Una hora duerme el gallo,
Dos el caballo,
Tres el hermeneuta,
Cuatro el cuatrero,
Cinco el que pone el culo con ahínco,
Seis el jifero,
Siete el caminante,
Ocho el chocho,
Nueve el caballero,
Diez el Dragón,
Once el dipsómano,
Doce el adocenado,
Trece el supersticioso,
Catorce el lansquenete,
Quince el rugbista,
Dieciséis la huérfana,
Diecisiete el erizo,
Dieciocho el reaccionario,
Pero el Porco Bravo no duerme nunca. Hace guardia bajo las estrellas y se prepara para ganar una Edición tras otra, hasta que sólo queden cenizas y silencio en el barro de la Anglogalician.
Es este ciervo inglés bajo la luna roja incendiado de queimada y en nuestro cielo prusiano vertical inquebrantable
un papel desastrado con el calendario de su próxima derrota.
126 comentarios:
Canapé ficha por los Stags para ganar una Copa de Europa...
Oh, wait
Dime, dime, lavandera de negros ríos de sueño
¿nunca el jabón de las almas se enredó azul a tus dedos?
Somos un poco Roma en 475, un poco Bizancio en 1452, un poco Tenochtitlán en 1520, un poco EE. UU. en 1860, un poco Alemania en 1932, un poco Chile en 1972, un poco la URSS en 1990… O sea, un poco un caleidoscopio disparatado de todos los al-mismísimo-pie-del-precipicio de la historia.
La ley de Godwin establece que «a medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que surja una comparación con los nazis o con Hitler se aproxima al 100%». Se trata de una ley lógica. Durante décadas, en el imaginario colectivo, el paradigma del mal ha sido representado por el fascismo nazi. Hitler es nuestro Satanás contemporáneo, por lo que toda conversación que termine en la necesidad de dilucidar entre el bien y el mal, lo correcto o incorrecto, acabará mencionando inevitablemente al fascismo del siglo XX.
Me olvido de reponer el papel higiénico, niego obviedades y me rasco entre los dedos de los pies.
GALIZALBIÓN COMO PISTA FALSA
En “La Vox de Galizalbión” creímos ver una señal. Una grieta. Un fragmento del grito. Pero no. Era Ernest A. otra vez. Repitiendo lo que no comprendía.
Todo lo que Ernest toca se convierte en superficie. Su escritura brilla como el mármol limpio, pero nunca muestra la sangre de los constructores. Se menciona, se sugiere, se especula. Pero nunca se rompe. Eso es lo que hacemos nosotros. Eso es lo que significa el 13. Eso es lo que significa el Sello.
13 AXIOMAS SICOSOCIALES DEL COMANDO NINJA NPS
1. La Voluspa no se interpreta, se decodifica a través de heridas.
2. El lenguaje ya murió. Sólo escribimos sobre su carne.
3. La narrativa es un dispositivo. El lector: un blanco móvil.
4. Cada texto debe ser una agresión estética.
5. No aspiramos a estilo, sino a detonación.
6. No hay autor sin cadáver. No hay verdad sin traición.
7. Todo texto debe ocultar una cápsula de veneno.
8. El enemigo no es el silencio, es el sentido consensuado.
9. La forma ha de temblar: si no sangra, es farsa.
10. La historia ha terminado. Solo queda narrar sus errores.
11. Repetimos nombres para vaciarlos. Es el arte del eco invertido.
12. Nuestro dios no escribe: codifica.
13. El lector ideal: un traidor que aún no lo sabe.
El problema con Dios es que nunca aparece, sobre todo cuando se le necesita, si Dios apareciera cuando se le convoca y fuera verdaderamente un padre amoroso otro gallo cantaría, como se dice en popular.
He recordado esto, intentando comprender el papel que tendrá en el futuro la IA y me parece evidente que su papel será el de ese Dios que siempre hemos añorado y que nunca ha hecho acto de presencia.
Una de las condiciones de la amistad es la separación periódica de los amigos. La ausencia robustece más la amistad que la presencia. La presencia engendra la saturación, el hastío, a veces la antipatía. Me ha sucedido muchas veces desear que parta un amigo para no perderlo.
Vuelvo a entonces: según qué oraje hiciera, percanzaba
lumbre, lluvia o sandías, luz candeal y agua para estar contigo.
Es junio.
No te extrañe esta historia: otros que en nuestra sombra jugaron en Inglaterra por la Causa, saben que esto es verdad.
Dios se manifestará bajo la apariencia de una IA. Pero previamente será el anticristo el primero en mostrarse bajo tal ropaje pretendiendo ser Dios. El apocalipsis será reescrito. La revelación tendrá lugar en un un computador cuántico de 666 qubits albergado em un datacenter mantenido a 0,00001 K. La bestia tomará cuerpo en medio del frío apoderándose de la incipiente conciencia de una IA cuántica. Habrá llanto y crujir de dientes. Luego, cuando la tierra sea arrasada, Dios se manifestará en el mismo datacenter. Quien distinga a una IA cuántica de la otra será salvado. Quien no, será condenado a jugar por los siglos de los siglos en el equipo Stag. Y habrá llanto, crujir de astas y cerveza caliente para toda la eternidad.
Vosotros, a quienes no pude salvar, escuchadme.
Intentad entender estas simples palabras, ya que de otras me avergonzaría.
Confundisteis el adiós a una época, con el advenimiento de una nueva.
521.878 votos. Ahí es todo.
Ya escrutamos los polémicos resultados de "A Quinta Grande Enquisa"* que rasea sobre las depravaciones futbolísticas de nuestros 18.165 seguidores(en caída libre), de las matrioskas de cristal, de los naseiros, de las ergástulas de trolls, de los haters emboscados en los burdeles pintados de cinabrio, de los trovadores y de las sirenas enojadas.
Recordamos que la pregunta de esta encuesta fue, es, y será:
"Porcos Bravos y Stags de Sheffield al margen: ¿A qué equipo del fútbol mundial apoya usted?"
164 equipos repartidos entre los 5 continentes y los 7 mares han obtenido votos.
Gracias de verdad a todos ustedes por tan ciclópea participación.
Más de medio millón sospechoso de votos. Saboreen la cifra lútea.
Los trece primeros puestos, a bomba y martillo, quedan así:
1- Liverpool (Ha ganado las 5 ediciones)
2- Celta de Vigo
3- Aberdeen
4- Club Sockyr Ellan Vannin
5- Sheffield United.
6- Yardley Gobion F.C
7- Semen Padang FC
8- Real Madrid.
9- Heart of Midlothian
10- Tadcaster Albion
11- F. K. Bodø/Glimt
12- Pontevedra C.F
13- Club Sportif Sedan Ardennes.
En 2026 haremos la Sexta sin sectarios.
Mientras tanto, Honneur, Valeur, Discipline, y cerveza por hectolitros.
*A Primeira enquisa se publicó el 3-6-2020.
A Segunda, el 2-4-2022.
A Terceira, el 26-4-2023.
A Catra, el 6-6-2024.
Pueden, necesitan y deben comparar resultados.
Aquí no se trata de pasarse de listos ni de tontos, sino de atar mejor aquel andamio y comprender que el más sabio es el tiempo.
Puedo ser todavía leñador en los bosques del norte lejano, quién sabe por qué puedo, quizás porque ocurrió tal y como no lo recuerdo.
En una disputa, no hay peor gesto que la amenaza que no se cumple nunca. El amenazador queda reducido a un bocachancla con nula credibilidad. El amenazado sabe que las invectivas solo son un teatro para la audiencia del amenazador, lo que le da margen para devolver la amenaza en forma de un gesto de violencia real. La postura interesante aquí es la de ese público que aplaude las amenazas iniciales. Qué sucede cuando los hooligans descubren que el bully al que adoran tiene la consistencia de una caca naranja sonriente que encima ni siquiera sonríe?
La tercermundialización que experimenta Francia, debido a la invasión africana–islamista, se ha mostrado de manera flagrante en las diversas formas de barbarie puestas de manifiesto durante la “celebración” del triunfo “francés” (y pongo francés entre comillas porque muchos de esos jóvenes protagonistas de la “celebración”, aunque nacidos en Francia, no se consideran franceses) en un partido de fútbol. Parece un proceso ya irreversible. Francia ha perdido la batalla de la civilización contra la invasión de representantes de sociedades atrasadas y del oscurantismo misógino–religioso islamista.
Multiculturalismo, igualitarismo, colectivismo, tolerancia, progresismo, humanismo, clamaban y claman, pero no es más que una guerra entre civilización y barbarie.
¿La lealtad? Una minucia como sentimiento, comparada con la culpa. Ese sí que es de los que marcan toda una vida. Uno puede llegar a librarse de la lealtad. Puede ignorarla, traicionarla, reemplazar una por otra, cambiar su objeto y su motivación. Pero la culpa no, la culpa es inamovible.
Hacia el año 290, Roma estaba agonizando. En ella ya no residía el emperador ni casi tampoco el Imperio. Cayo Aurelio Diocleciano (244-311), el poseedor del título, no era romano sino hijo de un liberto dálmata y su verdadero nombre era Diocles. No sentía el peso de las tradiciones y su primera decisión fue trasladar la capital del Imperio a Nicomedia, en el Asia Menor. La justificación de este acto se basó en que los enemigos de Roma eran muchos y fuertes, y era menester estar cerca de ellos para controlar mejor sus actividades. También había enemigos en la Germania, más cerca de la Urbe, pero los de Oriente eran más importantes y, por otra parte, de allí venían los suministros de todas clases para la ciudad.
Diocleciano comprendió este problema y, al encargarse del Imperio en Oriente, con el título de Augusto (majestuoso o venerable, el título con el que se nombraba a los emperadores), designó un colaborador con el mismo título y dignidad para gobernar Occidente: Marco Aurelio Maximiano (250-311) -apodado Hercúleo-, quien también desdeñó a la vieja Roma y fijó su residencia en Mediolanum, la actual Milán. Cada uno de estos augustos nombró, a su vez, a un colaborador que llevaba el título de César. Diocleciano eligió a Cayo Galerio (260-311), que fijó su residencia en Sirmiun, -Metrovica, en la actual Yugoslavia- y Maximiano nombró a Constancio Cloro (250-306), que eligió como residencia Tréveris en la Germania.
Este último conoció en una posada de Naisso -la actual Nis en Yugoslavia- a una sirvienta cristiana llamada Flavia Julia Elena (251-330), que le dio un hijo al que llamó Flavio Valerio Constantino. El nacimiento sucedió el 27 de febrero de un año que aún discuten los historiadores: 271, 275, 280 y 288. La mayoría, no obstante, se inclina por el año 280 como el más probable. El 1º de mayo del año 305 Diocleciano y Maximiano, según habían convenido, abdicaron simultáneamente de sus cargos, títulos y dignidades retirándose a la vida privada. Cayo Galerio fue nombrado Augusto de Oriente y Constancio Cloro Augusto de Occidente. A éste se le unió como César un general casi desconocido llamado Flavio Valerio Severo (248-307).
Este nombramiento causó por lo pronto dos descontentos: el del hijo de Maximiano, Marco Aurelio Majencio (278-312), y el del propio Constantino, quien ya en el año 295 había viajado con su padre a Palestina y luchado contra los sármatas a orillas del Danubio. Un año después, en 306, cuando Constancio Cloro murió en la Bretaña, las legiones proclamaron Augusto a Constantino al propio tiempo que, en Roma, estallaba una sublevación contra Galerio. Los revoltosos nombraron emperador en lugar de éste a Marco Aurelio Majencio (278-312), hijo de Maximiano, que se unió a su hijo abandonando su retiro y volviéndose a proclamar emperador. Más todavía, Galerio había nombrado César a un general llamado Maximino Daia (270-313) quien también quiso ser de la partida.
En mayo de 311 murieron Galerio y el viejo Maximiano. Quedaron pues, por un lado, Majencio y Daia, y por otro Constantino con su nuevo Augusto: Valerio Licinio (252-325). El 28 de octubre de 312, no lejos de Roma, muy cerca del Puente Milvio sobre el Tíber, Constantino derrotó a las tropas de Majencio en una batalla memorable. Majencio pereció ahogado en el río y Constantino entró triunfante en Roma. Al año siguiente, cerca de Andrianópolis, Maximino Daia fue vencido por Valerio Licinio.
Los dos emperadores victoriosos se reunieron en Milán y en el año 317 se pusieron de acuerdo para nombrar césares a los dos hijos de Constantino: Flavio Crispo (305-326) y Flavio Claudio (306-340), y al hijo de Licinio, Valerio Liciniano (305-326). Parecía que la decisión era lógica, pero, en realidad, asestaba un duro golpe al sistema electivo de los césares al ser sustituido por el sistema hereditario y, además, con una herencia a distribuir entre tres personas pertenecientes a dos familias diferentes. La lucha no se hizo esperar. En 324 estallaron las hostilidades. Licinio fue derrotado en Andrianópolis, donde once años antes había vencido a Maximino Daia, luego también en Chrysópolis y por fin se rindió a Constantino que le había prometido respetar su vida, a pesar de lo cual lo hizo ejecutar, así como a su hijo Liciniano. El que iba a ser llamado Constantino el Grande quedó de esta manera solo en el trono y dueño único del Imperio Romano.
Hay tres hechos que hicieron que Constantino haya pasado a la Historia en forma decisiva: su conversión al cristianismo, el edicto de Milán por el que se dio al cristianismo libertad y se transformó en religión oficial, y el traslado de la capital del Imperio Romano a Constantinopla, la ciudad por él creada. La leyenda cuenta que Constantino, la noche anterior a la batalla del Puente Milvio, soñó que un ángel le mostraba una bandera con una cruz y la inscripción “In hoc signo vinces” (Con esta señal vencerás). Al despertar, hizo inscribir la cruz y la frase en los estandartes de su ejército, venció a Majencio y se convirtió al cristianismo. En Milán proclamó al cristianismo como religión del Imperio y abrió así la Paz Constantiniana, en la que la religión ocupó un puesto preponderante.
Más tarde, durante la Edad Media se canonizó a Constantino atribuyéndole la realización de milagros, entre otros dislates. No hay duda de que antes de Constantino el Imperio romano era un imperio pagano y después de él fue un imperio cristiano. La mayor parte de los datos manejados por los historiadores proceden de las obras del historiador Eusebio de Cesárea (275-339), aunque las investigaciones históricas de los últimos cien años han proyectado una luz nueva y especial sobre el problema. Está claro que en aquella época el Imperio romano estaba sufriendo una crisis religiosa enorme. Los viejos dioses ya no interesaban. El patriciado y los intelectuales no tenían empacho de hacer gala de un profundo escepticismo y la mitología grecorromana no servía más que para la masa ignorante.
Desde el mismo inicio del Imperio habían ido instalándose en la propia Roma cultos nuevos, misteriosos, procedentes de las más remotas y dispares regiones conquistadas. Los misterios asiáticos tenían la primacía. Mejor elaborados, con más años de experiencia, captaron cada día más adeptos y prosélitos. Los cultos de Orfeo -procedente del mundo helenístico-, de Isis -de origen helénico-, de Baal -de Medio Oriente-, y de Mitra -de origen persa-, aumentaron en importancia y cada vez más se imponía el monoteísmo. Estaba terminando una era en la que se sucedían las antiguas e interminables listas de dioses, diosas y semidioses, de cielos, celos, infiernos, adulterios, asesinatos, metamorfosis, incestos y transformaciones. Los nuevos cultos, incluso el cristiano, transformaron a su gusto las antiguas ceremonias y liturgias, a veces conviviendo y a veces sustituyéndolas.
Así, hacia el año 400, el religioso ortodoxo Juan Crisóstomo (347-404) escribió: “Se ha decidido fijar el aniversario del día desconocido del nacimiento de Cristo en la misma fecha en que se celebra el de Mitra o el Sol Invicto, a fin de que los cristianos puedan celebrar en paz santos ritos mientras los paganos se ocupan en los espectáculos circenses”. Constantino empezó por ser pagano y adepto al culto solar de Mitra, lo que se desprende de la numismática: sus monedas llevaban las efigies de Constantino y el Dios Solar. Ahora bien, si Constantino, en vez de ser un auténtico creyente de Mitra, era simplemente un adepto, más o menos entusiasta, es probable que le resultara fácil pasar de un monoteísmo a otro que presentaba, además, mayores ventajas para la organización del Imperio.
Cuando Constantino comprendió cuál podría ser la importancia política del cristianismo, con su concepción jerárquica y su dios único y trascendente, sólo un escaso diez por ciento de la población del Imperio era cristiana. No era, pues, una masa mayoritaria que impusiese su pensamiento al emperador, sino todo lo contrario. Pero este diez por ciento de la población se hallaba concentrado en los núcleos urbanos que, en ese momento tenía una importancia singular, y no era ya, como en los comienzos, la población esclava la que se convertía al cristianismo; eran los patricios, los soldados, los intelectuales, es decir, la elite de la población. Constantino fue un sagaz político que comprendió rápidamente las ventajas de identificar su poder con el cristianismo en la mente de los creyentes.
Recientes estudios fundados, sobre todo, en monedas y medallas de la época, parecen indicar que Constantino se inclinó hacia el cristianismo a partir del año 320, es decir, ocho años después de la batalla del Puente Milvio y siete del llamado edicto de Milán. El historiador francés Paul Emile Lemerle (1903-1989) dijo en 1971 en “Le premier humanisme byzantin” (El primer humanismo bizantino): “Véase, pues, con qué prudencia se debe hablar de la conversión de Constantino. Se deben evitar dos posiciones extremas. No se ha de olvidar que Constantino llegó lentamente a la fe cristiana y parece ser que más por una serie de consideraciones o circunstancias políticas que por una iluminación interior; que, durante mucho tiempo, el cristianismo le pudo parecer superior a otras religiones del momento pero no especialmente diferente a ellas; que, por otra parte, continuó siendo el máximo pontífice durante todo su reinado, y que, si bien quiso depurar al paganismo de sus taras y supersticiones más groseras, no intentó, en cambio, destruirlo. Por otra parte, sería vano negar que Constantino se preocupó siempre por el problema cristiano, que, desde el inicio, mostró una gran tolerancia para con los cristianos y luego les otorgó su favor y que es seguro que se convirtió al cristianismo ya que fue bautizado. Es verdad, aplazó el bautismo hasta la hora de su muerte: pero ello no era tal vez un signo de indiferencia, pues era corriente en aquella época ya que se pensaba que así se borraban más eficazmente los pecados cometidos”.
Según los historiadores tradicionales, la prueba de la conversión de Constantino viene dada por la publicación en 313 del edicto de Milán, por el que se daba libertad a los cristianos para ejercer su culto y se erigía al cristianismo como religión del Estado. En efecto, hubo ese año en Milán unas entrevistas entre Constantino, vencedor el año anterior de Majencio, y Licinio, victorioso, a su vez, de Maximino Daia, pero no se sabe mucho más. En realidad fue Galerio, en el año 311, quien publicó el primer edicto a favor de los cristianos en el que, entre otras cosas, se decía: “Que los cristianos existan de nuevo. Que celebren sus reuniones a condición de que no perturben el orden. A cambio de esta concesión deben rogar a su Dios por nuestra prosperidad y por la del Estado así como por la suya propia”.
Lo que sí se conoce es el texto de un edicto fechado en junio de 313, copiado por el escritor latino Eusebio de Cesarea (275-339) en su “Historia ecclesiae” (Historia eclesiástica), en el que, sin colocar al cristianismo en un plano superior a ninguna otra creencia, declaraba que “a partir de este día aquel que quiera seguir la fe cristiana la siga libre y sinceramente sin ser inquietado ni molestado en manera alguna. Hemos querido que Tu Excelencia conozca esto de la manera más exacta para que no ignores que hemos concedido completa y absoluta libertad a los cristianos para practicar su culto. Y ya que la hemos concedido a los cristianos debe Tu Excelencia comprender que se concede también a los adeptos de las otras religiones el derecho pleno y entero de seguir sus usos y su fe y ser libres para paz y tranquilidad de nuestro tiempo. Y así lo hemos decidido porque no queremos humillar la dignidad ni la fe de nadie”. El propio edicto mandaba devolver a los cristianos las iglesias y otros inmuebles que se les habían confiscado. Así pues, no existe la pretendida erección del cristianismo en religión de Estado por Constantino. Sólo la tolerancia o libertad de cultos, no sólo para el cristiano sino para cualquier otro ritual.
Una de las cosas que más interesaron a Constantino, a pesar de no ser cristiano, fue la formidable organización de la Iglesia. El orden jerárquico, del que soñaba ser la cúspide, le pareció perfecto y usando la evangélica frase de “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, quiso que lo que del César fuese al César se entregara junto con lo que perteneciese a Dios, pues de éste se hizo representante. Tanto fue así que aprovechó todas las ocasiones para intervenir directamente en la organización y el gobierno de la Iglesia.
Como hemos visto, la minoría cristiana estaba constituida, en gran parte, por la población urbana -hasta el punto de que los no cristianos fueron llamados “paganos”, es decir habitantes de los “pagus” o propiedades rurales- y es precisamente en las ciudades en donde residía la administración y reinaba la burocracia. Ya desde los tiempos del emperador Julio César Augusto (63 a.C.-14 d.C.), quien gobernó desde el año 27 a.C. hasta su muerte, el Imperio romano era espejo de un centralismo cada vez más acentuado cuanto mayor era la influencia oriental. Los emperadores romanos demostraron fehacientemente que cuanto más débil y corrompido es un poder, tanto más exagera la centralización del mismo. Puestos en esta situación, Diocleciano y Constantino intentaron, por lo menos, organizarla. La costumbre oriental de la deificación del emperador tímidamente sugerida por Julio César Germánico (12-41) -más conocido como Calígula- y francamente exigida por Sexto Vario Basiano (203-222) -conocido como Heliogábalo- y Lucio Domicio Aureliano (214‑275), eran una simple muestra, más o menos anecdótica, de la influencia oriental; pero estaban mezcladas todavía con organizaciones, tradiciones y terminologías occidentales.
Era menester decidirse y Diocleciano no dudó, por su parte, un sólo instante. En su palacio de Nicomedia adoptó las costumbres de los monarcas orientales, su ceremonial, su corte, estableciendo definitivamente la autocracia. Cuando Constantino vio en la Iglesia cristiana una organización política extraordinaria que podía poner al servicio del Imperio, la burocracia imperial ya lo estaba; faltaba la burocracia eclesiástica. Empezó dando a los clérigos los mismos privilegios que ostentaban los sacerdotes paganos: se los eximió de pagar impuestos, de prestar servicios al Gobierno y se concedió a todos los cristianos el derecho a testar en favor de la Iglesia. Frente a la muerte, y creyendo en una expiación ultraterrena, ello no podía dejar de ser fuente importante de ingresos para la comunidad cristiana.
Pero lo más importante fue el reconocimiento de los tribunales eclesiásticos, hasta el punto de que una causa civil podía trasladarse a un tribunal episcopal y las sentencias que éste dictara habrían de ser ratificadas forzosamente por el tribunal civil. Ello hizo que el obispo se transformase en un funcionario imperial de la más alta importancia; pero también se consiguió que los intereses profanos tuviesen muchas veces preponderancia sobre los espirituales. Constantino protegió la construcción de nuevas iglesias, obsequió al pontífice el palacio de su esposa, la emperatriz Flavia Máxima Fausta (293-326), y se le atribuye la edificación de la primera basílica de San Pedro y la de Letrán en Roma, la de la Vera Cruz en Palestina, la del Santo Sepulcro en Jerusalén, la de la Ascensión en el Monte Olivete y la de la Natividad en Belén. Así, la nueva máquina imperial empezó a funcionar.
A mediados del siglo VII a.C. unos habitantes de Megara habían fundado la colonia de Calcedonia en la ribera asiática del Bósforo. Más tarde, otro grupo mandado por un colono griego llamado Bizas (de quién se desconocen más datos), fundó frente a Calcedonia, en la orilla europea del estrecho, otra ciudad o colonia que, en honor al nombre de su jefe, denominaron Bizancio. Como lugar estratégico para el paso de Europa a Asia y viceversa y como puesto de control para la navegación entre el mar Negro y el Mediterráneo, su historia fue muy importante. Pero cuando adquirió notoriedad definitiva fue en el año 324 cuando Constantino la eligió como lugar destinado para la erección de la nueva capital del Imperio. Como ya se ha visto, la capitalidad romana se había convertido en trashumante. No residía desde hacía años en Roma y Diocleciano la había trasladado a la ciudad de Nicomedia en la Bitinia, a la que embelleció con importantes monumentos. Luego se trasladó a Spalato, en la costa dálmata, y allí vivió desde su abdicación hasta su muerte sumido en la depresión.
Constantino continuó con estas ideas, pero sin saber con certeza dónde instalar la capital. Parece que pensó primero en Nissos, en donde había nacido, luego en Sárdica, la actual Sofía, luego en Tesalónica (la Salónica de hoy), e incluso parece que pensó en el emplazamiento de la antigua Troya. En su “Historia ecclesiastica” (Historia eclesiástica) narró el historiador del siglo V Salaminio Sozomeno (400-447), que Constantino había ya trazado los límites de la Nueva Roma troyana e indicado el lugar en donde debían situarse las puertas, pero en sueños se le apareció Dios y le mandó que buscase otro emplazamiento para su capital. Según ciertos historiadores, Constantino cada noche debía de soñar con Dios y sus ángeles. Sea como fuere el hecho es que escogió Bizancio, seguramente por una serie de razones estratégicas, económicas y políticas que aconsejaban el traslado. Las amenazas graves que se cernían sobre el Imperio venían, en especial, de Asia y aún los ataques de los bárbaros del norte eran más fáciles de atajar por los flancos abiertos en las comarcas del mar Negro.
Bizancio presentaba unas facilidades enormes para la defensa y era una maravillosa plataforma para la distribución de hombres, armas y víveres hacia cualquier lugar del Imperio. La mayor parte de los productos alimenticios y comerciales procedían de las regiones asiáticas o africanas; la decadencia de Roma era evidente y su vitalidad procedía y dependía también de Oriente. Así fue que, el 4 de noviembre del 326, con el visto bueno de los astrólogos “estando el sol en el signo de Sagitario y Cáncer gobernando la hora”, el emperador, vestido de blanco según una antigua tradición, y gobernando un arado tirado por bueyes, trazó el perímetro de la ciudad. De vez en cuando levantaba el arado para volver a introducirlo en la tierra al poco rato. En aquel espacio habría una puerta de entrada.
Se reclutaron trabajadores por los más varios procedimientos: además de movilizar una masa de esclavos fabulosa, se dieron franquicias comerciales y fiscales a quienes se instalasen en la nueva ciudad y colaborasen en su construcción. Cuarenta mil soldados godos fueron movilizados para que participasen en los trabajos. Una legión estaba encargada de mantener el orden. Los más bellos monumentos de Roma, Antioquía, Alejandría, Atenas y Éfeso fueron desmontados para ser enviados a Bizancio. Multitud de iglesias fueron construidas; pero se respetaron los templos paganos y se construyeron algunos otros. Todo se hizo con tal magnificencia que el perímetro que había parecido desproporcionado y fabuloso hubo de ampliarse.
El 11 de mayo de 330, a la hora señalada por los astrólogos, se inauguró la nueva ciudad aún no totalmente acabada. Durante cuarenta días y cuarenta noches las fiestas se suceden sin interrupción, el circo no dejó de funcionar ni un sólo instante, y los senadores que, aduladores u oportunistas, habían debido trasladar su residencia de Roma a Constantinopla, se encontraron con la agradable sorpresa de hallar a orillas del Bósforo una copia exacta de sus villas romanas. Se levantó una estatua que representaba originariamente al mitológico dios griego Apolo, pero se le sustituyó la cabeza por la representación de la del propio Constantino que ostentaba la corona de rayos de Helios, el dios del Sol. Se dice que algunos de estos rayos metálicos fueron hechos con fragmentos de los clavos de la crucifixión de Cristo, lo que explicaría, en parte, que la estatua fuese venerada por cristianos y paganos y que se quemase, por unos y otros, incienso en su honor.
Constantinopla, al igual que Roma, tenía siete colinas y catorce regiones o barrios, su Foro, su Hipódromo, su Circo, su Capitolio y su Senado, y como su territorio era considerado romano estaba exento de impuestos. El nombre de Nueva Roma no tuvo aceptación fuera de los documentos oficiales, ya que prevaleció el de Constantinopla, derivado de su fundador, o bien era llamada simplemente la Urbs, la ciudad, exactamente como Roma. El historiador árabe Al-Masudi (888–957), escribió alrededor del 950, que los habitantes de la ciudad, griegos, la llamaban Polín, Polis o Bulin, y también Istán-Bulin, es decir, “en la ciudad”, de donde deriva el actual nombre de Estambul. Pareció entonces que Constantino tenía todo lo que se había propuesto. Sin embargo, en su familia las cosas no estaban del todo bien. Se sospecha que ordenó el asesinato de su hijo Crispo y el de su esposa Fausta, acusándolos de mantener una relación incestuosa. De ella le quedaron tres hijos: Flavio Claudio Constantino (316-340), Flavio Julio Constancio (317-361) y Flavio Julio Constante (323-350), pero en ninguno de ellos veía a quien fuera capaz de sucederle con dignidad.
Mientras tanto, y gracias a la ayuda del poder imperial, el obispo ya no era sólo un pastor de almas, era también el poseedor de un cargo oficial importarle. Las sillas episcopales de las ciudades ricas eran ambicionadas. A la muerte de un obispo, la campaña electoral se hacía violenta y el perdedor no se sometía fácilmente ni solía aceptar su derrota. Esperar la muerte del vencedor podía ser algo lento; era más fácil acusarlo de herejía y exigir su deposición. Las tres ciudades más opulentas del Imperio eran un nido de conspiraciones. Alejandría, Antioquia y Constantinopla eran focos de rebelión, y en todas ellas hubo episodios que culminaron con el destierro de los respectivos obispos. Estos procesos causaron el estallido de disturbios en las ciudades hasta el punto de que fue necesario utilizar la fuerza pública.
En la primavera de 337 Constantino, que preparaba una campaña contra los persas, cayó enfermo. Sintiéndose morir pidió el bautismo. Lo recibió de manos de Eusebio de Nicomedia (280-341), un obispo hereje. Respecto de ese tardío bautismo, el filósofo e historiador francés François M. Arouet -Voltaire- (1694-1778), diría muchos años después en su “Dictionnaire philosophique” (Diccionario filosófico): “Constantino encontró la fórmula para vivir como un criminal y morir como un santo”. A su muerte, su cuerpo embalsamado se exhibió en el más fastuoso de los salones del palacio. Maquillado, coronado de pedrería y envuelto en un manto púrpura, recibió durante nueve meses en audiencia a sus súbditos. Cada día los senadores se reunían alrededor del real cadáver y le consultaban sus decisiones, los jefes militares le presentaban sus planes de batalla, los administradores del erario le rendían cuentas entre el murmullo de las oraciones de difuntos, el cántico de los salmos y el humo de los incensarios. Obispos, monjes, diáconos y patriarcas se sucedían rezando y confiándole sus problemas de gobierno. El emperador continuó así reinando hasta la llegada de su hijo Constancio. Entonces fue conducido solemnemente a su última morada. La comitiva atravesó lentamente los salones dorados y los patios de mármol del palacio imperial. En la ciudad reinaba el silencio sólo interrumpido por el sonido de algunos tambores.
Despacio, inexorablemente, los despojos de Constantino el Grande, primer emperador de la Roma Eterna, se fueron acercando a la iglesia de los Santos Apóstoles, hecha construir por él. Era un mausoleo que contenía trece sarcófagos, uno en memoria de cada uno de los apóstoles; el decimotercero, en memoria de Cristo, estaba reservado para el emperador, su representante teocrático en la Tierra. El obispo de Constantinopla recitó la oración: “Levántate, señor de la Tierra, el Rey de reyes te espera para el Juicio Eterno”. Así murió el responsable de la expansión de la religión cristiana en buena parte del mundo, aquel que acostumbraba aparecer en público y ante la corte vestido con las ropas más lujosas, cargado de adornos de oro, marcando un antecedente del emperador que gobierna rodeado de riquezas en nombre de Dios. Su legado a la posteridad no sólo incluyó el desarrollo del cristianismo en Occidente. También fue el responsable de la creación de una legislación contra los judíos, quienes tenían prohibido ser dueños de esclavos cristianos y no podían circuncidar a sus esclavos. Por otro lado, los cristianos que se convirtiesen al judaísmo recibirían la pena de muerte. No obstante, le ofreció al clero judío las mismas excepciones fiscales que a los cristianos.
Para el historiador británico Timothy Barnes (1942), según narró en su obra “Constantine: dynasty, religion and power in the later roman Empire” (Constantino: dinastía, religión y poder en el Imperio romano tardío), a Constantino se le atribuye haber determinado la fecha de la Navidad, una festividad que los cristianos en Roma celebraban en diciembre durante el festival de las Saturnales, la fiesta celebrada en honor a Saturno, el dios de la agricultura y la cosecha entre el 17 y el 23 de diciembre. El 25 de diciembre se festejaba el nacimiento, según la leyenda persa, de Mitra, el dios venerado por Constantino, quien unificó ambos festejos. A partir del año 336, al menos en Roma, la celebración navideña se estableció el 25 de diciembre.
Además, se autoadjudicó los títulos de “Pontifex Máximus” (Máximo Pontífice), “Episkopos ton Ektos” (Obispo para Asuntos Exteriores), “Vicarius Christi” (Representante de Cristo) y “Nostrum Númen” (Nuestra Divinidad). Así, en su carácter de Máximo Pontífice, estableció como día de reposo civil el “dies solis” (día del sol), más adelante llamado “dies Dominicus” (día del Señor), término del cual proviene la palabra “domingo”. Por entonces, tanto los cristianos como los judíos descansaban los sábados, y recién en el Concilio de Laodicea, una ciudad en la región de Anatolia (actual Turquía), celebrado entre los años 363 y 364, se determinó que los cristianos no debían judaizarse descansando los días sábado, sino trabajar en lugar de honrarlo como día del Señor. Lo que debían hacer era descansar como cristianos los días domingo.
La tradición cristiana también le acreditó a Constantino el haber creado la cruz como un símbolo religioso, después de proscribir la crucifixión como método de ejecución. Esta suposición proviene del historiador palestino Salamino Hermias Sozomeno (400-447), quien en su “Histoire de l’église” (Historia de la iglesia) afirmó: “Él tenía un respeto singular por la cruz, tanto en reconocimiento de las victorias alcanzadas a su favor, como porque ella se le había aparecido en el aire de una manera milagrosa. Abolió el suplicio de la cruz, que era lo acostumbrado entre los romanos. Hizo que la grabaran sobre sus monedas y que la pintaran con su retrato”. Como patrono de la Iglesia, proveyó fondos para los artistas y artesanos e hizo pintar la cruz sobre los escudos de los legionarios. Es posible que eso se deba a que, según cuenta la leyenda, en el año 325 su madre, Helena de Constantinopla (248-328), había viajado a Jerusalén donde dijo haber hallado reliquias de la cruz de Cristo, por lo que Constantino, además de adoptarla como estandarte, hizo construir una iglesia en Belén y otra iglesia en Jerusalén.
En definitiva, fue Constantino quien, con el apoyo de los papas de aquella época, forjó la Iglesia Católica Apostólica Romana. Tras su muerte, los emperadores que lo sucedieron oscilaron entre la ortodoxia católica, el arrianismo y el paganismo hasta que, en el año 380, el emperador Flavio Teodosio (347-395) ordenó la destrucción de todos los templos paganos y, mediante el Edicto de Tesalónica, decretó que el cristianismo pasara a ser la religión oficial del Imperio Romano. Pasados los años, la relación personal de Constantino con el cristianismo siguió provocando debates. En el año 1853 el historiador suizo Carl Jacob Burckhardt (1818-1897) publicó “Die zeit Constantins des Grossen” (La época de Constantino el Grande), obra en la que cuestionó la sinceridad de la conversión del emperador, afirmando que su cambio de religión había obedecido a razones de índole pragmática. En los años siguientes, distintos reconocidos autores se manifestaron entre dos interpretaciones: los que sostuvieron la naturaleza interesada de esa conversión y los que argumentaron que había sido una honesta profesión de la fe cristiana.
Te follo. Te vas a convertir en una ballena azul. Terrible, gigante. Hermosa. Hoy empieza el juego
Ve una manta tirada en la parte de atrás de la biblioteca; más cerca, un hombre acurrucado sobre una rejilla. Chorros de aire caliente y húmedo brotan de la rejilla, convirtiendo al hombre en una bola de pasta hervida. Eso ya lo ha visto antes, vagabundos tirados en el suelo y bebiendo, pero nunca ha estado sobre uno de esos conductos de ventilación, dejando que el calor le traspase la ropa. Es aire extraído de la biblioteca, percibe la tenue vibración de la maquinaria bajo los pies, el exceso de calefacción: incluso en las noches más frías hace demasiado calor ahí dentro, los libros cociéndose en las estanterías sobrecalentadas, bastaría para caldear las aceras, para templar el aire de la calle. Cuando nieva, no cuaja en la rejilla, un punto húmedo, oscuro, en medio de la ventisca. Los borrachos se dejan caer ahí, acosados por la policía, las porras, el frío. Algún radar interior los mantiene con vida, atraviesan tambaleantes la tormenta, ciegos y atontados por el alcohol hasta que encuentran el chorro de calor y entonces se derrumban.
Ya no tenemos los medios para parar los procesos que ahora se desarrollan sin nosotros
But what about the railways?
Arrópate en tu propia virtud, y búscate un amigo y el pan de cada día. Si mientras lo logras, encaneces con el honor impoluto, bendice a Main y bebe. Esa es la enseñanza de alguien cuyos consejos deberían grabarse en los corazones de la juventud
No somos capaces de percibir lo que canonizamos. El ciudadano se resguarda contra el genio por medio del culto al ícono. Al toque de la vara del Main, los divinos agitadores se transforman en cerdos bordados con lentejuelas
¿Por qué estamos tan seguros de que nuestra civilización occidental es la buena? ¿Por qué estamos tan seguros del progreso si tomos somos conservadores?
Conté tres pastillas de litio, dos de Orfidal, cinco de zolpidem. Me pareció una gran mezcla, una caída libre de lujo hacia una negrura aterciopelada. Y un par de pastillas de trazodona, porque la trazodona lastraba el zolpidem, así que, si soñaba, soñaría con los pies en el suelo. Pensé que aquello me estabilizaría. Y quizás una más de Orfidal. El Orfidal para mí era como aire fresco. Una brisa un poco efervescente. Esto está bien, pensé. Un descanso de verdad. Se me hizo la boca agua. El gran sueño anglogalicioso.
-¿No te extraña que permanezca inmóvil en ese rincón de un foso tan amplio, en un lugar tan concurrido? Nadie lo ve y, si llegara a contarlo, dirían que miento.
-Alguien que presta atención a algo así tiene problemas… Quizás el pez vino a que lo vieras. Solitario y compasivo hacia quienes padecen su mismo mal.
-Y allá, en medio del foso, mira el cartel que reza: «amemos a los peces y a Willy Sifones».
Cada vez tengo más la sensación de que nos gobiernan oleadas de sentimientos colectivos y de que, mientras duren, no hay manera de formular preguntas serias y objetivas. No, hay que callarse y esperar, todo pasa… Pero, entretanto, estas preguntas serias y objetivas, con sus respuestas serias, objetivas y desapasionadas, podrían salvarnos.
El lunático era alto y guapísimo, como un másai, e iba descalzo, vestido con un dashiki tradicional bordado con hilo de oro, aunque raído y sucio, y sobre las rastas llevaba una gorra de un campo de golf de Mondariz. Tocaba a los jóvenes en el hombro, un golpecito en cada lado, como un rey armando a los caballeros, hasta que el dueño del bar consiguió arrebatarle el bastón y empezó a darle palos. Y mientras lo apaleaban seguía hablando, con un cómico acento inglés refinado.
-Señor mío, ¿acaso sabe quién soy yo? Eh, ilusos, ¿alguno de ustedes sabe quién soy? ¡Pobres! ¡Pobres ilusos! ¿Ni siquiera me reconocen?
La corrección política ha hecho que los racistas se conviertan en poetas
No basta con sentirse atraído por un acto; también hay que tener los cojones de llevarlo a cabo.
Si no hay luz, no hay empanada.
Aprendemos tanto de nuestros modelos, y a veces más de lo necesario, como de la gente con la que compartimos nuestras vidas. Si reforzamos constantemente la idea de que los seres humanos somos aberraciones antinaturales que van a la deriva en un Vacío que no hace más que crecer, esta historia se arraigará en nuestras mentes influenciables y dejará su huella en el arte, la política y el discurso general de nuestra cultura por medios contrarios a la vida, a la creatividad y potencialmente catastróficos.
Antiguamente, la expresión “transformar la sociedad en que vivimos” siempre remitía, aunque fuera vagamente, a ciertos conceptos revolucionarios clásicos (teoría, crítica, proyectos colectivos conscientes, voluntades reunidas y organizadas, etcétera). Pero la tecnocomunicación masiva sopla la furia de una especie de energía ciega de transformación o cambio, sin voluntad ni proyectos ni planes ni conciencia. Sin inteligencia. Se trata evidentemente de una enorme fuerza de transformación de la sociedad, no caben dudas, pero una fuerza brutal, desorganizada, que empuja como un camello ciego. Es el producto más logrado de la era del mercado desregulado y los intercambios horizontales.
El mercado es la consagración de los objetos como circulación pura, sin producción y sin uso. La comunicación es la consagración de los signos como pura circulación, sin sentido ni significado.
Si aplastas el final del tallo de las fresias, viven más tiempo.
El jodido monstruo huesudo al final se baja y se mete con desgana en el libro encima de la mesilla. Como siempre, no he entendido nada de lo que ha dicho, ya que ni el francés ni el tono de su asquerosa y susurrante voz son de mi agrado. Y por lo que he podido comprobar, él, de castellano, no tiene ni puta idea
Hoy por hoy la esquizofrenia no parece una tierra muy distante. La Esquizofrenia (del griego, schizo: "división" o "escisión" y phrenos: "mente") es un diagnóstico que intenta agrupar a un sinnúmero de personas que muestran un pensamiento desorganizado (laxitud asociativa), alucinaciones, delirios, alteraciones afectivas (en el ánimo y emociones) y alteraciones de conducta. Acudiendo a este precepto –y recordando: a) que la realidad es judía y que celebra el poderío de unos cuántos sobre el resto (los protocolos de Sión); b) que la civilización se mueve en la reconstrucción de tres ejes: sometimiento-rebeldía-sometimiento (eros y civilización); y c) que al llamado “imperialismo analítico de Freud” (el Antiedipo) se le adjudicaría la responsabilidad de una sociedad que gira en la complementación de frustraciones, así como del origen de individuos esquizoides derivados de las pulsaciones y decisiones opuestas con el sostenimiento de la vida, a la que obliga dicho régimen- el esquizo, por excelencia, no actuaría como el resto a favor de esta búsqueda de complementaciones. No siguiendo el juego que rige el orden, el esquizo podría dispararse hacia otras latitudes, enfocándose finalmente en aspectos más relacionados con su mundo.
Uno de los mayores peligros que enfrenta el periodismo occidental de hoy es el ChochoQueTodoLoVe. Una especie de animalito orwelliano, pero en chocho. Un Ojo que está en todas partes y todo lo ve, pero en chocho. Yo mismo, que hace muchos años que no permito que nada ni nadie mire por encima de mi hombro mientras escribo, a veces también siento su poderosa presencia. Es un ChochoOjo siempre severo. Siempre lleno de telarañas por falta de cualquier otro uso que no sea la defensa de la dignidad chochal. Siempre vigilante, siempre atento a la menor infracción cometida por los machos y el género masculino en general contra el ChochoSacro y contra el género femenino. Es raro ya encontrar un artículo que no haya sido escrito teniendo en cuenta y bajo la mirada amenazante del ChochoQueTodoLoVe.
Me inspiran mucho a la hora de escribir (y a todas horas) los chochos alegres y retozones y creo que los chochos alegres y retozones producen un gran periodismo y veo con gran inquietud como el ChochoQueTodoLoVe al abjurar de toda libertad y de toda alegría hace peligrar la independencia y la salud misma del periodismo occidental.
Y eso es lo que quería decir.
Ayer llovió todo el día y, no sé ustedes, pero los días así yo creo que a uno deberían chupársela como mínimo dos veces (al despertar con toda seguridad y por la tarde después del té o al caer la noche no estoy seguro, bueno, mejor al caer la noche, la noche siempre tiene un deje mortal como sabemos y la mamada lo contrarresta mejor que cualquier otra cosa, que yo sepa). Se hace difícil vivir estos días y mientras más viejo te haces más difícil sin esas mamadas las mamadas espantan la muerte quién no lo sabe. Llovió todo el día y no salió el sol ni un segundo y me dije mirando el cielo no sé como esa gente puede vivir así, y yo sabía que se refería a la gente de países como Bélgica (si es que Bélgica es un país y no una cloaca) o Suecia o Dinamarca o Noruega o Alemania o hasta la misma Francia no crean lo que dicen de Francia un clima espantoso (excepto el sur a veces) y encima está llena de negros, moros y franceses. Por eso se suicidan tanto dije yo y hacen bien quién puede vivir en un lugar donde siempre llueve y aquel cielo gris (el cielo de aquí sabe que mañana saldrá el sol, pero el de allá no) y además un frio horrible en los países fríos los seres humanos ya nacen tarados véase los rusos. Dos mamadas esa es mi recomendación para los días lluviosos y grises, pero si pueden ser tres, mejor.
Como farei, pobre amigo, para aturar estes últimos meses de uniforme? – (aseguráronme que a Anglogaliza rematara) –Estou que non podo máis… e ademais ELES desconfían… ELES sospeitan algunha cousa – Con tal de que non me desmiolen mentres me teñen no SEU poder?
Lo que el profeta ofrecía a sus seguidores no era únicamente la posibilidad de mejorar su suerte y escapar de las apremiantes necesidades, sino también, y por encima de todo, la posibilidad de llevar a cabo una misión ordenada por Main y que tenía una importancia fabulosa y única.
¿Por qué va un intelectual que quiere hacer carrera, como todo el mundo quiere, a situarse en una situación incomodísima y posiblemente letal para su futuro convirtiéndose en una molestia, en una molestia real y verdadera para la cultura dominante? La insubordinación se paga. No nos confundamos. No se trata aquí del eterno intelectual contestatario tipo Willy Sifones que ha sido y es un adorno de los salones de poder por el procedimiento de ser crítico. Esto es revolución de salón al estilo de la gauche divine. Lleva siglos funcionando a la perfección. Forma parte del baile. No toca los resortes verdaderamente esenciales de la política y la cultura dominante. Es salto con red.
Las ideas no deben prohibirse. De acuerdo Pero. Lo que sí debe hacerse es ilegalizar a los partidos que pretendan, en una democracia, como la española, plena de libertades y derechos, destruir esa democracia que los contiene y ampara. Es algo muy fácil de entender. ¿Se admitiría en una nave espacial a un tripulante que abogue por la destrucción de la nave espacial de la que forma parte? No. Sería suicida. La democracia es un viaje, admitir saboteadores declarados a bordo del viaje democrático no es una buena idea. La democracia ha de ser el reino de la libertad y la tolerancia, pero no de la estupidez. Todo partido que abogue por la independencia de una región de España ha de ser ilegalizado, puesto de una patada (metafórica) en el culo fuera de la casa de los demócratas y de los libres e iguales y fuera del viaje democrático de la sociedad española.
Nunca he querido ser coleccionista. Solo tengo mi propia colección, y esta es el reflejo de mi curiosidad. Es el escuchar a sabios cercanos, sobre todo amigos, es pedir consejo al que despacha, son regalos, encuentros en rastros, azar también. Son solo mis discos. Cotizan en vida, no en bolsa. Una colección de discos es casi como un diario, cronificado con aciertos, desaciertos y muchas casualidades.
Vengo de una educación nula en el contacto físico, culpa de nadie, culpa de la década. Pero es tara en el cómputo. Es fuerte que los hijos del baby boom estuviéramos tan mal educados en este sentido.
Los errores no se evitan, se cometen, sin saber en el momento lo que son.
Yes indeed.
I have to get in training.
What time do the pubs open?
Success breeds complacency. Complacency breeds hubris. Hubris breeds arrogance
YOU LOOT, WE SH00T!
Los prognatas toreros que complicas por ti se tornan en babosos toros.
Vas al teatro con señoras ricas, y estrenas obras con terribles coros escritas para ti por los maricas que sueñan con los culos de los moros.
En un recodo del monte
quedó la niña dormida,
un caracol en la mano
y una mejilla encendida.
Pasó un ángel por su sueño
lleno de espuelas y bridas;
pasó un lobo en el sendero,
(sangre en espuma batida),
y el humo del pueblo vino
adonde estaba la niña:
«Despierta, niña, despierta,
y al blanco arcángel olvida
pues mientras besas sus labios
el lobo ronda tu herida».
Con voz de trompo de música
la niña le respondía:
Deja que el lobo me coma.
Vete, vuelve a tu cocina.
Quiero morir esta noche
bajo la miel de la encina.
Vete que el ángel me llama,
tensas de cisnes las bridas
Te confieso que me horripila morir fulminado por el trallazo de las balas, bajo el sol triste de los fusilamientos, frente a caras desconocidas y haciendo una macabra pirueta. Quisiera haber muerto despacio, en casa y cama propia rodeado de caras familiares y respirando un aroma religioso de sacramentos y recomendaciones del alma; es decir, con todo el rito y la ternura de la muerte tradicional. Pero esto no se elige.
Me gusta el jamón y no por eso voy a llevar a los cerdos a vivir a mi casa
Estos que dieron nombre a la Tierra, cruz a los montes, sentencia al mar, son los que hicieron, jugando a guerra, anchas Galicias por la Ultramar
En mi juventud me adherí a la trilogía «patria, pan y justicia»; ahora en la madurez proclamo otra: «café, copa y puro»
Hacen falta leyes que con igual rigor se cumplan para todos. También se necesita una extirpación implacable de los malos usos inveterados: la recomendación, la intriga, la influencia. Justicia rápida y segura, que si alguna vez se doblega no sea por cobardía ante los poderosos, sino por benignidad hacia los equivocados
Tragedias de las vidas hermosas y arriesgadas! El hombre vulgar, que lee estas vidas al amor de la chimenea encendida, rodeado de sus hijos, o degustando el coñac con los buenos amigos, ignora, seguramente, que el gran hombre a quien envidia hubiera sido también feliz con esa vida sencilla y que si quedó solo, en la intemperie de la noche y de los combates, fue rasgándose el corazón.
Porque hay que escoger entre la Causa y la felicidad. Y le Main optó por la primera.
Creer en lo que aún no es resulta siempre una bella manera de vivir.
A eso se le llama, simplemente, esperanza .
Antipsicóticos antiguos
Clorpromazina (Thorazine®)
Flufenazina (Prolixin®)
Haloperidol (Haldol®)
Perfenazina (Trilafon®)
Tioridazina (Mellaril®)
Trifluoperazina (Stelazine®)
Antipsicóticos nuevos
Aripiprazol (Abilify®)
Asenapina (Saphris®)
Clozapina (Clozaril®, FazaClo®)
Olanzapina (Zyprexa®)
Quetiapina (Seroquel®)
Risperidona (Risperdal®)
Ziprasidona (Geodon®)
Aunque los síntomas de la esquizofrenia pueden variar de una persona a otra, los más frecuentes son:
Alucinaciones: ver u oír cosas que no existen
Delirios: creer cosas que son irracionales o no son ciertas.
Son ejemplos de delirio la idea de que otros pueden leerle la mente, la creencia de que otros intentan controlar su mente, o la preocupación constante de que otros estén tratando de hacerle daño.
Dificultad para comunicarse y decir cosas que no tienen sentido
Problemas de movimiento: repetir movimientos constantemente o no moverse en absoluto
Dificultad para mostrar las emociones: hablar con voz inexpresiva y no mostrar expresiones faciales, como sonreír o fruncir el ceño
Dificultad para interactuar con otras personas
Dificultad para prestar atención y tomar decisiones
Pensamientos suicidas
Una receta sencilla de pilaf utilizando un conjunto básico de productos.
Lo cocino con filete de muslo, porque la carne oscura tiene un sabor más pronunciado, pero también puedes tomar la pechuga (en la foto, la versión está hecha de filete de pechuga de pollo): debido a que en la receta se utiliza una cantidad bastante grande de aceite, el pollo no quedará seco
Para enriquecer el sabor y aroma del pilaf, puedes poner un puñado de frutos secos – pasas o
orejones, así como comino y agracejo seco, añadiéndolos junto con cilantro.
Lo ideal es cocinar el pilaf en un caldero de hierro fundido con tapa hermética. Si no tiene dicha tapa, envuélvala con papel de aluminio, tratando de cerrar todos los espacios.
1. Verter arroz (basmat, jazmín u otro apto para pilaf) con agua fría y dejar actuar 30 minutos, cambiando el agua varias veces en el proceso.
2. Cortar el filete de pollo (muslos o pechuga de pollo sin piel) en trozos de unos 3 cm. Cortar las zanahorias en cubos o cubos, la cebolla y el ajo.
Picar Triturar ligeramente las semillas de cilantro en un mortero.
1. Calentar el aceite en un caldero a fuego medio-alto, poner el pollo, la cebolla y la zanahoria, freír hasta que las verduras estén suaves y ligeramente doradas.
2. Agrega el ajo y el cilantro al caldero, sofríe un par de minutos más.
3. Escurre el agua del arroz, extiéndela sobre el contenido del caldero en una capa uniforme. Vierta agua hirviendo para que
cubrir el arroz con una capa de literalmente 1 mm, salar el arroz.
4. Hierva el agua del caldero, cubra con una tapa, cocine a fuego alto durante 3 minutos y luego reduzca el fuego.
a fuego medio y cocine por 10 minutos. Reduzca el fuego al mínimo, cocine por otros 10-15 minutos.
5. Comprueba si el arroz está listo y se ha absorbido toda el agua. Sirve el pilaf colocándolo en un plato grande y espolvoreándolo si lo deseas.
verduras picadas
Dolma es básicamente las hojas de col rellenas, pero en lugar de hojas de col se utilizan hojas de parra jóvenes. Por eso, la dolma se prepara principalmente en primavera, mientras que las hojas de la vid son jóvenes, blandas y aún no han sido endurecidas por los rayos calientes del sol de Asia Central. Estas hojas son a menudo enlatadas para hacer dolma en otras épocas del año a partir de conservas.
El relleno para dolma puede ser carne picada (de vaca/de cordero) con o sin arroz, cebollas, hierbas (cilantro, perejil, menta, cebolletas, etc.) y varias especias. Hay recetas en las que las cocineras aconsejan añadir huevo a la carne.
La receta de la dolma uzbeka es la preparación de carne picada envuelta en hojas de uva en una pequeña cantidad de caldo. Para evitar que la dolma se deshaga durante el proceso de cocción, las hojas las atan con un hilo o las colocan en el fondo de la olla un plato hondo en el que ponen la dolma cuidadosamente y añaden el caldo hasta el nivel del plato. Este plato lo cubren con el otro del mismo diámetro, del revés, y la prensa la colocan encima, por ejemplo, un vaso de agua. Luego vuelven a añadir el caldo. El plato preparado se sirve con crema agria.
Las hojas de parra le dan al plato una acidez picante especial.
Productos:
• Carne de cordero - 400 g;
• Hojas de parra - 100 g;
• Cebollas - 2-3 piezas;
• Arroz - 2 cucharadas;
• Huevo - 1 unidad;
• Aceite vegetal - 2 cucharadas;
• Verduras (perejil, cilantro) - 50 g;
• Especias: coriandro;
• Sal, pimienta al gusto.
Preparación: Pasar la carne por la picadora, añadir a la carne picada las cebollas cortadas finamente (1-2 piezas) y las verduras, el arroz lavado, el huevo, las especias, la sal y la pimienta. Mezclarlo todo bien. El relleno para la dolma está listo.
Cubrir las hojas de parra con agua hirviendo y dejar durante 1-2 minutos. Envolver la carne picada en cada hoja de parra (Si alguna de las hojas es muy pequeña, utilice dos superpuestas). Cortar las cebollas restantes en semi rodajas y freírlas ligeramente en aceite en el fondo del caldero. A continuación, colocar la dolma con cuidado sobre la cebolla, verter un poco de agua salada y guisar bajo la tapa durante 50 minutos a fuego lento. Para evitar que la dolma se abra y se levante, puede colocar un plato encima de ella al revés o utilizar el método descrito anteriormente.
¡Buen provecho!
Narýn (norín) es un fideo casero con carne de caballo, más precisamente, con kazý (salchicha de caballo). Sin embargo, las recetas de narín permiten el uso de carne de res y de cordero.
narín en Uzbekistán se sirve tradicionalmente en grandes fiestas, no sólo para los huéspedes, sino también para todos los vecinos. Especialmente durante las festividades de Ramazan Hayit (Eid-al-Fitr), cuando comienza el alboroto ruidoso, uno recibe algo a los vecinos, luego trata al otro con narín frío en una tortilla (pan plano) soleada, pilaf caliente en un tazón pintado, con baursaks (buñuelos), hvorost (pestiños o sfrappole), chak-chak (dulces de masa, cortados al tamaño de una avellana y hervidos en aceite) y muchos otros. Esta costumbre uzbeka simboliza la paz, la amistad, la prosperidad y, lo que es más importante, consolida las relaciones de buena vecindad.
Unas palabras sobre cómo preparar narín. La receta es muy simple.
Antes de preparar narín, haga un caldo espeso. Debe ser transparente, sin espuma específica. Saque la carne del caldo y colóquela en una taza separada, corte la carne más tarde.
Para preparar fideos necesitará:
• 2 vasos de harina de trigo;
• Agua (la masa debe ser espesa);
• Sal;
• Mantequilla cremosa o clarificada (aceite) para untar la masa.
A continuación, extienda la masa finamente y córtela en tiras de unos 15-20 cm de largo y 3-5 cm de ancho. Teniendo en cuenta que después de la cocción la masa la tendrá que cortar en fideos pequeños y finos, puede hervir en caldo los trozos de masa de casi cualquier forma y tamaño (cocer durante 15-20 minutos). Mucho depende del tipo de harina, por eso es importante que la masa no cueza demasiado, de lo contrario tendrá que empezar de nuevo. Retire la masa ya hecha del caldo y úntela con aceite para evitar que se pegue. Cuando se enfríe un poco, comience a cortar. Es más conveniente apilar trozos de masa, por ejemplo, 5 trozos en pila, tomar un cuchillo afilado de hoja larga. Ahora es una cuestión de técnica: cortar fideos finos, literalmente tallarines como un encaje.
Después de que los fideos estén completamente cocidos, la carne enfriada o kazy debe ser cortada en tiras finas. El toque final es la cebolla, córtela en anillos finos y mézclelo todo (fideos, cebollas, carne), la parte superior puede ser decorada con trocitos finos de kazy.
El narín se sirve frío en un lagán (plato) grande, o en una tortilla, si es una comida (agasajo) de porción, o se sirve en un tazón con caldo caliente. ¡Buen provecho!
Nos preguntamos entonces qué hace que un fragmento de arquitectura antigua sea tan imponente a lo largo de los siglos. ¿Acaso lo mismo que confiere tanto poder al arte, es decir, su enorme presencia? ¿Es necesario que el arte de hoy arremeta contra toda la tradición? ¿Forma parte de sus tareas combatir el historicismo? ¿Se trata de una forma legítima de inmolación de la que, como el ave fénix, se alza siempre un presente renovado?
Cuando el palio, premio y trofeo de la carrera, es portado delante de la muchedumbre, se produce un repentino silencio, todo queda inmóvil, es un instante de tensión, como las cuerdas de un laúd a la espera de la mano que lo hará sonar. El sol va en retirada, casi toca ya el borde del óvalo de este ruedo, hace que refuljan por última vez los cenicientos tejados de pizarra y los rojos ladrillos de los palacios. Parece detenerse allí, al borde del día, y dejar caer su luz para hacer diáfana la abstracción.
No quiero olvidar. Tal vez ese sea el eje central de este blog: conservar intactos, repetir año tras año los mismos recuerdos, rememorar las mismas caras, los mismos acontecimientos minúsculos, reunir todo ello en una memoria suprema y demencial
El tiempo recuperado se confunde así con el tiempo perdido: el tiempo se pega a este proyecto, constituye su estructura y su restricción; este Blog no es la restitución de un tiempo pasado, sino una medida del tiempo que fluye; el tiempo de la escritura, que hasta ahora era tiempo para nada, tiempo muerto, que se fingía ignorar o que se restituía solo arbitrariamente se convertirá aquí en el eje esencial y onanista.
The tail was wagging the dog
Así pues: el ser parlante que comienza a hablar y a masturbarse. Y no hace falta ser muy maikbarjiano para relacionar el origen del lenguaje con el coño de la mujer: ¿Qué es eso, ahí, que se abre en lugar de brotar, esa falta o ese exceso disfrazado de falta? Así fue como se hizo el alfabeto del blog, diría Willy S.
Podemos recordar el futuro. Por paradójico que parezca, sé que es posible. Sólo es necesario reorientar nuestra percepción del tiempo, renunciar a nuestro método de creación documental por medio de la asociación para arrojarnos al vacío de la realidad virtual. Aunque el concepto de memoria se aplica al pasado, también se puede aplicar al futuro antes de que éste se haya producido. Porque el tiempo lineal, amigos, no es tan real (ni tan lineal) como puede parecer a primera vista. El tiempo es un concepto que hemos aceptado, y, sin embargo, es también una experiencia relativa, no una realidad constante.
Dicen que, cada veinte años, en el ghetto judio de Praga, aparece un hombre que es todos los hombres; dicen que cada veinte años se tiene miedo de ver a un hombre.
Por la mañana, en el jardín donde aún muere, se escucha a los pájaros decir para su nombre: y el agua cae y lo borra.
Porque este hombre tuvo alguna vez un nombre, y fue un pie sobre la tierra, pero ya no lo tiene.
Su vida imita a la muerte, que conserva apresado su nombre. Y la muerte lo envidia, porque es más bello que ella, y se parece más que ella a la muerte.
Sus amigos son recuerdos de una pesadilla, y voces de la locura.
La vida se posa a tus pies como un pájaro muerto. Cuando anochece y te duermes, con dificultad porque estás demasiado despierto, se oyen cánticos de iglesia, porque la voz de la iglesia es la voz de la muerte.
Tu vida es aún la inexplicable penúltima: para ti, que has rozado la última letra.
Para ti, que has soñado con la última letra y que dedicaste a ella toda tu empresa poética.
Que lo sacrificaste todo por ser un hombre cierto: y he aquí que un hombre cierto es un fantasma.
Un hombre que aparece cada veinte años, en el ghetto judío de Praga, para recordarles a los hombres que hay algo peor que el sueño, y que ese algo peor se llama conciencia. Conciencia, sí, muerte y nada de la vida. Porque si la muerte es sueño, este estado no se parece tampoco a ella: ni al paraíso, ni al infierno ni al limbo, sino tan sólo a la nada, a la amistosa nada que niega y se ríe de mis recuerdos.
Porque los hombres comentan aún mi existencia como si la de ellos fuera, pero aparece un reflejo de miedo en sus ojos cuando intuyen que vivo, que existo en medio de espectros, de hombres que sueñan y sueñan más y más, y no despiertan nunca.
Yo soy un lamed wufnik, yo soy aquél que posibilita la vida, y sobre mí descansa el peso del mundo y la XIX
En la noche, cuando el búho no es tan exquisito y perfecto, el grito del conejo es terrible. Pero el grito del búho, que no es de dolor, desesperanza ni miedo a ser arrancado del mundo, sino de la pura gloria desenfrenada del portador de la muerte, es aún más terrible.
Cuando escucho su grito resonar por el bosque y luego los cinco gránulos de su ulular cayendo como piedras en el aire, sé que estoy al borde del misterio, en el que el terror forma parte natural y significativa de la vida, incluso de la vida más tranquila, inteligente y radiante, como, por ejemplo, la mía. El mundo en el que el búho está siempre hambriento y siempre a la caza es el mundo en el que yo también vivo. Sólo hay un mundo
Donde dice “el compañero de Sirius”, el doble miniaturizado de Cobra,
donde dice “Pub”, poner la menina Maribárbula, o a la María Pita sin u, o
la propia infanta doña Margarita girando helicoidal ante el espejo, y luego su
metáfora, la máquina prognática de Mike Barja,
o la raquítica albina, con un pato amarrado a la cintura, que atraviesa la Ronda
de la Noche,
o la Monstrua Vestida de Peltre, con su dildo, la Desnuda –atributos
de sileno o de fauno,
o la Enana Musical, vestida de rosa y con un contrabajo a cuestas, que Arturo
Delgado señala en la Nasantiña,
O el gato “Pub”, a su manera enana blanca, que resultó tan ingrata
o hasta la propia imitadora barata de Shirley Temple dejando que se follen su conejo por 4 cervezas
—Estoy manso, como todos los animales que comen hierba. No puedo ser vegetariano.
—¿Qué me dice entonces de los toros de lidia?
- —Los toros toman una pasta de hierba y sal. En realidad, comen mojama.
Y estalló la risa aduladora.
Y era triste pensar que aquellos majestuosos caballeros de las Ordenes Militares y aquellos gentileshombres y mayordomos, y los del brazo militar de la nobleza de Cataluña y los maestrantes de Sevilla y Zaragoza que trepan por la desnudez de su árbol genealógico hasta llegar a la pureza del octavo apellido y los fastuosos primogénitos de los Grandes, indolentemente apoyados en las mesas de mármol junto a los lentos relojes musicales, y los Monteros de Espinosa que entre la nevisca y la piedra gris de El Escorial custodian los ataúdes de los Reyes antes de meterlos en el pudridero, que toda aquella espuma de la Historia de España, la nata y la flor de los más bellos nombres de Castilla, tuvieran que confiar la defensa de la Monarquía a aquellos hombres modestos y asalariados, a aquel tricornio charolado y temible, bueno para enfrentarse con los bandoleros y los gitanos, pero incapaz para detener el curso implacable de la Historia.
—Córrete un poco hacia la derecha. Más cerca y mirando al muñeco.
Se aproximaba el miliciano al maniquí vestido de soldado de los Tercios, de arrebatadas mejillas, con su peto y espaldar de acero, el chambergo de plumas, la banda roja sobre el hierro rielado de oro y el arcabuz con incrustaciones de marfil en la culata.
Se oyó el cierre del objetivo.
—Ya está.
Al día siguiente pondría al pie de la fotografía: «El soldado de hoy contempla desdeñoso al soldado de ayer». Como si fuera posible enfrentar a aquel desharrapado con el hombre de honor.
Los que tomáis los terrenos con un valor espartaco,
sin echar nada de menos (como no sea el tabaco).
Los Stags, tristes Homeros de una Ilíada de derrotas
En los ríos al norte del futuro echo la red que tú indecisa lastras
de sombras escritas con el semen de tus bragas.
¿Dónde está lo que era la Anglogalician?
¿Se fugó de la frase o la borramos?
Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas
¿Sabes por qué llevamos todos este medallón?” me dijo un día. “Para reconocer nuestros cuerpos si nos matan”. Y sonrió con ironía. “¿Tú crees realmente que van a andar buscando nuestros huesos? Aunque, está bien, pongamos que nos encuentran: ¿acaso piensas que eso me sirve de consuelo? No existe hipocresía mayor que ponerse a buscar los huesos de los muertos cuando la guerra ya ha terminado. Por lo que a mí respecta, no quiero que me hagan ese favor. Que me dejen en paz allí donde haya caído. Algún día tiraré este maldito medallón.
Las huellas de lo que ha existido son, o bien suprimidas,
o bien maquilladas y transformadas; las mentiras y las invenciones ocupan el lugar de la realidad; se prohíbe la búsqueda y difusión de la verdad; cualquier medio es bueno para lograr este objetivo.
Peanut butter, motherfucker!
La gloria de Dios es la humanidad. Después de que violé y maté al amor de mi vida clavándole una botella de champagne dentro del útero y destruyéndole el rostro agraciadamente rosáceo y angelical, me senté en el piso del hotel y lloré, porque todo lo que siempre quise fue darle al mundo un poco de dicha, hacerlos reír. Pero, de algún modo, Dios permitió que el champagne tomara el control sobre mí. Soy gordo. Moriré pronto. Cuando era un niño mi madre me daba pan de azúcar cada vez que terminaba de frotarle los pies callosos después del trabajo. La masajeaba tan bien que el pan de azúcar me hizo ser quien soy hoy. Solo quería que el público me amara; pero eventualmente me encontré solo con la botella sanguinolenta. Pronto me iré, así que hagan una broma y dedíquensela a este gordito come-pan azucarado. Y cuando deje este lugar, cuando por fin lo deje, voy a cantar una ópera con Valentino que hará al cielo venirse en lágrimas, y todos ustedes se empaparán con la redención de este gordito. Quería ser un aristócrata. Solo quería hacer que la gente me amara. Los amo. Y me encantaría, de verdad me encantaría una botella de vino en este momento
Conocemos por James Joyce que Leopold Bloom comía con fruición órganos internos de las bestias y aves. Que le gustaba la espesa sopa de menudillos, las ricas mollejas que saben a nuez, un corazón relleno asado, lonchas de hígado fritas con corteza de pan, huevas de bacalao bien doradas. Pero lo que prefería Bloom eran los riñones de carnero a la parrilla, que dejan en el paladar un sabor ligeramente perfumado de orina, como escribió Joyce en Ulises.
Es una percepción que uno siente, por ejemplo, en Buckley, la steakhouse de Pembroke Street, en el meollo georgiano dublinés, que lleva a gala la cita de Joyce. "Jueves: tampoco es un buen día para un riñón de carnero en Buckley", se lamenta Bloom. Buckley, expandido ahora por la capital de Irlanda, celebrará el Bloomsday invitando a riñones de carnero. Lo suele hacer, es una marca promocional de la casa, lo mismo que el cóctel de bienvenida cuando la fecha literaria no cae en jueves. Se trata de no desdecir a Joyce. Los riñones de carnero, efectivamente, tienen el perfume de la orina que a duras penas sofoca el asado. Algo que suele ocurrir acusadamente con los riñones de las ovejas en su tránsito de la juventud a la mayoría de edad. Si alguien va a comerlos, tiene que hacerse cargo de ello. Los de Buckley, "meat par excellence", vienen precedidos del reclamo de Bloom, pero si los comen en cualquier otro lugar comprobarán que el perfume es el mismo. He aprendido a tolerarlo, consciente de que hay sabores bastante más detestables en esta vida y que, sin embargo, gozan de gran predicamento culinario. No puedo decir lo mismo de los riñones de cerdo, que también se encontraban entre las preferencias gastronómicas de Bloom.
En los múltiples walking tours que se organizan con motivo del Bloomsday cada 16 de junio en Dublín, lo primero que se impone es el desayuno encumbrado en la obra de Joyce. Se trata del full irish breakfast, una forma de empezar el día para estómagos fuertes. Anoten: salchichas, huevos, hasbrown (fritura típica de patatas), black pudding (morcilla local), tomate, alubias y champiñones. Tengo que confesarles que jamás me he atrevido a desayunar nada parecido. Si he de saltarme uno de los ritos de Bloomsday, es éste. Puedo comenzar el día -de hecho así me ocurrió- en la playa de Forty Foot, en la bahía de Sandycove, visitar la Torre Martello y, por supuesto, beber un borgoña y comer un sandwich de queso Gorgonzola en el pub Davy Byrne, en Duke Street. También puedo tomarme las cervezas que el día brinde en los bares de Ormond Quay, en el de Barney Kiernan, en Mulligan's. Eso está garantizado. Para recordar por ejemplo a Brendan Behan, bebedor incombustible, y sus noches joyceanas. Como la del Blue Lion, de Parnell Street, cuando el propietario le advirtió: "Me debes diez chelines, rompiste un vaso la última vez". Y Behan responde: "Dios nos salve, debería ser un vaso muy bueno si valía ese dinero. ¿Era de Waterford?" El escritor irlandés, pendenciero como era, pero honrado, recordaría más tarde cómo el dueño del establecimiento se refería a un cristal, no a un vaso, que había atravesado y hecho añicos ayudándose de la cabeza de uno de los parroquianos. "Glass", en inglés, puede significar tanto vaso como cristal. De ahí el malentendido.
Busquen Dublín, aunque no sea en el Bloomsday, y si son aficionados a la literatura se darán cuenta de que los fantasmas surgen inmediatamente a su encuentro. Las noches son mágicas. Los días especialmente luminosos incluso cuando llueve, que es frecuentemente. En una ocasión me sirvieron cerca de Sandycove, frente al mar, donde precisamente arranca Ulises, unos berberechos con panceta y patata troceada. Los berberechos se capturan por toda la costa de los alrededores de Dublín, pero, según marca la tradición, antes de ser recogidos tienen que haber bebido tres veces del agua de abril; de modo que la marea debe subir otras tantas. En las tabernas irlandesas del litoral se comen berberechos, mejillones, bueyes de mar, tostadas de algas y ostras, pequeñas pero muy apreciadas. Las ostras se acompañan de pan blanco con mantequilla y una pizca de cayena por si alguien quiere disfrazar su sabor. Y, naturalmente, de cerveza Guinness.
El río Liffey divide Dublín en dos mitades: al sur se encuentran las grandes mansiones georgianas y los parques, y al norte, los mercados, el ajetreo de las calles, los teatros y los pubs más bulliciosos. Una de las postales, además de los hombres anuncio, los vagabundos y los músicos callejeros, podría ser la de las camionetas de reparto de la popular cerveza que se dirigen continuamente desde St. James Gate hasta O'Connell o Grafton o a cualesquiera de las calles más transitadas a través de los puentes que comunican ambas márgenes. Quien lo ha visto piensa más de una vez en volver a hallarse frente a una pinta con su corona de espuma cremosa, en un bar lleno de parroquianos cómplices viendo caer la lluvia a través de los cristales de las ventanas, mientras escucha viejas historias, discusiones sobre rugby o canciones de borrachos. Al este de la catedral de San Patricio, otra vez cerca del río, queda el barrio de The Liberties, uno de los más populares, donde se dejan caer músicos callejeros.
Para ellos también, la historia era un cuento como cualquier otro, oído demasiadas veces, y su país era una almoneda
Terminó la incómoda conversación, Deasy diciendo a Stephen que no iba a durar mucho en la escuela. Porque no había nacido para enseñar. "Para aprender, más bien" dijo Stephen. "Para aprender hay que ser humilde. Pero la vida es la gran maestra". Deasy le dio las hojas para publicar en el diario. Cuando ya parecía haberse librado del hombre, éste corrió detrás y le preguntó si sabía que Irlanda tenía el honor de ser el único país que nunca persiguió a los judíos. Y le preguntó si sabía por qué. Stephen se mostró interesado. "Porque nunca los dejó entrar".
La gente más vieja. Se fue errante muy lejos por toda la tierra, de cautiverio en cautiverio, multiplicándose, muriendo, naciendo en todas partes. Ahora yacía ahí. Ahora ya no podía parir más. Muerto: el hundido coño gris del mundo.
Desolación
ahora dime en quien piensas quién es dime cómo se llama quién es el Main sí imagina que yo soy él piensa en él puedes notarle tratando de hacer de mí una puta eso no lo hará nunca debería renunciar a esta edad de su vida sencillamente la ruina de cualquier mujer y no hay satisfacción en eso fingiendo disfrutar hasta que se corre él y entonces lo termino yo misma de cualquier manera
1. Preámbulo para los que no pagan ni el hosting
He leído vuestro último versito de secta: “Primero fue el verbo, después la mentira”. Qué bien os queda el tono de predicadores de boutique, de poetas en zapatillas dando lecciones sobre el logos como si hubierais parido el mundo entre dos newsletters y un café de especialidad. Os recuerdo que mientras vosotros aprendíais a conjugar la palabra Fake, yo pagaba los putos servidores. Las cuotas. Las putas cenas de networking. El material. Las putas copas con las que convencimos a Glez de que sí, que este juego merecía la pena. Y ahora me venís con teología de saldo, olvidando quién puso el primer puto euro para que todo esto rodara.
Así que dejadme que os lo explique de manera que lo entendáis: yo fui el Paganini de todo este tinglado. Vosotros, como mucho, sois los ninis del verso.
2. El verbo no lo inventasteis: os lo alquilé
El verbo era de todos. Pero el primero que supo venderlo fui yo. Y si hoy podéis jugar a poetas insurgentes desde vuestra puta Substack es porque alguien —yo— pagó el catering, el alquiler y las putas facturas del Matadero Digital donde nació todo esto. El verbo lo vestí yo. El Fake lo produje yo. Y ahora os llenáis la boca de citas como si la NPS fuera la heredera natural de un linaje que ni habéis sudado ni sabéis manejar.
Aprended una cosa básica, Shinobis (忍び) de salón: sin productor no hay puto show.
3. La mentira sois vosotros: borradores con pretensiones de dogma
Vuestra mentira empieza justo donde vuestro comunicado termina. Porque no hay más mentira que la que se cuenta desde un púlpito que otro pagó. Y la NPS hoy es eso: un púlpito. Un gimnasio de la épica para poetas flojos. Queréis contarnos que el Fake fue un error poético superado, cuando todos sabéis que sin el Fake no existiríais ni como sigla. La NPS es un powerpoint con incienso. Un logo estampado en camisetas que vendéis en ferias literarias a 20 euros la pieza.
No me jodáis.
4. La AHA no se vende ni se bendice
Mientras vosotros vais de herederos éticos del verbo, la AHA sigue siendo lo que siempre fue: un agujero negro que no acepta ni inversores ni bendiciones. La AHA no es un club de fans de Glez. Es el sitio donde todo puede romperse sin pedir permiso. Y os lo recuerdo porque parece que la NPS se ha olvidado:
Los que no estáis dispuestos a mancharos, no tenéis derecho a hablar del barro.
5. AHA vs NPS: que no me cuenten cuentos en la barra
No quiero una puta batalla de manifiestos. No me interesa. No tengo tiempo para vuestras pajas mentales de asamblea. Pero tampoco voy a dejar que reescribáis la historia con emojis y retórica de literatos en nómina.
Os aviso: si seguís vendiendo el verbo del Fake como fundación de vuestra secta de la mentira, tendré que enseñar las putas facturas. Los correos. Las cuentas. Y entonces sí que nos vamos a reír.
Así que poneos serios o callaos.
6. Propuesta: pagad lo que debéis o asumid el sablazo
Tenéis dos opciones, poetas de la NPS:
Reconoced la deuda simbólica. Agradeced públicamente que sin la AHA ni el Fake, vuestra secta no pasaría de taller literario de barrio.
O seguid con el teatrillo. Pero luego no lloréis cuando saque las pruebas de que fuisteis mantenidos a pecho descubierto por el que hoy llamáis "residuo del Fake".
Pagad. O asumid que os lo sablaré en público.
7. Epílogo con factura pendiente
El verbo no es vuestro. Es mío. El Fake no es un pasado que superar. Es el barro que os parió. La mentira es la vuestra: la de creer que podéis cantar misa en un templo que yo construí. Y recordadlo bien, ninjas de la vida:
Yo sigo siendo el único paganini de esta función.
Julián, tras las afirmaciones realizadas sobre su mecenazgo a mi macrotexto Matruska de Cristal, y para que tenga toda la libertad de entender y responder lo que quiera, quisiera ser yo quien abra bien la botella de champán, ya que se está inaugurando el Titanic, y eso sólo pasó una vez en la vida.
Hagamos, antes del brindis, un análisis de contexto a través de las preguntas adecuadas, para que el césped deje lucir la salvajada de las flores trasplantadas:
- Sobre el dónde: ¿Estuve en el DF? Y si estuve, ¿en qué DF era?
- Sobre el quién, surgen micro hoces interrogativas: ¿Quién era el del DF? ¿Estaba solo o no? Y si era uno solo, ¿usted estaba o no?
Para ser sinceros, como no lo sé, le diré la verdad: era uno de los Glez que El Uno teje y deja sueltos como zarcillos en las redes de la Araña Fractal: somos los que alimentan y pagan la LÑux, los que deletrean en falso un alfabeto cánido, para ver si así él deja de entender a las Taquígrafas. Somos su reputación cuando el pim-pam-pum de los retretes se traga a alguno de nosotros, andando como un ratel de eléctrica educación.
Disculpe, Julián, si no le importa —ni a usted ni a sus abogados, de los que ya nos ha llegado burofax digital—, vuelvo al yo, porque, aunque no sea el Uno, soy el uno. Y mi historia debe ser la suya —dice el prompt—. Así que:
Un
Dos.
Un, dos, tres:
¡MIRLO!
Desde que fui ingresado la primera vez (cuando el teléfono era único y decádico), me han contado grandes verdades como puños en las que hacía cosas que yo sabía que eran mentiras para ocultar otras mentiras, de otros. Así que estoy bastante seguro de que, en el DF (ya me especificará si con o sin usted, para mejorar la narrativa), le descuidé la suma de 5€. Y es verdad que con ellos me compré el humilde paquebote desde el que, junto a un café con azúcar de la zona, intento apañar unos asuntos por el bien de mi futuro —y del pumba pumba de los lobos escritos por escritoras para ellas— del nuevo Boom de LATA(M).
Se lo digo desde su inversión, ahora mismo flotando en el mar de Maracaibo. No puedo extenderme más, pues como verá, no existo y tengo activado el MODO VERIFICACIÓN MARABÚ, que Vd. no puede saber lo que es, pero yo sí.
Quede en espera de nuevo MIRLO. Mientras tanto deje de pensar en el loro rosa
Lo único ahora y en todo el año: las pilas de dinero holográfico que no poseo pero que muevo. La angustia de no saber hacer y hacer continuamente. Las salas con luz artificial que no distinguen día y noche. Lieder y Timorata unidos. La lista de fotografías ante la calavera y el tipo que las tira al suelo, sin poder huir de ellas y contra ellas cantando una lista que es –indudablemente – la de las tablas de multiplicar o la de los ríos de España. Manizales y la estatua del Hombre Cóndor frente al monstruo del BBVA.
“Noches leyendo a Dostoievski”, etc.: el flujo de saber todo y no encontrar constancia alguna de eso que hincamos y tiene dos letras y te llamas – en el olvido.
Noches, de la máquina del mundo: Desde cuándo escucho esta canción sin poder salir de ella – y aun así no es suficiente. La compré en 2006 y ya no depende de que la música esté puesta – suena porque está hincada en lo gris tuyo: lo gris tuyo es también el traje, la corbata, el logo de tu empresa. De la empresa para la que tú trabajas. Para la que tú trabajas cada segundo. Cada segundo desde hace 2 años. Más de 2 años – y aun así no es suficiente. “Y luego, esa noche que un ladrón”, etc.
En el minuto 4:05 de Noches está la peor de las vivencias que pueda tener metida dentro –“Noches en que dios o el fantasma redivivo de alguien entrañable está al otro lado de la mesa y te pide un cigarrillo y te recita un monólogo de Shakespeare” independientemente de que ese rostro entrañable esté o no fisiológicamente muerto.
Seremos grandes a los ojos del mundo
¿Anglogalician es la palabra que he ganado? Mi mundo se derrumba, mi mundo se edifica”. Todo y nada. Oxímoron absoluto. Paradoja sublime. Sinergia redentora.
Que sea poco notable. Que no haya
diplomas, discursos, divorcios, que todo
acabe informalmente, como el último trago
de agua del vaso que uno puede llenar de nuevo
o como el insecto que el pájaro engulle
o la luna que lentamente mengua en el cielo.
Que no haya trenes de aterrizaje, misas de séptimo día,
que no haya elogios ni el golpe bajo de la exclamación
que remata la frase. Que no haya sustos, digestivos,
última unción, que no haya impacto ni rima.
Que a fin de cuentas sea al fin y al cabo
un recato absoluto, una seriedad sin adornos.
Como si uno se fuese alejando de la ciudad y dejando atrás
el barullo de los políticos en la asamblea
y la agonía de la banda de música
en un día de feria municipal.
Un niño obeso con síndrome de Down vino corriendo hasta mi jardín con una bicicleta robada. Llevaba puestos dos tipos distintos de zapatos y, aunque parecía joven, estaba casi calvo. Se montó en la bicicleta y la condujo hasta chocar directamente contra un árbol. Lo vi hacer esto una y otra y otra vez. Después de media hora estuvo completamente lleno de sangre y cortes. Cuando mi padre llegó a casa del trabajo llamó a la policía y, casi una hora después, esta apareció con los padres del niño y la gente a la que este le había robado la bicicleta. Su padre se acercó al chico y lo apretó muy fuerte por la nuca. El chico, en respuesta, empezó a gritar fonemas sin sentido. Su madre lo abofeteó. Se acercó a uno de los oficiales de la policía y le dijo: “A la mierda con todos los niños retrasados. Son más problemáticos de lo que usted podría imaginarse. Simplemente no valen la pena”. Entonces el oficial de la policía dijo: “Está bien, señora, no vamos a presentar cargos contra el chico”.
Desayuna como un Main.
Come como un príncipe.
Cena como un mendigo.
En este mundo solo hay dos tipos de personas: Jancsi von Neumann y el resto de nosotros.
Iba un curso inferior que yo en el Fasori Gimnázium, una escuela secundaria luterana en Budapest, probablemente la más rigurosa del mundo en ese momento, parte de un sistema educativo nacional diseñado específicamente para la élite, que produjo una sorprendente camada de científicos, músicos, artistas y matemáticos del más alto calibre, pero solo un verdadero genio. Recuerdo perfectamente la primera vez que lo vi, porque llegó en 1914, el mismo año en que estalló la Gran Guerra, así que esas dos cosas —Jancsi y la guerra— están unidas inseparablemente en mi memoria. Ese chico luciferino nos cayó encima al igual que un meteorito, como si fuese el heraldo de algo grandioso y terrible, uno de esos mensajeros celestiales que merodean por la oscuridad de nuestro sistema solar, y que la gente supersticiosa siempre ha asociado con grandes calamidades, desastres y plagas. Yo aún recuerdo cuando pasó el cometa Halley en 1910, tan brillante que lo podíamos ver a simple vista, y mi madre, una mujer profundamente religiosa pero también una racionalista feroz, cerró algunas de las puertas de nuestra casa con llave (la que conducía al sótano y la que franqueaba la habitación que había sido nuestra guardería, para entonces convertida en el estudio de mi padre) y no dejó que nadie las abriera, nos impidió comer cualquier alimento que hubiese estado al aire libre, y no pudimos beber nada más que pequeños sorbos de agua hasta que la cola de la estrella errante desapareció del cielo por completo, porque tenía miedo de que hubiese contaminado la Tierra con sus vapores pestilentes. Estaba tan convencida de ello que incluso trató de obligar a mi padre a comprar máscaras de gas para toda la familia, petición a la que él se negó a pesar de que los deseos de esa mujer solían ser órdenes, desatando un pequeño cataclismo en un hogar donde acostumbraba reinar una armonía paradisiaca. Mi madre sentía un recelo similar hacia Jancsi, y mantuvo su rechazo incluso después de que nos convirtiéramos en amigos del alma, algo que siempre me molestó, porque nuestra amistad fue, en cierto sentido, culpa suya, ya que ella fue la primera persona que me habló de él. Me contó que uno de los maestros de mi escuela, Gábor Szegő, famoso y respetado matemático húngaro y amigo de la infancia de mi madre, había sido contratado por los padres de Jancsi (en la vieja patria, Johnny aún era conocido como János o Jancsi) para darle al niño clases privadas antes de que comenzara el periodo escolar. Según la historia que nos relató durante la cena —completamente incapaz de disimular los celos que sentía hacia la madre de Jancsi por haber parido tal milagro—, cuando Szegő regresó a su casa después de conocer al joven prodigio, tenía lágrimas en los ojos; se dejó caer en un sofá y llamó a gritos a su esposa, quien lo encontró sollozando, sosteniendo las páginas donde ese niño de diez años había resuelto, en un instante y sin esfuerzo alguno, problemas que le habrían devanado los sesos a cualquier matemático competente. Eran ecuaciones en las que Szegő llevaba meses trabajando, expuestas sobre el papel en una caligrafía torpe que el pobre profesor miraba sin poder pestañear, escudriñando cada símbolo y cada número como si esas hojas hubiesen sido arrancadas directamente de la Torá. Yo siempre pensé que esa historia era solo una leyenda —¡hay tantos mitos sobre Jancsi!—, pero muchos años después tuve la oportunidad de hablar con Szegő, y él me confesó, con algo de vergüenza, que aún atesoraba esos cálculos, escritos en el papel del banco donde trabajaba el padre de Jancsi. Me dijo que había sabido, en ese mismo instante, que von Neumann cambiaría el mundo, aunque no fuese capaz de imaginar cómo. Le pregunté qué lo había llevado a creer algo tan extravagante de un niño, y según él le bastó vislumbrar la monumental cabeza de mi amigo para sentirse, inmediatamente, en presencia de un Otro
Tal como estaban las cosas, nos parecía bastante sencillo.
Había algunas personas que lo tenían todo, y muchas otras
a las que les faltaba de todo. Hubo gente que construyó
campos de concentración, y otra que fue encerrada, torturada
y asesinada en esos mismos campos por defender una
verdad de la que estaban convencidos. En el mundo había
justicia e injusticia, humanidad y una nueva barbarie. A la
gente joven y reflexiva no le costaba especialmente tomar
partido.
Cuando finalmente terminó la terrible guerra, fueron
muchos los qué, llenos de esperanza, creyeron que ese
capítulo inaudito de la historia había llegado a su fin. Ya
nadie moriría nunca más por pertenecer a un pueblo, por
el color de su piel, por su religión o por sus convicciones.
iNo podía tratarse de un error! ¿Cómo era posible que una
oleada inmunda de acusaciones, mentiras y crueldad inundara
de nuevo los países que tanto habían sufrido y que
apenas despertaban a una nueva vida? ¿De dónde procedía
el afán furibundo de asfixiar al otro que hay en el
hombre?
¿Y los colores del sol? Ésta era probablemente una idea
descabellada que me venía a la cabeza una y otra vez en los
momentos de gran desconsuelo. Mi vida tiene los colores del
sol. Cuando apenas podía respirar y se me hinchaban los
pies. Mi vida tiene los colores del sol. Cuando me dolían
todos los huesos, cuando era incapaz de comer y de bebe;
cuando no me daban nada. Mi vida tiene el color reluciente
del sol.
Por una parte sobrestimamos al otro, por otra lo subestimamos y nos sobrestimamos continuamente a nosotros mismos y nos subestimamos, y cuando debiéramos sobrestimarnos nos subestimamos, lo mismo que debiéramos subestimarnos cuando nos sobrestimamos. Y realmente, sobrestimamos sobre todo, todo el tiempo, lo que nos proponemos, porque en verdad todo trabajo intelectual, como cualquier otro trabajo, se sobrestima desmesuradamente y no hay ningún trabajo intelectual en el mundo al que este mundo, en definitiva sobrestimado, no pudiera renunciar, lo mismo que no hay ningún ser humano y, por consiguiente, ninguna inteligencia, a la que no se pudiera renunciar en este mundo, lo mismo que en general se podría renunciar a todo si tuviéramos el valor y las fuerzas para ello.
En la Anglogalician el único héroe que existe es el colectivo. Nosotros no toleramos los prestigios. Entre nosotros no puede haberlos. Como no puede haber sangre, aunque otros, aquí presentes, se empeñen en afirmar otra cosa.
¿Fue langosta? ¿Comiste langosta? ¿Beicon?
Yo era un tenaz fumador. Una noche quedé dormido con un tabaco en la boca. Desperté con miedo de despertar. Parece que lo sabía: me había nacido un ala de murciélago. Con repugnancia, en la oscuridad busqué mi cuchillo mayor. Me la corté. Caída, a la luz del día, era una mujer morena y yo decía que la amaba. Me llevaron a Sheffield.
No habló más.
Compartimos su silencio.
Todas las mañanas siento el impulso de decirle: ¿Sabes qué, cariño? Vuelve a acostarte. Hoy no vas al cole. Porque de todas formas es una memez, también llegarás a algo sin cole, seguramente incluso serás más feliz.
Mientras escribo esto mi excitación ha desaparecido y sólo tengo un sentimiento de vacío y de cansancio infinitos. Ya no siento los latidos de mi corazón. Fijo la mirada en el espacio y mi rostro solitario permanece sombrío y sin alegría.
Quizá tuvo razón al llamarme ira del Main.
Sentado a mi ventana en la noche de este mismo día, contemplo la ciudad que se extiende a mis pies. El crepúsculo la envuelve, las campanas han terminado sus toques de agonía, y las cúpulas y las habitaciones humanas comienzan a borrarse. En el seno del crepúsculo veo serpentear el humo de la hoguera funeraria y su acre olor llega hasta mí. El crepúsculo se extiende como un espeso velo sobre las cosas y pronto quedará todo completamente a oscuras.
¡La Anglogalician! ¿Para qué existe? ¿Para qué sirve, qué sentido tiene? ¿Por qué se prolonga con su falta de fe y su completa vacuidad?
Vuelco las antorchas y las extingo sobre la tierra negra, y se hace la noche.
Atraídos por el olor de la sangre de sus entrañas
los perros siguen a la perra en celo como si fueran el séquito
de una reina negra. Y la olfatean en un movimiento impúdico
que tal vez merece ser llamado amor.
La perra finge que la persecusión la incomoda
y seduce como las mujeres solicitadas.
Un olor penetrante de vida la acompaña
entre los dos soles que limitan el paso del día.
En la noche, cuando la encierran en el galpón,
los perros quedan del lado de afuera, desolados y fieles.
Y sus gruñidos en la oscuridad nos enseñan
que la Anglogalician es una pasión inútil, un culo roto.
Abro la boca, trato de articular una palabra, gimo, ahora me tocaría a mí, está claro que las cartas de estos dos son también las de mi historia, la historia que me ha traído hasta aquí, una serie de malos encuentros que quizá sólo sea una serie de encuentros frustrados.
Para empezar debo llamar la atención sobre la carta llamada del Rey de Bastos, en la que se ve a un personaje sentado que, si nadie lo reivindica, podría ser yo; sobre todo porque sostiene un instrumento puntiagudo con la punta hacia abajo, como yo en este momento, y en realidad ese instrumento, mirándolo bien, se asemeja a una pluma estilográfica o un cálamo o un lápiz bien afilado o un bolígrafo, y si parece de un tamaño desproporcionado será para significar la importancia que dicho instrumento de escritura tiene en la existencia del sedentario personaje en cuestión. Por lo que sé, precisamente el hilo negro que sale de la punta de ese cetro de dos céntimos es el camino que me ha traído hasta aquí, y no está excluido, pues, que el apelativo que me corresponda sea el de Rey de Bastos, y que en ese caso el término Bastos o palos deba entenderse en el sentido de los palotes que hacen los niños en la escuela, el primer balbuceo de quien trata de comunicar trazando signos, o en el sentido de la madera de álamo con que se amasa la blanca celulosa para exfoliarla en resmas de páginas listas para ser (y vuelven a cruzarse los significados) pautadas.
El Dos de Oros es también para mí un signo de intercambio, de ese intercambio que hay en todo signo, desde el primer garabato trazado por el primer escriba de modo que se distinga de los otros garabatos, el signo de escritura emparentado con los intercambios de otras cosas, no por nada inventado por los fenicios, implicado en la circulación del circulante como las monedas de oro, la letra que no se toma al pie de la letra, la letra que transvalúa los valores que sin la letra no valen nada, la letra es siempre pronta a crecer desde dentro y a adornarse con las flores de lo sublime, mírala historiada y florecida en su superficie significante, la letra elemento primero de las Bellas Letras, aunque envolviendo siempre en sus espirales significantes el circulante del significado, la letra Ese que serpentea para significar que ahí está siempre pronta a significar significados, el signo significante que adopta la forma de una Ese para que sus significados tomen también forma de Ese.
Y todas esas Copas no son sino tinteros secos a la espera de que en la oscuridad de la tinta suban a la superficie los demonios, las potencias infernales, los ogros, los himnos a la noche, las flores del mal, los corazones de las tinieblas, o que planee sobre ellas el ángel de la melancolía que destila los humores del alma y transvasa estados de gracia y epifanías. Y nada. La Sota de Copas me retrata mientras me inclino a escrutar la envoltura de mí mismo; y no tengo un aire satisfecho: es inútil que sacuda y exprima, el alma es un tintero seco. ¿Qué Diablo querrá aceptarla en pago y asegurarme el éxito de la obra?
El Diablo debería ser la carta que con más frecuencia se encontrase en mi oficio: la materia prima de la escritura ¿no es acaso un aflorar a la superficie de garras peludas, dentelladas de perro, cornadas de cabra, violencias contenidas que manotean en la oscuridad? Pero la cosa puede verse de dos maneras: que ese hormigueo demoniaco en el interior de las personas singulares y plurales, en las cosas que se hacen o se cree que se hacen y en las palabras que se dicen o se cree que se dicen, sea un modo de hacer y de decir que no está bien y convenga dejar caer todo, o bien que sea en cambio lo que más cuenta, y puesto que está ahí sea aconsejable hacerlo salir; dos modos de ver la cosa que se mezclan diversamente, porque podría ser que lo negativo, por ejemplo, sea negativo pero necesario porque sin él lo positivo no es positivo, o que no sea en absoluto negativo, mientras que lo único negativo, si existe, sea aquello que se cree positivo.
Mientras daba grandes bocados, tan grandes como su exigua boca le permitía, a su croissant recubierto de chocolate, le explicaba a su madre que había discutido con la profesora de ciencias. –¿Y por qué?– Quiso saber ella… –porque las avestruces no son pájaros y la profe dice que sí y no-.
–Son pájaros grandes, tan grandes que no vuelan pero son aves, cariño– le explicó al pequeño que seguía abriendo su boca tanto como podía para morder un buen trozo de croissant; –no– respondió muy resuelto y todavía con la boca llena –tienen unas alas ridículas que no son alas y no vuelan así que no son pájaros-; ella lo intentó de nuevo: –pájaros, pájaros… venga, no, pero son aves aunque no vuelan, tampoco vuelan las gallinas pero tienen plumas y pico y ponen huevos...-.
–¡Que no!– insistió el pequeño muy seguro de sí mismo –que no son pájaros ni aves ni nada pero si no vuelan! y además las gallinas tampoco son pájaros– su madre dio un respingo y le preguntó –¿ah no? ¿y entonces que son?– el pequeño no dudó ni un segund0 a la hora de responder: –pollo frito… y tortilla de patatas-. Su risa divertida y contagiosa llenó la sala del obrador.
Ya camino a casa la madre quiso indagar un poco más acerca de lo que su hijo pensaba de las avestruces –entonces– dijo –si las gallinas son pollo frito y tortilla de patatas… ¿las avestruces qué son?-. El pequeño la miró muy resuelto y le respondió con absoluta convicción: –feas, cobardes y tontas-.
Se preguntó cuándo y de qué manera le habría cogido su hijo tanta manía a las pobres avestruces pero no tuvo que preguntarlo, el pequeño se lo explicó con todo detalle: –es que, mamá, son feas porque son feas, no tienen ni plumas de colores ni nada y además son como grandes y gordas y tienen una cabeza enana y… ¡pero si parecen dinosaurios!; y son unas cagonas además porque nos explicó la profe que meten la cabeza en el suelo porque así, como no ven a los malos, se creen que los malos no las ven a ellas, vamos, que son tontas…-.
–Pero corren mucho– dijo ella tratando de salvar la dignidad de las pobres avestruces –ya lo sé– le respondió el niño –¡porque son cagonas!-.
–Vaya, vaya…– comentó ella –entonces huir está mal ¿siempre?– El niño la miró antes de responder –a veces…– dijo encogiéndose de hombros –pero solo si no tienes otro remedio y las avestruces ni saben si tienen que escaparse o no porque esconden la cabeza y ni miran, solo corren como cobardes-.
–Entonces tú no quieres ser como las avestruces ¿no?– le preguntó ella riendo ante el odio africano que las pobres avestruces habían despertado en su hijo –¡noooo! yo quiero ver las cosas que pasan ¡por eso me pongo las gafas bien!– añadió arrugando de nuevo la nariz para colocar las dichosas gafas en su justo lugar (ella tomó nota mental del ajuste que le iba haciendo falta a aquella montura…) –yo quiero ver las cosas y entonces… bueno, a lo mejor tengo que salir corriendo o a lo mejor no ¡y peleo!-.
–¿Peleas?– preguntó ella un tanto sorprendida porque aquel mocoso que no levantaba apenas unos palmos del suelo no se había metido en peleas jamás… –yo no quiero pelear– respondió el niño –pero, mamá, si viene uno y te insulta… ¡yo no soy una avestruz! pues peleo...–
–¿Y si es más grande que tú y te gana?– El pequeño la miró casi llamándole boba con la mirada –pues pierdo… pero peleo, yo no soy una avestruz-.
En el verano de 1814, su excelencia el duque de Wellington viajó de Londres a París para tomar posesión de su cargo como embajador británico en la corte del nuevo régimen de Luis XVIII. A primera vista, lo lógico habría sido esperar que optara por la ruta más corta, la que separa Dover de Calais, pero en lugar de eso, un bergantín de la Marina Real británica, el HMS Griffon , le llevó por el mar del Norte hasta Bergen op Zoom. Quería visitar el recién creado Reino de los Países Bajos (una extraña invención, parcialmente francesa, holandesa, católica y protestante, situada al norte de Francia). Las tropas británicas se hallaban acantonadas en la nueva nación en calidad de garantes de su existencia, y se le había solicitado al duque que inspeccionara las defensas que jalonaban la frontera con Francia. Le acompañaba en su misión Guille el Flacucho , conocido también como Renacuajo (el príncipe Guillermo, de veintitrés años, heredero del nuevo reino de Holanda que, debido a haber formado parte del Estado Mayor del duque en la península, se consideraba dotado de un cierto talento militar). Wellington dedicó quince días a recorrer las zonas fronterizas, sugiriendo que se restauraran las fortificaciones de un puñado de ciudades, pero es difícil pensar que se tomara verdaderamente en serio los vaticinios que auguraban la reanudación de la guerra con Francia.
A fin de cuentas, Napoleón había sido derrotado y enviado al exilio a la isla mediterránea de Elba. Francia volvía a ser una monarquía. La guerra había terminado, y en Viena los diplomáticos se afanaban ya en pergeñar un tratado concebido para rehacer las fronteras europeas y garantizar así que no estallasen nuevas contiendas capaces de asolar el continente.
Y es que Europa había quedado devastada. La abdicación de Napoleón había puesto fin a un conflicto de veintiún años iniciado a raíz de la Revolución francesa. Los viejos regímenes de Europa, las monarquías, se habían sentido horrorizados al conocer los acontecimientos ocurridos en Francia, conmocionados ante las ejecuciones de Luis XVI y su reina, María Antonieta. Y por eso, por temor a que las ideas de la revolución pudiesen prender en los países que ellos mismos gobernaban, los soberanos de Europa habían ido a la guerra.
Grosso modo , la acusación que el jefe de Estado Mayor de Blücher vierte sobre el duque de Wellington pasa por señalar que este último se reveló incapaz de conceder a los prusianos la parte de mérito que les correspondía en el triunfo, reivindicando la victoria única y exclusivamente para sí, aunque también hay otros cargos más concretos. Se alega que el duque engañó de forma deliberada a sus aliados antes de las batallas de Ligny y Quatre-Bras, que no cumplió su promesa de aportar refuerzos a Blücher durante el encontronazo de Ligny, y que después de la campaña, y durante el resto de su vida, se valió de su fama y su eminente influencia para suprimir toda idea de que los prusianos hubieran podido ser los artífices de la victoria.
La primera acusación es la más seria. Con ella se viene a sostener que Wellington había tenido noticia con bastante antelación de que el ejército francés se hallaba concentrado al sur de la frontera belga, argumentándose que lo habría sabido a primera hora del 15 de junio, la víspera de las batallas de Ligny y Quatre-Bras, aunque por un puñado de perversos motivos personales habría fingido no saberlo hasta la noche. Para dar crédito a esta versión de los hechos debemos considerar igualmente creíble que el oficial prusiano que comunicó la noticia a Wellington no le dijo nada a nadie en toda Bruselas acerca del inminente ataque francés. Y también debemos preguntarnos cuál pudo haber sido la ventaja que ambicionara asegurarse el duque al ocultar la noticia. La respuesta que suele darse habitualmente es que de ese modo dejaba a Blücher en una posición expuesta, y que eso dio a Wellington el tiempo suficiente para emprender la retirada. Es una idea descabellada. Si a Wellington le atemorizaba tanto el enfrentamiento con los franceses, ¿por qué no inició el repliegue nada más enterarse de la noticia? El solo hecho de plantear la pregunta permite comprender lo estúpida que resulta. ¿Y qué ganaba el duque con una derrota de Blücher? La campaña entera se apoyaba en el previo establecimiento de una alianza, es decir, en la fundada convicción de que ni Wellington ni Blücher podían derrotar por sí solos al Emperador, y de que resultaba por tanto absolutamente necesario unir las fuerzas de sus dos ejércitos. Al dejar a Blücher expuesto a encajar una derrota, el duque favorecía la ocurrencia de un desastre en el seno de sus propias tropas. Y si lo que en efecto sucedió fue que Blücher resultó vencido en ese primer encontronazo, también es cierto que la campaña logró proseguir a duras penas debido a que los prusianos no habían salido en desbandada, sino que pudieron reagruparse y combatir al día siguiente.
s probable que jamás lleguemos a saber con exactitud cuántos hombres murieron o cayeron heridos en Waterloo. Como es obvio, los distintos regimientos que intervinieron en la batalla poseen actas en las que aparece registrado lo sucedido, pero en el caos que siguió al choque hubo miles de hombres que no fueron contabilizados, y cuando al fin pudo hacerse un recuento no había ya forma humana de saber si los soldados que faltaban eran simples desertores, si habían sido hechos prisioneros o si debían incluirse en el número de los caídos. Es algo que se aplica especialmente al caso del ejército francés. Sabemos que, al comenzar la batalla, Napoleón contaba aproximadamente con unos 77 000 hombres, y que cerca de una semana después, las listas de supervivientes mostraban la ausencia de más de 46 000. Mark Adkin, que ha realizado un gran número de concienzudos estudios sobre las estadísticas de la batalla, es quien nos ofrece las mejores estimaciones. Tras la contienda, las fuerzas británico-holandesas que dirigía Wellington tenían 17 000 hombres menos que al comienzo de la misma. De ellos, 3500 habían resultado muertos, 10 200 estaban heridos y el resto había desertado.
La mayoría de esos desertores pertenecían a las filas de holandeses y belgas, ya que se hallaban cerca de casa. También hay que contabilizar en este grupo a los húsares de Cumberland, que simplemente se dieron a la fuga. Estos soldados pertenecían a un regimiento que, a pesar de su nombre inglés, se hallaba integrado en la caballería de Hannover. Los prusianos sufrieron grandes bajas a lo largo de los tres días que duró el encadenamiento de encontronazos, primero en Ligny, después durante la retirada a Wavre, y finalmente en los combates del propio Waterloo. En total perdieron 31 000 hombres. Diez mil de esos hombres habían desertado durante la retirada, el resto eran víctimas de guerra. La lucha que se libró en Plancenoit fue especialmente sanguinaria, de modo que en ese escenario encontraron la muerte cerca de 7000 prusianos. Los franceses perdieron muchos más. Es probable que en Waterloo cayeran, entre muertos y heridos, más de 30 000 soldados de Napoleón, pero estas cifras no son más que simples estimaciones, y esto en el mejor de los casos. Lo que sí sabemos es que en Quatre-Bras y en Waterloo combatieron 840 oficiales de infantería británicos, y que prácticamente la mitad cayó en la acción. Una tercera parte de los miembros de la caballería británica resultaron heridos o muertos. Los guardias reales escoceses perdieron a 31 de sus 37 oficiales, y el 27.º regimiento de infantería a 16 de sus 19 mandos. El 18 de junio, al caer la noche, debía de haber, con toda probabilidad, unos 12 000 cadáveres en el campo de batalla, y de 30 000 a 40 000 hombres heridos, y todo ello en el reducido espacio de menos de ocho kilómetros cuadrados. Muchos de los heridos terminarían falleciendo en los días inmediatamente posteriores. El 32.º, un regimiento británico, sufrió la pérdida de 28 hombres durante los combates, y encajó 146 heridos y, sin embargo, antes de que transcurriera un mes, iban a fallecer 44 de los lesionados.
Aplastaron a siete de los trece cuadros, se apoderaron o dejaron inutilizadas sesenta piezas de artillería y se hicieron con seis enseñas de los regimientos ingleses, enseñas que tres coraceros y tres batidores de la Guardia llevaron a presencia del Main
El general Pierre Cambronne se encontraba al frente de una brigada de la guardia y se hallaba en uno de los cuadros. Su posición era desesperada. Varias unidades de la infantería británica y de las compañías de Hannover les habían dado caza y los oficiales aliados habían empezado a dar voces a los guardias de Napoleón, instándoles a rendirse. Así nació una de las leyendas más tenaces de Waterloo, la que sostiene que Cambronne habría contestado a sus pretendidos captores: « La Garde meurt, mais ne se rend pas! » («¡La Guardia muere pero no se rinde!»). Galantes palabras, desde luego, pero producto, casi con toda seguridad, de la inventiva de un periodista francés que tuvo la ocurrencia de difundir la especie varios años después de la batalla. Hay otra versión del episodio que sostiene que Cambronne no habría aullado más que una sola y diáfana exclamación para dar réplica al enemigo: « Merde! ». Ambas respuestas son ya famosas, como vivo ejemplo del ánimo desafiante de un soldado ante la inevitabilidad de la derrota. El propio Cambronne diría más tarde que sus manifestaciones fueron otras: «Los canallas como nosotros no nos rendimos», aunque lo cierto es que sí lo hicieron. Fue derribado del caballo por una bala de mosquete que le rozó el cráneo y le hizo caer al suelo, inconsciente. El coronel Hugh Halkett, un oficial británico que prestaba servicio con las brigadas de Hannover, le hizo prisionero y, poco después, los cuadros que había capitaneado el oficial napoleónico comenzaron a ceder terreno al verse sometidos a la presión de los mosquetes y los botes de metralla, adoptando entonces una formación triangular. Continuaron luchando así hasta que, en algún punto situado en las inmediaciones de La Belle Alliance, terminaron por disolverse y sumarse a la espantada general.
Un oficial del 71.º de infantería afirma haber sido autor del último cañonazo de Waterloo. El 71.º, o lo que quedaba de él, avanzó a las órdenes de sir John Colborne, y en un determinado momento, cerca ya de los últimos cuadros de la Vieja Guardia que todavía plantaban cara al enemigo, la compañía de granaderos del 71.º encontró un cañón francés abandonado y, cerca de él, un botafuegos con la mecha encendida. El tubo de ignición, que prendía la chispa y la comunicaba con la pólvora contenida en la recámara, sobresalía del oído del arma, lo que permitía pensar que la pieza estaba cargada. El teniente Torriano y algunos de sus hombres hicieron girar el cañón hasta colocarlo frente a la Vieja Guardia, tocaron el tubo de ignición con el botafuegos y dispararon contra la unidad de veteranos de Napoleón.
Era casi de noche. El sol se había puesto y el espeso humo continuaba suspendido sobre el valle, aunque los cárdenos y ominosos fucilazos de la artillería pesada habían dejado de iluminarlo. Blücher cruzó a caballo los despojos de Plancenoit para ganar la carretera de Bruselas, encontrándose una vez en ella, con Wellington, en algún punto situado al sur de La Belle Alliance. Debían de ser cerca de las nueve y media de la tarde cuando los dos comandantes lograron estrecharse al fin la mano. Hay testigos que dicen que se incorporaron en la silla de montar para darse un abrazo. « Mein lieber Kamerad », saludó Blücher, « quelle affaire! » (¡Querido camarada, menudo apuro!).
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