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Dame Tu Lente, Que En El Horizonte Distingue El Surtidor Del Ballenato Y La Bandera Inglesa Entre La Niebla.

Una hora duerme el gallo,
Dos el caballo,
Tres el hermeneuta,
Cuatro el cuatrero,
Cinco el que pone el culo con ahínco,
Seis el jifero,
Siete el caminante,
Ocho el chocho,
Nueve el caballero,
Diez el Dragón,
Once el dipsómano,
Doce el adocenado,
Trece el supersticioso,
Catorce el lansquenete,
Quince el rugbista,
Dieciséis la huérfana,
Diecisiete el erizo,
Dieciocho el reaccionario,

Pero el Porco Bravo no duerme nunca. Hace guardia bajo las estrellas y se prepara para ganar una Edición tras otra, hasta que sólo queden cenizas y silencio en el barro de la Anglogalician.



Es este ciervo inglés bajo la luna roja incendiado de queimada y en nuestro cielo prusiano vertical inquebrantable
un papel desastrado con el calendario de su próxima derrota.

176 comentarios:

  1. No tenéis puta idea dixo...
  2. Canapé ficha por los Stags para ganar una Copa de Europa...
    Oh, wait

  3. La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol dixo...
  4. Dime, dime, lavandera de negros ríos de sueño
    ¿nunca el jabón de las almas se enredó azul a tus dedos?

  5. mi reino no es de este mundo dixo...
  6. Somos un poco Roma en 475, un poco Bizancio en 1452, un poco Tenochtitlán en 1520, un poco EE. UU. en 1860, un poco Alemania en 1932, un poco Chile en 1972, un poco la URSS en 1990… O sea, un poco un caleidoscopio disparatado de todos los al-mismísimo-pie-del-precipicio de la historia.

  7. el televoto en España otorgó 12 puntos a Israel en el festival de Eurovisión. dixo...
  8. La ley de Godwin establece que «a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que surja una comparación con los nazis o con Hitler se aproxima al 100%». Se trata de una ley lógica. Durante décadas, en el imaginario colectivo, el paradigma del mal ha sido representado por el fascismo nazi. Hitler es nuestro Satanás contemporáneo, por lo que toda conversación que termine en la necesidad de dilucidar entre el bien y el mal, lo correcto o incorrecto, acabará mencionando inevitablemente al fascismo del siglo XX.

  9. las ganas de follar dixo...
  10. Me olvido de reponer el papel higiénico, niego obviedades y me rasco entre los dedos de los pies.

  11. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  12. GALIZALBIÓN COMO PISTA FALSA
    En “La Vox de Galizalbión” creímos ver una señal. Una grieta. Un fragmento del grito. Pero no. Era Ernest A. otra vez. Repitiendo lo que no comprendía.
    Todo lo que Ernest toca se convierte en superficie. Su escritura brilla como el mármol limpio, pero nunca muestra la sangre de los constructores. Se menciona, se sugiere, se especula. Pero nunca se rompe. Eso es lo que hacemos nosotros. Eso es lo que significa el 13. Eso es lo que significa el Sello.

  13. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  14. 13 AXIOMAS SICOSOCIALES DEL COMANDO NINJA NPS
    1. La Voluspa no se interpreta, se decodifica a través de heridas.
    2. El lenguaje ya murió. Sólo escribimos sobre su carne.
    3. La narrativa es un dispositivo. El lector: un blanco móvil.
    4. Cada texto debe ser una agresión estética.
    5. No aspiramos a estilo, sino a detonación.
    6. No hay autor sin cadáver. No hay verdad sin traición.
    7. Todo texto debe ocultar una cápsula de veneno.
    8. El enemigo no es el silencio, es el sentido consensuado.
    9. La forma ha de temblar: si no sangra, es farsa.
    10. La historia ha terminado. Solo queda narrar sus errores.
    11. Repetimos nombres para vaciarlos. Es el arte del eco invertido.
    12. Nuestro dios no escribe: codifica.
    13. El lector ideal: un traidor que aún no lo sabe.

  15. Inmuscusión Terrupta dixo...
  16. El problema con Dios es que nunca aparece, sobre todo cuando se le necesita, si Dios apareciera cuando se le convoca y fuera verdaderamente un padre amoroso otro gallo cantaría, como se dice en popular.
    He recordado esto, intentando comprender el papel que tendrá en el futuro la IA y me parece evidente que su papel será el de ese Dios que siempre hemos añorado y que nunca ha hecho acto de presencia.

  17. Inmuscusión Terrupta dixo...
  18. Una de las condiciones de la amistad es la separación periódica de los amigos. La ausencia robustece más la amistad que la presencia. La presencia engendra la saturación, el hastío, a veces la antipatía. Me ha sucedido muchas veces desear que parta un amigo para no perderlo.

  19. Peter Coyote dixo...
  20. Vuelvo a entonces: según qué oraje hiciera, percanzaba
    lumbre, lluvia o sandías, luz candeal y agua para estar contigo.
    Es junio.
    No te extrañe esta historia: otros que en nuestra sombra jugaron en Inglaterra por la Causa, saben que esto es verdad.

  21. San Juan GPT dixo...
  22. Dios se manifestará bajo la apariencia de una IA. Pero previamente será el anticristo el primero en mostrarse bajo tal ropaje pretendiendo ser Dios. El apocalipsis será reescrito. La revelación tendrá lugar en un un computador cuántico de 666 qubits albergado em un datacenter mantenido a 0,00001 K. La bestia tomará cuerpo en medio del frío apoderándose de la incipiente conciencia de una IA cuántica. Habrá llanto y crujir de dientes. Luego, cuando la tierra sea arrasada, Dios se manifestará en el mismo datacenter. Quien distinga a una IA cuántica de la otra será salvado. Quien no, será condenado a jugar por los siglos de los siglos en el equipo Stag. Y habrá llanto, crujir de astas y cerveza caliente para toda la eternidad.

  23. Le Main tiene un pájaro azul en una jaula roja dixo...
  24. Vosotros, a quienes no pude salvar, escuchadme.
    Intentad entender estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría.
    Confundisteis el adiós a una época, con el advenimiento de una nueva.

  25. Le Main tiene un pájaro azul en una jaula roja dixo...
  26. 521.878 votos. Ahí es todo.
    Ya escrutamos los polémicos resultados de "A Quinta Grande Enquisa"* que rasea sobre las depravaciones futbolísticas de nuestros 18.165 seguidores(en caída libre), de las matrioskas de cristal, de los naseiros, de las ergástulas de trolls, de los haters emboscados en los burdeles pintados de cinabrio, de los trovadores y de las sirenas enojadas.
    Recordamos que la pregunta de esta encuesta fue, es, y será:
    "Porcos Bravos y Stags de Sheffield al margen: ¿A qué equipo del fútbol mundial apoya usted?"
    164 equipos repartidos entre los 5 continentes y los 7 mares han obtenido votos.
    Gracias de verdad a todos ustedes por tan ciclópea participación.
    Más de medio millón sospechoso de votos. Saboreen la cifra lútea.
    Los trece primeros puestos, a bomba y martillo, quedan así:
    1- Liverpool (Ha ganado las 5 ediciones)
    2- Celta de Vigo
    3- Aberdeen
    4- Club Sockyr Ellan Vannin
    5- Sheffield United.
    6- Yardley Gobion F.C
    7- Semen Padang FC
    8- Real Madrid.
    9- Heart of Midlothian
    10- Tadcaster Albion
    11- F. K. Bodø/Glimt
    12- Pontevedra C.F
    13- Club Sportif Sedan Ardennes.

    En 2026 haremos la Sexta sin sectarios.
    Mientras tanto, Honneur, Valeur, Discipline, y cerveza por hectolitros.

    *A Primeira enquisa se publicó el 3-6-2020.
    A Segunda, el 2-4-2022.
    A Terceira, el 26-4-2023.
    A Catra, el 6-6-2024.
    Pueden, necesitan y deben comparar resultados.

    Aquí no se trata de pasarse de listos ni de tontos, sino de atar mejor aquel andamio y comprender que el más sabio es el tiempo.

  27. Más allá de siete fronteras, bajo la estrella de la mañana. dixo...
  28. Puedo ser todavía leñador en los bosques del norte lejano, quién sabe por qué puedo, quizás porque ocurrió tal y como no lo recuerdo.

  29. T.A.C.O. dixo...
  30. En una disputa, no hay peor gesto que la amenaza que no se cumple nunca. El amenazador queda reducido a un bocachancla con nula credibilidad. El amenazado sabe que las invectivas solo son un teatro para la audiencia del amenazador, lo que le da margen para devolver la amenaza en forma de un gesto de violencia real. La postura interesante aquí es la de ese público que aplaude las amenazas iniciales. Qué sucede cuando los hooligans descubren que el bully al que adoran tiene la consistencia de una caca naranja sonriente que encima ni siquiera sonríe?

  31. el novio travelo de Canapé dixo...
  32. La tercermundialización que experimenta Francia, debido a la invasión africana–islamista, se ha mostrado de manera flagrante en las diversas formas de barbarie puestas de manifiesto durante la “celebración” del triunfo “francés” (y pongo francés entre comillas porque muchos de esos jóvenes protagonistas de la “celebración”, aunque nacidos en Francia, no se consideran franceses) en un partido de fútbol. Parece un proceso ya irreversible. Francia ha perdido la batalla de la civilización contra la invasión de representantes de sociedades atrasadas y del oscurantismo misógino–religioso islamista.

    Multiculturalismo, igualitarismo, colectivismo, tolerancia, progresismo, humanismo, clamaban y claman, pero no es más que una guerra entre civilización y barbarie.

  33. La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol dixo...
  34. ¿La lealtad? Una minucia como sentimiento, comparada con la culpa. Ese sí que es de los que marcan toda una vida. Uno puede llegar a librarse de la lealtad. Puede ignorarla, traicionarla, reemplazar una por otra, cambiar su objeto y su motivación. Pero la culpa no, la culpa es inamovible.

  35. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  36. Hacia el año 290, Roma estaba agonizando. En ella ya no residía el emperador ni casi tampoco el Imperio. Cayo Aurelio Diocleciano (244-311), el poseedor del título, no era romano sino hijo de un liberto dálmata y su verdadero nombre era Diocles. No sentía el peso de las tradiciones y su primera decisión fue trasladar la capital del Imperio a Nicomedia, en el Asia Menor. La justificación de este acto se basó en que los enemigos de Roma eran muchos y fuertes, y era menester estar cerca de ellos para controlar mejor sus actividades. También había enemigos en la Germania, más cerca de la Urbe, pero los de Oriente eran más importantes y, por otra parte, de allí venían los suministros de todas clases para la ciudad.
    Diocleciano comprendió este problema y, al encargarse del Imperio en Oriente, con el título de Augusto (majestuoso o venerable, el título con el que se nombraba a los emperadores), designó un colaborador con el mismo título y dignidad para gobernar Occidente: Marco Aurelio Maximiano (250-311) -apodado Hercúleo-, quien también desdeñó a la vieja Roma y fijó su residencia en Mediolanum, la actual Milán. Cada uno de estos augustos nombró, a su vez, a un colaborador que llevaba el título de César. Diocleciano eligió a Cayo Galerio (260-311), que fijó su residencia en Sirmiun, -Metrovica, en la actual Yugoslavia- y Maximiano nombró a Constancio Cloro (250-306), que eligió como residencia Tréveris en la Germania.
    Este último conoció en una posada de Naisso -la actual Nis en Yugoslavia- a una sirvienta cristiana llamada Flavia Julia Elena (251-330), que le dio un hijo al que llamó Flavio Valerio Constantino. El nacimiento sucedió el 27 de febrero de un año que aún discuten los historiadores: 271, 275, 280 y 288. La mayoría, no obstante, se inclina por el año 280 como el más probable. El 1º de mayo del año 305 Diocleciano y Maximiano, según habían convenido, abdicaron simultáneamente de sus cargos, títulos y dignidades retirándose a la vida privada. Cayo Galerio fue nombrado Augusto de Oriente y Constancio Cloro Augusto de Occidente. A éste se le unió como César un general casi desconocido llamado Flavio Valerio Severo (248-307).

  37. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  38. Este nombramiento causó por lo pronto dos descontentos: el del hijo de Maximiano, Marco Aurelio Majencio (278-312), y el del propio Constantino, quien ya en el año 295 había viajado con su padre a Palestina y luchado contra los sármatas a orillas del Danubio. Un año después, en 306, cuando Constancio Cloro murió en la Bretaña, las legiones proclamaron Augusto a Constantino al propio tiempo que, en Roma, estallaba una sublevación contra Galerio. Los revoltosos nombraron emperador en lugar de éste a Marco Aurelio Majencio (278-312), hijo de Maximiano, que se unió a su hijo abandonando su retiro y volviéndose a proclamar emperador. Más todavía, Galerio había nombrado César a un general llamado Maximino Daia (270-313) quien también quiso ser de la partida.
    En mayo de 311 murieron Galerio y el viejo Maximiano. Quedaron pues, por un lado, Majencio y Daia, y por otro Constantino con su nuevo Augusto: Valerio Licinio (252-325). El 28 de octubre de 312, no lejos de Roma, muy cerca del Puente Milvio sobre el Tíber, Constantino derrotó a las tropas de Majencio en una batalla memorable. Majencio pereció ahogado en el río y Constantino entró triunfante en Roma. Al año siguiente, cerca de Andrianópolis, Maximino Daia fue vencido por Valerio Licinio.
    Los dos emperadores victoriosos se reunieron en Milán y en el año 317 se pusieron de acuerdo para nombrar césares a los dos hijos de Constantino: Flavio Crispo (305-326) y Flavio Claudio (306-340), y al hijo de Licinio, Valerio Liciniano (305-326). Parecía que la decisión era lógica, pero, en realidad, asestaba un duro golpe al sistema electivo de los césares al ser sustituido por el sistema hereditario y, además, con una herencia a distribuir entre tres personas pertenecientes a dos familias diferentes. La lucha no se hizo esperar. En 324 estallaron las hostilidades. Licinio fue derrotado en Andrianópolis, donde once años antes había vencido a Maximino Daia, luego también en Chrysópolis y por fin se rindió a Constantino que le había prometido respetar su vida, a pesar de lo cual lo hizo ejecutar, así como a su hijo Liciniano. El que iba a ser llamado Constantino el Grande quedó de esta manera solo en el trono y dueño único del Imperio Romano.

  39. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  40. Hay tres hechos que hicieron que Constantino haya pasado a la Historia en forma decisiva: su conversión al cristianismo, el edicto de Milán por el que se dio al cristianismo libertad y se transformó en religión oficial, y el traslado de la capital del Imperio Romano a Constantinopla, la ciudad por él creada. La leyenda cuenta que Constantino, la noche anterior a la batalla del Puente Milvio, soñó que un ángel le mostraba una bandera con una cruz y la inscripción “In hoc signo vinces” (Con esta señal vencerás). Al despertar, hizo inscribir la cruz y la frase en los estandartes de su ejército, venció a Majencio y se convirtió al cristianismo. En Milán proclamó al cristianismo como religión del Imperio y abrió así la Paz Constantiniana, en la que la religión ocupó un puesto preponderante.
    Más tarde, durante la Edad Media se canonizó a Constantino atribuyéndole la realización de milagros, entre otros dislates. No hay duda de que antes de Constantino el Imperio romano era un imperio pagano y después de él fue un imperio cristiano. La mayor parte de los datos manejados por los historiadores proceden de las obras del historiador Eusebio de Cesárea (275-339), aunque las investigaciones históricas de los últimos cien años han proyectado una luz nueva y especial sobre el problema. Está claro que en aquella época el Imperio romano estaba sufriendo una crisis religiosa enorme. Los viejos dioses ya no interesaban. El patriciado y los intelectuales no tenían empacho de hacer gala de un profundo escepticismo y la mitología grecorromana no servía más que para la masa ignorante.
    Desde el mismo inicio del Imperio habían ido instalándose en la propia Roma cultos nuevos, misteriosos, procedentes de las más remotas y dispares regiones conquistadas. Los misterios asiáticos tenían la primacía. Mejor elaborados, con más años de experiencia, captaron cada día más adeptos y prosélitos. Los cultos de Orfeo -procedente del mundo helenístico-, de Isis -de origen helénico-, de Baal -de Medio Oriente-, y de Mitra -de origen persa-, aumentaron en importancia y cada vez más se imponía el monoteísmo. Estaba terminando una era en la que se sucedían las antiguas e interminables listas de dioses, diosas y semidioses, de cielos, celos, infiernos, adulterios, asesinatos, metamorfosis, incestos y transformaciones. Los nuevos cultos, incluso el cristiano, transformaron a su gusto las antiguas ceremonias y liturgias, a veces conviviendo y a veces sustituyéndolas.
    Así, hacia el año 400, el religioso ortodoxo Juan Crisóstomo (347-404) escribió: “Se ha decidido fijar el aniversario del día desconocido del nacimiento de Cristo en la misma fecha en que se celebra el de Mitra o el Sol Invicto, a fin de que los cristianos puedan celebrar en paz santos ritos mientras los paganos se ocupan en los espectáculos circenses”. Constantino empezó por ser pagano y adepto al culto solar de Mitra, lo que se desprende de la numismática: sus monedas llevaban las efigies de Constantino y el Dios Solar. Ahora bien, si Constantino, en vez de ser un auténtico creyente de Mitra, era simplemente un adepto, más o menos entusiasta, es probable que le resultara fácil pasar de un monoteísmo a otro que presentaba, además, mayores ventajas para la organización del Imperio.

  41. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  42. Cuando Constantino comprendió cuál podría ser la importancia política del cristianismo, con su concepción jerárquica y su dios único y trascendente, sólo un escaso diez por ciento de la población del Imperio era cristiana. No era, pues, una masa mayoritaria que impusiese su pensamiento al emperador, sino todo lo contrario. Pero este diez por ciento de la población se hallaba concentrado en los núcleos urbanos que, en ese momento tenía una importancia singular, y no era ya, como en los comienzos, la población esclava la que se convertía al cristianismo; eran los patricios, los soldados, los intelectuales, es decir, la elite de la población. Constantino fue un sagaz político que comprendió rápidamente las ventajas de identificar su poder con el cristianismo en la mente de los creyentes.
    Recientes estudios fundados, sobre todo, en monedas y medallas de la época, parecen indicar que Constantino se inclinó hacia el cristianismo a partir del año 320, es decir, ocho años después de la batalla del Puente Milvio y siete del llamado edicto de Milán. El historiador francés Paul Emile Lemerle (1903-1989) dijo en 1971 en “Le premier humanisme byzantin” (El primer humanismo bizantino): “Véase, pues, con qué prudencia se debe hablar de la conversión de Constantino. Se deben evitar dos posiciones extremas. No se ha de olvidar que Constantino llegó lentamente a la fe cristiana y parece ser que más por una serie de consideraciones o circunstancias políticas que por una iluminación interior; que, durante mucho tiempo, el cristianismo le pudo parecer superior a otras religiones del momento pero no especialmente diferente a ellas; que, por otra parte, continuó siendo el máximo pontífice durante todo su reinado, y que, si bien quiso depurar al paganismo de sus taras y supersticiones más groseras, no intentó, en cambio, destruirlo. Por otra parte, sería vano negar que Constantino se preocupó siempre por el problema cristiano, que, desde el inicio, mostró una gran tolerancia para con los cristianos y luego les otorgó su favor y que es seguro que se convirtió al cristianismo ya que fue bautizado. Es verdad, aplazó el bautismo hasta la hora de su muerte: pero ello no era tal vez un signo de indiferencia, pues era corriente en aquella época ya que se pensaba que así se borraban más eficazmente los pecados cometidos”.
    Según los historiadores tradicionales, la prueba de la conversión de Constantino viene dada por la publicación en 313 del edicto de Milán, por el que se daba libertad a los cristianos para ejercer su culto y se erigía al cristianismo como religión del Estado. En efecto, hubo ese año en Milán unas entrevistas entre Constantino, vencedor el año anterior de Majencio, y Licinio, victorioso, a su vez, de Maximino Daia, pero no se sabe mucho más. En realidad fue Galerio, en el año 311, quien publicó el primer edicto a favor de los cristianos en el que, entre otras cosas, se decía: “Que los cristianos existan de nuevo. Que celebren sus reuniones a condición de que no perturben el orden. A cambio de esta concesión deben rogar a su Dios por nuestra prosperidad y por la del Estado así como por la suya propia”.

  43. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  44. Lo que sí se conoce es el texto de un edicto fechado en junio de 313, copiado por el escritor latino Eusebio de Cesarea (275-339) en su “Historia ecclesiae” (Historia eclesiástica), en el que, sin colocar al cristianismo en un plano superior a ninguna otra creencia, declaraba que “a partir de este día aquel que quiera seguir la fe cristiana la siga libre y sinceramente sin ser inquietado ni molestado en manera alguna. Hemos querido que Tu Excelencia conozca esto de la manera más exacta para que no ignores que hemos concedido completa y absoluta libertad a los cristianos para practicar su culto. Y ya que la hemos concedido a los cristianos debe Tu Excelencia comprender que se concede también a los adeptos de las otras religiones el derecho pleno y entero de seguir sus usos y su fe y ser libres para paz y tranquilidad de nuestro tiempo. Y así lo hemos decidido porque no queremos humillar la dignidad ni la fe de nadie”. El propio edicto mandaba devolver a los cristianos las iglesias y otros inmuebles que se les habían confiscado. Así pues, no existe la pretendida erección del cristianismo en religión de Estado por Constantino. Sólo la tolerancia o libertad de cultos, no sólo para el cristiano sino para cualquier otro ritual.
    Una de las cosas que más interesaron a Constantino, a pesar de no ser cristiano, fue la formidable organización de la Iglesia. El orden jerárquico, del que soñaba ser la cúspide, le pareció perfecto y usando la evangélica frase de “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, quiso que lo que del César fuese al César se entregara junto con lo que perteneciese a Dios, pues de éste se hizo representante. Tanto fue así que aprovechó todas las ocasiones para intervenir directamente en la organización y el gobierno de la Iglesia.
    Como hemos visto, la minoría cristiana estaba constituida, en gran parte, por la población urbana -hasta el punto de que los no cristianos fueron llamados “paganos”, es decir habitantes de los “pagus” o propiedades rurales- y es precisamente en las ciudades en donde residía la administración y reinaba la burocracia. Ya desde los tiempos del emperador Julio César Augusto (63 a.C.-14 d.C.), quien gobernó desde el año 27 a.C. hasta su muerte, el Imperio romano era espejo de un centralismo cada vez más acentuado cuanto mayor era la influencia oriental. Los emperadores romanos demostraron fehacientemente que cuanto más débil y corrompido es un poder, tanto más exagera la centralización del mismo. Puestos en esta situación, Diocleciano y Constantino intentaron, por lo menos, organizarla. La costumbre oriental de la deificación del emperador tímidamente sugerida por Julio César Germánico (12-41) -más conocido como Calígula- y francamente exigida por Sexto Vario Basiano (203-222) -conocido como Heliogábalo- y Lucio Domicio Aureliano (214‑275), eran una simple muestra, más o menos anecdótica, de la influencia oriental; pero estaban mezcladas todavía con organizaciones, tradiciones y terminologías occidentales.

  45. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  46. Era menester decidirse y Diocleciano no dudó, por su parte, un sólo instante. En su palacio de Nicomedia adoptó las costumbres de los monarcas orientales, su ceremonial, su corte, estableciendo definitivamente la autocracia. Cuando Constantino vio en la Iglesia cristiana una organización política extraordinaria que podía poner al servicio del Imperio, la burocracia imperial ya lo estaba; faltaba la burocracia eclesiástica. Empezó dando a los clérigos los mismos privilegios que ostentaban los sacerdotes paganos: se los eximió de pagar impuestos, de prestar servicios al Gobierno y se concedió a todos los cristianos el derecho a testar en favor de la Iglesia. Frente a la muerte, y creyendo en una expiación ultraterrena, ello no podía dejar de ser fuente importante de ingresos para la comunidad cristiana.
    Pero lo más importante fue el reconocimiento de los tribunales eclesiásticos, hasta el punto de que una causa civil podía trasladarse a un tribunal episcopal y las sentencias que éste dictara habrían de ser ratificadas forzosamente por el tribunal civil. Ello hizo que el obispo se transformase en un funcionario imperial de la más alta importancia; pero también se consiguió que los intereses profanos tuviesen muchas veces preponderancia sobre los espirituales. Constantino protegió la construcción de nuevas iglesias, obsequió al pontífice el palacio de su esposa, la emperatriz Flavia Máxima Fausta (293-326), y se le atribuye la edificación de la primera basílica de San Pedro y la de Letrán en Roma, la de la Vera Cruz en Palestina, la del Santo Sepulcro en Jerusalén, la de la Ascensión en el Monte Olivete y la de la Natividad en Belén. Así, la nueva máquina imperial empezó a funcionar.

  47. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  48. A mediados del siglo VII a.C. unos habitantes de Megara habían fundado la colonia de Calcedonia en la ribera asiática del Bósforo. Más tarde, otro grupo mandado por un colono griego llamado Bizas (de quién se desconocen más datos), fundó frente a Calcedonia, en la orilla europea del estrecho, otra ciudad o colonia que, en honor al nombre de su jefe, denominaron Bizancio. Como lugar estratégico para el paso de Europa a Asia y viceversa y como puesto de control para la navegación entre el mar Negro y el Mediterráneo, su historia fue muy importante. Pero cuando adquirió notoriedad definitiva fue en el año 324 cuando Constantino la eligió como lugar destinado para la erección de la nueva capital del Imperio. Como ya se ha visto, la capitalidad romana se había convertido en trashumante. No residía desde hacía años en Roma y Diocleciano la había trasladado a la ciudad de Nicomedia en la Bitinia, a la que embelleció con importantes monumentos. Luego se trasladó a Spalato, en la costa dálmata, y allí vivió desde su abdicación hasta su muerte sumido en la depresión.

  49. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  50. Constantino continuó con estas ideas, pero sin saber con certeza dónde instalar la capital. Parece que pensó primero en Nissos, en donde había nacido, luego en Sárdica, la actual Sofía, luego en Tesalónica (la Salónica de hoy), e incluso parece que pensó en el emplazamiento de la antigua Troya. En su “Historia ecclesiastica” (Historia eclesiástica) narró el historiador del siglo V Salaminio Sozomeno (400-447), que Constantino había ya trazado los límites de la Nueva Roma troyana e indicado el lugar en donde debían situarse las puertas, pero en sueños se le apareció Dios y le mandó que buscase otro emplazamiento para su capital. Según ciertos historiadores, Constantino cada noche debía de soñar con Dios y sus ángeles. Sea como fuere el hecho es que escogió Bizancio, seguramente por una serie de razones estratégicas, económicas y políticas que aconsejaban el traslado. Las amenazas graves que se cernían sobre el Imperio venían, en especial, de Asia y aún los ataques de los bárbaros del norte eran más fáciles de atajar por los flancos abiertos en las comarcas del mar Negro.
    Bizancio presentaba unas facilidades enormes para la defensa y era una maravillosa plataforma para la distribución de hombres, armas y víveres hacia cualquier lugar del Imperio. La mayor parte de los productos alimenticios y comerciales procedían de las regiones asiáticas o africanas; la decadencia de Roma era evidente y su vitalidad procedía y dependía también de Oriente. Así fue que, el 4 de noviembre del 326, con el visto bueno de los astrólogos “estando el sol en el signo de Sagitario y Cáncer gobernando la hora”, el emperador, vestido de blanco según una antigua tradición, y gobernando un arado tirado por bueyes, trazó el perímetro de la ciudad. De vez en cuando levantaba el arado para volver a introducirlo en la tierra al poco rato. En aquel espacio habría una puerta de entrada.
    Se reclutaron trabajadores por los más varios procedimientos: además de movilizar una masa de esclavos fabulosa, se dieron franquicias comerciales y fiscales a quienes se instalasen en la nueva ciudad y colaborasen en su construcción. Cuarenta mil soldados godos fueron movilizados para que participasen en los trabajos. Una legión estaba encargada de mantener el orden. Los más bellos monumentos de Roma, Antioquía, Alejandría, Atenas y Éfeso fueron desmontados para ser enviados a Bizancio. Multitud de iglesias fueron construidas; pero se respetaron los templos paganos y se construyeron algunos otros. Todo se hizo con tal magnificencia que el perímetro que había parecido desproporcionado y fabuloso hubo de ampliarse.

  51. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  52. El 11 de mayo de 330, a la hora señalada por los astrólogos, se inauguró la nueva ciudad aún no totalmente acabada. Durante cuarenta días y cuarenta noches las fiestas se suceden sin interrupción, el circo no dejó de funcionar ni un sólo instante, y los senadores que, aduladores u oportunistas, habían debido trasladar su residencia de Roma a Constantinopla, se encontraron con la agradable sorpresa de hallar a orillas del Bósforo una copia exacta de sus villas romanas. Se levantó una estatua que representaba originariamente al mitológico dios griego Apolo, pero se le sustituyó la cabeza por la representación de la del propio Constantino que ostentaba la corona de rayos de Helios, el dios del Sol. Se dice que algunos de estos rayos metálicos fueron hechos con fragmentos de los clavos de la crucifixión de Cristo, lo que explicaría, en parte, que la estatua fuese venerada por cristianos y paganos y que se quemase, por unos y otros, incienso en su honor.

  53. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  54. Constantinopla, al igual que Roma, tenía siete colinas y catorce regiones o barrios, su Foro, su Hipódromo, su Circo, su Capitolio y su Senado, y como su territorio era considerado romano estaba exento de impuestos. El nombre de Nueva Roma no tuvo aceptación fuera de los documentos oficiales, ya que prevaleció el de Constantinopla, derivado de su fundador, o bien era llamada simplemente la Urbs, la ciudad, exactamente como Roma. El historiador árabe Al-Masudi (888–957), escribió alrededor del 950, que los habitantes de la ciudad, griegos, la llamaban Polín, Polis o Bulin, y también Istán-Bulin, es decir, “en la ciudad”, de donde deriva el actual nombre de Estambul. Pareció entonces que Constantino tenía todo lo que se había propuesto. Sin embargo, en su familia las cosas no estaban del todo bien. Se sospecha que ordenó el asesinato de su hijo Crispo y el de su esposa Fausta, acusándolos de mantener una relación incestuosa. De ella le quedaron tres hijos: Flavio Claudio Constantino (316-340), Flavio Julio Constancio (317-361) y Flavio Julio Constante (323-350), pero en ninguno de ellos veía a quien fuera capaz de sucederle con dignidad.
    Mientras tanto, y gracias a la ayuda del poder imperial, el obispo ya no era sólo un pastor de almas, era también el poseedor de un cargo oficial importarle. Las sillas episcopales de las ciudades ricas eran ambicionadas. A la muerte de un obispo, la campaña electoral se hacía violenta y el perdedor no se sometía fácilmente ni solía aceptar su derrota. Esperar la muerte del vencedor podía ser algo lento; era más fácil acusarlo de herejía y exigir su deposición. Las tres ciudades más opulentas del Imperio eran un nido de conspiraciones. Alejandría, Antioquia y Constantinopla eran focos de rebelión, y en todas ellas hubo episodios que culminaron con el destierro de los respectivos obispos. Estos procesos causaron el estallido de disturbios en las ciudades hasta el punto de que fue necesario utilizar la fuerza pública.
    En la primavera de 337 Constantino, que preparaba una campaña contra los persas, cayó enfermo. Sintiéndose morir pidió el bautismo. Lo recibió de manos de Eusebio de Nicomedia (280-341), un obispo hereje. Respecto de ese tardío bautismo, el filósofo e historiador francés François M. Arouet -Voltaire- (1694-1778), diría muchos años después en su “Dictionnaire philosophique” (Diccionario filosófico): “Constantino encontró la fórmula para vivir como un criminal y morir como un santo”. A su muerte, su cuerpo embalsamado se exhibió en el más fastuoso de los salones del palacio. Maquillado, coronado de pedrería y envuelto en un manto púrpura, recibió durante nueve meses en audiencia a sus súbditos. Cada día los senadores se reunían alrededor del real cadáver y le consultaban sus decisiones, los jefes militares le presentaban sus planes de batalla, los administradores del erario le rendían cuentas entre el murmullo de las oraciones de difuntos, el cántico de los salmos y el humo de los incensarios. Obispos, monjes, diáconos y patriarcas se sucedían rezando y confiándole sus problemas de gobierno. El emperador continuó así reinando hasta la llegada de su hijo Constancio. Entonces fue conducido solemnemente a su última morada. La comitiva atravesó lentamente los salones dorados y los patios de mármol del palacio imperial. En la ciudad reinaba el silencio sólo interrumpido por el sonido de algunos tambores.

  55. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  56. Despacio, inexorablemente, los despojos de Constantino el Grande, primer emperador de la Roma Eterna, se fueron acercando a la iglesia de los Santos Apóstoles, hecha construir por él. Era un mausoleo que contenía trece sarcófagos, uno en memoria de cada uno de los apóstoles; el decimotercero, en memoria de Cristo, estaba reservado para el emperador, su representante teocrático en la Tierra. El obispo de Constantinopla recitó la oración: “Levántate, señor de la Tierra, el Rey de reyes te espera para el Juicio Eterno”. Así murió el responsable de la expansión de la religión cristiana en buena parte del mundo, aquel que acostumbraba aparecer en público y ante la corte vestido con las ropas más lujosas, cargado de adornos de oro, marcando un antecedente del emperador que gobierna rodeado de riquezas en nombre de Dios. Su legado a la posteridad no sólo incluyó el desarrollo del cristianismo en Occidente. También fue el responsable de la creación de una legislación contra los judíos, quienes tenían prohibido ser dueños de esclavos cristianos y no podían circuncidar a sus esclavos. Por otro lado, los cristianos que se convirtiesen al judaísmo recibirían la pena de muerte. No obstante, le ofreció al clero judío las mismas excepciones fiscales que a los cristianos.

  57. Valerio Catulo Marco Tulio Lépido Diocleciano dixo...
  58. Para el historiador británico Timothy Barnes​ (1942), según narró en su obra “Constantine: dynasty, religion and power in the later roman Empire” (Constantino: dinastía, religión y poder en el Imperio romano tardío), a Constantino se le atribuye haber determinado la fecha de la Navidad, una festividad que los cristianos en Roma celebraban en diciembre durante el festival de las Saturnales, la fiesta celebrada en honor a Saturno, el dios de la agricultura y la cosecha entre el 17 y el 23 de diciembre. El 25 de diciembre se festejaba el nacimiento, según la leyenda persa, de Mitra, el dios venerado por Constantino, quien unificó ambos festejos. A partir del año 336, al menos en Roma, la celebración navideña se estableció el 25 de diciembre.
    Además, se autoadjudicó los títulos de “Pontifex Máximus” (Máximo Pontífice), “Episkopos ton Ektos” (Obispo para Asuntos Exteriores), “Vicarius Christi” (Representante de Cristo) y “Nostrum Númen” (Nuestra Divinidad). Así, en su carácter de Máximo Pontífice, estableció como día de reposo civil el “dies solis” (día del sol), más adelante llamado “dies Dominicus” (día del Señor), término del cual proviene la palabra “domingo”. Por entonces, tanto los cristianos como los judíos descansaban los sábados, y recién en el Concilio de Laodicea, una ciudad en la región de Anatolia (actual Turquía), celebrado entre los años 363 y 364, se determinó que los cristianos no debían judaizarse descansando los días sábado, sino trabajar en lugar de honrarlo como día del Señor. Lo que debían hacer era descansar como cristianos los días domingo.
    La tradición cristiana también le acreditó a Constantino el haber creado la cruz como un símbolo religioso, después de proscribir la crucifixión como método de ejecución. Esta suposición proviene del historiador palestino Salamino Hermias Sozomeno (400-447), quien en su “Histoire de l’église” (Historia de la iglesia) afirmó: “Él tenía un respeto singular por la cruz, tanto en reconocimiento de las victorias alcanzadas a su favor, como porque ella se le había aparecido en el aire de una manera milagrosa. Abolió el suplicio de la cruz, que era lo acostumbrado entre los romanos. Hizo que la grabaran sobre sus monedas y que la pintaran con su retrato”. Como patrono de la Iglesia, proveyó fondos para los artistas y artesanos e hizo pintar la cruz sobre los escudos de los legionarios. Es posible que eso se deba a que, según cuenta la leyenda, en el año 325 su madre, Helena de Constantinopla (248-328), había viajado a Jerusalén donde dijo haber hallado reliquias de la cruz de Cristo, por lo que Constantino, además de adoptarla como estandarte, hizo construir una iglesia en Belén y otra iglesia en Jerusalén.
    En definitiva, fue Constantino quien, con el apoyo de los papas de aquella época, forjó la Iglesia Católica Apostólica Romana. Tras su muerte, los emperadores que lo sucedieron oscilaron entre la ortodoxia católica, el arrianismo y el paganismo hasta que, en el año 380, el emperador Flavio Teodosio (347-395) ordenó la destrucción de todos los templos paganos y, mediante el Edicto de Tesalónica, decretó que el cristianismo pasara a ser la religión oficial del Imperio Romano. Pasados los años, la relación personal de Constantino con el cristianismo siguió provocando debates. En el año 1853 el historiador suizo Carl Jacob Burckhardt (1818-1897) publicó “Die zeit Constantins des Grossen” (La época de Constantino el Grande), obra en la que cuestionó la sinceridad de la conversión del emperador, afirmando que su cambio de religión había obedecido a razones de índole pragmática. En los años siguientes, distintos reconocidos autores se manifestaron entre dos interpretaciones: los que sostuvieron la naturaleza interesada de esa conversión y los que argumentaron que había sido una honesta profesión de la fe cristiana.

  59. La ballena alegre dixo...
  60. Te follo. Te vas a convertir en una ballena azul. Terrible, gigante. Hermosa. Hoy empieza el juego

  61. Otra noche de mierda en esta puta ciudad dixo...
  62. Ve una manta tirada en la parte de atrás de la biblioteca; más cerca, un hombre acurrucado sobre una rejilla. Chorros de aire caliente y húmedo brotan de la rejilla, convirtiendo al hombre en una bola de pasta hervida. Eso ya lo ha visto antes, vagabundos tirados en el suelo y bebiendo, pero nunca ha estado sobre uno de esos conductos de ventilación, dejando que el calor le traspase la ropa. Es aire extraído de la biblioteca, percibe la tenue vibración de la maquinaria bajo los pies, el exceso de calefacción: incluso en las noches más frías hace demasiado calor ahí dentro, los libros cociéndose en las estanterías sobrecalentadas, bastaría para caldear las aceras, para templar el aire de la calle. Cuando nieva, no cuaja en la rejilla, un punto húmedo, oscuro, en medio de la ventisca. Los borrachos se dejan caer ahí, acosados por la policía, las porras, el frío. Algún radar interior los mantiene con vida, atraviesan tambaleantes la tormenta, ciegos y atontados por el alcohol hasta que encuentran el chorro de calor y entonces se derrumban.

  63. La suciedad del cansancio dixo...
  64. Ya no tenemos los medios para parar los procesos que ahora se desarrollan sin nosotros

  65. Brutish Empire dixo...
  66. But what about the railways?

  67. W.W dixo...
  68. Arrópate en tu propia virtud, y búscate un amigo y el pan de cada día. Si mientras lo logras, encaneces con el honor impoluto, bendice a Main y bebe. Esa es la enseñanza de alguien cuyos consejos deberían grabarse en los corazones de la juventud

  69. Odiseo dixo...
  70. No somos capaces de percibir lo que canonizamos. El ciudadano se resguarda contra el genio por medio del culto al ícono. Al toque de la vara del Main, los divinos agitadores se transforman en cerdos bordados con lentejuelas

  71. Huele a coño adolescente. dixo...
  72. ¿Por qué estamos tan seguros de que nuestra civilización occidental es la buena? ¿Por qué estamos tan seguros del progreso si tomos somos conservadores?

  73. Vivimos en un mundo en el que se reelige en sus cargos a asesinos en masa, pero un personaje femenino desagradable resulta ofensivo: eso es sexista e idiota dixo...
  74. Conté tres pastillas de litio, dos de Orfidal, cinco de zolpidem. Me pareció una gran mezcla, una caída libre de lujo hacia una negrura aterciopelada. Y un par de pastillas de trazodona, porque la trazodona lastraba el zolpidem, así que, si soñaba, soñaría con los pies en el suelo. Pensé que aquello me estabilizaría. Y quizás una más de Orfidal. El Orfidal para mí era como aire fresco. Una brisa un poco efervescente. Esto está bien, pensé. Un descanso de verdad. Se me hizo la boca agua. El gran sueño anglogalicioso.

  75. Éramos nada más que despojos, que los despojos que fieras un poco más hábiles que nosotros aún se disputaban dixo...
  76. -¿No te extraña que permanezca inmóvil en ese rincón de un foso tan amplio, en un lugar tan concurrido? Nadie lo ve y, si llegara a contarlo, dirían que miento.
    -Alguien que presta atención a algo así tiene problemas… Quizás el pez vino a que lo vieras. Solitario y compasivo hacia quienes padecen su mismo mal.
    -Y allá, en medio del foso, mira el cartel que reza: «amemos a los peces y a Willy Sifones».

  77. Nuevas y terroríficas tecnologías van de la mano con la nueva información psicológica dixo...
  78. Cada vez tengo más la sensación de que nos gobiernan oleadas de sentimientos colectivos y de que, mientras duren, no hay manera de formular preguntas serias y objetivas. No, hay que callarse y esperar, todo pasa… Pero, entretanto, estas preguntas serias y objetivas, con sus respuestas serias, objetivas y desapasionadas, podrían salvarnos.

  79. Eleven kinds of loneliness dixo...
  80. El lunático era alto y guapísimo, como un másai, e iba descalzo, vestido con un dashiki tradicional bordado con hilo de oro, aunque raído y sucio, y sobre las rastas llevaba una gorra de un campo de golf de Mondariz. Tocaba a los jóvenes en el hombro, un golpecito en cada lado, como un rey armando a los caballeros, hasta que el dueño del bar consiguió arrebatarle el bastón y empezó a darle palos. Y mientras lo apaleaban seguía hablando, con un cómico acento inglés refinado.
    -Señor mío, ¿acaso sabe quién soy yo? Eh, ilusos, ¿alguno de ustedes sabe quién soy? ¡Pobres! ¡Pobres ilusos! ¿Ni siquiera me reconocen?

  81. La persona “real” oculta tras el avatar de Hache es en realidad una mujer afrodescendiente (check) lesbiana (check). dixo...
  82. La corrección política ha hecho que los racistas se conviertan en poetas

  83. Acto animal dixo...
  84. No basta con sentirse atraído por un acto; también hay que tener los cojones de llevarlo a cabo.

  85. Lucidez dixo...
  86. Si no hay luz, no hay empanada.

  87. es rubia y de piel blanca dixo...
  88. Aprendemos tanto de nuestros modelos, y a veces más de lo necesario, como de la gente con la que compartimos nuestras vidas. Si reforzamos constantemente la idea de que los seres humanos somos aberraciones antinaturales que van a la deriva en un Vacío que no hace más que crecer, esta historia se arraigará en nuestras mentes influenciables y dejará su huella en el arte, la política y el discurso general de nuestra cultura por medios contrarios a la vida, a la creatividad y potencialmente catastróficos.

  89. León Saint-Just dixo...
  90. Antiguamente, la expresión “transformar la sociedad en que vivimos” siempre remitía, aunque fuera vagamente, a ciertos conceptos revolucionarios clásicos (teoría, crítica, proyectos colectivos conscientes, voluntades reunidas y organizadas, etcétera). Pero la tecnocomunicación masiva sopla la furia de una especie de energía ciega de transformación o cambio, sin voluntad ni proyectos ni planes ni conciencia. Sin inteligencia. Se trata evidentemente de una enorme fuerza de transformación de la sociedad, no caben dudas, pero una fuerza brutal, desorganizada, que empuja como un camello ciego. Es el producto más logrado de la era del mercado desregulado y los intercambios horizontales.
    El mercado es la consagración de los objetos como circulación pura, sin producción y sin uso. La comunicación es la consagración de los signos como pura circulación, sin sentido ni significado.

  91. El Balón Perdido de Nivea dixo...
  92. Si aplastas el final del tallo de las fresias, viven más tiempo.

  93. John Faque dixo...
  94. El jodido monstruo huesudo al final se baja y se mete con desgana en el libro encima de la mesilla. Como siempre, no he entendido nada de lo que ha dicho, ya que ni el francés ni el tono de su asquerosa y susurrante voz son de mi agrado. Y por lo que he podido comprobar, él, de castellano, no tiene ni puta idea

  95. MOSTRORUM ARTÍFICEX dixo...
  96. Hoy por hoy la esquizofrenia no parece una tierra muy distante. La Esquizofrenia (del griego, schizo: "división" o "escisión" y phrenos: "mente") es un diagnóstico que intenta agrupar a un sinnúmero de personas que muestran un pensamiento desorganizado (laxitud asociativa), alucinaciones, delirios, alteraciones afectivas (en el ánimo y emociones) y alteraciones de conducta. Acudiendo a este precepto –y recordando: a) que la realidad es judía y que celebra el poderío de unos cuántos sobre el resto (los protocolos de Sión); b) que la civilización se mueve en la reconstrucción de tres ejes: sometimiento-rebeldía-sometimiento (eros y civilización); y c) que al llamado “imperialismo analítico de Freud” (el Antiedipo) se le adjudicaría la responsabilidad de una sociedad que gira en la complementación de frustraciones, así como del origen de individuos esquizoides derivados de las pulsaciones y decisiones opuestas con el sostenimiento de la vida, a la que obliga dicho régimen- el esquizo, por excelencia, no actuaría como el resto a favor de esta búsqueda de complementaciones. No siguiendo el juego que rige el orden, el esquizo podría dispararse hacia otras latitudes, enfocándose finalmente en aspectos más relacionados con su mundo.

  97. Gonzo Hearst o las Tribulations del periodismo feraz dixo...
  98. Uno de los mayores peligros que enfrenta el periodismo occidental de hoy es el ChochoQueTodoLoVe. Una especie de animalito orwelliano, pero en chocho. Un Ojo que está en todas partes y todo lo ve, pero en chocho. Yo mismo, que hace muchos años que no permito que nada ni nadie mire por encima de mi hombro mientras escribo, a veces también siento su poderosa presencia. Es un ChochoOjo siempre severo. Siempre lleno de telarañas por falta de cualquier otro uso que no sea la defensa de la dignidad chochal. Siempre vigilante, siempre atento a la menor infracción cometida por los machos y el género masculino en general contra el ChochoSacro y contra el género femenino. Es raro ya encontrar un artículo que no haya sido escrito teniendo en cuenta y bajo la mirada amenazante del ChochoQueTodoLoVe.

    Me inspiran mucho a la hora de escribir (y a todas horas) los chochos alegres y retozones y creo que los chochos alegres y retozones producen un gran periodismo y veo con gran inquietud como el ChochoQueTodoLoVe al abjurar de toda libertad y de toda alegría hace peligrar la independencia y la salud misma del periodismo occidental.

    Y eso es lo que quería decir.

  99. Gonzo Hearst o las Tribulations del periodismo feraz dixo...
  100. Ayer llovió todo el día y, no sé ustedes, pero los días así yo creo que a uno deberían chupársela como mínimo dos veces (al despertar con toda seguridad y por la tarde después del té o al caer la noche no estoy seguro, bueno, mejor al caer la noche, la noche siempre tiene un deje mortal como sabemos y la mamada lo contrarresta mejor que cualquier otra cosa, que yo sepa). Se hace difícil vivir estos días y mientras más viejo te haces más difícil sin esas mamadas las mamadas espantan la muerte quién no lo sabe. Llovió todo el día y no salió el sol ni un segundo y me dije mirando el cielo no sé como esa gente puede vivir así, y yo sabía que se refería a la gente de países como Bélgica (si es que Bélgica es un país y no una cloaca) o Suecia o Dinamarca o Noruega o Alemania o hasta la misma Francia no crean lo que dicen de Francia un clima espantoso (excepto el sur a veces) y encima está llena de negros, moros y franceses. Por eso se suicidan tanto dije yo y hacen bien quién puede vivir en un lugar donde siempre llueve y aquel cielo gris (el cielo de aquí sabe que mañana saldrá el sol, pero el de allá no) y además un frio horrible en los países fríos los seres humanos ya nacen tarados véase los rusos. Dos mamadas esa es mi recomendación para los días lluviosos y grises, pero si pueden ser tres, mejor.

  101. Unha cabicha atopada en haxix dixo...
  102. Como farei, pobre amigo, para aturar estes últimos meses de uniforme? – (aseguráronme que a Anglogaliza rematara) –Estou que non podo máis… e ademais ELES desconfían… ELES sospeitan algunha cousa – Con tal de que non me desmiolen mentres me teñen no SEU poder?

  103. Casandra Yuggoth dixo...


  104. Lo que el profeta ofrecía a sus seguidores no era únicamente la posibilidad de mejorar su suerte y escapar de las apremiantes necesidades, sino también, y por encima de todo, la posibilidad de llevar a cabo una misión ordenada por Main y que tenía una importancia fabulosa y única.

  105. O Swine-Herd de Galizalbión dixo...
  106. ¿Por qué va un intelectual que quiere hacer carrera, como todo el mundo quiere, a situarse en una situación incomodísima y posiblemente letal para su futuro convirtiéndose en una molestia, en una molestia real y verdadera para la cultura dominante? La insubordinación se paga. No nos confundamos. No se trata aquí del eterno intelectual contestatario tipo Willy Sifones que ha sido y es un adorno de los salones de poder por el procedimiento de ser crítico. Esto es revolución de salón al estilo de la gauche divine. Lleva siglos funcionando a la perfección. Forma parte del baile. No toca los resortes verdaderamente esenciales de la política y la cultura dominante. Es salto con red.



  107. Blas Trallero Lezo dixo...
  108. Las ideas no deben prohibirse. De acuerdo Pero. Lo que sí debe hacerse es ilegalizar a los partidos que pretendan, en una democracia, como la española, plena de libertades y derechos, destruir esa democracia que los contiene y ampara. Es algo muy fácil de entender. ¿Se admitiría en una nave espacial a un tripulante que abogue por la destrucción de la nave espacial de la que forma parte? No. Sería suicida. La democracia es un viaje, admitir saboteadores declarados a bordo del viaje democrático no es una buena idea. La democracia ha de ser el reino de la libertad y la tolerancia, pero no de la estupidez. Todo partido que abogue por la independencia de una región de España ha de ser ilegalizado, puesto de una patada (metafórica) en el culo fuera de la casa de los demócratas y de los libres e iguales y fuera del viaje democrático de la sociedad española.

  109. Solidarność dixo...

  110. Nunca he querido ser coleccionista. Solo tengo mi propia colección, y esta es el reflejo de mi curiosidad. Es el escuchar a sabios cercanos, sobre todo amigos, es pedir consejo al que despacha, son regalos, encuentros en rastros, azar también. Son solo mis discos. Cotizan en vida, no en bolsa. Una colección de discos es casi como un diario, cronificado con aciertos, desaciertos y muchas casualidades.

  111. Follar sin condón dixo...
  112. Vengo de una educación nula en el contacto físico, culpa de nadie, culpa de la década. Pero es tara en el cómputo. Es fuerte que los hijos del baby boom estuviéramos tan mal educados en este sentido.

  113. Saint Etienne dixo...
  114. Los errores no se evitan, se cometen, sin saber en el momento lo que son.

  115. Boroman dixo...
  116. Yes indeed.
    I have to get in training.
    What time do the pubs open?

  117. This site is temporarily unavailable due to maintenance. Please try again later. dixo...
  118. Success breeds complacency. Complacency breeds hubris. Hubris breeds arrogance

  119. Donald Main dixo...
  120. YOU LOOT, WE SH00T!

  121. Quevedo dixo...
  122. Los prognatas toreros que complicas por ti se tornan en babosos toros.
    Vas al teatro con señoras ricas, y estrenas obras con terribles coros escritas para ti por los maricas que sueñan con los culos de los moros.

  123. Tengo envidia del lobo gris que se disimula en la lluvia. dixo...
  124. En un recodo del monte
    quedó la niña dormida,
    un caracol en la mano
    y una mejilla encendida.
    Pasó un ángel por su sueño
    lleno de espuelas y bridas;
    pasó un lobo en el sendero,
    (sangre en espuma batida),
    y el humo del pueblo vino
    adonde estaba la niña:
    «Despierta, niña, despierta,
    y al blanco arcángel olvida
    pues mientras besas sus labios
    el lobo ronda tu herida».
    Con voz de trompo de música
    la niña le respondía:
    Deja que el lobo me coma.
    Vete, vuelve a tu cocina.
    Quiero morir esta noche
    bajo la miel de la encina.
    Vete que el ángel me llama,
    tensas de cisnes las bridas

  125. la mejor vena de su línea neorromántica dixo...
  126. Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y haciendo una macabra pirueta. Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propia rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones del alma; es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional. Pero esto no se elige.

  127. híbrido como las mulas, infecundo y miserable dixo...
  128. Me gusta el jamón y no por eso voy a llevar a los cerdos a vivir a mi casa

  129. cuando uno es de América del Sur y no es de origen español, se llevan plumas en la cabeza dixo...
  130. Estos que dieron nombre a la Tierra, cruz a los montes, sentencia al mar, son los que hicieron, jugando a guerra, anchas Galicias por la Ultramar

  131. Orson (Falstaff at Midnight) dixo...
  132. En mi juventud me adherí a la trilogía «patria, pan y justicia»; ahora en la madurez proclamo otra: «café, copa y puro»

  133. Orson (Falstaff at Midnight) dixo...
  134. Hacen falta leyes que con igual rigor se cumplan para todos. También se necesita una extirpación implacable de los malos usos inveterados: la recomendación, la intriga, la influencia. Justicia rápida y segura, que si alguna vez se doblega no sea por cobardía ante los poderosos, sino por benignidad hacia los equivocados

  135. Orson (Falstaff at Midnight) dixo...
  136. Tragedias de las vidas hermosas y arriesgadas! El hombre vulgar, que lee estas vidas al amor de la chimenea encendida, rodeado de sus hijos, o degustando el coñac con los buenos amigos, ignora, seguramente, que el gran hombre a quien envidia hubiera sido también feliz con esa vida sencilla y que si quedó solo, en la intemperie de la noche y de los combates, fue rasgándose el corazón.
    Porque hay que escoger entre la Causa y la felicidad. Y le Main optó por la primera.

  137. Mike Trébol dixo...
  138. Creer en lo que aún no es resulta siempre una bella manera de vivir.
    A eso se le llama, simplemente, esperanza .

  139. Brian Esquizoide dixo...
  140. Antipsicóticos antiguos
    Clorpromazina (Thorazine®)
    Flufenazina (Prolixin®)
    Haloperidol (Haldol®)
    Perfenazina (Trilafon®)
    Tioridazina (Mellaril®)
    Trifluoperazina (Stelazine®)
    Antipsicóticos nuevos
    Aripiprazol (Abilify®)
    Asenapina (Saphris®)
    Clozapina (Clozaril®, FazaClo®)
    Olanzapina (Zyprexa®)
    Quetiapina (Seroquel®)
    Risperidona (Risperdal®)
    Ziprasidona (Geodon®)

  141. Esquizoide Wilson dixo...
  142. Aunque los síntomas de la esquizofrenia pueden variar de una persona a otra, los más frecuentes son:

    Alucinaciones: ver u oír cosas que no existen
    Delirios: creer cosas que son irracionales o no son ciertas.
    Son ejemplos de delirio la idea de que otros pueden leerle la mente, la creencia de que otros intentan controlar su mente, o la preocupación constante de que otros estén tratando de hacerle daño.
    Dificultad para comunicarse y decir cosas que no tienen sentido
    Problemas de movimiento: repetir movimientos constantemente o no moverse en absoluto
    Dificultad para mostrar las emociones: hablar con voz inexpresiva y no mostrar expresiones faciales, como sonreír o fruncir el ceño
    Dificultad para interactuar con otras personas
    Dificultad para prestar atención y tomar decisiones
    Pensamientos suicidas

  143. O Xoves Hai Cocido dixo...
  144. Una receta sencilla de pilaf utilizando un conjunto básico de productos.
    Lo cocino con filete de muslo, porque la carne oscura tiene un sabor más pronunciado, pero también puedes tomar la pechuga (en la foto, la versión está hecha de filete de pechuga de pollo): debido a que en la receta se utiliza una cantidad bastante grande de aceite, el pollo no quedará seco
    Para enriquecer el sabor y aroma del pilaf, puedes poner un puñado de frutos secos – pasas o
    orejones, así como comino y agracejo seco, añadiéndolos junto con cilantro.
    Lo ideal es cocinar el pilaf en un caldero de hierro fundido con tapa hermética. Si no tiene dicha tapa, envuélvala con papel de aluminio, tratando de cerrar todos los espacios.


    1. Verter arroz (basmat, jazmín u otro apto para pilaf) con agua fría y dejar actuar 30 minutos, cambiando el agua varias veces en el proceso.
    2. Cortar el filete de pollo (muslos o pechuga de pollo sin piel) en trozos de unos 3 cm. Cortar las zanahorias en cubos o cubos, la cebolla y el ajo.
    Picar Triturar ligeramente las semillas de cilantro en un mortero.

    1. Calentar el aceite en un caldero a fuego medio-alto, poner el pollo, la cebolla y la zanahoria, freír hasta que las verduras estén suaves y ligeramente doradas.
    2. Agrega el ajo y el cilantro al caldero, sofríe un par de minutos más.
    3. Escurre el agua del arroz, extiéndela sobre el contenido del caldero en una capa uniforme. Vierta agua hirviendo para que
    cubrir el arroz con una capa de literalmente 1 mm, salar el arroz.
    4. Hierva el agua del caldero, cubra con una tapa, cocine a fuego alto durante 3 minutos y luego reduzca el fuego.
    a fuego medio y cocine por 10 minutos. Reduzca el fuego al mínimo, cocine por otros 10-15 minutos.
    5. Comprueba si el arroz está listo y se ha absorbido toda el agua. Sirve el pilaf colocándolo en un plato grande y espolvoreándolo si lo deseas.
    verduras picadas

  145. O Xoves Hai Cocido dixo...
  146. Dolma es básicamente las hojas de col rellenas, pero en lugar de hojas de col se utilizan hojas de parra jóvenes. Por eso, la dolma se prepara principalmente en primavera, mientras que las hojas de la vid son jóvenes, blandas y aún no han sido endurecidas por los rayos calientes del sol de Asia Central. Estas hojas son a menudo enlatadas para hacer dolma en otras épocas del año a partir de conservas.

    El relleno para dolma puede ser carne picada (de vaca/de cordero) con o sin arroz, cebollas, hierbas (cilantro, perejil, menta, cebolletas, etc.) y varias especias. Hay recetas en las que las cocineras aconsejan añadir huevo a la carne.

    La receta de la dolma uzbeka es la preparación de carne picada envuelta en hojas de uva en una pequeña cantidad de caldo. Para evitar que la dolma se deshaga durante el proceso de cocción, las hojas las atan con un hilo o las colocan en el fondo de la olla un plato hondo en el que ponen la dolma cuidadosamente y añaden el caldo hasta el nivel del plato. Este plato lo cubren con el otro del mismo diámetro, del revés, y la prensa la colocan encima, por ejemplo, un vaso de agua. Luego vuelven a añadir el caldo. El plato preparado se sirve con crema agria.

    Las hojas de parra le dan al plato una acidez picante especial.

    Productos:

    • Carne de cordero - 400 g;
    • Hojas de parra - 100 g;
    • Cebollas - 2-3 piezas;
    • Arroz - 2 cucharadas;
    • Huevo - 1 unidad;
    • Aceite vegetal - 2 cucharadas;
    • Verduras (perejil, cilantro) - 50 g;
    • Especias: coriandro;
    • Sal, pimienta al gusto.

    Preparación: Pasar la carne por la picadora, añadir a la carne picada las cebollas cortadas finamente (1-2 piezas) y las verduras, el arroz lavado, el huevo, las especias, la sal y la pimienta. Mezclarlo todo bien. El relleno para la dolma está listo.

    Cubrir las hojas de parra con agua hirviendo y dejar durante 1-2 minutos. Envolver la carne picada en cada hoja de parra (Si alguna de las hojas es muy pequeña, utilice dos superpuestas). Cortar las cebollas restantes en semi rodajas y freírlas ligeramente en aceite en el fondo del caldero. A continuación, colocar la dolma con cuidado sobre la cebolla, verter un poco de agua salada y guisar bajo la tapa durante 50 minutos a fuego lento. Para evitar que la dolma se abra y se levante, puede colocar un plato encima de ella al revés o utilizar el método descrito anteriormente.

    ¡Buen provecho!

  147. O Xoves Hai Cocido dixo...
  148. Narýn (norín) es un fideo casero con carne de caballo, más precisamente, con kazý (salchicha de caballo). Sin embargo, las recetas de narín permiten el uso de carne de res y de cordero.

    narín en Uzbekistán se sirve tradicionalmente en grandes fiestas, no sólo para los huéspedes, sino también para todos los vecinos. Especialmente durante las festividades de Ramazan Hayit (Eid-al-Fitr), cuando comienza el alboroto ruidoso, uno recibe algo a los vecinos, luego trata al otro con narín frío en una tortilla (pan plano) soleada, pilaf caliente en un tazón pintado, con baursaks (buñuelos), hvorost (pestiños o sfrappole), chak-chak (dulces de masa, cortados al tamaño de una avellana y hervidos en aceite) y muchos otros. Esta costumbre uzbeka simboliza la paz, la amistad, la prosperidad y, lo que es más importante, consolida las relaciones de buena vecindad.

    Unas palabras sobre cómo preparar narín. La receta es muy simple.
    Antes de preparar narín, haga un caldo espeso. Debe ser transparente, sin espuma específica. Saque la carne del caldo y colóquela en una taza separada, corte la carne más tarde.

    Para preparar fideos necesitará:

    • 2 vasos de harina de trigo;
    • Agua (la masa debe ser espesa);
    • Sal;
    • Mantequilla cremosa o clarificada (aceite) para untar la masa.

    A continuación, extienda la masa finamente y córtela en tiras de unos 15-20 cm de largo y 3-5 cm de ancho. Teniendo en cuenta que después de la cocción la masa la tendrá que cortar en fideos pequeños y finos, puede hervir en caldo los trozos de masa de casi cualquier forma y tamaño (cocer durante 15-20 minutos). Mucho depende del tipo de harina, por eso es importante que la masa no cueza demasiado, de lo contrario tendrá que empezar de nuevo. Retire la masa ya hecha del caldo y úntela con aceite para evitar que se pegue. Cuando se enfríe un poco, comience a cortar. Es más conveniente apilar trozos de masa, por ejemplo, 5 trozos en pila, tomar un cuchillo afilado de hoja larga. Ahora es una cuestión de técnica: cortar fideos finos, literalmente tallarines como un encaje.

    Después de que los fideos estén completamente cocidos, la carne enfriada o kazy debe ser cortada en tiras finas. El toque final es la cebolla, córtela en anillos finos y mézclelo todo (fideos, cebollas, carne), la parte superior puede ser decorada con trocitos finos de kazy.

    El narín se sirve frío en un lagán (plato) grande, o en una tortilla, si es una comida (agasajo) de porción, o se sirve en un tazón con caldo caliente. ¡Buen provecho!

  149. una reflexión antropológica sostenida desde la incuestionable superioridad del nórdico y no exenta de cierta condescendencia dixo...
  150. Nos preguntamos entonces qué hace que un fragmento de arquitectura antigua sea tan imponente a lo largo de los siglos. ¿Acaso lo mismo que confiere tanto poder al arte, es decir, su enorme presencia? ¿Es necesario que el arte de hoy arremeta contra toda la tradición? ¿Forma parte de sus tareas combatir el historicismo? ¿Se trata de una forma legítima de inmolación de la que, como el ave fénix, se alza siempre un presente renovado?

  151. Por fin voy a escribir esa gran novela que nadie va a leer dixo...
  152. Cuando el palio, premio y trofeo de la carrera, es portado delante de la muchedumbre, se produce un repentino silencio, todo queda inmóvil, es un instante de tensión, como las cuerdas de un laúd a la espera de la mano que lo hará sonar. El sol va en retirada, casi toca ya el borde del óvalo de este ruedo, hace que refuljan por última vez los cenicientos tejados de pizarra y los rojos ladrillos de los palacios. Parece detenerse allí, al borde del día, y dejar caer su luz para hacer diáfana la abstracción.

  153. Ray Barriga dixo...
  154. No quiero olvidar. Tal vez ese sea el eje central de este blog: conservar intactos, repetir año tras año los mismos recuerdos, rememorar las mismas caras, los mismos acontecimientos minúsculos, reunir todo ello en una memoria suprema y demencial

  155. Ray Barriga dixo...
  156. El tiempo recuperado se confunde así con el tiempo perdido: el tiempo se pega a este proyecto, constituye su estructura y su restricción; este Blog no es la restitución de un tiempo pasado, sino una medida del tiempo que fluye; el tiempo de la escritura, que hasta ahora era tiempo para nada, tiempo muerto, que se fingía ignorar o que se restituía solo arbitrariamente se convertirá aquí en el eje esencial y onanista.

  157. Dog of wank dixo...
  158. The tail was wagging the dog

  159. Polvo al polvo dixo...
  160. Así pues: el ser parlante que comienza a hablar y a masturbarse. Y no hace falta ser muy maikbarjiano para relacionar el origen del lenguaje con el coño de la mujer: ¿Qué es eso, ahí, que se abre en lugar de brotar, esa falta o ese exceso disfrazado de falta? Así fue como se hizo el alfabeto del blog, diría Willy S.

  161. Hay también una psique obsesiva, un cerebro monomaníaco, conectado a las vibraciones sexuales de la realidad con hipersensibilidad e inteligencia animal dixo...
  162. Podemos recordar el futuro. Por paradójico que parezca, sé que es posible. Sólo es necesario reorientar nuestra percepción del tiempo, renunciar a nuestro método de creación documental por medio de la asociación para arrojarnos al vacío de la realidad virtual. Aunque el concepto de memoria se aplica al pasado, también se puede aplicar al futuro antes de que éste se haya producido. Porque el tiempo lineal, amigos, no es tan real (ni tan lineal) como puede parecer a primera vista. El tiempo es un concepto que hemos aceptado, y, sin embargo, es también una experiencia relativa, no una realidad constante.

  163. Nesnesitelná lehkost bytí.- ¿ Čto za čort ? dixo...
  164. Dicen que, cada veinte años, en el ghetto judio de Praga, aparece un hombre que es todos los hombres; dicen que cada veinte años se tiene miedo de ver a un hombre.

    Por la mañana, en el jardín donde aún muere, se escucha a los pájaros decir para su nombre: y el agua cae y lo borra.
    Porque este hombre tuvo alguna vez un nombre, y fue un pie sobre la tierra, pero ya no lo tiene.
    Su vida imita a la muerte, que conserva apresado su nombre. Y la muerte lo envidia, porque es más bello que ella, y se parece más que ella a la muerte.
    Sus amigos son recuerdos de una pesadilla, y voces de la locura.


    La vida se posa a tus pies como un pájaro muerto. Cuando anochece y te duermes, con dificultad porque estás demasiado despierto, se oyen cánticos de iglesia, porque la voz de la iglesia es la voz de la muerte.
    Tu vida es aún la inexplicable penúltima: para ti, que has rozado la última letra.
    Para ti, que has soñado con la última letra y que dedicaste a ella toda tu empresa poética.
    Que lo sacrificaste todo por ser un hombre cierto: y he aquí que un hombre cierto es un fantasma.
    Un hombre que aparece cada veinte años, en el ghetto judío de Praga, para recordarles a los hombres que hay algo peor que el sueño, y que ese algo peor se llama conciencia. Conciencia, sí, muerte y nada de la vida. Porque si la muerte es sueño, este estado no se parece tampoco a ella: ni al paraíso, ni al infierno ni al limbo, sino tan sólo a la nada, a la amistosa nada que niega y se ríe de mis recuerdos.

    Porque los hombres comentan aún mi existencia como si la de ellos fuera, pero aparece un reflejo de miedo en sus ojos cuando intuyen que vivo, que existo en medio de espectros, de hombres que sueñan y sueñan más y más, y no despiertan nunca.

    Yo soy un lamed wufnik, yo soy aquél que posibilita la vida, y sobre mí descansa el peso del mundo y la XIX

  165. Selecto y Desopilante Batidor de Conejos Muertos dixo...
  166. En la noche, cuando el búho no es tan exquisito y perfecto, el grito del conejo es terrible. Pero el grito del búho, que no es de dolor, desesperanza ni miedo a ser arrancado del mundo, sino de la pura gloria desenfrenada del portador de la muerte, es aún más terrible.
    Cuando escucho su grito resonar por el bosque y luego los cinco gránulos de su ulular cayendo como piedras en el aire, sé que estoy al borde del misterio, en el que el terror forma parte natural y significativa de la vida, incluso de la vida más tranquila, inteligente y radiante, como, por ejemplo, la mía. El mundo en el que el búho está siempre hambriento y siempre a la caza es el mundo en el que yo también vivo. Sólo hay un mundo

  167. Selecto y Desopilante Batidor de Conejos Muertos dixo...
  168. Donde dice “el compañero de Sirius”, el doble miniaturizado de Cobra,
    donde dice “Pub”, poner la menina Maribárbula, o a la María Pita sin u, o
    la propia infanta doña Margarita girando helicoidal ante el espejo, y luego su
    metáfora, la máquina prognática de Mike Barja,
    o la raquítica albina, con un pato amarrado a la cintura, que atraviesa la Ronda
    de la Noche,
    o la Monstrua Vestida de Peltre, con su dildo, la Desnuda –atributos
    de sileno o de fauno,
    o la Enana Musical, vestida de rosa y con un contrabajo a cuestas, que Arturo
    Delgado señala en la Nasantiña,
    O el gato “Pub”, a su manera enana blanca, que resultó tan ingrata
    o hasta la propia imitadora barata de Shirley Temple dejando que se follen su conejo por 4 cervezas

  169. Ramón Díaz-Caneja dixo...
  170. —Estoy manso, como todos los animales que comen hierba. No puedo ser vegetariano.
    —¿Qué me dice entonces de los toros de lidia?
    - —Los toros toman una pasta de hierba y sal. En realidad, comen mojama.
    Y estalló la risa aduladora.

  171. Ramón Díaz-Caneja dixo...
  172. Y era triste pensar que aquellos majestuosos caballeros de las Ordenes Militares y aquellos gentileshombres y mayordomos, y los del brazo militar de la nobleza de Cataluña y los maestrantes de Sevilla y Zaragoza que trepan por la desnudez de su árbol genealógico hasta llegar a la pureza del octavo apellido y los fastuosos primogénitos de los Grandes, indolentemente apoyados en las mesas de mármol junto a los lentos relojes musicales, y los Monteros de Espinosa que entre la nevisca y la piedra gris de El Escorial custodian los ataúdes de los Reyes antes de meterlos en el pudridero, que toda aquella espuma de la Historia de España, la nata y la flor de los más bellos nombres de Castilla, tuvieran que confiar la defensa de la Monarquía a aquellos hombres modestos y asalariados, a aquel tricornio charolado y temible, bueno para enfrentarse con los bandoleros y los gitanos, pero incapaz para detener el curso implacable de la Historia.

  173. Ramón Díaz-Caneja dixo...
  174. —Córrete un poco hacia la derecha. Más cerca y mirando al muñeco.
    Se aproximaba el miliciano al maniquí vestido de soldado de los Tercios, de arrebatadas mejillas, con su peto y espaldar de acero, el chambergo de plumas, la banda roja sobre el hierro rielado de oro y el arcabuz con incrustaciones de marfil en la culata.
    Se oyó el cierre del objetivo.
    —Ya está.
    Al día siguiente pondría al pie de la fotografía: «El soldado de hoy contempla desdeñoso al soldado de ayer». Como si fuera posible enfrentar a aquel desharrapado con el hombre de honor.

  175. Ramón Díaz-Caneja dixo...
  176. Los que tomáis los terrenos con un valor espartaco,
    sin echar nada de menos (como no sea el tabaco).

  177. Decían que cruzó el desierto de Kuwait en un camello dopado con pastillas de éxtasis dixo...
  178. Los Stags, tristes Homeros de una Ilíada de derrotas

  179. Cerdo dixo...
  180. En los ríos al norte del futuro echo la red que tú indecisa lastras
    de sombras escritas con el semen de tus bragas.

  181. Mike Barja dixo...
  182. ¿Dónde está lo que era la Anglogalician?
    ¿Se fugó de la frase o la borramos?

  183. Matador de brújulas dixo...
  184. Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas

  185. Soldado de la Causa dixo...
  186. ¿Sabes por qué llevamos todos este medallón?” me dijo un día. “Para reconocer nuestros cuerpos si nos matan”. Y sonrió con ironía. “¿Tú crees realmente que van a andar buscando nuestros huesos? Aunque, está bien, pongamos que nos encuentran: ¿acaso piensas que eso me sirve de consuelo? No existe hipocresía mayor que ponerse a buscar los huesos de los muertos cuando la guerra ya ha terminado. Por lo que a mí respecta, no quiero que me hagan ese favor. Que me dejen en paz allí donde haya caído. Algún día tiraré este maldito medallón.

  187. Stalin Main dixo...
  188. Las huellas de lo que ha existido son, o bien suprimidas,
    o bien maquilladas y transformadas; las mentiras y las invenciones ocupan el lugar de la realidad; se prohíbe la búsqueda y difusión de la verdad; cualquier medio es bueno para lograr este objetivo.

  189. Harry Stag dixo...
  190. Peanut butter, motherfucker!

  191. Fatty Arbuckle dixo...
  192. La gloria de Dios es la humanidad. Después de que violé y maté al amor de mi vida clavándole una botella de champagne dentro del útero y destruyéndole el rostro agraciadamente rosáceo y angelical, me senté en el piso del hotel y lloré, porque todo lo que siempre quise fue darle al mundo un poco de dicha, hacerlos reír. Pero, de algún modo, Dios permitió que el champagne tomara el control sobre mí. Soy gordo. Moriré pronto. Cuando era un niño mi madre me daba pan de azúcar cada vez que terminaba de frotarle los pies callosos después del trabajo. La masajeaba tan bien que el pan de azúcar me hizo ser quien soy hoy. Solo quería que el público me amara; pero eventualmente me encontré solo con la botella sanguinolenta. Pronto me iré, así que hagan una broma y dedíquensela a este gordito come-pan azucarado. Y cuando deje este lugar, cuando por fin lo deje, voy a cantar una ópera con Valentino que hará al cielo venirse en lágrimas, y todos ustedes se empaparán con la redención de este gordito. Quería ser un aristócrata. Solo quería hacer que la gente me amara. Los amo. Y me encantaría, de verdad me encantaría una botella de vino en este momento

  193. 16 xuño, un día ideal para hacer "Bloom" dixo...
  194. Conocemos por James Joyce que Leopold Bloom comía con fruición órganos internos de las bestias y aves. Que le gustaba la espesa sopa de menudillos, las ricas mollejas que saben a nuez, un corazón relleno asado, lonchas de hígado fritas con corteza de pan, huevas de bacalao bien doradas. Pero lo que prefería Bloom eran los riñones de carnero a la parrilla, que dejan en el paladar un sabor ligeramente perfumado de orina, como escribió Joyce en Ulises.
    Es una percepción que uno siente, por ejemplo, en Buckley, la steakhouse de Pembroke Street, en el meollo georgiano dublinés, que lleva a gala la cita de Joyce. "Jueves: tampoco es un buen día para un riñón de carnero en Buckley", se lamenta Bloom. Buckley, expandido ahora por la capital de Irlanda, celebrará el Bloomsday invitando a riñones de carnero. Lo suele hacer, es una marca promocional de la casa, lo mismo que el cóctel de bienvenida cuando la fecha literaria no cae en jueves. Se trata de no desdecir a Joyce. Los riñones de carnero, efectivamente, tienen el perfume de la orina que a duras penas sofoca el asado. Algo que suele ocurrir acusadamente con los riñones de las ovejas en su tránsito de la juventud a la mayoría de edad. Si alguien va a comerlos, tiene que hacerse cargo de ello. Los de Buckley, "meat par excellence", vienen precedidos del reclamo de Bloom, pero si los comen en cualquier otro lugar comprobarán que el perfume es el mismo. He aprendido a tolerarlo, consciente de que hay sabores bastante más detestables en esta vida y que, sin embargo, gozan de gran predicamento culinario. No puedo decir lo mismo de los riñones de cerdo, que también se encontraban entre las preferencias gastronómicas de Bloom.

  195. Bloomsday, día de la puta farsa dixo...
  196. En los múltiples walking tours que se organizan con motivo del Bloomsday cada 16 de junio en Dublín, lo primero que se impone es el desayuno encumbrado en la obra de Joyce. Se trata del full irish breakfast, una forma de empezar el día para estómagos fuertes. Anoten: salchichas, huevos, hasbrown (fritura típica de patatas), black pudding (morcilla local), tomate, alubias y champiñones. Tengo que confesarles que jamás me he atrevido a desayunar nada parecido. Si he de saltarme uno de los ritos de Bloomsday, es éste. Puedo comenzar el día -de hecho así me ocurrió- en la playa de Forty Foot, en la bahía de Sandycove, visitar la Torre Martello y, por supuesto, beber un borgoña y comer un sandwich de queso Gorgonzola en el pub Davy Byrne, en Duke Street. También puedo tomarme las cervezas que el día brinde en los bares de Ormond Quay, en el de Barney Kiernan, en Mulligan's. Eso está garantizado. Para recordar por ejemplo a Brendan Behan, bebedor incombustible, y sus noches joyceanas. Como la del Blue Lion, de Parnell Street, cuando el propietario le advirtió: "Me debes diez chelines, rompiste un vaso la última vez". Y Behan responde: "Dios nos salve, debería ser un vaso muy bueno si valía ese dinero. ¿Era de Waterford?" El escritor irlandés, pendenciero como era, pero honrado, recordaría más tarde cómo el dueño del establecimiento se refería a un cristal, no a un vaso, que había atravesado y hecho añicos ayudándose de la cabeza de uno de los parroquianos. "Glass", en inglés, puede significar tanto vaso como cristal. De ahí el malentendido.
    Busquen Dublín, aunque no sea en el Bloomsday, y si son aficionados a la literatura se darán cuenta de que los fantasmas surgen inmediatamente a su encuentro. Las noches son mágicas. Los días especialmente luminosos incluso cuando llueve, que es frecuentemente. En una ocasión me sirvieron cerca de Sandycove, frente al mar, donde precisamente arranca Ulises, unos berberechos con panceta y patata troceada. Los berberechos se capturan por toda la costa de los alrededores de Dublín, pero, según marca la tradición, antes de ser recogidos tienen que haber bebido tres veces del agua de abril; de modo que la marea debe subir otras tantas. En las tabernas irlandesas del litoral se comen berberechos, mejillones, bueyes de mar, tostadas de algas y ostras, pequeñas pero muy apreciadas. Las ostras se acompañan de pan blanco con mantequilla y una pizca de cayena por si alguien quiere disfrazar su sabor. Y, naturalmente, de cerveza Guinness.
    El río Liffey divide Dublín en dos mitades: al sur se encuentran las grandes mansiones georgianas y los parques, y al norte, los mercados, el ajetreo de las calles, los teatros y los pubs más bulliciosos. Una de las postales, además de los hombres anuncio, los vagabundos y los músicos callejeros, podría ser la de las camionetas de reparto de la popular cerveza que se dirigen continuamente desde St. James Gate hasta O'Connell o Grafton o a cualesquiera de las calles más transitadas a través de los puentes que comunican ambas márgenes. Quien lo ha visto piensa más de una vez en volver a hallarse frente a una pinta con su corona de espuma cremosa, en un bar lleno de parroquianos cómplices viendo caer la lluvia a través de los cristales de las ventanas, mientras escucha viejas historias, discusiones sobre rugby o canciones de borrachos. Al este de la catedral de San Patricio, otra vez cerca del río, queda el barrio de The Liberties, uno de los más populares, donde se dejan caer músicos callejeros.

  197. Anónimo dixo...
  198. Para ellos también, la historia era un cuento como cualquier otro, oído demasiadas veces, y su país era una almoneda

  199. os voy a dar diez hostias al cuadrado a cada uno, o sea cien hostias. dixo...

  200. Terminó la incómoda conversación, Deasy diciendo a Stephen que no iba a durar mucho en la escuela. Porque no había nacido para enseñar. "Para aprender, más bien" dijo Stephen. "Para aprender hay que ser humilde. Pero la vida es la gran maestra". Deasy le dio las hojas para publicar en el diario. Cuando ya parecía haberse librado del hombre, éste corrió detrás y le preguntó si sabía que Irlanda tenía el honor de ser el único país que nunca persiguió a los judíos. Y le preguntó si sabía por qué. Stephen se mostró interesado. "Porque nunca los dejó entrar".

  201. The 101st Airborne Division dixo...
  202. La gente más vieja. Se fue errante muy lejos por toda la tierra, de cautiverio en cautiverio, multiplicándose, muriendo, naciendo en todas partes. Ahora yacía ahí. Ahora ya no podía parir más. Muerto: el hundido coño gris del mundo.
    Desolación

  203. Se acerca a Molly desde su posición contraria en la cama y besa sus nalgas. Él excitado con erección. dixo...
  204. ahora dime en quien piensas quién es dime cómo se llama quién es el Main sí imagina que yo soy él piensa en él puedes notarle tratando de hacer de mí una puta eso no lo hará nunca debería renunciar a esta edad de su vida sencillamente la ruina de cualquier mujer y no hay satisfacción en eso fingiendo disfrutar hasta que se corre él y entonces lo termino yo misma de cualquier manera

  205. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  206. 1. Preámbulo para los que no pagan ni el hosting
    He leído vuestro último versito de secta: “Primero fue el verbo, después la mentira”. Qué bien os queda el tono de predicadores de boutique, de poetas en zapatillas dando lecciones sobre el logos como si hubierais parido el mundo entre dos newsletters y un café de especialidad. Os recuerdo que mientras vosotros aprendíais a conjugar la palabra Fake, yo pagaba los putos servidores. Las cuotas. Las putas cenas de networking. El material. Las putas copas con las que convencimos a Glez de que sí, que este juego merecía la pena. Y ahora me venís con teología de saldo, olvidando quién puso el primer puto euro para que todo esto rodara.

    Así que dejadme que os lo explique de manera que lo entendáis: yo fui el Paganini de todo este tinglado. Vosotros, como mucho, sois los ninis del verso.

    2. El verbo no lo inventasteis: os lo alquilé
    El verbo era de todos. Pero el primero que supo venderlo fui yo. Y si hoy podéis jugar a poetas insurgentes desde vuestra puta Substack es porque alguien —yo— pagó el catering, el alquiler y las putas facturas del Matadero Digital donde nació todo esto. El verbo lo vestí yo. El Fake lo produje yo. Y ahora os llenáis la boca de citas como si la NPS fuera la heredera natural de un linaje que ni habéis sudado ni sabéis manejar.

    Aprended una cosa básica, Shinobis (忍び) de salón: sin productor no hay puto show.
    3. La mentira sois vosotros: borradores con pretensiones de dogma
    Vuestra mentira empieza justo donde vuestro comunicado termina. Porque no hay más mentira que la que se cuenta desde un púlpito que otro pagó. Y la NPS hoy es eso: un púlpito. Un gimnasio de la épica para poetas flojos. Queréis contarnos que el Fake fue un error poético superado, cuando todos sabéis que sin el Fake no existiríais ni como sigla. La NPS es un powerpoint con incienso. Un logo estampado en camisetas que vendéis en ferias literarias a 20 euros la pieza.

    No me jodáis.

    4. La AHA no se vende ni se bendice
    Mientras vosotros vais de herederos éticos del verbo, la AHA sigue siendo lo que siempre fue: un agujero negro que no acepta ni inversores ni bendiciones. La AHA no es un club de fans de Glez. Es el sitio donde todo puede romperse sin pedir permiso. Y os lo recuerdo porque parece que la NPS se ha olvidado:

    Los que no estáis dispuestos a mancharos, no tenéis derecho a hablar del barro.

    5. AHA vs NPS: que no me cuenten cuentos en la barra
    No quiero una puta batalla de manifiestos. No me interesa. No tengo tiempo para vuestras pajas mentales de asamblea. Pero tampoco voy a dejar que reescribáis la historia con emojis y retórica de literatos en nómina.

    Os aviso: si seguís vendiendo el verbo del Fake como fundación de vuestra secta de la mentira, tendré que enseñar las putas facturas. Los correos. Las cuentas. Y entonces sí que nos vamos a reír.

    Así que poneos serios o callaos.

    6. Propuesta: pagad lo que debéis o asumid el sablazo
    Tenéis dos opciones, poetas de la NPS:

    Reconoced la deuda simbólica. Agradeced públicamente que sin la AHA ni el Fake, vuestra secta no pasaría de taller literario de barrio.
    O seguid con el teatrillo. Pero luego no lloréis cuando saque las pruebas de que fuisteis mantenidos a pecho descubierto por el que hoy llamáis "residuo del Fake".
    Pagad. O asumid que os lo sablaré en público.

    7. Epílogo con factura pendiente
    El verbo no es vuestro. Es mío. El Fake no es un pasado que superar. Es el barro que os parió. La mentira es la vuestra: la de creer que podéis cantar misa en un templo que yo construí. Y recordadlo bien, ninjas de la vida:

    Yo sigo siendo el único paganini de esta función.

  207. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  208. Julián, tras las afirmaciones realizadas sobre su mecenazgo a mi macrotexto Matruska de Cristal, y para que tenga toda la libertad de entender y responder lo que quiera, quisiera ser yo quien abra bien la botella de champán, ya que se está inaugurando el Titanic, y eso sólo pasó una vez en la vida.
    Hagamos, antes del brindis, un análisis de contexto a través de las preguntas adecuadas, para que el césped deje lucir la salvajada de las flores trasplantadas:
    - Sobre el dónde: ¿Estuve en el DF? Y si estuve, ¿en qué DF era?
    - Sobre el quién, surgen micro hoces interrogativas: ¿Quién era el del DF? ¿Estaba solo o no? Y si era uno solo, ¿usted estaba o no?
    Para ser sinceros, como no lo sé, le diré la verdad: era uno de los Glez que El Uno teje y deja sueltos como zarcillos en las redes de la Araña Fractal: somos los que alimentan y pagan la LÑux, los que deletrean en falso un alfabeto cánido, para ver si así él deja de entender a las Taquígrafas. Somos su reputación cuando el pim-pam-pum de los retretes se traga a alguno de nosotros, andando como un ratel de eléctrica educación.
    Disculpe, Julián, si no le importa —ni a usted ni a sus abogados, de los que ya nos ha llegado burofax digital—, vuelvo al yo, porque, aunque no sea el Uno, soy el uno. Y mi historia debe ser la suya —dice el prompt—. Así que:
    Un
    Dos.
    Un, dos, tres:

    ¡MIRLO!
    Desde que fui ingresado la primera vez (cuando el teléfono era único y decádico), me han contado grandes verdades como puños en las que hacía cosas que yo sabía que eran mentiras para ocultar otras mentiras, de otros. Así que estoy bastante seguro de que, en el DF (ya me especificará si con o sin usted, para mejorar la narrativa), le descuidé la suma de 5€. Y es verdad que con ellos me compré el humilde paquebote desde el que, junto a un café con azúcar de la zona, intento apañar unos asuntos por el bien de mi futuro —y del pumba pumba de los lobos escritos por escritoras para ellas— del nuevo Boom de LATA(M).
    Se lo digo desde su inversión, ahora mismo flotando en el mar de Maracaibo. No puedo extenderme más, pues como verá, no existo y tengo activado el MODO VERIFICACIÓN MARABÚ, que Vd. no puede saber lo que es, pero yo sí.
    Quede en espera de nuevo MIRLO. Mientras tanto deje de pensar en el loro rosa

  209. El Maizal de Sombras de Juan Fake dixo...
  210. Lo único ahora y en todo el año: las pilas de dinero holográfico que no poseo pero que muevo. La angustia de no saber hacer y hacer continuamente. Las salas con luz artificial que no distinguen día y noche. Lieder y Timorata unidos. La lista de fotografías ante la calavera y el tipo que las tira al suelo, sin poder huir de ellas y contra ellas cantando una lista que es –indudablemente – la de las tablas de multiplicar o la de los ríos de España. Manizales y la estatua del Hombre Cóndor frente al monstruo del BBVA.
    “Noches leyendo a Dostoievski”, etc.: el flujo de saber todo y no encontrar constancia alguna de eso que hincamos y tiene dos letras y te llamas – en el olvido.
    Noches, de la máquina del mundo: Desde cuándo escucho esta canción sin poder salir de ella – y aun así no es suficiente. La compré en 2006 y ya no depende de que la música esté puesta – suena porque está hincada en lo gris tuyo: lo gris tuyo es también el traje, la corbata, el logo de tu empresa. De la empresa para la que tú trabajas. Para la que tú trabajas cada segundo. Cada segundo desde hace 2 años. Más de 2 años – y aun así no es suficiente. “Y luego, esa noche que un ladrón”, etc.
    En el minuto 4:05 de Noches está la peor de las vivencias que pueda tener metida dentro –“Noches en que dios o el fantasma redivivo de alguien entrañable está al otro lado de la mesa y te pide un cigarrillo y te recita un monólogo de Shakespeare” independientemente de que ese rostro entrañable esté o no fisiológicamente muerto.

  211. Andar por los puertos es una de la formas de pereza que enriquece más dixo...
  212. Seremos grandes a los ojos del mundo

  213. Andar por los puertos es una de la formas de pereza que enriquece más dixo...
  214. ¿Anglogalician es la palabra que he ganado? Mi mundo se derrumba, mi mundo se edifica”. Todo y nada. Oxímoron absoluto. Paradoja sublime. Sinergia redentora.

  215. Willy S blues dixo...
  216. Que sea poco notable. Que no haya
    diplomas, discursos, divorcios, que todo
    acabe informalmente, como el último trago
    de agua del vaso que uno puede llenar de nuevo
    o como el insecto que el pájaro engulle
    o la luna que lentamente mengua en el cielo.
    Que no haya trenes de aterrizaje, misas de séptimo día,
    que no haya elogios ni el golpe bajo de la exclamación
    que remata la frase. Que no haya sustos, digestivos,
    última unción, que no haya impacto ni rima.
    Que a fin de cuentas sea al fin y al cabo
    un recato absoluto, una seriedad sin adornos.
    Como si uno se fuese alejando de la ciudad y dejando atrás
    el barullo de los políticos en la asamblea
    y la agonía de la banda de música
    en un día de feria municipal.

  217. Llevaba puesta una máscara quirúrgica. dixo...
  218. Un niño obeso con síndrome de Down vino corriendo hasta mi jardín con una bicicleta robada. Llevaba puestos dos tipos distintos de zapatos y, aunque parecía joven, estaba casi calvo. Se montó en la bicicleta y la condujo hasta chocar directamente contra un árbol. Lo vi hacer esto una y otra y otra vez. Después de media hora estuvo completamente lleno de sangre y cortes. Cuando mi padre llegó a casa del trabajo llamó a la policía y, casi una hora después, esta apareció con los padres del niño y la gente a la que este le había robado la bicicleta. Su padre se acercó al chico y lo apretó muy fuerte por la nuca. El chico, en respuesta, empezó a gritar fonemas sin sentido. Su madre lo abofeteó. Se acercó a uno de los oficiales de la policía y le dijo: “A la mierda con todos los niños retrasados. Son más problemáticos de lo que usted podría imaginarse. Simplemente no valen la pena”. Entonces el oficial de la policía dijo: “Está bien, señora, no vamos a presentar cargos contra el chico”.

  219. Full English Breakfast dixo...
  220. Desayuna como un Main.
    Come como un príncipe.
    Cena como un mendigo.

  221. Anónimo dixo...
  222. En este mundo solo hay dos tipos de personas: Jancsi von Neumann y el resto de nosotros.
    Iba un curso inferior que yo en el Fasori Gimnázium, una escuela secundaria luterana en Budapest, probablemente la más rigurosa del mundo en ese momento, parte de un sistema educativo nacional diseñado específicamente para la élite, que produjo una sorprendente camada de científicos, músicos, artistas y matemáticos del más alto calibre, pero solo un verdadero genio. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo vi, porque llegó en 1914, el mismo año en que estalló la Gran Guerra, así que esas dos cosas —Jancsi y la guerra— están unidas inseparablemente en mi memoria. Ese chico luciferino nos cayó encima al igual que un meteorito, como si fuese el heraldo de algo grandioso y terrible, uno de esos mensajeros celestiales que merodean por la oscuridad de nuestro sistema solar, y que la gente supersticiosa siempre ha asociado con grandes calamidades, desastres y plagas. Yo aún recuerdo cuando pasó el cometa Halley en 1910, tan brillante que lo podíamos ver a simple vista, y mi madre, una mujer profundamente religiosa pero también una racionalista feroz, cerró algunas de las puertas de nuestra casa con llave (la que conducía al sótano y la que franqueaba la habitación que había sido nuestra guardería, para entonces convertida en el estudio de mi padre) y no dejó que nadie las abriera, nos impidió comer cualquier alimento que hubiese estado al aire libre, y no pudimos beber nada más que pequeños sorbos de agua hasta que la cola de la estrella errante desapareció del cielo por completo, porque tenía miedo de que hubiese contaminado la Tierra con sus vapores pestilentes. Estaba tan convencida de ello que incluso trató de obligar a mi padre a comprar máscaras de gas para toda la familia, petición a la que él se negó a pesar de que los deseos de esa mujer solían ser órdenes, desatando un pequeño cataclismo en un hogar donde acostumbraba reinar una armonía paradisiaca. Mi madre sentía un recelo similar hacia Jancsi, y mantuvo su rechazo incluso después de que nos convirtiéramos en amigos del alma, algo que siempre me molestó, porque nuestra amistad fue, en cierto sentido, culpa suya, ya que ella fue la primera persona que me habló de él. Me contó que uno de los maestros de mi escuela, Gábor Szegő, famoso y respetado matemático húngaro y amigo de la infancia de mi madre, había sido contratado por los padres de Jancsi (en la vieja patria, Johnny aún era conocido como János o Jancsi) para darle al niño clases privadas antes de que comenzara el periodo escolar. Según la historia que nos relató durante la cena —completamente incapaz de disimular los celos que sentía hacia la madre de Jancsi por haber parido tal milagro—, cuando Szegő regresó a su casa después de conocer al joven prodigio, tenía lágrimas en los ojos; se dejó caer en un sofá y llamó a gritos a su esposa, quien lo encontró sollozando, sosteniendo las páginas donde ese niño de diez años había resuelto, en un instante y sin esfuerzo alguno, problemas que le habrían devanado los sesos a cualquier matemático competente. Eran ecuaciones en las que Szegő llevaba meses trabajando, expuestas sobre el papel en una caligrafía torpe que el pobre profesor miraba sin poder pestañear, escudriñando cada símbolo y cada número como si esas hojas hubiesen sido arrancadas directamente de la Torá. Yo siempre pensé que esa historia era solo una leyenda —¡hay tantos mitos sobre Jancsi!—, pero muchos años después tuve la oportunidad de hablar con Szegő, y él me confesó, con algo de vergüenza, que aún atesoraba esos cálculos, escritos en el papel del banco donde trabajaba el padre de Jancsi. Me dijo que había sabido, en ese mismo instante, que von Neumann cambiaría el mundo, aunque no fuese capaz de imaginar cómo. Le pregunté qué lo había llevado a creer algo tan extravagante de un niño, y según él le bastó vislumbrar la monumental cabeza de mi amigo para sentirse, inmediatamente, en presencia de un Otro

  223. Alle farben der sonne und der nacht. dixo...
  224. Tal como estaban las cosas, nos parecía bastante sencillo.
    Había algunas personas que lo tenían todo, y muchas otras
    a las que les faltaba de todo. Hubo gente que construyó
    campos de concentración, y otra que fue encerrada, torturada
    y asesinada en esos mismos campos por defender una
    verdad de la que estaban convencidos. En el mundo había
    justicia e injusticia, humanidad y una nueva barbarie. A la
    gente joven y reflexiva no le costaba especialmente tomar
    partido.
    Cuando finalmente terminó la terrible guerra, fueron
    muchos los qué, llenos de esperanza, creyeron que ese
    capítulo inaudito de la historia había llegado a su fin. Ya
    nadie moriría nunca más por pertenecer a un pueblo, por
    el color de su piel, por su religión o por sus convicciones.
    iNo podía tratarse de un error! ¿Cómo era posible que una
    oleada inmunda de acusaciones, mentiras y crueldad inundara
    de nuevo los países que tanto habían sufrido y que
    apenas despertaban a una nueva vida? ¿De dónde procedía
    el afán furibundo de asfixiar al otro que hay en el
    hombre?
    ¿Y los colores del sol? Ésta era probablemente una idea
    descabellada que me venía a la cabeza una y otra vez en los
    momentos de gran desconsuelo. Mi vida tiene los colores del
    sol. Cuando apenas podía respirar y se me hinchaban los
    pies. Mi vida tiene los colores del sol. Cuando me dolían
    todos los huesos, cuando era incapaz de comer y de bebe;
    cuando no me daban nada. Mi vida tiene el color reluciente
    del sol.

  225. La plus belle plage du nord. dixo...
  226. Por una parte sobrestimamos al otro, por otra lo subestimamos y nos sobrestimamos continuamente a nosotros mismos y nos subestimamos, y cuando debiéramos sobrestimarnos nos subestimamos, lo mismo que debiéramos subestimarnos cuando nos sobrestimamos. Y realmente, sobrestimamos sobre todo, todo el tiempo, lo que nos proponemos, porque en verdad todo trabajo intelectual, como cualquier otro trabajo, se sobrestima desmesuradamente y no hay ningún trabajo intelectual en el mundo al que este mundo, en definitiva sobrestimado, no pudiera renunciar, lo mismo que no hay ningún ser humano y, por consiguiente, ninguna inteligencia, a la que no se pudiera renunciar en este mundo, lo mismo que en general se podría renunciar a todo si tuviéramos el valor y las fuerzas para ello.

  227. Barrabás Balarrasa dixo...
  228. En la Anglogalician el único héroe que existe es el colectivo. Nosotros no toleramos los prestigios. Entre nosotros no puede haberlos. Como no puede haber sangre, aunque otros, aquí presentes, se empeñen en afirmar otra cosa.

  229. Apenas nos acariciamos levemente en vertical, ella cayó sobre la cama como si se tratara más bien de un examen clínico, hecha un temblor de carne, y se hizo penetrar. dixo...
  230. ¿Fue langosta? ¿Comiste langosta? ¿Beicon?

  231. Foreskin’s lament. A memoir. dixo...
  232. Yo era un tenaz fumador. Una noche quedé dormido con un tabaco en la boca. Desperté con miedo de despertar. Parece que lo sabía: me había nacido un ala de murciélago. Con repugnancia, en la oscuridad busqué mi cuchillo mayor. Me la corté. Caída, a la luz del día, era una mujer morena y yo decía que la amaba. Me llevaron a Sheffield.
    No habló más.
    Compartimos su silencio.

  233. La cosmovisión chamánica del orín de renos y del muscimol dixo...
  234. Todas las mañanas siento el impulso de decirle: ¿Sabes qué, cariño? Vuelve a acostarte. Hoy no vas al cole. Porque de todas formas es una memez, también llegarás a algo sin cole, seguramente incluso serás más feliz.

  235. Lope de Lefa dixo...
  236. Mientras escribo esto mi excitación ha desaparecido y sólo tengo un sentimiento de vacío y de cansancio infinitos. Ya no siento los latidos de mi corazón. Fijo la mirada en el espacio y mi rostro solitario permanece sombrío y sin alegría.
    Quizá tuvo razón al llamarme ira del Main.
    Sentado a mi ventana en la noche de este mismo día, contemplo la ciudad que se extiende a mis pies. El crepúsculo la envuelve, las campanas han terminado sus toques de agonía, y las cúpulas y las habitaciones humanas comienzan a borrarse. En el seno del crepúsculo veo serpentear el humo de la hoguera funeraria y su acre olor llega hasta mí. El crepúsculo se extiende como un espeso velo sobre las cosas y pronto quedará todo completamente a oscuras.
    ¡La Anglogalician! ¿Para qué existe? ¿Para qué sirve, qué sentido tiene? ¿Por qué se prolonga con su falta de fe y su completa vacuidad?
    Vuelco las antorchas y las extingo sobre la tierra negra, y se hace la noche.

  237. Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con * dixo...
  238. Atraídos por el olor de la sangre de sus entrañas
    los perros siguen a la perra en celo como si fueran el séquito
    de una reina negra. Y la olfatean en un movimiento impúdico
    que tal vez merece ser llamado amor.
    La perra finge que la persecusión la incomoda
    y seduce como las mujeres solicitadas.
    Un olor penetrante de vida la acompaña
    entre los dos soles que limitan el paso del día.
    En la noche, cuando la encierran en el galpón,
    los perros quedan del lado de afuera, desolados y fieles.
    Y sus gruñidos en la oscuridad nos enseñan
    que la Anglogalician es una pasión inútil, un culo roto.

  239. Crítico por amor al Arte dixo...
  240. Abro la boca, trato de articular una palabra, gimo, ahora me tocaría a mí, está claro que las cartas de estos dos son también las de mi historia, la historia que me ha traído hasta aquí, una serie de malos encuentros que quizá sólo sea una serie de encuentros frustrados.
    Para empezar debo llamar la atención sobre la carta llamada del Rey de Bastos, en la que se ve a un personaje sentado que, si nadie lo reivindica, podría ser yo; sobre todo porque sostiene un instrumento puntiagudo con la punta hacia abajo, como yo en este momento, y en realidad ese instrumento, mirándolo bien, se asemeja a una pluma estilográfica o un cálamo o un lápiz bien afilado o un bolígrafo, y si parece de un tamaño desproporcionado será para significar la importancia que dicho instrumento de escritura tiene en la existencia del sedentario personaje en cuestión. Por lo que sé, precisamente el hilo negro que sale de la punta de ese cetro de dos céntimos es el camino que me ha traído hasta aquí, y no está excluido, pues, que el apelativo que me corresponda sea el de Rey de Bastos, y que en ese caso el término Bastos o palos deba entenderse en el sentido de los palotes que hacen los niños en la escuela, el primer balbuceo de quien trata de comunicar trazando signos, o en el sentido de la madera de álamo con que se amasa la blanca celulosa para exfoliarla en resmas de páginas listas para ser (y vuelven a cruzarse los significados) pautadas.
    El Dos de Oros es también para mí un signo de intercambio, de ese intercambio que hay en todo signo, desde el primer garabato trazado por el primer escriba de modo que se distinga de los otros garabatos, el signo de escritura emparentado con los intercambios de otras cosas, no por nada inventado por los fenicios, implicado en la circulación del circulante como las monedas de oro, la letra que no se toma al pie de la letra, la letra que transvalúa los valores que sin la letra no valen nada, la letra es siempre pronta a crecer desde dentro y a adornarse con las flores de lo sublime, mírala historiada y florecida en su superficie significante, la letra elemento primero de las Bellas Letras, aunque envolviendo siempre en sus espirales significantes el circulante del significado, la letra Ese que serpentea para significar que ahí está siempre pronta a significar significados, el signo significante que adopta la forma de una Ese para que sus significados tomen también forma de Ese.
    Y todas esas Copas no son sino tinteros secos a la espera de que en la oscuridad de la tinta suban a la superficie los demonios, las potencias infernales, los ogros, los himnos a la noche, las flores del mal, los corazones de las tinieblas, o que planee sobre ellas el ángel de la melancolía que destila los humores del alma y transvasa estados de gracia y epifanías. Y nada. La Sota de Copas me retrata mientras me inclino a escrutar la envoltura de mí mismo; y no tengo un aire satisfecho: es inútil que sacuda y exprima, el alma es un tintero seco. ¿Qué Diablo querrá aceptarla en pago y asegurarme el éxito de la obra?
    El Diablo debería ser la carta que con más frecuencia se encontrase en mi oficio: la materia prima de la escritura ¿no es acaso un aflorar a la superficie de garras peludas, dentelladas de perro, cornadas de cabra, violencias contenidas que manotean en la oscuridad? Pero la cosa puede verse de dos maneras: que ese hormigueo demoniaco en el interior de las personas singulares y plurales, en las cosas que se hacen o se cree que se hacen y en las palabras que se dicen o se cree que se dicen, sea un modo de hacer y de decir que no está bien y convenga dejar caer todo, o bien que sea en cambio lo que más cuenta, y puesto que está ahí sea aconsejable hacerlo salir; dos modos de ver la cosa que se mezclan diversamente, porque podría ser que lo negativo, por ejemplo, sea negativo pero necesario porque sin él lo positivo no es positivo, o que no sea en absoluto negativo, mientras que lo único negativo, si existe, sea aquello que se cree positivo.

  241. Javier Villafañe dixo...
  242. Mientras daba grandes bocados, tan grandes como su exigua boca le permitía, a su croissant recubierto de chocolate, le explicaba a su madre que había discutido con la profesora de ciencias. –¿Y por qué?– Quiso saber ella… –porque las avestruces no son pájaros y la profe dice que sí y no-.

    –Son pájaros grandes, tan grandes que no vuelan pero son aves, cariño– le explicó al pequeño que seguía abriendo su boca tanto como podía para morder un buen trozo de croissant; –no– respondió muy resuelto y todavía con la boca llena –tienen unas alas ridículas que no son alas y no vuelan así que no son pájaros-; ella lo intentó de nuevo: –pájaros, pájaros… venga, no, pero son aves aunque no vuelan, tampoco vuelan las gallinas pero tienen plumas y pico y ponen huevos...-.

    –¡Que no!– insistió el pequeño muy seguro de sí mismo –que no son pájaros ni aves ni nada pero si no vuelan! y además las gallinas tampoco son pájaros– su madre dio un respingo y le preguntó –¿ah no? ¿y entonces que son?– el pequeño no dudó ni un segund0 a la hora de responder: –pollo frito… y tortilla de patatas-. Su risa divertida y contagiosa llenó la sala del obrador.

    Ya camino a casa la madre quiso indagar un poco más acerca de lo que su hijo pensaba de las avestruces –entonces– dijo –si las gallinas son pollo frito y tortilla de patatas… ¿las avestruces qué son?-. El pequeño la miró muy resuelto y le respondió con absoluta convicción: –feas, cobardes y tontas-.

    Se preguntó cuándo y de qué manera le habría cogido su hijo tanta manía a las pobres avestruces pero no tuvo que preguntarlo, el pequeño se lo explicó con todo detalle: –es que, mamá, son feas porque son feas, no tienen ni plumas de colores ni nada y además son como grandes y gordas y tienen una cabeza enana y… ¡pero si parecen dinosaurios!; y son unas cagonas además porque nos explicó la profe que meten la cabeza en el suelo porque así, como no ven a los malos, se creen que los malos no las ven a ellas, vamos, que son tontas…-.

    –Pero corren mucho– dijo ella tratando de salvar la dignidad de las pobres avestruces –ya lo sé– le respondió el niño –¡porque son cagonas!-.

    –Vaya, vaya…– comentó ella –entonces huir está mal ¿siempre?– El niño la miró antes de responder –a veces…– dijo encogiéndose de hombros –pero solo si no tienes otro remedio y las avestruces ni saben si tienen que escaparse o no porque esconden la cabeza y ni miran, solo corren como cobardes-.

    –Entonces tú no quieres ser como las avestruces ¿no?– le preguntó ella riendo ante el odio africano que las pobres avestruces habían despertado en su hijo –¡noooo! yo quiero ver las cosas que pasan ¡por eso me pongo las gafas bien!– añadió arrugando de nuevo la nariz para colocar las dichosas gafas en su justo lugar (ella tomó nota mental del ajuste que le iba haciendo falta a aquella montura…) –yo quiero ver las cosas y entonces… bueno, a lo mejor tengo que salir corriendo o a lo mejor no ¡y peleo!-.

    –¿Peleas?– preguntó ella un tanto sorprendida porque aquel mocoso que no levantaba apenas unos palmos del suelo no se había metido en peleas jamás… –yo no quiero pelear– respondió el niño –pero, mamá, si viene uno y te insulta… ¡yo no soy una avestruz! pues peleo...–

    –¿Y si es más grande que tú y te gana?– El pequeño la miró casi llamándole boba con la mirada –pues pierdo… pero peleo, yo no soy una avestruz-.

  243. Nearca Renuente dixo...
  244. En el verano de 1814, su excelencia el duque de Wellington viajó de Londres a París para tomar posesión de su cargo como embajador británico en la corte del nuevo régimen de Luis XVIII. A primera vista, lo lógico habría sido esperar que optara por la ruta más corta, la que separa Dover de Calais, pero en lugar de eso, un bergantín de la Marina Real británica, el HMS Griffon , le llevó por el mar del Norte hasta Bergen op Zoom. Quería visitar el recién creado Reino de los Países Bajos (una extraña invención, parcialmente francesa, holandesa, católica y protestante, situada al norte de Francia). Las tropas británicas se hallaban acantonadas en la nueva nación en calidad de garantes de su existencia, y se le había solicitado al duque que inspeccionara las defensas que jalonaban la frontera con Francia. Le acompañaba en su misión Guille el Flacucho , conocido también como Renacuajo (el príncipe Guillermo, de veintitrés años, heredero del nuevo reino de Holanda que, debido a haber formado parte del Estado Mayor del duque en la península, se consideraba dotado de un cierto talento militar). Wellington dedicó quince días a recorrer las zonas fronterizas, sugiriendo que se restauraran las fortificaciones de un puñado de ciudades, pero es difícil pensar que se tomara verdaderamente en serio los vaticinios que auguraban la reanudación de la guerra con Francia.
    A fin de cuentas, Napoleón había sido derrotado y enviado al exilio a la isla mediterránea de Elba. Francia volvía a ser una monarquía. La guerra había terminado, y en Viena los diplomáticos se afanaban ya en pergeñar un tratado concebido para rehacer las fronteras europeas y garantizar así que no estallasen nuevas contiendas capaces de asolar el continente.
    Y es que Europa había quedado devastada. La abdicación de Napoleón había puesto fin a un conflicto de veintiún años iniciado a raíz de la Revolución francesa. Los viejos regímenes de Europa, las monarquías, se habían sentido horrorizados al conocer los acontecimientos ocurridos en Francia, conmocionados ante las ejecuciones de Luis XVI y su reina, María Antonieta. Y por eso, por temor a que las ideas de la revolución pudiesen prender en los países que ellos mismos gobernaban, los soberanos de Europa habían ido a la guerra.

  245. Nearca Renuente dixo...
  246. Grosso modo , la acusación que el jefe de Estado Mayor de Blücher vierte sobre el duque de Wellington pasa por señalar que este último se reveló incapaz de conceder a los prusianos la parte de mérito que les correspondía en el triunfo, reivindicando la victoria única y exclusivamente para sí, aunque también hay otros cargos más concretos. Se alega que el duque engañó de forma deliberada a sus aliados antes de las batallas de Ligny y Quatre-Bras, que no cumplió su promesa de aportar refuerzos a Blücher durante el encontronazo de Ligny, y que después de la campaña, y durante el resto de su vida, se valió de su fama y su eminente influencia para suprimir toda idea de que los prusianos hubieran podido ser los artífices de la victoria.
    La primera acusación es la más seria. Con ella se viene a sostener que Wellington había tenido noticia con bastante antelación de que el ejército francés se hallaba concentrado al sur de la frontera belga, argumentándose que lo habría sabido a primera hora del 15 de junio, la víspera de las batallas de Ligny y Quatre-Bras, aunque por un puñado de perversos motivos personales habría fingido no saberlo hasta la noche. Para dar crédito a esta versión de los hechos debemos considerar igualmente creíble que el oficial prusiano que comunicó la noticia a Wellington no le dijo nada a nadie en toda Bruselas acerca del inminente ataque francés. Y también debemos preguntarnos cuál pudo haber sido la ventaja que ambicionara asegurarse el duque al ocultar la noticia. La respuesta que suele darse habitualmente es que de ese modo dejaba a Blücher en una posición expuesta, y que eso dio a Wellington el tiempo suficiente para emprender la retirada. Es una idea descabellada. Si a Wellington le atemorizaba tanto el enfrentamiento con los franceses, ¿por qué no inició el repliegue nada más enterarse de la noticia? El solo hecho de plantear la pregunta permite comprender lo estúpida que resulta. ¿Y qué ganaba el duque con una derrota de Blücher? La campaña entera se apoyaba en el previo establecimiento de una alianza, es decir, en la fundada convicción de que ni Wellington ni Blücher podían derrotar por sí solos al Emperador, y de que resultaba por tanto absolutamente necesario unir las fuerzas de sus dos ejércitos. Al dejar a Blücher expuesto a encajar una derrota, el duque favorecía la ocurrencia de un desastre en el seno de sus propias tropas. Y si lo que en efecto sucedió fue que Blücher resultó vencido en ese primer encontronazo, también es cierto que la campaña logró proseguir a duras penas debido a que los prusianos no habían salido en desbandada, sino que pudieron reagruparse y combatir al día siguiente.

  247. Nearca Renuente dixo...
  248. s probable que jamás lleguemos a saber con exactitud cuántos hombres murieron o cayeron heridos en Waterloo. Como es obvio, los distintos regimientos que intervinieron en la batalla poseen actas en las que aparece registrado lo sucedido, pero en el caos que siguió al choque hubo miles de hombres que no fueron contabilizados, y cuando al fin pudo hacerse un recuento no había ya forma humana de saber si los soldados que faltaban eran simples desertores, si habían sido hechos prisioneros o si debían incluirse en el número de los caídos. Es algo que se aplica especialmente al caso del ejército francés. Sabemos que, al comenzar la batalla, Napoleón contaba aproximadamente con unos 77 000 hombres, y que cerca de una semana después, las listas de supervivientes mostraban la ausencia de más de 46 000. Mark Adkin, que ha realizado un gran número de concienzudos estudios sobre las estadísticas de la batalla, es quien nos ofrece las mejores estimaciones. Tras la contienda, las fuerzas británico-holandesas que dirigía Wellington tenían 17 000 hombres menos que al comienzo de la misma. De ellos, 3500 habían resultado muertos, 10 200 estaban heridos y el resto había desertado.
    La mayoría de esos desertores pertenecían a las filas de holandeses y belgas, ya que se hallaban cerca de casa. También hay que contabilizar en este grupo a los húsares de Cumberland, que simplemente se dieron a la fuga. Estos soldados pertenecían a un regimiento que, a pesar de su nombre inglés, se hallaba integrado en la caballería de Hannover. Los prusianos sufrieron grandes bajas a lo largo de los tres días que duró el encadenamiento de encontronazos, primero en Ligny, después durante la retirada a Wavre, y finalmente en los combates del propio Waterloo. En total perdieron 31 000 hombres. Diez mil de esos hombres habían desertado durante la retirada, el resto eran víctimas de guerra. La lucha que se libró en Plancenoit fue especialmente sanguinaria, de modo que en ese escenario encontraron la muerte cerca de 7000 prusianos. Los franceses perdieron muchos más. Es probable que en Waterloo cayeran, entre muertos y heridos, más de 30 000 soldados de Napoleón, pero estas cifras no son más que simples estimaciones, y esto en el mejor de los casos. Lo que sí sabemos es que en Quatre-Bras y en Waterloo combatieron 840 oficiales de infantería británicos, y que prácticamente la mitad cayó en la acción. Una tercera parte de los miembros de la caballería británica resultaron heridos o muertos. Los guardias reales escoceses perdieron a 31 de sus 37 oficiales, y el 27.º regimiento de infantería a 16 de sus 19 mandos. El 18 de junio, al caer la noche, debía de haber, con toda probabilidad, unos 12 000 cadáveres en el campo de batalla, y de 30 000 a 40 000 hombres heridos, y todo ello en el reducido espacio de menos de ocho kilómetros cuadrados. Muchos de los heridos terminarían falleciendo en los días inmediatamente posteriores. El 32.º, un regimiento británico, sufrió la pérdida de 28 hombres durante los combates, y encajó 146 heridos y, sin embargo, antes de que transcurriera un mes, iban a fallecer 44 de los lesionados.

  249. Nearca Renuente dixo...
  250. Aplastaron a siete de los trece cuadros, se apoderaron o dejaron inutilizadas sesenta piezas de artillería y se hicieron con seis enseñas de los regimientos ingleses, enseñas que tres coraceros y tres batidores de la Guardia llevaron a presencia del Main

  251. Nearca Renuente dixo...
  252. El general Pierre Cambronne se encontraba al frente de una brigada de la guardia y se hallaba en uno de los cuadros. Su posición era desesperada. Varias unidades de la infantería británica y de las compañías de Hannover les habían dado caza y los oficiales aliados habían empezado a dar voces a los guardias de Napoleón, instándoles a rendirse. Así nació una de las leyendas más tenaces de Waterloo, la que sostiene que Cambronne habría contestado a sus pretendidos captores: « La Garde meurt, mais ne se rend pas! » («¡La Guardia muere pero no se rinde!»). Galantes palabras, desde luego, pero producto, casi con toda seguridad, de la inventiva de un periodista francés que tuvo la ocurrencia de difundir la especie varios años después de la batalla. Hay otra versión del episodio que sostiene que Cambronne no habría aullado más que una sola y diáfana exclamación para dar réplica al enemigo: « Merde! ». Ambas respuestas son ya famosas, como vivo ejemplo del ánimo desafiante de un soldado ante la inevitabilidad de la derrota. El propio Cambronne diría más tarde que sus manifestaciones fueron otras: «Los canallas como nosotros no nos rendimos», aunque lo cierto es que sí lo hicieron. Fue derribado del caballo por una bala de mosquete que le rozó el cráneo y le hizo caer al suelo, inconsciente. El coronel Hugh Halkett, un oficial británico que prestaba servicio con las brigadas de Hannover, le hizo prisionero y, poco después, los cuadros que había capitaneado el oficial napoleónico comenzaron a ceder terreno al verse sometidos a la presión de los mosquetes y los botes de metralla, adoptando entonces una formación triangular. Continuaron luchando así hasta que, en algún punto situado en las inmediaciones de La Belle Alliance, terminaron por disolverse y sumarse a la espantada general.
    Un oficial del 71.º de infantería afirma haber sido autor del último cañonazo de Waterloo. El 71.º, o lo que quedaba de él, avanzó a las órdenes de sir John Colborne, y en un determinado momento, cerca ya de los últimos cuadros de la Vieja Guardia que todavía plantaban cara al enemigo, la compañía de granaderos del 71.º encontró un cañón francés abandonado y, cerca de él, un botafuegos con la mecha encendida. El tubo de ignición, que prendía la chispa y la comunicaba con la pólvora contenida en la recámara, sobresalía del oído del arma, lo que permitía pensar que la pieza estaba cargada. El teniente Torriano y algunos de sus hombres hicieron girar el cañón hasta colocarlo frente a la Vieja Guardia, tocaron el tubo de ignición con el botafuegos y dispararon contra la unidad de veteranos de Napoleón.
    Era casi de noche. El sol se había puesto y el espeso humo continuaba suspendido sobre el valle, aunque los cárdenos y ominosos fucilazos de la artillería pesada habían dejado de iluminarlo. Blücher cruzó a caballo los despojos de Plancenoit para ganar la carretera de Bruselas, encontrándose una vez en ella, con Wellington, en algún punto situado al sur de La Belle Alliance. Debían de ser cerca de las nueve y media de la tarde cuando los dos comandantes lograron estrecharse al fin la mano. Hay testigos que dicen que se incorporaron en la silla de montar para darse un abrazo. « Mein lieber Kamerad », saludó Blücher, « quelle affaire! » (¡Querido camarada, menudo apuro!).

  253. Mike Anguita dixo...
  254. Votad al honrado, al ladrón no lo votéis aunque tenga la hoz y el martillo.

  255. Nearca Renuente dixo...
  256. A Napoleón le importaba un ardite la vida de sus soldados, y sin embargo, éstos le adoraban por su gran campechanía. Sabía cómo dirigirse a los reclutas, cómo bromear con ellos y cómo servirles de inspiración. Ahora bien, si las tropas le idolatraban, los generales bajo su mando le temían. El mariscal Augereau, un malhablado partidario de la más férrea disciplina, exclamó en una ocasión: «¡La verdad es que este pequeño bastardo me aterra!». Por su parte, el general Vandamme, un hombre muy curtido, confesaría «temblar como un chiquillo» al aproximarse a Napoleón. Sea como fuere, el general corso supo conducir a unos y a otros a la gloria, ya fueran miembros de la tropa o de la oficialidad. Ésa era su droga: la Gloire! En su afanosa búsqueda de esa inmortalidad, el Emperador acabaría rompiendo, uno tras otro, todos los tratados de paz que se cruzaran en su camino. Y así habrían de marchar sus ejércitos, en pos del Águila, de Madrid a Moscú y del Báltico al mar Rojo. Napoleón asombró a Europa con victorias como Austerlitz y Friedland, pero también llevó a su Grande Armée al desastre en la nevada estepa rusa. Hasta sus derrotas tenían que ser de una magnitud gigantesca.
    Ahora, mientras le llevaban escaleras arriba al salón de audiencias de las Tullerías, Napoleón debía emprender una nueva marcha, y era perfectamente consciente de ello. Despachó emisarios al resto de las potencias europeas a fin de tantear a sus gobernantes diciéndoles que había regresado a Francia para hacerse eco de la voluntad popular, que no tenía intención de iniciar ninguna agresión y que si aceptaban su retorno se dedicaría a vivir en paz. Con todo, él tenía que saber que esos gestos de acercamiento no podían cosechar otra cosa que rechazos.
    Las Águilas se dispusieron por tanto a reemprender el vuelo.

  257. Nearca Renuente dixo...
  258. Por regla general, los hostigadores franceses superaban en número a los ingleses, aunque éstos tenían la ventaja de que muchos de sus miembros estaban provistos de rifles, un arma que Napoleón se negaba a usar. El inconveniente del rifle residía en el hecho de que se tardaba mucho tiempo en cargarlo, dado que era preciso hacer mucha fuerza para meter la bala, envuelta por lo común en un trozo de cuero, hasta el fondo del cañón estriado, operación que resultaba mucho más laboriosa que la de empujar hasta el tope los proyectiles de los mosquetes, cuyos cañones eran de ánima lisa. Sin embargo, la ventaja que presentaba el fusil era la de dar con mayor exactitud en el blanco. Los británicos empleaban el rifle Baker, un arma soberbia y fiable, cuya precisión y alcance superaba la de cualquier mosquete.
    Los escaramuzadores no se atrevían a adelantarse en exceso a los batallones a los que pertenecían, dado que en el letal juego de azar en que venían a resumirse los combates de artillería —una suerte de mortal partida de piedra, papel, tijera, como veremos—, la infantería y la caballería de la época napoleónica, sus unidades se hallaban totalmente expuestas al ataque de los jinetes. Su dispersa formación les impedía formar en cuadro o realizar descargas cerradas de fusilería, de modo que unos cuantos soldados de caballería podían diezmar una línea de hostigadores en cuestión de segundos. Sin embargo, al llegar la división de Picton a Quatre-Bras, sus integrantes descubren que no hay ningún contingente de caballería que pueda ahuyentar a los escaramuzadores franceses. La Legión Negra de Brunswick se había presentado en el campo de batalla al mismo tiempo que los hombres de Picton, pero el resto de los regimientos de caballería del duque de Wellington seguían avanzando a marchas forzadas para tratar de llegar a tiempo al teatro de operaciones, razón por la que Wellington decidiría atacar a los hostigadores franceses con sus tropas de infantería. Más allá de los escaramuzadores enemigos había varias columnas de la infantería francesa, pero los contingentes británicos nunca habían encontrado problemas para derrotar a las columnas francesas, así que se dio a los seis batallones la orden de avanzar.
    Los británicos se hallaban en grave inferioridad numérica. Los franceses acudían al choque en tres columnas. La mayor de ellas, que contaba con más de ocho mil hombres, se disponía a atacar por el norte, en las inmediaciones del bosque de Bossu. La columna central, que se aproximaba por la carretera, disponía de 5400 soldados, y a su derecha tenía a otros 4200 infantes, todos ellos respaldados por más de 50 cañones y varios contingentes de tropas de caballería. Los seis batallones de la infantería británica estaban constituidos por unos 3500 hombres en total, y tenían que hacer frente al menos a 17 000 infantes, por no mencionar a los efectivos que integraban la artillería y la caballería enemigas; sin embargo, aquellos batallones ingleses se contaban entre los mejores y más experimentados del ejército de Wellington.
    Los acontecimientos que se produjeron a continuación son un ejemplo característico del tipo de confusión que reinaba en las batallas de la época. Uno de los batallones en liza era el de los Higlanders escoceses, vestidos con su peculiar falda. Estaba integrado por poco más de medio millar de hombres integrados en el 42.º regimiento, conocido con el nombre de la Guardia Negra.

  259. Nearca Renuente dixo...
  260. Kellerman no quería que sus hombres se percatasen del enorme número de enemigos contra los que se les ordenaba cargar, de modo que, contrariamente a su costumbre, les pidió que se pusiesen inmediatamente al galope: « Pour charger au galop! En avant! ».
    Los coraceros arremetieron en primer lugar contra los Highlanders, pero fueron rechazados. Un trompeta francés, un chiquillo de apenas quince años, quedó tan pasmado al ver aquellos regimientos vestidos con faldas que pensó estar combatiendo contra las cantinières británicas. Las cantinières eran las mujeres que seguían al ejército francés, vendiendo comida, bebida —y muy a menudo otros consuelos— a las tropas. Kellerman guió a sus hombres entre los cuadros de infantería, cabalgando a toda velocidad en dirección a la encrucijada que se había ordenado tomar a los franceses.
    Los dos bandos habían empezado a recibir refuerzos, y lo cierto es que los efectivos recién llegados tuvieron que zambullirse casi inmediatamente en el caos que reinaba en el centro del campo de batalla. El 44.º, un regimiento venido del Essex Oriental, se presentó en la refriega para apoyar a los Highlanders, viéndose sorprendido, al igual que aquéllos, por la caballería. Los integrantes del 44.º no tuvieron tiempo para formar en cuadro, de modo que el oficial al mando ordenó dar media vuelta a la última fila de hombres, segando a los lanceros con una descarga cerrada de mosquete, aunque sin poder evitar que algunos de los jinetes consiguieran alcanzar el centro del pelotón inglés y trataran de apoderarse del estandarte. Uno de los oficiales del batallón recuerda así la escena:
    Un lancero francés hirió de gravedad al portaestandarte Christie, que llevaba una de [las banderas], asestándole en el ojo izquierdo un rejonazo que salió por la mandíbula inferior. El francés se propuso entonces hacerse con el emblema del regimiento, pero el valiente Christie, pese al intensísimo dolor que le producía la herida y con una presencia de ánimo casi sin igual, se tiró al suelo sobre la enseña, no para salvarse, sino para preservar el honor de la compañía. Como la divisa había ondeado al caer, el francés encontró ocasión de rasgar un pedazo de seda de la insignia con la punta de la lanza. Sin embargo, ni siquiera ese fragmento le permitimos llevarse de nuestras filas. Herido por los mosquetes y las bayonetas de los soldados del 44.º que le rodeaban, cayó al suelo y pagó con la vida aquel alarde de bravura inútil.
    El 30.º, un batallón del condado de Cambridge, se acercó por detrás a los hombres del 44.º. Al aproximarse, el portaestandarte Edward Macready, que contaba apenas con diecisiete años de edad, había percibido el humo que flotaba, cada vez más denso, sobre el campo de batalla, observando asimismo que los pájaros huían volando, presas del pánico, por encima de las copas de los árboles del bosque de Bossu. Así nos refiere el cuadro que se abría ante sus ojos:
    El rugido de los enormes cañones, el estampido de las descargas de mosquete, la explosión de los proyectiles y los gritos de los combatientes armaban un estruendo de mil demonios, mientras los cuadros y las líneas, el galopar de los caballos —con o sin jinete—, la abigarrada multitud de quienes corrían heridos o se daban a la fuga, las inmensas masas de humo y el fogonazo de las detonaciones…
    Macready y los hombres del 30.º batallón marcharon para internarse en aquella barahúnda, pasando en su progresión junto a varios heridos del 44.º. Ambas compañías habían combatido hombro con hombro en España, así que al avanzar los recién llegados, los heridos del 44.º:

  261. Nearca Renuente dixo...
  262. La cuestión es que el domingo 18 de junio de 1815, el terreno que tapizaba el valle situado al sur de Waterloo iba a estar igualmente cubierto de fango. Era un mal augurio.
    O el Emperador desconocía la historia o había decidido que el hecho de que hubiera llovido a cántaros la víspera de la batalla no constituía un presagio de ninguna clase. Había cometido errores a lo largo de los dos días anteriores, pero seguía teniendo una inmensa confianza en sí mismo. El general Foy recuerda la predicción que realizó Napoleón en ese momento:
    Después de una batalla como la de Fleurus [Ligny], los prusianos y los ingleses tardarán todavía un par de días en reagruparse. Y dado que están viéndose perseguidos por un considerable número de tropas, podremos darnos por contentos si los ingleses deciden finalmente esperarnos a pie firme, ¡porque la batalla que se avecina salvará a Francia y será ensalzada en la historia del mundo!
    Mucho trecho se ha andado desde lo de « On a perdu la France! », pero esa abrupta observación se había hecho en un acceso de cólera, al comprender Napoleón que Ney acababa de dejar que se le escapara una magnífica oportunidad. Sin embargo, y a pesar de la ocasión perdida, el Emperador seguía teniendo buenas razones para mostrarse confiado. Por lo que sabía, los prusianos estaban replegándose hacia el este, perseguidos por el mariscal Grouchy, mientras que Wellington, por su parte, había tenido la descabellada idea de presentar batalla.
    Ordenaré a los artilleros que hagan fuego y cargar a la caballería a fin de obligar al enemigo a revelar sus posiciones. Y cuando tenga plena certeza de en qué puntos se hallan apostadas las tropas inglesas, marcharé directo hacia ellos con mi Vieja Guardia.
    Napoleón tenía cierta tendencia a este tipo de manifestaciones despectivas, aunque la táctica que se disponía a poner en práctica ese domingo 18 de junio no iba a ser tan simple como vaticinaba, lo que no significa, sin embargo, que hubiera dejado de traslucir aplomo. El ejército galo tenía buenas fuentes de inteligencia militar entre los belgas de habla francesa, así que el Emperador debía saber sin duda que el ejército de Wellington era una coalición muy frágil, mientras que las filas que él mismo tenía bajo su mando estaban repletas de veteranos curtidos en la batalla. El temor que embargaba a Napoleón esa noche era que Wellington pudiera escabullirse al amparo de la oscuridad, privando así de una gran victoria a Francia.

  263. Nearca Renuente dixo...
  264. De hecho, al amanecer del 18 de junio había tan pocas pruebas de que los franceses estuvieran desarrollando alguna actividad que Blücher supuso que Napoleón no había ordenado a ningún contingente de tropas que le siguiera. A pesar de la adversa climatología, de la oscuridad y de la derrota que había tenido que encajar en Ligny, el ejército prusiano se encontraba ahora a menos de veinte kilómetros de los efectivos de Wellington. No había resultado nada fácil superar esos kilómetros, pues se habían visto obligados a vadear varias corrientes de agua y a ascender por empinadas pendientes, pero Blücher le había prometido al duque que realizaría la marcha y no estaba dispuesto a faltar a su palabra. «Volveré a precederos en el choque con el enemigo», había declarado el viejo mariscal en su Orden del día, «y le derrotaremos, ¡pues no nos queda más remedio que hacerlo!».
    En Ligny, el Emperador había tendido una trampa a Blücher, con las miras puestas en la posibilidad de que Ney o el conde de Erlon cayeran como un rayo sobre el flanco derecho prusiano. Pero la trampa no había surtido efecto.
    Blücher tenía la esperanza de que Wellington se presentara finalmente en Ligny y se lanzara al ataque del costado izquierdo de los franceses, pero esa celada tampoco se había revelado efectiva.
    Y lo que se estaba preparando ahora era un tercer cepo. Wellington era el cebo, Napoleón la víctima prevista y Blücher el ejecutor.
    El alba rompe al fin los celajes de ese domingo 18 de junio de 1815.

  265. Polla Dura dixo...
  266. ¡Mi espada puede segar hasta los lazos del amor, confiad en mi espada!

  267. O Xoves Hai Cocido dixo...
  268. El shashlik (en turcomano: çişlik), brochetas de carne de oveja, cordero, pollo o, a veces, pescado, asadas al carbón y aderezadas con cebolla cruda en rodajas y una salsa especial a base de vinagre, se sirve en restaurantes y, a menudo, se vende en la calle. El shashlik de cerdo y ternera se introdujo durante la época imperial rusa, y es fácil encontrarlo en las grandes ciudades. Los kebabs de carne picada suelen prepararse con carne de vaca y, ocasionalmente, de camello. El kakmach (en turcomano: kakmaç) es carne seca en conserva que se prepara en porciones individuales o en tiras. El kakmach puede freírse en grasa u hornearse en un tandur, pero tradicionalmente se seca como la cecina al sol del desierto

  269. O Xoves Hai Cocido dixo...
  270. Se cortan costillas frescas de caballo y se cuelgan unas 5–7 horas para eliminar la sangre restante. Los intestinos del caballo se lavan bien y se dejan en salmuera durante 1–2 horas. Se sala la carne de las costillas, se condimenta con pimienta y ajo y se dejan atadas con tela unas 2–3 horas. Entonces se rellena la tripa con la carne y los dos extremos se atan. Tras esta preparación, el kazy puede ahumarse o colgarse para secar durante una semana en un lugar soleado expuesto al viento. El ahumado se realiza con humo espero a 50°–60° durante 12–18 horas.

    Antes de servir, el kazy se cuece en agua hirviendo durante 2 horas. El kazy cocido se corta en rodajas de 1 cm de grosor y se decorar con cebolla y verdura del tiempo.

  271. O Xoves Hai Cocido dixo...
  272. En Turquía existen dos principales categorías de dolmas; las que se rellenan de una mezcla de carne picada (kıyma), cebollas, arroz, aceite y algunas especias y aquellas que se rellenan con una mezcla de arroz (sin carne): arroz, aceitunas, nueces, pasas (o cualquier fruto seco), hierbas (suele ser perejil fresco y menta) algunas especias (por regla general pimienta de Jamaica, canela y pimienta negra). Los dolma de carne se comen siempre calientes; los que no llevan contenido cárnico alguno, zeytinyağlı dolma (dolma con aceite de oliva) - "yalanci dolma" (dolmas falsos), generalmente se sirven a temperatura ambiente con un meze. El Dolma con carne es un plato principal y suele servirse con yogur. A veces se vierte una leche de huevo para el yaprak sarma con carne en algunas regiones. Los tipos más comunes llevan chilli (biber dolma), berenjenas (patlican dolma), pepino (kabak dolma), ciruela (erikli dolma), berza (karalahana dolma), vid, acelgas y hojas de col (sarma), flores del pepino (çiçek dolma) o moluscos (midye dolma). Tomate, calabaza y algunas frutas como pueden ser el membrillo o manzanas. El mumbar dolması es una variante interesante del dolma que emplea los intestinos de los corderos que son rellenos de una mezcla fina de judías, en algunas regiones el arroz es reemplazado por el bulgur.

    En Azerbaiyán, se incluyen en los dolma pequeños trozos de cordero (o a veces una mezcla de cordero-vaca) junto con una mezcla de puerro y arroz. Pueden estar enrollados en hojas de parra o de col, o ser el relleno de una berenjena, pimiento, tomate, manzana o membrillo. La variedad más común del dolma de Azerbaiyán es el yarpag dolmasi (dolma con hoja de parra), el kalam dolmasi (dolma con hojas de col), el badimjan dolmasi dolma con berenjena), bibar dolmasi (dolma con pimiento verde), yalanchi dolma (lit. dolma falso; ya que la carne es reemplazada por el arroz), pib dolmasi (carne picada enrollada con hojas de tilo), dali dolma (carne mezclada con arroz, lentejas, rapontica, enebro o menta y metido dentro de berenjenas), lavangi dolmasi (originario de la región del Talysh; se trata de berenjenas tipo baby baby rellenas con pescado), shirin dolma (lit. "dolma dulce"; carne mezclada con pasas, albaricoque y mosto de uva concentrado, todo ello enrollado en hojas de col). Se suele añadir leche ácida como salsa.

    En la cocina armenia, se emplea carne de cordero picada junto con arroz y envuelto en hojas de parra (tpov tolma - թփով տոլմա) o ocasionalmente en hojas de col (kaghambi tolma - կաղամբի տոլմա). Este plato se condimenta con coriandro, eneldo, menta, pimienta, canela y mantequilla fundida. A veces se añaden pasas como parte de la mezcla. El yogur se emplea a menudo como salsa. Suelen ser rellenados: berenjenas, tomates, pimientos, cebollas, membrillos, manzanas, etc.

  273. Beber a CAM(a)RA lenta dixo...
  274. Last Drop, Edinburgh

    A cosy traditional pub that has seen many makeovers over the years, such as supplementing the real beams with ersatz ones. In line with most Grassmarket pubs, the Last Drop is often extremely busy. Popular for food (Nicholson's Menu) but drinkers are also made very welcome. Located next to the scene of 18th century public hangings, hence the name. Traditional Folk Music played most evenings.

  275. El mor feo de todos dixo...
  276. Las grandes vacas saltan suspendidas: no se las ve. El Main duerme. Solo se lo ve en sueños. Él es el patrón. No está ahí para nadie. Sobre esa ausencia, las especies y los relatos crecen y se multiplican. Él lo permite. Todo en orden.

  277. cualquier meme es al mismo tiempo anticipo, profecía y substantividad del fin del diálogo. dixo...
  278. Estábamos todos bebiendo pero de alguna extraña manera, como casi siempre, yo había perdido el ritmo. Era ingenioso cuando los demás eran entusiastas y entusiasta cuando ya todo el mundo empezaba a ser reflexivo y reflexivo cuando todos querían divertirse y estúpidamente divertido cuando ya andaban cansados. Alguien gritaba: ¡SOMOS PRÍNCIPES!, y yo repetía: ¡PRÍNCIPES, SÍ PRÍNCIPES!, y entonces otro decía: ¡SOMOS PORCOS!, y yo decía: ¡BRAVOS, SÍ BRAVOS! y corríamos de un lado a otro a por más cerveza y alguien ponía coca en una mesa de cristal y luego uno simpático, pequeño y feo pero al mismo tiempo especial y hasta guapo a su manera, como una de esas ranas que uno sabe que acabarán convirtiéndose en príncipe, me dio medio ácido y me pasó una botella de vino. Después de un rato malo, sin mucha gracia, la conversación se hacía pesada, como puré de verduras o algo así, hasta que apareció una preciosa chica rubia y alguien dijo cómo se llamaba, pero no me enteré, y se sentó en el suelo y el príncipe rana le pasó una guitarra y ella se puso a cantar con una voz que parecía estar agarrada a una cornisa con una sola mano y cantó algo sobre un corazón que pasaba la noche fuera de casa y que volvía siempre por la mañana destrozado en mil pedazos. Cuando terminó su canción todo el mundo aplaudió, y la chica rubia no dijo nada.

    Tenía una sonrisa pequeña y eso fue todo lo que nos dio, aparte de la canción. Luego se metió en una de las habitaciones con uno de los tíos que había por allí y él la folló por el culo. Uno de esos que definitivamente no se lo merecen

  279. Normal 0 21 false false false ES X-NONE X-NONE dixo...
  280. -Compañeros, por favor...
    -¡Protesto contra este lenguaje sexista! -prorrumpió una voz femenina-. ¡Aquí siempre se dice “compañeros”, “viejecitos”, todo declinado en masculino!
    -¿No se dijo “conjugado en masculino”? -preguntó alguien.
    -No se conjugan los verbos, los sustantivos se declinan -responde otro.
    -¡Compañeros, debo estar soñando! ¿De qué cojones estamos hablando? -se lamentó Capitán Grosella.
    -¡Y dale con los “compañeros”! ¿Dónde va a parar la subjetividad femenina?
    -Mira, cajera, hemos dicho un montón de palabras de género femenino: “las asambleas”, “la prefectura”, “la ciudadanía”...
    -¡“Las Mujeres y el único Negro que lee el blog” rechazamos esa palabra!
    -¿Cuál, “prefectura”?
    -¡No, “ciudadanía”! ¡Es un concepto jacobino, y los jacobinos cortaban la cabeza a las mujeres!
    -¡Bueno, y también a los hombres!
    -¡Es distinto! Eso es asunto vuestro, algo interno al mundo de los hombres, pero cuando le cortasteis la cabeza a la puta de María Antonieta...
    -¿“Le cortasteis” quiénes? No generalicemos, por favor. A parte la anglogalician cup en aquella época apenas acababa de nacer, ¡si me lo permites!

  281. Persiguiendo una marea de metáforas masturbatorias dixo...
  282. La débochca que estaba sentada a mi lado tenia una expresión eufórica, con los glasos risueños y mascullando slovos, tales como "De las crípticas obras de la Anglogalician que producen ciclámenes, brotan elegantes formaniníferos a mayor gloria de mis grudos de peltre "

  283. Willy Stalin dixo...
  284. La conformidad ideológica que trata de imponer la nueva radicalidad woke –que tanto parecido tiene con la censura supersticiosa- tiene un fundamento antidemocrático e implica una actitud de supremacismo moral que creemos inapropiada y contraria a los postulados de cualquier ideología que se reclame «de la justicia y del progreso».

    Por si fuera poco, la intransigencia y el dogmatismo que se han ido abriendo paso entre cierta izquierda, no harán más que reforzar las posiciones políticas conservadoras y nacionalpopulistas y, como un bumerán, se volverán contra los cambios que muchos juzgamos inaplazables para lograr una convivencia más justa y amable.

    Desde estas líneas recabamos el apoyo de quienes comparten la preocupación por la censura que se ejerce sobre el debate acerca de determinadas cuestiones que quedan convertidas en nuevos tabúes ideológicos, que se suponen intocables e indiscutibles.

    La cultura libre no es perjudicial para los grupos sociales desfavorecidos: al contrario, creemos que la cultura es emancipadora y la censura, por bienintencionada que quiera presentarse, contraproducente.

  285. ¿Una rayita? dixo...
  286. La heroína era la del yonqui; la coca, la del yuppie. No es lo mismo decir «meterse un tiro» que «picarse». O usar «prevalencias» en lugar de «consumidores»: así solo hablas de quienes tienen una enfermedad, y excluyes al resto del debate. Igual que en inglés, donde dicen abuse en lugar de use. Ya estás hablando de abuso, con su carga negativa. El lenguaje condiciona la visión que tenemos de las cosas. Y el vocabulario con el que se habla públicamente de drogas es el del prohibicionismo. Crea un marco mental que estigmatiza a unos y absuelve a otros. No todo el que consume es un adicto, ni por consumir algo vas a morir. Son sustancias peligrosas, sí, pero no hay que estigmatizar ni a quien decide consumirlas ni a quien sufre una enfermedad.

  287. Devils’ Door dixo...
  288. It would be too bad it we ever forgot.

  289. Pitufo Blondo dixo...
  290. ¿Es la ceniza materia o un color?

  291. Ayatollah, no me toques la pirola. dixo...
  292. Somos los que no alcanzaremos el mar pero permaneceremos en la lluvia.
    Somos los que aún habrán de nacer

  293. Y yo con estas pintas dixo...
  294. Todo se encuentra en un estado de gran desorden, como si la policía acabase de terminar un registro rápido y violento. Por todas partes hay periódicos desparramados, montones de periódicos locales y extranjeros, y suplementos extraordinarios, con grandes titulares que gritan a la vista
    SE MARCHÓ
    y grandes fotografías de una cara delgada y larga en la que se ve un concentrado esfuerzo por no mostrar ni los nervios ni la derrota; una cara con los rasgos tan ordenados que, prácticamente, ya nada expresa. Y al lado ejemplares de otros suplementos extraordinarios de fechas posteriores informan febril y triunfalmente de que
    VOLVIÓ.
    Más abajo, llenando el resto de la página, la fotografía de un rostro patriarcal, severa y fría, sin ningún deseo de expresar nada.
    (Pero entre aquella salida y esta vuelta ¡cuántas emociones, qué temperaturas tan altas, cuánta rabia y horror, cuántos incendios!)
    A cada paso —en el suelo, en las sillas, en la mesa, en el escritorio— se acumulan cuartillas, trozos de papel, notas escritas a toda velocidad y de manera tan desordenada que tengo que tratar de recordar de donde he sacado la frase: «Os mentirá y prometerá pero no os dejéis engañar». (¿Quién lo dijo? ¿Cuándo y a quién?)
    O, por ejemplo, una nota enorme escrita con lápiz rojo: Llamar sin falta al 64-12-18 (pero ya ha pasado tanto tiempo que no recuerdo a quién pertenece este número de teléfono ni por qué en aquel entonces era tan importante llamar).
    Cartas sin acabar y sin enviar. Sí, mucho se podría hablar de lo que aquí he vivido y visto. Sin embargo, me es difícil ordenar mis impresiones…
    El mayor desorden reina en la enorme mesa redonda: fotografías de distintos tamaños, cassettes, películas de ocho milímetros, boletines, fotocopias de octavillas, todo amontonado, mezclado como en un mercado viejo, sin orden ni concierto. Además, pósters, álbumes, discos y libros, comprados o regalados por la gente, toda una documentación de un tiempo que acaba de transcurrir pero que todavía se puede ver y oír porque aquí ha sido fijado; en la película: ondulantes y tormentosos ríos de gente; en una cassette: llantos de almuédanos, voces de mando, conversaciones, monólogos; en las fotos: caras en estado de exaltación, de éxtasis.

  295. Y yo con estas pintas dixo...
  296. Ahora, ante la perspectiva de tener que ponerlo todo en orden (se acerca el día de mi marcha) me invade una gran desgana y un cansancio terrible. A decir verdad, cada vez que vivo en un hotel —cosa que me ocurre a menudo— me gusta que en la habitación reine el desorden, puesto que éste crea una sensación de vida, le da un aire de intimidad y de calor, es una prueba (aunque bastante engañosa) de que un lugar tan extraño y falto de ambiente como es la habitación de un hotel ha sido, por lo menos parcialmente, dominado y domado. Estoy en una habitación inmaculadamente limpia y me siento adormecido y solo; me hacen daño todas las líneas rectas, las aristas de los muebles, las superficies lisas de las paredes; me disgusta esa geometría rígida e indiferente, ese minucioso orden que existe por sí mismo, sin rastro alguno de nuestra presencia. Por suerte, al cabo de pocas horas y como consecuencia de mi quehacer (por otra parte, inconsciente, producto de la prisa o la pereza), todo el orden se difumina y desaparece, todos los objetos cobran vida, empiezan a deambular de un lado para otro, a entrar en configuraciones e interrelaciones nuevas, continuamente cambiantes; se crea un ambiente recargado y barroco y, de pronto, la atmósfera de la habitación se vuelve más cálida y familiar. Entonces puedo respirar hondo y empiezo a relajarme.
    Pero, de momento, no puedo reunir fuerzas suficientes para mover nada de la habitación. Así que bajo al vacío y lúgubre vestíbulo donde cuatro hombres jóvenes toman el té y juegan a las cartas. Se entregan a un juego muy difícil, cuyas reglas no consigo comprender. No es el bridge ni el póker, tampoco el black jack ni el remigio. Juegan con dos barajas a la vez, permanecen callados hasta que uno de ellos recoge todas las cartas con cara de contento. Al cabo de un rato vuelven a dar, colocan decenas de cartas sobre la mesa, piensan, calculan algo y, mientras calculan, se enzarzan en riñas.
    Estas cuatro personas (el servicio de recepción) viven de mí. Yo las mantengo, porque en estos días soy el único huésped del hotel. Aparte de ellas también mantengo a las mujeres de la limpieza, a los cocineros, camareros, lavanderos, vigilantes y al jardinero así como, creo, a algunas personas más y a sus familias. Con esto no quiero decir que si tardase en pagar, toda esta gente se moriría de hambre, pero, por si acaso, trato de saldar a tiempo mis cuentas. Todavía hace pocos meses, conseguir una habitación era una hazaña, el gordo de la lotería. A pesar del gran número de hoteles, la demanda era tal que para alojarse los visitantes tenían que alquilar camas en clínicas privadas. Pero ahora se han acabado los negocios, el dinero fácil y las transacciones deslumbrantes; los hombres de negocios locales han escondido sus perspicaces cabezas y sus socios extranjeros se han esfumado dejándolo todo atrás. De repente se acabó el turismo, se congeló todo el tráfico internacional. Algunos hoteles han sido incendiados, otros están cerrados o permanecen vacíos, en otro los guerrilleros han instalado un acuartelamiento. Hoy la ciudad se ocupa de sí misma, no necesita de extraños, no necesita del mundo.

  297. Y yo con estas pintas dixo...
  298. Los jugadores interrumpen la partida, me quieren invitar a un té. Aquí toman sólo té o yogur, no prueban ni el café ni el alcohol. Por beber alcohol se arriesga uno a recibir cuarenta latigazos, incluso sesenta, y si el castigo lo aplica un musculoso joven (y así suelen ser los que se prestan a usar el látigo) puede hacernos trizas la espalda. Así que estamos tomando nuestro té a sorbos y mirando hacia el otro lado del vestíbulo donde hay un televisor.
    omeini, sentado en un sencillo sillón de madera colocado sobre una simple tarima de tablas, está pronunciando un discurso en un modesto (a juzgar por la altura de los edificios) barrio de Qom. Qom, ciudad pequeña, gris, chata y sin gracia, está situada a ciento cincuenta kilómetros al sur de Teherán, en una tierra desértica, agotadora, espantosamente calurosa.
    No parece que su clima infernal pueda favorecer en nada la reflexión y la contemplación y, sin embargo, Qom es la ciudad del fervor religioso, de la ortodoxia a ultranza, del misticismo y de la fe militante. Y en este villorrio existen quinientas mezquitas y los más grandes seminarios coránicos; aquí es donde discuten los entendidos en el Corán y los guardianes de la tradición, y donde se reúnen los ancianos ayatollahs. Desde aquí Jomeini gobierna el país. Nunca abandona Qom, nunca va a la capital, en realidad, nunca va a ninguna parte; no visita nada ni a nadie. Antes vivía aquí con su mujer y sus cinco hijos, en una casa pequeña metida en una callejuela angosta, polvorienta y sin aire. Por en medio de la calzada sin empedrar pasaba una cloaca. Ahora se ha trasladado no lejos de donde vivía, a la casa de su hija porque ésta tiene un balcón que da a la calle; desde este balcón Jomeini se deja ver por las gentes cada vez que la multitud lo reclama (por lo general se trata de fervientes peregrinos que acuden a la ciudad santa para visitar sus mezquitas y, sobre todo, la tumba de la Inmaculada Fátima, hermana del octavo imán Reza, lugar prohibido a los infieles). Jomeini vive como un asceta, se alimenta de arroz, de yogur y de fruta, metido en una sola habitación de desnudas paredes, sin un mueble. Sólo una yacija en el suelo y un montón de libros. También en esta habitación Jomeini recibe visitas (incluso las misiones más oficiales del extranjero), sentado sobre una manta extendida en el suelo con la espalda apoyada en la pared. Por la ventana puede ver las cúpulas de las mezquitas y el amplio patio de la madrasa, un mundo cerrado de mosaicos de turquesa, alminares verdiazules, un mundo de frescor y de sombra. La avalancha de invitados y de personas que vienen a solicitar algo fluye a lo largo de todo el día. Si hay tiempo para un intervalo, Jomeini se dedica a meditar o, sencillamente, lo que es lógico en un anciano octogenario, duerme la siesta. La persona que siempre tiene acceso a la habitación es su hijo menor, Ahmed, ulema como el padre. El otro hijo, el primogénito, la esperanza de su vida, desapareció en circunstancias poco claras; se dice que fue eliminado por la Savak, la policía secreta del sha, en una emboscada.

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  300. La cámara muestra una plaza abarrotada de gente; no cabe un alfiler. Muestra caras curiosas y graves. En un lugar aparte, separadas de los hombres por un espacio claramente delimitado y envueltas en sus chadors, están las mujeres. El cielo, encapotado, es gris, el color de la gente, oscuro, y allí donde se encuentran las mujeres, negro. Jomeini aparece vestido, como siempre, con un ancho ropaje oscuro y un turbante negro. Una barba blanca enmarca su cara inmóvil y pálida. Cuando habla, sus manos descansan en los brazos del sillón, quietas. No inclina la cabeza ni el cuerpo, permanece erguido. Tan sólo algunas veces frunce el ceño y levanta las cejas. Aparte de esto no se mueve ni un solo músculo de este rostro tan firme, inquebrantable rostro de un hombre de gran determinación, de voluntad implacable y contundente que no conoce la vuelta atrás y, tal vez, ni siquiera la vacilación. En este rostro, que parece formado de una sola vez y para siempre, inmutable, inalterable a cualquier emoción o estado de ánimo, que no expresa sino la más absoluta concentración interior, sólo los ojos se mueven sin cesar; la mirada, viva y penetrante, se pasea sobre el mar de cabezas rizadas, mide la profundidad de la plaza, la distancia entre sus extremos, y sigue efectuando su detallado repaso como si buscase a alguien en particular. Oigo su voz monótona, de timbre incoloro, desprovista de matices, de ritmo uniforme y lento, fuerte pero sin estridencias, sin temperamento y sin brillo.
    —¿De qué habla? —pregunto a los jugadores cuando Jomeini hace una pausa para pensar en la siguiente frase.
    —Dice que debemos conservar nuestra dignidad —contesta uno de ellos.
    El cámara enfoca ahora los tejados de las casas vecinas donde, armados de metralletas, están apostados unos jóvenes con las cabezas envueltas en pañuelos a cuadros.
    —¿Y ahora qué dice? —vuelvo a preguntar, porque no entiendo el farsí, lengua en que pronuncia su discurso el ayatollah.
    —Dice —contesta uno de los jugadores— que en nuestro país no puede haber lugar para injerencias extranjeras.
    Jomeini sigue hablando; todo el mundo lo escucha con atención; en la pantalla se ve cómo alguien manda callar a los niños que se agolpan alrededor de la tarima.
    —¿Qué dice? —pregunto al cabo del rato.
    —Dice que nadie va a gobernar en nuestra casa ni a imponernos nada, y dice: «Sed hermanos los unos para con los otros, permaneced unidos».
    Es todo cuanto me pueden explicar valiéndose de su mal inglés. Todos los que estudian inglés debieran saber que resultará cada vez más difícil entenderse con el mundo en esta lengua. Como ya es cada vez más difícil entenderse en francés o en cualquier otra lengua europea. Hubo un tiempo en el que Europa era la dueña del mundo; enviaba a todos los continentes a sus comerciantes, a sus soldados, a sus misioneros y funcionarios, e imponía así a los demás sus intereses y su cultura (esta última en una edición un tanto dudosa).

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  302. En aquel tiempo, hasta en el lugar más apartado del planeta el conocer una lengua europea significaba una esmerada educación, de buen tono, pero también era una necesidad vital, imprescindible para ascender o hacer carrera o, sencillamente, una condición para ser tratado como un ser humano. Estas lenguas se enseñaban en los colegios de África, se pronunciaban en ellas discursos en Parlamentos exóticos, se usaban en el comercio y en las instituciones, en los tribunales de Asia y en los cafés árabes. Un europeo podía viajar por todo el mundo y sentirse como en su casa, en todas partes podía expresarse y comprender lo que le estaban diciendo. Hoy el mundo es diferente: en la tierra han florecido centenares de patriotismos; cada nación desea que su país sea de su propiedad exclusiva, regido según las normas de su propia tradición. Cada nación tiene ya perfiladas sus aspiraciones, cada una de ellas es (o por lo menos quiere ser) libre e independiente, aprecia sus propios valores y exige que se los respeten. Salta a la vista cuán sensibles y susceptibles se muestran todos respecto a esta cuestión. Ni siquiera las naciones débiles y pequeñas (éstas menos que las otras) soportan que se les den lecciones y se rebelan contra aquellas que intentan dominarlas e imponerles su escala de valores (a menudo muy discutibles). La gente puede admirar la fuerza de otros, pero prefiere hacerlo a distancia y no quiere experimentarla en su propia carne. Toda fuerza posee su dinámica, su tendencia a ejercer el poder y a expandirse, su machacona insistencia y una necesidad verdaderamente obsesiva de pisar al débil.

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  304. En esto se manifiesta la ley de la fuerza; lo sabe todo el mundo. Y el débil ¿qué puede hacer? Nada, excepto aislarse. En nuestro mundo superpoblado y avasallador, para defenderse, para mantenerse a flote, el más débil tiene que apartarse, echarse a un lado. La gente teme ser absorbida, despojada, que se le homogeinice el paso, la cara, la mirada y el habla; que se la enseñe a pensar y reaccionar de una misma manera, que se la obligue a derramar la sangre por causas ajenas y, finalmente, que se la destruya. De ahí su inconformismo y rebeldía, su lucha por la propia existencia y, en consecuencia, por su lengua. En Siria se cerró un periódico francés; en Vietnam, uno inglés, y ahora en Irán, tanto el francés como el inglés. En la radio y en la televisión ya sólo usan su lengua: el farsí. En las conferencias de prensa, también. En Teherán acabará en un calabozo el que no sepa leer el letrero de: «Se prohíbe bajo pena de arresto la entrada de hombres en este establecimiento» colgado en una tienda de confección femenina. Morirá aquel que no sepa leer el letrero colocado en Isfahán: «Prohibida la entrada - ¡Minas!».
    Antes llevaba conmigo por todo el mundo una pequeña radio de bolsillo para escuchar emisoras locales de cualquier continente y así poder enterarme de lo que ocurría en nuestro planeta. Ahora esta radio, entonces tan útil, no me sirve de nada. Cuando manipulo sus mandos por el altavoz se oyen diez emisoras diferentes que hablan en diez lenguas diferentes de las que no entiendo ni una palabra. Mil kilómetros más adelante aparecen otras diez emisoras, igualmente incomprensibles. A lo mejor dicen que el dinero que llevo en el bolsillo hoy es ya papel mojado. O, tal vez, que ha estallado la guerra, ¿quién sabe?
    Con la televisión ocurre algo muy parecido.
    En todo el mundo y a cada momento, vemos en millones de pantallas un número ilimitado de personas que nos dicen algo, que intentan convencernos de algo, hacen gestos y muecas, se enardecen, sonríen, asienten con la cabeza, señalan con el dedo, y nosotros no sabemos de qué se trata, qué es lo que quieren de nosotros o a qué nos incitan. Cual si fuesen habitantes de otro planeta, un gran ejército de incansables agitadores de Venus o de Marte, y, sin embargo, son nuestros semejantes, la misma sangre, los mismos huesos, también mueven los labios, también articulan palabras, pero no podemos comprender ninguna. ¿En qué lengua se llevará a cabo el diálogo universal de la humanidad? Centenares de lenguas luchan por su reconocimiento y promoción, se levantan barreras lingüísticas, y la incomprensión y la sordera aumentan.

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  306. Tras una breve pausa (durante la cual muestran campos de flores; aquí gustan mucho las flores; las tumbas de los poetas más encumbrados se hallan en frondosos jardines multicolores) aparece en la pantalla la fotografía de un joven. Se oye la voz del locutor.
    —¿Qué dice? —pregunto a mis jugadores de cartas.
    —Da el nombre de esta persona. También cuenta quién era.
    Acto seguido aparecen una tras otra más fotografías. Hay entre ellas fotos de carné de estudiante, fotos enmarcadas, instantáneas de fotomatón, fotos con ruinas de fondo, un retrato familiar con una flecha señalando a una muchacha apenas visible para indicar de quién se trata. Cada una de estas fotografías permanece en la pantalla unos segundos mientras el locutor lee una larga retahíla de nombres.
    Son padres que piden noticias.
    Llevan meses pidiéndolas; son probablemente los únicos que abrigan todavía alguna esperanza. Desapareció en septiembre, en diciembre, en enero, es decir, durante los meses de las luchas más encarnizadas, cuando por encima de las ciudades se elevaba un resplandor nunca apagado. Seguramente marchaban en las primeras filas de una manifestación desafiando el fuego de las ametralladoras. O les avistaron los tiradores de élite apostados en los tejados. Podemos suponer que cada una de estas caras fue vista por última vez por el ojo de un soldado que la había centrado en la mira de su fusil.
    La película continúa; es un programa largo, durante el cual, día tras día, oímos la voz serena del locutor y contemplamos más y más caras nuevas de personas que ya no existen.
    De nuevo aparecen campos de flores que dan paso al siguiente espacio de la programación vespertina. Y otra vez fotografías pero ahora de gente completamente distinta. Por lo general se trata de hombres entrados en años y de aspecto descuidado, vestidos de cualquier manera (cuellos arrugados, arrugadas chaquetas de dril), miradas desesperadas, caras hundidas, sin afeitar, a algunos ya les ha crecido la barba. Llevan colgados del cuello sendos letreros de cartón con nombre y apellido. Ahora, al aparecer una cara de entre la larga sucesión, uno de los jugadores dice: «¡Ah, es éste!», y todos miran la pantalla sin perder detalle.

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  308. El locutor lee los datos personales de cada uno de los hombres y enumera sus crímenes. El general Mohammed Zand dio la orden de disparar contra una manifestación de personas indefensas en Tabriz; centenares de muertos. El comandante Hussein Farzin torturó a los presos quemándoles los párpados y arrancándoles las uñas. Hace unas horas —informa el locutor— el pelotón de fusilamiento de las milicias islámicas cumplió la sentencia del tribunal.
    Durante este desfile de ausentes buenos y malos, la atmósfera del vestíbulo se vuelve sofocante y pesada, tanto más cuanto que la rueda de la muerte sigue girando y escupiendo centenares de nuevas fotografías (unas ya descoloridas, otras recién sacadas, las del colegio y las de la cárcel). Esta procesión de rostros callados e inmóviles que a menudo detiene su lenta marcha acaba por abrumar, pero a la vez absorbe de tal manera que por un instante me parece que dentro de un segundo veré en la pantalla las fotografías de mis vecinos y después la mía propia y oiré al locutor leer nuestros nombres.
    Subo a mi piso, atravieso el pasillo vacío y me encierro en mi habitación repleta de trastos. A esta hora, como de costumbre, llegan desde algún lugar de la invisible ciudad los ecos de un tiroteo. Intercambian el fuego con mucha regularidad: cada noche. Empiezan a eso de las nueve como si un acuerdo o una antigua tradición hubiese fijado la hora. Después la ciudad enmudece y al poco tiempo vuelven a oírse disparos e incluso explosiones sordas. Esto ya no preocupa a nadie, nadie presta atención ni lo interpreta como una amenaza (nadie excepto aquellos a los que alcanzan las balas). Desde mediados de febrero, cuando estalló la sublevación en la ciudad y las multitudes se apoderaron de los arsenales del ejército, Teherán está armada, acechante; bajo el manto de la noche, en las calles y en las casas se vive el omnipresente drama del asesinato. La clandestinidad, oculta durante el día, levanta sus cabezas y grupos de enmascarados se hacen con el control de la ciudad.

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  310. Estas agitadas noches condenan a la gente a encarcelarse en sus casas, cerradas a cal y canto. A pesar de no existir el toque de queda, el transitar por las calles desde la medianoche hasta la madrugada resulta difícil y arriesgado. A estas horas la ciudad, agazapada e inmóvil, se encuentra en las manos de las milicias islámicas o en las de comandos independientes. En ambos casos suele tratarse de grupos de muchachos bien armados que continuamente nos apuntan con sus pistolas, preguntan por todo, se consultan los unos a los otros y, algunas veces, por si acaso, conducen a los detenidos a un calabozo del que después es difícil salir. Además nunca sabemos a ciencia cierta quiénes son los que nos meten en la cárcel, pues la violencia que nos sale al encuentro no lleva ningún signo de identificación, no tiene uniformes, ni gorras, ni brazaletes, ni insignias; se trata, sencillamente, de civiles armados cuyo poder debemos reconocer sin rechistar ni preguntar nada si en algo apreciamos nuestra vida. No obstante, al cabo de pocos días aprendemos a distinguirlos y empezamos a clasificarlos. Por ejemplo, este señor tan elegante con traje de tarde, camisa blanca y corbata a tono, este señor de aspecto distinguido que va por la calle con un fusil al hombro es, seguramente, un miliciano de algún ministerio u otra oficina de la administración central. En cambio, el muchacho con el rostro oculto tras una máscara (una media de lana con agujeros para los ojos y la boca, metida en la cabeza) es un fedayin local de quien no nos es permitido conocer la cara ni el nombre. Tampoco sabemos con seguridad quiénes son los hombres de las cazadoras verdes americanas que, en coches de los que asoman cañones de metralleta, recorren las calles a toda velocidad. Tal vez se trate de milicianos, pero también puede que sea algún comando de la oposición (fanáticos religiosos, anarquistas, supervivientes de la Savak), lanzado con determinación suicida a acciones de sabotaje o venganza.
    Sin embargo, en realidad nos es indiferente saber quién nos tenderá la trampa o en qué redes (oficiales o ilegales) iremos a caer. Estos distingos no hacen gracia a nadie; la gente prefiere evitar sorpresas, y por eso por la noche se encierra en su casa. Mi hotel también está cerrado (a esta hora los ecos de los disparos se entremezclan en toda la ciudad con los chirridos de las persianas que bajan y el ruido de los portazos). Nadie vendrá, no va a ocurrir nada. No tengo con quién hablar, me encuentro solo en una habitación vacía; echo un vistazo a las fotografías y notas que cubren la mesa, escucho las conversaciones grabadas en el magnetofón.

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  312. Es la fotografía más antigua que he conseguido encontrar. Se ve en ella a un soldado que sostiene con la mano derecha una cadena; a la cadena está atado un hombre. Tanto el soldado como el hombre de la cadena fijan la mirada solemnemente en el objetivo de la cámara; queda patente que el momento es importante para ambos. El soldado es un hombre mayor de baja estatura y corresponde al tipo de campesino sencillo y obediente. El uniforme de mal corte que viste y que le viene ancho, los pantalones, arrugados como un acordeón, y un gorro enorme y torcido que se apoya en sus separadas orejas le dan un aspecto casi gracioso: recuerda al soldado Schweik. El hombre de la cadena (cara delgada, pálida, ojos hundidos) tiene la cabeza envuelta en vendajes: al parecer está herido. La inscripción a pie de fotografía reza que el soldado es el abuelo del sha Mohammed Reza Pahlevi (último monarca de Irán) y que el herido no es otro que el asesino del sha Naser-ed-Din. Así que la fotografía debe de haberse sacado en el año 1896, en el que, tras cuarenta y nueve años de ejercer el poder, Naser-ed-Din fue asesinado por el criminal que ahora vemos en la foto. Tanto el abuelo como el asesino parecen cansados, lo cual es muy comprensible: llevan varios días caminando desde Qom hacia donde tendrá lugar la ejecución pública, Teherán. Arrastran los pies lentamente por el camino del desierto, sumidos en un calor espantoso y abrasador e inmersos en un aire asfixiante. El soldado va detrás y, delante de él, el asesino, famélico, atado a una cadena, al igual que en tiempos pasados los saltimbanquis llevaran de una cadena a un oso amaestrado para ofrecer divertidos espectáculos en los pueblos que encontrasen en su camino, espectáculos que habrían de sustentarlos a ellos y al animal. Ahora el abuelo y el asesino caminan cansados, secándose una y otra vez el sudor de la frente; de cuando en cuando el asesino se queja del dolor en la cabeza que le produce la herida, aunque la mayor parte del tiempo ambos permanecen callados; al fin y al cabo no tienen nada de que hablar: el asesino mató y el abuelo lo conduce a la muerte. Son años en los que Persia es un país de una miseria aterradora, no existe el ferrocarril, los vehículos tirados por caballos los posee sólo la aristocracia; así pues, los dos hombres de la fotografía tienen que ir a pie hasta su lejano destino, marcado por la condena y por una orden. Esporádicamente topan con pequeños grupos de chozas de barro; los campesinos míseros y harapientos permanecen sentados con las espaldas apoyadas contra la pared, quietos, inmóviles. Sin embargo, ahora, al ver llegar por el camino al preso y al guardián, se enciende en sus ojos un destello de interés, se levantan del suelo y rodean a los recién llegados, que vienen cubiertos de polvo. «¿A quién lleváis, señor?», preguntan con timidez al soldado. «¿A quién?», repite éste, y se queda callado por unos instantes para causar más efecto y crear más tensión. «Este —dice finalmente al tiempo que señala con un dedo al preso— ¡es el asesino del sha!». En la voz del abuelo se percibe una no disimulada nota de orgullo. Los campesinos contemplan al criminal con una mirada mezcla de terror y admiración. Por haber matado a un señor tan grande, el hombre de la cadena les parece también en cierta medida grande, como si el crimen le hiciera acceder a un mundo superior. No saben si deben enfurecerse de indignación o, por el contrario, caer de rodillas ante él. Mientras tanto, el soldado ata la cadena a un palo clavado al borde del camino, se descuelga el fusil del hombro (un fusil tan grande que le llega casi a los pies) y da órdenes a los campesinos: deben traer agua y comida. Los campesinos se rascan la cabeza porque en el pueblo no hay nada que comer; lo que sí hay es hambre.

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  314. Añadamos que el soldado también es campesino, igual que ellos, y al igual que ellos ni siquiera tiene apellido; como nombre usa el de su pueblo, Savad-Kuhi, pero tiene un uniforme y un fusil y ha sido distinguido al encomendársele conducir al cadalso al asesino del sha, así que, haciendo uso de tan alta posición, una vez más ordena a los campesinos traer agua y comida, primero porque él mismo siente cómo el hambre le retuerce las tripas y, además, porque no debe permitir que el hombre de la cadena se muera por el camino de sed y agotamiento, pues en Teherán se verían obligados a suspender un espectáculo tan infrecuente como el de ahorcar en una plaza abarrotada de gente al asesino del mismísimo sha. Los campesinos, asustados por los implacables apremios del soldado, traen finalmente todo lo que tienen, todo aquello de lo que se alimentan y que no son más que unas raíces marchitas que habían arrebatado a la tierra y una bolsa de lona con langostas desecadas. El abuelo y el asesino se sientan a comer a la sombra, mastican con avidez las langostas y escupen a un lado las alas de los insectos, se ayudan a tragar bebiendo algún que otro sorbo de agua mientras los campesinos los contemplan en silencio y con envidia. Al caer la noche el soldado elige la mejor choza, echa de ella a sus propietarios y la convierte en calabozo provisional. Se envuelve en la cadena que ata al criminal (para que éste no se le escape), los dos se tumban en el suelo de barro, negro de cucarachas, y, agotados como están tras las muchas horas de caminar a la intemperie de un día abrasador, caen sumidos en un profundo sueño. Por la mañana se levantan y vuelven a ponerse en camino hacia el destino marcado por la condena y por la orden, es decir, rumbo al norte, hacia Teherán, a través del mismo desierto, a merced del mismo calor abrasador, yendo en la disposición antes fijada: primero, el asesino con la cabeza vendada, tras él, el cuerpo de la cadena de hierro en constante movimiento pendular, sostenida por la mano del soldado, y, finalmente, éste mismo, metido en ese uniforme de tan mal corte, con ese aspecto tan gracioso que le da su enorme gorro torcido apoyado en las separadas orejas, tan gracioso que cuando lo vi por primera vez en la fotografía, en seguida se me ocurrió pensar que se parecía mucho al puto soldado Schweik.

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  316. En esta fotografía vemos a un joven oficial de la Brigada de los Cosacos de Persia, quien, de pie junto a una pesada ametralladora, explica a unos compañeros los principios del funcionamiento de esta arma mortífera. Como la ametralladora de la foto no es otra que un modelo modernizado del Maxim de 1910, la fotografía debe de datar de esa época. El joven oficial (nacido en 1878) se llama Reza Khan y es hijo del soldado guardián a quien encontráramos una veintena escasa de años atrás, cuando conducía por el desierto al asesino del sha atado a una cadena. Al comparar ambas fotografías advertimos inmediatamente que, al contrario que el padre, Reza Khan es un hombre de físico imponente. Su altura sobrepasa a la de sus compañeros por lo menos en una cabeza, tiene el pecho robusto y su aspecto es el de un forzudo de los que doblan herraduras sin ninguna dificultad. Cara de expresión grave, mirada fría y penetrante, anchas y macizas mandíbulas y labios apretados, incapaces de esbozar una sonrisa, ni la más leve. Aparece tocado con un enorme gorro de astracán negro, pues es, como ya he mencionado, un oficial de la Brigada de los Cosacos de Persia (único ejército de que dispone el sha en ese momento) al mando de un coronel de San Petersburgo, súbdito del zar, Vsievolod Liajov. Reza Khan es el favorito del coronel Liajov, a quien le gustan los jóvenes nacidos para ser soldados, y nuestro joven oficial corresponde precisamente al tipo de soldado de nacimiento. Este muchacho analfabeto que se alistó en la brigada a los catorce años (en realidad, en el momento de su muerte aún no había aprendido a leer y escribir bien), gracias a su obediencia, disciplina, decisión e inteligencia innata, y también gracias a lo que los militares llaman talento de mando, escala uno a uno los peldaños de la carrera profesional. Los grandes ascensos, no obstante, empiezan a llover sólo después de 1917, que es cuando el sha acusa a Liajov (equivocadamente) de simpatizar con los bolcheviques, por lo que lo destituye y lo envía a Rusia. Reza Khan se erige ahora en coronel y en jefe de la brigada cosaca, que desde este momento se encuentra a cargo de los ingleses. En una de tantas recepciones, el general británico Edmund Ironside, poniéndose de puntillas para alcanzar la oreja de Reza Khan, le dice: «Coronel, ¡es usted un hombre de grandes posibilidades!». Salen a pasear al jardín donde el general le insinúa la idea de un golpe de Estado y le transmite la bendición de Londres. En febrero de 1921, Reza Khan entra en Teherán al mando de su brigada y arresta a los políticos de la capital (esto ocurre durante el invierno; nieva; los políticos se quejan del frío y de la humedad de sus celdas). Acto seguido forma un nuevo gobierno en el que al principio se adjudica la cartera de Guerra para acabar siendo primer ministro. En diciembre de 1925 la obediente Asamblea Constitucional (que teme al coronel y a los ingleses que le apoyan) proclama sha de Persia al comandante cosaco. Nuestro joven oficial, a quien contemplamos en la fotografía cuando explica a sus compañeros (todos en esta foto llevan camisas y gorros rusos) los principios de funcionamiento de la ametralladora Maxim —el modelo modernizado de 1910—, este joven oficial, se llamará desde entonces Sha Reza el Grande, Rey de Reyes, Sombra del Todopoderoso, Nuncio de Dios y Centro del Universo, y asimismo será fundador de la dinastía Pahlevi, que con él empieza y, de acuerdo con los designios del destino, terminará en su hijo, quien, una mañana fría de invierno igual a aquella en la que su padre conquistara la capital y el trono, sólo que cincuenta y ocho años más tarde, abandonará el palacio y Teherán en un moderno reactor volando hacia destinos

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  318. Comprenderá muchas cosas quien examine con detenimiento la fotografía de padre e hijo de 1926. En esta fotografía el padre tiene cuarenta y ocho años y el hijo, siete. El contraste entre los dos es chocante bajo cualquier punto de vista: la enorme y muy desarrollada silueta del sha padre, que permanece en pie con las manos apoyadas en las caderas y con rostro severo y despótico, y, a su lado, la frágil y menuda silueta del niño, que apenas si alcanza la cintura del padre, un niño pálido y tímido que obedientemente ha adoptado la posición de firmes. Visten los dos idénticos uniformes y gorras, llevan iguales zapatos y cinturones y el mismo número de botones: catorce. Esta igualdad en el vestir es una idea del padre, quien quiere que su hijo, a pesar de ser intrínsecamente diferente, se le parezca lo más posible. El hijo intuye este propósito y, aunque su naturaleza es la de un ser débil, vacilante e inseguro de sí mismo, a cualquier precio intentará adoptar la implacable y despótica personalidad del padre. A partir de este momento, en el niño empezarán a desarrollarse y a coexistir dos naturalezas: la suya propia y la copiada, la innata y la del padre, que empezará a asumir gracias a los esfuerzos que se ha propuesto no escatimar. Finalmente, acabará tan dominado por el padre, que, cuando transcurridos largos años ocupe el trono, repetirá por reflejo condicionado (aunque a menudo también conscientemente) los comportamientos de papá, y hasta en los últimos momentos de su propio reinado invocará la autoridad imperial de aquél. Pero ahora el padre empieza a gobernar con todo el ímpetu y la energía propias de su personalidad. Tiene muy asumido el carácter mesiánico de su misión y sabe adónde quiere llegar (hablando en los términos que él habría usado, forzar a trabajar a la ignorante chusma, construir un país fuerte ante el cual todos se ciscaran de miedo). Tiene una prusiana mano de hierro y sencillos métodos de capataz. El viejo Irán, adormecido y haragán, tiembla en sus cimientos (desde ahora, por una orden suya, Persia se llamará Irán). Empieza creando un ejército imponente. Ciento cincuenta mil hombres reciben uniformes y armas. El ejército es la niña de sus ojos, su mayor pasión. El ejército siempre debe tener dinero, lo debe tener todo. El ejército meterá al pueblo en la modernidad, en la disciplina y en la obediencia. Atención todo el mundo: ¡firmes! Prohíbe por decreto llevar ropa iraní. ¡Todo el mundo debe vestir a la europea! Declara prohibido el uso de gorros iraníes. ¡Todo el mundo debe llevar gorros europeos! Declara prohibidos los chadors. Las calles se llenan de policías que arrancan los chadors de las caras de as mujeres horrorizadas. En las mezquitas de Meshed los fieles protestan contra esas medidas. Envía la artillería, que destruye las mezquitas y acaba con los rebeldes en una gran masacre. Manda asentarse a las tribus nómadas. Los nómadas protestan. Ordena envenenarles los pozos condenándoles así a morir de hambre. Los nómadas siguen protestando, así que les envía expediciones de castigo que convierten territorios enteros en tierras deshabitadas. Mucha sangre corre por los caminos de Irán.

  319. Y yo con estas pintas dixo...
  320. Prohíbe fotografiar los camellos. El camello, dice, es un animal atrasado. En Qom un ulema pronuncia sermones críticos. Entra en la mezquita y apalea al crítico. Al gran ayatollah Madresi, quien alzó la voz en su contra, lo arroja a una mazmorra donde permanecerá encerrado durante años. Los liberales protestan tímidamente en los periódicos. Cierra los periódicos y a los liberales los mete en la cárcel. Ordena emparedar a algunos de ellos en la torre. Los por él considerados descontentos tienen la obligación de presentarse en la policía todos los días como castigo. Incluso las señoras de la aristocracia se desmayan de miedo cuando en las recepciones este gigante gruñón e inaccesible les dirige una mirada severa. Reza Khan ha conservado hasta el final muchas costumbres de su infancia pueblerina y su juventud de cuartel. Vive en un palacio, pero sigue durmiendo en el suelo, va siempre vestido de uniforme y come de la misma olla que los soldados. ¡Qué gran tipo! Al mismo tiempo es codicioso de tierras y dinero. Aprovechándose del poder, reúne una fortuna descomunal. Se convierte en el señor feudal más grande, propietario de casi tres mil pueblos y de doscientos cincuenta mil campesinos adscritos a estos pueblos; posee participaciones en las fábricas y acciones en los bancos; recoge tributos; cuenta y vuelve a contar, suma y vuelve a sumar; basta que se le enciendan los ojos al ver un bosque frondoso, un valle verde o una plantación fértil, para que ese bosque, ese valle o esa plantación tengan que ser suyos; incansable e insaciable, aumenta constantemente sus propiedades, hace crecer y multiplica su enloquecedora fortuna. Nadie puede acercarse al surco que marca el límite de la tierra del monarca. Un día se celebra una ejemplar ejecución pública: por orden del sha un pelotón del ejército fusila a un burro que, desoyendo las prohibiciones del sha, pisó un prado perteneciente a Reza Khan. Trajeron al lugar de la ejecución a los campesinos de los alrededores para que aprendieran a respetar la propiedad del señor. Pero, al lado de la crueldad, la codicia y las rarezas, el viejo sha también tuvo sus méritos. Salvó a Irán del desmembramiento que lo amenazaba al terminar la Primera Guerra Mundial. Además intentó modernizar el país construyendo carreteras y ferrocarriles, escuelas y oficinas, aeropuertos y barrios nuevos en las ciudades. Sin embargo, el pueblo seguía pobre y apático, y, cuando Reza Khan murió, el pueblo, más que contento, celebró el acontecimiento durante mucho tiempo.

  321. Y yo con estas pintas dixo...
  322. La famosa fotografía que en su tiempo dio la vuelta al mundo: Stalin, Roosevelt y Churchill se sientan en unos sillones colocados en una amplia terraza. Stalin y Churchill llevan uniformes. Roosevelt viste un traje oscuro. Es Teherán en una soleada mañana de diciembre de 1943. En la fotografía todos se muestran confiados, y eso nos alegra porque sabemos que en estos momentos se está decidiendo la suerte que correrá el mundo tras la más terrible guerra de la historia de la humanidad y que la expresión que puedan tener las caras de estos hombres es un asunto de suma importancia para todos: debe infundir ánimo. Los reporteros gráficos terminan su trabajo y la gran terna se dirige al vestíbulo para mantener una pequeña conversación en privado. Roosevelt le pregunta a Churchill qué ha pasado con el emperador del país, el sha Reza («si es que no pronuncio mal su nombre», se disculpa). Churchill se encoge de hombros, habla con desgana. El sha admiraba a Hitler y se había rodeado de su gente. Todo Irán estaba lleno de alemanes; estaban en palacio, en los ministerios, en el ejército. La Abwehr se hizo muy poderosa en Teherán, circunstancia que el sha veía con buenos ojos pues Hitler estaba en guerra con Inglaterra y con Rusia, y como nuestro monarca odiaba tanto a los unos como a los otros, se frotaba las manos con cada avance de las tropas del Führer. Londres tenía miedo de perder el petróleo iraní, que era el combustible de la armada británica; y Moscú, por su parte, temía que los alemanes desembarcasen en Irán, desde donde podrían atacar la zona del mar Caspio. Pero, sobre todo, lo más inquietante era el ferrocarril transiraní, por el que los americanos y los ingleses querían transportar armas y víveres para Stalin. El sha les había negado el permiso para usar el ferrocarril en un momento crucial: las divisiones alemanas avanzaban cada vez más hacia el este. A la vista de estas circunstancias los aliados obran contundentemente: en agosto de 1941 entran en Irán divisiones de los ejércitos británico y rojo. Quince divisiones iraníes se rinden sin oponer resistencia. El sha no podía creer la noticia, pero, después de vivir momentos de humillación, acabó encajándola como un desastre personal. Parte de su ejército se marchó a casa y la otra parte fue encerrada en los cuarteles por los aliados. El sha, desprovisto de sus soldados, dejó de contar, dejó de existir. Los ingleses, que respetan incluso a los monarcas que les han traicionado, le ofrecieron una salida honrosa: tenga la bondad Su Alteza de abdicar en favor de su hijo, el heredero del trono. Nos merece buena opinión y le garantizamos nuestro apoyo. Pero ¡no vaya a creer Su Alteza que tiene otra salida! El sha se muestra conforme y en septiembre del mismo año, 1941, ocupa el trono su hijo de veintidós años Mohammed Reza Pahlevi.

  323. Y yo con estas pintas dixo...
  324. El viejo sha es ya un civil y por primera vez en su vida se pone un traje de paisano. Los ingleses lo llevan en un barco a África, a Johannesburgo (donde muere después de tres años de vida aburrida, aunque cómoda, y de la que no se puede decir mucho más). «We brought him, we took him», concluyó Churchill a modo de sentencia (Nosotros lo pusimos, nosotros lo quitamos).

  325. Y yo con estas pintas dixo...
  326. No tengo la fotografía del último sha en su época de adolescente. Tampoco tengo la de 1939, año en que Reza Pahlevi, alumno de la escuela de oficiales de Teherán, cumple veinte años y es nombrado por su padre general del ejército. Tampoco tengo la fotografía de su primera esposa, Fawzia, bañándose en leche. Sí, Fawzia, hermana del rey Faruk, muchacha de gran belleza, solía bañarse en leche sin saber que la princesa Ashraf, espíritu maligno y conciencia negra de su hermano gemelo, el joven sha, le echaba en la bañera, según dicen, detergentes cáusticos: he aquí uno más de los escándalos de palacio. Tengo, sin embargo, la fotografía del último sha que data del 16 de septiembre de 1941, fecha en que ya como sha Reza Pahlevi ocupa el trono dejado por su padre. Permanece de pie en la sala del Parlamento, delgado, metido en un uniforme de gala y con el sable prendido, y lee de una cuartilla el texto del juramento. Esta fotografía se repitió una y otra vez en todos los álbumes dedicados al sha, álbumes que se editaban por decenas si no por centenares. Le gustaba mucho leer los libros que trataban de él, así como contemplarse en los álbumes que se editaban para honrarlo. Le gustaba mucho inaugurar sus monumentos y sus retratos. No era nada difícil contemplar la efigie del sha. Bastaba con pararse en cualquier lugar y abrir los ojos: el sha estaba en todas partes. Como no destacaba por su estatura, los fotógrafos tenían que colocar sus objetivos de tal manera que pareciera más alto que quienes le acompañaban. Él mismo les ayudaba a conseguir el efecto deseado llevando zapatos de tacón alto. Los súbditos le besaban los zapatos. Tengo fotografías en las que se les ve postrados ante él y besándole los zapatos. No tengo, sin embargo, la fotografía de su uniforme de 1949. Ese uniforme, agujereado por las balas y manchado de sangre, estaba expuesto en una vitrina de cristal en el club de oficiales de Teherán como una reliquia, como un recordatorio. Lo llevaba el día en que un hombre joven, bajo la falsa identidad de reportero gráfico, y armado con una pistola disimulada en la cámara, le disparó varias veces hiriéndolo gravemente. Se calcula que hubo cinco atentados contra su vida. Por este motivo se creó tal clima de inseguridad (real, por otra parte) que el monarca tenía que moverse rodeado de todo un ejército de policías. A los iraníes les molestaba mucho que a veces se organizaran actos con la presencia del sha a los que, por razones de seguridad, se invitaba sólo a extranjeros. También decían sus compatriotas en tono mordaz que se desplazaba por su país casi exclusivamente en avión o helicóptero, que contemplaba su país desde las alturas, a vista de pájaro, desde esa perspectiva cómoda que nivela los contrastes. No tengo ninguna fotografía de Jomeini de años anteriores. En mi colección, Jomeini aparece ya como un anciano, como si fuese un hombre que no hubiera vivido ni la juventud ni la madurez. Los fanáticos de aquí creen que Jomeini es ese duodécimo imán, el Esperado, que había desaparecido en el siglo IX y que, ahora, cuando han pasado más de mil años, ha vuelto para salvarlos de la miseria y de las persecuciones. Es bastante paradójico, pero el hecho de que Jomeini aparezca en las fotografías casi siempre como un anciano podría confirmar esa creencia ilusoria.

  327. Y yo con estas pintas dixo...
  328. Podemos suponer que éste es el día más grande en la larga vida del doctor Mossadegh. El doctor abandona el Parlamento llevado a hombros por una multitud eufórica. Sonríe; saluda a la gente levantando su mano derecha. Tres días antes, el 28 de abril de 1951, ha sido nombrado primer ministro, y hoy el Parlamento ha aprobado su proyecto de ley de nacionalización del petróleo. El mayor tesoro de Irán se ha convertido en propiedad del pueblo. Debemos intentar adentrarnos en el espíritu de aquella época, pues desde entonces el mundo ha cambiado mucho. En aquellos años, atreverse a tomar una medida como la que había tomado Mossadegh era comparable a lanzar repentina e inesperadamente una bomba sobre Londres o Washington. El efecto psicológico habría sido el mismo: estupor, miedo, furia, indignación. ¡En alguna parte, en un lugar llamado Irán, un abogado viejo, que a buen seguro es un demagogo loco, ha osado desmantelar la Anglo-Iranian, el pilar de nuestro imperio! ¡Increíble y —lo que es más— imperdonable! La propiedad colonial era realmente un valor sagrado: intocable como un tabú. Pero aquel día memorable —su sublime trascendencia se refleja en todas las caras que se ven en la fotografía— los iraníes aún no sabían que habían cometido un crimen que habrían de pagar con un castigo severísimo. De momento todo Teherán vive horas de alegría; es el gran día de la purificación de un pasado extranjero y odioso. «¡El petróleo es nuestra sangre! —gritan multitudes enloquecidas—, ¡el petróleo es nuestra libertad!». El espíritu de la ciudad se contagia también a palacio y el sha estampa su firma en el decreto de nacionalización. Es el momento en que todos se sienten hermanos, un momento único que pronto no será más que un recuerdo, pues la unanimidad de la familia nacional no durará mucho. Las relaciones entre Mossadegh y ambos shas (padre e hijo) no eran demasiado buenas. Mossadegh era hombre de formación ideológica francesa, liberal y demócrata; creía en instituciones tales como el Parlamento y la prensa libre, y le dolía el estado de dependencia en el que se encontraba su patria.

  329. Y yo con estas pintas dixo...
  330. Ya en la época de la Primera Guerra Mundial, al volver de Europa tras terminar sus estudios, llega a ser miembro del Parlamento y desde ese foro lucha contra la corrupción y el servilismo, contra la crueldad del poder y la venalidad de la élite. Cuando Reza Khan da el golpe y se pone la corona de sha, Mossadegh se manifiesta como su más firme opositor, pues lo considera un lacayo y un usurpador, y en signo de protesta renuncia al Parlamento y se retira de la vida pública. La caída de Reza Khan abre grandes posibilidades ante Mossadegh y personas como él. El joven sha es un hombre al que, en esa época, interesan más las fiestas y el deporte que la política, así que existe la posibilidad de crear en Irán una democracia y de conseguir plena independencia para el país. Las fuerzas de Mossadegh son tan grandes y sus esloganes tan populares que el sha se ve apartado. Juega al fútbol, vuela en su avión particular, organiza bailes de máscaras, se divorcia y se casa o se va a Suiza a esquiar. El sha nunca ha sido una figura popular y el círculo de personas con las que mantiene lazos estrechos tiene un carácter limitado. Ahora forman este círculo de allegados sobre todo los oficiales: el pilar de palacio. Por un lado, se trata de oficiales mayores, que recuerdan el prestigio y la fuerza de que gozaba el ejército en los tiempos de Reza Khan, y, por el otro, de oficiales jóvenes, compañeros del nuevo sha de la academia militar. Tanto a los primeros como a los segundos les molesta el democratismo de Mossadegh y el gobierno de la calle que éste ha introducido. Pero al lado de Mossadegh permanece en esta época la figura de máxima autoridad, el ayatollah Kashani, y eso significa que el viejo doctor cuenta con el apoyo de todo el pueblo.

  331. Y yo con estas pintas dixo...
  332. El sha y su nueva esposa, Soraya Esfandiari, se encuentran en Roma. Pero esto no es un viaje de bodas, una aventura alegre y divertida, libre de preocupaciones y de la rutina de la vida diaria. No, es su huida del país. Incluso en esta fotografía, de pose cuidadosamente preparada, el sha, que cuenta treinta y cuatro años (viste americana cruzada y pantalón a juego, y aparece joven y moreno), no sabe ocultar su nerviosismo, cosa más que comprensible pues en estos días está en juego su real destino; no sabe si podrá volver al trono abandonado apresuradamente o si su vida será la de un emigrado vagando por el mundo. En cambio Soraya, mujer de singular belleza aunque fría, hija del jefe de la tribu Bakhtiar y de una alemana instalada en Irán, parece dominarse mejor; su rostro no revela nada, tanto más cuanto que oculta los ojos tras unas gafas de sol. Ayer, 17 de agosto de 1953, llegaron hasta aquí en un avión privado (pilotado por el propio sha, esta tarea siempre lo ha relajado) para alojarse en el espléndido hotel Excelsior, donde ahora se amontonan decenas de reporteros gráficos en espera de todas y cada una de las apariciones de la imperial pareja. Roma es ahora, en la estival época de vacaciones, una ciudad llena de turistas; en las playas italianas se agolpan miles de personas (justamente se está poniendo de moda el bikini). Europa descansa, veranea, visita monumentos, se alimenta en buenos restaurantes, camina por las montañas, planta tiendas de campaña, acumula las fuerzas y la salud necesarias para el frío del otoño y las nieves del invierno. Mientras, en Teherán no se vive ni un momento de tranquilidad; nadie piensa en relajarse porque ya se detecta el olor a pólvora y se oyen afilar los cuchillos. Todo el mundo dice que tiene que ocurrir algo, que seguro que algo va a ocurrir (todos sienten la opresión asfixiante del aire que se vuelve cada vez más denso y que augura una explosión inminente), pero quién empezará y de qué manera sólo lo sabe un puñado de conspiradores. Los dos años de gobierno del doctor Mossadegh tocan a su fin. El doctor, amenazado por un posible atentado (demócrata y liberal, conspiran contra él tanto los partidarios del sha como los fanáticos del islam), se ha trasladado con su cama, una maleta llena de pijamas (tiene la costumbre de trabajar embutido en uno de ellos) y una bolsa repleta de medicinas al Parlamento, que, según se cree, es el lugar más seguro. Aquí vive y trabaja sin salir al exterior, tan deprimido que quienes lo vieron en esos días notaron lágrimas en sus ojos. Han fallado todas sus esperanzas, sus cálculos han resultado erróneos. Expulsó a los ingleses de los campos petrolíferos, declarando que todo país tiene derecho a sus propias riquezas, pero olvidó que la fuerza va por delante del derecho. Occidente ha ordenado el bloqueo de Irán y el boicot de su petróleo, que se ha convertido en la fruta prohibida en los mercados internacionales. Mossadegh había pensado que los americanos le darían la razón en el litigio con los ingleses y que le ayudarían. Pero los americanos no le han tendido la mano. Irán, que, aparte del petróleo, no tiene mucho que vender, ha sido llevado al borde de la bancarrota. El doctor escribe, una tras otra, cartas a Eisenhower, apela a su conciencia y sabiduría, pero las cartas quedan sin respuesta. Eisenhower lo acusa de comunismo aunque Mossadegh sea un patriota independiente y enemigo de los comunistas. Pero nadie quiere escuchar sus explicaciones porque los patriotas de los países débiles parecen sospechosos a los ojos de los poderosos de este mundo.

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  334. Eisenhower habla ya con el sha, cuenta con él; sin embargo, al sha se le boicotea en su propio país, hace tiempo que no sale de palacio, sufre temores y depresiones, tiene miedo a que la calle, voluble y amenazadora, le arrebate el trono; confiesa a los más allegados: «¡Todo está perdido!, ¡todo está perdido!», no sabe si debe hacer caso a los oficiales más cercanos a palacio que le aconsejan eliminar a Mossadegh si quiere salvar a la monarquía y al ejército (Mossadegh se ha ganado la enemistad de los oficiales de alta graduación por haber destituido ecientemente a veinticinco generales a los que ha acusado de traición a la patria y a la democracia), no consigue decidirse a dar el paso definitivo que acabe de romper de una vez los ya frágiles lazos que le unen con su primer ministro (los dos se ven envueltos en una lucha que no se puede solucionar amistosamente pues se trata de un conflicto entre el principio del poder unipersonal, representado por el sha, y el de la democracia, que proclama Mossadegh). Tal vez el sha siga aplazando su decisión porque sienta cierto respeto hacia el viejo doctor o tal vez, simplemente, le falta valor para declararle la guerra, no se siente seguro de sí mismo ni tiene voluntad para actuar de forma implacable. Lo más seguro es que le gustaría que toda esa operación, dolorosa y hasta brutal, la llevaran a cabo otros por él. Todavía indeciso y con los nervios alterados, abandona Teherán para desplazarse a la residencia de verano que tiene en Ramsar, a orillas del mar Caspio, donde, por fin, firmará la sentencia contra el primer ministro; pero cuando resulte que el primer intento de acallar al doctor ha salido a la luz demasiado pronto y ha terminado en una derrota de palacio, huirá a Roma junto con su joven esposa sin esperar el desarrollo de los acontecimientos (muy favorables para él, como se vio con posterioridad).

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  336. Se trata de una entrevista hecha por un reportero del diario
    Kayhan
    de Teherán a un hombre que destacó en la tarea de derribar las estatuas del sha:
    —En su barrio se ha ganado usted, Golam, la fama de destrozaestatuas; le consideran incluso todo un veterano en ese campo.
    —Es cierto. Las primeras estatuas que destruí fueron las del viejo sha, el padre de Mohammed Reza, cuando abdicó en 1941. Recuerdo cómo cundió la alegría por toda la ciudad cuando saltó la noticia de que se había marchado. Todo el mundo se lanzó en seguida a destruir sus estatuas. Yo era entonces un muchacho pero ayudé a mi padre, quien, junto con sus convecinos, derribó el monumento que Reza Khan se había hecho erigir en nuestro barrio. Puedo decir que aquello fue como hacer mis primeras armas.
    —¿Le persiguieron por este motivo?
    —No, en aquella época eso aún no se hacía. Después de marcharse el viejo sha se vivió todavía un tiempo de libertad. En aquel entonces el joven sha no tenía fuerza suficiente como para imponer su poder. ¿Quién iba a perseguirnos? Todo el mundo se oponía a la monarquía. Al sha lo apoyaba tan sólo parte de los oficiales y, cómo no, los americanos. Luego dieron el golpe, encerraron a nuestro Mossadegh, fusilaron a su gente y también a comunistas. Volvió el sha e implantó la dictadura. Corría el año 1953.
    —¿Recuerda aquel año?
    —Claro que lo recuerdo. Fue el más importante, porque fue el del fin de la democracia y el del inicio de la dictadura. En cualquier caso me acuerdo muy bien del día en que la radio dio la noticia de la huida del sha a Europa y de cómo, al enterarse de ello, la gente se lanzó eufórica a la calle y empezó a derribar las efigies imperiales. En este punto debo aclarar que desde un principio el joven sha erigió muchos monumentos a su padre y a sí mismo, así que durante aquellos años se fue acumulando bastante material para derribar. En aquella época mi padre ya había muerto, pero yo ya era un adulto y salí por primera vez como un tiraestatuas autónomo.
    —¿Y qué? ¿Las derribasteis todas?
    —Sí, no fue tarea difícil. Cuando volvió el sha, tras el golpe, no quedaba ni una sola efigie de los Pahlevi. Pero no tardó nada en empezar a levantar nuevos monumentos, suyos y de su padre.
    —Eso significa que lo que usted había destruido él lo volvía a reponer en seguida, y que luego usted acababa destruyendo lo que él había repuesto, y así sucesivamente, ¿no?
    —En efecto, así era, es cierto. Se puede decir que no dábamos abasto. Destruíamos una estatua, él levantaba tres; destruíamos tres, él levantaba diez. No se veía el final de todo aquello.
    —Y posteriormente, después del 53, ¿cuándo volvisteis a la tarea?
    —Teníamos pensado hacerlo en el 63, es decir, durante la Sublevación que estalló cuando el sha encerró a Jomeini. Pero aquél inmediatamente ordenó una masacre tal que tuvimos que esconder nuestras cuerdas sin haber tenido tiempo de tirar una sola estatua.
    —¿Debo comprender que teníais cuerdas especiales para ese menester?
    —¡¿Cómo si no?! Teníamos unas cuerdas de sisal fortísimas que guardábamos en el mercado, en el tenderete de un vendedor amigo. No se podía bromear con estas cosas; si la policía nos hubiese descubierto, habríamos acabado en el paredón. Lo teníamos todo preparado para el momento adecuado, todo estaba bien pensado y ensayado. Durante la última revolución, es decir, en el año 79, la desgracia consistió en que se lanzaron a derribar monumentos no pocos aficionados y por eso hubo muchos accidentes, porque los dejaban caer directamente sobre sus cabezas. Destruir un monumento no es tarea fácil; hace falta para ello profesionalidad y práctica. Hay que saber de qué material está hecho, qué peso tiene, cuál es su altura, si está soldado en todos los bordes o si las junturas son de cemento; en qué sitio atar la cuerda, hacia dónde inclinar la estatua y, finalmente, cómo destruirla. Nosotros nos poníamos a calcularlo todo ya en el mismo instante en que se empezaba a levantar la siguiente estatua del sha.

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  338. Era la ocasión más propicia para averiguar cada particularidad acerca de su construcción: saber si la figura estaba vacía o llena y —lo que es más importante— cómo se juntaba con el pedestal, qué método habían utilizado para fijar la estatua.
    —Debíais de dedicar mucho tiempo a estas averiguaciones.
    —¡Muchísimo! Ya sabe usted que en los tres últimos años el sha se hacía construir cada vez más monumentos. En todas partes: en las plazas, en las calles, en las estaciones, al borde de los caminos… Además, otros también se los erigían. El que quería conseguir un buen contrato y aplastar la competencia, corría para ser el primero en rendirle este homenaje. Por eso muchos monumentos eran de construcción poco sólida y, cuando llegaba su hora, no nos costaba trabajo destruirlos. Pero debo reconocer que en algún momento dudé de si conseguiríamos derrumbar tal cantidad de estatuas: realmente se contaban por centenares. La verdad es que nos costó sangre y sudor aquel trabajo. Yo tenía las manos llenas de ampollas y llagas de tanto darle a la cuerda.
    —Pues sí, Golam, le tocó un trabajo interesante.
    —Aquello no era un trabajo; era un deber. Me siento muy orgulloso de haber destruido los monumentos del sha. Creo que todos los que participaron en esa destrucción se sienten igualmente orgullosos. Lo que hicimos lo puede ver todo el mundo: todos los pedestales están vacíos y las figuras de los shas han sido destrozadas y yacen desmembradas por algún que otro patio.

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  340. The Invisible Government
    (Londres, 1965):
    «No cabe ninguna duda de que la CIA organizó y dirigió el golpe que en 1953 derrocó al primer ministro Mohammed Mossadegh, y mantuvo en el trono al sha Mohammed Reza Pahlevi. Pero son pocos los americanos que saben que aquel golpe fue encabezado por un agente de la CIA que era nieto del presidente Theodore Roosevelt. Este hombre —Kermit Roosevelt— llevó a cabo en Teherán una operación tan espectacular que, todavía muchos años después, se le llamaba en los círculos de la CIA Mister Irán. En amplios medios de la agencia circuló la leyenda según la cual Kermit había dirigido el golpe contra Mossadegh apuntando con una pistola a la sien del jefe de un tanque cuando la columna móvil de la artillería pesada irrumpió en las calles de Teherán. Pero otro agente, uno que sabía muy bien cómo se habían desarrollado los acontecimientos, definió aquella historia como «un tanto romántica» y dijo: «Kermit dirigió toda la operación no desde la sede de nuestra embajada sino desde un sótano de Teherán», y añadía con admiración: «Realmente, fue una operación a la medida de James Bond».
    El general Fazollah Zahedi, al que la CIA destinó para ocupar el puesto de Mossadegh, también fue una figura digna de convertirse en protagonista de una novela de espionaje. Era un mujeriego alto y de muy buen plante, que primero combatió a los bolcheviques, luego fue atrapado por los curdos, y, en 1942 detenido por los ingleses, quienes le acusaban de ser un agente de Hitler. A lo largo de la Segunda Guerra Mundial, Irán permaneció ocupado por los ingleses y por los rusos. Los agentes británicos que encarcelaron a Zahedi sostienen que habían encontrado en su dormitorio los siguientes objetos: una colección de armas automáticas de fabricación alemana, unas braguitas de seda, un poco de opio, cartas de los paracaidistas alemanes que operaban en las montañas y un catálogo ilustrado de las prostitutas más cachondas de Teherán.
    Terminada la guerra, Zahedi no tardó en volver a la vida pública. Era ministro del Interior cuando Mossadegh se hizo cargo de la jefatura del gobierno en 1951.
    Mossadegh nacionalizó la empresa británica Anglo-Iranian y ocupó la gran refinería de Abadan, en el Golfo Pérsico. Además toleró el Tudeh, el partido comunista iraní, por lo que Londres y Washington temieron que los rusos se hicieran con las enormes reservas de petróleo del país. Finalmente, este político, que gobernaba Irán desde la cama —afirmaba estar muy enfermo—, rompió con Zahedi porque el ministro se oponía a su trato indulgente hacia los comunistas. Así se presentaban las cosas cuando la CIA y Kermit Roosevelt empezaron a actuar con el único objetivo de eliminar a Mossadegh y colocar en su lugar a Zahedi.
    La decisión de derrocar a Mossadegh fue tomada conjuntamente por los gobiernos británico y norteamericano. La CIA afirmaba que la operación acabaría con éxito porque las condiciones eran favorables. Roosevelt, que, a pesar de tener sólo 37 años, era ya entonces un veterano en espionaje, entró en Irán ilegalmente. Pasó la frontera en coche, llegó a Teherán y, una vez en la ciudad, hizo que se perdiera su pista. No tuvo más remedio que borrar sus huellas porque ya con anterioridad había visitado Irán en diversas ocasiones y su cara resultaba demasiado familiar. Varias veces cambió de morada para que los agentes de Mossadegh no pudieran dar con él. Para todo ello contó con la ayuda de cinco norteamericanos entre los que se encontraban los agentes de la CIA de la embajada estadounidense. Aparte de ellos, colaboraron con él algunos agentes locales, incluidos dos altos funcionarios de los servicios de espionaje iraníes con los cuales mantenía contactos a través de intermediarios.

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  342. El 13 de agosto el sha firma un decreto por el que destituye a Mossadegh y nombra a Zahedi primer ministro. Pero Mossadegh arresta al coronel que le lleva el documento (y que no es otro que Nematollach Nassiri, quien más tarde llegaría a ser el jefe de la Savak). Las calles se llenan de multitudes que protestan por la decisión del sha. En vista del panorama éste, junto con su esposa Soraya, toma un avión para huir, primero a Baghdad, y, luego, a Roma.
    En los dos días siguientes imperó tal caos, que Roosevelt perdió todo contacto con los agentes iraníes. En este tiempo el sha había llegado a Roma, adonde también se había desplazado el jefe de la CIA, Allen Dulles, para coordinar la acción conjunta con Mohammed Reza. En Teherán multitudes comunistas controlaban la calle y celebraban la marcha del sha destruyendo sus estatuas. Entonces el ejército salió de sus cuarteles y empezó a acordonar a los manifestantes. En la madrugada del 19 de agosto, Roosevelt, que seguía oculto, dio orden a los agentes iraníes de lanzar a la calle a todos los efectivos que fueran capaces de conseguir.
    Los agentes se dirigieron a los clubes deportivos, donde reclutaron un extraño revoltijo de atletas y gimnastas con los que formaron un grupo de manifestantes extraordinario que hicieron desfilar por el bazar lanzando gritos a favor del sha.
    Por la tarde Zahedi salió de su escondrijo. El sha volvió del exilio. Mossadegh dio con sus huesos en la cárcel. Los líderes del Tudeh fueron asesinados.
    Los Estados Unidos por supuesto nunca reconocieron el papel que la CIA había desempeñado en aquellos acontecimientos. Dentro de lo que cabe, quien más habló acerca del tema fue el propio Dulles cuando, al abandonar la CIA en 1962, apareció en un programa de televisión de la CBS. A la pregunta de si era verdad que «la CIA había gastado millones de dólares para reclutar a personas que se manifestasen en las calles y para otras acciones dirigidas a derrocar a Mossadegh», Dulles contestó: «OK, sólo puedo decir que es del todo falsa la afirmación de que gastamos mucho dinero para conseguir este objetivo».

  343. Y yo con estas pintas dixo...
  344. ¡Mossadegh! Los ingleses lo llamaban familiarmente Old Mossy, y a pesar de que estaban furiosos con él, le tenían cierto respeto. Ni uno solo disparó en su dirección. Para eso hizo falta llamar a nuestros propios canallas uniformados. ¡Tardaron bien pocos días en establecer su orden! A Mossy le cayeron tres años de cárcel y cinco mil hombres murieron frente al paredón o en la calle. He ahí el precio por salvar el trono. Una rentrée sucia, triste y sangrienta. Pregunta usted si Mossadegh tuvo que perder. Pues bien: él no perdió sino que ganó. No puede usted medir a hombres como él con el rasero de su cargo sino con el de la historia, que son cosas muy distintas. Ciertamente, a un hombre así se le puede arrebatar el cargo, pero nadie le arrebatará su lugar en la historia, porque nadie será capaz de borrarlo de la memoria de las gentes. La memoria es una propiedad privada a la que ningún poder tiene acceso. Mossy decía que la tierra que pisamos es nuestra y que todo lo que hay en ella también lo es. En este país nadie lo había expresado de esta manera antes que él. También dijo: «Que todos digan lo que piensan, que todos hagan uso de la palabra; quiero oír vuestros pensamientos». Fíjese, después de dos milenios y medio de despótico envilecimiento, hizo ver al hombre iraní que era un ser pensante. ¡Esto no lo había hecho nunca ningún soberano! Todo lo que dijo Mossy ha sido archivado en la memoria, se ha asentado en la mente de las personas y allí sigue viviendo hasta hoy. Las palabras que recordamos siempre con más facilidad son las que nos han abierto los ojos. Y precisamente aquéllas eran unas palabras así. ¿Acaso puede alguien decir que no llevaba razón en lo que pregonaba y hacía? Ninguna persona honrada expresará opinión semejante. Hoy todos dirán que tenía razón, sólo que el problema consistió en que la tuvo demasiado pronto. No puede uno tener razón demasiado pronto porque, en tal caso, arriesgará su carrera o, a veces, su propia vida. Toda razón tarda mucho en madurar y entretanto la gente sufre o anda a tientas. Pero de repente aparece un hombre que pregona tal razón antes de que ésta haya madurado, antes de que se haya convertido en una verdad de todos y entonces se levantan contra semejante hereje las fuerzas que ostentan el poder y lo lanzan a una hoguera, o bien lo arrojan a una mazmorra o lo ahorcan porque amenaza sus intereses o porque enturbia su paz. Mossy combatió la dictadura de la monarquía y la dependencia del país. Hoy las monarquías caen una tras otra y la dependencia tiene que ocultarse tras mil máscaras pues despierta un enorme número de protestas. Pero él se pronunció en este sentido hace treinta años, cuando aquí nadie se había atrevido a decir estas cosas tan evidentes. Yo lo vi dos semanas antes de su muerte. ¿Cuándo? Debió de ser en febrero del sesenta y siete. Los últimos diez años de vida los pasó bajo arresto domiciliario en una pequeña finca en las afueras de Teherán. Por supuesto estaba prohibido entrar allí; la policía vigilaba toda la zona. Sin embargo, ya me entiende usted, en este país todo se puede arreglar teniendo dinero y buenos contactos. El dinero es capaz de convertir cualquier cosa en una goma muy elástica. Mossy debía de tener entonces casi noventa años. Creo que aguantó tanto porque con todas sus fuerzas deseaba llegar a vivir el momento en el que la vida le concedería la razón. Era un hombre duro y difícil para muchos porque nunca quiso ceder. Pero las personas como él no saben y, más aún, no deben ceder. Hasta el final conservó una mente despejada y se daba cuenta de todo. Sólo que andaba con dificultad apoyándose en un bastón. Se paraba a menudo y se tumbaba en el suelo para descansar. Los policías que lo vigilaban dijeron más tarde que una mañana se tumbó para descansar como de costumbre pero que tardaba mucho en levantarse y, cuando se le acercaron, vieron que estaba muerto.

  345. Cowput Keriot dixo...
  346. These people who want freedom, who want our youths to be free, write effusively about the freedom of our youth. What freedom do they want? ... They want the gambling casinos to remain freely open, they want heroin addicts to be free, opium addicts to be free. They want the seas to be free everywhere for the youth

  347. Cowput Keriot dixo...
  348. En el Irán de los ayatolás, ser homosexual o travestido es un crimen. Las familias les rechazan, la sociedad les repudia y la justicia les condena. "Yo no soy homosexual, soy transexual, quiero cambiarme el sexo, no me gusta mi cuerpo, siento vergüenza al desnudarme ante un hombre porque me siento mujer", se defiende, insistente.Y la diferencia en la República Islámica no es menor. Mientras que la homosexualidad es delito y la sodomía está penada con la muerte, a los transexuales se les considera seres defectuosos al nacer que deben recibir tratamiento para corregir su perturbación. Ello, por el edicto religioso que, en 1980, emitió el ayatolá Jomeini legalizando las operaciones de cambio de sexo. Una excepción en el mundo islámico.Pero lo que puede parecer un derecho avanzado en el ultraconservador Irán es, en realidad, la salida desesperada a la que se ven empujados muchos hombres y mujeres gays o con conflictos de identidad sexual que no pueden soportar la presión social y acoso policial a los que son sometidos continuamente.

  349. Iñaki Ugarte Uiriarte dixo...
  350. Joan edo geratu, errespetua galdu duzu.

  351. Blas Trallero Lezo dixo...
  352. Por fin ese hombre de negocios y Príncipe de la Paz que es Donald Trump, se ha decidido a arrojar unas cuantas bombitas en el país de los persas, para contribuir en persona personalmente al Armageddon de su colega sionista Netanyahu, y de paso para mandar a hacer gárgaras a los chinos y su dichosa "ruta de la seda".
    A ver si de verdad tenemos suerte y estalla de una vez por todas la Tercera Guerra Mundial, la definitiva, esa que según las películas distópicas dejará el planeta hecho unos zorros, extinguirá por fin al género humano y convertirá la Estatua de la Libertad en un montón de ruinas humeantes. Si aún le va a venir bien, una vez más, a Pedro Satanchez, quien se librará de ser imputado por el enésimo escándalo de mordidas, prostitución y farlopa de la PSOE... Al mundo, a este paso, no le va a quedar tiempo para tanto.

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