y carpetovetónico, ¿Es cierto?
No.
¿Qué nos dices a los románticos que echamos de menos los conciertos?
Que nunca hemos dejado de cazar.
¿Y a los que te acusan de ser una secta que se expresa en enoquiano para celebrar un ritual nihilista que enmascara el vacío?
Se equivocan de idioma. Hablamos en aklo con los micólogos.
El indiscutible éxito de la Anglogalician Cup en todos los niveles, ¿No debería ser rentabilizado económicamente?
No. Nunca. Estos son mis principios, si no te gustan, no tengo otros.

¿Te ves celebrando el cuarto de siglo?
E mil primaveras máis.
Nautron respoc lorni virch.

53 comentarios:
Nadie respondió. Tal vez nadie se atrevió a responder. Iban pertrechados sus militares con armas y armaduras y, como grupo, superaban ampliamente en número al comandante. Podrían haber acabado con él en el acto, o encarcelarlo. Obligarlo, en definitiva, a cumplir sus órdenes. Pero era su rey y habían jurado seguirle, un soberano que contaba con su lealtad, su respeto e incluso su amor. A pesar de todas las demandas agotadoras e irrazonables que les había hecho, y de las airadas frustraciones confesadas en susurros los unos a los otros, aquellos hombres dudaron ante la idea de una abierta desobediencia. En cambio, algunos de ellos —soldados duros, aguerridos y a menudo brutales— se deshicieron en lágrimas.
Se entra en cada edad de la vida como se entra en un cambio de clima, en una nueva estación. El calor o el frío llegan de un modo al que tardamos un tiempo en adaptarnos. Hay esos entretiempos confusos en los que nunca acertamos con la ropa: optamos por la manga corta y pasamos frío, escogemos la manga larga y pasamos calor. Así aprende el ya no joven a ser adulto o el ya no adulto a ser viejo: con torpezas; con resfriados y sofoquinas. Porque a veces nos empeñamos en seguir siendo jóvenes, pero pasa, también, que porfiemos en ser mayores antes de tiempo.
El punto de inflexión de la historia llegaría al final. Era una culminación, algo que sería necesario incitar para que retrocediese ‒¿o quizá para que avanzase?‒. Mirar fijamente a una invisibilidad cegadora: esa era la cuestión. Una oscuridad animada que se aproximaba a él a través de un campo de calabazas sumido en la penumbra.
Había sido un sueño exquisito en su horror. Al regresar, unas noches después, los bordes de su luminosidad sin luna permanecían intactos. Después de eso sólo un sueño frívolo, durante más de una semana. Seguía sin escribir nada. Para el momento de la tercera aparición estaba totalmente descompuesto, reducido a jirones negros por el delirio, desgarrado por la negligencia. Despertó en un caos sudoroso de sábanas enredadas y recuerdos obstinados. Presa del pánico, intentó retenerlo, aunque ya era demasiado tarde.
Los detalles se habían erosionado hasta convertirse en un núcleo febril de urgencia inarticulada. Aturdido, comprendió que el único sentido de su carrera ‒y por ende de su vida‒ estaba enterrado en las ruinas de una pesadilla sin explorar, ahogado por la confusión y un miedo creciente. Todo lo que alguna vez había querido decir le había sido susurrado, pero había desperdiciado aquel inestimable don en el olvido. Un trozo irregular de inexistencia le había sido arrojado a través del desierto de la noche límbica. Con cada ciclo de recuerdos, aquello se retraía aún más tras una estela de códigos de referencia inescrutables. El extraño relato que le habían ofrecido se había reducido a una historia de fantasmas sin hilvanar, degenerando a cada minuto en un parloteo sin sentido, envuelto entre rumores de secretos prohibidos.
Nadie podría confundir su vida con otra cosa que no fuera una catástrofe fútil y lenta. Su carrera literaria había sido un aborto parcial de singular crudeza. Los fragmentos que de vez en cuando emergían, aún convulsos, no tardaban en expirar entre gemidos patéticos. Ahora todo se derrumbaba por completo.
Visto fríamente, en el morboso resplandor del amanecer, de repente pareció evidente que las botellas de whisky vacías y los ceniceros rebosantes eran los restos de un ritual olvidado. Había sido una invocación del todo incompetente. Si se repetía de forma mecánica, se estropearía aún más. La alternativa era hacerlo bien. Como recordatorio, pegó una nota adhesiva en la pantalla del ordenador con una única palabra: Invocar. Y se fue a la cama. Sus sueños fueron discretos, como si estuvieran sepultados.
Satanás no tenía nada que ofrecerle, a no ser indirectamente y de forma muy poco convincente. La inspiración luciférica no lograría prosperar. En cambio, el Príncipe Oscuro, desplomado en una lasitud reptiliana en el trono de la perdición, y manifiestamente aburrido por la conversación desde el primer momento, se limitó a burlarse de su apego a las ideas convencionales. Un pie con garras se escabulló momentáneamente entre el montón de cráneos apilados. «¿De verdad has sacado tu lista de contactos de una novela de Willy Sifones?», susurró el viejo Señor del Engaño con lánguido desprecio. No había nada más que decir.
Era un circuito que lo bloqueaba. Para acceder al nombre, necesitaba saber a quién llamar. Toda su nube impregnada de incienso y drogas extrañas chocaba contra un dique de silencio. El callejón sin salida de cada noche desperdiciada; y lo único que importaba estaba cada vez más lejos, más recóndito en el palimpsesto entrecruzado de la memoria. El misil no interceptado del olvido alejándose de su vida, siguiendo un rumbo impensable.
«Necesitas ayuda», le dijo el joven en la calle, ofreciéndole un panfleto toscamente impreso.
«Jesucristo es tu salvador —leyó él, pronunciando las palabras con cuidado—. Creo que no.»
El evangelista callejero lo observó durante unos segundos interminables, sin decir palabra.
«¿Qué es lo que buscas?», preguntó finalmente.
«¿No lo ves? —dijo él riéndose. Había un punto de histeria en su voz, todavía sumido en la decadencia mental del insomnio—. Estoy persiguiendo al sueño.»
«¿Le darías la espalda a la paz?», insistió el joven con tristeza.
«Si tan sólo supiera dónde está la espalda, me tiraría de cabeza…»
El abandono de toda esperanza lo llevó a dar paseos largos y sinuosos por el campo. Una sensación mecánica y estúpida emborronaba la condenación de los nombres desconocidos. El otoño lo envolvía en la bruma y en una mohosa infertilidad. Iba arrastrándose sin propósito entre las hojas podridas.
Para cuando llegó al perímetro distante, todo se había ido al traste. El día, el año y su existencia entera se desmoronaban a la vez. La luz se había reducido a un juego de sombras. Miró de reojo y, sobresaltado, salió de su ensoñación con un repentino reconocimiento. Este era el lugar. Su familiaridad lo dejó embelesado. La comprensión fue instantánea y lo absorbió todo. A medida que se abrían las puertas, el recuerdo lo inundaba y se hacía indistinguible de la percepción. De repente, de manera inesperada, había llegado el momento.
La escena regresó y era cautivadora. Cada detalle se ensamblaba a la perfección. Avanzó despacio, pero sin vacilar, hacia lo que una vez pensó (una vez soñó) que sólo podía ser una pesadilla. Había una porción arrancada de su mente que coincidía con un agujero en el espacio: como un diente caído, simplemente ya no estaba. Buscó a tientas, lo que significaba dar otro paso adelante. Lo que fuera que nunca llegaría a ser, llegaría pronto. Esa era la única certeza y la penúltima cerveza.
Otros niegan que Áyax se suicidara y dicen que, como era invulnerable al acero, los troyanos, por consejo de un oráculo, lo mataron con terrones de arcilla. Pero quizá se trataba de otro Áyax.
Hoy corremos detrás de la información sin alcanzar un saber
El pan sube con la levadura.
¿Cuánta gente vale la hostia y no tiene una oportunidad?. Si no voy a un puticlub a la una de la mañana no firmo contratos. Ahí si tengo una oportunidad. A ver si tenéis cojones a publicar esto.
¿A nadie le hace falta uno? Es que me quita el tabaco y se queja de no haya "alvatras cantidades de hada verde"... Jodido órfico
Fíate en la Virgen y no corras
Los Reyes Magos son mejores que Papá Noel. Los huevos de Pascua, una birria comparada con el bacalao y el potaje de Semana Santa. ¿Y Halloween? Una atrocidad moderna sin la profundidad del Día de todos los Santos.
El Main avanza de frente al sol, al aire, a la lluvia, a la soledad, buscando al hombre, su compatriota actual y coetáneo, con sus días y sus noches difíciles, sus gozos y sus enfermedades, hombres que también conocen la soledad
Me basta con dejar constancia de que en uno de esos pendulares extremos -ni más ni menos importante, desde el punto de vista de su autenticidad- habita el apunte carpetovetónico: como un pajarraco sarnoso, acosado y fieramente anglogalicioso
Me encanta el otoño. Significa que se acerca Halloween, mi fiesta preferida. Creo que me gusta tanto porque esa noche puedo convertirme en otra persona, o en otra cosa. Es el único día del año en el que no tengo que ser la chica de barbilla puntiaguda que realmente soy.
Ante las herejías, los nuevos modos aconsejan una conducta que antaño hubiera resultado escandalosa: no darse por enterado. Nada más fácil después de 18 años. A mí, personalmente, no me cogerá de sorpresa.
Yo tuve en mis primeros años una vieja criada que, cuando no podía dormir, me hacía cosquillas en la pijita y los cojones o incluso me chupaba suavemente la pija. Incluso recuerdo que un día me puso sobre su vientre desnudo y me dejó un buen rato allí. Pero, como esto ocurrió en una época muy lejana, sólo me acuerdo vagamente.
Mis ojos no podían desviarse de su desnudez. Veía, en el lugar donde su bajo vientre se unía a sus muslos, una protuberancia extraña, una gran mota en forma de triángulo sobre la cual se veían algunos pelos rubios. Casi en el punto en que los muslos se unían, la mota era compartida por una gruesa raja de cerca de tres centímetros y dos labios se abrían a derecha y a izquierda de la raja. Vi el punto donde terminaba esa raja cuando mi hermana se esforzó por levantarse.
Es probable que no tuviese idea de su desnudez, ya que de otro modo se habría bajado primero la ropa. Pero, bruscamente, abrió los muslos juntando los pies. Entonces vi cómo los dos labios cuyo comienzo ya había visto cuando tenía los muslos apretados, continuaban para unirse cerca de su culo.
Durante su rápido movimiento, había entreabierto la raja que, en esta época, podía tener de siete a ocho centímetros de largo; durante este momento, yo había podido ver la carne roja del interior, mientras que el resto de su cuerpo era de un color de leche. Hay que exceptuar sin embargo la entrepierna que, cerca de los labios, era un poco roja. Pero esta ligera rojez procedía, sin duda, del sudor o de los meados.
Entre el final de su coño, cuya forma era bastante parecida a la de la raja de un albaricoque, y su culo, había una distancia de algunos dedos. Allí se encontraba el agujerito huérfano, que se me apareció en el momento en que habiéndose vuelto mi hermana, me tendía el culo. Este agujero no era mayor que la punta de mi dedo meñique y tenía un color más oscuro. Entre las nalgas, la piel estaba ligeramente roja a causa del sudor provocado por el calor de este día.
Se descubrió completamente el glande, sacudió la polla para hacer caer las últimas gotas, dobló un poco las rodillas hacia delante para hacer entrar todo el paquete en el pantalón y, al mismo tiempo, soltó un pedo claro y sonoro mientras lanzaba un «¡Aaah!» de satisfacción. Entonces se produjo entre las sirvientas un estallido de risas y burlas.
Sentí cómo mi miembro se hinchaba y, del glande rojo oscuro, brotó una materia blancuzca, primero en un gran chorro, luego otros menos potentes. Me había corrido por primera vez.
Mi ingenio se reblandeció rápidamente. Ahora miraba con curiosidad e interés el esperma que me había caído sobre la mano derecha, pues tenía el olor de la clara de huevo y también su aspecto. Era espeso como cola. Lo lamí y le encontré un sabor a huevo crudo. Finalmente sacudí las últimas gotas que colgaban en la punta de mi miembro completamente dormido y que sequé con mi camisa.
Sabía, por mis lecturas precedentes, que acababa de abandonarme al onanismo. Busqué esta palabra en el diccionario y encontré un largo artículo al respecto, tan detallado que cualquiera que no hubiese conocido la práctica la habría aprendido infaliblemente.
Esta lectura me excitó de nuevo, la fatiga que había seguido a mi primera eyaculación había pasado. Un hambre devoradora había sido el único fruto de esta acción. En la mesa, mi madre y mi tía se dieron cuenta de mi apetito, pero lo atribuyeron al crecimiento.
Observé, a continuación, que el onanismo se parecía a la bebida, ya que cuanto más se bebe más sed se tiene…
Mi pija no dejaba de mantenerse erecta y yo no dejaba de pensar en la voluptuosidad, pero los placeres de Onan no podían satisfacerme eternamente. Pensaba en las mujeres y me parecía una lástima desperdiciar mi esperma pelándomela.
Mi pija se hizo más morena, mis pelos formaron una bonita perilla, mi voz se había vuelto profunda y algunos pelos, aún microscópicos, empezaban a aparecer encima de mi labio superior. Me di cuenta de que ya no me faltaba nada de hombre, excepto el coito —era la palabra que daban los libros a esta cosa aún desconocida para mí—.
Todas las mujeres de la casa se habían dado cuenta de los cambios que se habían producido en mi persona, y ya no era tratado como un crío
Había perdido el primer set por un contundente 6-2 , y, en el segundo, aunque el saque le correspondía, ya se había descolgado de su rival, que caminaba sin vacilaciones hacia el triunfo. En los descansos entre juego y juego, nuestra tenista se quejaba de una dolencia cuyo nombre no llegaba a pronunciar, de un escozor lacerante que no la dejaba correr por la pista y devolver convenientemente las bolas. Entre el público comenzaron a cruzarse conjeturas, hipótesis, disparates diversos sobre el mal que entorpecía su juego. Sólo yo, que he seguido su carrera a través de las pistas de cuatro continentes (porque en África nuestra tenista nunca disputa torneos, temerosa de la raza negra, a la que considera, creo que erróneamente, más lúbrica que las demás), sabía cuál era la razón de su escaso rendimiento.
Bajo la faldita plisada, bajo las bragas sudorosas y ceñidas a las nalgas, nuestra tenista padecía un herpes de coño, que es el herpes más molesto de cuantos existen. Si me calzaba los prismáticos en los descansos entre juego y juego, podía vislumbrar, en la cara interna de sus muslos, una zona de piel escareada, preludio de una insufrible picazón. Nuestra tenista, antes de que el juez de silla ordenara la reanudación del partido, apuraba el tiempo para abanicarse el coño, para darse friegas y masajes, para humedecerlo con paños mojados, todo ello por encima de las bragas, porque los reglamentos del tenis internacional prohíben la exhibición de partes pudendas. El coño de nuestra tenista, que yo sólo conocía por referencias, arrastraba estos picores desde principios de temporada, y todos los esfuerzos de su equipo de masajistas y médicos habían sido en vano: nuestra tenista se había probado bragas fabricadas con los materiales más dispares (desde la licra al algodón, discurriendo por la seda y la estameña), se había untado con pomadas y linimentos, incluso se había hecho depilar el pubis, en prevención de posibles infecciones capilares, sin resultado positivo. Ahora, en el partido final de este importante torneo, nuestra tenista estaba padeciendo un auténtico calvario: sus saques se estrellaban en la red, sus restos excedían las dimensiones de la pista, sus voleas y reveses resultaban inofensivos, y sus passingshots, esa arma antaño arrolladora, de tan tímidos y femeninos, apenas si inquietaban a la adversaria. Cuando concluyó el partido, después de la entrega de trofeos y del protocolo establecido, nuestra tenista se internó en el corredor de vestuarios con una expresión abatida, al borde del sollozo. Algunos periodistas atribuyeron este desconsuelo a la derrota, pero sólo yo sé su verdadera causa.
Probablemente, mientras escribo estas líneas, nuestra tenista ya se habrá despojado de las bragas, se habrá metido en la ducha, y con un gesto de alivio y liberación, se estará frotando el coño con una esponja, en medio de una cascada de agua, rascándose el coño con efusivo empeño, en una lucha soterrada con esos picores tan pertinaces. A pesar de este impedimento, nuestra tenista sigue siendo la número uno.
El coño de las menopáusicas
Ese coño tiene la ventaja sobre los otros de no quedarse preñado, pero tiene el inconveniente de la nostalgia, el sambenito manriqueño de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Yo, que he frecuentado el coño de las menopáusicas, yo, tratadista del coño a quien asiste un argumento de autoridad, he de resaltar aquí las virtudes de este coño por encima de su tristeza intrínseca. El coño de las menopáusicas es un coño esmaltado de flujos, prolijo de recovecos, que, de repente, recupera su niñez primitiva, y esto es traumático para su propietaria, que, de pronto, se siente inservible y quiere extirparse todas las vísceras genitales. El coño de las menopáusicas, ese coño que ya no volverá a menstruar, guarda en su capilla interior un coágulo de sangre que le sirve de reliquia y recordatorio. El coño de las menopáusicas, huérfano de flores rojas, necrófago de sí mismo, aprende a convivir con una esterilidad que no entorpece sus orgasmos, e idea argucias para resucitar o rejuvenecerse. La menopausia es una vuelta a la infancia, una vuelta nada inocente, desde luego, puesto que quien regresa es una mujer zurrada por los desengaños de la madurez. El coño de las menopáusicas debe aprovecharse de ese retorno ficticio y saborear la impunidad que proporciona el pecado sin castigo ni penitencia. Todas estas reflexiones procuro inculcárselas a mis amantes menopáusicas, para restar dramatismo a nuestras fornicaciones y rodeadas de un cierro prestigio transgresor. Entro en el coño de las menopáusicas sin precauciones, rebosante de semilla, y me voy yendo en larguísimas vegadas, entre esos cuatro labios un poco ásperos (con la menopausia, llegan las asperezas) que añaden al placer un estigma de dolor apenas perceptible. El coño de las menopáusicas es un guante de forro algo picajoso y, sin embargo, benefactor, un coño inútil para la procreación, y, por lo tanto, más bello que los otros, puesto que utilidad y belleza siempre anduvieron reñidas.
A mis amantes menopáusicas les ablando las asperezas del coño con mucho acopio de saliva.
Soy el taxidermista de sus coños, el restaurador de ese animal que todavía late, a pesar de haberse desangrado.
Amén de hacer de plañidera cuando se lo indican, ¿para qué sirve el Rey?
Nuestros muertos, en cambio, no son útiles porque nuestra historia ya no se urde con el pasado, sino con el futuro, un futuro inmediato, vacío aunque gesticulante, un futuro de camuflaje en el que nos enfundamos, como niños que juegan a creerse inmortales. La nuestra es una sociedad infantil que erradica la muerte de su horizonte convirtiéndola en tema de noticiario o en asunto de estadística. Asunto, siempre, de «los otros», por supuesto (son ellos los que mueren). Una sociedad de este tipo es extremadamente vulnerable pues cualquier acontecimiento inesperado que la sacuda la proyecta en una pesadilla. Lo que las culturas tradicionales está integrado en la vida diaria surge en la nuestra como estados de excepción. Hemos ordenado nuestra vida con detalle horario, pero en él el tiempo de los muertos no se computa
Cuando la Anglogalician topa con sus propios límites, la conciencia se contempla a sí misma y es presa del vértigo. Y con el vértigo, el terror, pero también el gozo. Toda experiencia mística se caracteriza por el gozo en la experiencia de la resolución última. En este caso, ocurre por la palabra. La razón vuelta sobre sí misma: re-flexionada, cae en la cuenta de la naturaleza lógica de toda metafísica. El germen del logos: el verbo sin conjugar. En el principio fue el verbo, sí, mas siempre que se lo entienda como simple posibilidad del decir. En los límites. La razón en los límites descubriéndose en el hálito del decir, autodefiniéndose (poniéndose límite) en los términos (en los límites) del decir. Pero no puede sostenerse allí; nadie puede sostenerse en el vértigo. Entonces vuelve a hablar. Vuelve a creer en la palabra. El paso de la nada (apenas des-velada) a la existencia (re-velada) es inevitable. Entonces hace uso del logos; conjuga el verbo. Construye. El místico deja de serlo. Re-vela la nada que vislumbró. Construye otra metafísica. Inventa una teología. Habla.
El vagabundo que es, sin haber tenido en ello arte ni parte, un viejo occidental, antepone, ¡y qué le va a hacer!, la calma a la mecánica, aunque sabe bien que sus ideas, si es que esto son ideas, están llamadas a ser no más cosas que históricas y enmohecidas piezas de museo; el mundo, cada día que pasa más cercano a su aburrido final, tiende hacia las máquinas y las estadísticas, aún a trueque de olvidar los bellos nombres de las estrellas, la delicada color de las florecillas silvestres y el sabor del aire cuando Main amanece sobre el campo abierto
Oigamos, con un escalofrío, la voz de la resignación humana de las gentes, transidas de lo falaz y caduco de la existencia, siempre una suave burla orillando su gesto fatigado
mendigos rezadores
y frailes pordioseros,
boteros, tejedores,
arcadores, perailes, chicarreros,
lechuzos y rufianes,
fulleros y truhanes,
caciques y tahúres y logreros
No quiero decir, claro es, que el conjunto de almas en pena, encrucijada al canto y Santa Compaña desfilando entre la niebla, sea la exteriorización más íntima de la vida galaica, sino que llamo la atención sobre la gustosa complacencia con que la mentalidad gallega se deja influir por el mundo sobrenatural.
Haciendo cagadas se abona la Anglogalician
Todos los caminos conducen a la autoflagelación. Es la única forma progresista de redención.
No bollocks no running not a tackle between em
En atención a que no tengo gran memoria, circunstancia que no deja de contribuir a esta especie de felicidad que dentro de mí mismo me he formado, no tengo muy presente en qué artículo escribí (en los tiempos en que yo escribía) que vivía en un perpetuo asombro de cuantas cosas a mi vista se presentaban. Pudiera suceder también que no hubiera escrito tal cosa en ninguna parte, cuestión en verdad que dejaremos a un lado por harto poco importante en época en que nadie parece acordarse de lo que ha dicho ni de lo que otros han hecho. Pero suponiendo que así fuese, hoy, día de difuntos de 1836, declaro que si tal dije, es como si nada hubiera dicho, porque en la actualidad maldito si me asombro de cosa alguna. He visto tanto, tanto, tanto... como dice alguien en El Califa. Lo que sí me sucede es no comprender claramente todo lo que veo, y así es que al amanecer un día de difuntos no me asombra precisamente que haya tantas gentes que vivan; sucédeme, sí, que no lo comprendo.
En esta duda estaba deliciosamente entretenido el día de los Santos, y fundado en el antiguo refrán que dice: Fíate en la Virgen y no corras (refrán cuyo origen no se concibe en un país tan eminentemente cristiano como el nuestro), encomendábame a todos ellos con tanta esperanza, que no tardó en cubrir mi frente una nube de melancolía; pero de aquellas melancolías de que sólo un liberal español en estas circunstancias puede formar una idea aproximada. Quiero dar una idea de esta melancolía; un hombre que cree en la amistad y llega a verla por dentro, un inexperto que se ha enamorado de una mujer, un heredero cuyo tío indiano muere de repente sin testar, un tenedor de bonos de Cortes, una viuda que tiene asignada pensión sobre el tesoro español, un diputado elegido en las penúltimas elecciones, un militar que ha perdido una pierna por el Estatuto, y se ha quedado sin pierna y sin Estatuto, un grande que fue liberal por ser prócer, y que se ha quedado sólo liberal, un general constitucional que persigue a Gómez, imagen fiel del hombre corriendo siempre tras la felicidad sin encontrarla en ninguna parte, un redactor del Mundo en la cárcel en virtud de la libertad de imprenta, un ministro de España y un rey, en fin, constitucional, son todos seres alegres y bulliciosos, comparada su melancolía con aquella que a mí me acosaba, me oprimía y me abrumaba en el momento de que voy hablando.
Volvíame y me revolvía en un sillón de estos que parecen camas, sepulcro de todas mis meditaciones, y ora me daba palmadas en la frente, como si fuese mi mal de casado, ora sepultaba las manos en mis faltriqueras, a guisa de buscar mi dinero, como si mis faltriqueras fueran el pueblo español y mis dedos otros tantos gobiernos, ora alzaba la vista al cielo como si en calidad de liberal no me quedase más esperanza que en él, ora la bajaba avergonzado como quien ve un faccioso más, cuando un sonido lúgubre y monótono, semejante al ruido de los partes, vino a sacudir mi entorpecida existencia.
–¡Día de Difuntos! –exclamé.
Y el bronce herido que anunciaba con lamentable clamor la ausencia eterna de los que han sido, parecía vibrar más lúgubre que ningún año, como si presagiase su propia muerte. Ellas también, las campanas, han alcanzado su última hora, y sus tristes acentos son el estertor del moribundo; ellas también van a morir a manos de la libertad, que todo lo vivifica, y ellas serán las únicas en España ¡santo Dios!, que morirán colgadas. ¡Y hay justicia divina!
La melancolía llegó entonces a su término; por una reacción natural cuando se ha agotado una situación, ocurriome de pronto que la melancolía es la cosa más alegre del mundo para los que la ven, y la idea de servir yo entero de diversión...
–¡Fuera –exclamé–, fuera! –como si estuviera viendo representar a un actor español–: ¡fuera! –como si oyese hablar a un orador en las Cortes. Y arrojeme a la calle; pero en realidad con la misma calma y despacio como si tratase de cortar la retirada a Gómez.
Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando de unas en otras como largas culebras de infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían de las puertas de Madrid!
Vamos claros, dije yo para mí, ¿dónde está el cementerio? ¿Fuera o dentro? Un vértigo espantoso se apoderó de mí, y comencé a ver claro. El cementerio está dentro de Madrid. Madrid es el cementerio. Pero vasto cementerio donde cada casa es el nicho de una familia, cada calle el sepulcro de un acontecimiento, cada corazón la urna cineraria de una esperanza o de un deseo.
Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen de los muertos, yo comencé a pasear con toda la devoción y recogimiento de que soy capaz las calles del grande osario.
–¡Necios! –decía a los transeúntes–. ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura? ¿Ha acabado también Gómez con el azogue de Madrid? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados ni movilizados; ellos no son presos ni denunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción del celador del cuartel; ellos son los únicos que gozan de la libertad de imprenta, porque ellos hablan al mundo. Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a condenar. Ellos, en fin, no reconocen más que una ley, la imperiosa ley de la Naturaleza que allí les puso, y ésa la obedecen.
–¿Qué monumento es éste? -exclamé al comenzar mi paseo por el vasto cementerio–. ¿Es él mismo un esqueleto inmenso de los siglos pasados o la tumba de otros esqueletos? «¡Palacio!» Por un lado mira a Madrid, es decir, a las demás tumbas; por otro mira a Extremadura, esa provincia virgen... como se ha llamado hasta ahora. Al llegar aquí me acordé del verso de Quevedo: «Y ni los v... ni los diablos veo». En el frontispicio decía: «Aquí yace el trono; nació en el reinado de Isabel la Católica, murió en La Granja de un aire colado». En el basamento se veían cetro y corona y demás ornamentos de la dignidad real. «La Legitimidad», figura colosal de mármol negro, lloraba encima. Los muchachos se habían divertido en tirarle piedras, y la figura maltratada llevaba sobre sí las muestras de la ingratitud.
¿Y este mausoleo a la izquierda? «La armería.» Leamos:
«Aquí yace el valor castellano, con todos sus pertrechos».
Los Ministerios: «Aquí yace media España; murió de la otra media».
Doña María de Aragón: «Aquí yacen los tres años».
Y podía haberse añadido: aquí callan los tres años. Pero el cuerpo no estaba en el sarcófago; una nota al pie decía:
«El cuerpo del santo se trasladó a Cádiz en el año 23, y allí por descuido cayó al mar».
Y otra añadía, más moderna sin duda: «Y resucitó al tercero día».
Más allá: ¡Santo Dios!, «Aquí yace la Inquisición, hija de la fe y del fanatismo: murió de vejez». Con todo, anduve buscando alguna nota de resurrección: o todavía no la habían puesto, o no se debía de poner nunca.
Alguno de los que se entretienen en poner letreros en las paredes había escrito, sin embargo, con yeso en una esquina, que no parecía sino que se estaba saliendo, aun antes de borrarse: «Gobernación». ¡Qué insolentes son los que ponen letreros en las paredes! Ni los sepulcros respetan.
¿Qué es esto? ¡La cárcel! «Aquí reposa la libertad del pensamiento.» ¡Dios mío, en España, en el país ya educado para instituciones libres! Con todo, me acordé de aquel célebre epitafio y añadí involuntariamente:
Aquí el pensamiento reposa,
en su vida hizo otra cosa.
Dos redactores del Mundo eran las figuras lacrimatorias de esta grande urna. Se veían en el relieve una cadena, una mordaza y una pluma. Esta pluma, dije para mí, ¿es la de los escritores o la de los escribanos? En la cárcel todo puede ser.
«La calle de Postas», «la calle de la Montera». Éstos no son sepulcros. Son osarios, donde, mezclados y revueltos, duermen el comercio, la industria, la buena fe, el negocio.
Sombras venerables, ¡hasta el valle de Josafat!
Correos. «¡Aquí yace la subordinación militar!»
Una figura de yeso, sobre el vasto sepulcro, ponía el dedo en la boca; en la otra mano una especie de jeroglífico hablaba por ella: una disciplina rota.
Puerta del Sol. La Puerta del Sol: ésta no es sepulcro sino de mentiras.
La Bolsa. «Aquí yace el crédito español». Semejante a las pirámides de Egipto, me pregunté, ¿es posible que se haya erigido este edificio sólo para enterrar en él una cosa tan pequeña?
La Imprenta Nacional. Al revés que la Puerta del Sol, éste es el sepulcro de la verdad. Única tumba de nuestro país donde a uso de Francia vienen los concurrentes a echar flores.
La Victoria. Ésa yace para nosotros en toda España. Allí no había epitafio, no había monumento. Un pequeño letrero que el más ciego podía leer decía sólo: «¡Este terreno le ha comprado a perpetuidad, para su sepultura, la junta de enajenación de conventos!»
¡Mis carnes se estremecieron! ¡Lo que va de ayer a hoy! ¿Irá otro tanto de hoy a mañana?
Los teatros. «Aquí reposan los ingenios españoles.» Ni una flor, ni un recuerdo, ni una inscripción.
«El Salón de Cortes». Fue casa del Espíritu Santo; pero ya el Espíritu Santo no baja al mundo en lenguas de fuego.
Aquí yace el Estatuto,
vivió y murió en un minuto.
Sea por muchos años, añadí, que sí será: éste debió de ser raquítico, según lo poco que vivió.
«El Estamento de Próceres.» Allá en el Retiro. Cosa singular. ¡Y no hay un Ministerio que dirija las cosas del mundo, no hay una inteligencia previsora, inexplicable! Los próceres y su sepulcro en el Retiro.
El sabio en su retiro y villano en su rincón.
Pero ya anochecía, y también era hora de retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un moribundo que tantea la ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro: una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha tumba.
No había «aquí yace» todavía; el escultor no quería mentir; pero los nombres del difunto saltaban a la vista ya distintamente delineados.
«¡Fuera –exclamé– la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia!» Todas estas palabras parecían repetirme a un tiempo los últimos ecos del clamor general de las campanas del día de Difuntos de 1836.
Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío de la noche helaba mis venas. Quise salir violentamente del horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho de vida, de ilusiones, de deseos.
¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos. ¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!»
¡Silencio, silencio!
'Nzuddi
Flour, sugar, roasted almonds, honey, egg white, yeast, orange peel and cinnamon: these are the basic ingredients of 'nzuddi, biscuits typical of the provinces of Catania and Messina. They owe their name to the Vincentian Sisters of Catania who invented them, 'nzuddi is in fact the dialectal nickname for Vincenzo. These biscuits are common to both cities, but only in Catania they are eaten on 2 November, whereas in Messina they are prepared on 3 June for the celebration of Madonna della Lettera. In any case, we're talking about simple, rustic biscuits, easy to make and perfect as after-dinner treat, even better if paired with a good liqueur or passito.
Fave dei morti
Similar in every region, yet with different flavourings, fave dei morti is the most representative of the traditional desserts. For instance, in Latium it is made with almonds, flour, sugar, butter and eggs, while it is dairy free and strongly lemon scented in Umbria. In Emilia-Romagna there are various recipes: there are the Ravenna broad beans and the ones from Forlì, Massalombarda, Lugo, and sweet mountain broad beans. The basic ingredients are flour, sugar, almonds and eggs, but the variations differ in a few small details which characterise their flavour (those from Ravenna also contain pine nuts, a little bran flour mixed with wheat flour and flavoured with brandy, while the ones from Forlì are mixed with butter and alkermes). Fave dei morti are eaten in Friuli Venezia Giulia as well, where they were created to use up the leftover overripe almonds: in the past, in the Karst Plateau were produced almonds for the whole region and the October harvest allowed bakers and pastry chefs to experiment with new recipes using the many surpluses. The most typical are the Trieste broad beans, small balls flavoured with vanilla in the light version, with Bulgarian rose extract in the pinkish version or enriched with cocoa in the darker version.
Papassini
Fragrant and iced, Sardinian papassini are characterised by the use of uva passa (raisins), hence the name papassa or pabassa in the local language, even if the ingredients may vary depending on the production area. Some people add sapa (condiment made from boiled grape must) to the dough, others cinnamon or wild fennel, or aniseed liqueur. There can also be variations of the icing, which can be made either with egg white and sugar or with water, scented with lemon or other flavourings. The ingredients that should never be missing are flour, almonds, walnut kernels, raisins, sugar, yeast, lard (in modern recipes replaced by butter), whole eggs and yolks, lemon and orange peel and a pinch of salt.
Ossa dei morti
Similar to broad beans, ossa dei morti (bones of the dead) are biscuits widespread mainly in southern Italy, particularly in Sicily. Crumbly and crispy, they are made with a few simple ingredients. They are the result of ancient farming traditions that, alongside the great work of the nuns in the convents, have given life to much of the dry pastries in the area. The key ingredient are cloves, giving to the mixture a heady and intense scent, while the key feature is their peculiar shape, reminiscent of a bone.
Chickpea and pork rib soup
Not just desserts. Many hot and simple ancient dishes are prepared between 1 and 2 November. Soups, above all, vary from region to region. One of the most popular is the Piedmontese chickpea and pork rib soup, prepared in the Langhe and Monferrat area on All Saints' Day. Hearty and honest, this comfort dish is perfect for cold days and, for an even more delicious variation, there is the cisrà, a thick and creamy soup from Roero with tripe instead of ribs.
Grano dei morti recipe
Ingredients (6 servings):
500g soft wheat
1 pomegranate
1 cinnamon stick
cloves to taste
100g walnut kernels
50g almonds
cooked wine to taste
4 tbsp. sugar
First of all, get soft or hard wheat grains. Leave to soak for 3 days and remember to change the water mornings and evenings. Then drain and rinse them under running water and, once well cleaned, pour the grains into a pot, cook them over a high heat and bring to a boil. The water-to-grain ratio is 100g per litre. Then lower the heat and continue cooking for about an hour and a half without stirring (this cooking method is valid for all wheat-based recipes). For the desired recipe, bring the water to a boil and cook the grains for about 5 minutes. Leave to cool, add the remaining ingredients and mix well. Season immediately before eating with cooked wine according to taste (if poured beforehand, it would harden the mixture).
O Xoves Hai Cocido, ¡FUCK YOU!
A Inglaterra le quedan dos telediarios
no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague
¡Cuán largo me lo fiais!
Quien propone prohibir los trío evidentemente no sabe nada de tríos. No hablemos ya de que es imposible prohibir los tríos. Los tríos son la sal de la tierra sexual. En los tríos, del tipo que sean, la figura dominante siempre es la mujer. La mujer es la diosa. Quien proponga prohibir los tríos no sabe nada de tríos y es una persona tarada que se muere por hacer un trío. Se muere porque se la follen, a la vez, dos o tres. El poderío sexual de la mujer crece a medida que se entrega al dios de la masculinidad. No sé a quién se le ha ocurrido prohibir los tríos pero sólo a una tarada malfollada puede ocurrírsele prohibir los tríos: esa delicatessen.
Alguien dijo -he olvidado su nombre- que no se puede escribir un mensaje de ruptura sin hacer el ridículo.
Por extraño que parezca, puedo renunciar a cualquier ambición antes que desprenderme del individuo mezquino que en ocasiones, o siempre, soy.
If you can't win, don't lose.
La literatura anglogaliciosa es ese pececillo desconocido, de vida cortísima, que nada rodeado de semejantes tan desconocidos como él por un fondo igualmente ignorado e infinito. Cualquier día caerá en una red o en el estómago de otro pez o quizá incluso muera de viejo al final de su vida minúscula. El pez morirá y nadie sabrá, pero el mar seguirá siendo un pez desconocido que nada y muere y nadie sabe.
Hasta aquí la Anglogalician que necesitamos: desviación de nuestras visiones distópicas demasiado reales, memoria de un futuro en el que la luz todavía brilla en la oscuridad.
Parpadeaban luces estroboscópicas, conos de incienso lanzaban al aire cintas de humo con fragancia de almizcle, y las alfombras de pelo de angora artificial, en una gama de tonos que incluía el granate y el verde azulado, no siempre circunscritas a las superficies del suelo, llamaban seductoramente su atención.
No hay salida. Permanecer y esperar, estarse quieto y callado. El grito persiste a través del espacio. Cuando llegue, ¿lo hará en la oscuridad o traerá su propia luz? ¿Llegará la luz antes o después?
Pero ya hay luz . ¿Cuánto hace que hay luz? Durante todo el tiempo, la luz ha ido filtrándose junto con el frío aire matinal que roza ahora sus pezones de hombre.
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