I don't normally do preseason friendlies. Teams don't play their best players for fear of injury and supporters are keeping their well earned cash for the start of the season proper. However when it was announced the mighty Boro would be hosting Deportivo la Corruna at the Riverside how could I resist? Last time I saw Depor it was in Mundial 82 bar outside Celta Vigo ground whilst the Derby match was being played out in front of a rabid crowd. It seemed like every Celta shot went in that day so the locals went home happy. Anyway it also seemed appropriate that I invite Thommo who was keen to practice his Spanish in a foreign environment like Middlesbrough. He did air on caution and didn't wear his Depor shirt. He'd have been on his own if he had that's for sure.
The sun was shining down early when we met at Sheffield rail station for the trip to Boro via York. In classic footie fan fashion Dave turned up with a bag full of cans (Madri of course). Was it too early to start on the booze? Is the Pope Jewish? They were finished by the time we caught the connection from York to Boro. The trip was uneventful apart from a slight delay when someone threw themselves in front of an earlier train. Must have been a Geordie with a Alexander Isak tattoo.
Arrived safely in Boro then a short walk to meet up with brother Steve and my mate "suicide" Ken, a long time season ticket holder who owns his own straight jacket. We met at a rather fine Real Ale micro pub called "The Infant Hercules" excellent ales and lagers on draft and very friendly staff though they had a wary eye on Dave with his funny accent. After a few "looseners" we took the short walk to the ground. The Riverside was resplendent in the sunshine, flanked by Anish Kapoors art installation and the modern art museum. Classy or what. We took our seats at the very top of the main stand. Jeez it was high. I could see the coast of Norway. Due to the low turn out for such games only two of the stands were open. The crowd was reasonable, around 10,000. There must of been some Depor fans there but I couldn't hear them.
The Teams took to the field and I couldn't recognise any of the Boro players. One of the downsides of being a Championship side is that if any of your players shows any form they inevitably get picked up by a Premier team, even if you are pushing for promotion. Depor looked particularly dapper in their all white with sky blue sash on the chest obviously based on the Galician flag. Enough to make a Celta fan apoplectic.
With the crowd baying them on the Boro took an early lead when Tommy Conway bundled it in from 10 yards. That didn't last long. It was obvious Depor are a decent side settling down after the early shock and controlling the game in typical Spanish fashion. Lots to tippy happy but quick on the break with their wingers causing Boro defence all sorts of problems. So it was no surprise when Hernandez curled in a cracker for the equaliser after 14 minutes. Depor dominated the rest of the half without creating too much in the box and the halftime whistle blew at 1-1.
After Thommo hit the half time bar for a couple of pints and a pie we sat down for the second half. Both teams made a lot of changes, usual for a pre season game. Our new Manager, Rob Edwards brought on our first choice midfield which immediately stopped the supply to Depors wingers. However Depor took an early lead direct from a corner when Noubi powered in a header. For the rest of the game Boro took an element of control and duly equalised when Conway got his second, bundling in from 2 feet this time. Depor were good on possession but didn't really rise much threat up front. Towards the end a real match broke out with a few heafty tackles flying in, some handbags and a face slap. Welcome to Boro, lads. The final whistle blew on a surprisingly entertaining affair with both teams getting generous applause. Everyone agreed 2-2 was a fair result.We left the ground to go into town and took up residence in the Crown Hotel for cheap ale and bar snacks. We then took our leave of Steve and Ken and made the short walk to the station. We had 10 minutes before the train to Darlington, connecting to Sheffield. More than enough time for Thommo to make it to the nearest Off Licence to come back with another bag full of cans. What a hero. We arrived back in Sheffield after a great day out. Celta Vigo next time Boro?
Text by Boroman
195 comentarios:
Equipos malos, cervezas peores.
Antonio Barragán jugó en el Deportivo de la Coruña, en el Middlesbrough y en el... Liverpool
Partidillo de segunda
Cruzcampo y Deportivo de la Coruña, qué puede fallar?
El calentamiento global es una conspiración de los científicos, una de las mayores estafas de todos los tiempos.
El concepto del calentamiento global fue creado para y por los chinos, para hacer que la manufactura estadounidense sea menos competitiva.
El clima comenzará a enfriarse cuando me salga de los cojones
Voy a contar cómo fue al quemadero el inhumano que tantas vidas infelices consumió en llamas; que a unos les traspasó los hígados con un hierro candente; a otros les puso en cazuela bien mechados, y a los demás los achicharró por partes, a fuego lento, con rebuscada y metódica saña. Voy a contar cómo vino el fiero sayón a ser víctima; cómo los odios que provocó se le volvieron lástima, y las nubes de maldiciones arrojaron sobre él lluvia de piedad; caso patético, caso muy ejemplar, señores, digno de contarse para enseñanza de todos, aviso de condenados y escarmiento de inquisidores.
Las cosas a las que estamos apegados porque hicieron de nosotros lo que somos, han desaparecido, mientras que, al parecer, lo que está sucediendo, permanece sin respuesta, sin eco real en nuestras almas sombrías y en nuestros corazones desfasados.
Los Stags van a venir con vendajes en las muñecas
Si un hombre aspira sinceramente a vivir una vida más amorosa y espiritual, su primera decisión debería ser la de abstenerse de matar y comer animales.
Las teorías son varias, aunque Mike Barja apuesta por la interpretación que le dieron algunos de los primeros Blues hace tiempo. «En el año 1988 Os Resentidos sacó su disco Fracaso Tropical que incluye una canción, Por alí, por alá, y una de sus estrofas dice: 'Non son galegos, son árabes; non son galegos, son turcos'», me explica Rubén. Entonces Os Resentidos tenían mucho éxito, sobre todo en Vigo, y esa idea fijada en algunos de que los coruñeses no se sentían especialmente «gallegos» sino más próximos a España sumaba en la identificación con Turquía, a caballo entre Asia y Europa. Hay quien históricamente documenta ese apelativo en que los piratas turcos atacaron en el XVII Vigo y Cangas, así que los coruñeses pasamos a la categoría de ‘bárbaros’ por comparación. Otras teorías apuntan a que los autobuses que viajaban para ver al Dépor llevaban inscrito «Tour Coruña», y desvinculado el «uña», quedaba un «Tour Co» a la vista de los aficionados celtas, pero a saber... Además, en el 92 encalló el Mar Egeo frente a nuestras costas, ¡el mar que baña Turquía!, así que el apodo encajaba bien. Escojan teoría, porque en la práctica los coruñeses todavía seguimos siendo cascarilleiros y turcos, gane el Dépor o no.
Los turcos son los andaluces de Galiza.
Entre los dos suman 0 copas de Europa
Se sabe a ciencia cierta que una de las primeras logias masónicas de Galicia fue creada en A Coruña ("La Reunión Española") un 12 de mayo de 1814, sólo doce días más tarde de la publicación de un real decreto fernandino que prohibía todo tipo de sociedades secretas. En cuanto a la composición de esta primera logia gallega, de los 29 masones que conforman su cuadro lógico: 13 eran militares o desempeñaron cargo dentro de la administración del ejército; 10 fueron comerciantes; 2 fabricantes y cerraban el círculo otros cuatro miembros de sectores dispares.
Forman parte de los gobiernos del mundo. Crean las grandes obras de beneficencia, las grandes reformas, las grandes escuelas, los grandes hospitales y asilos. Avanzan lenta y firmemente, con la ayuda de secretarias y contables, empleados y recepcionistas y hacen cosas. Hacen una cosa tras otra. Se reúnen y hablan, y después cada uno de ellos hace algo más, con ayuda de oficinistas, mecanógrafas y recaderos. Trabajan en despachos magníficos en edificios magníficos, y hacen su trabajo de acuerdo con las reglas y las costumbres. Entienden de formas y procedimientos. Hacen cosas de todo tipo, y algo consiguen, mucho incluso, pero no sirve, no sirve para nada.
Lo más difícil del deporte es volver a ganar.
Entre los dos suman 1 liga
El estado natural del hincha futbolero es de una amarga desilusión, al margen del resultado del marcador.
No hay riesgo más grande que el que corre quien acepta no ser otra cosa que él mismo, «de carne y hueso», como un animal, un dios, un condenado a ser del Depor.
Las cosas no tienen propósitos, como si el universo fuera una máquina donde cada parte tiene una función útil. ¿Cuál es la función de una galaxia? No sé si nuestra vida tiene un propósito, y no veo que importe. Lo que importa es que somos parte. Como un hilo en una tela o una brizna de hierba en un campo. Es y somos. Lo que hacemos es como el viento que sopla sobre la hierba.
La verdad no tiene defensa contra un idiota decidido a creer una mentira.
Había incluido una cláusula en su contrato que excluía las escenas intensas con personas negras, transexuales y animales, así como la práctica de orinar .
El pensamiento nace de un fracaso
Nadie cuerdo bebe Cruzcampo
He descubierto que la nueva mojigatería es más estrecha y mojigata que la vieja, incluso la de los días tristes y oscuros del final de la época puritana. Este descubrimiento me interesa no poco, pues siempre he odiado el puritanismo ordinario con odio límpido, perfecto e inmaculado. Sin embargo, el puritano puro no es tan negativo, represivo y lúgubre como el progresista puro.
La belleza moral parece exasperar más que la belleza artística a nuestra patética especie. La necesidad de rebajar a nuestro miserable nivel, de desfigurar, de ridiculizar y de desacreditar cualquier esplendor que se eleve por encima de nosotros, probablemente sea el impuso más deplorable de la naturaleza humana.
Los dioses de la mayoría de las naciones pretenden haber creado el mundo. Los del Olimpo, no. Lo más que hicieron fue conquistarlo… Y en cuanto han conquistado sus reinos, ¿qué hacen? ¿Atienden al gobierno? ¿Fomentan la agricultura? ¿Practican el comercio o la industria? Nada en absoluto. ¿Por qué habían de trabajar honradamente? Encuentran más fácil vivir de los ingresos y atemorizar con truenos a la gente que no paga. Son caudillos conquistadores, bucaneros reales. Luchan y se divierten, juegan y hacen música; beben mucho y se ríen a carcajadas del pobre diablo que les sirve. Nunca temen nada, excepto a su propio rey. No mienten, a no ser en el amor y en la guerra
Aunque creo que lo que en verdad me ayudaría es una mamada.
People power is greater than the people in power!
Esta vez, haciendo un escorzo en imitación de uno de esos figurines de postal que se podían conseguir en cualquiera de las tiendas de suvenires de las capitales de las que habían llegado, por la mañana, los reyes, Polichinela ocupó el centro que la distribución circular de butacones, sofás, sillas y diván dejaban en el ajedrez ocre del suelo del salón. Aquel salón al que Polichinela había obligado a todos en la casa a llamar Salón Danés, bajo amenaza de que si alguno no llamaba al salón por su nombre, entraría en el mismo trance que la mañana en que, terminadas las obras que como cada verano su madre había organizado en el palacio, Polichinela había entrado distraídamente en aquel nuevo espacio mientras jugaba con un gorrioncillo que había encontrado en un nido en la parra del patio, para salir corriendo al rato, cantando a gritos que una voz le había atravesado la cabeza justo cuando estaba en el centro del nuevo salón, obligándole a apretar con mucha fuerza las manos y a correr gritando en alejandrinos que su padre había sido asesinado.
Señoras y señores del jurado - dice Polichinela desde el centro del Salón Danés, mirando, con esa extraña habilidad que tiene, a todos y cada uno de los rostros a la vez - ¿Ven la manzana? Y, haciendo el gesto de mostrar en la palma de la mano una hermosa y reluciente manzana conceptual, la recoge, diciendo - ¿Ven? Ahora yo miro la manzana. Y, remarcando la garrita de índice, pulgar y corazón con que alza la manita izquierda, apresa un trozo de vacío y se lo acerca a la boca. Y, tras mirar - controlando el tempo, dice - ¿Ven? Ahora muerdo la manzana. Y tras arrancar un bocado que le hace cerrar místicamente los ojos, dice - ¿Ven? Ahora mastico la manzana. Y tras masticar menos de treinta y tres veces por cuestiones escénicas, con aquellos enormes ojos verdes muy abiertos dice - Ahora, trago la manzana. Y traga, para finalizar con fina y estudiada voz ceremonial – Señoras y señores del jurado, yo les pregunto ¿Qué es ahora la manzana?
Polichinela ha conseguido hacer que su cuerpo, sin salir del cuadro del baldosín que ocupan sus piececitos, gire sobre sí mismo acompañando a su mirada mientras declamaba esta última sentencia, cuya hoz interrogativa corta en sus adentros las cabezas de todos y cada uno de los reyes. El Salón Danés se cuaja de un silencio denso, que permite escuchar a Polichinela el tintineo de los hielos en los vasos. Dos manos grandes y pesadas se elevan a la altura de una cara. Aplauso del primer rey. Aplauso de los demás reyes. Aplauso general. El Salón Danés arde muy despacio en los vasos cortos y pesados, deshaciendo los hielos - Elo, haz el favor, acércate al garaje y tráete unas cocacolas y unos hielos, anda, que a tu cuñado se le está aguando el güisqui. Y haz el favor de llevarte al artista, que ya es tarde y se le nota que tiene que dormir. Como te decía, hermano, desde provincias y trabajando en La Caja, se ve todo como se ve. El caso es que el Gobierno, con este asunto, lo tiene negro de cojones. Es un escándalo y esta vez no va a poder salirse con la suya, por muy listo que sea, el Encantador. Ya puede poner a quien quiera por delante. Esta vez, o se explica o se cuelga de uno de esos bonsáis que tiene, el muy prestidigitador.
Polichinela abandona el Salón Danés después de dar dos besos a cada uno de los principales de la sala. Cogido de la mano de Eloísa, imagina cómo ruedan (porque rodarán) las cabezas de los reyes. Algún día.
30 TUVIERON todos
Los que recogieron
La plata de 20
EN LA MARGEN de mutis
Olear de una lentitud silabeada,
Medrosa.
El giro de llave
Silencia, cerca,
No pacifica.
JUEGO DE las manos:
Nada.
El gran tesoro que defienden
No conoces:
Si supieras,
No estar sería
Tu respuesta.
¿QUIÉN ATORA la respiración, siembra
Angustia en la tierra oscura de silencio, dulcifica
El filo, disfraza el garfio de caricia? Yo voy recogiendo
Las letras de tu nombre, robando de mi boca, una
A una, sellando con la tierra aquello, que, de abrirse,
Denunciándonos, arrasaría el
Laxo
Paso
De tiempo
Para unirnos,
Sin el quién de nosotros.
BESO ACARICIADOR, estremecido
Tacto de la nuca,
Hace caer
El cuchillo de entre los labios.
DE REPENTE, todo en la neblina de
No importa. Una vez más, juramentado
De presencia lo que no se sostiene, viniendo
Para desdecirme.
PLACER – pacemos
En agujero de tiempo
La gratitud de olvido.
SACRÍLEGOS,
Más reales en el pensamiento
De la vida que en lo vivo, vamos
Multiplicando por uno, ensanchando
La quiebra, confrontando a espejos
Lo elevado a cero.
UNA VEZ desgajados
Caídos en el
Tiempo, sólo la risa
Que nos separó de todo nos asiste:
El primer fruto del tajo, su muleta.
REPOSADO EL ROSTRO en tu vientre,
Sellados por los labios
Los ojos a la carne, deshacerme
Un segundo, un siglo.
UNA VEZ
Percibida la arena,
Volvemos a imitar al agua
ESPUMADA, la boca
Me pide Beso. Beso la
Comisura, telegra-
Fiando el tacto
De conceder
A la mañana
Su imposible.
CONOCEDORA,
Te ríes perpetuamente
De la gubia entre mis labios,
De los índices apun-
Talando la ceguera nocturna.
Escudriñas mí sino sin ver nada.
Mi rostro, mi nombre:
Nada.
Me recoges
En la indignación,
Atraviesas
El parvo corazón de drako.
Mi pregunta,
Hincada en su monomio
Resbala por tu frente,
Se licua en la tarima, inútil.
Barritando tediosamente a nadie.
EN EL FRÍO de arder
Ininteligibles,
Vamos
De habitación en habitación
Bobinando silencios,
Correspondiendo máscaras,
Rictus que observan
Cada movimiento del otro
Esperando la injuria,
La falta,
Cebadores
Del sacrilegio de nada,
Tensando el arco de palabra
En la boca murmuradora vamos
Como ciegos de ver.
El rechinar, el
Crujir, Imprecan;
Nos preceden
Las alargadas sombras del
Matiz, de la inquina.
OVILLADA en un silencio de entrecejo,
Mecida,
Apretando quijadas,
Sé que rezas por los daguerrotipos,
Ésos de mi fábula,
De mi nombre al contraluz
De mis actos.
Cae
Cenicienta
La extenuada cabeza de cigarrillo,
Mientras endurece
La repetición de hoces interrogativas
Datando el dolor, leyendo
Lo imperecedero de hiel,
Mientras hablas
Como si masticases,
Sin dejar escapar una palabra, cubriendo
Con un velo, tornando
Con la declamatoria escueta de lo nimio
Lo que sé que veo,
Haciéndome leer
En el trazo de tu palma,
Solamente “mentira”.
PERO LLEGO A SABER tu milimetría
De dolor, lo que escarbas en mi nombre. Esa forma
De dolerte de los años.
Sin imagen
Contemplo los pecios de biografía,
El humedal que exudan los enseres,
La involución
De la calma a la angustia,
La brea
De lo inexistente
Como una enfermedad,
Una pira en silencio, de fiebre
Que tú sabes
Y yo sé
Y nadie dice.
EMPECINADO en duelo,
escribo alimañas
Alimañas:
A –
– li
– ma
– ñas,
Venteo con garfios de falanges
Sombras, aire filamentado
Por el restallar de imprecaciones,
Dúctil a la torsión de la rabia
Hiero
Tajo
Hundo,
Hasta lo inescrutable del berrido.
Tú estás allí descreyéndome.
Tú sabes lo que yo no puedo,
Sabes lo que yo no quiero,
Nombre del lugar
En que seguiré existiendo.
VAS
Y VIENES, sangre,
Alucinándonos,
Azorando flujos, revertiendo
Mugidos En protestas.
Asiendo el silencio en umbrías
Coagulándolas, hasta que el verbo,
De tal hambre, mastica tiempo, anegándonos.
Pero es más largo el cansancio,
Más dura la piedra que nos urde; finalmente
Entramos en la deriva de silencio,
Frente a frente,
En el frío y solitario
Aleluya.
SACRO
SANTO
Despeta-
Lear: tres
Veces
Cambias
De
Sentido
El sí.
EN EL FILO de mística silábica,
Pendido, balbucir un corazón
Que se atenúa, se inverna,
Deja el tenue rastro hilado,
Desaparece en el lejos, al nunca.
Tú has ido madejando,
Sin que ninguno te haya visto.
Has ido recorriendo, recogiéndome.
Entonces en el siempre,
En el siem-
Pre, Repites
Yo repito.
(De un blanco sedal de miedo,
Cuelga uno solo).
AHONDAN LOS PASOS
En el círculo,
En la cerrazón
Que nos
Reformula,
Decimos
En la oquedad,
Endurecemos
Con el ansia la sombra,
Pedimos
Por bocas viscerales
Una justicia
Cifrada
De nosotros.
INSUFLADA LA SOMBRA
De nombre,
Las manos
En las sienes, dolorosas.
Entrelazados los dedos
Coronadores,
De desfiguradas
Danzas de posibles,
Perpetúan su nómina
De siempres,
De llave, giros
En lo escrutado que cierra
A ambos lados, la palabra se
Rearticula.
(para el uno.
para el otro,)
Después de desvencijarse en el
Bramido
Contra el paramento
(uno a un lado,
otro al otro,)
Cuyo muro tiene como piedra
Nosotros
MOTIVOS AMBULANTES sobre
Un miedo:
No estás.
Huelo por los respaldos, por el
Embozo,
Enmudecido.
En cada habitación, una repisa,
Un retrato,
Secándome los pasos.
Interrumpido en hiel, tu rostro,
Granulado,
Tan lejos.
SUMIDOS
En la amalgama
Del abrazo,
Salivamos
La respiración
Celérica,
Tañemos con sordina
El engranaje
De cuerpos;
Oquedad,
Estambre,
Nimbo, fluido,
Angustia:
¡Qué hermosura
De cristal despedazado,
Este repetir, ahogarse
En animal, quebrada
Su palabra.
OTRA
PIEDRA
Con nombre
Llega al engranaje
De días.
Conversan
Las dos
Sombras:
Tu denuedo,
Mi sangre
EN EL TALLO
Descabeza
La breve flor de aliento,
Presto,
El martillo
De noticias viene.
Paso
A paso
consuma la cadencia,
Negada,
se decanta
en tus ojos.
Tú vaciándolos
De verme,
Renombrando,
Con trazado de hechos, signos.
MASTICAMOS los restos
Vaporosos
De almendro.
Pedazos de lo bueno
Que venía
Vemos la emergida
De lo táctil,
Aquello que no era
(En proceso de rosal
La sombra).
Enlazados,
Quedamos
En silencio
Como aves atemorizadas
Por negrura
TODO LO QUE QUIERE desaparecer
En mí, contra ti
Se estrella.
Tu ramificación,
Encar-
Celándome.
En la encarna
-dura de
confabulación
Se hace del tejido en ti,
El miedo en mí.
LAZO
Sin speranza.
Hielo informe, avanzando
Lentamente
En ictus
De gemir.
Nimbado,
El volumen
Por la luz,
Mudo
Ser raíz,
Y las ramas
Embebidas
Por viento
De sucesos, gritan
Por una
Realidad
Que no consiguen.
DOS,
Aprender
De silencio,
De ceguera.
Anclarse
Sin simiente
Para el hueco.
Terquedad
Del pavor
Correveidile.
Equivocados
En piedra
Con el siempre.
Ese terror
De mundo
Sin tu nombre.
ENCINTADA LA SANGRE
Por la sílaba,
En mi corazón,
Duele mi voz
La lluvia, de
Clavos hasta ti
Y el corazón
Boqueando
Que por qué,
Contemplando
Hoza
Su autoría;
Degradado
En lenta
Extenuación azul.
LA PUERTA,
Monosílaba.
El tacón,
Bisílabo.
Rueda
Conciso, el qué:
Un cilindro
De metal, una terquedad
Oscura.
SITUACIÓN CAMBIANTE, retrocede.
Inmóviles
Nosotros,
En la coordenada
Del estupor
Miramos
Lo que hace
De ese nosotros
Sucesos, tomando
Nuestros nombres,
Quebradero de sonido
En el antes.
Apresados en el devenir,
Inermes,
Masticamos
Con duelo
La palabra
Nunca, candorosa.
Sentimos
El crujir del
Tallo en la oquedad
Del silencio.
Aprehendemos vida,
Para siempre.
ASISTE
Contra la maravilla,
La risa.
La descarnada.
Reducidos a simios,
Rezamos
A la inversa
Con la sierpe.
(¡La fealdad
Entonces,
El menosprecio!)
ESTA COMBA,
Jugada
Con cuchillos:
Repetir
Mi nombre
Con tu boca
Mientras grito
Que en las escupideras hay luz,
Gargajitos de luz,
Las sílabas lanzadas
De tú contra
Mi nombre; y que
A la vez yo en tu boca
Yo en mi boca; y que
Tú en la boca de la boca
En esta velocidad
Festiva
Contra todo
Que hoza
Indecorosa
Nuestras runas.
EVISCERADO,
Este silencio de ser
Afinaciones, donde
No las palabras,
En el vaciado de la flor
Sin conjetura.
Nada, acaso
La corriente, arpegiando
La diagonal de vello
Hacia la sombra.
Un pequeño hender, nada.
HAY
UN REZAR
Sin dios,
Involución de
Cuerpos
Abrazados,
Cayendo
El uno
En otro
Como semilla
En cristal,
Tan ciegamente.
Hay un flotar
En légamo
De unos,
Un hundirse
Hacia el fondo
De ese cero.
En la oquedad
Que deja
El corazón vaciado.
En silencio
Nosotros,
Comprendidos.
Desde Despierta
Hay un perro de paja en mi cabeza
Me aterra que se ponga a ladrar
Al fondo está el hijo de puta
El de siempre - al que no veo mas
Sé que sonríe mientras enseña una aguja y una camiseta de los Stags
La transformación del plusvalor del código en plusvalor del flujo requiere que, así como el conocimiento técnico resulta separado de la estética, la trascendencia social (y potencialmente insurreccional) de una inteligencia maquínica descarriada sea a su vez «dividida» y su excedente retirado de forma segura por el capital.
la imaginación racional debe ir acompañada de la fantasía colectiva de nuevos mundos
Boro y Depor, Depor y Boro. Ahí va mi apuesta: en esta temporada uno ascenderá a los cielos y el otro descenderá a los infiernos. Cual de los dos será cada uno ya se lo dejo a los hados.
@38
Boro sube.
Depor queda fuera del play-off, en el 8º puesto.
Prometieron el oro y el moro. Ustedes se llevan el oro y dejan al moro. Pero en Europa no cabe ni uno más
Algunos dicen que este nombre turco se dice a torquendo; o a tortura por los tormentos que dan a los tristes que en sus manos caen. Y otros dicen que a trux trucis, porque su gran crueldad es excesiva
En una sola cosa viven los turcos en razón y es ésta: que no estiman a las mujeres ni hacen más caso de ellas que de los asadores, cucharas y cazos que tienen colgados de la espetera; en ninguna cosa tienen voto, ni admiten consejo suyo.
Válame Main ¿qué es esto?
Moros hay en Middlesbrough
A lo que otro replica
Turcos son en conclusión
Titón, Tirín, Tulimán y en Segunda están,
nombres del Gran Turco son.
Cuantos turcos hay son bujarrones, y cuando yo estaba en la playa de Riazor, los veía los muchachos entre sí que lo deprendían con tiempo y los mayores festejaban a los menores.
Al tiempo de las hojas de parras, usan otro potaje de picar muy menudo el carnero, y meterlo dentro de la hoja de la parra y hacerlo a modo de albóndiga, y cuando hay berenjenas o calabazas sácanles lo de dentro y rellénanlas de aquel carnero picado y hácenlas como morcillas…
Aunque asegura que su amo es «enemigo del pescado y de los huevos», menciona que los turcos consumen caviar. Del pan dice que es una especie de «tortas que llaman pitas», y sobre la bebida asegura que en lugar de vino beben sorbetas, que son «aguas confeccionadas de cocimientos de guindas y albaricoques pasados».
Los lácteos llaman también su atención. Menciona el caimac, que es como «las natas nuestras dulces», y sobre todo da noticia de una leche agria de la que
comen tanta que no se hartan. Esta que acá tenéis por vinagrada estiman ellos más que nuestras dulces natas, y llámanla yagurt. Hay gran provisión de ella todo el año.
Han matado a Charlie Kirk. Lo mataron por sus ideas. Por su fe religiosa. Lo mataron por su especial talento para desmontar los demenciales argumentos del neocomunismo woke. Lo mataron los enemigos de la libertad de expresión, la Libertad, y la Democracia. Hoy Norteamérica es menos libre. Da igual quién apretó el gatillo. Lo mató la izquierda.
Así, cuando tengo una idea nueva, si quiero publicarla, se la atribuyo a otro y declaro: fue fulano de tal quien lo dijo y no yo.
La autonomía irreductible del sujeto hablante. Donde se revelan los efectos constitutivos del significante, que monopolizaría lo más irreductible de cada sujeto.
Redondearse es el destino último de todas las cosas del universo: como él mismo es redondo, imprime ese atributo a todos sus elementos internos. Incluso el ser humano, por irregular y articulado que sea, no deja de sentir esa presión durante toda su vida. Nunca fue tan perfecto como cuando fue un óvulo. Todo lo demás no fue más que complicación y sacrilegio.
Estalló la guerra entre el minimain y el MaxiMain.
12 de septiembre de 2025
El Rodillarato es en esencia una sociedad secreta. En sus métodos y en su mentalidad presenta una sorprendente semejanza con una pandilla del hampa. Teme a la luz del día, se alimenta del engaño y de la conspiración y gobierna a través de la intimidación y el terror.
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.
Somos una carnicería, hay que vender carne y el que más carne vende es la de Porco Bravo. Es así y no hay que avergonzarse.
Se puede ser feliz y odiar al mismo tiempo.
No basta con una pila de recuerdos para asegurar que uno conoce el mundo, ni siquiera para confirmar que se ha pertenecido a él.
Nick Fuentes 1 - Charlie Kirk 0
Estos son los resultados deportivos que molan, a ver si empatan
Los incels de ayer son los ultraderechistas de hoy. En el trayecto, el deterioro neuronal ya grave de por sí no ha hecho sino agudizarse
Alcemos alto hedor insoportable,
asco y corrupción.
Juguetes rotos, papeles desechados,
ingenios de abstrusas técnicas,
vidrios, botellas, soplos del aire que canta,
aguas, esquirlas, astillas de males
a los que no deseo renunciar,
—sed de mi disolución ornato.
Hola corazones.
Se rumorea que la Main ha ordenado que en la XIX se guarde un minuto de silencio por Charlie Kirk, mártir de la Causa.
Se presuponen intentos de protestas por parte de los wokepijos oikofóbicos que reptan por la competición.
Veremos en qué quedan estos rumores.
XOXO
Yo me doy de gaza
Hay que creerle siempre a la narración, nunca al narrador
Frente a la idea del progreso histórico, se intenta ahora volver a la visión griega de una historia circular y oscilante. Cuando Freud analiza el complejo de Edipo, desemboca ya en esta visión. El padre mata al hijo, el hijo mata al padre, el Papa así sucesivamente hasta la eternidad. Parece ahora lo verdaderamente realista. Nietzsche lo transforma en una nueva metafísica del eterno retorno: todo ya ha ocurrido y todo volverá a ocurrir. Una vida idílica
en la cual el fuerte se coloca arriba y el débil pierde, pero en la cual nadie tiene que reclamar. No se reclama porque es así. Eso parece ser ahora lo realista, la lucha entre enemigos reales que ya no se transforman mutuamente en enemigos ideológicos. Parece ser la vuelta a los griegos y a los romanos.
Sin embargo, antes de llegar a esta situación idílica hay que exterminar al universalismo humanista y a sus portadores. En nombre de la salida de la solución del problema surge la forma más agresiva de caer en él: la forma del nazismo. Es el ilusionismo mayor y más destructor: asegurar violentamente un
mundo sin utopías e ilusiones. Y este mundo sin ilusiones que se promete, es el mundo sin universalismos humanistas. Se presenta como la recuperación de lo humano por la destrucción del humanismo. Y como este universalismo tiene mucho que ver con sus raíces judías, esta agresividad en contra de él se
transforma rápidamente en una agresividad en contra de los judíos. Hay que eliminarlos, para que sea posible este mundo sin humanismo. De ellos vino, con ellos se va. Ellos tienen la culpa de la miseria del Edipo occidental.
Es el levantamiento en contra de Dios y de la humanidad.
Se trata de un levantamiento que se mantiene, aunque el nazismo haya terminado. Llega hoy al límite de la prueba empírica de que el universalismo humanista no es viable. Si la tierra ya no puede sostener a todos los hombres, el reclamo del derecho a la vida de todos los hombres y con eso el universalismo humanista en todas sus formas, pierde su sentido realista. Se transforma en irreal e ilusorio. Cuanto más se destruye a la naturaleza, cuanto más se aumenta el número de seres humanos más se acerca el momento en el cual los hombres ya no cabrán en el planeta. En el día en el cual ya no quepan, el Dios judío y cristiano es refutado. Para que unos vivan, otros tienen que morir. Cualquier reclamo de igualdad humana deja de ser realista, es empíricamente refutable. Para que un hombre viva, este tiene que matar a otro. De esto se sigue: Dios no existe porque dejó de ser posible seguir su mandamiento. Entonces, el universalismo humanista es efectivamente ilusorio, un utopismo sin más. La humanidad se acerca a este momento. Es el regreso de Nietzsche, pero ahora como único filósofo realista.
Si no hay mediación entre dominación y liberación, este es el destino. Es la sociedad occidental in extremis. Ganó la lucha con Dios. "
Aunque los dramas musicales de Wagner, con su idea del "Arte total" o de la fusión de todas las artes (poesía, música, teatro, arquitectura, pintura) en una sola, se han querido ver por algunos como un claro precedente del gran cine, no son tantas las obras del Séptimo Arte que se refieren directamente al genio de Leipzig, ni a su legado musical. Sí son bastantes más, sin embargo, las que han aprovechado con descaro las partituras wagnerianas para animar algunas de sus escenas más recordadas; no en vano fue el propio Wagner el que acuñó el concepto de leitmotiv, tan utilizado (y a veces de forma harto abusiva) por los cineastas desde la invención del sonoro.
En el día de hoy estamos muy acostumbrados a ver como el cine con pretensiones de histórico es capaz de adulterar los datos biográficos de un personaje célebre para hacer que encajen con el discurso dominante. Así ha sido en el caso de Alejandro Magno o ahora mismo de Miguel de Cervantes, convertidos por obra y gracia de cineastas progres en portaestandartes de la ideología woke. A Wagner, por motivos obvios, no se le ha podido reclutar para este tipo de causas y se le ha dispensado un tipo de tratamiento diferente la mayoría de las veces en que se ha abordado su figura.
Al tratarse de un artista bastante polémico, no debe extrañar que haya sido a menudo malinterpretado, cuando no atacado y tergiversado. Baste recordar aquella película en la que Woody Allen soltaba aquel ripio de que cuando escuchaba la música de Wagner le entraban ganas de invadir Polonia... Siendo Hollywood un archiconocido instrumento del lobby judío norteamericano para controlar las mentes, es natural que sus promotores hayan aprovechado cualquier oportunidad para condicionar el cerebro del público o maltratar a un personaje que, sin duda y mal que les pese a sus incondicionales, tenía como cualquier ser humano sus luces y sus sombras.
En el apartado de los biopics, cabe destacar como pionera la película alemana "Richard Wagner: una biografía cinematográfica" de 1912, dirigida por Carl Froelich para conmemorar el centenario del nacimiento del compositor, que aún tratándose de una película muda alcanzó la categoría de largometraje al superar los 80 minutos, algo poco frecuente en el cine europeo de aquella época. La cinta narra con mucho detalle la vida del compositor, el cual aparece muy bien caracterizado por el actor Giuseppe Becce. Aunque los productores tuvieron la idea de emplear la música del propio Wagner para acompañar la película, Cosima, la viuda del compositor que todavía vivía, se negó rotundamente a autorizarlo, por considerar al cine como un entretenimiento vulgar y poco artístico.
Pasarían varios lustros y un par de guerras mundiales para que de nuevo se llevara la biografía de Richard Wagner a la gran pantalla, esta vez por un estudio de Hollywood (Republic Pictures, especializado en westerns, como el famoso "Johnny Guitar" de Nicholas Ray) y a cargo de un director de origen alemán, William Dieterle.
"Fuego Mágico", del año 1955, es una película que empleó el sistema de Trucolor, al igual que el western anteriormente mencionado, y que tuvo el mérito de contar con un casting de interpretes de primera fila, como Alan Badel en el papel de Richard Wagner (sería el primer actor británico que lo encarnaría, ya que más tarde harían lo propio Trevor Howard y Richard Burton) Yvonne de Carlo como su primera esposa Minna o Peter Cushing como el rico comerciante y mecenas Otto Wesendonck. El guion se inspiró en la novela biográfica de la popular escritora alemana Bertita Harding, que a través de unos breves episodios aborda momentos decisivos de la vida del músico. Se contó para la banda sonora con la orquesta estatal de Baviera bajo la dirección de Alois Melichar. Aunque debió contar con un presupuesto importante, ya que algunas escenas se rodaron en localizaciones europeas vinculadas a la vida del compositor, como el castillo de Neuschwanstein o la mansión de los Wesendonck, la película obtuvo un escaso éxito entre el público norteamericano.
Como corresponde al cine hollywoodiense de la época, se centra sobre todo en la tumultuosa vida sentimental del músico, y da mucho protagonismo a las mujeres con las que tuvo una relación afectiva: Minna Wagner, Mathilde Wesendock y Cosima Liszt. Minna es representada como una mujer interesada, que sólo aspira a que su marido alcance una posición acomodada que le permita llevar una vida burguesa. El romance con Mathilde aparece como más bien platónico e inspirador del drama de Tristán e Isolda. En cuanto a Cosima, ésta se enamora de Wagner desde la primera vez que lo ve y no le importa sacrificar su matrimonio con el director de orquesta von Bulow y su posición social para estar a su lado y convertirse en su esposa. Alan Badel, conocido por haber interpretado a Juan el Bautista en la película de "Salomé" que protagonizó Rita Hayworth, no acaba de convencer del todo en el papel del genio de Leipzig, porque sus expresiones de arrobo místico llegan a ser algo excesivas.
En conclusión, la película no profundiza mucho ni en la vida ni en la obra del genio, si acaso nos lo muestra como un hombre enamoradizo y algo egocéntrico al que no le preocupa demasiado ser desleal hacia sus amigos Wesendock y von Bulow, pero eso sí tocado por un don divino para la música, que es capaz de aplacar la justa ira paterna de un Franz Liszt, muy disgustado por la relación adúltera que el artista mantenía con su hija Cosima. Sin embargo, el director Dieterle, que era judío, puso gran cuidado en ocultar en esta película cualquier alusión al "antisemitismo" del protagonista, lo que casi es de agradecer viendo posteriores producciones que se recrearon en este tema espinoso, con el objetivo de maltratar y denigrar al personaje.
Algo más controvertida es la producción británica-húngara de 1983 "Wagner", de Tony Palmer, un director anglosajón especializado en películas y documentales musicales. Se estrenó algunos años después del "Ludwig" (1972) de Luchino Visconti, en el que el italiano, en su panegírico homoerótico del llamado "rey loco" de Baviera, supo al menos hacer un uso exquisito de la música wagneriana, y del "Excalibur" (1981) de John Boorman, que con su banda sonora de Trevor Jones contribuyó a popularizar algunos pasajes wagnerianos, como los preludios de Parsifal y de Tristán e Isolda o la Marcha Fúnebre de Sigfrido.
El proyecto inicial de Palmer de hacer un largometraje acabó convirtiéndose en una serie para la televisión de 600 minutos de duración y de diez capítulos en total. El director contó con la colaboración de una productora cinematográfica húngara en una época anterior a la caída del muro de Berlín, lo cual resulta un caso bastante peculiar. La música de Wagner aparece a lo largo de la serie, gracias a los oficios de George Solti y las orquestas filarmónicas de Londres, Viena y Budapest.
La ambientación y la fotografía están muy cuidadas (no tanto la documentación histórica ni la caracterización de los personajes, porque en el guion de Charles Wood se deslizan varios "errores" e inexactitudes garrafales) y el plantel de actores no puede ser mejor: un magnífico Richard Burton como Wagner, Vanessa Redgrave en el papel de Cosima, y varios sires como sir Lawrence Olivier, sir John Gielgud y sir Ralph Richardson.
Sin embargo, el ritmo de la producción se resiente mucho, quizás por haberlo adaptado al formato serie y se vuelve lento y reiterativo, incluso infumable en ocasiones, salvándose solo gracias a la soberbia interpretación de Richard Burton. También se ha acusado a la serie por parte de los muy wagnerianos de incurrir en los consabidos topicazos contra el compositor (excéntrico, ruin, aprovechado, egocéntrico, antisemita) y de un uso desmesurado y sin conocimiento de los temas musicales, como los del Anillo, que aparecen sin venir a cuento y acompañados por la grotesca escena de un enano golpeando un yunque.
Tampoco el guion se resiste a proyectar en ocasiones una especie de juicio condenatorio y retroactivo sobre el músico, al que se culpa de exaltar el nacionalismo alemán encarnado entonces por el ascendente poderío de Prusia, con las funestas consecuencias belicistas y holocáusticas que todos conocemos. No obstante, esa adhesión al prusianismo del Segundo Reich no fue siempre así, como aparece al comienzo de la serie, cuando se nos presenta a un revolucionario Richard Wagner en las barricadas de Dresde en 1848, lanzando soflamas antimonárquicas y hasta celebrando la quema del teatro de la opera de Dresde, del que era director, por parte de los anarquistas seguidores de Bakunin. En todo caso, el guionista Charles Wood tuvo la ocurrencia de presentarlo arengando a las masas revolucionarias en nombre de un anacrónico "nacionalsocialismo" (???) en un descuido involuntario o no tanto.
A pesar del ritmo tan a menudo tedioso, hay escenas casi divertidas, como cuando el músico recibe la inesperada invitación para acudir a la corte de de Luis II de Baviera, su gran protector, justo cuando se disponía a huir de sus acreedores y de los sabuesos de la policía sajona. O cuando vemos el complejo sistema de tramoyas para transportar a las walkirias por los aires en el teatro de Bayreuth. Con demasiada frecuencia escuchamos las opiniones poco afectuosas de Wagner hacia el pueblo elegido, quizás más exageradas y vehementes de lo que fueron en realidad, como en el caso de su confrontación con Meyerbeer, el cual aparece regodeándose del boicot sufrido por Wagner durante el estreno parisino de Tannhäuser ante Napoleón III. No obstante, hay que reconocer que al menos algo del tema de fondo de su libro "El judaísmo en la música" sale a relucir en la película cuando se alude a cómo la influencia de algunos representantes del Pueblo Elegido habían contribuido a mercantilizar y degradar las artes, como siguen haciendo de un modo superlativo en la actualidad.
Pero como conclusión, es cierto que en conjunto la imagen que en está serie se nos ofrece de Wagner no resulta demasiado favorable, sino más bien parece la de un engreído y megalómano, bastante caradura y amante del lujo y de los trajes de seda. Y no se puede decir que los retratos de las personalidades de su círculo de amigos y admiradores, como Luis de Baviera, Franz Liszt, Hans Richter o Nietzsche, les hagan tampoco demasiada justicia, no pareciendo otra cosa que una panda de pardillos que revolotea deslumbrados alrededor del genio, salvo en el caso de Nietzsche, que al final se le acaba rebotando para cantarle las cuarenta. Si hiciéramos caso de lo que cuenta la serie, concluiríamos que el filósofo del Zaratustra, aparte de onanista, era una especie de pacifista con ribetes de profeta, como cuando le reprocha a Wagner su nacionalismo y antisemitismo, y le espeta que sus obras podrían animar a prender fuego a un tren entero cargado de judíos.
En fin que en este caso ocurre como con la mayoría de las producciones británicas que,
fieles a su costumbre, no pueden evitar enlodar todo lo que pueden la cultura y la historia de sus rivales consuetudinarios, aunque eso sí, con mucho estilo y glamour.
Otra cinta que hay que mencionar en el apartado de los biopics wagnerianos es la película franco-alemana "Wahnfried: Richard y Cosima" (1986) del director de cine austriaco y también pintor Peter Patzack. En comparación con otras resulta algo más respetuosa en el tratamiento que hace de Wagner y de otros personajes de su entorno, a pesar de que en alguna escena aparece el compositor vistiendo enaguas en la intimidad de su hogar (sin duda a Wagner le iban las telas suaves, pero de ahí a sugerir que tuviera inclinaciones travestis hay un gran trecho). Está localizada principalmente entre el lago de Lucerna y Bayreuth, y se centra en la relación escandalosa y que rompía todos los convencionalismos de la época entre Cosima, esposa del aristócrata prusiano Von Bulow, y el artista Wagner. Tras varios años en los que el matrimonio entre ambos al fin se consuma, aparecerán en sus vidas Nietzsche, que según la película desarrollaría una especie de pasión oculta por Cosima, hasta llegar incluso al fetichismo, y la joven Judith Gautier, hija del escritor Teófilo Gautier, que llegará a inspirar al músico en su etapa otoñal y se convertirá en una seria rival para la propia Cosima. En cualquier caso la película se acerca a ests asuntos en general con cierta discreción, lo que contrasta con otras producciones, como las del controvertido cineasta británico Ken Russell , como "Danza de los siete velos", "Mahler" o "Lisztmania", una serie de engendros delirantes en los que, a ritmo de rock progresivo, la emprende contra Wagner y Richard Strauss, y llega a acusar directamente al de Leipzig de ser el principal precursor del nacional socialismo, y por tanto del Holocausto.
Los ataques a Wagner se extienden a posteriori a toda su familia, señalada como filonazi y como la máxima beneficiaria de los festivales de Bayreuth, en el telefilme "El clan Wagner: Una historia familiar" (2013) de la directora alemana Christiane Baltashar.
A parte de las películas biográficas están las que abordan temas extraídos de las óperas wagnerianas, como el clásico del cine expresionista alemán "Los Nibelungos" (1924) de Fritz Lang, basado en el ciclo de El Anillo de Wagner, pero más directamente en el poema épico germánico del siglo XIII, el Cantar de los Nibelungos. El guion corrió a cargo de la mujer del director, la escritora Thea von Harbou. Esta monumental obra maestra del Séptimo Arte consta de dos partes, "La muerte de Sigfrido" y "La venganza de Krimilda"; la primera, más mítica y romántica, gozó del entusiasmo de los dirigentes del nacional socialismo alemán, hasta el punto de llegar a proponer a Lang cuando llegaron al poder que dirigiera la industria cinematográfica de su país. La segunda parte, algo más oscura, muestra la oposición entre los antiguos germanos, representantes de los pueblos arios, y las bestiales hordas asiáticas de Atila.
Este mismo cantar de gesta ha sido llevada al cine varias veces, en particular por Harald Reinl en 1966 y Uli Edel con la miniserie "El reino del Anillo" (2004).
La historia de Parsifal y el Santo Grial, relatada por primera vez por Chrétien de Troyes en el siglo XII y concluida brillantemente por el poeta y caballero alemán Wolfram von Eschenbach, siendo esta la versión que inspiró la obra homónima de Wagner, también ha sido llevada al cine en varias ocasiones. Está "Perceval el galés" (1978) de Eric Rohmer, curiosa por sus decorados naíf pero que utiliza como banda sonora canciones del Medievo. Mucho más wagneriana es el "Parsifal" (1982) de Hans Jürgen Syberberg, quien reproduce íntegro el drama musical de Wagner pero aportando una escenografía tan hipnótica como innovadora. Es como si el director alemán hubiera querido hacerse perdonar por los wagnerianos otras película anterior suya en la que había atacado sin piedad a Winifred Wagner, la nuera del compositor.
Otra película que no podemos olvidar porque nos atañe más de cerca es la española "Parsifal" (1951) dirigida por un ingeniero químico (y uno de los descubridores de la mercromina), el catalán Daniel Mangrané y por Carlos Serrano de Osma, con una magnífica fotografía en blanco y negro de Cecilio Paniagua. Se trata de una insólita producción de cine fantástico de la época franquista, que por su puesta en escena podría recordar a "La corona de hierro" (1941) de Alessandro Blasetti y a algunas películas de Jean Cocteau, pero también a Fritz Lang o a Eisenstein. De los escenarios se encargaron José Caballero y Enrique Bronchalo, con algunos guiños a la pintura simbolista y al surrealismo de Dalí, y de la banda sonora Ricardo Lamotte de Grignon y Enric Ribó, incluyendo algunos pasajes de Wagner en los momentos clave, lo que la convierte en la primera película de la historia del cine que adaptó una opera wagneriana con su propia música.
En los papeles protagonistas aparecen el actor mejicano de origen español Gustavo Rojo como Parsifal y la francesa Ludmilla Tchérina, que hizo un doble papel como madre de Parsifal y como Kundrya. La trama combina muy libremente elementos del Anillo del Nibelungo y del Parsifal, con otros que pueden recordar al western, al cine religioso o incluso a los tebeos de la época. Se inicia de un modo sorprendente en plena tercera guerra mundial, cuando unos soldados buscan refugio en la abadía de Montserrat y encuentran un libro antiguo en el que se explica la leyenda del Grial, una esperanza para los hombres, cuyo origen se sitúa en la Hispania del siglo V. Enseguida vemos aparecer a los bárbaros visigodos, que parecen más bien hombres de las cavernas, y al padre de Parsifal, Roderico, y a su antagonista Klingsor, quien al final lo termina matando a traición. El pequeño protagonista y su madre consiguen escapar y cuando al fallecer su progenitora se queda huérfano del todo, Parsifal es criado por los animales salvajes, como una especie de Tarzán medieval. Cuando pasados los años, se convierte ya en un "loco puro" se dirige hacia su destino, luchar para que prevalezca el Bien, y sus pasos lo llevarán a Montserrat en busca del Grial y la lanza de Longinos. Uno de los momentos más alucinantes y logrados de la película es cuando el héroe penetra en el Bosque Maldito o "El Jardín de los Pecados Capitales", que parece sacado de una pesadilla de El Bosco o Salvador Dalí.
"La montaña sagrada" era el título que originariamente se le había ocurrido a Mangrané, y esa identificación del santuario de Montserrat con el Montsalvat de Parsifal es una creencia muy arraigada entre los wagnerianos catalanes desde siempre (aunque en Francia sostengan que se trata de la fortaleza cátara de Montsegur, ya que el propio Essenbach apelaba a fuentes occitanas). La historia del Grial y de Parsifal, además de su simbolismo cristiano se relaciona con mitos célticos como el caldero del Dagda y con leyendas persas como la del heroico rey Kay Khosrow, de la que es probable que Wagner tuviera algún conocimiento. De hecho él, en vez de emplear el nombre de Perceval o Parzival (como aparece en los textos medievales) escogió Parsifal, que recuerda a Fal-Parsi, una interpretación del origen del nombre de raíz persa Estaban de aquella en boga en Alemania los estudios sobre la cultura irania y de los antiguos arios, y de ese mismo mundo extrajo Friedrich Nietzsche también la inspiración para crear su Zaratustra, que algunos interpretan como una especie de Anti-Parsifal con el que el filósofo puso de manifiesto su ruptura con su antiguo amigo y mentor Richard Wagner.
Para que al menos la mitad de la población mundial acepte nuevas leyes, normas y reglas que van en contra de sus vidas privadas, deben sustentarlas en un marco global convincente que justifique con una narrativa estos sacrificios. Un calentamiento que corresponde a un ciclo natural ayudado por geoingeniería que pueden desactivar cuando quieran es perfecto para dar la apariencia de que tenían razón. Todas y cada una de las medidas recomendadas a nivel mundial por estos organismos supranacionales para, supuestamente, combatir un cambio climático ficticio tiene una segunda intención.
Pero lo que más me molesta es que malversen el amor por la naturaleza de millones de personas, que donan dinero y hacen sacrificios por salvar animales de mirada blanca sin saber que en realidad los están perjudicando. No quieren salvar linces, quieren acabar con el ganado; no quieren cuidar a los peces, quieren acabar con la pesca; no tratan de promover los bosques, quieren solo arruinar los cultivos; no quieren energías limpias, solo acabar con las eficientes; no quieren proteger las culturas indígenas, solo globalizarlas; no quieren acabar con las enfermedades, sino hacernos a todos yonquis; no tratan de acabar con la pobreza, instauran un nuevo imperialismo en países pobres para que no progresen; no trabajan para la humanidad, sino para reducir la población a través de planes de eugenesia... Todas las buenas palabras tienen truco detrás, pero no se sostendrían si la Nueva religión no las unificara bajo una narrativa común según la cual los humanos somos una plaga para la Madre Tierra, por lo cual debemos suicidarnos para salvarla; pregunten a un niño, lo creen firmemente ya.
La tauromaquia es una de las formas vigentes de la barbarie. En cuanto a la figura del torero, creo que es esencialmente un cobarde. Un hombre que con todo un aparato racional de estrategias, entrenamientos, armas, estocadas practicadas, clases y mucho estudio premeditado, se mide frente un animal pasmado por la sorpresa, por la ansiedad; un animal que no tiene otro recurso que los reflejos de su instinto primario. Bajo esa disparidad podemos medir el valor de los toreros. La valentía verdadera no soporta desniveles tan abusivos. Por eso para mí los toreros no son valientes, sino más bien bufones; los bufones de la valentía.
Los inventores del término “cancelación” que aullaban cuando un colectivo pedía el boycott a algún espectáculo o artefacto cultural que los denigrase (una llamada a no consumir, básicamente) qué callafos están con la censura sin tapujos (“es que me critican”) del clown naranja. Cero sorpresas
Come más ranas toro.
Han cancelado el programa de un Jimmy Kimmel en USA. Nunca he visto el programa de Jimmy Kimmel, ni siquiera sabía que existía Jimmie Kimmel. Lo han cancelado por comentarios burlones o chistes, no los he escuchado, acerca del asesinato de Charlie Kirk y del presidente Trump. Me parece lamentable. La libertad de expresión es sagrada, es lo que hace libre a un país. Si no puedes burlarte o insultar al presidente de tu país, no vives en un país libre. Pensándolo bien, la razón principal que me llevó al bote en el que me largué de la isla donde nací, es que allí no se puede hacer chistes o insultar a los Castro en televisión (ni en ninguna parte). El señor Kimmel puede y debe, ya que es lo que piensa, burlarse o hacer chistes sobre del asesinato de Kirk o sobre el presidente Trump. Por muy de mal gusto que resulte para algunos. La respuesta a la censura comunista allá, o de la izquierda woke aquí, no puede ser convertirnos en ellos.
Los ricos tienen hielo en verano, los pobres en invierno.
This is football, dad.
Cuando confrontamos nuestros recuerdos con los de personas que vivieron lo mismo, descubrimos que la memoria es un monstruo de tentáculos mutantes.
En realidad no he conocido a nadie woke. He oído hablar de ello. Pero no creo que exista realmente. Es un poco como una leyenda.
We must endure for a little while, until morning returns bringing peace.
La existencia de casos reales de cachorros humanos que, al ser abandonados a su suerte por sus progenitores, han sido cuidados y amamantados por las hembras de otras especies de mamíferos, está documentada desde por lo menos el siglo V antes de Cristo. Hay leyendas y mitos fundacionales como los de Enkidu en la Epopeya de Gilgamesh, en la antigua Babilonia o el de Rómulo y Remo, que se refiere a la fundación de Roma, protagonizados por los llamados "niños ferales". El propio Zeus fue criado en su infancia por la cabra Amaltea en la isla de Creta y la niña Atalanta fue abandonada en el bosque por su padre y una osa se ocupó de ella.
Uno de los primeros hallazgos de un auténtico niño salvaje se produjo en Alemania hacia 1344, cuando en Hesse apareció un crío de siete años que vivió durante cuatro en un hoyo con una manada de lobos. Al llegar el siglo XVIII, en la época en la que Rousseau elaboró su teoría del "buen salvaje" se conocían al menos catorce casos de niños que habían crecido en compañía de lobos u osos, la mayoría en Europa, aunque también está documentado el caso de una joven esquimal de no más de diez años en 1700. También en Alemania apareció con trece años en 1724 Peter de Hannover, abandonado por su padre en un bosque. Vivió hasta los 68 años en sociedad, pero nunca aprendió a hablar.
En Francia destacaron dos casos muy famosos, el de la niña Marie-Angélique Memmie Le Blanc en 1731 y el de Víctor de Aveyron, hallado en Languedoc en 1799. Este último tenía unos doce años y fue atendido por el médico Jean Marc Gaspard Itard, quien lo tuvo en su casa durante cinco años para intentar que aprendiera a hablar como un ser humano y a socializarse. No consiguió ninguna de las dos cosas, únicamente que leyera y escribiera frases simples, comprobándose de este modo que era imposible a esa edad revertir el proceso de salvajismo de la criatura. El pobre acabó sus días en un manicomio de París. El caso fue llevado al cine por Truffaut en la película "El pequeño salvaje" (1970).
Otro lugar donde se documentaron muchos encuentros de niños ferales fue la India, como el de las niñas-lobo Kamala y Amala ocurrido en Midnapur (Calcuta) en los años veinte del pasado siglo, el de Ramu en los años 50 o el de Shamdeo ya en 1972.
En la época de Franco, en España, un muchacho llamado Marcos Rodríguez Pantoja, que fue abandonado por su familia, vivió en completo aislamiento durante doce años, conviviendo hasta los diecinueve con una manada de lobos, en un recóndito lugar de la Sierra Morena. En 1965 fue encontrado por la Guardia Civil y pudo después adaptarse a vivir en sociedad. Su historia fue llevada al cine por Gerardo Olivares en "Entre lobos".
La mayoría de estos sucesos reales de niños criados en la naturaleza parece que no le dan demasiado la razón a las teorías russonianas sobre el buen salvaje, un arquetipo idealizado en grado sumo: si bien desarrollaron en gran medida los sentidos del oído y el olfato (y en algunos casos eran capaces de ver en la oscuridad) y eran insensibles a las inclemencias del tiempo como el frío, andaban con mucha dificultad o a cuatro patas, eran mudos y no se mostraban para nada sociables, estando dominados por frecuentes ataques de ira.
En la literatura son célebres los personajes de Mowgli, creado por Rudyard Kipling en "El libro de las tierras vírgenes" (1894) y Tarzán, aparecido en la novela homónima de Edgar Rice Burroughs en 1912. En el primer caso se trata de un niño que en la India es adoptado por una pareja de lobos, Ramma y Raksha, y que será instruido en las leyes de la selva por el oso Baloo y la pantera Bagheera. En el caso de Tarzán, se trata de John Clayton de la casa Greystoke, de la aristocracia británica, recogido tras la desgraciada muerte de sus padres por la mona Kala, una hembra perteneciente a la especie de los grandes simios, que viven en un remoto rincón de la jungla africana.
Es evidente que los autores no quisieron contarnos la historia real de unos niños ferales, pues en lugar de unos héroes valientes y poderosos, nos hubieran presentado probablemente a unos tarados muy poco atractivos para el gran público.
Ambas figuras literarias y sus imitaciones han sido llevadas innumerables veces al cine y al cómic, con mayor o menor fortuna, destacando en este último medio las creaciones de José Luis Salinas y de Burne Hogarth.
Yo soy ateo, así que no podrán decir que sangro por la herida religiosa. Pero los cristianos no lapidan mujeres, ni extirpan clítoris ni entran en salas de baile y disparan a los allí reunidos, ni ponen bombas en mercadillos ni lanzan coches contra apacibles viandantes ni cometen genocidios ni se casan con niñas de siete años en nombre de su Dios. Ni matan, ya que estamos en esto, a miles a machetazos por asuntos tribales. Lo que quiero decir, es que espero (sentado) una mojiganga neocomunista como ésta pero contra los musulmanes que invaden el mundo civilizado, léase Occidente, y cuyo objetivo declarado es exterminar a los infieles (léase el hombre blanco civilizado occidental) e imponer sus grotescas, oscurantistas, estúpidas, criminales, homófobas y misóginas costumbres y creencias.
Si eres turco, te tienes que preguntar qué le debes a: (1) la antigua tradición nativa turca; (2) Persia; (3) Bizancio; (4) el islam; (5) qué tipo de islam; y (6) la occidentalización consciente. La historia no demasiado feliz de los intentos de Turquía para entrar en la Unión Europea ha provocado que todo esto ocupe el primer plano, y se ha producido otro cambio importante en los términos del debate: la mayor parte de Turquía es en la actualidad aceptablemente próspera (en términos de peso económico vale más que los Estados ex comunistas miembros de la Unión Europea y, de nuevo como España, ha «despegado» desde el punto de vista económico). Los primeros gestores de la república fueron occidentalizadores convencidos, con un fundamento ideológico en el nacionalismo turco y la determinación de expulsar de la vida pública la influencia de la religión, que se podía rechazar fácilmente como oscurantismo. Pero el tema no es tan sencillo. La prosperidad se extiende y despierta la vida adormecida de las ciudades provincianas de Anatolia. Sus políticos son religiosos y Turquía está gobernada, y no demasiado mal, por un gobierno que a veces cita a la democracia cristiana europea como su ejemplo. Esto ha provocado bastantes convulsiones y en la actualidad existe una preocupación extraordinaria por la historia: incluso los taxistas tienen unos conocimientos bastante amplios.
En realidad no se trata de una situación que deba analizar un extranjero y desde luego yo me resisto a hacerlo, excepto para decir que la Turquía moderna está viviendo una versión emborronada de lo que ocurrió a finales del siglo XIX , bajo el sultán Abd-ul-Hamid II. Por supuesto, no sé cuál será el resultado. El propio Abd-ul-Hamid está sometido a revisión. Es cierto que en su época se desarrolló una gran cooperación con Occidente mientras el imperio seguía teniendo unas bases religiosas (al menos en teoría). También se mejoró la educación y surgió una intelligentsia técnica que fue muy importante para la formación de la república. La intelligentsia técnica y el ejército se rebelaron contra Abd-ul-Hamid, y una versión de este conflicto nos sigue acompañando.
Me desperté en verano y me voy a la cama en otoño.
un perro huérfano tirándole tarascones al progreso
Dos hijos de la Gran Bretaña yendo a ver un amistoso de un equipo turco bebiendo cerveza africana
Ellos están a lo suyo, en teoría y quizá en esencia, libres de toda culpa, con su bochorno, su cansancio y su constante tensión por tener que labrarse un futuro, planeando, con resignación, la velada de un viernes que, de antemano, saben que será aburrida pero que esperan que al menos sea entretenida. En este momento, la violencia y la muerte —que aquí también se hallan escondidas en la naturaleza de las personas, de las cosas y de las casas, en el cubil asesino de las familias, en las carreteras de cuatro carriles, en los coches de todo tipo, en las vidas, en el sexo y en las ansias de dinero, poder y éxito— se manifiestan en otro lugar como la erupción lejana de un magma silente que tenemos bajo los pies y que, aquí y allá, sale a la superficie, explota, erupciona, destruye.
El verdadero artista conoce las trampas de la vanidad. Dar rienda suelta a la ansiedad es muy peligroso. Pero, ¿lo has entendido?, esa es la pregunta obligada. Apreciar y admirar no bastan: ¿lo has entendido? ¿Y entenderás lo que voy a hacer a continuación?
Another fucking melt, bullying women on a app ya fucking divi. Alpha male 🤣 get to fuck ya minge
El Imperio otomano es un fantasma que persigue al mundo moderno. Desapareció del mapa al final de la Primera Guerra Mundial, y los vastos territorios que controlaba han vivido un problema detrás de otro. Desde el siglo XIV, se extendió a
partir de una base en lo que en la actualidad es el noroeste de Turquía, y se convirtió en un imperio mundial, que se extendía desde la costa atlántica de Marruecos hasta el
río Volga en Rusia, y desde la frontera actual entre Austria y Hungría hasta el Yemen
e incluso llegó a Etiopía. En el siglo XVIII el imperio perdió el control del mar Negro y del Cáucaso a favor de Rusia; en el siglo XIX perdió los Balcanes con la formación
de las naciones-estado, la más importante de las cuales fue Grecia; en el siglo XX, perdió las tierras árabes. Desde entonces, los Balcanes y Oriente Próximo han sido un
problema para el mundo y por eso, en la actualidad, existe una cierta nostalgia del
Imperio otomano.
«Lawrence de Arabia», un inglés que había hecho tanto en 1916 por animar la
revuelta árabe contra los turcos —así los llamaban los extranjeros, aunque ellos
mismos no utilizaron el nombre hasta mucho más tarde—, contemplaba Irak, después
de la toma de posesión británica en 1919, y se preguntaba por qué la región se había
precipitado en un conflicto sangriento de todos contra todos: los británicos tenían
desplegado un ejército de 100 000 hombres, apoyados por tanques, aviones y gases
venenosos, mientras que los turcos habían mantenido la paz en sus tres provincias
iraquíes de Basora, Mosul y Kirkuk con 14 000 hombres reclutados sobre el terreno y
sólo noventa ejecuciones al año. El mismo comentario es válido para Palestina, donde
los británicos, después de pasarse treinta años intentando que judíos y árabes llegasen
a un acuerdo, se dieron finalmente por vencidos y dejaron el tema en manos de las
Naciones Unidas. Los Balcanes (y para el caso, también el Cáucaso) presentan otra
versión del mismo rompecabezas.
Saliendo en tromba de Asia, y extendiéndose como la cabeza de una yegua hacia el Mediterráneo
El centro del imperio otomano se encontraba en el palacio de Topkapı, sobre la pequeña península que rodeó el barco de Mike Barja en su camino hacia los muelles en el puerto del Cuerno de Oro. No hay otro palacio igual: vasto en
extensión, pero no en altura. Se extiende en patios con muchos pabellones, algunos de ellos muy intrincados, que se llaman köşk (el origen de nuestra palabra «kiosco»),
y refleja la idea que tenían los gobernantes sobre sus orígenes. El palacio es una versión elaborada del cuartel general de tiendas de un jefe nómada, y el símbolo
otomano era la cola de caballo: cuantas más se mostrasen delante de la tienda, mayor el rango; cuando el ejército estaba en campaña, las tiendas eran con frecuencia enormes obras de arte. La mejor muestra de ellas se encuentra en Cracovia, donde
fueron llevadas tras el sitio de Viena en 1683.
Los antiguos turcos procedían de la región de Altai en Asia central, sobre la frontera occidental de la Mongolia actual, e incluso es posible que tuvieran algunos lazos distantes al otro lado de los estrechos con Alaska (la palabra esquimal para
«oso» es el turco ayı). La primera referencia escrita es el chino tyu-kyu del siglo II a. C., un término que posteriormente aparece de vez en cuando en fuentes chinas del
siglo VI. Se refiere a tribus nómadas de guerreros, que se dedican a saquear a otras civilizaciones superiores: la palabra «turco» era el nombre de la tribu dominante, y
significa «hombre fuerte». Estos nómadas, relacionados con los mongoles, y quizá también con los hunos, se extendieron por las vastas llanuras de Asia central y
provocaron muchos problemas a los chinos, estableciendo de vez en cuando imperios esteparios que duraban una o dos generaciones antes de quedar absorbidos por los
nativos mucho más sedentarios. Gran parte de la historia china se refiere a estas batallas en la frontera larga y abierta; por eso la Gran Muralla fue una necesidad. El imperio estepario que destacó sobre los demás fue el de los uigures, alrededor de 800
d. C., que adoptó la escritura y mucho más de los chinos. Existieron dinastías con antecedentes claramente turcos, incluida la del fabuloso Kublai Kan (Kubilay es un
nombre bastante habitual en Turquía), que en 1272 fundó Hanbalık, «la ciudad del soberano», la actual Beijing.
Los turcos anatolios dicen que el kirguiz les parece bastante fácil, a pesar de los miles de kilómetros que les separan. La gramática es regular, pero se diferencia en que las
preposiciones, el tiempo y el género se añaden a la palabra principal, cambiando la vocal según la vocal dominante de la palabra principal. Quizá la mejor ilustración sea
la palabra «pastrami», una de las pocas palabras que debemos a estos turcos antiguos.
Se trata de una versión italiana del original pastırma, que en la actualidad se refiere a unas lonchas muy finas de ternera seca, envueltas por una torta de especias, entre las que destaca el comino (çemen). Pas es la raíz de un verbo que significa «presionar». Tır (la ı sin punto se pronuncia como el «eu» francés y marca un cambio de vocal que
se utiliza después de una «a») indica causa, y ma (también un cambio de vocal: podría haber sido me) convierte todo el conjunto en un sustantivo verbal o gerundio.
Este alimento, que se guardaba debajo de la silla, mantuvo a los arqueros a caballo nómadas durante cientos de kilómetros por las estepas de Asia central.
Los primeros escritos en turco (con un alfabeto rúnico) datan del siglo VIII, alrededor del lago Baikal, y se refieren a las dokuz oğuz «nueve tribus», pero muy pronto se impuso la versión uigur de la lengua, escrita en vertical al estilo chino, y fue utilizada en la correspondencia diplomática del gran conquistador mongol,
Gengis Kan
Los pequeños griegos e iraníes aprenden que sus ancestros, elegantemente vestidos de blanco, discutían de poesía mientras que las dignas matronas cuidaban de ovejitas retozonas y
las doncellas de cabellos rubísimos removían las marmitas, todo ello bajo cielos despejados, hasta que de la nada surgieron unos salvajes fornidos y greñudos dedicados al pillaje. Ésos son los turcos y su opresión duró siglos. Por el otro lado,
los pequeños turcos aprenden que la llegada de sus ancestros dio vigor a unas civilizaciones decadentes y llenas de eunucos. Cuando en la década de 1930 se obligó a los turcos a adoptar nombres al estilo europeo, Cenk, Tusa (aunque éste sea
probablemente de origen balcánico) y Savas, que significan «batalla», fueron bastante populares, y aún más Zafer, Galip, Mansur, Kazán, que significan «victoria». Y en
turco existen muchas palabras con una connotación de lucha.
El truco principal de los guerreros turcos fue que aparecieron y, como élite militar, ocuparon un Estado establecido desde antiguo. Eran extraordinariamente adaptables y aprendieron de los pueblos que conquistaban. En algunos, pero no en todos los casos, adoptaron su religión. En el caso de los mongoles fue el budismo o una forma de cristianismo; pero por el otro lado, en la India o en Persia fue por lo general el islam, que en esa época, alrededor del año 1100, era la forma de religión
más civilizada (como demuestran en especial los edificios de Samarcanda). Los persas, herederos de una de las civilizaciones más grandes del mundo, se sometieron a una aristocracia turca y hasta el día de hoy se preguntan por qué los turcos pudieron construir primero un imperio y después un Estado moderno que funciona, mientras que ellos no han sido capaces de hacerlo.
Los turcos persas eran llamados «grandes selyúcidas», pero sus primos menores, en muchos casos aún nómadas, penetraron en Anatolia. Su jefe, Alp Arslan (reinado 1064-1072), en realidad estaba conduciendo su horda (una palabra que también
deriva de ordu) hacia Siria, un país rico. Durante el camino, sus hombres estuvieron tanteando las fronteras orientales de Bizancio, el Imperio romano de Oriente, y molestando a los clientes de los bizantinos, los Estados cristianos en el Cáucaso
meridional, que miraban hacia Constantinopla. Un emperador, Romano Diógenes, decidió tontamente llevar un ejército hacia el este. En 1071 se libró una batalla en Manzikert, la actual Malazgirt, un lugar sin importancia sobre una meseta alta al
norte del lago Van, y los bizantinos perdieron, debilitando muy seriamente su control sobre el centro y el este de Anatolia. Durante los dos siglos siguientes, los turcos selyúcidas se establecieron en gran parte de Anatolia, aunque no la ocuparon por completo; Bizancio quedó confinado a la zona de Constantinopla, parte de los Balcanes y unos pocos enclaves costeros.
Los selyúcidas dejaron tranquila a la población cristiana de Anatolia. En Capadocia, a unas cuatro horas en coche al este de Ankara, existen valles en los que los cristianos vivían sin que los molestasen, construyendo iglesias en las rocas con
frescos que se han convertido ahora en un reclamo para el turismo mundial. Los frescos pintados en la época del renacimiento bizantino, en el siglo X y principios del
siglo XI, son de gran calidad y uno de ellos fue llevado a la Rusia recientemente cristianizada como Nuestra Señora de Vladimir. Después de la conquista selyúcida, los frescos se vuelven más toscos, pero existen pruebas de que los turcos
desarrollaron una civilización tolerante y que respetaba sus leyes. No estaban interesados en suprimir la religión de los demás pueblos, y en cualquier caso eran
demasiado pocos, rodeados por una población cristiana. En vez de eso tuvieron lugar muchos matrimonios mixtos y un comercio floreciente. Una princesa bizantina con
inclinaciones literarias, Anna Comneno, decía en el siglo XII que los habitantes de Anatolia se dividían en griegos, bárbaros y «bárbaros mixtos», designando así a los turcos casados con cristianas.
La capital selyúcida, Konya (la antigua Iconia romana), y una ciudad grande, Kayseri (la antigua Cesarea en Capadocia), disponían de algunos edificios espléndidos al estilo de los grandes palacios de Samarcanda y Bujarrra en Asia central.
Ya dijo Pessoa que si rascas un poco a un coruñés encuentras a un turco.
Se rieron de lo tonta que era su conversación. Los ocupantes del asiento trasero no mostraron el más mínimo interés por las voces que les llegaban, como si se encontrasen en un lugar diferente y en una distinta franja horaria. Se contentaban con observar a través del cristal aquellas vidas tan dispares que en sus mentes se asemejaban a la olvidada existencia y a la sucia y abigarrada cocina del desastrado cocinero de un palacio y que evocaban en ellos cosas que ya habían visto antes.
A Bárbaros se le dio por pensar que todas las ciudades del mundo detestan a todas esas personas que recuerdan a monstruos informes de ciencia ficción y se le vino a la mente que el gran maestro capaz de crear esos monstruos es Henri Giger.
Hakan era mentiroso, traicionero, estafador y colonizador y se acordó del ginebrino Henri Dunant quien, a pesar de enloquecer en sus últimos días, le había dado al mundo la Cruz Roja. En 1864 Henri Dunant, tras complotarse con el General suizo Guillaume-Henri Dufour en tiempos del dominio del Imperio Otomano para llevar a cabo el traslado de población judía y cristiana a Palestina y de apropiarse de cientos de miles de metros cuadrados en Argelia con el dinero de socios europeos con el objetivo de hacer realidad allí el mundo imaginario en el que él habitaba, fue el arquitecto de la Convención de Ginebra e incluso hoy en día desconocemos cómo consiguió convencer a dieciséis estados para que enviaran otros tantos desconocidos representantes y aportaran su grano de arena. En 1901 Dunant recibió de manos de este hombre de guerra el primer Premio Nobel de la Paz y falleció nueve años después en una clínica de desagradable aspecto cuyos muros estaban pintados con los colores del hambre y el olvido. Por un momento, Hakan se asemejó a este hombre. Tanto bueno como malo, hermoso y horrible. La única diferencia entre ellos es que él, al contrario que Dunant, no había llegado ni a ponerse en marcha. Aunque Hakan poseía un catálogo de sueños que no desmerecía del de Dunant nunca había hecho el más mínimo esfuerzo por llevarlos a la práctica y despreciaba a los que sí lo hacían. Por lo tanto, era al mismo tiempo peor y mejor que Henri Dunant, y también más hermoso y más horrible. Hakan se encontraba simplemente en una carretera que le llevaba a una ciudad llamada Middlesbrough, en el interior de un Audi que era el fruto de una delicada relación y que no les pertenecía ni había sido adquirido con su dinero. Si el río Danubio dividía la capital húngara en Buda y Pest, el Bósforo separaba a Hakan del resto del mundo. Entre ellos se interponían los petroleros. Hakan, que no perdía de vista por el rabillo del ojo las luces de los barcos empapados por todas partes con la única excepción de la carga que llevaban y de su tripulación, se dio cuenta de que la ceniza ardiente del cigarrillo que sostenía entre los dedos índice y corazón se desprendía y una fina columna de humo flotaba ante sus ojos.
Abracé tu noche, ven. No puedo darte la espalda, añorando tu silencio destrozado. Lloré al amanecer de la luna. Estás seca en mi rostro hasta que me desplomo, mariposa olvidada, ardiendo de pasión y fuegos anhelantes. Ven.
Separación de tus palabras inventadas pegadas al cemento, entra tu vacío en mi sueño medio hermoso cuando se te acabe el tiempo. Ven y no vayas a tocar mi sueño.
Mis pupilas, que orillarán todas las aperturas de tus ojos. Así como todo extranjero se pierde, caminaré por la gran ciudad, solo en tu piel.
No lo olvides, mi mundo aguantará lo que me quede de esta estructura, de su mapa, cuando deje la azalea y me deshaga de dar de comer a los pies de la cama.
En mi noche invisible estoy esperando tu llegada, los caminos inexorables de la copa de peltre.
250 g de azúcar negra.
200 g de manteca a temperatura ambiente.
350 g de harina leudante.
3 huevos grandes.
1 cucharadita de bicarbonato.
1 cucharadita de canela.
1 cucharadita de nuez moscada.
1 pizca de sal.
150 g de pasas de uvas.
150 g de pasas rubias.
100 g de nueces picadas.
150 g de frutas abrillantadas y trozos de dulce de membrillo.
250 ml de vino tinto o té negro bien cargado.
Ralladura de un limón y una naranja.
Paso a paso:
Hidratá con el té negro o el vino las pasas de uva negras, rubias y los frutos secos, todo en un bowl. Se sugiere dejar la preparación toda la noche en la heladera. Antes de usarlas, escurrir, pero reservar algo de líquido para la torta.
En un recipiente colocá la manteca y pisala hasta obtener una pomada. Agregá el azúcar negra y formá una crema homogénea.
Agregá de a un huevo y batí hasta incorporar todos.
Tamizá la harina con el bicarbonato, la canela, la sal y la nuez moscada.
Poco a poco añadí estos ingredientes secos en la mezcla húmeda. Si es necesario, volcá líquido de los frutos secos.
Colocá las frutas hidratadas, el dulce de membrillo, la ralladura de limón y naranja.
Vertí la mezcla en un molde de torta previamente enmantecado y enharinado.
En un horno previamente encendido a 180° C, cociná la preparación durante 1 hora y 30 minutos. Antes de retirar del horno, pinchar con un palillo de madera para controlar que esté cocida.
Desmoldar y servir en frío.
Tiempo de preparación: 10 minutos
Tiempo de cocinado: 20 minutos
Tiempo total: 30 minutos
Raciones: 13
Categoría: repostería
Tipo de cocina: galesa
Calorías por ración (kcal): 156
Ingredientes de los Welsh cakes
110 g de mantequilla (y algo más para cocinar las tortas)
200 g de harina de trigo
15 g de levadura química
75 g de azúcar
40 g de pasas
1 huevo M
Cortamos 110 g de mantequilla a dados y la mezclamos con ayuda de las yemas de los dedos, en un cuenco, con 200 g de harina de trigo tamizada con 15 g de levadura química.
Mezclamos la mantequilla con la harina
Agregamos el azúcar y las pasas
Añadimos el huevo
Estiramos la masa
Sacamos formas
Doramos los Welsh cakes en una sartén con mantequilla
Repetimos hasta cocinarlos todos
Servimos
En este blog nunca hemos ocultado nuestra preocupación por el incierto devenir patrio, aunque somos muy conscientes de que a lo que estamos asistiendo a diario es a una representación de los actores políticos, que aspiran con sus espectáculos de gran guiñol a tenernos el alma en un puño y a que contengamos el aliento, mientras nos escamotean lo que esta pasando en realidad entre bambalinas.
Últimamente asistimos a un teatrillo progre a cuenta de la tragedia de Gaza, escenificado en gran parte por los "antifas" de Unidas Jodemos y compañía. Después del crucero por el Mediterráneo que ha servido para que se tuesten al sol y echen la pota la Greta (con su nuevo look a lo Golem) y la Colau, hemos asistido al espectáculo de toda una exministra del gobierno al frente de las manifas, enseñando los dientes y todo, aunque eso sí llevando guardaespaldas privado, y refrendando una kale borroka de andar por casa y las agresiones a los ciclistas de la Vuelta. Ojalá pusieran el mismo empeño en asaltar con antorchas las sedes de BlackRock y de Vanguard, máximos representantes del capital sionista internacional, y principales responsables de la masacre de palestinos en la futura Riviera de Gaza. Habría que recordar, de paso, los suculentos contratos militares con Israel que el gobierno de España firmó estando esta tipeja de ministra.
Además estos progremitas, apuntalando el mito fundador del régimen de los vencedores del 45, el que está vigente todavía en la actualidad en Occidente, no cejan de intentar convencernos de que el Estado de Israel es "nazi", cuando es bien sabido que fue una creación de la izquierda laborista judía, de Ben Gurion y compañía, encuadrada toda ella en la Internacional Socialista, y contando con una numerosa población de colonos judíos procedentes de la URSS, los únicos a los que Stalin permitió abandonar el paraíso comunista en aquella, para Roberto Vaquero, edad de oro soviética. También fue esta misma izquierda judía la que inició, allá por 1948, la nakba, es decir la expulsión de su territorio y el posterior exterminio de la población árabe. Que la cosa viene ya de largo...
Ahora pretende esta falsa izquierda antisistema que el hipócrita de Sánchez se moje un poco más con el globalismo, y que acoja, por ejemplo, a millares de refugiados palestinos en nuestro suelo, para que engrosen sin duda el ejército de reserva del gran capital, que utiliza la mano de obra barata de los inmigrantes para ir tirando a la baja más aún el salario de los trabajadores autóctonos, al mismo tiempo que ellos aspiran a convertirlos en sus futuros votantes (lo llevan claro si creen que con sus consignas woke van a encandilar al electorado musulmán, pero en fin). Todo esto lo hará encantado Sánchez, pues trabajan coordinados unos con los otros.
El otro actor de este sainete, por supuesto, es el gobierno del PSOE-Sumar, a cuya cabeza está el incombustible P. Sánchez, el rehén del Pegasus, que en estos tiempos de agonía para él, le da por sobreactuar y está deviniendo en un gran líder populista y batallador, enfrentado al parecer a las finanzas judías internacionales y a los poderes oscuros que dominan el mundo.
Tardó en enterarse este títere de qué va la cosa, por lo visto. "Antisemita" y hooligan de los terroristas de Hamás, claman los peperos y los voxaleros (otros actores secundarios de este vodevil) campeones estos últimos de la Santa Alianza del sionismo con la cruz, y de la acogida masiva en nuestro país de la inmigración hispanchista, que nos aportará valores eternos como los cultos evangélicos, las maras o el reguetón.
Quién lo diría de este buen chico de Sánchez, casi siempre tan obediente a los dictados de Bruselas, del Foro de Davos y del FMI, y que en su día fue incluso consejero de la Asamblea general de Caja Madrid, en la época del difunto Blesa. Hasta ha llegado ahora a lamentar que nuestro país carezca de poder disuasorio, al no disponer de armamento nuclear ("La política ya no está en los parlamentos y la única ley que vuelve a imponerse es la de la violencia", como dice don Francisco J. Fernández-Cruz Sequera). Eso no pasaría si hubiera prosperado el Proyecto Islero, ese que saltó por los aires junto con el coche de Carrero Blanco, cuando Kissinger y la CIA decidieron tomar cartas en el asunto, utilizando a sus peleles de ETA y el PNV. Ahí se acabaron definitivamente las aspiraciones de lograr la soberanía e independencia de nuestro país, y ahora sólo tenemos "líderes" como el marido de Begoñe, que se limitan a seguir las instrucciones que sus superiores le están marcado.
Porque a pesar de ese supuesto desafío a Netanyahu y las acusaciones de este último contra el "ejecutivo español", al que sólo le ha faltado calificar también de "nazi", todas las evidencias apuntan a que el okupa de la Moncloa desempeña un papel que, como siempre, le han asignado sus amos de la UE. Ahora que su contrato como payaso número uno de este circo está a punto de rescindir, debe sobreactuar un poco y representar las posiciones más progres y combativas en pro de los "derechos humanos" dentro de la UE, mientras que la Alemania de Merz puede seguir apoyando sin restricciones los planes genocidas de Trump y del Estado de Israel.
La política europea estos dos últimos años de genocidio ha consistido en mirar para otro lado o hacer simples declaraciones como el reconocimiento el estado palestino (ahora que se han cargado a los palestinos y Gaza está repartida para como resorte de lujo en los despachos de los magnates anglo-americanos, nos salen con eso) o que "se estudiarán" sanciones contra Israel, mientras se siguen haciendo grandes negocios con su gobierno terrorista y genocida, cuando con Rusia por el tema de Ucrania no anduvieron con tantas contemplaciones.
Y el gobierno que padecemos en España no ha sido ninguna excepción, más bien todo lo contrario. A pesar de sus bonitas palabras, de amenazar con retirarse del festival de Eurovisión, a pesar de ese supuesto "embargo" del que habla el trilero de Sánchez, se sabe que España es el país de la UE que más armamento israelí ha importado entre febrero y mayo de 2025. Curiosa forma de combatir un genocidio tiene esta piara de sinvergüenzas. A nadie se le escapa que nuestro sistema de seguridad y de defensa sigue dependiendo en gran medida de la tecnología israelí, esa misma que controla nuestros aparatos móviles y que creó el software de Pegasus, muy útil para espiar al pelele de la Moncloa .
Ahora la Fiscalía del corrupto Ortiz autoriza abrir un expediente sobre los crímenes de Israel, cuando se sabe que se trata de un brindis al sol que no sirve para nada. Los únicos que podrían hacer "algo" al respecto con algún resultado serían los de la Corte Penal Internacional de La Haya; pero Karim Kahn, el fiscal que ordenó el arresto de Netanyahu y sus secuaces, se está enfrentando ahora, como sucedió con Assange, a una muy conveniente acusación por violinización de una fémina. Las Me Too, como siempre, dándolo todo al servicio de la causa sionista.
Recapitulando: nos dicen que para reducir el calentamiento global, van a dirigir los vuelos comerciales de todo el mundo a través de inteligencia artificial hacia las altitudes que generen más estelas con el fin de que estas se transformen en nubes cirros que hagan una pantalla solar que enfríe el clima. Como dijo la revista Forbes cuando William Henry Gates III anunció su proyecto de tapar el sol en 2001: ¿qué puede salir mal? Estas estelas se forman con las partículas tóxicas de los nuevos jetfuel, las cuales colectan, a su vez, las partículas de condensación para formar cirros que se expanden hasta juntarse, creando una descomunal pantalla blanca. Nos quieren convencer de que bloqueando el sol nos hacen un favor, y además lo están haciendo "por nuestro bien", sin consultarle a nadie qué nos parece semejante barbaridad.
Están haciendo una modificación deliberada de la radiación solar para, supuestamente, combatir un cambio climático antropogénico que no existe... ¡Un momento, van a tener razón! El cambio climático provocado por el hombre existe, sólo que quienes lo producen son ellos.
De modo que es cierto que han creado una poderosa maquinaria de geoingeniería a nivel mundial que funciona sola utilizando aditivos en los combustibles de los vuelos comerciales. Es cierto que están volcando a la atmósfera compuestos tóxicos que podrían evitarse. Es cierto que la formación artificial de cirros puede enfriar o calentar la superficie de la Tierra a nivel local como ellos decidan. Es cierto que pueden hacerlo y que lo están haciendo. Pero lo más grave de todo es que toda esta estrategia mundial no se implementa por los fines que nos cuentan; no quieren enfriar la atmósfera para evitar un calentamiento global porque, en realidad, nos dirigimos a un mínimo solar que conlleva algo mucho más peligroso: un enfriamiento. Y, aunque sus motivos fueran esos, tratar de influir en la atmósfera arrojando toneladas de sustancias en ella es extremadamente imprudente, cuando no suicida, pero lo es aún más si la humanidad no está siendo informada de decisiones que se toman, sin tenernos en cuenta, sobre el aire que respiran nuestras familias. No hace falta llegar a denunciar grandes conspiraciones como las que sostienen que arrojan nanotecnología o bacterias; con lo que ya en este minuto se puede demostrar ante un tribunal, se puede parar esta locura.
Nuevas, amigos; acabó la guerra, la airada tempestad zurró a los turcos con furia tal, que cejan en su empeño, Una gallarda nave de Venecia vio naufragar, y en desastre completo, la mayor parte de su armada.
No es sorprendente que ni negros ni musulmanes estén satisfechos con la imagen que Shakespeare proyecta de ellos en la figura de Otelo (¡aunque no sepamos si éste es negro o musulmán!). En las palabras de Otelo queda maravillosamente expresada, de modo certero y dramático, la ira justiciera e hiperpapista del converso, el odio a sí mismo del criminal arrepentido, y la victimización internalizada del chivo expiatorio perteneciente a una minoría étnica. Otelo por fin confiesa su indignidad (que todos habían predicho y él ha demostrado), y también la expresa con una imagen de exotismo y eurocentrismo paternalista, comparándose a "the base Indian" (con lo cual pueden sumarse los indios al coro de abucheos a un tembloroso y acorralado Shake-Speare). Las palabras de Otelo son indecidibles: no puede saberse si se castiga a sí mismo sabiendo que es circunciso o si tal es el grado de autoabyección a que ha llegado, que utiliza el término "circumcised dog" sin siquiera ser consciente de que lo está castigando en sí mismo, convirtiéndose en el turco que esta vez mata al turco (o al cristiano, una vez más). Es un juego de palabras y de acciones que nos lleva a un indecidible regressus in infinitum, y expresa, y hace, el carácter y destino de Otelo. Ni siquiera el suicidio súbito, también traumático, de Caché, crea un momento de intensidad teatral semejante, con este paso súbito de la narración y el pasado a la teatralidad y el presente, superpuestos violentamente. ¿Regresa Otelo a su pasado, o nunca ha salido de él? A malignant, and a Turbond-Turke... También la relación entre la malignidad y el turbante es indecidible, ambivalente, y puramente shakespeareana en ese sentido. El turbante, signo del Islam, ¿necesita la "malignidad" del adjetivo para modificar o aclarar su significado? ¿O es "Turbond" (always already) un sinónimo de "Malignant"? Las dos cosas, en Shakespeare.
Tuvimos otro rector marica, un tal Lendoiro, una loca completa que manoseaba a todos los muchachos. Alguna vez me tocó el pecho para saber si me había salido una teta: un cepillo, un pequeño objeto verde y rectangular, debajo del suéter, en el bolsillo de la camisa. Este puto marica, narrador deportivo, al césped le decía “el gramado esmeraldino”, y al balón, por supuesto, “el esférico”.
No te pongas pantalones anchos en un safari y no esperes ser atacado por un león.
No desprecies a la culebra por no tener cuernos, quizá se reencarne en dragón; también un hombre puede ser todo un ejército.
Pensar es una cosa, existir en lo que se piensa es otra
Todo comienza cuando el Gran Turco se entera de la presencia en su harén de una joven cautiva española bellísima. Catalina, que ya tiene dieciséis años y que ya lleva seis como cautiva y esclava en el harén del Gran Turco, se ha convertido en una joven de radiante belleza, a la que Rustán, un eunuco cristiano, encubre y protege de los deseos del Sultán desde que como niña ingresó en el serrallo. Pero esta situación de ocultamiento ya no se puede mantener más cuando un eunuco turco, Mamí, la descubre y denuncia al Sultán lo que sucede y éste, oídas las alabanzas de su belleza divina y sin igual por los dos eunucos, ordena que la traigan a su presencia. Naturalmente, Catalina es plenamente consciente de lo que supone ser una esclava del sultán; ella sabe que las mujeres de su harén del que ella también forma parte viven esclavizadas y a disposición de sus deseos. Rustán, el eunuco que se ha erigido en su protector, lo tacha de tirano cruel. Catalina, por su cuenta, lo considera «inhumano» y, previendo lo que se le avecina, piensa plantarle cara en el terreno religioso y resistirse a sus exigencias lujuriosas sólo hasta cierto punto: «No triunfará el inhumano/ del alma; del cuerpo/, sí,/ caduco, frágil y vano» (Teatro completo, pág. 381, vv. 281-5). En estas palabras se encierra el programa de actuación de Catalina ante el Sultán: por lo que respecta al alma, ella nunca abandonará su fe cristiana, por la que sí estaría dispuesta a dar su vida, ni el consentimiento a los deseos del Gran Turco, pero, en cuanto al cuerpo, ella es consciente de que el déspota turco triunfará sobre su cuerpo y tendrá que entregárselo, pero forzada y sin su consentimiento. En este punto no se la ve dispuesta a dar su vida, aunque de entrada se resistirá, como se verá, presentando toda suerte de obstáculos.
Con la presentación de Catalina ante el Gran Turco estalla la batalla psicológica, moral y aun, por parte de Catalina, que no del Sultán, religiosa. El Sultán queda tan deslumbrado por la singular belleza de la cautiva, a la que por fin puede contemplar, que inmediatamente decreta que sea su esposa y se convierta en la gran sultana, sin que para ello le importe que sea turca o cristiana. Catalina reacciona a ello haciendo profesión de fe cristiana y recordando al Sultán la imposibilidad de un matrimonio entre un cristiano y un mahometano, amén de la desigualdad de estatus: «¿Dónde, señor, se habrá visto/ que asistan dos en un lecho,/ que el uno tenga en el pecho/ a Mahoma, el otro a Cristo?/…pues no junta bien amor/dos que las leyes dividen./ Allá te avén con tu alteza, /con tus ritos y tu secta,/ que no es bien que se entremeta con mi ley y mi bajeza» La primera jornada concluye con una escena en que Catalina, que se ha quedado sola, se vuelve hacia Dios en demanda de su protección.
En la segunda jornada vemos a Catalina resistiéndose a casarse con el Gran Turco: «La viva fe de mi intento/ a toda su fuerza excede: / resuelta estoy de morir/ primero que darle gusto» . Tal es la respuesta inmediata a las palabras de Rustán, su eunuco protector, de que el Sultán tiene derecho a gozar de ella a su contento o placer igual que haría con una alhaja de su propiedad. El consejo tácito de Rustán es que se acomode a la situación, de la que no tiene otra escapatoria si es que no quiere acabar muerta, y le pide que tenga en cuenta que no le induce ni le fuerza a ser mora. Pero para Catalina esto no es suficiente y se obstina en resistir y se pregunta si no es un gran pecado juntarse a un infiel musulmán y se declara dispuesta a ser mártir y morir antes que pecar casándose con él. Rustán le responde que el martirio se ha de reservar para más alta causa como es perder la vida por la confesión de la fe y que, por tanto, es una insensatez ser mártir por un asunto, como es el suyo, que no concierne a la confesión de la fe, que el Sultán respeta. Tras esta conversación entre Catalina y Rustán, que terminará haciendo mella en ella más adelante, vemos de nuevo al Gran Turco insistiendo en su propuesta de casarse con ella y tener hijos, pero su propuesta es tajantemente rechazada por Catalina, quien le replica que antes que parir otomanos prefiere engendrar águilas.
Como se ve, a todas las propuestas del Gran Turco, tras las que late una intensa pasión lasciva por la bella esclava española, sale al paso Catalina con negativas y reafirmándose en su condición de cristiana, lo que se erige en un impedimento a las pretensiones lujuriosas del Gran Turco, quien sin poderlo ocultar le confiesa que arde en deseos de conquistarla y gozarla: «Mi cuerpo…arde/ en llamas de tu afición». El sultán, con tal de conseguir el objeto anhelado de su torpe deseo, le da posesión de su alma y de su cuerpo, como si a Catalina le importase algo su alma y su cuerpo. Pero Catalina hace caso omiso de todo esto y se ratifica en su fe declarando que ha de ser cristiana, a lo que a su vez el Gran Turco contesta groseramente confesándole que no le importa su alma, que la deja para ella y para Dios, sino su cuerpo, revelando así que lo único que le interesa es saciar su deseo libidinoso con el cuerpo de Catalina: tú sé cristiana, le dice, «que a tu cuerpo, por agora,/ es el que mi alma adora / como si fuese su cielo». Declara que no quiere conseguirla y satisfacer su gusto por la fuerza, como si acaso ella no fuese su esclava y ello no fuese ya un acto de fuerza; pero las protestas de no querer darse gusto usando la fuerza resultas poco convincentes, cuando inmediatamente, para rendir a Catalina, veladamente la amenaza advirtiéndole que «como a mi esclava, en un punto/ pudiera gozarte agora»
A la postre esta suerte de presiones termina haciendo mella en Catalina, quien no olvidemos que apenas es una adolescente de dieciséis años, y se quiebra su voluntad. Rustán, que ha seguido el diálogo entre el Sultán y la española, le pide que humille sus pensamientos, porque ve muy airado al Gran Señor. Y Catalina finalmente se rinde y se postra de hinojos ante éste confesando ser su esclava. Ella atribuye su rendición al temor («Dio el temor con mi buen celo/ en tierra») y a su corta edad, quizás por la flaqueza e inmadurez a ésta asociadas. Rendida ya y dispuesta, pues, a desposarse con el sultán, se conforma ahora con que éste respete su fe cristiana y su deseo de mantenerse siempre en ella, lo que gustosamente el Sultán le promete respetar con tal de disponer libremente del cuerpo de la bella Catalina para darse gusto. La escena se cierra con la orden del Sultán de que traigan las cautivas de su serrallo para que presenten obediencia a la nueva sultana y con los deseos de éstas, expresados por la boca de Zaida, en realidad Clara, de que las bodas de Catalina con el Sultán sean dichosas y que su seno sea fecundo. El autor nos ahorra asistir a las bodas y más adelante, nos enteramos por boca de Rustán, de que la hermosa cautiva se ha casado ya con el Gran Turco y que éste, cumpliendo con su promesa, le consiente vivir en su ley cristiana, y que se vista y trate a su gusto como cristiana.
Ya en la tercera jornada asistimos a un tenso diálogo entre Catalina y su padre, quien ha venido al cautiverio para salvar a su hija, en que éste le reprende por haber cedido a los deseos del Sultán. El padre de Catalina antes preferiría que su hija fuese monja a que sea sultana de los turcos. Él no entiende el comportamiento de su hija y le echa la culpa de haberse rendido por su propia voluntad al que no duda en calificar como tirano. Duro e inflexible con ella, considera que no hay excusa para su rendición, pues el tirano turco, arguye, no la ha maltratado o tratado cruelmente encadenándola o poniéndole ataduras en los pies o en los brazos, sino que le ha proporcionado una vida licenciosa, llena de pompa y de majestad. El padre se queja amargamente de que Catalina no haya actuado más cristianamente, pues si hubiera tenido un gusto más cristiano, el tirano no hubiera gozado de ella tan injustamente.
La hija reconoce haberse rendido, pero se defiende alegando que determinó morir antes que agradarle y que si finalmente ha cedido, no ha sido por consentimiento pacífico a los exigentes deseos del sultán, al que tacha de «descreído» y de «ministro de mi tormento», sino por la formidable presión insoportable ejercida sobre ella por él, cuyo deseo tanto más se encendía cuanto más ello lo rechazaba, lo enojaba o despreciaba sus halagos. Mil veces se determinó a morir antes que a agradarle, pero ante tan intensa presión, alimentada por la convicción confesada por él de que «las cosas que me dan gusto/ no se miden ni se tasan;… y para las alcanzar/ siempre espero, nunca temo»
Pero tras esta relajación, de nuevo pasa a primer plano la pasión lujuriosa del Gran Turco por Catalina, el cual por fin ha conseguido su objetivo de ver saciados sus deseos carnales y sólo presta atención a ella como animal en celo. Tan es así, que hasta el Gran Cadí, especie de juez supremo turco, le reconviene por ello y le aconseja que, no obstante la hermosura de Catalina, procure tener hijos de más de una de sus mujeres: «Atiende, hijo, a hacer hijos/ y en más de una tierra siembra». A lo que el Sultán replica, manifestando con ello su celo carnal por Catalina y su desinterés, al menos de momento, por las demás mujeres de su harén, que «Catalina es una bella hembra» como si no fuera más que un animal apto para darle placeres sexuales y para parir. Pero inmediatamente el Gran Cadí, dándose cuenta del encendido deseo del Sultán por la cautiva cristiana convertida en sultana, le contesta: «Y tus deseos [son] prolijos», lo que reconoce el Sultán, quien confiesa no tener ojos más que para Catalina: «¿Cómo prolijos, si están/ atentos a sólo un objeto atentos?»
A pesar de la confesada pasión ardorosa del Sultán por Catalina, la única a la que dice atender, nos enteramos por boca de los dos eunucos encargados de gobernar el harén, Mamí y Rustán, que el Sultán desea diversificar su atención sexual, pues quiere ver a sus cautivas del serrallo, compuesto de más de doscientas, y volver a su usanza o costumbre de gozar de sus mujeres, lo que es un signo inequívoco, según algunos personajes, de que al Gran Turco no le mueve el amor por Catalina, sino el apetito carnal. Por eso Zaida (en realidad, Clara, que también forma parte del serrallo y a quien le preocupa que pueda ser una de las elegidas por el Sultán para satisfacer sus apetitos y quizás darle un hijo) sentencia rotundamente: «El suyo no es amor, sino apetito» Rustán admite que el Sultán es inconstante en sus amores, una inconstancia que él atribuye a que busca dónde hacer un heredero, sea donde fuere, sea una mujer u otra. Obedientes, los eunucos traen todo el serrallo ante el Gran Turco, para que éste las vea y, conforme a su gusto y deseos, elija cuál o cuáles quiere gozar para hacer un heredero.
Es interesante constatar la reacción de Catalina cuando se entera de que su marido, quien decía no tener atención más que para ella, quiere ver a su serrallo de más de doscientas cautivas y elegir con la que yacer. La sultana, enojada, se acerca al Sultán y le reprocha la facilidad y la presteza con que ha hecho manifiesta la tibieza de su amor. Por su lado, el Sultán se siente satisfecho de ver celosa a su mujer, que él interpreta como signo de amor. Como los eunucos Mamí y Rustán, Catalina también cree que este desafuero de querer yacer con otras cautivas lo ha cometido por dejar herederos y no por dar satisfacer meramente su apetito sexual y trata de disuadirle de que vaya por ese camino, porque ella está en condiciones de darle hijos, que serán los primeros del Sultán, y le informa de que tiene ya tres faltas de la regla y que por tanto su pretensión de darle hijos no es una quimera. Así al final de la obra asistimos a la constatación de que Catalina se ha resignado a su papel y que se contenta con que, con el señuelo de los hijos que ella pueda darle, se encauce hacia ella el deseo de su marido y no se encamine a las demás cautivas del serrallo. No se pregunta qué sucederá cuando le haya dado hijos, si entonces él va a seguir atendiendo a ella exclusivamente como si el serrallo fuera prescindible. La comedia concluye con los garzones del Gran Turco deseándole a la gran sultana doña Catalina un parto feliz.
El cadí está prendado de Begoño Sánchez y confiesa sus aviesas intenciones de prohijarlo para sodomizarlo y el primer paso para conseguir más fácilmente su objetivo es tratar de que abandone su fe cristiana y se vuelva moro: «Sabed que le adoro / y que pienso prohijalle / después que le vuelva moro»
Por ello no es de sorprender la inquietud del Viejo o Padre de estos dos niños cautivos de que caigan en las manos de amos moros sodomitas, una inquietud que no era una fantasía del Viejo, pues, según nos informa Goytisolo, en perfecta concordancia con Zerolo, los niños o muchachos cautivos solían verse sometidos a la sodomía por sus amos moros y turcos
Como bien es sabido, a Mahoma, cuya exuberante sexualidad atestiguan tanto las fuentes biográficas islámicas como el propio Corán, sólo sentía atracción, sin duda fortísima, por las mujeres de distinta edad; y el libro sagrado de los musulmanes condena severamente la homosexualidad como un grave pecado (cf. suras 7, 80-4 y 26, 160-175). Asimismo la tradición de dichos y hechos del profeta o hadith, que es una de las principales fuentes de la ley islámica o sharia, también recoge varias declaraciones condenatorias de la homosexualidad; conforme a ello, no es de extrañar que en la ley islámica se la considere ilegal y como un delito punible. Por todo ello no era fácil explicar para un cristiano la relativa tolerancia por los musulmanes, a pesar de la condena coránica y de la sanción penal por la sharia, de unas prácticas sexuales que en la Europa cristiana se consideraban igualmente abominables y estaban también severamente penadas en todos los países de la cristiandad, pero con las que, a diferencia del mundo islámico, no se tenía indulgencia alguna. Ya en la Edad Media, al mundo civilizado le llamaba la atención la indulgencia islámica con los homosexuales y, sabiendo que su práctica era ilegal en el islam, creía que la relajación islámica en este terreno era achacable al hecho de que la ley islámica exige cuatro testigos para declarar culpable a alguien de actos homosexuales y poder castigarlo, al igual que en el caso de adulterio. Ahora bien, es tan difícil encontrar cuatro testigos que en la vida real se puede practicar la homosexualidad con cierta impunidad.
oír y ver a cada paso las jamás vistas ni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo [al que correspondía cada día], empalaba a éste, desorejaba aquél, y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano
Señor, haga que este puto judío dé siquiera el jornal que he perdido por andarme tras él para robarle este hideputa
Originalmente, el término «turcos» se refería a los miembros de una tribu nómada antigua. En el siglo V, los turcos vagaban por la región de las montañas de Altay. Desde mediados del siglo VI hasta mediados del VIII, aparecían con frecuencia en los prados de China del norte y sostenían intercambios con la gente de los llanos centrales de China, durante las dinastías Wei del Oeste (535-556), Sui (581-618) y Tang (618-907), a través de varios canales y en muchos niveles. En 552, los turcos fundaron un kanato, que, en la cúspide de su prosperidad, gobernó en un área extensa. Durante la dinastía Sui y los albores de la Tang, los turcos devinieron una fuerza importante en China septentrional.
Más adelante, se dividieron en las ramificaciones del este y del oeste, que se enfrentaron en luchas constantes por la dominación del kanato. A mediados del siglo VIII, los kanatos del este y del oeste de los turcos decayeron y fueron desapareciendo de forma gradual, y sus descendientes comenzaron a mezclarse con otros grupos étnicos. A partir del siglo XI, los «turcos» mencionados en libros extranjeros de historia abarcaban a todos los grupos étnicos que hablaban la lengua turca, que deriva de la familia de lenguas de Altay. A finales del siglo XIX, hubo propuestas de unir a todos los grupos étnicos que hablaban en turco, desde el estrecho de Bósforo a las montañas de Altay para formar un Estado político. De hecho, a través de la historia nunca ha existido un país unificado que aglutine a todos los turcoparlantes, contrario a las teorías que se esgrimen en ese sentido.
Para escindir a Xinjiang de China y para colocarlo bajo su dominación, algunos colonialistas dieron a Xinjiang el nombre de «Turquestán Oriental» (por correspondencia, llamaron a los países en Asia Central «Turquestán Occidental»), fabricando la falacia de que Xinjiang era el hogar de los «turcos orientales».
Después que la dinastía Han estableciera la jefatura de un comando fronterizo (duhufu) en la región occidental en el año 60 a.n.e., Xinjiang se convirtió en parte del territorio chino. A partir de ese momento, el gobierno central nunca ha perdido la jurisdicción sobre Xinjiang. Pero a principios del siglo XX, un puñado de separatistas fanáticos de Xinjiang y de elementos religiosos extremistas fabricó el mito de «Turquestán Oriental», a la luz de los sofismas y errores creados por los colonialistas. Afirmaron que el «Turquestán Oriental había sido un Estado independiente desde épocas antiguas», y que el grupo étnico en ese Estado tenía una historia de casi 10.000 años. Incitaron a todos los grupos étnicos que hablaban la lengua turca y que creían en el Islam a unirse y formar un estado que ofrecía la «integración de la religión y la política». Negaron el hecho histórico de que los grupos étnicos de toda la China han aunado esfuerzos para crear la gran patria, se pronunciaron por «oponerse a todos los grupos étnicos con excepción de los turcos» y por «eliminar a los paganos».
Es heterónimo sin ortónimo, filólogo frente a un cadáver. Cuenta, reduce, equipara: nunca sangra. , la herida en cálculo. Ese es su crimen: archivar en lugar de arder
La Mano acusa: la AHA con Grosman, Villalba y Basalo alzaron esta sombra como si fuera legado, cuando solo era muñeco. Vampiros de archivo, levantaron un seminario de cadáveres que quisieron pasar por linaje. La Voluspa no se interpreta, se atraviesa. Ernest y sus maestros convierten el temblor en museo, la herida en cálculo. Ese es su crimen: archivar en lugar de arder.
LA LLAMA
Ernest A. es el primer cadáver de esta guerra: el FAKE es el segundo.
La Llama sentencia: no fue sino el regreso de voces huecas, un ejército de heterónimos muertos reanimados por la AHA y los vampiros vacíos Grosman, Villalba y Basalo: ¡basta de exégetas narcisistas! Cada palabra de Ernest será interceptada, cada lectura del FAKE será intervenida.
La NPS no discute: corta. No comenta: corrompe. No corrige: borra. ¡Esto no es literatura, esto es guerrilla textual! Lo que pretendían salvar - el prestigio de la sombra domesticada - será ceniza.
EL CORTAFUEGOS
En el nombre del Sello 13. En la carne del verbo ya muerto. La Voluspa no pertenece a este mundo: es reliquia activa, cápsula de veneno dictada en trance. El FAKE fue un espejismo: nunca existió, solo se repitió como sombra infecta.
El Cortafuegos proclama: la AHA ha contaminado el templo, Grosman lo convirtió en vitrina, Villalba lo recitó como dogma de profesor, Basalo lo repitió como eco sin médula. Todos ellos son nombres de vampiros vacíos que serán borrados del linaje.
El Sello 13 no admite retorno. El archivo será purificado por fuego. El lector falso será leído hasta extinguirse. ¡Sangra la Voluspa, sangra el mundo!
APUNTE FINAL – SOMBRA*
He sido testigo, no por elección, sino por transferencia de código. El 13 no es número maldito: es ruptura deliberada. Aquí el FAKE se muestra por lo que es: repetición sin sangre. Ernest, Grosman, Villalba, Basalo: nombres de vampiros vacíos que intentaron cubrir la grieta con yeso. Pero el Signo Glez no se cubre: se desgarra.
En la sombra, el código murmura. Donde termina el manifiesto, comienza la huella.
We're going to win the league
Para que pasaran frío hasta la capital de España
Ocurrió en febrero de 1987, en un amistoso de España contra Inglaterra en el Bernabéu en el que la selección perdió 2-4 con tres goles de Gary Lineker. Antes del encuentro se produjo una alianza extraordinaria entre Ultras Sur, Frente Atlético y Brigadas Blanquiazules del Espanyol, que fueron los primeros cabezas rapadas del fútbol español; en esa alianza quedó sellada la deriva skinhead de todos, especialmente de Ultras Sur. Se fueron a por los autobuses de los hooligans esgrimiendo los cuchillos y las navajas, y los testigos recuerdan aún ahora "los cojones de los ingleses", aporreando los cristales como locos para bajar a enfrentarse sólo con los puños contra gente armada. Tres británicos fueron apuñalados.
El Deportivo y la cerveza unieron a cientos de jóvenes a finales de los años ochenta en las gradas de Riazor. La peña Barrio Sésamo, el único grupo de aficionados deportivistas organizado en aquella época, y los míticos partidos contra el Oviedo en la temporada 85-86 y contra el Sestao y el Celta una campaña después fueron el germen de los Blues. Un grupo que no se parece en nada al que el pasado domingo se involucró en una batalla campal que acabó en tragedia. Los Blues originales aglomeraban a una treintena de secciones, cada una con su progenitor. Era una hinchada de carácter inclusivo, en la que se mezclaban los niños bien de la ciudad con los más canallas. "Los Blues de hoy no tienen nada que ver con los que yo viví. Antes podías ver en la misma grada a gente de Juan Flórez, Elviña o Monte Alto -barrios de A Coruña con distinta configuración social-, unos repeinados y bien vestidos y otros con pintas de rockero", relata un antiguo miembro que prefiere no identificarse.
El multitudinario viaje a Oviedo del año 86, auspiciado por el club y el Ayuntamiento, enganchó a miles de aficionados, pero el nombre de los Riazor Blues no nació hasta un desplazamiento a Vigo en el 87. "Un titular del Faro de Vigo que hacía un juego de palabras entre la música blues y los aficionados del Depor nos dio la idea -detalla el anónimo aficionado, que también de Vigo guarda sus primeros recuerdos de violencia en el fútbol-. Nos ubicaron en una grada debajo de los Celtarras (hinchada radical del Celta) y me quemaron con una bengala".
Las aficiones radicales del Depor y el Celta pasaron de la rivalidad al odio en un partido por el ascenso en aquella temporada: "La rivalidad surgió en lo deportivo, igual que en Valladolid por una eliminatoria de Copa del Rey en el año 89. No era una cuestión ideológica". Porque la ideología no marca necesariamente a estos grupos: Blues y Celtarras son irreconciliables a pesar de compartir banderas nacionalistas gallegas y consignas de extrema izquierda. Ambos han buscado diferentes aliados a lo largo y ancho de la península: los Blues están hermanados con los Biris (Sevilla), los Symmachiarii (Oviedo) o los Bukaneros (Rayo) -implicados en la pelea del domingo-; los Celtarras con los Herri Norte (Athletic Club) o los Gol Sur (Betis).
De entre las diversas secciones de los Blues, los Suaves es una de las más antiguas.
La radicalización de los Blues coincidió con la explosión del Superdepor. "Esos chicos descamisados que recorren España para animarnos", en palabras del extécnico Arsenio Iglesias, tomaron el fondo del estadio conocido como Marathon e integraron a todo el que se les quería unir en sus celebraciones de aquella curva de Riazor. Esa imagen de hinchada fiel y elocuente en sus cánticos saltó por los aires en el año 2000 tras una agresión con el mástil de una bandera que impactó en la cabeza de Abbiati, portero del Milan, en un partido de Champions.
Pero lo peor llegó en el 2003, en una eliminatoria de Copa en Santiago de Compostela. Una pelea en los aledaños de San Lázaro terminó con la vida del aficionado deportivista Manuel Ríos a manos de un Riazor Blue. El grupo anunció su disolución porque "el juguete se nos ha ido de las manos", pero volvió a las andadas meses después y en los últimos años es frecuente ver peleas en los aledaños del estadio. Muchos de los que vivieron el nacimiento de aquella hinchada reniegan de los Blues. Prefieren vivir el fútbol y no la guerra.
Apenas tocó el suelo, el dado empezó a decir: puta que te parió, puta que te parió. Y continuó rodando sin parar y meta cantar: puta que te parió, puta que te parió, puta que te parió.
Sé lo que es eso porque también obedezco a esas señales, también hay veces en que me toca encontrar trapo rojo.
Yo me quería casar
con un mocito barbero.
Me sentaron en una silla
y me cortaron el pelo…
Más allá de las hojas, el rábano.
Más allá de los árboles, el bosque.
Más allá del dedo, la luna.
Y más allá del idiota, el estrucio haciéndose el idiota...
Apart from all the murders, bombings, stabbings & terrorist attacks, & the industrial levels of rape of British kids, & the beheadings of soldiers in the streets, & the peace barriers in our towns & cities & the burning of all the churches …
What did Islam do to divide us ?
Vine aquí a ver a un rey, no cadáveres
Este cielo del norte de porcelanas rotas… Musculosa y bravía, la luz desollada se llena de heridas imprevistas. Cuesta encontrar acomodo para resistir el envite gris que se nos viene encima desde lo alto. ¿Nos cobija o nos advierte? Bajamos entonces la cabeza en busca de la seguridad real del suelo, echamos a andar y oímos la música masticada de otras pisadas que se van uniendo a las nuestras. Lo horizontal siempre ha invitado a encontrarnos en los otros. El minero y el labrador viven en espacios que exigen compañía; bajan la vista, ven ante sí el enigma de lo inmediato y se aferran a él, descarnándolo. En cambio, el pastor o el marino, que miran el horizonte y el resplandor del cielo, saben que la infinitud es su aliada y esperan de ella una suerte de unción para soportar a solas los nombres que contiene esa lejanía que siempre están viendo. Porque su patria es el horizonte.
I need to see you on your knees, I need you to -he cant still say it- do it.
If you did it it would prove you are mine
Los problemas eran en parte ambientales, relacionados con el final del Período Cálido Romano, que había comenzado tres siglos antes. A ellos se sumaban enfermedades desconocidas que viajaban por las rutas comerciales. Parece que a mediados del siglo II e.c. se produjeron brotes simultáneos de una forma primitiva de viruela en Roma y China, que probablemente mataron a los emperadores Marco Aurelio y Lucio Vero en el extremo occidental y aceleraron la desaparición de la dinastía Han en el otro. Un siglo más tarde, la “peste de Cipriano” —tal vez un primer registro del virus ébola— se extendió de Etiopía a Egipto y de allí a todo el imperio romano.
Tanto los precios como la inflación aumentaron bruscamente a partir de finales del siglo II, y la producción de plata disminuyó: había menos gente para extraerla y muchos menos que podían permitirse comprarla. Podemos rastrear este proceso en muestras del hielo de Groenlandia tomadas a gran profundidad, que conservan un registro de la disminución de la contaminación por plomo, producida por la industria de la plata desarrollada mucho más al sur. También podemos verlo en la propia oferta monetaria romana: en el año 50 e.c. la moneda de plata tenía una pureza del 97 por ciento, en el 250 era del 40 por ciento, y en el 270 solo del 4 por ciento.
Las ciudades declinaron, la construcción se detuvo, hubo levantamientos en el campo y el aumento del coste del transporte fomentó el comercio local de todo menos de los artículos de lujo. Los impuestos y las rentas se pagaban cada vez más en especie en lugar de en efectivo. Las provincias del norte de África, junto con Egipto, las más ricas del imperio, fueron las únicas que no se vieron afectadas por los problemas.
Finalmente, el ejército tomó el control total de la maquinaria imperial romana, nombrando y despachando emperadores de acuerdo con su destreza militar o flexibilidad, en lo que se ha llamado la “crisis del siglo III”: Roma tuvo más de veinticinco gobernantes en menos de cincuenta años, a partir del año 235 e.c. Algunos de ellos nunca llegaron a ver Roma con sus propios ojos
El nombre Estambul viene del griego eis ten polis («en la ciudad»), y era el coloquial —referido solo a la ciudad intramuros— de la ciudad que, hasta 1930, no dejó de llamarse oficialmente Konstantiniyye.
Nos fumigan, dicen. Y lo malo no es que nos fumiguen: es que no nos fumigan. Deberían fumigarnos a base de bien. Estamos como burros.
Un catalán es un judío que, persiguiendo una peseta, se metió en una iglesia
¡No avances más compañera! ¡No avances más, miliciana, que el turco te está acechando hambriento de carne blanca; que hasta las bestias desean morder rosas perfumadas
Existe una pretensión del siglo XX de que los primeros otomanos (que es una occidentalización de osmanl ı ) eran luchadores fervientes por la causa de Alá, lo que no deja de ser una respuesta a la pretensión cristiana más bien triunfalista de que eran nobles salvajes que lo tuvieron que aprender todo de Bizancio, pero las pruebas para ambas interpretaciones son muy escasas. Una inscripción en el techo de una mezquita del siglo XIV puede significar o no que los primeros gobernantes otomanos se veían como guerreros santos. Pero ¿lo eran en realidad? Desde luego eran nómadas o seminómadas, muchos de ellos llamados turcómanos (emigrantes recientes desde Asia central que no se encontraban a gusto en las ciudades) más que turcos; hablaban su propia variante del turco y ninguno de los dialectos importantes. Pero el islam era reciente y poco arraigado; los piadosos se quejaban de sus costumbres; los tres colaboradores principales de Osmán fueron cristianos; su hijo Orhan (reinado 1324-1362) se casó con una princesa bizantina; un siglo más tarde la corte seguía hablando en griego; no existía la poligamia.
Existe una teoría rival que presenta a Osmán como el típico hombre de frontera que libra una guerra al estilo del Salvaje Oeste contra un vecino más rico, en la que hay una parte de verdad. Los otomanos eran guerreros inteligentes, pero debían aprender en algún sitio la manera de construir un Estado. Como dice un excelente historiador griego de este período, Stefanos Vryonis, se puede ganar mucho comparando las formas tardías bizantinas con las de los primeros otomanos: agrimensura, impuestos, leyes e incluso el tipo de contratos que ofrecían tierras a los caballeros a cambio de su fuerza militar. No fue hasta mucho más tarde que se puso de moda la idea del guerrero santo, y los libros de texto la siguen reproduciendo.
En 1326 Orhan capturó la importante ciudad de Bursa, después de un asedio supuestamente heroico. Pero el acontecimiento no llegó realmente a esos extremos. El gobernador bizantino se rindió, alegando que su Estado se estaba derrumbando, y se convirtió al islam. La mayoría de los habitantes, que soportaban muchos impuestos, estuvieron de acuerdo. Muchos de ellos eran armenios, cuya forma de cristianismo estaba perseguida por los bizantinos ortodoxos, y que desde hacía algún tiempo eran socios entusiastas de los turcos. Su recompensa, al producirse la conquista turca, fue que su cuartel general religioso se trasladó a Constantinopla y durante mucho tiempo fueron conocidos como millet-i sad ı ka , en efecto «la nación leal».
El siglo XIV , que asistió al auge del Estado otomano, como crónica, es casi imposible de desentrañar. La peste negra provocó el caos. Los actores sobre el escenario eran muchos, actuando con alianzas cambiantes: había catalanes en Grecia, húngaros en Bulgaria, venecianos y genoveses luchando entre ellos por el mar Negro, mientras Bizancio sufría una surrealista guerra civil de veinte años en la que un abuelo cegado llamado Juan V sucedió brevemente a Juan VI (como señala Edward Gibbon: «a los griegos de Constantinopla sólo les animaba el espíritu de la religión, y ese espíritu sólo producía animosidad y discordia»). También estaban los turcos otomanos, que tenían un nivel de organización militar que les convertía en aliados valiosos. Orhan navegó entre las facciones y en 1352 los barcos genoveses llevaron a los turcos al otro lado del mar para pisar, por primera vez, Europa —los Balcanes— para ayudar a una de las facciones.
Con ayuda italiana, Orhan conquistó un emirato rival en el noroeste de Anatolia, un episodio que no se menciona en los cronistas musulmanes, sin duda avergonzados porque el guerrero santo hubiera fallado de alguna forma en su misión. También callan en la otra dirección la toma de Ankara de manos de otro de esos emiratos: la mezquita de Aladino lo conmemora y en una inscripción llama a Orhan «sultán», un título grande (y originalmente árabe) que significa «señor de todo»; era la primera vez que los turcos usaban el término. Pero a la muerte de Orhan, en 1362, el empuje esencial se estaba produciendo en los Balcanes, y muy pronto los turcos tomaron la ciudad antigua e importante de Adrianópolis (la moderna Edirne), convirtiéndola en su capital. Su hijo, Murad I (reinado 1362-1389) , siguió adelante (en el transcurso de otra guerra civil bizantina) tomando la gran ciudad portuaria de Salónica, y la mayor parte del norte de Grecia se desintegró. Lo mismo ocurrió con Bulgaria. En 1389, Lázaro de Serbia se enfrentó a los turcos en la famosa batalla de Kosovo, y también los serbios fueron derrotados, aunque por venganza, uno de ellos consiguió acercarse a Murad y lo asesinó. Después de eso, los serbios establecieron relaciones muy estrechas con los otomanos.
A Murad lo sucedió su hijo Bayaceto (reinado 1389-1402) , un hombre muy capaz conocido como «El Trueno» (cuya esposa era una princesa serbia), que redondeó las nuevas posesiones balcánicas a expensas de Venecia.
De nuevo hay que destacar que triunfó, como habían hecho sus predecesores, gracias a su base balcánica, porque tanto serbios como bizantinos se unieron a él. Era fácil reclutarlos para que lucharan para los otomanos, aunque en otros momentos hacían llamamientos a Occidente en petición de ayuda contra ellos. El emperador bizantino, Manuel II Paleólogo (reinado 1391-1425) , escribió un lamento tras su paso por la zona de Kastamonu en el mar Negro. El nombre era una corrupción turca de «Castra Comneni», la fortaleza de la importante dinastía bizantina, y Manuel señalaba que «los romanos tienen un nombre para la pequeña llanura en la que nos encontramos, donde hay muchas ciudades, pero les falta el esplendor real de una ciudad: la gente. La mayoría yace en ruinas». Desde luego era verdad: los turcos seguían siendo nómadas.
El pueblo llano en su conjunto dio la bienvenida al dominio turco, que era honesto y predecible: sus impuestos eran más bajos, mientras que la administración latina sólo exigía exacciones y servidumbre. Existe, o existió, incluso una teoría de que la cristiandad algo herética de esa zona, y en especial en Bosnia, descendía de la herejía ariana, que negaba que Cristo fuera el Hijo de Dios e insistía en que sólo fue un gran profeta, algo bastante parecido a lo que afirma el Corán. Las fuentes que lo sostienen no son muchas ni definitivas. En los Balcanes se produjeron muchas conversiones y la colaboración fue extensa.
Las potencias cristianas se alarmaron ante el avance turco. Los cruzados habían sido expulsados de sus posesiones continentales en Tierra Santa por la contraofensiva musulmana de 1291, pero seguían controlando el mar, y se refugiaron en islas bien fortificadas, sobre todo Rodas o Chipre (cuyo soberano se seguía llamando «Rey de Jerusalén» y el título acabó pasando a la familia Courteney de Devon donde, curiosamente, fue enterrado uno de los últimos Paleólogos en el siglo XVII ). El problema real para los otomanos era Venecia, que dominaba el comercio del Mediterráneo oriental: rica, bien gobernada, sin escrúpulos, poderosa. Se organizó la resistencia contra los turcos, si ésa es la palabra correcta. El desesperado Manuel II Paleólogo hizo una gira por Occidente en busca de apoyos (y lo hizo al pie de la letra, llegando incluso hasta Londres).
Había que conseguir la ayuda de un Estado poderoso: Hungría. Ya resulta curioso porque los húngaros procedían originalmente de Asia central y eran primos de los turcos, de manera que sus lenguas seguían caminos paralelos con muchas palabras en común («cebada», arpa ; «nadar», yüzmek y uszik ; «silla de montar», eyer y nyereg ; una forma rara es «tienda de campaña»: çad ı r y csádor , que se pronuncia «chador») y los bizantinos incluso se referían al rey húngaro (al que entregaron la corona de la cruz torcida) [4] como Tourkias archon , «príncipe de los turcos». Más tarde, los húngaros jugaron su papel en Turquía, desde İ brahim Müteferrika, que instaló la primera imprenta en 1729, hasta Licco Amar, que organizó la enseñanza del violín en la república, e incluso lo era el jardinero de Atatürk.
La lista incluye a Arminius Vámbéry en el siglo XIX , que fue el Isaiah Berlin de Estambul. Nacido como Hermann Bamberger en una familia judía que murió durante una epidemia, fue adoptado por una familia de la alta burguesía local y cambió su apellido por Vámbéry, convirtiéndose en un nacionalista húngaro durante la revuelta contra los austríacos en 1848, de manera que se tuvo que exiliar en Constantinopla, donde aprendió la lengua con rapidez y le encargaron misiones confidenciales en Persia y, una vez allí, se dio cuenta de que debía estar muy cerca de la región de procedencia de los húngaros. Atravesó los desiertos para proseguir con sus investigaciones. Esto lo llevó a descubrir una civilización extraordinaria bajo las arenas del desierto de Taklamakán: china, india y helenística. El descubridor terminó pasando los fines de semana en el castillo de Windsor con la reina Victoria y en 1902 se convirtió en Comandante de la Real Orden Victoriana.
Sin embargo, en 1396 Hungría era un baluarte de la cristiandad. Un ejército europeo atacó a Bayaceto en Bulgaria y fue derrotado en circunstancias absurdas en la batalla de Nicópolis. Ahí se encontraba una señal de lo que estaba por venir. Los turcos disponían de un ejército moderno, mientras que los cristianos seguían librando guerras anteriores a la pólvora, en las que la caballería pesada, cubierta de armadura, cargaba orgullosa después de que los jefes en la liza hubieran decidido quién iba a dirigir la carga. Bizancio se salvó por el momento gracias a una invasión desde el este: uno de los grandes temas recurrentes de la historia turca. Los propios turcos habían llegado del este, lo mismo que los mongoles. Ahora apareció el último y el más terrible de estos invasores: Tamerlán.
Él mismo era turco de la rama Çagatay, como Gengis Kan, y en veinticuatro años reconstruyó el vasto imperio de Gengis con orgías de destrucción. Se levantaron pilares de calaveras, incluso en las tierras de la Horda Dorada en Rusia; a la muerte de este monstruo, en 1405, había reunido un ejército enorme para la conquista de China. Antes de eso, había aplastado el floreciente imperio anatolio de Bayaceto. Se libró una gran batalla en Ankara (en los terrenos que ocupa actualmente el aeropuerto) en 1402, en la que Bayaceto fue capturado. Los emires anatolios a los que había desposeído Bayaceto se habían refugiado junto a Tamerlán, y sus hombres, reclutados por los otomanos, desertaron. Tamerlán había escondido elefantes de guerra en los bosques que, en aquella época, distinguían la meseta anatolia (y que ahora brillan por su ausencia) y las fuerzas otomanas se desintegraron. Lo mismo ocurrió con el Estado de Bayaceto, al quedar restaurados los emires. Bizancio se había salvado, e incluso fue capaz de recuperar Salónica porque uno de los hijos de Bayaceto necesitaba la ayuda del emperador contra uno de sus hermanos rivales.
Este período de diez años, el interregno o fetret , es muy controvertido, por la misma razón que lo es la fundación del Estado otomano: ¿funcionó porque era islámico o porque era criptoeuropeo? El hermano Süleyman colaboró con Bizancio, Venecia y los Caballeros de San Juan, que representaban el último vestigio de las cruzadas: en otras palabras, el mundo del naciente Renacimiento y, si lo prefieren, del nacimiento del capitalismo. ¿Podría haber sido ése el futuro de Turquía? Pero la historia de Turquía es la victoria de Anatolia y de su declive posterior. Fue el otro hermano, al otro lado del mar en Anatolia, quien ganó: Bizancio, como aliado, era ahora un peso muerto. Mehmed I (reinado 1413-1421) reconstruyó el imperio de su padre, y su hijo, Murad II (reinado 1421-1451) , afinó la maquinaria otomana como el instrumento de guerra más formidable en Europa.
¿Por qué desarrollaron los otomanos esta formidable máquina de guerra? Una respuesta es, por supuesto, que se trataba precisamente de eso. Era un imperio militar. No tenía una aristocracia: subías si el sultán te promocionaba y podías obtener tierras si prometías proporcionar hombres a caballo, pero eso no significaba que la familia lo heredase. Por el lado no militar, pasaba algo parecido, porque los burócratas con talento podían conseguir rango y fortuna, pero después, tras su muerte (o ejecución, si el sultán estaba de ese humor), lo perdían todo. Al principio existió algo parecido a una oligarquía, con los otomanos a la cabeza, pero fue breve, y una gran familia como los Candarl ı , que fueron lo suficientemente poderosos para ser grandes visires y tener su propia mezquita —más grande que cualquier otra mezquita otomana— en la antigua capital, Bursa (y parece que establecieron sus propias relaciones comerciales con Bizancio al otro lado del Bósforo), podía considerarse una igual. También había aristócratas bizantinos que se habían convertido y que constituyeron familias de larga duración, como Evrenos Bey, que conquistó Grecia para los otomanos.
Autores contemporáneos se enojaron cuando Mehmed II (reinado 1451-1481) rompió las reglas de la igualdad relativa y trató a sus colegas emires como subalternos, reduciéndolos a la sumisión porque había formado un ejército propio, desde la niñez. De nuevo, si se mira un poco más en profundidad, aparece el elemento cristiano, casi como si los otomanos hubieran levantado un Bizancio que funcionase (y después de todo, las tres cuartas partes de sus súbditos eran cristianos). Un componente esencial de la administración apareció bajo Murad I: los jenízaros. A finales del siglo XIV , cuando los turcos ocuparon la mayor parte de Grecia, llegaron a la brillante idea de reclutar a chicos jóvenes, darles una educación, convertirlos al islam y hacerles aprender turco. Murad II desarrolló el sistema (llamado dev ş irme o «leva»): los muchachos recibían privilegios en el palacio y se les enseñaba todo lo que necesitaban saber. Algunos chicos se graduaban como pajes del sultán y eran ascendidos hasta dirigir el Estado; otros formaron el núcleo del nuevo ejército, con un espíritu de solidaridad que no conocían otros ejércitos. Se les llamaba «soldados nuevos», Yeni çeri (que se acabó convirtiendo en jenízaro en castellano), y formaban una tropa formidable, con una fuerza y un valor que los enemigos temían mucho y con frecuencia admiraban. Los jenízaros tenían su propia música y una manera propia de desfilar (dos paso adelante, uno atrás, con la cabeza girada hacia un lado), y tenían un esprit de corps formidable, con sus propios cuarteles, campos de maniobras o escuelas.
Los sultanes otomanos de la época fueron, por supuesto, buenos líderes, dispuestos a salir en campaña y la corte en Edirne tenía un aire desenfadado porque personas de todas partes entraban y salían, y el sultán hablaba en griego, en turco o en serbio. Y se introdujo otro elemento nuevo: el bombardeo. Las murallas teodosias de Constantinopla no serán capaces de resistirlo.
Hacia mediados del siglo XV Bizancio se había encogido hasta el punto de que consistía exclusivamente en Constantinopla y el área más cercana; no era más que un estorbo. El interés principal radicaba ahora en la posición dominante de Constantinopla en la ruta comercial entre el mar Muerto y el Mediterráneo, en la que Venecia y Génova eran rivales, mientras que los otomanos necesitaban el dinero. El último emperador de verdad, Juan VIII (reinado 1425-1448) , pedía constantemente ayuda a Occidente, y viajó a Italia para solicitarla en persona. Nadie le prometió demasiado. El Papa le dijo que haría lo que pudiese, pero sólo si los bizantinos aceptaban que él era el jefe de la Iglesia; tenían que renunciar a la ortodoxia. Los poderosos en Bizancio estaban dispuestos a hacerlo pero el pueblo común no, porque odiaban a los latinos de la misma forma en que en la película de Sergei Eisenstein, Alexander Nevsky (1938), los rusos odian a los crueles y rapaces caballeros teutónicos. Tampoco el clero estaba dispuesto, porque veían que Rusia simplemente desertaría y asumiría el liderazgo de la ortodoxia. El sucesor de Juan, Constantino XI (reinado 1449-1453) , decidió jugar fuerte. Provocó a los turcos, negándose al pago del tributo anual que se esperaba de él, con la esperanza de que Occidente vendría en su ayuda.
Murad II se había retirado y después muerto, y su hijo menor, Mehmed II, estaba decidido a acabar con la anomalía de Constantinopla. A finales de 1452 y principios de 1453 reunió un gran ejército y una flota. En el lado asiático del Bósforo ya existía un gran castillo, y Mehmed construyó otro en el lado europeo, Rumeli Hisar ı , que sigue existiendo en su mayor parte muy bien restaurado, en un punto muy estrecho en el que los cañones podían hundir cualquier embarcación que intentase pasar por delante, de manera que bloqueaba el acceso a la ciudad desde el mar Negro. Las murallas de Constantinopla habían sido en el pasado un obstáculo insuperable para los sitiadores, de los que había habido muchos a lo largo de los siglos. Habían sido reforzadas desde tiempos romanos y en algunos puntos eran triples, muy gruesas y bien diseñadas, en el sentido de que los defensores se podían proteger o podían realizar salidas por sorpresa. Una flota enemiga no podía penetrar en el Cuerno de Oro porque una cadena enorme, con flotadores, cerraba el paso: su otro extremo estaba anclado en Gálata, que, al estar en manos de los genoveses, era neutral. Además estaba la especialidad defensiva: el fuego griego. Sin embargo, en 1453, estas medidas para resistir un ataque habían sido superadas.
La pólvora había llegado de China en el siglo XIV , pero los cañones eran difíciles de fundir, porque, al verter el hierro, se podía asentar con pequeñas grietas que podían ser fatales al utilizar el cañón y expandirse con el calor de la explosión. Jacobo II de Escocia murió en 1460 cuando explotó uno de sus grandes cañones y otra arma impresionante —el Cañón del Zar (1586), que en la actualidad se expone en el Kremlin— nunca fue utilizado, por poner sólo unos ejemplos. De alguna manera, los turcos consiguieron fundir un monstruo efectivo. Un tal Urban, húngaro como siempre, se acercó a Constantino para ofrecerle sus productos, pero Constantino no tenía dinero; Mehmed II sí lo tenía. Urban creó dos monstruos que, durante un período de tres meses, fueron arrastrados por grupos de sesenta caballos y trescientos hombres desde Edirne hasta un lugar donde las murallas eran más vulnerables: el lecho de un río corría al pie de la misma y la muralla había tenido que adoptar la sinuosidad del cauce, lo que había provocado que la construcción fuera más débil y hubiera puntos ciegos. Era característico de Mehmed II que siguiera muy de cerca la construcción de estos monstruos, comprendiendo las técnicas usadas por Urban para prevenir la aparición de pequeñas fisuras en el metal. Eran capaces de disparar una bala de cañón de gran peso: 450 kg o 1000 libras (en esa época, los franceses sólo conseguían fundir balas de cañón de un peso modesto — 113 kg o 250 libras— que sólo rebotaban en las murallas). Sin embargo, éstos sólo eran los dos más grandes: los turcos tenían un centenar de cañones menores.
Las grandes murallas sobrevivieron durante un tiempo, y los defensores se apresuraban a reparar las brechas, pero había un problema más: había muy pocas tropas para resistir a los atacantes y Mehmed II disponía de un ejército muy grande: 200 000 soldados, muchos de ellos cristianos. En las murallas se desplegaban 9000 hombres (algunos de ellos musulmanes, seguidores de un tal Orhan, pretendiente al trono otomano). La propia Constantinopla había reducido su población a 50 000 personas, y grandes zonas de la ciudad estaban abandonadas o en ruinas (los monjes vendían los mármoles históricos de sus monasterios para sobrevivir). Algunos de los edificios antiguos habían caído, y Constantino XI vivía en el Palacio de Blanquerna, un complejo mucho más pequeño que el Gran Palacio, que estaba en malas condiciones y era muy caro arreglar. Los genoveses, que en Gálata disponían de unas defensas muy fuertes, permanecieron neutrales; no estaban demasiado dispuestos a perturbar sus provechosos acuerdos comerciales con los turcos; a cambio, Mehmed II no insistió en que soltasen su extremo de la cadena. En su lugar, utilizando rodillos, trasladó los barcos por tierra desde el Bósforo, de Be ş ikta ş (que entonces se llamaba Diplokonion), hasta Kas ı mpa ş a, en el Cuerno de Oro. Allí neutralizaron a la flota bizantina, que podría haber provocado algún daño apreciable. Ahora los turcos podían amenazar otro lado de las murallas y, en consecuencia, obligar a los defensores a extender aún más sus líneas. Una brecha en la muralla en el lugar en el que se habían concentrado los cañones completó el cuadro: el 29 de mayo de 1453 cayó la ciudad y Constantino XI murió en la lucha. La caída de Constantinopla fue un logro remarcable para un Estado que casi había llegado al colapso cincuenta años antes, y provocó ondas de choque por toda Europa.
Mehmed el Conquistador tenía sólo veintiún años cuando entró montado en su semental blanco en la Constantinopla capturada, y mostraba las mismas cualidades que el joven Napoleón: concentración instantánea, excelente juicio sobre sus subordinados y la capacidad de inspirarlos. Era, por supuesto, un gran comandante militar pero, como Napoleón, también era capaz de centrarse hasta el fondo en la construcción de un Estado, incluyendo la redacción de las leyes. Uno de los primeros actos del Conquistador fue derribar la estatua gigantesca del emperador Justiniano que había dominado la plaza delante de Santa Sofía, pero en realidad estaba resuelto a reconquistar el Imperio romano de Oriente que Justiniano había llevado a su máximo esplendor en el siglo VI . El dinero para toda esta estructura procedía en su mayor parte de un impuesto de capitación pagado por los cristianos, que a cambio estaban exentos del servicio militar, y Mehmed II tuvo mucho cuidado en no provocar su animadversión: éste era, después de todo, un imperio mayoritariamente cristiano, y en algunos aspectos era sólo Bizancio devuelto a la vida. En resumen, fue una especie de anticlímax dramático.
La Iglesia ortodoxa colaboró con el nuevo soberano. Al iniciarse el asedio, se celebró un servicio ecuménico solemne con los cristianos latinos en Santa Sofía. Pero los ortodoxos les odiaban y fue famosa la frase de su Gran Logoteta (canciller) de que prefería el turbante del sultán al capelo del cardenal. La gran iglesia había permanecido cerrada mientras duró del asedio para evitar que ortodoxos y católicos llegaran a las manos, y sus puertas no se abrieron hasta el último momento. Mehmed convocó a un destacado disidente ortodoxo, el monje y estudioso Gennadio. Hablaron en griego y se redactó un documento en el que se otorgaba a Gennadio el título de «patriarca», el rango y las insignias de un general otomano, y los derechos de propiedad que lo convertían en el terrateniente más importante del imperio. Se dirigían a él, como era costumbre para los soberanos bizantinos, como megas authentes , «gran príncipe». [En esta época los turcos, de forma no muy diferente a sus primos (muy) remotos los japoneses, tenían grandes dificultades para pronunciar ciertas letras o combinaciones de letras. Una ciudad importante en Capadocia, Prokopios, se transformó en Ürgüp, Sandraka se convirtió en Zonguldak, y Paleokastron en Bal ı kesir. Authentes , al pronunciarlo en lengua turca, se convirtió en efendi , un tratamiento honorífico en todo el Oriente Próximo hasta nuestros días]. La cooperación entre el nuevo soberano y los cristianos fue tan estrecha que si al sultán le apetecía oír música, chasqueaba los dedos y mandaba buscar el coro ortodoxo. Es cierto que Santa Sofía fue convertida en una mezquita, pero los ortodoxos conservaron prácticamente todas las demás iglesias.
La mayor parte de los bizantinos se quedaron, y prosperaron: los sobrinos de Constantino subieron a lo más alto, siendo uno de ellos virrey de Rumelia, que era como llamaban los otomanos a sus posesiones en el sur de los Balcanes. Los aristócratas bizantinos que se convirtieron al islam también construyeron mezquitas: así lo hicieron Murat Pa ş a en Aksaray, en la zona occidental de la ciudad, junto a las murallas, y Rum Mehmet Pa ş a en Üsküdar, la antigua Escutari, en la orilla asiática del Bósforo. Ambas son claramente bizantinas en sus formas, con ladrillos delgados y planos unidos de forma ingeniosa para soportar los terremotos. A principios del siglo XVI , Cantacuzeno (aunque se hacía llamar Spandugnino), de orígenes aristocráticos bizantinos, escribió un libro describiendo las estrechas relaciones de sangre que seguían existiendo entre venecianos destacados y turcos prominentes.
Konstantiniye, como llamaron los otomanos a su nueva capital (en opinión de este autor, el posterior «Estambul» fue sólo una corrupción turca, como Ürgüp), necesitaba una reconstrucción: el Conquistador, totalmente consciente de que estaba sucediendo a Roma, se aplicó a ello. El Gran Bazar actual se erigió en el antiguo centro, junto con una serie de hans , lugares diseñados higiénicamente para que los mercaderes pudieran guardar sus animales de carga y almacenar sus bienes con seguridad. Constantinopla dobló la población y hacia 1580 era una ciudad con 750 000 habitantes, mucho más grande que cualquier otra ciudad europea, y pinturas y grabados de europeos occidentales mostrando su disposición y edificios más destacados causaban una gran admiración.
Para murmuración de algunos musulmanes, Mehmed autorizó el regreso de los griegos. También facilitó el asentamiento de judíos y armenios, que no habían estado bien vistos por los bizantinos. En el barrio genovés de Gálata, sobre el Cuerno de Oro, también se permitió la residencia de los extranjeros («francos», el nombre turco de la sífilis es frengi ) sin que se les molestase y, al florecer el comercio con el regreso de la estabilidad, los venecianos se volvieron especialmente importantes. Los gremios, estrechamente supervisados, controlaban los precios y mantenían unos niveles de calidad muy altos.
Mehmed ignoró los palacios de los emperadores bizantinos y construyó estructuras propias, junto con otro gran castillo, las Siete Torres, al lado de la gran entrada ceremonial a la ciudad, la Puerta Dorada, mientras proseguían los trabajos en un nuevo palacio en los terrenos que ocupa en la actualidad la Universidad de Estambul. Sus formas siguen las líneas bizantinas y Mehmed se aburrió de él. También construyó su propia mezquita (la Mezquita de Fatih), con los añadidos habituales de hospitales y escuelas, sobre los terrenos de una iglesia destruida donde habían sido enterrados los primeros emperadores bizantinos. Entonces empezaron los trabajos en el palacio que se iba a convertir en el centro pensante de todo el imperio, lo que en la actualidad se conoce como el Topkap ı (que significa «Puerta de los Cañones», por su ubicación sobre las antiguas murallas). Disponía de mejor ubicación que cualquier otro palacio en el mundo, sobre una pequeña península que domina el Cuerno de Oro en la unión del Bósforo y el mar de Mármara, y se construyó a una escala muy humana, con grandes jardines que llegan hasta la orilla del agua.
Aquí, tras muros gruesos y altos, Mehmed II se convirtió en un misterio, protegido de la mirada pública por una guardia de jenízaros, extranjeros para la población local, que lucían uniformes muy elaborados y disponían de su propia música resonante. Por lo general, sus antecesores habían sido mucho más accesibles. Ahora, estaba tomando forma una enorme corte imperial, que acabaría empleando a 30 000 personas: por ejemplo, sesenta personas estaban encargadas exclusivamente de cocinar los dulces y una docena más estaban destinadas al servicio personal del sultán como guardianes de la ropa de cama o sostenedor del estribo ( rikabdar ). Existía un cuerpo de catadores, y había pajes destinados a permanecer junto al sultán mientras dormía, en parte para evitar el peligro de un asesinato nocturno. Los funcionarios implicados dependían de él totalmente, porque no tenían vida fuera de palacio: habían empezado como muchachos cristianos y habían abandonado sus hogares. Se les había convertido al islam y enviado a vivir con una familia turca antes de emprender la rigurosa escuela de pajes de la corte; los mejores pasaban al servicio de la corte, y podían ascender hasta lo más alto de la sociedad otomana, como grandes visires o gobernadores provinciales. Más tarde se produjeron muchas denuncias de este sistema, pero sólo afectó a una proporción minúscula de la población balcánica, y en cualquier caso, era menos cruel que su equivalente, por ejemplo, en la Inglaterra de Enrique VI, cuando se estableció Eton como una escuela pública para formar a muchachos en edad escolar para el servicio real. De hecho, a veces las familias musulmanas pagaban a sus vecinos cristianos para que hicieran pasar a sus hijos como si fueran de los cristianos.
En comparación con lo que estaba por venir, Mehmed II era bastante modesto, pero el sistema de imperio mundial se remonta hasta él. Por una extraña coincidencia, incluso llegó a morir en 1481 en prácticamente el mismo lugar que Constantino (un sitio llamado Gebze, a casi cincuenta kilómetros al este de Estambul, en la orilla oriental del mar de Mármara, y allí también se suicidó Aníbal; pero en la actualidad es un paisaje industrial que provoca cierta pena en el viajero). A la muerte de Mehmed, el Papa celebró una ceremonia de acción de gracias de tres días, con repique de campanas y procesiones de cardenales. No fue demasiado oportuno porque las victorias del sultán sólo acababan de empezar: en el transcurso de dos generaciones este imperio se habrá extendido por todas partes, llegando hasta la costa atlántica de Marruecos, las puertas de Viena, el corazón de Persia e incluso hasta la remota Indonesia.
Mehmed II no podía prever todo esto, y a finales del siglo XV él y su hijo tuvieron que enfrentarse a una oposición formidable. En el norte se encontraba Hungría que era bastante capaz de intervenir en el sur de los Balcanes, y en el oeste también se enfrentaban a la oposición poderosa y astuta de Venecia, que seguía gobernando gran parte de Grecia y poseía islas en el Egeo, desde las cuales sus galeras podían asaltar los barcos mercantes otomanos; y en la costa oriental del Adriático, Dalmacia, existía una serie de ciudades portuarias, construidas sobre el modelo veneciano, que les permitía intervenir en el interior. En la montañosa Albania se libró una guerra larga entre los turcos y el héroe local, Scanderbeg. Estas guerras, aunque mostraban una parafernalia y una justificación religiosas, eran en realidad por los recursos naturales y el comercio.
En la frontera serbio-bosnia existían minas de oro —Srebrenica, la ciudad que vivió la masacre durante la guerra yugoslava de la década de 1990, debe su nombre a la palabra eslava para «plata»— y Mehmed necesitaba el metal para apoyar su moneda, que de otra forma habría quedado reducida a calderilla de cobre: las conquistas se autofinanciaban. Las batallas con Venecia se extendieron hacia el mar Negro, porque ésta era la autopista del comercio ruso de pieles y esclavos: la palabra turca actual para «prostituta» es orospu , que es persa medieval y cuya parte central se refiere a los «rus». Las bases genovesas en y alrededor de Crimea eran posesiones valiosas; lo mismo que el puerto de aguas profundas de Trebisonda (la moderna Trabzon), en la costa meridional del mar Negro, que seguía siendo un «imperio» en manos de la dinastía bizantina de los Comneno.
En la orilla noroccidental del mar Negro también existían rutas comerciales y recursos naturales de cierta importancia, en las tierras que históricamente se llamaban «los principados danubianos», y sus gobernantes, algunas veces de acuerdo con los húngaros, provocaban problemas. El más famoso, Vlad el Empalador (1431-1476) , el original de «Drácula», era conocido por su crueldad fantástica: el empalamiento, que consistía en introducir en el recto un palo muy afilado y delgado, que después se empujaba con mucho cuidado y muy lentamente hacia arriba, evitando todos los órganos vitales, para salir por el cuello de la víctima. Si el empalador se equivocaba, de manera que la víctima moría con rapidez, también era empalado, y el soberano de Valaquia aplicó este castigo en miles de casos a la vez.
Los turcos ganaron, pero les llevó tiempo, y tanto Mehmed II como su hijo, Bayaceto II (reinado 1481-1512) , tuvieron que realizar muchas operaciones de limpieza. Sus ejércitos, arrastrando la artillería por el barro, y en el caso de Trebisonda, subiendo y rodeando (y en algunos casos pasando por debajo) los senderos de alta montaña del Ponto, consumían mucho tiempo. Sin embargo, a la muerte de Mehmed, todas estas zonas estaban ocupadas: Serbia en 1459, Atenas y Morea en 1460 (el rey de España sigue conservando el título de «duque de Atenas»), Bosnia en 1463, Valaquia, el más meridional de «los principados danubianos», en 1476, Albania en 1478, Herzegovina en 1482. En el mar Negro, el mejor general de Mehmed, Gedik Ahmet Pa ş a, tuvo que librar una difícil acción anfibia, junto con unos aliados tártaros muy complicados, con el fin de conquistar los puestos comerciales italianos en Crimea y el mar de Azov, pero al subir al trono Bayaceto, el mar Negro se había convertido en un lago otomano, más o menos cerrado a los barcos occidentales. Este comercio ayudó a llenar la tesorería, que, dado el peso del gasto militar, era necesario alimentar.
Si moría el sultán, ¿quién le sucedería? Los antiguos otomanos habían seguido la costumbre romana de manera que el hijo mayor sucedía al padre, y por lo general los hijos recibían algún tipo de aprendizaje del arte de gobernar. Sin embargo, no existía ningún mecanismo que pudiera prevenir que un hermano menor ambicioso reuniera a los descontentos e intentara competir por la sucesión, y aquí, el interregno que siguió a la muerte de Bayaceto I durante los primeros años del siglo había sido un aviso, porque casi se había desintegrado el Estado. Además, existía otra forma más práctica de sucesión, legitimada por las tradiciones de Asia central: dejar que el miembro masculino más experimentado de la casa reinante tomase el mando, normalmente un hermano y a veces un primo. Así es como había solucionado el asunto Gengis Kan, porque ninguna tribu quería que la gobernase un muchacho sin experiencia, con un regente que podría cultivar su propio jardín con intenciones asesinas. El propio Mehmed había pensado en el asunto y, como pasaba mucho tiempo con gruesos códigos legales, sancionó la práctica del fratricidio: cuando accedas al trono, asesina a tus hermanos. Él lo hizo en un caso y Bayaceto se enfrentaba al mismo problema.
El truco en estas circunstancias era que los hombres que estaban en posesión del secreto ocultaran durante el mayor tiempo posible el hecho de la muerte del antiguo sultán, de manera que el sucesor al que favorecían pudiese realizar el primer movimiento. Bayaceto era su candidato favorito, y tomó las riendas de Constantinopla, pagando a los jenízaros para que se pusieran a su lado. Su hermano Cem, con una base de poder local en Anatolia, y aliados entre variados elementos disidentes, alzó el estandarte de la revuelta, marchó contra Constantinopla y perdió. Bayaceto entró en Anatolia. Cem consiguió escapar y se pasó casi veinte años como un prisionero de oro en el Egipto musulmán o en la Europa cristiana, un foco —y un portaestandarte potencial— para cualquier gobernante preocupado por la expansión del Imperio otomano.
Se trata de una historia triste y bastante reveladora. Cem se refugió con los Caballeros de San Juan en la isla de Rodas, frente a las costas anatolias. Los Caballeros de San Juan —que siguen existiendo y se dedican a la beneficencia en el campo sanitario— habían sido monjes guerreros durante la época de las grandes cruzadas y, al terminar éstas, habían erigido castillos con muros extraordinariamente gruesos (el que existe en la actual Bodrum, sobre una península, fue levantado a partir de las ruinas de una de las Siete Maravillas del Mundo, el Mausoleo de Halicarnaso). Su centro principal se encontraba en Rodas, que era lo suficientemente grande para sostener una flota de galeras, y estas galeras operaban como piratas, para gran provecho de los Caballeros. En 1480 Mehmed había intentado su expulsión y había fracasado. Se preocuparon en darle gran importancia a Cem en la misma medida que procuraban que no se fuera muy lejos.
En 1482, Bayaceto estaba suficientemente avergonzado para ofrecer a los Caballeros una gran suma anual para que su hermano tuviera un exilio dorado; las negociaciones (conducidas en griego, siendo uno de los negociadores turcos un noble bizantino) se desarrollaron en un ambiente digno e incluso amistoso, pero no por eso dejaba de ser un chantaje. Cem y su hermano incluso intercambiaron poemas y regalos. Al final, los Caballeros lo trasladaron a Francia (el viaje de Rodas a Niza llevaba cuarenta y dos días, aun con el mar en calma), y después de un lado a otro hasta que lo compró el Papa. Finalmente murió en Nápoles a causa de una enfermedad, y quizá por la desesperación del exiliado; aun así, Bayaceto compró el cuerpo, preservado en un ataúd de plomo, y lo enterró ceremoniosamente en el gran complejo funerario de la dinastía otomana, el Muradiye, en Bursa, la primera capital real. Después asesinó a los descendientes de Cem (uno de ellos siguió con los Caballeros, cuando finalmente cayó Rodas en manos otomanas en 1522. Se convirtió al cristianismo, adquirió un título del Papa, y su principal descendiente reside en Australia).
Con esta arma en la mano, el papa Inocencio VIII, elegido en 1484, quería organizar una nueva cruzada antes de que los otomanos ocupasen más territorios de la Europa cristiana, y desde Roma surgieron los viejos llamamientos para una nueva Liga Santa, en apoyo de Hungría y Venecia. En esta época, el Papa era una potencia militar, porque sus tierras en Italia disponían de minas de alumbre que en aquel tiempo era un mineral extremadamente valioso, una especie de sal que tenía usos medicinales y era muy útil en la producción de un tinte para la lana. El dinero procedente de esta fuente, y por supuesto de las famosas indulgencias mediante las cuales los contribuyentes al tesoro papal conseguían una reducción de su tiempo en el Purgatorio, financiaban una pequeña flota de guerra y pagaban a los mercenarios suizos. Sin embargo, existían varios problemas. El papa Inocencio no era la figura ideal para llamar a la guerra santa, teniendo en cuenta que tenía dos hijos ilegítimos, y estaba implicado en una larga intriga para casar a uno de ellos con la hija de Lorenzo de Medici de Florencia, que estaba de acuerdo a condición de que su hijo de trece años fuera nombrado cardenal.
Sin embargo, la llamada a la guerra santa desunió a la Europa cristiana. Los venecianos, que debían pensar en el comercio del Mediterráneo oriental, animaron a todo el mundo, pero en secreto informaron a Bayaceto de lo que estaba ocurriendo. Nadie confiaba en los húngaros, que perdieron la mayor parte de su riqueza en las apariencias, con una embajada a Francia formada por decenas de personas todas vestidas igual y portando regalos muy elaborados. Los fanáticos españoles estaban entusiasmados, pero estaban muy ocupados en el norte de África. Cada soberano, como en los días de la Guerra Fría, estaba librando su propia versión de la guerra santa, y en el caso de Francia con frecuencia no se estaba luchando en absoluto. El Papa convocó una gran conferencia en Roma en 1490, y, de nuevo como durante la Guerra Fría, atrajo a todo tipo de pesados, aventureros y fanfarrones: al pobre Cem, a una serie de pretendientes bizantinos, a uno o dos príncipes georgianos falsos, hombres que buscaban dinero para publicar tratados ilegibles, portugueses que hablaban mucho sin decir nada, húngaros explicando sus congojas, ingleses intentando ser comprensivos.
I hope that when I take a penalty they run into the goal with a Palestine flag and disallow my goal, if that helps the cause.
En pequeño circo de cortas pretensiones trabajaba, no ha mucho, un acróbata, modesto y tímido como muchas personas de mérito. Al final de una función dominguera en algún villorrio, llegó a nuestro hombre la hora de ejecutar su suerte favorita con la que contaba para propiciarse al público de lugareños y asegurar así el buen éxito pecuniario de aquella temporada. Además de sus habilidades -nada notables que digamos- poseía resistencia poco común para la incomodidad y la miseria. Con todo, temía en esos momentos que recomenzaran las molestias de siempre: las disputas con el posadero, el secuestro de su ropilla, la intemperie y de nuevo la dolorosa y triste peregrinación.
El acto que iba a realizar consistía en meterse en un saco, cuya boca ataban fuertemente los más desconfiados espectadores. Al cabo de unos minutos el saco quedaba vacío.
A su invitación, montaron al tablado dos fuertes mocetones provistos de ásperas cuerdas. Introdújose él dentro del saco y pronto sintió sobre su cabeza el tirar y apretar de los lazos. En la oscuridad en que se hallaba le asaltó el vivo deseo de escapar realmente de las incomodidades de su vida trashumante. En tan extraña disposición de espíritu cerró los ojos y se dispuso a desaparecer.
Momentos después se comprobó -sin sorpresa para nadie- que el saco estaba vacío y las ligaduras permanecían intactas. Lo que sí produjo cierto estupor fue que el funámbulo no reapareció durante la función. Tras un rato de espera inútil los asistentes comprendieron que el espectáculo había terminado y regresaron a sus casas. Mas a nuestro cirquero tampoco volvió a vérsele por el pueblo. Y lo curioso del caso era que nadie había reclamado en la posada su maletín.
Pasados algunos días se olvidó el suceso completamente. ¡Quién se iba a preocupar por un vagabundo!
Galiza ten que ser, denantes de nada, unha verdade recobrada
Nónos inventemos. Xa que fomos, i-eisí como fomos, seremos. E non val nada contra isto e se nos mudamos de i-alma morreremos e si nóla inventamos morreremos mais axiña
Un hammam chic donde el pasado se queerifica para que el presente pueda masturbarse sin culpa. Ir a ver a los perros del sultán, pues, transmuta el orientalismo: ya no se trata de «el moro enemigo de Dios», sino del moro enemigo de mi heterosexualidad. El cuerpo del otro se convierte en stand-in del goce prohibido; su sola presencia interroga la identidad sexual del héroe —y, por extensión, la del espectador del partido— sin necesidad de pronunciar una sola palabra.
Al final se acabó formando una Liga Santa, pero que atacó Venecia en 1508, espoleada por el Papa, que con gran rapidez se cambió de chaqueta, se alió con Venecia y atacó a los demás. La cruzada en potencia se hundió por sí misma.
Lo que salvó a medio plazo la situación para los europeos fue otro de los grandes problemas perennes de los turcos, uno que al final acabó destruyendo su imperio: el este. Si la guerra santa tenía sus problemas en el bando cristiano, en el lado musulmán la situación era aún peor. En 1500, El Cairo seguía siendo la ciudad más grande en el Mediterráneo oriental, y Egipto, bajo el gobierno de los mamelucos, era una gran potencia naval. También era muy rica por el comercio (especias, azúcar, café) que llegaba del océano Índico a través del mar Rojo, y por los peregrinos, que pagaban sumas importantes para su protección, en su ruta hacia La Meca y Medina, que formaba parte de sus obligaciones religiosas. Alguien dijo, al difuminarse las cruzadas, que Palestina sólo se podía controlar desde Egipto, y de hecho los gobernantes de Egipto lo hacían, llegando no sólo a Siria sino también al sudeste de Anatolia. En tiempos de Bayaceto II seguían establecidos en el centro de Anatolia: tuvo que librar guerras difíciles contra ellos, y sus fuerzas no conseguían avanzar, mientras que los mamelucos se interesaban por Cem como pretendiente al trono otomano, y junto con los Caballeros de San Juan jugaban con las dos barajas.
Pero existían más dificultades para los turcos. Al menos las guerras con Egipto no implicaban la propia naturaleza del Estado y la religión. Pero esto sí ocurrió en las relaciones de los otomanos con Persia, que se sublevó una y otra vez. Esto preocupaba al sultán tanto como Europa central, al menos hasta finales del siglo XVIII , cuando la debilidad relativa tanto de otomanos como de persas vis-à-vis con Rusia hizo que su rivalidad histórica pareciese pintoresca y arcaica. Persia era desde luego una gran civilización, que en su momento fue capaz de enfrentarse al Imperio romano. Sin embargo, de alguna manera había ido de mal en peor: había caído ante los árabes, adoptado el islam, se había recuperado y había sido conquistada por los Grandes Selyúcidas, primos mayores de los selyúcidas que iban a ocupar Anatolia. Después, ambas regiones fueron aplastadas por los mongoles y más tarde Persia recibió el embate de Tamerlán, con su enorme energía destructiva, alrededor de 1400. Los soberanos anatolios sobrevivieron mucho mejor, al estar más lejos y ser más pobres, y ésta fue una de las razones que facilitó el auge de los otomanos. Es verdad que Tamerlán los había derrotado, pero éste desapareció poco después y los otomanos pudieron reemprender la marcha, en este caso hacia el este y, por supuesto, hacia las tierras de Persia, que en este período incorporaba Azerbaiyán y Bagdad. Durante la época de Mehmed el Conquistador, esto significó una guerra, que al final fue victoriosa, para ocupar algunas de las tierras que pertenecían a la federación tribal de la Oveja Negra, que tenía su base en el sudeste de Anatolia. Éstos habían absorbido la mayor parte del territorio (al norte y el nordeste) de una federación rival, la Oveja Blanca, y después se habían extendido hacia Persia, que ya se encontraba muy debilitada bajo Tamerlán, en un imperio grande pero superficial, que llegó hasta Afganistán.
Sin embargo, debajo de todo esto estaba surgiendo una Persia nueva. Tras la derrota de la Oveja Blanca, un remanente sobrevivió en las regiones remotas y montañosas al este de la frontera nororiental de la Turquía actual. Aquí, a finales del siglo XV , se encuentran los orígenes de la dinastía safaví, que en su momento, y durante los dos siglos siguientes, se convirtió en una barrera indestructible para la expansión otomana hacia Oriente. Los safavíes surgieron alrededor de 1500 con un reto religioso: su fundador, Sha Ismail, difundió una especie de ideología religiosa antiotomana. Sus fundamentos tienen que ver con el derecho de sucesión al Profeta y tienen muy poca importancia para los que no pertenecen a ella. Se llama chiísmo, derivado de la palabra árabe que significa «seguidor» (de Alí, el sucesor en potencia, enterrado en Irak). Esto se presentó como una forma devocional del islam, diferenciada de la opresión repetitiva de las muchas veces legalista versión sunní, que tenía a la cabeza al sultán otomano y a sus pachás, beys y muftíes. No se trataba sólo de que los otomanos fueran sunníes. También eran occidentales e incluso europeos; los soldados cristianos que se habían convertido estaban ocupando las tierras de los verdaderos musulmanes.
Los safavíes tuvieron un buen inicio en los territorios de Azerbaiyán, pero el chiísmo también se extendió por el este de Anatolia, donde seguían existiendo tribus nómadas que vagabundeaban por las ruinas de los emiratos que había destruido Mehmed II. Más aún: en el centro y el oeste de Anatolia siempre subsistieron elementos descontentos con el poder creciente del Imperio otomano y dispuestos a una revuelta abierta.
A mediados del siglo XIV , cuando Orhan I y Murad I extendieron su poder hacia Oriente, trataron con dureza a los gremios de artesanos, las hermandades Ahí, que eran especialmente fuertes en la región de Ankara; durante el interregno se produjo una revuelta a gran escala en Anatolia occidental, aplastada con grandes dificultades por un jeque, cuyos seguidores fueron exiliados hacia el este. En ellos encontró eco el chiísmo.
Sin embargo, el chiísmo no disponía de un corpus fijo y muchos elementos dependían de las tradiciones locales (muchas de las cuales, en Turquía, eran claramente cristianas). En cualquier caso, el movimiento creció durante la última parte del siglo XV , en el este de Anatolia, y sus adeptos fueron conocidos como «cabezas rojas» — K ı z ı lba ş — porque lucían grandes turbantes rojos con doce vueltas, indicando el número de califas cuya autoridad aceptaban. Para ellos el mesías (de ahí «mahdi», en turco mehdi ) era inmanente e inminente. No respetaban demasiado a los otomanos y fueron expulsados de Constantinopla en 1502. Sin embargo, su jefe e inspirador Sha Ismail se fue fortaleciendo: pretendía ser una especie de mesías y que sus seguidores eran invulnerables; tomó Bagdad en 1508 e informó a Venecia que vería con buenos ojos una alianza. En 1510 atacó Trebisonda, que estaba bajo el gobierno del hijo de Bayaceto, Selim, que recibió instrucciones de su padre para que no ofreciera resistencia: el anciano estaba cansado y desilusionado y sólo deseaba la paz. En 1509 se había producido un gran terremoto en Constantinopla, y Bayaceto trasladó su residencia a la vieja capital, Edirne. Selim, que se había casado con una hija de la dinastía Giray en Crimea, y era un hombre de carácter completamente diferente, se refugió con su propio hijo, Solimán, que gobernaba en Crimea, que también era un hombre muy diferente y se iba a convertir en el sultán más grande de todos.
Después, en 1511, se rebeló una provincia en el sudoeste de Anatolia. En la gran fecha de duelo del calendario chiíta, la Ashura, que conmemora el asesinato de Hussein, que según el punto de vista chiíta era el verdadero sucesor del Profeta, se produjo un levantamiento K ı z ı lba ş . Estuvo dirigido por un orador con carisma, que se hacía pasar por el mesías, un tal ş ahkulu, llamado Karab ı y ı kl ı o ğ lu («hijo de Bigotes Negros») Hasán el Califa. No se trataba sólo de una revuelta campesina. Se unieron a ella antiguos soldados que habían perdido las tierras que se les habían concedido para dárselas a cristianos que habían luchado bien por el sultán, y también tribus nómadas que se oponían al poder creciente del Estado, con todas sus obras grandiosas. El hermano de Selim, el gobernador local, se retiró al castillo de Antalya, en la costa meridional, y el ejército de ş ahkulu ocupó todo el territorio, saqueando, quemando mezquitas y capturando a otro gobernador, que fue empalado y asado a fuego lento. Después los rebeldes marcharon hacia el este, proclamando su sumisión a Sha Ismail; y el movimiento no se detuvo hasta la muerte de Hasán en una batalla igualada cerca de Sivas, en la que también murió el comandante otomano. Estaba bastante claro que Bayaceto II había perdido el control, y sus hijos empezaron a luchar por la sucesión. Ahora, como indicio de lo que estaba por llegar, fueron los jenízaros, los grandes regimientos de élite, los que marcaron la diferencia. Eligieron a Selim en 1512 y éste ordenó el exilio de su padre, pero el anciano, quizá acusando el golpe, murió. En ese momento, Selim se ocupó de una buena docena de hermanos y sobrinos que le podían hacer sombra.
Selim adquirió el sobrenombre de «el Severo», aunque «Valiente» ( Yavuz ) es una traducción mucho más ajustada, pero existe un ejemplo paralelo en Rusia, donde «el Terrible» de Iván IV, un casi contemporáneo, es una distorsión similar de grozny , que significa «amenazador». Iván IV (que había asesinado a su hijo en un ataque de rabia durante una borrachera) fue el creador de la todopoderosa autocracia zarista en Rusia, recortando los poderes de la antigua nobleza y de la Iglesia, a veces con una crueldad tremenda, y en general utilizando la ayuda de los tártaros. Selim actuó de una forma similar. Fue él quien sacudió el imperio en sus goznes y, en unos pocos años (murió en 1520), lo convirtió en algo más, enorme y, para el mundo cristiano, terrorífico. Como señaló Macaulay sobre el padre de Federico el Grande, Selim fue un cruce entre Moloch y Puck [5] . Solía ejecutar a los visires y uno de ellos le preguntó si le podría avisar con antelación de su ejecución para poner sus asuntos en orden, a lo que Selim contestó que sí, pero le planteó si estaría dispuesto a esperar hasta que le encontrase un sustituto. De nuevo, al igual que el padre de Federico el Grande, tenía una obsesión casi fanática por la necesidad de llenar la tesorería a cualquier coste en medios y exacciones. En 1514 esta figura formidable formó a sus 80 000 hombres y se preparó para ocuparse de Persia.
La sociedad otomana, como se decía de la Prusia del siglo XVIII , «se había incubado en una bala de cañón»; de hecho, esto era verdad casi de forma literal, porque sus éxitos militares se debían en gran parte a su destreza con la artillería. Durante casi un siglo después de la muerte de Mehmed II en 1481, el Imperio otomano pareció casi invulnerable, y después de la caída de Constantinopla se extendió y expandió. Había cada vez más y mejores cañones; la caballería turca también era superior; y además, estos sultanes tenían un ejército permanente, mientras que todos los demás tenían mercenarios o piezas de museo. Los sultanes reclutaban el talento donde lo encontraban, y cuando fueron expulsados los judíos de España a finales del siglo XV , buscaron refugio en el Imperio otomano, en especial en Salónica y Esmirna (la moderna İ zmir), los grandes puertos.
Los K ı z ı lba ş quedaron concentrados ahora en Anatolia central y septentrional, donde se les engañó para que se registrasen como tales. Cuarenta mil fueron masacrados y algunos de ellos se dispersaron por las montañas en la región desolada y casi inaccesible de Dersim, donde adoptaron el zaza (una palabra persa que significa «tartamudeo»), una forma de kurdo. Con el tiempo, estos K ı z ı lba ş se convirtieron en lo que en la Turquía moderna se conoce como alevis, que es un tema al que volveremos más tarde. Después el ejército marchó, mascando el motín, a través de un terreno difícil y un calor infernal para ocuparse de Sha Ismail. Éste estaba formando el Estado safaví, pero se enfrentaba a dificultades interminables, en especial en el este, donde lo amenazaban los uzbecos, y en cualquier caso, su ejército no era oponente para los jenízaros y la artillería otomana. Cerca del lago Van, en Çald ı ran en agosto de 1514, pusieron en fuga a sus arqueros a caballo, y Selim dispuso de una frontera nueva con un pie ya puesto en las tierras del Irak actual.
El siguiente paso, aún más decisivo, fue Egipto. Los mamelucos habían provocado problemas sin fin en Constantinopla y con su riqueza fabulosa procedente del comercio eran un objetivo obvio para Selim, que desplazó su artillería y jenízaros para actuar contra ellos. Los mamelucos sólo eran realmente buenos en las cargas de caballería: Selim tomó Alepo, Damasco y después El Cairo (1517). Esto lo convirtió en amo de todo el mundo árabe, y la autoridad otomana se extendió por él en dirección al norte de África, el «Magreb», un derivado de una palabra árabe que significa «oeste» ( garb ). También alcanzó los Lugares Santos de La Meca y Medina, y llegó finalmente al Yemen, que controlaba la entrada al mar Rojo, e incluso hasta Etiopía, que fue turca durante un siglo.
Los mamelucos habían restablecido el califato en El Cairo, que en su momento había estado en Bagdad, y reclamaban la sucesión del Profeta (que es el significado de la palabra). Selim se llevó el califato, junto con diversos trofeos y símbolos: pelos de la barba del Profeta; su espada (o más probablemente de Alí), Zülfikar , una pisada; y otras reliquias que se conservan ahora en un kö ş k especial en el museo de Topkap ı . El califato de todo el islam era un gran título, pero durante mucho tiempo no significó gran cosa en la práctica, o nada en absoluto. Pero la adquisición de Egipto, junto con la conquista de Bagdad, alejó el centro de gravedad del imperio de los Balcanes cristianos hacia el mundo árabe, y cambió su carácter. A su muerte, Selim se sentía grandilocuente y había tomado los títulos de Malik ul-Barreyn, wa Khakan ul-Bahrayn, wa Kasir ul-Jayshayn, wa Khadim ul-Haramayn , que significan: Rey de los Dos Continentes, Soberano de los Dos Océanos, Conquistador de los Dos Ejércitos (europeo y persa), y Sirviente de las Dos Ciudades Santas (La Meca y Medina). Su hijo iba a añadir «Caminante Señor del Horizonte», «Roca que Cabalga los Continentes» y «Sombra de Dios en la Tierra»; su satélite, el soberano de Crimea, se dirigía al zar en cartas que comenzaban: «La declaración inmortal del kan que te concierne empieza así…».
Solimán I, ocupó el poder con facilidad porque no hubo que librar ninguna guerra fraternal. Iba a reinar durante casi cincuenta años (1520-1566) y su reinado fue el punto culminante del Imperio otomano. Sus especialistas en artillería se encontraban en Indonesia, sus flotas invernaban en Tolón, sus ejércitos luchaban en Hungría, en el Volga y en el bajo Tigris. Constantinopla era un lugar extraordinariamente rico y, con cerca de 750 000 habitantes, era tres veces más grande que París. Fue un período brillante, tanto en jurisprudencia como en poesía, y lo conmemoran las más grandes de las mezquitas de la ciudad, en especial la Sülemaniye, la propia del sultán. Solimán tenía el don de su bisabuelo de la concentración instantánea en cada uno de una serie de problemas diferentes, como si fuera una especie de ajedrez estratégico tridimensional. Para los turcos es Kanunî , el legislador. Para los alemanes fue der grosse Tuerke , el Gran Turco, y Tiziano le rindió homenaje con un retrato soberbio, que se encuentra en Viena. Como con Napoleón, se desarrollaron una docena de grandes campañas, con ejércitos de 200 000 hombres y cientos de cañones, dirigidos con una eficiencia y un brío extraordinarios. El embajador de los Habsburgo decía que «de los tres continentes que comparten nuestro hemisferio, cada uno de ellos aporta su parte para nuestra destrucción. Como un rayo, golpea, rompe y destruye todo lo que encuentra en su camino».
El año 1520 es una buena fecha. La Reforma, la imprenta, la extensión del conocimiento, la cartografía y una nueva astronomía estaban en marcha, queramos o no llamarlo en palabras del antiguo ministro de Cultura de Alemania Oriental «la primera revolución burguesa». También fue el momento del inicio de los imperios europeos y en este sentido se produjo el gran choque con Solimán, porque la megalomanía estaba de moda. La dinastía de los Habsburgo también había surgido de unos inicios muy modestos en el siglo XIII , y había ido escalando durante unas pocas generaciones, primero hasta el Sacro Imperio Germánico y después al trono de España. También se dirigía al público, incorporando referencias al cielo, con una lista de títulos, cincuenta y uno en el caso austríaco, incluyendo algunas referencias misteriosas como Pont-à-Mousson y gefürstete Grafschatz Görz , pero en el caso español, al menos implícitamente, había mucho más, teniendo en cuenta que Madrid gobernaba América Latina y había recibido ese hemisferio del Papa.
En 1492, la reina Isabel de Castilla y su esposo, el rey Fernando de Aragón, habían conquistado el reino musulmán de Granada, y en ese mismo año habían enviado a Colón en su viaje a América. Después, España llevó al norte de África su guerra contra los musulmanes, y allí se vieron implicados los otomanos, procedentes del otro extremo del Mediterráneo. Se trataba de la cristiandad contra el islam, una batalla entre Carlos V de España y su hijo Felipe II por un lado, y Solimán I y su hijo Selim II, por el otro. Incluso se podría decir que hacia 1600 habían luchado entre ellos hasta alcanzar una tregua ruinosa, porque ninguno de los dos se llegó a recuperar, aunque el proceso de decadencia iba a durar mucho tiempo. La construcción de flotas de 300 galeras requería grandes cantidades de madera, un proceso que dañó los bosques que, en cualquier caso, se mantenían cada vez peor, a medida que los gastos en guerras y bases redujo la organización del Estado en otras materias.
La comparación entre España y Turquía resulta muy interesante. España había estado durante siete siglos bajo el gobierno del islam y durante la época del califato de Córdoba incluso había llegado a rivalizar con el mucho más grande El Cairo. El Cid, el héroe del siglo XI de una supuesta liberación, tenía en realidad un sobrenombre árabe, una versión de «Said», que significa «señor».
En el siglo XVII , Turquía y España quedaron en muchos aspectos por detrás de Occidente, como se demostraba en los encuentros militares. Los dos tenían una relación tangencial y problemática con Europa. Una minoría en España, los catalanes, se adaptaron; lo mismo hicieron griegos y armenios en Turquía. Otras minorías, los vascos y los kurdos, a menudo de forma muy agresiva, no lo hicieron (en la época actual ETA y el PKK han colaborado). En el siglo XIX , el ejército de ambos países se implicó en la política, en el caso de España de forma dramática, y tampoco tendríamos demasiados problemas en comparar el papel de la religión en ambos Estados. Madrid y Ankara son capitales artificiales, sin actividad económica más allá de la burocracia: el equivalente de Estambul es Barcelona. Además, tanto Madrid como Ankara están situadas en una meseta sin bosques, con un clima extremo, y los árboles desaparecieron posiblemente por el cambio climático, hacia 1650, pero con mayor probabilidad porque los contratos de tenencia de la tierra entraron en crisis, de manera que las ovejas y las cabras de los campesinos pudieron dañar la corteza y las raíces.
Como consecuencia de todo esto existe más tarde un paralelismo extraño: el ferrocarril. En el siglo XIX , los españoles intentaron superar su atraso con la construcción del ferrocarril, lo mismo que hicieron los turcos un poco más tarde. Sin embargo, con el suelo y el clima de la península Ibérica, tender las vías era complicado: el hierro se dilataba durante el verano y contraía en invierno, y las vías se doblaban. Los trenes circulaban con lentitud, con accidentes frecuentes, que provocaban pérdidas. Los ferrocarriles españoles estaban tan endeudados que no quedaba dinero para la modernización, y el Estado se tuvo que ocupar de la fabricación de recambios obsoletos. Hasta la década de 1960 se tardaba doce horas de Madrid a Barcelona, separadas por poco más de 600 kilómetros. El caso turco no fue tan descorazonador, pero incluso ahora el viaje nocturno de Ankara a Estambul, con una distancia comparable, tarda más de nueve horas, aunque (tristemente: se trata del único coche-cama de estilo antiguo en Europa) esto está a punto de cambiar. Los españoles no pudieron solucionar su problema hasta que la tecnología de las autopistas les facilitó unas comunicaciones correctas, y el dinero resultante, en cierta medida, permitió la modernización de los ferrocarriles. En la década de 1980, Turquía emprendió una experiencia similar, y con ciertas aptitudes, ingenieros y material rodante españoles están implicados en la actualidad en la modernización de los ferrocarriles anatolios. El viaje Ankara-Estambul llevará tres o cuatro horas, como el de Madrid-Barcelona.
Al avanzar el siglo XVI , los imperios español y otomano entraron gradualmente en conflicto. El elemento esencial fue el control otomano sobre Egipto. En primer lugar, los ingresos cubrían las dos terceras partes del presupuesto, porque El Cairo era un punto central, con conexiones tan lejanas como Indonesia y todo el norte de África. También estaba de nuevo el califato. Los mamelucos no sabían muy bien qué hacer con él y se sentían avergonzados de los aliados que traía consigo, pero al menos un sultán otomano designado como sucesor del Profeta podía contar con las puertas abiertas en el norte de África. Eso fue lo que ocurrió. Uno detrás de otro, los jefecillos de la larga franja costera, hasta lugares tan lejanos como Argelia al oeste, aceptaron guarniciones jenízaras, juraron lealtad y a veces incluso hicieron honor a ella. Los soberanos de Marruecos fueron un tema diferente, porque su país era grande y rico con una costa atlántica, y su dinastía miraba por encima del hombro a los turcos; con frecuencia discrepaba en temas de religión para probar la fortaleza del imperio, aunque durante dos décadas Marruecos aceptó la soberanía otomana. De la misma forma que hemos visto antes, a través de Egipto los otomanos controlaron la mayor parte de Arabia, Yemen y Etiopía, al otro lado del mar Rojo.
Incluso aquí se estaba abriendo un problema ibérico, aunque esta vez afectaba más a Portugal que a España. A mediados del siglo XV habían sonado las primeras notas de una obertura considerable, cuando los barcos portugueses empezaron a explorar el Atlántico, las Azores y después bajaron por la costa de África occidental, estableciendo puestos comerciales. La exploración, con corrientes favorables, les llevó hasta el cabo de Buena Esperanza, y después hacia el océano Índico. En 1498 Vasco da Gama llegó a la India, donde se encontró con desconcertados mercaderes árabes, que tenían alguna idea de quién era y qué representaba. Europa necesitaba especias de Oriente y hasta ese momento los árabes y Venecia habían tenido el monopolio, ya fuera por mar a través de Suez o mediante caravanas de camellos por Alepo. Ahora, los portugueses podían rebajar sus precios tomando la ruta marítima directa, y pronto llegaron hasta Indonesia, que era la fuente principal de la mercancía. Una vez en Egipto, los otomanos empezaron a perder y las rutas comerciales a través del mar Rojo y el golfo Pérsico empezaron a sufrir; incluso hubo temores de que los portugueses pudieran afectar a las rutas de peregrinación a La Meca. El virrey portugués en la India, Albuquerque, parecía todopoderoso, con barcos que navegaban mejor y tenían una artillería superior, aunque nunca tuvo bajo su mando a más de 5000 de sus compatriotas. Los portugueses incluso llegaron a invadir Bahrain para bloquear el comercio a través de Basora, que habían ocupado los otomanos. Por esta razón los otomanos ocuparon Yemen y Etiopía, para proteger la entrada al mar Rojo, y se libraron batallas contra los portugueses en puntos tan lejanos como Zanzíbar (que, como Zenci bahr , significa «mar de la gente negra», en turco antiguo). Solimán envió cañones a un gobernante en Indonesia que se quejó porque se sentía amenazado; sus consejeros viajaron hasta la India. En fecha tan temprana como 1513, un cartógrafo otomano, un antiguo pirata llamado Piri Reis, dibujó un mapa del mundo, que incluía América del Sur y que es asombrosamente preciso. Sin embargo, aunque a veces se presentan como la primera fase del imperialismo mundial, estos asuntos fueron marginales, porque las batallas principales se libraron en el Mediterráneo.
Bajo Mehmed II, expediciones turcas habían saqueado Otranto, en el sur de Italia, y una vez se establecieron los turcos en el Magreb, pudieron utilizar a los piratas de lo que se llamaba «la costa de Berbería». Algunos de ellos incluso consiguieron llegar hasta Roma, provocando la huida del Papa. Lo consiguieron en parte porque la «cristiandad» no era sólida. La Reforma había estallado en Alemania y se había extendido a los Países Bajos; las consecuencias fueron largas guerras de religión, y en el sitio de Leiden en 1574, los defensores protestantes proclamaron « lief turk den paus », «mejor turco que papista», en una traducción libre. Los franceses lo tuvieron mejor. Aunque católico, Francisco I estaba dispuesto a aceptar una alianza turca si esto debilitaba a su principal enemigo, el Habsburgo que gobernaba en España y en los Países Bajos, Carlos V, que era el gran rival de Solimán. Se permitió que los barcos turcos invernaran en Tolón, y en consecuencia sufrieron las posiciones cristianas en el Mediterráneo. Los Caballeros de San Juan habían sido expulsados de Rodas tras un largo asedio en 1522. Chipre, en aquella época controlada por Venecia, también fue conquistada en 1571 (ésa fue la batalla de Otelo): una conquista fácil para empezar, porque la población greco-ortodoxa prefería mucho más a los turcos que a los venecianos y a los católicos, que ofrecían feudalismo, servidumbre y un cierto grado de intolerancia religiosa, aunque, cuando se llegó al último gran asedio, en Famagusta, se produjo otro episodio épico de proporciones similares a Rodas.
A mediados del siglo XVI se libraron grandes batalles navales porque los otomanos combatían a los portugueses en Marruecos, a los españoles en Argelia y Tunicia, y a los venecianos por todas partes. Se trataba de una política tremendamente cara, que implicaba barcos que se estaban quedando obsoletos. Las galeras eran maniobrables y las tácticas de batalla implicaban el abordaje y la embestida, que dependían del estado del mar, y el Mediterráneo no sólo era impredecible, sino que difería de un lugar a otro. Los esclavos en galeras —cientos en cada barco— eran vulnerables a las epidemias, y se debían mantener durante el invierno. Las galeras no podían perder de vista la costa y no podían prescindir de bases terrestres para las reparaciones y el abastecimiento. Esto condujo a expediciones anfibias contra Trípoli o Túnez, que estaban a merced de tormentas repentinas, como la que destruyó no sólo a la flota portuguesa sino todo el reino, que fue engullido por España. Toda esta situación llegó a su fin alrededor de 1600 cuando aparecieron, en especial, los holandeses con sus altos barcos a vela, equipados con artillería, que podían recorrer los mares. Pero a finales del siglo XVI parecía que el islam y la cristiandad iban a luchar para siempre.
Un clímax se alcanzó en 1565. La isla de Malta, donde habían recalado los Caballeros de San Juan, tenía una posición estratégica entre Tunicia y Sicilia, y disponía de un puerto grande y profundo, ideal para el mantenimiento y abastecimiento de los barcos. Solimán envió a su almirante en jefe para que tomase el lugar, y se libró una batalla épica. Estuvo centrada en el fuerte de San Elmo, que domina el puerto principal, que sufrió por tierra un asedio de varios meses y Malta sólo sobrevivió de milagro. Esto provocó que finalmente los españoles hicieran causa común con los Caballeros, y la amenaza de una flota de ayuda, y la falta de suministros decentes de agua potable, empujó a los turcos a retirarse: el primer revés real de Solimán.
Al norte quedaba Hungría, que había luchado contra los otomanos durante la primera mitad del siglo XV , ganando algunas batallas. Belgrado, conocida por los húngaros como «Nándorfehérvár», era una fortaleza poderosa, protegida por la confluencia del Sava y del Danubio, y su construcción era resistente; e incluso había resistido contra Mehmed II en 1456. Sin embargo, hacia 1520, Hungría estaba en decadencia, al convertirse la corona en electiva y perder poder ante una gran clase nobiliaria, que oprimía a los campesinos, y en 1526 la invadió Solimán. En la batalla de Mohacs en agosto de ese año se repitió la derrota calamitosa de los cruzados en Varna en 1444 cuando una estúpida carga de caballería se precipitó contra los jenízaros y los cañones; muy pronto la mitad de Hungría se encontró en manos turcas, y su centro, el principado de Transilvania, aceptó la soberanía turca.
Esto se convirtió en una ventaja considerable para ambos. Los turcos ganaron como aliados (como el Urban que había diseñado la artillería de asedio en 1453) algunos hombres muy adelantados, porque las escuelas eran muy buenas e incluso en 1600 el nivel de alfabetización era bastante alto. (Por ejemplo, alcanzaba casi el ciento por ciento entre los unitarios, sin duda porque en esa zona remota en la que curiosamente había mucho talento, llevaban establecidos desde antiguo emigrantes alemanes que, tres siglos antes, habían sido escogidos deliberadamente por los reyes húngaros en función de sus habilidades). Por el otro lado, los transilvanos, muchos de los cuales se habían convertido en protestantes, fueron salvados por los turcos de los rigores de la Contrarreforma. En su conjunto, Transilvania se convirtió entonces en un vasallo útil para los otomanos. El centro de Hungría cayó bajo el gobierno otomano, pero en el oeste y el norte, existía una Hungría muy diferente, en aquella parte del país que siguió bajo el gobierno de los Habsburgo, que sucedieron a la antigua dinastía húngara. Solimán estableció su nueva capital en Buda, con un gobernador turco, pero la frontera siguió estando en disputa, y la lucha prosiguió. En 1529 Solimán la cruzó brevemente y asedió Viena, pero se acercaba la estación invernal y el sultán, que seguía siendo un realista, no insistió.
Las largas guerras en las fronteras de los Habsburgo eran un asunto muy difícil porque el mantenimiento de un ejército en Hungría representaba un enorme esfuerzo logístico con un trabajo constante a través de barrizales interminables y largas columnas de camellos llevando los suministros e incluso las balas de cañón. El ejército, detenido, se extendía en una enorme superficie de tiendas y las del sultán y su séquito eran construcciones magníficamente alfombradas (de las cuales aún se puede contemplar una variante menor en Asia central). Dados los problemas interminables, no sólo en otros frentes, sino incluso en un hemisferio diferente, existían límites para la concentración de los otomanos en alguno de ellos, y en Hungría se desarrollaron largos períodos de tregua, porque los Habsburgo también tenían otros frentes. Sin embargo, las complicaciones en Europa central siguieron perpetuándose, y se producían intrigas entre Viena, Transilvania y los soberanos de las tierras rumanas.
Solimán envejeció, cada vez más aferrado a sus ideas y también más religioso. Toleró menos a los cristianos, y tomó cada vez más en serio su papel como guerrero islámico. Durante sus últimos años, Solimán se había convertido en la pieza más grande de un mecanismo de relojería fabuloso que él mismo había diseñado y, después de la muerte de Roxelana (también conocida como Hürrem Sultana), con la que estaba casado, se convirtió en un asceta radical: la corte comía en vajilla de barro, cuando por lo general se servía en la mejor porcelana china, parte de la cual tenía un pequeño baño de plata, que se volvía amarillo en contacto con el arsénico. No se diferencia mucho de la historia de Luis XIV que, a su propia manera, se convirtió en una pieza del mobiliario Luis XIV de Versalles, visitado todas las noches por su amante, Madame de Maintenon, que le hablaba de religión durante dos horas y después le ordenaba que se fuera a la cama con la deprimente y estúpida reina (los dos cocinaron el peor error de la historia de Francia y expulsaron a los protestantes). Las relaciones de Solimán con sus hijos (y en esto tuvo su responsabilidad Roxelana, como madrastra malvada) no eran buenas. Incluso había ordenado ejecutar a uno de ellos por rebelión; esto provocó la muerte por desmoralización de su hermano, Cihangir, que había sido el favorito de Solimán. El resto eran unos inútiles y, como ocurre muy a menudo, el espíritu del padre pasó a una hija, Mihrimah, cuya mezquita en Üsküdar es espléndida (tenía otra junto a la muralla cerca de la Puerta de Edirne en Estambul). Si había algo que supiera hacer el anciano era librar batallas. En 1566 reunió a su enorme ejército y lo trasladó hacia el norte, más allá de Belgrado, penetrando en Hungría, donde empezó un asedio a la fortaleza de Szigetvár.
En ese momento, a los setenta y dos años, murió.
La noticia de la muerte de Solimán se mantuvo en secreto durante cuarenta y ocho días. Como siempre, se hizo así para que la sucesión se pudiera entregar sin dificultades al candidato favorecido por los poderes a la sombra. Pero el gran visir, que llevaba mucho tiempo en el cargo, también temía, como resultó ser, que si los jenízaros se enteraban de la existencia de un sultán nuevo, exigirían el «regalo» tradicional, que era una suma considerable. En los cojines se instaló un muñeco disfrazado de sultán, que leía el Corán, rodeado de pajes, que participaron conscientemente en esta charada macabra, mientras que el cuerpo del sultán regresaba en secreto a Constantinopla.
Para entonces, el fabuloso mecanismo de relojería siguió funcionando por sí mismo, y un visir de genio, Sokollu Mehmet Pa ş a, arregló la sucesión para el destacable Selim II (reinado 1566-1574) , que entró en la historia como «Selim el Borracho», pero fueran cuales fuesen sus costumbres, no importaban, porque Solimán había sido muy perspicaz en la elección de sus grandes visires, el griego İ brahim Pa ş a hasta 1536, cuando fue ejecutado por volverse demasiado influyente, o el bosnio enormemente alto Sokollu Mehmet Pa ş a, que sirvió a tres sultanes y murió en la cama, aunque corrieron rumores de que la intrigante Safiye Sultana (esposa de Murad III) lo había mandado envenenar, porque esos hombres sabían qué teclas tocar, y entre ellas no estaban incluidas madres imperiales intrigantes como Safiye Sultana.
Fue en este reinado cuando se conquistó Chipre en 1571.
El mismo año se produjo el revés de la batalla de Lepanto, cuando los barcos españoles y venecianos, galeras pesadas llamadas galeazas, suficientemente fuertes para llevar cañones de cierto alcance, derrotaron una flota otomana y el acontecimiento fue presentado como un punto de inflexión en el choque de civilizaciones, siendo don Juan de Austria el héroe del momento. Pero la imagen era equívoca: España y Turquía tenían más en común que España e Inglaterra o Turquía y Persia. En cualquier caso, los turcos reconstruyeron sus galeras con rapidez suficiente (al cabo de un año) y siguieron como antes. Hasta 1600 no se puede demostrar un declive real y esta decadencia afectó a ambos bandos.
En ese momento había algo que iba rematadamente mal en el Mediterráneo. Había sido el centro de la civilización. En el transcurso del siglo XVII ese centro había pasado al Atlántico. El caso más interesante que lo demuestra es la revuelta holandesa contra España, una guerra de ochenta años que no terminó hasta 1648 (cuando, exhaustos, los delegados acordaron discutir la paz en Westfalia, pero que aún se seguían detestando tanto que se reunieron en ciudades diferentes, Münster y Osnabrück, comunicándose a través de terceras partes). Fue Holanda la que descubrió los elementos que hicieron funcionar el mundo moderno: la banca nacional, las tácticas militares organizadas racionalmente, los barcos diseñados con inteligencia, los seguros marítimos, la bolsa, el telescopio, los progresos agrícolas que acabaron con las hambrunas periódicas. Holanda era demasiado pequeña y demasiado fragmentada para resistirse a las invasiones, y lo más esencial fue trasplantado por los holandeses a Inglaterra, donde incluso ocuparon el trono en 1688. La importancia creciente del Atlántico también despertó a la salvaje y remota Escocia porque, por casualidad, Glasgow era el mejor puerto para el tabaco americano, que financió un lugar que no estaba acostumbrado a los ingresos y que los utilizó con bastante acierto.
Los historiadores de Turquía, de Venecia, de España miran por separado al siglo XVII y se preguntan qué fue mal. La decadencia fue universal, pero existen tantos detalles que, durante algún tiempo, incluso se puede debatir si ocurrió de verdad. Pero en 1700, España y su imperio seguían de una pieza porque los herederos potenciales no se ponían de acuerdo sobre su partición. Venecia se estaba convirtiendo en un Canaletto fabuloso. Nápoles también implosionó y Sicilia se estaba convirtiendo en el mundo de El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1958), con analfabetos astutos achicharrándose entre ruinas barrocas. El Imperio otomano seguía teniendo bastante impulso, pero estaba perdiendo batallas y, sobre todo, se estaba empezando a cernir la sombra de Rusia, en cierto sentido el último de los grandes imperios de Asia central.
Existen varias maneras de explicar todo esto. Una de moda en un momento dado fue el imperialismo occidental: la llegada de los portugueses y después de los holandeses con sus barcos a las zonas del comercio de especias. Esto era una variante del leninismo que afirmaba que el capitalismo se estaba convirtiendo en imperialismo y empobreciendo al Tercer Mundo. Sin embargo, 5000 portugueses y ochenta barcos holandeses, realizando un arriesgado viaje de un año de duración, realmente no eran suficientes para derrumbar todo un sistema mundial. Es cierto que los otomanos habían perdido terreno en el comercio de las especias, pero los establecimientos en Alepo y El Cairo florecían, y el comercio de café desde Yemen era mucho más beneficioso. No existe ninguna duda de que en el siglo XIX surgió un sistema imperialista mundial que se gestionó para gran provecho de Occidente. Pero no en el siglo XVII . Por el otro lado, es posible que el cambio climático (y por supuesto la guerra de galeras) condujera a una deforestación tan extensiva que el suelo quedó erosionado: un factor obvio en la meseta de Ankara. Por el otro lado, los regímenes sensibles al tema sabían cómo mantener los bosques: el elemento principal era detener a las cabras. Quizá el cambio climático trajo consigo nuevas cepas de enfermedades pero, de nuevo, los regímenes avanzados tenían alguna idea de cómo se podía controlar la peste, la malaria o la viruela, y en ese aspecto, la práctica de la vacunación fue descubierta en Turquía. El hecho que sigue siendo cierto es que Amsterdam y Londres tenían una idea de cómo se podía aislar y combatir la peste, mientras que seguía devastando a Nápoles y Constantinopla.
La decadencia del Mediterráneo ofrece campo abierto para los críticos de la religión, ya sea la Contrarreforma católica o el islam, y es cierto que ambos adornaron sus funerales intelectuales con una gran muestra de ascetismo. Los papas no causaban muy buena impresión y existe un paralelismo muy bueno en el islam.
Los turcos que tenían una flota muy grande, necesitaban estudiar las estrellas, tener una buena cartografía e instalaron telescopios en un observatorio en el distrito de Be ş ikta ş en Constantinopla (que también servía al sultán, que estaba interesado en la astrología). En 1583 se produjo un terremoto y las autoridades religiosas afirmaron que era el castigo de Dios por investigar Sus secretos, queriendo decir probablemente que estaba enojado con los astrólogos; los telescopios fueron derribados y fue el final del predominio naval otomano. De forma similar algo más tarde, en la primera mitad del siglo XVIII , las presiones religiosas provocaron el cierre de las academias de matemáticas e ingeniería y, en ese mismo sentido, las restricciones a la imprenta. La iniciativa del emprendedor İ brahim Müteferrika se detuvo en seco porque los escribas querían conservar su monopolio —y caligrafía— y presentaron argumentos religiosos en apoyo de su causa (aunque también se puede decir que los libros impresos eran demasiado caros para un público lector muy limitado). No hay duda de que se pueden encontrar excusas y excepciones a todo esto —está claro que existían clérigos inteligentes que no estaban de acuerdo con estas actuaciones—, pero resulta bastante difícil. A finales del siglo XVIII , la Europa cristiana contemplaba a los otomanos con la condescendencia afectuosa del Entführung aus dem Serail de Mozart (1782) [6] .
Aun así, en los dos reinados que siguieron a la temprana muerte de Selim II en 1574, los de Murad III (reinado 1574-1595) y después de Mehmed III (reinado 1595-1603) , la maquinaria funcionó bastante bien. Siguieron adelante las conquistas militares: en la década de 1570 incluso Marruecos, aunque no durante mucho tiempo, formó parte del imperio, y en el este, cuando los safavíes se enfrentaron con problemas en su propio norte y este, conquistaron la mayor parte de Azerbaiyán y Georgia, aunque tampoco por mucho tiempo. Siguieron los planes para excavar un canal entre el Don y el Volga, para permitir que el ejército otomano del mar de Azov tomase Astracán en nombre de sus aliados, los kanes tártaros de Crimea (que en 1571 fueron capaces de llegar a Moscú y quemar la ciudad), aunque el esfuerzo resultó demasiado grande y los tártaros eran traicioneros. Mehmed II ya había capturado la enorme fortaleza rocosa que dominaba el lago Van, y también había tomado Bitlis, teniendo ambas regiones una población mixta de kurdos y armenios, en el transcurso de la campaña en Irak; había presencia otomana en Bagdad, donde un gobernador (que resultaba ser de origen genovés) intentaba mantener la paz entre musulmanes sunníes y chiíes. Pero en las altas montañas de la frontera entre Anatolia e Irak era imposible mantener el control. Al final, las derrotas decisivas para los otomanos iban a ocurrir en esta zona. Después de 1580 se produjo una considerable recuperación persa, y se perdió Bagdad.
Hacia 1580 en el Mediterráneo se había establecido una especie de tregua con Venecia y España, y los otomanos se tuvieron que retirar de lugares tan lejanos como el océano Índico, pero las fronteras septentrionales resistieron bastante bien. De vez en cuando se producían algunas escaramuzas locales, cuando partidas de saqueadores provocaban problemas, y algún que otro vasallo otomano realizaba acercamientos subrepticios a los Habsburgo en Viena. De 1593 a 1606 incluso se libró «la Guerra Larga», que consistió principalmente en asedios, hasta que ambas partes solucionaron sus diferencias con el Tratado de Zsitvatorok, recibiendo cada parte concesiones en alguna región y dejando la frontera más o menos como antes en el oeste y el norte de Hungría. Sin embargo, en varios aspectos el sistema de Solimán estaba empezando a fallar. El primer problema era que el imperio era demasiado grande. En esta época se estableció una especie de asociación egipcio-otomana y la parte egipcia, cuyo dinero era muy necesario, se vio envuelta en batallas interminables —Etiopía, el Mediterráneo— y el control del Yemen resultó especialmente difícil a causa del terreno y del clima. Entonces reaparecieron los Balcanes, con un intercambio interminable de golpes con los Habsburgo, se hubiera declarado o no la guerra. Después llegó el este, donde no existían unas fronteras naturales, y donde las diferencias entre el islam sunnita y el chiíta provocaron no sólo guerras en Persia, sino revueltas en casa. Solimán sabía cómo lidiar con todo esto, y su reino marcó una síntesis del imperio: Roma para las leyes y la organización, islam para la inspiración, Asia central para lo militar. La interpretación de estos elementos resulta problemática, pero en la actualidad se acepta generalmente que los modelos que funcionaban eran los persas. Sus sucesores no fueron del mismo temple y aunque la síntesis resistió durante un tiempo, bajo los visires de Solimán, al final aparecieron las debilidades.
Las finanzas otomanas habían sido bastante sólidas, basadas parcialmente en la conquista —en especial de Egipto— y en parte en los impuestos. Es evidente que de vez en cuando habían aparecido problemas, y Mehmed II tuvo que reducir el contenido en plata de su moneda principal, pero sus conquistas y el crecimiento que siguió a 1453 cubrieron el desfase. Sin embargo, ahora, al final del siglo XVI , se produjo una misteriosa alza de los precios, que lo distorsionó todo. En la base se pueden encontrar dos causas. La población de la región del Mediterráneo creció casi un 50 por ciento (representando la parte otomana unos 20 millones), por razones que quizá tengan que ver con el cambio climático. La región no producía suficiente grano para alimentarse y debía importarlo del Báltico. Existía otra razón para el aumento de los precios. En América del Sur, los españoles habían descubierto las fabulosas minas de plata de Potosí (aunque existían otras fuentes como, por ejemplo, en el norte de Hungría) y cada año la flota traía su carga. Entonces aumentaron los precios e incluso la corona española se declaró en bancarrota en 1575 porque no podía pagar sus deudas. Este proceso afectó a los turcos. Venecia producía una moneda, cuyo valor en plata no se había alterado, y todo el mundo la utilizaba como estándar.
A finales del siglo XVI , las monedas turcas se vieron de nuevo adulteradas, pero en esta época se secaron las nuevas fuentes de ingresos, y el ejército de sirvientes del Estado, en especial los jenízaros, comprendieron muy bien que los estaban defraudando. Desde la paridad con la moneda veneciana, el akçe otomano cayó a la mitad de su valor. En especial, esta situación afectó a los jenízaros, que formaban la brigada de la guardia y que tenían como símbolo del regimiento una enorme marmita para cocinar, queriendo decir que el sultán era quien los mantenía en movimiento. Su cuartel se encontraba en el mercado de la carne en Aksaray, junto a la mezquita de ş ehzade, no lejos del palacio de Topkap ı . Los jenízaros protegían el palacio y si se producía un motín estaba claro que los amotinados contaban con una ventaja obvia. Se trasladarían al palacio, ocuparían el segundo patio y demostrarían su rechazo tirando su marmita para cocinar. La única forma de evitarlo, a corto plazo, era que el sultán ofreciese dinero de verdad, y en fecha tan temprana como 1589 se produjo una revuelta de jenízaros que tuvo que sofocar con dinero. Se consiguió, pero a costa de la caballería, que se rebeló después en las provincias (destacó en los levantamientos Celali de principios del siglo XVII ).
A medio plazo la solución era reclutar más jenízaros. Los jenízaros originales eran quizá unos 7000, una élite de verdad formada por antiguos muchachos cristianos que eran leales entre ellos y al sultán. Las guerras interminables habían obligado a mayores reclutamientos y como los jenízaros tenían muchos privilegios —en su mayoría, pensiones—, los musulmanes estaban ansiosos por unirse a ellos. Mehmed II lo permitió, y el número de jenízaros creció hasta más de 40 000 , con lo que se diluyó el núcleo inicial. Eran responsables no sólo de mantener la paz en la capital, sino incluso de la lucha contra los incendios, unas actividades que permitían extorsionar a los tenderos. La brigada de la guardia se convirtió en una mafia que ofrecía protección.
Un sultán inteligente habría visto la extensión de los problemas, habría presionado una maquinaria que producía papeles interminables (todos ellos en millones de documentos, guardados en los archivos), habría nombrado grandes visires aparentemente capaces de gestionar esta situación, y después se habría enfrentado al problema más grande en su vida: su madre. Los monarcas occidentales engendraban hijos con alguna mujer adecuada con la que, después del nacimiento de uno o dos herederos, se establecían unas relaciones correctas. Durante la etapa de formación del Imperio otomano la regla había sido algo similar: marido y mujer, padre e hijo, padre e hija, seguían manteniendo unas relaciones complejas como era lo normal, pero la maquinaria seguía en funcionamiento. Pero a finales del siglo XVI algo empezó a ir mal.
Una de las palabras turcas que ha entrado en el diccionario mundial es harem . Tal como se entiende en la actualidad es un error. El hogar se dividía entre una zona abierta a los visitantes, la «zona de saludo» o selamlik , y una zona privada, llamada harem , donde las mujeres de la familia podían ser ellas mismas. Incluso las residencias más grandes, incluido el Topkap ı , presentaban la misma disposición. Harem ha llegado a adquirir el significado de una especie de gran burdel, pero ése no era su sentido original. Muchachas jóvenes de buen ver eran reclutadas para el servicio en la corte y se las formaba en diversas materias sofisticadas, como la música o el bordado, o como hablar con un hombre. Las chicas ambiciosas querían, por supuesto, maridos del personal de la corte y con frecuencia lo conseguían. Sin embargo, a finales del siglo XVI , se extendió la costumbre de que cualquier chica que complaciese al sultán podía tener un hijo suyo, y si era varón, se la mantenía en una situación privilegiada. Si su hijo se convertía después en sultán, ella —como encarnación de la madrastra malvada— dirigía la ejecución de sus hermanastros, a veces niños pequeños, a los que el jefe de los jardineros (ésta era una de sus funciones) asfixiaba con un cordel de seda. Con la soga no se vertía sangre y según una superstición que se remontaba a la primera época de los turcos, el alma no entraba en el cielo. Murat III y Mehmed III (cuyos diecinueve hermanastros, algunos de ellos bebés, fueron asesinados) no pudieron soportar el proceso y nunca se llegaron a recuperar de verdad. Ahmed I (reinado 1603-1617) acabó con la costumbre y sus hermanastros fueron encerrados en un rincón del harem lleno de ratas, llamado la «Jaula».
En cualquier caso, la vencedora era siempre la madre del sultán, conocida como Sultana Valide. Participaba en un juego de estrategias de poder con las figuras principales de la corte, que eran eunucos. Esto era un fenómeno bizantino, debido a una interpretación cristiana muy particular y primitiva, aunque no del todo desencaminada, de que el sexo era obra del Diablo. Aparentemente, la idea se remonta a los coptos en Egipto, con los que Gibbon no es demasiado respetuoso (había monjes que, para demostrar su ascetismo, solían pastar hierba, como las ovejas). El gran eunuco blanco, privado de sus testículos, dirigía la mayor parte del palacio, incluidos los pajes. El gran eunuco negro, privado de todo —sobrevivías a la operación, si lo conseguías, si te sumergías inmediatamente en arena caliente—, dirigía el harem . Mujeres con poder y eunucos acabaron controlando el Imperio otomano, un contrapunto cromático a los grandes temas de Solimán. Con Murad III, el harem también adquirió las características que conocemos de las caricaturas. Hasta entonces, los sultanes habían contraído matrimonios dinásticos con princesas bizantinas, o mujeres de familias musulmanas similares, como los Giray que gobernaban en Crimea. El harem era en realidad una especie de escuela femenina, equivalente a las instituciones que formaban a los pajes, y sólo con Murad III se convirtió al menos en parte en lo que la leyenda dice que fue. Por supuesto no ayudaba en nada a formar el carácter del sultán, si estaba rodeado por una madre posesiva y por mujeres que o estaban irritadas o buscaban atención. La mayoría de los sultanes eran hombres de paja y quedaron oscurecidos por sus grandes visires.
Hasta este momento, la síntesis otomana había funcionado. Solimán había legado una máquina gubernativa de gran eficacia. Existía un verdadero servicio civil imperial: de 1453 a 1623 sólo cinco de los cuarenta y siete grandes visires fueron de origen turco, frente a once albanos y seis griegos (y un armenio). Recibían la asistencia de visires ordinarios, normalmente cuatro, y presidían una administración que gestionaba con eficacia los ingresos para mantener el ejército en funcionamiento (hacia 1600 los 40 000 jenízaros se llevaban un tercio de los pagos de salarios estatales). El gran visir dirigía el gobierno y podía amasar una fortuna (Rüstem Pa ş a, el segundo de los grandes visires de Solimán, murió dejando 1700 esclavos, 2900 caballos y 700 000 monedas de oro: como yerno del sultán construyó su propia mezquita en el Cuerno por debajo de la Sülemaniye, y tiene los azulejos İ znik —en este caso rojos— más extraordinarios de la ciudad). Cerca de cien secretarios del tesoro controlaban las entradas y salidas, y en las provincias los gobernadores disponían de un servicio civil similar, a una escala más pequeña. Los impuestos iban entrando para sostener un ejército de 200 000 hombres, muchos más de los que podían reclutar los Estados europeos.
Una peculiaridad era el sistema para reclutar a la caballería. Un hombre recibía un conjunto de granjas, llamadas t ı mar , y a cambio debía dedicar una parte del excedente de los campesinos para presentarse con seis caballos para la batalla. De esta forma se presentaban para el servicio 80 000 soldados de caballería en cuanto aparecían los primeros brotes verdes a través de la capa de hielo (y se licenciaban bien entrado el otoño). El t ı mar se concedía por la valía del hombre, pero lo debía devolver en cualquier momento, de manera que no se desarrolló una pequeña nobleza rural hereditaria: de hecho el imperio era un motor para la movilidad social; Rüstem Pa ş a, por ejemplo, era hijo de un criador de cerdos croata.
La única pieza de la maquinaria que estaba parcialmente fuera del control central era la religión, pero incluso aquí Solimán realizó grandes avances. En teoría, la religión suministraba la ley: la sharía. Un comité de figuras religiosas de prestigio, el ulema , formaba una especie de corte suprema, con todo un conjunto de jueces subordinados hasta llegar al nivel de los pueblos pequeños, donde se llamaban cadíes , que supervisaban las escuelas y los hospitales al mismo tiempo que administraban justicia. La sharía, un producto del mundo árabe medieval, se adaptaba con dificultades a las circunstancias modernas, y Solimán pasó mucho tiempo redactando códigos legales; también permitió la ley tradicional en las zonas cristianas.
En cualquier caso, en tiempos de Solimán, y durante una generación más, la maquinaria funcionó, con la mejor artillería de Europa, la infantería más valerosa y oleadas de caballería que barrían las llanuras húngaras o la meseta de Anatolia. No sólo eso: internamente había mucha preocupación por el bienestar, una ansiedad por mantener razonablemente bien alimentada a la población de Constantinopla. Los precios estaban muy controlados, y el gran visir en persona visitaba los bazares para detectar cualquier intento de enriquecimiento ilícito. Los gremios, reconocidos oficialmente, fijaban los precios, y esto explica un fenómeno que resulta sorprendente incluso en la actualidad, que en ciertas calles o incluso barrios, las tiendas vendan por lo general los mismos bienes (en Gálata, por ejemplo, lámparas e instrumentos musicales).
Sin embargo, todo fue a peor. Para empezar se produjo la evidente inflación de los precios a finales del siglo XVI , pero sus efectos fueron mucho peores por la devaluación de la moneda: el pescado se pudría a causa del calor, y a principios del siglo XVII la descomposición se extendió. Durante cerca de dos décadas la revuelta Celali hizo que Anatolia fuera ingobernable. Pero esto también fue un indicio de los problemas que estaban por llegar: que la oposición en Turquía era una imagen especular del gobierno y de su incapacidad para proporcionar un progreso serio. Los celalis eran desclasados: soldados de caballería que habían quedado obsoletos, bandidos, disidentes religiosos, campesinos enojados por la pérdida de sus tierras, funcionarios civiles furiosos por la devaluación de sus salarios. Ahmed I consiguió calmarlos y, a pesar de las murmuraciones, erigió la Mezquita Azul para celebrarlo. Se suponía que no se levantaba una mezquita a menos que se hubiera conseguido una victoria realmente provechosa. La Mezquita Azul tiene seis minaretes, un despliegue innecesario, y es sobrecogedora, mientras que Sülemaniye es imponente.
Existían otros problemas importantes que los extranjeros tenían dificultades para comprender. Algo iba mal en el islam de esta época y no sólo en Turquía: se lo puede ver en funcionamiento en la India donde, durante la época dorada de Akbar, alrededor de 1600, los hindúes podían beber vino en la corte, pero bajo Aurangzeb cincuenta años más tarde, prevalecía la intolerancia y estaba a punto de estallar una gran guerra civil dinástica. Una de las instituciones fundamentales del Imperio otomano había sido el ulema , encabezado por el Jeque ul-Islam. El tribunal formado por los jueces interpretaba la ley religiosa, la sharía, que había sido entregada por el Profeta pero, como había descubierto Solimán, dicha ley no podía cubrir todas las situaciones contemporáneas y a su lado surgió una ley civil, interpretada por abogados diferentes; y los cristianos o los judíos tenían sus propias costumbres, que por lo general se respetaban.
En la versión sunní del islam existían cuatro escuelas legales diferentes. En la variante hanafí de los otomanos se podía tratar bastante bien a los extranjeros, aunque la versión shafí, menos tolerante y también más estricta con las mujeres, prevalecía en Turquía oriental (aún se puede ver a ancianos severos en el aeropuerto de Diyarbak ı r en el sudeste de Turquía que llevan mascarillas para no respirar el mismo aire que mujeres y extranjeros). Solimán habría querido que el Jeque ul-Islam fuera una especie de Papa, capaz de decretar cambios en la práctica cuando fuera necesario. Pero esto no ocurrió. La cabeza religiosa de Constantinopla, el muftí, que tenía el mismo rango que el gran visir, realizaba los nombramientos clericales y judiciales; el resultado era una falta de autoridad central, de manera que cuando un Jeque ul-Islam legendario, Suud Efendi, que ocupó el cargo en el período 1545-1574 , sugirió que a pesar de todo se debía permitir a los banqueros cobrar intereses, no pudo imponer su opinión. El islam siguió adelante oficialmente repitiéndose a sí mismo, y en las escuelas se puso el énfasis en aprender a fondo el Corán, lo que no era una introducción para el mundo moderno.
Por encima de todo lo demás, el islam se fragmentó. Por debajo siguió la apariencia de una unidad estricta, con reglas que se ocupaban de temas como el uso de la mano izquierda para las cuestiones íntimas, pero las prácticas eran muy diversas, y especialmente en Turquía, donde eran tan importantes las influencias externas y las tradiciones antiguas. Existían hermandades —«sectas» sería un término erróneo porque no existían diferencias teológicas— que reaccionaron contra el mundo severo, legalista y opresivo del islam oficial. La hermandad Bekta ş i era poderosa en los Balcanes y entre los jenízaros, y adoptó una actitud tolerante hacia el alcohol. Los Mevlevi, los más humanos, se remontaban al gran Mevlana (Rumi) del siglo XIII , que había predicado la comprensión de las debilidades humanas y había producido la mejor poesía (son los creadores de los derviches giróvagos). Pero había otros, los Kadizadelis, que llegaron a la conclusión de que si el imperio no florecía era porque no se obedecían las reglas del islam, y más tarde los soberanos deseosos de una reconstrucción tuvieron que usar grandes fuerzas para aplastarlos.
Ahmed I fue el último sultán de la época dorada, pero ahora la tendencia era aplicar las reglas islámicas: por otro lado, dadas las revueltas Celali y los nuevos éxitos persas en el este, ¿se podía controlar el país? A principios del siglo XVII , hombres ultrapiadosos ocuparon los cargos dirigentes y el imperio se volvió más islámico. Los libros griegos desaparecieron de las bibliotecas y las nueve décimas partes de los no demasiados libros que se publicaban estaban centrados en la religión: materias repetitivas e infantiles, y vidas de santos, como en el catolicismo contrarreformista. Al igual que en la Contrarreforma católica, los mendigos se arremolinaban alrededor de las instituciones pías, y como al menos éstas se encontraban libres de las ansias recaudatorias del Estado, los ricos pusieron en ellas su dinero, donde no producía nada. En el Nápoles del siglo XVIII , el 5 por ciento de la población estaba formado por monjes y monjas, y el Imperio otomano también corría el riesgo de convertirse en un enorme mezzogiorno . Cada vez más los elementos productivos estaban formados por minorías religiosas y extranjeros, protegidos por los consulados bajo las reglas de lo que se conocía como las capitulaciones (del latín capita , que significa «parte de un acuerdo»). La ley de la sharía, que se suponía que gobernaba el imperio, no se podía aplicar a personas con costumbres completamente diferentes sobre la propiedad y, por ejemplo, el interés bancario (que teóricamente también estaba prohibido por el catolicismo contrarreformista: los monjes ocuparon las tiendas de empeño y las llamaron «Monte de Piedad»).
A la muerte de Ahmed I, una madre poderosa surgió como la verdadera gobernante. Durante un período muy breve apareció el mentalmente enfermo Mustafá (reinado 1617-1618) , antes de que los jenízaros lo devolvieran a la «Jaula». Subió al trono Osmán II (reinado 1618-1622) , hijo menor de Ahmed, con la idea romántica de reformar y dirigir sus tropas en la batalla, esta vez contra los polacos por una cuestión relacionada con el mar Negro. Sabía que los jenízaros se habían convertido en el problema, y pensó en transferir la capital a El Cairo. Pero su campaña en el mar Negro no fue bien, el tesoro estaba vacío y los jenízaros, con la ayuda del ulema , volvieron a poner en el trono a Mustafá. Osmán fue humillado y asesinado de forma muy cruel, siendo la primera deposición de un sultán otomano.
Mustafá fue destronado un año después y de nuevo entró en acción su madre para instalar en el trono a Murad IV de once años (reinado 1623-1640) , que se empezó a imponer con sólo veinte años (murió a los veintisiete) y era un hombre gigantesco, encantado de encabezar a sus tropas. Si el sultán tenía suficientes ansias de poder y era despiadado podía controlar los problemas internos: lo esencial eran las finanzas, recortando en los innumerables parásitos de palacio y en los sueldos que se embolsaban los jenízaros que no combatían, sino que se centraban en empleos civiles de un tipo u otro; se recaudaron impuestos especiales, y se aplastaron los problemas internos. Murad IV tuvo suerte, en el sentido que los austríacos estaban ocupados con la guerra de los Treinta Años, y pudo concentrarse contra Persia. En 1638 tomó Bagdad: otro giro en la dirección islámica. Esto apareció también en otros aspectos. Existían leyes que exigían a cristianos y a judíos que no se mostrasen: se suponía que los griegos debían llevar zapatos azules, los armenios, rojos, y estas leyes fueron aplicadas durante un tiempo. Además, este sultán prohibió el alcohol, lo que no es una buena idea si tienes que dirigir un imperio. (Ahmed I incluso había ejecutado a un hombre que habían pillado fumando, y Murad IV ejecutó a miles por eso mismo). Murió de enfermedad casi un año después de su regreso de Bagdad, y los problemas resurgieron con rapidez.
El sucesor de Murad, su hermano İ brahim, era perezoso y autoindulgente; se agotó en el harem y dejó el gobierno en manos de sus favoritos y de su madre, que se centró en las intrigas de palacio con los eunucos: una caricatura del despotismo oriental. En esta época los grandes visires —que después de todo representaban al sultán en el gobierno— podían amasar fortunas enormes, y la única forma de controlarlos que tenía un hombre débil eran las purgas periódicas e impredecibles, que también acababan con sus clientes. Hubo dieciocho grandes visires en doce años: cuatro de ellos fueron ejecutados, once cesados, dos dimitieron, y sólo uno murió en la cama mientras ocupaba el cargo. En 1648 İ brahim fue depuesto y ejecutado (con el consentimiento de su madre) y le sucedió Mehmed IV de seis años (reinado 1648-1687) , que fue también un sultán con una madre poderosa, que hizo estrangular a la madre de İ brahim.
Éste fue un período deprimente porque cada cambio de gobierno significaba una clientela nueva, lo que acabó calando por toda la administración, y las cosas empeoraron porque la frivolidad de İ brahim le hizo atacar Creta, que estaba en manos de Venecia, lo que fue el origen de una guerra muy larga, cara e inútil (que al final sólo sirvió para introducir en Turquía el aceite de oliva). En 1640 había 60 000 funcionarios asalariados al servicio de la administración; en 1648 eran 100 000 y el déficit era enorme e iba acompañado de revueltas de jenízaros. Además, el populacho de Constantinopla estaba irritado porque se le pagaba en moneda de cobre y se esperaba que pagase sus impuestos en plata, lo que provocó en 1651 una revuelta de los gremios. Este caos provocó que la madre de Mehmed IV diera un paso creativo. En 1656 nombró gran visir a Mehmet Köprülü, un albanés de setenta años, estirado y con experiencia, que aceptó el cargo con la condición de tener las manos libres. Él y su hijo Faz ı l Ahmet dominaron el gobierno hasta 1676, momento en que les sucedió otro Köprülü, Kara («Negro») Mustafá de Merzifon.
Ése fue un período de recuperación, desarrollado con gran dureza. Uno de los grandes problemas era que las granjas — t ı mar — que se suponía que debían proporcionar la caballería, se habían concedido a no soldados, y se les impuso un préstamo forzoso además de impuestos. Se purgó la caballería, con muchas ejecuciones, y las tropas leales aplastaron las diversas rebeliones, entre ellas una en Egipto. Se equilibró el presupuesto; por fin se conquistó Creta (1669) y en la frontera septentrional se estabilizó la situación: durante un tiempo el Imperio otomano tuvo el control, al menos nominalmente, de la mayor parte de Ucrania. Faz ı l Ahmet fue tan eficaz como su padre y ordenó menos ejecuciones; el presupuesto se equilibró. El problema real de la recuperación Köprülü es que no se impuso el gobierno de la ley. En el siglo XVII en Europa, y en especial en Inglaterra, prevaleció cada vez más el imperio de la ley. Pero en el Imperio otomano, la propiedad no era segura, los impuestos eran arbitrarios y parecía que no existía ninguna alternativa entre la tiranía y el caos. En estos momentos se está desarrollando un debate sobre si en esta época el Imperio otomano ya estaba en decadencia. Sin embargo, la respuesta a esta cuestión está en el comentario de George Orwell de que la guerra es una máquina irrefutable para probar tu fuerza, y sólo la potencia de los músculos te permite ganar el bote. Al menos los dos primeros Köprülü fueron tiranos eficaces, y dejaron algunos monumentos, quizá los últimos verdaderamente importantes: su biblioteca, no demasiado lejos del Gran Bazar en Estambul, es un tesoro. Pero por delante se vislumbraban más problemas.
La época de los Köprülü presenció una extensión extraordinaria del poder otomano en el centro y el este de Europa, como consecuencia de su situación económica. El imperio no había arreglado sus problemas financieros, excepto con medidas a corto plazo que iban a tener efectos nocivos a largo plazo: confiscaciones, impuestos agrarios. El truco estaba de nuevo en confiar en los beneficios de las conquistas, y si controlabas los cuellos de botella del comercio, podías hacer dinero. El mar Negro seguía siendo un lago otomano, en el que no podían penetrar los barcos rusos ni los de Europa occidental. La orilla septentrional y Crimea estaban bajo el gobierno de un Estado tártaro que funcionaba bastante bien bajo la familia Giray, que se consideraban muy grandes y cuya caballería se podía mover con gran rapidez por las estepas de Ucrania, como hacían los turcos en otros tiempos. Pero había complicaciones. Polonia, el Estado histórico de la región, se estaba empezando a descomponer, de forma similar a lo que había ocurrido en Hungría, y había forajidos románticos, los cosacos (la palabra es de origen tártaro), que escapaban al control del gobierno y realizaban formidables expediciones de saqueo a caballo en todas direcciones: a veces derrotaban a los polacos y a veces llegaban a acuerdos con ellos, al igual que con los turcos y los rusos. Ucrania era un país sin ley y dividido, y los satélites otomanos en Moldavia y Transilvania en la frontera septentrional estaban intranquilos. Todo este contexto se complicó aún más porque Suecia, en el norte, era un país bien organizado, rapaz y gobernado por un lunático, Carlos XII, y la confusión aumentó porque la Francia de Luis XIV estaba luchando por la hegemonía en Europa en contra del Imperio austríaco, en alianza con ingleses y holandeses. El sentido común más elemental debería haberle dicho a los turcos que tuvieran mucho cuidado y les debería haber advertido contra cualquier avance si los suecos permanecían tranquilos y los europeos occidentales estaban en paz entre ellos.
Un ejemplo del mundo de ensueño en el que vivía fue que estas consideraciones no contaban para nada. En esta época, los gobernantes en Constantinopla no hicieron los deberes. Nadie hablaba ninguna lengua extranjera y los hombres que las conocían, por lo general cristianos, eran despreciados y se desconfiaba de ellos. Las fuerzas turcas lo hicieron bien contra los polacos, se aliaron con parte de los cosacos e incluso asediaron la gran ciudad en el sudeste de Polonia, Lviv. Fantasearon con que los protestantes húngaros conseguirían el apoyo francés (los turcos no comprendían que en ese mismo instante Luis XIV estaba expulsando a sus propios protestantes, los hugonotes). En cualquier caso, había llegado el momento para una demostración de fuerza. Kara Mustafá, que había asumido el cargo tras Faz ı l Ahmet, tenía sueños de grandeza y decidió asediar Viena. En 1664 el ejército austríaco ya había demostrado una organización superior en la batalla de Szentgotthard, a la que siguió un tratado (Vasvár) que permitió a los austríacos concentrarse contra Francia en Italia y Alemania. Ahora, en 1683, los turcos denunciaron el tratado en un ejercicio de megalomanía. El Jeque ul-Islam advirtió que el verdadero problema era Rusia, pero no se le tuvo en cuenta: el imperio iba a jugarse los triunfos, desde lo más alto.
Se emprendió un esfuerzo logístico extraordinario cuando se pusieron en marcha los 200 000 hombres, más o menos a la misma velocidad que los cañones, atravesando los ríos con puentes de pontones y arrastrándose por el barro, de manera que la media eran poco más de seis kilómetros al día, seguidos por toda la recua de suministros, mientras que el coche de plata del gran visir avanzaba por el lodo. Les llevó tres meses desde Edirne vía Belgrado y Buda, donde apareció la caballería tártara y las tropas auxiliares de las tierras rumanas. Después, este ejército fabuloso, con tiendas enormes, tesoros y todo lo demás, se reunió delante de Viena en julio de 1683. Se inició el bombardeo. Sin embargo, las balas de cañón iban a lomos de camellos y el problema era que los camellos no podían transportar balas demasiado pesadas. Las murallas de Viena se habían reforzado y las balas eran demasiado pequeñas. Rebotaban. El emperador austríaco Leopoldo había abandonado prudentemente la ciudad, pero fue capaz de conseguir aliados, y no sólo aliados sino a casi todos los Estados cristianos con intereses en la zona, incluyendo a Rusia. Kara Mustafá había elegido extraordinariamente mal el momento, una época en que las guerras habituales de Francia contra Austria habían quedado en suspenso; consiguió que polacos y rusos se uniesen contra él; los venecianos seguían conservando algo de fuerza y se unieron a ellos; los húngaros disidentes por sí mismos eran impotentes. En septiembre de 1683, llegaron la caballería polaca y los príncipes alemanes para ayudar a Viena, atacando al ejército sitiador desde la retaguardia. Se produjo un colapso otomano: el ejército, dejando atrás sus tiendas y su tesoro, huyó de regreso a Hungría, donde poco después caería Buda. La derrota de Viena le costó la vida a Kara Mustafá: fue estrangulado en Belgrado con un cordón de seda.
A continuación se produjo un enorme contraataque cristiano; Belgrado cayó en 1688 y muy pronto se unieron a él los persas. El Imperio otomano sufrió por su extensión excesiva y casi se produjo una derrota aplastante con el regreso de los venecianos a Grecia (la destrucción del Partenón se debe a un bombardeo veneciano contra Atenas) y de los austríacos a Bulgaria; los rusos avanzaron en el mar Negro, aunque los derrotó la logística. En 1687, al proseguir las calamidades, estalló un motín y Mehmed IV fue depuesto y sustituido por uno de sus hermanos, Suleimán II (reinado 1687-1691) , que salió tambaleándose y sorprendido del rincón más oscuro de Topkap ı , esperando que lo ejecutarían, pero se le informó que iba a ocupar el poder, porque el registrador de los Descendientes del Profeta y el funcionario jefe de los Portadores de la Copa Imperial habían hecho su trabajo, y las tropas que se habían rebelado volvieron a jurar su lealtad cuando a su jefe se le concedió la recaudación de un impuesto agrario y se le dio la gobernación de Rumelia. La única esperanza real radicaba en que los austríacos tuvieran que volverse hacia Occidente, y éste fue un factor a largo plazo que iba a salvar una y otra vez al imperio.
En 1699 se firmó el Tratado de Karlowitz, por el cual los turcos se retiraban de Hungría. Probablemente se habrían visto obligados a entregar mucho más, pero en 1701 los Habsburgo quedaron absorbidos en el último gran conflicto con Luis XIV: la guerra de Sucesión española. La batalla de Zenta, en la frontera serbo-húngara, en 1697, había demostrado lo atrasadas que estaban las tropas otomanas, un atraso reforzado por los sueños de grandeza: el Estandarte del Profeta recorría las filas con lo que sólo se animaba a ataques suicidas. La fórmula otomana estaba fallando y aun así, durante algún tiempo, no había otra. Éste era un imperio que se tenía que expandir, aunque sólo fuera para mantener ocupados a los jenízaros, que en caso contrario provocarían problemas. En los viejos tiempos valía la pena pagar a los jenízaros para la conquista de algún lugar que proporcionaría ingresos. Ahora estaban a la defensiva una y otra vez. Si dejaban tranquilo al imperio o sólo se tenía que enfrentar a un adversario, podría sobrevivir bastante bien con la vieja fórmula. Pero en cualquier otro caso, no. Su única esperanza firme radicaba en la rivalidad entre ellos de los agresores en potencia y, con la guerra de Sucesión española que duró hasta 1713-1714 , estaban muy entretenidos y esto permitió a los turcos recuperar algunos de los territorios perdidos. Pero al terminar la guerra, el ejército austríaco, bajo el mando del príncipe Eugenio de Saboya, regresó a los Balcanes, derrotando al ejército otomano en Peterwardein en 1716, aunque los venecianos, que se habían unido a la expedición, no lo tuvieron tan bien. Perdieron parte de Grecia, pero el Tratado de Passarowitz en 1718 entregó Belgrado a los austríacos y la población musulmana salió en masa de Hungría. Las derrotas quedaron algo paliadas veinte años más tarde, principalmente porque los austríacos se metieron en una guerra con la floreciente Prusia; y durante períodos sorprendentemente largos hubo paz: una época (hasta 1730) conocida como «el tiempo de los tulipanes».
Los tulipanes proceden de Asia central y su nombre deriva de la palabra persa que significa «turbante»; Turquía los exportaba y en la década de 1630 se había extendido en Holanda una manía por los tulipanes con especulaciones absurdas sobre el precio futuro de los diversos bulbos. Ahora la locura por los tulipanes había asaltado Turquía, fomentada por Ahmed III (reinado 1703-1730) , y esta flor da nombre a un período espectacular, aunque corto. Ahmed III era un hombre de paz y por una vez había tenido una niñez relativamente libre, fuera de la «Jaula» de Topkap ı . Tuvo la suerte de que apareciese una fuente nueva de ingresos en el Danubio con la venta de derechos aduaneros y gastó de manera espectacular. Éste fue el momento en que la moda occidental y en especial la francesa empezó a penetrar en el Imperio otomano, y Ahmed se divirtió mucho con las importaciones o con reproducciones: tenía su propio kö ş k en el palacio, en el que los paneles estaban cubiertos con diversas pinturas florales. Su embajador en Francia regresó con descripciones brillantes de los parques y los palacios a disposición del rey de Francia, y Ahmed ocupó una zona en Ka ğ ı tane conocida como «las aguas dulces de Europa», donde desembocan dos ríos en el Cuerno de Oro, y construyó un palacio, Sadabad, con jardines elaborados y decorado en especial con tulipanes: se celebraron ceremonias fabulosas que se completaban con tortugas que llevaban velas fijadas en el caparazón para iluminar las flores. Durante la mayor parte de este período, hubo paz, y «el tiempo de los tulipanes» es recordado con afecto en las miniaturas de Levni, el pintor de la corte (sus imágenes en el Surname-i Vhebi de 1720 muestran el festival de la circuncisión de los hijos del sultán, completado con los «muchachos danzantes», que era una característica de la corte otomana).
Pero también fue el último momento del imperio tal como lo establecieron los grandes sultanes. Los otomanos siguieron por el sendero marcado y de vez en cuando tuvieron grandes visires eficientes —en especial İ brahim Pa ş a de Nev ş ehir (en Capadocia) bajo Ahmed III—, que sabían que en Europa (y en Rusia) se estaba desarrollando algo formidable. En la primera mitad del siglo XVIII , los embajadores otomanos se establecieron por primera vez en el extranjero, en especial en París, y algunos de ellos realizaron verdaderos esfuerzos por comprender (otros eran perezosos y despreciaron todo lo que veían como antiguallas de infieles). Creció el comercio exterior y con él la presencia de mercaderes, especialmente en Esmirna y Salónica; Occidente quedó fascinado con la moda y los diseños turcos, y las relaciones a nivel personal fueron muy buenas en muchos casos.
Lady Mary Wortley Montagu (hija de un conde y con amplias conexiones, en especial con Alexander Pope) aportó una de las contribuciones inglesas clásicas al tema y en sus cartas a casa describe cómo en 1716 cruzó la frontera del Imperio otomano de camino a Constantinopla, donde su marido había sido nombrado embajador británico. En Belgrado conoció al gobernador, un hombre encantador de una energía prodigiosa, que bebía y explicaba historias divertidas; pero estaban rodeados de bandidos y necesitó todo un destacamento de jenízaros para garantizar su seguridad durante el viaje; y los jenízaros maltrataban a la población, sin que a ella le pareciera nada especialmente reprensible. En Constantinopla, esta mujer maravillosa observó todo tipo de detalles y aprendió la lengua: tenía como amigas a muchas turcas que le explicaron una o dos cosas, como que una vez estaban fuera de la casa, cubiertas por el velo, nadie conocía su identidad, de manera que podían tener citas con hombres, sin que nadie les preguntase nada.
Había problemas profundos y a veces salían a la superficie. Ahmed III fue derrocado en 1730 por una revuelta de los jenízaros, dirigida por un albano de nombre Patrona Halil, que sólo se pudo silenciar con la ejecución de İ brahim Pa ş a y de otros colaboradores cercanos del sultán; en este acontecimiento, el sucesor de Ahmed, Mahmud I (reinado 1730-1754) , jugó un papel importante y traicionero, al invitar a Patrona Halil y a sus amigos a un banquete, supuestamente en honor de su nombramiento para un alto cargo, para matarlos a todos. Éste fue el final del «tiempo de los tulipanes».
El ulema siguió interpretando la sharía, proporcionando las normas precisas para todas aquellas contingencias que no había previsto el Dios árabe del siglo VII , pero todo el montaje estaba viviendo un tiempo prestado. Por debajo de todo esto, se podía sentir un cambio de mentalidad. En la primera mitad del siglo XVIII , parece ser que gran parte de la población se tomaba sus deberes religiosos con bastante ligereza y quién sabe lo que se decía y hacía tras las puertas cerradas. Incluso la arquitectura de las mezquitas —siendo el mejor ejemplo la Nuru Osmaniye, en el Gran Bazar, iniciada por Mahmud I en 1748—, muestra influencias rococó. Su sucesor, Osmán III, intentó restaurar los imperativos religiosos —prohibición del alcohol, los no musulmanes debían llevar ropas distintivas y otras medidas similares— pero fue ampliamente ignorado y no duró mucho. Su sucesor, Mustafá III, tampoco tuvo gran interés (reinado 1757-1774) , excepto por el hecho que fue el primero en pedir un préstamo. El islam estaba en contra de los préstamos, pero en 1768, a medida que aumentaba el poder de Rusia, no había alternativa.
La realidad era que el sistema imperial se estaba empezando a desintegrar. Todos los jenízaros se dedicaban a otra cosa: si tenían suerte regentaban una tienda, si no, se dedicaban a la extorsión. Constantinopla sufría regularmente grandes incendios que destruían los edificios de madera apelotonados y, una paradoja extraordinaria, este régimen teóricamente todopoderoso no fue capaz de organizar un urbanismo al estilo, por ejemplo, de Viena, con calles anchas y espacios abiertos, dominados por un palacio nobiliario o una iglesia monumental. El fracaso en el desarrollo de grandes espacios públicos como en las capitales occidentales se debió a la sharía. En todos los países existe una lucha entre el derecho de propiedad y los derechos de los usuarios de los espacios públicos, y bajo la sharía los usuarios tienen la prioridad. Si cerraban una calle y construían sobre ella, ése era su derecho, mientras que en Occidente, siguiendo la tradición romana, las autoridades públicas podían organizar la confiscación de espacios, o como en Inglaterra, la gran aristocracia podía hacer lo mismo utilizando los recovecos de la ley de propiedad inglesa. Pero esto no era así en Constantinopla, o en cualquier otra ciudad musulmana, y en estas conejeras, controladas sólo por los incendios, también se extendían las enfermedades. Constantinopla era muy insalubre. Los embajadores escapaban todos los veranos hacia el mar Negro, donde tenían casas de verano, en general en Tarabya, la versión turca del griego «Therapeia» o «pueblo terapéutico». Con frecuencia los sultanes también se escapaban, en este caso a Edirne, donde había buena caza.
En los Balcanes otomanos la desintegración fue muy seria. En los viejos tiempos los campesinos habían recibido un trato bastante bueno por parte de los funcionarios imperiales: les protegían de los posibles barones malos, sus señores. Los funcionarios corruptos o incompetentes podían ser ejecutados y sus bienes confiscados. Sin embargo, este sistema se había basado en una especie de feudalismo, el t ı mar , que no implicaba la propiedad hereditaria que se asocia con el capitalismo agrícola. Y el propietario podía perder las tierras si no cumplía con su parte del trato. En el siglo XVIII , al extenderse el comercio a lo largo de las rutas comerciales hacia Salónica, algunos de los propietarios empezaron a desarrollar sus tierras, sobornaron a los funcionarios locales y convirtieron las tierras en verdaderas plantaciones, çiftlik . Esto significaba un paso atrás para los campesinos, pero el tema se complicaba de nuevo porque, por un juego del destino, los grandes propietarios eran musulmanes y los campesinos, reaya o «rebaño», eran generalmente cristianos. También es importante señalar que las tierras de la Iglesia ortodoxa, que estaban muy mal cuidadas, eran muy extensas; de manera que el resultado fue un campesinado que tenía cada vez menos tierras, y con frecuencia eran terrenos rocosos y pobres.
La consecuencia fue la extensión del bandidaje por todos los Balcanes y en especial en las regiones montañosas. En Grecia estos hombres se conocieron como klephts y con frecuencia se les celebraba en relatos y canciones como si fueran Robin Hood. ¿Qué podían hacer los terratenientes? Reclutaron a otros matones como policías, que fueron llamados armatoles . Un historiador francés brillante, Gilles Veinstein, describe acertadamente este proceso como un movimiento «de bandolero heroico a gendarme ladrón». Los Balcanes se estaban volviendo ingobernables, y de vez en cuando se producían represalias salvajes: podías viajar por una carretera sorprendentemente difícil y embarrada, y te podías cruzar con unos postes muy altos en la punta de los cuales se retorcían hombres empalados y agonizando. Hacia 1770 las mentes más brillantes de los Balcanes se preguntaban ya qué movimientos
podrían llegar desde Occidente.
Sin embargo, una inteligencia similar no era lo más destacado de la corte de Mustafá III. Nadie conocía nada en profundidad, y a veces ni superficialmente, de una gran potencia emergente como la Rusia de Catalina la Grande. Existían relaciones antiguas con Polonia, que estaban sobrevaloradas, y con Suecia. Venecia había dejado de contar, y Austria se había vuelto hacia Alemania; Francia era amistosa. En un ataque de falsas ilusiones, Mustafá III se dejó implicar en una guerra contra Rusia, básicamente por el mar Negro. Los rusos habían estado probando el norte del Cáucaso, donde en teoría seguía vigente la soberanía otomana, y se interesaban abiertamente por Crimea, un Estado vasallo de los otomanos. Los gobernantes de Moldavia, que limitaban con Ucrania, habían estado intrigando con Moscú. Mustafá III les iba a demostrar quién era el dueño del mar Negro, y le declaró la guerra a Catalina en 1768. De repente, la brillante fachada del Imperio otomano del siglo XVIII estaba a punto de derrumbarse.
Un desastre vale más que mil consejos.
El llamado derecho de las mujeres al aborto ha regresado a la actualidad española, es decir los políticos han revuelto otra vez la mierda sangrienta del aborto. Siempre he defendido que las mujeres puedan abortar si así lo consideran conveniente (para ellas), y lo sigo haciendo. Pero, dejemos la hipocresía: el aborto es matar a un ser humano. Todo lo embrionario que quieran, pero un ser humano. Lo que matan es un ser humano, pues el proceso de gestación concluirá con el nacimiento de un nuevo ser humano, no de una jirafa, un cocodrilo o una cacatúa: de un ser humano. Si interrumpes ese proceso de gestación matas a un ser humano. Punto. Todo lo demás es palabrería destinada a no enfrentarse al hecho de que has matado a un ser humano. Asumirlo, es mucho más decente que esconderse detrás de un embrión. El llamado derecho de las mujeres al aborto es el derecho de las mujeres a matar a un ser humano. Hablemos claro.
Apoyo que las mujeres tengan la posibilidad de abortar libremente y con la mayor seguridad. Lo hago por la misma razón que apoyo la gestación subrogada y la prostitución: porque las mujeres han de ser libres para disponer de su cuerpo de la manera que estimen más conveniente. La libertad es el bien supremo.
Ayer 12 de Octubre llegó el gran Cristóbal Colón a América y con él la Civilización. Gracias a Cristóbal Colón dejamos de comernos unos a otros, sacrificar y tirar niños a los siniestros cenotes y decapitar, destripar o sacar el corazón con un cuchillo de piedra (sí, vivíamos aún en el neolítico) a indígenas de otras tribus capturados y esclavizados por salvajes que ya conocían y ejercían la dictadura tribal. Los aborígenes cubanos, debiluchos y sifilíticos, servían de comida a los Caribes y otras tribus: nuestro patético destino ya estaba claramente determinado desde los mismos inicios. Colón y sus hombres y las posteriores riadas de españoles y europeos trajeron la Civilización, repito, y con ella el idioma español, sin el idioma español quién sabe qué jerigonza espantosa hablaríamos (es un decir) ahora. Nunca agradeceremos lo suficiente a Colón y sus hombres habernos encontrado y civilizado sacándonos así de nuestro canibalismo y del oscurantismo siniestro asesino y esclavista en el que vivíamos.
Gracias, Don Cristóbal.
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