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Weer Balking Pola Nazón De Breogán.


Las ideas nacen dulces y envejecen feroces


 O País da Galiza exhibe 313 concellos. Inglaterra, si redondeamos al alza, cuenta con unas 10.500 civil parishes. Todos los Porcos Bravos nacen reyes y mueren en el destierro. Menos uno. 

- La Distancia. ¿Cuántas veces yo pensé volver? Na Galiza, la mínima exigida es de 23.788 metros. Y la máxima se fija en 34.666 metros. Ni un metro arriba o abajo de estas dos cifras.

- La Duración. El Weer Balking no podrá durar en ningún caso, menos de 6 horas con 6 minutos y seis segundos ni más de 13 horas con 13 minutos y 13 segundos. Siempre computadas en el plazo de un día natural.

- El Trayecto del Balking. Un pie delante de otro. Eso que llaman caminar. Prohibido correr o hacer marcha. Y os tiene que doler. Nada de llanear todo el rato o ir por la sombra. La ruta, que puede ser circular, en diagonal o como ustedes quieran, debe incluir repechos salvajes, cambios de ritmo, corredoiras y pistas deturpadas. Está prohibido recorrer caminos trillados y señalizados por la superstición asiática. Debe transcurrir sí o sí por 3 concellos pero nunca por más de 5.

- Las Paradas de la Weer. Se valoran especialmente tascas, tabernas, tugurios y furanchos con el encanto de lo enxebre y una antigüedad anterior a 1974. También se tendrán en cuenta para el solaz de la comunidad, los archiconocidos watering holes oficiales del porcobravismo rampante. Como no lo estamos poniendo fácil, todo lo demás lo fiamos al sentido común y al olfato del caminante. Las paradas no pueden ni deben ser inferiores a 6 ni superiores a 15. Es indiferente el detenerse a beber en cada concello atravesado o el concentrar todas las paradas en uno solo. Importa el número, no el lugar.

- Número de participantes. Uno es soledad y nueve gangbang de Nazgûl.

- Ingesta de la gesta. Un mínimo de una cerveza por local. La unidad básica a efecto del recuento es la botella de 33 cl y a mayores, nunca se podrá superar el contenido de una yarda. Como se puede repetir, no hay un máximo de consumo pero apelamos otra vez al sentidiño del caminante y a la importancia de su misión. Puntuará especialmente que la cerveza sea de nacionalidad gallega (tanto industrial como artesana) o inglesa.


The Turn of the Screw. Nadie piensa que deba recordarse lo que está escrito en un blog. Un blog, digo, se escribe para el olvido, deliberadamente para el olvido. Pero desde hoy, aquí se varan los primeros estatutos del Weer Balking, pues también somos lo que bebemos y caminamos por las sendas de la Anglogalician.


Y quizá todo sea mejor así, esperado y ebrio porque al llegar no puedes volver a Yardley Gobion, tan lejana y sola, ya no tan sola, ya paisaje sobrio que habitas y usurpas, nunca, nunca quiero llegar a Yardley Gobion aunque sepa los caminos de memoria.

444 comentarios:

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  1. el caro vuelo de Ícaro dixo...
  2. Vendo un par de alas de pluma y cuero, apropiadas para humano adulto. Sólo un vuelo. Ligeramente dañadas por el sol.

  3. ¿Por qué la pionta 200 no tiene avatar ad hoc? dixo...
  4. A le Main se le ocurrió un deporte que empezaba “A le Main se le ocurrió un deporte que empezaba “A le Main se le ocurrió un deporte que empezaba “A le Main…”””

  5. 0 Comentarios dixo...
  6. Dase conta agora de por que os libros son odiados e temidos? Amosan os poros da faciana da vida. A xente comodona so desexa caras de lúa chea, sen poros, sen pelo, inexpresivas. Vivimos nunha época na que as flores tratan de vivir de flores, en lugar de medrar grazas á choiva e o negro esterco. Mesmo os fogos artificiais, pese á súa beleza, proceden da química da terra. Así e todo, pensamos que podemos medrar manténdonos con flores e fogos artificiais, sen completar o ciclo, de regreso á realidade. Coñecerá vostede a lenda de Hércules e de Anteo, o loitador xigantesco, cuxa forza era incrible en tanto estaba chantado en terra. Pero cando Hércules o sostivo no ar, sucumbiu facilmente. Se nesta lenda non hai algo que pode aplicarse a nos, hoxe, nesta cidade, entón é que estou completamente tolo. Bo, aí, está o primeiro do que dixen que necesitabamos. Calidade, textura de información
    - E o segundo?
    - Ocio
    - Oh, dispoñemos de moitas horas despois do traballo
    - De horas despois do traballo, si, pero, e tempo para pensar? Se non se conduce un vehículo a cento cincuenta quilómetros por hora, de modo que so pode pensarse no perigo que se corre, estase intervindo nalgún xogo ou se está sentado nun salón, onde é imposible rifar co televisor de catro paredes. Por que? O televisor é "real". É inmediato, ten dimensión. Diche o que debes pensar e dino a berros. Ha de ter razón. Semella tela. Asobállate tan apremiantemente para que aceptes as túas propias conclusións, que a túa mente non ten tempo para protestar, para berrar: "Que parvada!"
    - So a "familia" é xente [refírese ás persoas que aparecen no televisor de catro paredes]
    - Que dis?
    - A miña esposa afirma que os libros non son "reais"
    - E grazas a Main por iso. Un pode pechalos, dicir: "agarda un momento". Un actúa como un deus. Pero, quen se ten arrincado algunha vez da garra que o suxeita unha vez instalado nun salón con televisor? Dalle a un a forma que desexa! É un medio ambiente tan auténtico como o mundo. Convírtese e é a verdade. Os libros poden ser combatidos con motivo. Pero, con todos os meus coñecementos e escepticismo, nunca fun capaz de rifar cunha orquesta sinfónica dun centenar de instrumentos, a toda cor, en tres dimensións, e, formando parte, ao mesmo tempo, deses incribles salóns. Como ve, o meu salón consiste unicamente en catro paredes de xeso. E aquí teño isto -amosoulle dous pequenos tapóns de goma-. Para as miñas orellas cando viaxo no "Metro".
    - "Dentífrico Denham"; non mancha nin se reseca- dixo Montag cos ollos pechados-. Onde iremos a parar? Poderían axudarnos os libros?
    - So se a terceira condición necesaria puidera sernos concedida. A primeira, como dixen, é a calidade da información. A segunda, ocio para asimilala. E a terceira: o dereito a emprender accións baseadas no que aprendemos pola interacción ou pola acción conxunta das outras dúas. Cústame crer que un vello e un bombeiro arrepentido poidan facer gran cousa nunha situación tan avanzada.

  7. Eire Brezal dixo...
  8. No tienes que ser buena.
    No tienes que atravesar el desierto
    de rodillas, arrepintiéndote.
    Sólo tienes que dejar que ese delicado animal

    que es tu cuerpo ame lo que ama.

    Cuéntame tu desesperación y te contaré la mía.
    Mientras tanto, el mundo sigue.
    Mientras tanto, el sol y los guijarros cristalinos de la lluvia avanzan por los paisajes, las praderas y los árboles frondosos, las montañas y los ríos.
    Mientras tanto, los gansos salvajes, que vuelan alto en el aire azul y puro,vuelven nuevamente a casa.

    Seas quien seas, por muy sola que te sientas
    el mundo se ofrece a tu imaginación,
    y te llama, como los gansos salvajes, chillando con excitación anunciando una y otra vez
    tu lugar en la familia de las cosas.

  9. No hay fuera de juego? dixo...
  10. DEJÉNLO TODO, NUEVAMENTE
    LÁNCENSE A LOS CAMINOS

  11. Don Celta de Estorde dixo...
  12. Mientras viajes, no serás un hombre viejo. Pero el día en que decidas descansar, aunque sea mañana, lo serás.

  13. Jack Wilson dixo...
  14. [first lines]

    The Stranger: Beer... and a bottle.

    Lutie Naylor: Ain't much good, but it's all there is.

    [brings drinks]

    Lutie Naylor: You want anything else?

    The Stranger: Just a peaceful hour to drink it in.

  15. RODILLO dixo...
  16. ¿no escuchas el sanguinario paso de la secta, la marca repulsiva
    del investido de poderes, sus rapiñas, sus mañas, sus patrañas?

  17. Drake Hemlock dixo...
  18. Son homologables los weer balking por los 47 concellos de la Galiza Estremeira?

  19. Weer Balking dixo...
  20. Existe el Bien. Existe el Mal. Y si no tienes claro de qué lado estás es muy posible que estés en el erróneo.

  21. ¿De dónde vienes, digno Thane? dixo...
  22. Porque creemos que ahora tenemos que hacer algo más importante y si ese algo es patear y beber cerveza, es que algo no va por buen camino.

  23. Mike Fentos dixo...
  24. hay que salir de nosotros mismos para poseernos más vivamente.

  25. Célebre Jabalí Antropomórfico dixo...
  26. Me dilata frola, clima a mil, calor fatal idem.

  27. Tan loco como la bruma y la nieve dixo...
  28. El viejo adagio “El trozo ─ entero”, ¿no tendrá sentido?
    La Voluntad du Main restablecerá su verdad.

  29. Deacon Sangriento dixo...
  30. Forjado por el fuego. Ordenado por le Main. Denle la bienvenida al Weer Balking

  31. Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred dixo...



  32. Habra que esperar a 1968 para que el ciclo cinematográfico de la carga de la Brigada Ligera se complete. En los 32 años que transcurren entre la versión norteamericana y la versión inglesa el mundo se ha conmovido desde la raíz: la 2ª guerra mundial, la guerra fría, la descolonización y la emergencia del tercer mundo, la protesta que inflama los años 60 se corresponden, en todos los ámbitos de la creación cultural, con una acelerada renovación de los modelos y las miradas que hasta entonces habían servido para dar cuenta de la historia y la vida.

    En el ámbito del cine el neorrealismo en los 40 y la afirmación, en los 50, de escrituras individuales que se despegan de la convención narrativa preparan la eclosión de los nuevos cines que desde el final de esa década pero sobre todo a lo largo de los 60 van a transformar profundamente la manera de contar historias en imágenes. Si la Nouvelle Vague va a abanderar esa eclosión de Nuevos Cines lo cierto es que en Inglaterra la lucha por la renovación de los maneras tradicionales de contar coincide, sino antecede, al movimiento francés.

    La apasionada contribución de Lindsay Anderson al Angry Young Men’s Manifesto define en 1957 el impulso de renovación ética que corre paralelo a la renovación estética del movimiento y que seguimos encontrando en 1968 detrás de “The charge of the light Brigade”.(3) Si desde mediados de los 50 el Free Cinema había colocado bajo el ojo de la cámara a la Inglaterra contemporánea a través de los documentales y las obras de ficción de, entre otros, Reisz, Richardson, Anderson y Schlesinger y había dado voz e imagen a las clases trabajadoras ("people and events that had not been seen on the British screen" según la expresión de Karel Reisz), la evolución natural del movimiento que se inicia con el éxito de “Tom Jones” en 1963 aplicó esa mirada al pasado, al pasado histórico y literario, en películas de alto presupuesto. Entre 1963 y 1968 tiene lugar la renovación de los paradigmas de la adaptación literaria (la propia “Tom Jones” dirigida por Richardson), del cine histórico (“The Charge of the Light Brigade” también dirigida por Richardson) y de la biografía (“Isadora” dirigida por Karel Reisz, estrictamente contemporánea de la anterior).

  33. Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred dixo...
  34. Para abordar el texto en su condición dialógica no resulta ocioso especular sobre las razones que pudieron llevar a Woodfall, la productora fundada por Tony Richardson, John Osborne y Harry Saltzman en 1958, a realizar una nueva versión de “The Charge of the Light Brigade”. Elegir, entre el abundante repertorio de argumentos que la historia inglesa ha proporcionado y sigue proporcionando al cine, una historia ya contada en imágenes y convertida además en uno de los mejores exponentes del cine de género parece revelar la voluntad de marcar distancias, de utilizar la versión precedente como el instrumento de medida del progreso producido no solo en la expresión cinematográfica sino en la propia conciencia crítica hacia los valores del pasado en los que se siguen cimentando muchos de los valores del presente. La visión made in Hollywood de la historia de Inglaterra se postula como el antimodelo contra el que busca reaccionar el nuevo galope de los lanceros. “Antiheroic epic”, la descripción que hace Nina Hibin de la película dirigida por Tony Richardson… caracteriza de manera muy precisa la ambición del proyecto (4). Esa distancia con respecto a la versión canónica pre-existente mide el tránsito, en el cine, de la epopeya a la historia. Pero ese paso no es simplemente el de Homero a Herodoto, el de Virgilio a Cesar o a Salustio, o el de los cantares de la épica peninsular a la Estoria de España de Alfonso X. Es el salto de la exaltación heroica del pasado imperial al pesimismo crítico y culpable, a una reinterpretación de la historia inglesa que vuelve la espalda a la tradición whig para adentrarse en el horizonte teórico y los enfoques de la historiografía social pero que no por ello deja de sentir-y por tanto de transmitir-al espectador el brillo deslumbrador, la fascinación estética que ejerce el pasado contemplado desde el presente.

    El propio presente, en lo que tiene de más heroico, no es indiferente a la elección del sujeto. Sin duda el texto revela la herida abierta en la conciencia contemporánea por la liquidación del viejo orden colonial británico en los veinte años que median entre 1947 y 1968 y la irrupción de un nuevo colonialismo que se convirtió en uno de los motores de la rebelión cívica de los 60: la protesta contra la guerra de Vietnam de Berkeley a la Sorbona, de México a Milán, de Madrid a Berlín y que, en Inglaterra, culminó en marzo de 1968 con la llamada batalla de Grosvenor Square. Aunque frente a la insistencia de los críticos que insistían en descifrar The Charge 1968 con la clave contemporánea de la protesta antimperialista, Charles Wood, uno de sus dos guionistas, negó que la película tuviera que ver específicamente con Vietnam y apuntaba más genéricamente a la inutilidad de las guerras, de la que participa también su guión sobre la novela de Patrick Ryan, dirigida por Richard Lester solo un año antes, How I Won the War.

    Sea como fuere resulta evidente que el impulso que da origen al proyecto tiene un origen más antiguo, menos epidérmico y menos utilitario en la pasión compartida de John Osborne y Tony Richardson. Una pasión, como el propio Richardson ha reconocido, alentada por la lectura de The Reason Why, la mirada a la vez deslumbrada por “the majesty of war” y escandalizada por la incompetencia y la mezquindad, la paciente investigación de Cecil Woodham-Smith sobre las causas que condujeron a la pérdida de la Brigada Ligera.

  35. Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred dixo...
  36. Aunque quedó probado que Osborne en su guión no se limitó al libro de Woodham-Smith, utilizó una amplia variedad de fuentes, entre ellas la obra clásica de Kinglake, y contó con John Mollo, un dedicado documentalista experto en cuestiones militares, Harman Pictures, la productora del actor Lawrence Harvey, que se había hecho con una copia del guión, inició un procedimiento legal contra Osborne, argumentando que ellos poseían los derechos de adaptación cinematográfica de The Reason Why y que llevaban invertidas más de 200.000 libras en el proyecto. Sin duda el análisis de la disputa podría dar lugar a una interesante contribución sobre los límites, incluso legales, de la intertextualidad que debería incluso plantearse, en lo que hace a este caso, hasta que punto los hallazgos que los investigadores sacan a la luz, particularmente cuando son revelados por varias fuentes, son propiedad de los investigadores o forman parte del patrimonio compartido de la historia colectiva. Durante la vista la señora Woodham-Smith sostuvo que “el Sr. Osborne utilizó mi obra como base de su guión y copió una parte sustancial” mientras Osborne replicaba que “la Sra. Woodham-Smith parece engañarse al pensar que solo ella tiene acceso a toda la información histórica relevante”. Los retorcidos hilos de esa trama permitirían inspirar, a su vez, una sátira mordaz sobre los aspectos menos heroicos de la condición humana obligada a oscilar entre lo desgarrador (la áspera ruptura entre Osborne y Richardson que pone fin no solo a una intensa relación personal sino a una de las más brillantes colaboraciones del cine europeo moderno) y lo grotesco (las imágenes del cameo más caro de la historia del cine, las 60.000 libras que, para conseguir el acuerdo legal, además de una participación en los beneficios de la película, hubo que pagar a Lawrence Harvey por su fugaz aparición como Príncipe Radziwill terminó, amputado del montaje definitivo de la película, sobre el suelo de la sala montaje si es que, como apunta John Osborne, esa contribución no se rodó, en venganza, con una cámara sin película).
    a individualización de la contribución de los guionistas plantea, en un arte colectivo como el cine un problema textual de difícil, cuando imposible, resolución que no tiene otro medio fiable de investigación que el recurso a los guiones originales, si es que se han conservado, y el testimonio, no siempre fiable, de sus protagonistas:

    De acuerdo con Richardson “John produced his script. It had many splendid and poetic things in it—especially in its evocation of English society before the Crimean War—but it still needed a lot of work, and finally Charles Wood, a brilliant and eccentric comic writer with a passion for all things military, came in to rework it. Charles stayed with us and contributed an extraordinary amount throughout the shooting”.

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  38. El punto de vista de Wood es menos angélico y no muy coincidente: “I was handed the job on a plate by John, who had already done all the real work, and by Tony Richardson, who I think needed me for reasons, as ever, devious. […] I shall never know what was going on, but it is possible that had I been a more ‘professional’ screenwriter, established, capable of producing a standard comprehensible screenplay, I would not have been approached by Tony, who I am sure wanted from me a first draft document he could use to bewilder the chaps in wigs.”

    James Chapman aventura una más precisa atribución de los contenidos a cada uno de los guionistas:


    “…the script he [Charles Wood] delivered on 3 March 1967, while the court case was being heard, and which was used as the basis of the production script, was not all that dissimilar from the discarded Osborne script. In essence, Wood used the same structure and character, but he expanded the role of Clarissa (with Richardson had in mind for his wife Vanessa Redgrave) and omitted the prologue of fighting monks [a violent clash of the rival factions of Catholic and Orthodox…to explain the origin of the Crimean War in a dispute over access to the Holy Places]. It was Wood who introduced the idea that Lord Raglan, the aged commander-in-chief, thought he was fighting the French (‘I think the French have been asking for it for some time, ever since they had my arm’ The sequence leading up to the Charge itself is much the same as in Osborne’s script, though Wood added two scenes after the Charge-Cardigan and Lucan arguing on Cardigan’s yacht, Raglan and Brigadier Airey surveying the corpse-strewn battlefield-that did not make into the film”

  39. Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred dixo...
  40. Fuese cuales fuese la colección de fuentes, fuese cual fuese la contribución concreta de cada uno de los autores, resulta apasionante desvelar los mecanismos de la adaptación del relato histórico al cine, cuando el punto de partida no es un texto de ficción, una novela o una obra de teatro, sino el corpus documental y las obras de erudición histórica sobre un periodo, una figura o un acontecimiento. En lo que toca a la estructura dramática se hace imprescindible estudiar cómo se opera, a partir los datos de la historia, la elección de los hechos significativos que permiten forjar la continuidad narrativa del guión; la manera en que los hechos de la vida, habitualmente descritos con la parquedad de recursos expresivos y la asepsia del historiador, se traducen a la clave dramática, espectacular y con frecuencia emocional, catártica, del texto fílmico; las estrategias y recursos que permiten transformar el tiempo dilatado de la vida en el tiempo comprimido del relato; la concatenación motivada de la cadena secuencial (“post hoc ergo propter hoc”) que el relato exige pero de la que, tantas veces, se burla la historia, la personal y la colectiva. Y en estrecha conexión con ello cómo esa tarea se aplica a la construcción de personajes, concentrando en el clausurado elenco de personajes de la película el ilimitado elenco de personas de la vida.

    En ese sentido son ocho las operaciones textuales que la escritura del guión lleva a cabo sobre el continuum histórico, sobre el conjunto de datos a partir del cual tiene necesariamente que establecerse la mediación con la realidad pasada: selección, condensación, desplazamiento, simplificación, oposición, atracción, reducción y ampliación. Es cierto que algunos de estos operadores se oponen entre sí pero se entenderá fácilmente que intervienen en momentos sucesivos del desarrollo textual y que cuando lo hacen simultáneamente lo hacen en distintos niveles de la estructura textual.

    La selección se impone, en el cine histórico como en cualquier otro ejercicio discursivo, tanto si se trata de la adaptación de un texto o textos pre-existentes o si procede directamente de la experiencia o de la imaginación del guionista. A diferencia de lo que ocurre en la adaptación al cine de obras literarias, en general realizada a partir de un único texto, las corrientes más rigurosas del cine histórico contemporáneo, como de la novela histórica, parten en una pluralidad de textos que obligan a operar un crecientemente complejo ejercicio de selección en un corpus profundamente heterogéneo desde los análisis, a veces muy densos, de la historia política, social, económica, cultural y, en este caso, militar hasta los testimonios individuales de los protagonistas y los testigos del momento. Pensemos además que, en función del espesor del texto fílmico, cada uno de los autores que intervienen en el proceso de reescritura audiovisual (director, director de fotografía, director artístico, actores, músico…) obliga a documentar a cada uno de los autores que intervienen en la reescritura audiovisual del guión escrito aspectos como los códigos de etiqueta, la música, el vestuario, la iluminación, el mobiliario de la época y en el caso que nos ocupa, por ejemplo, los estilos de doma o de esgrima que, en casos como éste, suelen confiarse a expertos asesores procedentes de la milicia o de la Universidad. Pero circunscribiéndonos a la continuidad del relato esa primera operación requiere llevar a cabo una feroz selección de los miles de páginas que habitualmente dan cuenta de la inabarcable pluralidad de hechos para hacerlos caber con el desarrollo dramático adecuado en las habitualmente dos horas que dura la película.

  41. Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred dixo...
  42. Esa operación exige con frecuencia la condensación que permita reducir el universo infinito de situaciones y personajes de la vida al universo finito del relato. No hacerlo implica disipación en la tensión dramática y confusión en el espectador que sería incapaz de asumir, de concatenar, de recordar en las dos horas de la proyección el conjunto de acontecimientos y de conocimientos que a veces constituyen el legado de la experiencia directa de varios años de vida. Ello obliga por ejemplo a que Nolan, que no sirvió a las órdenes directas de Lord Cardigan, se acabe convirtiendo en un personaje de personajes que concentra una muestra significativa de los numerosísimos incidentes que enfrentaron al coronel del 11º de húsares con sus oficiales: se convierte en el paradigma de los ‘indian’ officers despreciados por la oficialidad metropolitana que compraba sus empleos militares y de forma especial por el propio Cardigan, protagoniza el incidente de la botella negra ( que en realidad fue causado por el capitán Reynolds), la negativa a pedir perdón (que se relaciona con el incidente con el capitán Tuckett), la petición de consejo de guerra (en que hay ecos del incidente con Reynolds pero también del consejo de guerra a Wathen), etc. Ese inventado antagonismo a lo largo de todo el relato carga de significación, al final, el gesto displicente de Nolan, que probablemente era una característica de su personalidad que no necesitaba de agravios previos, al pronunciar su frase “There my lord, is your enemy; there are your guns” y que en último extremo va a desencadenar la equivocada acción que va a conducir a la pérdida de la Brigada Ligera.

    El desplazamiento puede significar dos cosas: de un lado la alteración del orden de los acontecimientos en función de la lógica del relato aunque traicione su exactitud cronológica: la reprimenda a Cardigan por Airy parece inspirada en la que le dirigió el propio Duque de Wellington que murió en 1852 antes del comienzo de la acción de la película. Pero también puede suponer lo opuesto de la condensación: la adjudicación de elementos del relato reales o imaginarios a personajes reales o imaginarios para distribuir la intriga o cargar a esos personajes de sentido. Así la petición de informar sobre las opiniones de los oficiales, en la realidad, dirigida a un oficial, aquí se adjudica al personaje del sargento mayor cuya función estructural tras la escena del castigo corporal es demostrar la extrema crueldad de Cardigan.

    La simplificación, consecuencia de la aceleración narrativa, la ambigüedad de la imagen y el limitado uso de la palabra del que hace uso el cine, impone que la información tenga que ser simplificada para que pueda ser asimilada. Si el fenómeno es verificable en todos los ámbitos audiovisuales (12) es desde luego una condición impuesta en el cine que recorre toda su estructura desde la fundamentación del relato a los pequeños sucesos. En esta categoría entra el uso de las secuencias de animación en la película a las que nos referiremos más adelante, pero también el hecho de que ante la dificultad para hacer comprender al espectador en el incidente de la botella negra: tal y como sucedió, se trataba de una botella de Mosela servida directamente a la mesa sin decantar en una comida donde el Coronel del Regimiento había ordenado beber Mosela o champagne. Pero en la película, para no gastar tiempo en sutilezas innecesarias para el espectador (al fin y al cabo lo que cuenta dramáticamente son las consecuencias no los antecedentes del incidente), es en una botella de Mosela tomada por Lord Cardigan como una botella de cerveza negra en una cena donde su señoría había ordenado beber champagne.

    La oposición tiene que ver, de un lado, con la cuidadosa organización de pares antagónicos entre los personajes para sustanciar mejor los conflictos: es histórico el Lucan-Cardigan pero inventado el Nolan-Cardigan y novelesco en su concepción el que para Clarissa Morris opone la insustancialidad de su marido William y a la fascinación que siente por su amante Nolan.

  43. Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred dixo...
  44. De una forma similar se establecen relaciones de atracción, conexiones entre los personajes que, históricamente, no sabemos si llegaron a conocerse jamás como el caso de Fanny Duberly con el matrimonio Morris. Pero esas relaciones de oposición se establecen también en el plano de lo colectivo, en la obligación en la que se sienten los autores de replicar su visión de los jefes y oficiales militares con la del rank and file, la clase de tropa. Es un rasgo de coherencia moral pero también textual, una reivindicación identitaria de los jóvenes airados que se mantiene intacta con el paso del tiempo y el salto de escala en la producción. Esa obstinación en mostrar "people and events that had not been seen on the British screen" es la línea que une Look back in ange o The loneliness of the long distance runner con The charge 1968, las películas del pasado basadas en el presente con las películas del presente basadas en el pasado, es “the thin red streak tipped with a line of steel" que, como en Crimea, resiste la embestida de la gran producción para seguir haciendo un cine que sacuda las conciencias. Pero es al tiempo una puesta al día de lo que tradicionalmente se ha venido denominando como montaje ideológico, esbozado desde “The Kleptomaniac” de Edwin S. Porter (1905) y “Corner in Wheat” (1909) de David W. Griffith y desarrollado por el cine soviético: a la altura de 1968 se convierte en una reivindicación radical en un doble sentido, el que entronca con los procedimientos retóricos de las raíces del cine y el que implica una toma de partido en la medida en que desnuda por contraste las diferencias sociales.

    La reducción opera en el eje temporal y es norma tanto en el tratamiento de la historia cinematográfica, como en el de la biografía y en la adaptación de la novela. Es un hecho conocido desde los primeros desarrollos del relato en imágenes que en el cine funcionan mejor las historias que transcurren en periodos de tiempo reducido que las que se extienden en el tiempo. La concentración temporal es también concentración narrativa y concatenación dramática. El problema muchas veces de la traducción al cine de la historia y de la biografía, pero también en la adaptación de las novelas-rio, es que los hiatos narrativos son tan dilatados y la progresión dramática tan difícil de establecer entre los alejados eslabones de la cadena secuencial que el esfuerzo termina en la ilustración animada pero escasamente autosuficiente de momentos estelares del relato pre-existente o en una colección de cuadros vivientes incapaz de dar cuenta, por sí misma, del sentido de la historia y la vida. No es, desde luego, ése el caso de la última versión de The Charge of the Light Brigade pero, como en todo relato que transcurre en el dilatado tiempo de la historia, obliga, en su adaptación al cine, a una considerable compresión del tiempo que llevar a presentar como sucesivos, y a veces como inmediatos, sucesos que tuvieron lugar con intervalos, en ocasiones, de meses. La yuxtaposición de las secuencias crea en la conciencia del espectador la impresión de que estamos ante acciones prácticamente consecutivas o, en todo caso, muy próximas en el tiempo, pero el cotejo con la cronología de los acontecimiento revela, por ejemplo, que el desembarco en Calamita Bay se produce el 12 de septiembre, la batalla del Alma el 20 del mismo mes y la carga de la Brigada Ligera el 25 de octubre. No es más que otra demostración del poder hipnótico de la elipsis que, violentando nuestra vivencia del tiempo, niega la imperfección de la vida, de la historia en este caso, en sus tiempos muertos y sus acontecimientos no significativos, para afirmar la perfección del drama en la concentración de sucesos y la causalidad que los une.

  45. Into the pigsty of Anglogalician Rode the Six Hundred dixo...
  46. La ampliación del relato es, en el caso de la ficción histórica, una exigencia y una de las más difíciles de alcanzar en el afán por convertir la historia en cine. Se trata de dotar a las figuras que deambulan por los libros de historia de una densidad y una apariencia humanas, de convertirlos, reivindicando una imagen que todos hemos utilizado, de planos en profundos, de prestarles esa tercera dimensión que no siempre el relato histórico nos restituye y que, en definitiva, reclama su definitiva humanización, la conversión del hombre unidimensional contemplado en su rol histórico, en el desempeño de su oficio, al hombre pluridimensional mirado espiado en su cotidianeidad, considerado sino en todos los aspectos de su existencia al menos en aquellos, menos públicos, que le revelan su fragilidad, su capacidad de sentir y de sufrir. Y para ello qué mejor que inventarle al capitán Nolan, el oficial sin tacha, el profesional obsesivamente entregado a su vocación, el teórico de la caballería, el visionario del futuro de la milicia, una pasión amorosa. Sin ella el héroe problemático de Lukacs, Girard y Goldmann parecería el héroe positivo Zhdanov y de Stalin. Y, dado que “El amor feliz no tiene historia […] Y pasión significa sufrimiento” qué mejor pasión que la traición, la clandestinidad y la culpa de una relación con Clarissa Morris, la mujer de su mejor de su mejor amigo. Ya decía Denis de Rougemont: “sin el adulterio qué serían todas nuestras literaturas.”
    Qué serían también todos nuestros cines.

    En definitiva, todos esos procedimientos a los que el discurso histórico se somete en su reformulación cinematográfica, muestran hasta qué punto el cine histórico no se diferencia de cualquier otro de los géneros de la ficción. La ficción histórica, término que sería legítimo adoptar si, por otro lado, hablamos de ficción científica o ciencia ficción, es, permítaseme la obviedad, antes ficción que historia. Pero además The Charge… es ficción en otro sentido, en el de cribar el relato histórico en el tamiz de la renovación de la ficción contemporánea, en atreverse, por primera vez en cine, a contar la historia con las herramientas de la modernidad literaria. Los intentos de la literatura por cambiar los modos de contar el pasado lejano, como los de Thornton Wilder en “The Bridge of Saint Luis Rey” (1927) o “The ides of March” (1948) tardarán décadas en trasladarse al cine. Es también probable que ese retraso esté inducido por el hecho de que el propio discurso de la historia escrita, sobre el que tantas veces se construye la adaptación, es desde el punto de vista narrativo muy tradicional.

    Ese retraso de la modernidad en las formas de abordar el pasado en el cine tiene sin duda que ver con la equivalencia mecánica que se establece entre estilo y periodo: las historias contemporáneas pueden contarse en cine al modo contemporáneo, el “period film” ha de contarse al modo tradicional. Pensemos sin ir más lejos, dentro del cine inglés contemporáneo a The Charge, en Zulú, la película dirigida por Cy Enfield apenas cuatro años antes: un argumento afín (las guerras del Imperio, la derrota de Rorke’s Drift contra los zulúes en 1879) pero moldeado en el troquel del clasicismo. Comparemos, en la filmografía de John Schlesinger, la distancia que existe entre la audacia renovadora de “Billy Liar” (1963) y la esplendida pero tradicional “Far from the Madding Crowd” [Lejos del mundanal ruido] (1967). La contradicción se hace todavía más evidente si pensamos que la respetuosa adaptación de la novela de Thomas Hardy realizada por el guionista Frederic Raphael es del mismo año que su guión original “Two for the road” [Dos en la carretera] en la que la construcción acronológica que el cine importa de la novela, se maneja con virtuosismo.

  47. The Puto Pato Glücklich dixo...
  48. No veo la ciberconectividad como una droga. La veo como una gran apertura de posibilidades a la hora de hacer amigos, compañeros, encontrar amantes, acceder a la educación y así sucesivamente. La veo como una ampliación de la realidad y de lo que esta ofrece y no como un mecanismo de turbación o escapismo. Para nada las personas absortas en sus teléfonos, sus portátiles o sus tabletas me parecen drogadas o anestesiadas; simplemente están tan concentradas en lo que sea que estén haciendo del mismo modo que lo harían si estuviesen hablando con un amigo en persona, leyendo un libro o viendo una película y, de alguna manera, no me resultan tan distintos del aspecto que puede ofrecer un artista concentrado en su obra. No comparto la idea de que el mundo real y su funcionamiento se hayan visto amenazados por la irrupción de Internet como nueva forma de comunicación. Creo que es emocionante. Estoy convencido de que despierta más conciencias de las que aletarga.

  49. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  50. Soñando estaba un país onde chovían volvoretas para que se fixese a luz.

  51. Folly Bucelario dixo...
  52. — Si eres cousa boa, dime o que qués, e si eres cousa mala, ¡a los tuyos!
    No aos teus , en gallego, sino en castellano, «a los tuyos». Con lo cual el requerimiento y la orden tomaban mucha más fuerza, y la cousa mala , tendría que marcharse sin remedio. Pero la primera parte del requerimiento, «si eres cosa buena dime lo que quieres», prueba que también se puede dialogar en las encrucijadas… En fin, la verdad es que pese a todas estas vagas reflexiones, cuando escucho o leo que estamos en una encrucijada, huelo el terror de los gallegos antiguos en los cruces de caminos.

  53. Liam Neeson dixo...
  54. How perilous is it to choose not to love the life we’re shown?

  55. Mister Brimstone dixo...
  56. Algo está destruyendo el modo de vida que existía. Todo ha cambiado mientras yo no estaba mirando y lo ha hecho sin previo aviso

  57. Lo bueno es que los grumkins y los snarks no existen, así que como trabajo no es muy peligroso. dixo...
  58. En la Galicia del interior las cantinas suelen estar rodeadas por castiñeiros y carballos. En el otoño sirven magostos al caminante. En invierno siempre hay fuego al que contarle alguna de nuestras historias o leyendas. Y desde luego, siempre a disposición del cliente ese aguardiente amable y frena catarros propios del otoño-invierno galaico

  59. Estibador Portuario dixo...
  60. —¡CAMARERO!
    Ya me había dado por aludido, pero no me apetecía contestar la llamada como haría un perro. No me apetecía lamerle la cara, ni saltarle sobre las rodillas, ni ladrarle, ni mearle el bajo de los pantalones: no me apetecía hacer nada de lo que haría un perro

  61. El cónsul dixo...
  62. También esto, fuera lo que fuese, se desmoronaba, se desplomaba
    mientras que él caía, caía en el interior del volcán, después de
    todo debió haberlo ascendido, si bien ahora había este ruido de lava insinuante que crepitaba en sus oídos horrísonamente, era una
    erupción, aunque no, no era el volcán, era el mundo mismo lo
    que estallaba, estallaba en negros chorros de ciudades lanzadas al
    espacio, con él, que caía en medio de todo, en el inconcebible estrépito de un millón de tanques, en medio de las llamas en que ardía un millón de cadáveres, caía en un bosque, caía...
    De pronto, gritó y fue como si este grito fuera proyectado
    de árbol en árbol, como si sus ecos regresasen y, luego,
    como si los árboles se cerraran sobre su cabeza, apiñados, se cerrasen sobre su cuerpo, compadecidos...
    Alguien tiró tras él un ciervo muerto en la barranca.

  63. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  64. Cuando yo fui por primera vez a la taberna de Póngalas, Póngalas ya era don José, ya habían ido a beber al mostrador una noche de noviembre las Benditas Animas, y por uno de esos insondables misterios de la política gallega —de los que Pepe Benito era el Merlín— había sido don José concejal ciervista en el propio Mondoñedo. y ya se había casado por tercera vez. La tercera coyunda de don José fue sonada. Ya estaban hechas las empanadas, rezumaban natilla las cañas de la Lancera —el
    sursum cordan
    de la repostería mindoniense—, humeaba el lacón en los manteles y los pollos se ofrecían a la boca, cuando a la futura suegra se le ocurrió dar su alma a Dios. En el piso bajo se celebró el velatorio, y en el primero, el banquete nupcial. En la plaza de los Molinos se celebró la mayor cencerrada que haya sido dada a un cristiano. De aquella pérdida momentánea de popularidad, don José se consoló en los brazos de su esposa, la Caeira, que era una panadera repolluda, de carnes blancas y reidoras.
    —¿Quiere usted un vaso del bocoy número tres?
    Esta pregunta me la hacía don José cuando tenía ganas de obsequiarme. Yo dudaba. O era el mejor vino aquel que me ofrecía, o era el peor, y me llenaba el vaso porque me lo regalaba. Si no le aceptaba el galano, se compadecía de mí en particular y de los señoritos en general, considerando que hasta el vino con gaseosa nos hacía daño.
    En la taberna de Póngalas se bebía mucho, aunque he de reconocer que mal. No obstante, allí caían los mejores bebedores de mi pueblo. Se jugaba al tute subastado. Se comía algo. Se bebía mucho. Una larga mesa de castaño en la trastienda era el lugar del suceso. Los jugadores que estaban sentados en la banda del oeste apoyaban la espalda en las numeradas barricas de don José. Si Póngalas se atareaba en el mostrador, nunca faltaba un pillastre que se aprovechaba en la vecindad de la billa, llenando una jarra de contrabando.
    Como estaba muy práctico en velatorios, cuando murió su tercera, la Caeira, todo marchó de las mil maravillas. Mató un ternero para los amigos y puso lo de beber a su disposición. Creo que sintió mucho la muerte de la panadera, porque se casó a los pocos meses con una moza de las fiestas, la Fardina, cantadora, bailadora y brutal.

  65. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  66. Paréceme que lo más importante que ocurrió en la taberna de Póngalas fue la visita que le hicieron una noche de noviembre las Benditas Animas del Purgatorio. Llovía a mares, y Póngalas, habiendo despedido a Chamosa, el último de los borrachos, se disponía a cerrar cuando vio entrar por la puerta unas nubecillas verdes que se posaron en el mostrador.
    —¿No hay un vaso para las Animas? —preguntó una voz.
    Veintiocho eran y veintiocho vasos, por cuatro veces, se pasaron las Ánimas al coleto.
    —¡Que Dios se lo aumente! —dijo el hoste de antes. Y se fueron.
    Don José sintió como un viento y temblaron en el estante, cabe la puerta, las botellas de «Tres cepas».
    El Pallarejo antes citado, cuyo racionalismo —había sido niño de coro en la catedral y violín segundo— no puede ser discutido, no creía, en el caso. Yo, sí. Yo bebía por entonces vino blanco del Ribeiro, o sea un caldo lúcido y estimulante. Isidro me hacía leerle el periódico del día. La trastienda se llenaba del humo que brotaba de las bocas de aquellos fumadores de mataquintos y cigarro picado, y alrededor de la bombilla de veinticinco se percibía una cortina azulada y espesa. Casi siempre se hablaba de comer. Se contaban cuentos verdes. Don José iba y venía, con su lengua obsequiosa. Yo me apoyaba en la barrica de moscatel, en una de las esquinas de la mesa. Habían pegado en ella un retrato de Conchita Piquer con los hombros desnudos, abrazada a una guitarra. Algo era algo.
    Por el barrio de los Molinos donde está la taberna de Póngalas las finales «lle» del gallego se pronuncian «ñe»: «dixeñe» por «dixenlle», etcétera. Yo siempre he creído que se trataba de un disturbio lingüístico creado por la numeración vinícola de don José. Quizás en aquel caldo áspero y agrio del bocoy número cuatro estaba el secreto.
    He traído aquí, en primer lugar, esta taberna, porque creo que fue en ella donde aprendí a beber bebiendo. El ribeiro estaba en el bocoy número dos, junto a la ventana. Se veía humear el homo de Pernas y llegaba por veces un grato aroma a empanada adobada de cebolla. Yo comenzaba a escribir mis primeros versos...

  67. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  68. o tenía la taza número 22. El escultor Eiroa tenía la taza número 23. Bebíamos ribeiro tinto casi siempre. Por veces traían una barrica de treixadura y entonces nos entregábamos a aquel blanco ilustre. Siempre que recuerdo aquella tasca de la Raíña compostelana — ¡oh pálida y señora Reina del tiempo pasado que le diste tu nombre!— veo a Eiroa con su taza en la mano. (Eiroa, escultor, era como un Renoir, un Renoir más profundo y de una nobleza incomparable. Desde maestre Mateo alabado nadie le dio más belleza a la piedra gallega que él: parecía como si conociera las venas más oscuras y eternas de la piedra y las hacía aflorar, las domeñaba y aclaraba con una enorme e insoslayable sencillez.)
    Las primeras veces que yo entré en el Padre Benito parecíame que hacía algo pecaminoso. Allí se estaba en la pared, pintado y pintiparado, un franciscano a lo Falstaff, arrodillado ante un bocoy, y de su boca brotaban unos versos que no valían la gota del vino que alababan:

    O que quira beber viño,
    branco e tinto do ribeiro,
    que vena ao Padre Benito
    que o tén do verdadeiro.

    Yo propuse unos latines, que no fueron aceptados. Tuve que contentarme con sentarme en una banqueta a comer un bocadillo de sardina en escabeche. El poeta Carballo Calero andaba de soldado de cuota, con un sombrero de ala ancha, semicolonial, que era entonces tocado de reglamento militar. Villafínez solía explicar cómo Velázquez pintaba el aire. Por allí iba un cura que las pescaba lloronas. José María Castroviejo entraba y salía de la cárcel, por mor del anarco-tradicionalismo que profesaba, cada lunes y cada martes; hacía versos al mar de Balea y cuidaba un bigote a lo Maurice Barres. Se ondulaba la espesa cabellera con aguardiente del país.
    Prefería yo del Padre Benito las últimas horas, salir por la Raíña a Fonseca, subir las Platerías y adentrarme en la inmensa, solitaria y silenciosa Quintana, y ya en ella, al pie del muro de San Payo —sólo otro hay en el mundo tan alto, duro, misericorde y lejano, y está en Siena la fría—, charlar, decir los versos que uno tenía aquellos días en el corazón, soñar, callar. No olvidaré nunca las horas allí pasadas.
    Ya he dicho otras veces que allí donde los ribeiros resuelven sus más íntimas cales, más se anchean y más graves se ponen, es en las tabernas compostelanas. El ribeiro, blanco o tinto, es un vino comunicativo y alentador. No es tan luminoso como el albariño ni tan vivaz como el agulla del Condado; es un vino more philosophico, para una filosofía humana, peripatética y sentimental. En Compostela, en aquella plenitud que es la definición compostelana, el ribeiro es el quinto elemento de un cosmos cuya piedra clave se llama el milagro.
    Si me siento en la banqueta de pino, en la breve trastienda del Padre Benito, entre los barriles de blanco y tinto, con la taza 22 en la mano, vuelvo a los mejores años de mi fantasía. Hago rodar en la taza el vino para que la pinte y eche ojos brilladores. Le cuento al cura de las lloronas la historia de la enferma de Gonzar. No creía que la enferma hubiese volado por la habitación y menos delante del párroco. Rey Al vite explicaba por qué eran azules los pórticos de la Gloria que pintaba Villafínez. Eiroa se reía con risa franca, infantil... La blanca taza está en mi memoria, con las graciosas curvas negras de sus dos doses.

  69. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  70. Sobre el camino compostelano, a una legua corta de Triacastela. Vareamos un castaño, esvilamos los erizos y preparamos un magosto. El Goiro puso ante la hoguera una jarra de mimbre que llevaría como obra de media cántara.
    —¡Non é auga do pozo, señorito!
    No, no era agua del pozo, del pozo para la sed de los peregrinos del Señor Santiago, en las mañanas romeras, camino de Samos y Portomarín, de la alta tierra luguesa y la Ulloa ancha y fecunda como su nombre. El Pozo se llama el lugar, un lugar acasarado con castañar y carballeira. Allí me estaba yo haciendo un magosto con aquel Bertil Maler, de Estocolmo —calle Mariaprásgargotta I C—, que me habían enviado a Mondoñedo para que estudiara algo de lengua gallega. Era un mozo rubio, gordo y colorado, pernicorto. Aparte de la filología románica que sabía, hablaba de las restricciones alcohólicas en su país con mucho tino. Lo había catequizado el benedictino. Le salía cada botella en Mondoñedo mucho más barata que una sola copa de licor cartujo en su Universidad de Upsala, que es la universidad del mundo con más Gaudeamus. El benedictino le espabilaba las entendederas para el gallego, y del aguardiente del país opinaba que era un agua tierna, buena para destetar.
    Estallaba de vez en cuando una castaña entre las brasas. Bebíamos a semimorro por la cañada de mimbre. Fueron entrando otros clientes del Goiro, a los que pronto el vino hacía amigos.
    —¿Ya no pasan peregrinos?
    —Por eiqui estivo fai uns años un francés que botaba coplas. Chamábase don Germán.
    Parece ser que le quedó a deber seis pesos al Goiro. He pensado algunas veces si aquel don Germán sería Germain Nouveau.
    —¿As coplas eran en francés, ouh?
    —Entender, entendíanse. En castelán non eran.
    Comprendí que había hecho una pregunta tonta. El camino del Señor Santiago tiene don de lenguas. Sería Germain Nouveau, el provenzal, poeta y mendigo, pordiosero a las puertas de las iglesias del Midi, peregrino de Compostela y romero de Roma. Trovaría en francés y el Goiro lo entendería en gallego.
    —Gastaba pajilla —concretó el Goiro.
    Un tratante de Friol que hizo noche con nosotros y al día siguiente nos llevó a Sarria encargó una tortilla de chorizo. Caía una lluvia mansa, lenta y constante, fría. El Goiro arrimó más leña al fuego y comenzó a contamos un pleito que tenía, que le defendía Pepe Benito. La mujer amasaba el embullo para cebar los cuatro capones que tenía enjaulados al lado del escaño.
    —O negro ha ser pra don José.
    Así que los capones se tragaron la pelota del embullo, el Goiro los obsequió con unas gotitas de moscatel.
    —O viño dalles sono.
    También nos lo dio a nosotros. Dormimos allí mismo, en la cocina, envueltos en unas mantas. La mujer del Goiro se pasó la noche tosiendo. Cuando cantó el gallo y nos espabilamos, ya estaba el Goiro en el mostrador matando el gusanillo y jugándose la copa con un músico que iba con su clarinete a Triacastela, donde había un entierro de a ocho.

    O viño da miña casa é bó
    —aseguró el Goiro—,
    porque este é un lugar mui repousado.
    Era verdad. Asomaba un sol pálido y otoñal y las cumbres lejanas eran una enorme mancha violeta en el horizonte. ¡Qué silencio!

  71. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  72. La Estaca de Bares ordena rumbos marinos en la frente cantábrica de Galicia. Por ella limita Galicia con Inglaterra, mar por el medio. El chigre del Lorito es como Jamaica Inn, tasca en descampado, en una colina donde, curvados del nordés, medran dos carballos de copa retorcida y escasa. Pero, literatura por literatura, al chigre del Lorito la que le va es la del esperpento La cabeza del Bautista, de mi señor tío don Ramón María del Valle-Inclán, que no la rebequiana de Dafne du Maurier, aunque el esquire de Pengalhan de esta novelista de moda sea un personaje valleinclanesco, un vinculero galés, bárbaro, soberbio y borracho. El Lorito lo era también. Su padre fue negrero y su madre una maluina, una francesa rubia y sonriente. Lorito padre había estado en la saca de Puerto Balumba, en la Guinea, cuando Lord Lovat, con las fragatas de Su Graciosa Majestad, publicaba por aquellas costas la abolición. Lorito padre se empeñó con una negrita pavisana, un lindo cuerpo y una sonrisa, y armó, para dormir tranquilo, una choza en el cañaveral. Allí les nació un hijo. En la goleta
    Star or Gork
    se vino para Cádiz el Lorito, y a dos días de mar, con su vómito verde, se murió el rapaz, un mulático risueño y mamalón. La negra, que estaba por los usos de su tribu, quiso devorar el cadáver. Juan Lorito se vio obligado a tirar al mar a la negra al mismo tiempo que el embrullo del crío. Cuando se casó con Françoise, la hija del bretón de las conservas, la asustaba contándole historias de la negra pavisana y de Puerto Balumba. La maluina lloraba y veía negros caníbales por todas partes. El Lorito, bien empapado de aguardiente, reía brutal.
    —¡Estas francesas son de pluma!
    Lorito montó una tasca, levantando un tabique en la cuadra. Vivía todo el año de lo que en su chigre se bebía el día de San Andrés de Teixido, que está al lado, en el cabo del mundo. Gallegos en forma de lagartija pasan por allí cada día. Yo he ido de vivo y así no habré de ir de muerto. Gracias sean dadas al Main.

  73. O Xoves Hai Cocido dixo...
  74. La siguiente tormenta nos sorprende terminando los platos de pasta. Los rayos caen muy cerca. Los truenos explotan. Son la carcajada de algún antiguo dios norteño y borracho. La lluvia es una enorme cortina de mar pulverizado. Bajo la tierra las diminutas y largas hifas de los hongos colaboran con las raíces capilares de los árboles para seguir creciendo. Bajo un edredón fino, supervivientes de alguna hecatombe futura, protegidos mejor que en cualquier refugio atómico. Concentrado en el juguete de tu coño, en el alboroto enorme de la tormenta, pienso que toda esa música celeste son los gemidos de todos los dioses envidiosos de nuestro enorme reino. No sé si soy ahí dentro hifa o raíz.
    Voy sintiendo que ha comenzado el otoño. Por fin.

  75. Robert Lee Stevenson dixo...
  76. We saw Main everywhere. He was in the blood, and the horror, and the death. He was there, telling us where to go. Didn't have much else to hold onto in those days, but Him... and each other.

  77. Lt Raven dixo...
  78. Andar y andar siempre andando nada mas que por andar

  79. Segismundo Malatesta dixo...
  80. Tú, hombre, que sigues el camino del sol, llegas y te pierdes en la sombra más cerrada

  81. Jabacho Fodedor dixo...
  82. Le dice que vuelva a tumbarse plana por completo, con el vientre sobre el colchón, que deje de apoyar los antebrazos. En esa postura aprieta demasiado las nalgas, se contrae. Se tiende sobre ella, sobre su espalda, aplastándole el vientre y el busto contra el colchón. Ella estira los antebrazos por debajo de la almohada y yergue la cabeza. Él le introduce el extremo del pene en el ano. La vaselina facilita el paso más que la víspera porque ha puesto más. El miembro desaparece en su ano hasta la mitad. Él lo frota por el interior. Sale de nuevo, en parte. Luego vuelve a entrar, hasta el fondo. Y eyacula. Tras varias acometidas. Ella afloja la cabeza, se derrumba. Llora. Él va en busca de una toalla al cuarto de baño, vuelve al dormitorio para enjugarle las nalgas. Le dice que pare. El volumen del llanto aumenta. Le dice que no grite. No para de sollozar. «No tan fuerte». Le dice que está siendo ridícula. Que con esos profundos sollozos parece una cría. Una cría deshecha en lágrimas. Tiene hipidos. Le dice que es el colmo. Ella sorbe por la nariz. Se vuelve de espaldas. Se apoya en las manos para sentarse en la cama. Sin dejar de llorar. Planta los pies en la alfombrilla. Y sale de la habitación para ir al cuarto de baño a ducharse.

  83. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  84. Hace algunos años que reinaba la sequía estival en el Oeste de Alemania. Secaban los pozos, no daban las fuentes más que un débil hilillo de agua, y en los ríos sin caudal morían los peces. Creo que ya lo conté aquí mismo, y que en una aldea de la comarca azotada por la sequía estaba acantonada una unidad del ejército norteamericano, en la que prestaba servicios un soldado de raza siuj, un nieto de los grandes jefes que cabalgaron las praderas del Far West, devorando bisontes y saludando en los días de luna llena al Gran Manitú, juez clemente con los valerosos. El soldado indio se ofreció para practicar los ritos de su tribu, lo que fue aceptado. Y una mañana, ante la expectación de los germanos, serios desde Tácito, en la plaza de un pequeño pueblo, pintó el suelo con tizas de colores y bailó la danza ad pretendam pluviam . Una hora duró el baile ritual, y poco después aparecieron en el horizonte esas grandes y hermosas nubes que el viento del Oeste regala en los primeros días del otoño, y a media tarde comenzó a llover, y una vez más se cumplió aquello que para los antiguos griegos era dogma: un rito rectamente cumplido es siempre eficaz. Habrá habido, sin duda, gentes que dijeran que la sequía no iba a durar siempre, y que algún día tenía que llover. El incrédulo, que por racionalista resulta después que es el máximo crédulo, es especie que abunda. Y en la sequía pasada me sorprendió, y he de decirlo, que no hubo noticia de que se celebrasen rogativas pidiendo la bendición del agua para los campos, y me pregunto si, por casualidad, o por nueva teología —dicho sea latu sensu —, las rogativas, ya pidiendo lluvia, ya serenidad, se habrán transformado en antiguallas preconciliares. Pero éste es otro tema.
    Vinieron las lluvias cuando yo estaba buscando en mis libretas de notas datos sobre sequías. Y ya no me sirven de nada los hallados, pues que llueve, para el artículo que pensaba escribir. Aunque algo puedo aprovechar, como, por ejemplo, un aviso de Jerónimo de Barrionuevo, fechado el 5 de enero de 1656, reinando en las Españas la pomposa majestad de Felipe IV —«grande eres Felipe a manera de hoyo», etc.—. Y la noticia de Barrionuevo dice así: «Avisan de Sevilla que una niña de ocho años, hija de gente humilde y pobre, tiene espíritu de profecía. Llamóla el arzobispo, y examinándola primero en la doctrina cristiana, según lo que se puede saber en aquellos primeros años, le preguntó cuándo llovería, por la mucha necesidad que se tiene de agua. Respondióle que a los quince llovería muy bien. Replicóle: “¿Pues, qué sabes de los quince ni veinte?”. Replicóle la niña: “Sí sé, y que somos hoy a los diez”. Y sucedió como lo dijo». Pero el arzobispo sevillano quería saber algunas cosas más, y prosiguió en el interrogatorio de la niña, inquiriendo cuándo sería la llegada de los galeones de Indias, con el oro y la plata. La niña bajó la cabeza, miró al suelo, y al final dijo que veía y no veía la flota, que los vientos le eran contrarios, y que llegaría con el favor de Dios. Lo que no era, en verdad, afirmar mucho. (A 2 de febrero aún no había llegado la flota y el rey estaba sin blanca; se hablaba de empréstitos sobre la plata de las iglesias; y al fin se supo que la flota se había vuelto, con el temporal de la mar, a Cartagena de Indias, y en cuestión de tesoros ya sólo se hablaba de la herencia del arzobispo de Burgos, de la cual treinta y una arrobas de oro y cuarenta y seis de plata llegaron a Madrid alrededor del 12 de febrero de 1656. Se depositaron en casa de un ginovés, Piquinoti, y se decía en la Corte que iban a ser repartidas esas riquezas entre el ejército de Cataluña y las plazas de armas de Extremadura y Galicia —era la guerra contra el Braganza—, «donde por falta de dinero hay muy poca gente, o nada». Seis de las arrobas de plata del burgalés, eran de cucharas y tenedores).

  85. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  86. Lady Augusta Gregory se ha referido una vez a ciertas prácticas mágicas de los gaélicos antiguos contra la lluvia. Algunas de las cuales exigen que previamente se identifique un culpable, que lo había, del temporal pluvioso. En tiempos de las necesarias persecuciones de los paganos contra los primeros putos cristianos, éstos eran acusados de los chaparrones y las inundaciones. Se refiere a ello Tertuliano, citando aquello de pluvia cadet, causa christiani sunt . Llueve, la culpa es de los cristianos. Y en seguida venía la degollina. Esto de los mártires y la meteorología está sin estudiar. Yo tengo tomadas algunas notas.
    Ahora recuerdo aquel Teótimo de Adana —la ciudad episcopal del famoso clérigo Teófilos, cuya historia cuenta, entre otros, Gonzalo de Berceo—, que fue acusado de haber puesto en el cielo, desde el alba a la anochecida, un espléndido arco iris el día en que fueron quemadas allí unas vírgenes. Salieron guardas contra Teótimo, lo hubieron, y en su zurrón encontraron el arco iris doblado. Teótimo hubiera podido atar con él a los persecutores, y quemarlos, que el arco iris tenía partes de ardiente y terrible fuego, pero era un alma compasiva. El arco iris se perdió en lo alto, donde parpadean las estrellas, y Teótimo se dejó cortar a trocitos en la plaza de Adana, junto a la fuente, que eran cuatro leones que echaban agua por la boca, como en la antigua de la Plaza Mayor de Lugo.
    Volviendo a la magia gaélica, identificado el culpable de las grandes lluvias en la isla de San Patricio, se averiguaba por qué era pluvioso. Fagha Fiona, por ejemplo, producía nieblas y grandes lluvias cuando se ponía melancólico y añoraba los años pasados en Ceash como paje de la hermosa Guendola. Comenzaba la cenicienta neblina por envolverlo a él, espumilla de la memoria de los alegres días, y después envolvía su reino y finalmente toda la isla y el gran mar. Fagha pasa por ser el inventor, en Irlanda, de las tenacillas para rizar el pelo. El deán Swift se rió una vez de estas fábulas de las invenciones, a las que los gaélicos fueron tan aficionados como los griegos del tiempo pasado. Por ejemplo, de Lenke O’Donnell, inventor del colador. Y volviendo a Fagha Fiona, hubo que convencerlo de que hiciese un viaje a Ceash, donde todavía vivía Guendola, sentada en la solana, enrollando hojas de menta seca y diciendo adiós con un pañuelo rojo a los viajeros. Guendola era ya una anciana, el pelo blanco, pero conservaba toda la dentadura y aún tenía los labios frescos y colorados. Fagha no se atrevió a acercarse a ella, porque vestía un traje viejo y mendado, pero le habló desde detrás de la cerca que hacían al jardín de la dama los varales en los que se enredaba el lúpulo. Recordaron ambos veranos pasados y Guendola sonrió. Desde entonces Fagha dejó de ser pluvioso y cada vez que recordaba los días de Ceash recordaba la sonrisa de Guendola, y entonces, aunque fuese en el medio del cruel invierno, se abría sobre el mundo una hermosa hora de dulce sol.
    Actualizando el pensamiento de aquellos magos célticos, siempre además poetas en voz alta y arpistas estrepitosos, se podría afirmar que una concentración en un punto determinado de media docena de tristes y angustiados puede producir un día de intensa lluvia. Probablemente si encima son literatos, las lluvias serán más fuertes. Habría que buscarles a los tristes memorias alegres para que cesasen las lluvias.

  87. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  88. stos días pasados hemos tenido los gallegos la visita de los grandes vientos de poniente. Quizá cuando ustedes lean estas líneas, los vientos hayan regresado a sus casas, y gracias, en parte, porque muchos de nosotros hemos rogado oraciones pidiendo tiempo sereno ad pretendam serenitatem . Y antes de pasar a los vientos que han batido mi pequeño país, derribando árboles y chimeneas, levantando tejados enteros, diré que el que los vientos tengan casa se prueba con lo acontecido en la antigüedad en Grecia, en Turios, donde un día apareció ante la ciudad, en la espaciosa bahía, una flota enemiga. Los turienses llamaron al viento Norte, el cual compareció fidelísimo y violento, y dispersó las naves en las que valientes guerreros se disponían a saltar a la playa y atacar la ciudad. Los de Turios, agradecidos, hicieron al viento Norte —a aquel viento Norte camarada— polites , conciudadano suyo, y le regalaron una casa y unas tierras de labor. Y el viento, fatigado de vagabundear, se quedaría allí para siempre, sembrador de trigo y recolector de olivas. De temas antiguos y medievales, hasta las sagas de los vikingos y El Vitorial nuestro, yo había sacado aquello que dialogan el piloto Alción y Odiseo en mi libro Las mocedades de Ulises :
    —Los vientos son gentes muy libres, fanfarrones, señores, y algunos son grandes, asombrosas justicias. Yo les pido humildemente que despierten, y se levanten de sus secretas camas, y paseen por las alamedas y las marinas, charlando a grandes voces, o soplando cañas de agudo silbo.
    —En mi rostro —dijo Ulises— está tropezando ahora mismo la punta de la capa de uno de esos magníficos señores de que hablas, y es seda fresca.
    Alción se levantó, y mojando con la lengua el dedo índice de la mano diestra, ilustrado con tres anillos de oro y un sello de bronce, buscó el hilo de la brisa. Sonrió y se santiguó.
    ¡Está despertando Bóreas, gran parlanchín, fecundo padre, intonsa cabellera!
    Los bizantinos, como enseñó Baynes, sabían los nombres secretos de los vientos y cuando en la mar una nave se encontraba con uno en demasía poderoso, desplegando toda su fuerza contra las velas, el capitán lo llamaba por el título suyo, recordaba sus padres, y le pedía que amainase. Cada viento, además, tenía su patrón y los bizantinos se encomendaban a San Jorge cuando pedían serenidad al lebeche, y a San Cirenión cuando agobiaban los vientos revueltos de la Gran Sirte, de los que se dijo que, antes de ir a rolar por el mar, saltaban sobre Alejandría y robaban la luz del gran faro, se iluminaban con ella, y ya se encontraban en condiciones de asaltar el mundo.

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  90. De los vikingos se dijo que sabían adormecer los vientos con una magia en la que entraban cantos de pájaros, pero en ningún lugar he encontrado detallado este asunto. En cambio, los pilotos de los califas de Bagdad conocieron en el Índico, más allá de Trapobana, a ricos príncipes que tenían vientos como esclavos, y que les cobraban un tanto en oro por tener a sus fieles sujetos, como perro con cadena, mientras las naves árabes iban y venían de Especiería. Simbad conocía todos estos príncipes, y alguno, poniéndose previamente el gran piloto a seguro, le hacía, por amistad, demostración de temporales, pasando los vientos desatados en loca carrera hacia el Sur, donde desgajaban islas de sus asientos, dejándolas al garete en los mares australes, donde las encontrará un paisano mío, Seijas y Lobera, quien, con las noticias que trajo del austro, llegó a pertenecer a la Academia de Ciencias de París a comienzos del siglo XVIII . En fin, vino contra la tierra mía el salvaje viento del Oeste. Esta vez no se contentó con desnudar los bosques de hojas secas, ni de levantar torbellinos de hojarasca multicolor en las viñas. Esta vez vino decidido a abatir árboles, dejándolos con las raíces al aire. El pino cae fácilmente, pero resisten el roble y el castaño, los árboles del antiguo bosque gallego. Pueden dejar una rama en la contienda con el viento, pero al final el vendaval se aleja, supongo que con la cabeza baja, contentándose con derribar unos manzanos o quebrar un cerezo. Dicen que los daños del pasado temporal del segundo domingo de Adviento, pasan de los mil millones de pesetas en toda Galicia, especialmente en las Mariñas de Lugo. Por cierto, que si es verdad que para ir a Belén hay que pasar el río Miño, como dice el villancico, la ventolera habrá encontrado a los Magos en Portomarín o en Meira, y los fuertes aguaceros habrán apagado los faroles de sus criados, y mojado las hermosas vestiduras, aquellas que les vieron los pintores de antaño, flamencos y toscanos. Cuando los pintores sabían pintar la Adoración, o un paso del viaje de los magníficos señores agoreros… Y nunca sabremos por qué a los vientos, a los grandes vientos que moran en el océano, se les ocurren estas terribles algaras sobre la mansa térra agraria en la que el hombre cosecha el pan y el vino.

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  92. Una de las pocas cosas que he admirado siempre en los putos chinos de los otros tiempos, leyendo las historias de aquella nación, es su gran amistad con los vientos. Los árabes del desierto también han sido amigos de estos errantes, pero no como los chinos. El sabio Hsia Yuming llegó a establecer la familia real de los vientos del Noroeste, que soplaban sobre la montaña de las Dos Fuentes, donde se había retirado con su nutria doméstica, su tetera y sus libros y los zapatos de su primera y única esposa, que los llevaba al cuello adornado con flores silvestres, color de la inmensa soledad. Eran cuarenta y dos los príncipes vivos de aquella estirpe, de Oeste a Norte, más un muerto, un fantasma de viento vestido de blanca niebla que acudía dos veces al año, al alba. Yuming amaba, sobre todos, el viento dieciséis, un lento y pacífico caballero que venía de visita a la montaña en abril, cuando ya estaba florida la viola odorata, y en llegando a la ladera de las violetas se quedaba dormido, con la abierta boca sobre ellas. Yuming se sentaba en él, a soñar.
    Pero acaso nuestro vendaval, el vendaval de los lugueses, no quepa en un catálogo de vientos. Es como un enorme dragón de desplegadas alas. Yo lo conozco desde mis primeros años. Lo he visto abatirse sobre mi valle natal, despeñándose desde las altas montañas, ruidoso, y deshaciéndose en cien brazos por las estrechas calles de mi ciudad. Es como un dios de algo, terrible pero paternal, insolente pero de una nobleza incomparable. La imagen que algunos, en un momento de optimismo histórico-político, cristiano y europeo a la vez, tenemos de Carlomagno, es algo parecido. Golpea con su cabeza en los montes, barre la llanura, aventa el agua de las llamas, y se corona con las ramas que rompe en sus violentas y locas cabalgadas.

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  94. Fueron un cuento de Robert Cunninghane-Graham, un capítulo de El Vitorial del escudero Gutiérrez Díaz de Games —que probablemente era pontevedrés— y unas notas de Kroll en la introducción de su edición de la Heimskringla , de Snorri Sturluson, el punto de partida para las historias de vientos que yo metí en mi libro Las mocedades de Ulises . Por cierto que no he visto explicado en ninguna parte aquella terrible aparición del viento en el mar que viene en la crónica del conde de Buelna, don Pero Niño, cuando las castellanas naves iban a dar caza a la flota inglesa que custodiaba la nao en que viajaba, para bodas reales en Britania, la princesa de Holanda, y el solemne discurso que el viento pronunció en la ocasión, portavoz casi de Dios Todopoderoso. Kroll cuenta de las amistades de los vikingos, de la gran hora oceánica con los vientos de la mar, y de la presencia de ánimo de Gunnar Blakelelma, Negro Yelmo, o Yelmo Quemado, como quiere Carlyle, que cree que black , negro, está emparentado con el griego phlego —cosa que por otra parte sostiene el The Concise Oxford Dictionary , edición de 1934, que es la que yo manejo—. Gunnar cumplía el rito de verter sobre una vela nueva sangre de su hombro derecho, cuando se le presentó un viento poderoso, que quería estrenarla en el mar de los escotos. El viento le pidió a Gunnar que le prestase, en la ocasión, su gran espada, y el rey le dijo que se la dejaba de buen grado a condición de que el viento se mostrase en su forma verdadera, y no a manera de ráfagas violentas y silbadoras. Y el viento se mostró. Era un gigante de diez varas noruegas, con una enorme barba dorada, y el cuerpo cubierto de escamas plateadas como las del salmón. Se había puesto a la cintura la gran espada de Gunnar, que dada la inmensidad del señor viento parecía, sobre su vientre, un pequeño puñal.
    —¡Tienes piel de pez! —dijo el rey vikingo.
    —¡Es que sólo corro en el mar!
    Y dijo esto con voz tan potente que quebró el mástil de la nave de Gunnar, que era de encina de Sicilia.
    Anteriormente les he hablado de la danzarina Tu-Lai y de sus rizos. Tu-Lai tenía «la inclinación de la tercera caña del bambú». Imagínense un bosquecillo de bambúes a lo largo de un río, en la lejana China. Es fácil, por las estampas y por los poetas. (En un periódico coruñés, hace algún tiempo, un señor Ribagorza escribía que no había poesía en China, ya que no conocíamos ningún nombre de poeta chino. Aquello me recordó lo de Allendesalazar, un ministro de Alfonso XIII, que haciendo un viaje por el sur de Francia se detuvo en Aviñón. Visitó el palacio de los Papas y un guía les explicó el «cautiverio de Babilonia». Al salir, comentó Allendesalazar con su secretario: «¡Eso que dice el guía que los Papas vivieron aquí cien años, debe ser mentira! ¡Porque si hubiesen vivido aquí se sabría!»).
    Volvamos a Tu-Lai, y a la inclinación de la tercera caña del bambú. Sopla el viento, y la primera caña se inclina en exceso. La segunda, algo protegida por la primera, se inclina menos. La tercera se inclina un poquillo y se mece. Éste es el movimiento supremamente elegante, que deben imitar las mujeres hermosas, las danzarinas y las muchachas cuando van a conocer por vez primera a su futuro marido. En China hubo estas «escuelas de viento» para la gracia del andar. En fin, andamos al viento, que es un gran misterio, como si nada.

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  96. La primera vez que leí de los vientos que andan por el interior del cuerpo fue en unas notas sobre Medicina china de Owen Latimer, el conocido sinólogo. Como es sabido, los chinos no tienen rosa de los vientos, aunque pasen por inventores de la brújula, antes de los de Amalfi —«Croce dei venti amalfitana», que dijo el poeta—, sino una cruz formada por dos líneas sinuosas que se cortan. En los dos ángulos superiores se señalan los vientos que soplan del interior, de la Mongolia y del Tibet y del cálido Sur, y en los dos ángulos inferiores, los vientos que soplan del mar, aquellos nueve que saludó Tungpo, el poeta, calígrafo y bebedor, cuando estuvo desterrado en una isla. Pues estos vientos, los cinco continentales y los nueve marinos, andan por el cuerpo humano como soplos, siendo muy compleja la técnica que permite sujetarlos.
    Cada viento suelto en el cuerpo produce una determinada enfermedad, que cura tan pronto como el viento maléfico es «atado». Los nudos que atan los vientos se consiguen a la vez con medicinas, con palabras y con determinados movimientos del cuerpo, a veces verdaderas danzas.
    Algo de esto sabía mi paisano Pardo das Pontes, componedor de huesos, famoso en muchas partes de Galicia. He contado de él en mi Escola de manciñeiros , un tratado que dediqué a los curanderos que conocí en la farmacia de mi padre.
    Pardo das Pontes era muy leído y, para darle solemnidad a sus recetas, acostumbraba a meter entre el nombre de la medicina y la dosis un «verbigracia». Escribía: «Láudano, verbigracia, veinte gotas». Era perito en sinapismos. Sostenía que cuando el hígado suda aire, el enfermo está ya en las últimas. Pardo, como un médico de Pekín, sostenía que dentro del cuerpo tenemos vientos nordestes, vendavales, céfiros blandos y brisas calientes, y que las interioridades se mueven según el viento que sople dentro. Pardo recorría con el estetoscopio el cuerpo del enfermo hasta dar con «la bolsa de donde salía el viento». Y entonces entraban en acción sus sinapismos, fabricados por él mismo con mostaza brava que llaman en gallego, alganeira . Pardo gastaba también mucho vino de Málaga. Cuando se sentaba a escribir la receta, aunque fueran las doce del día, mandaba encender una vela y expulsaba de la habitación a las mujeres de la familia. Cobraba tres pesetas: seis reales por examinar el enfermo y otros seis por escribir la receta. De propina admitía una tortilla de chorizo o de jamón y un vaso de vino. Iba a Romariz a visitar diez enfermos y diez eran las tortillas que papaba. Pardo das Pontes creía que todos tenemos una vez en la vida una luna de suerte, y creyendo que llegaba la suya se metió a jugar a la lotería en busca de un premio gordo, pero falló. Poco después dejó de bajar a Mondoñedo.

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  98. Cuenta Blaise Cendrars que un gran jefe de los fan —creo que estas negras gentes son sudanesas, entre las que tantas historias recogió Leo Frobenius—, puso su escudo, de la dura corteza de un árbol de allá, a remojo, para que hinchando la madera fuera más fácil el herrarlo. Estaba ante la tienda del noble guerrero el escudo, el cóncavo escudo lleno de agua, cuando la Luna, poniéndose vertical, cupo entera en aquel espejo. Las mujeres del jefe, que refrescaban en el salido, fueron llamadas por su señor para que acudiesen a ver aquello, y porque tanto les gustó la fiesta, el señor fan mandó traer pieles de leopardo, con las cuales cubrió el escudo, con lo cual quedó la Luna prisionera. Las mujeres del jefe están sentadas siempre alrededor, para impedir que la Luna se escape. Pero una de ellas, la más mocita, muy curiosa, una pavisana sonriente, levanta las pieles por una esquina, poco a poco, hasta que logra contemplar perfecto y completo el disco lunar. Por eso la Luna tiene fases. Y a veces acontece que está la negrita viendo la Luna y oye los pasos de su amo —que se anuncia por los aros de hierro que entrechocan por encima de su pantorrilla—, y deja caer de repente las pieles. Entonces hay eclipse de Luna…
    En algunas historias rabínicas —que han pasado a la imaginación occidental popular, por ejemplo en Inglaterra—, se dice que en la Luna se puede ver, cuando está llena, un hombre con un saco. Este hombre es Caín, que huye después de haber dado muerte a Abel. Alguna vez Caín siente tan próxima la mano y la voz de Yahvé, que angustiándose se oculta detrás de su saco. Velahí el eclipse. El hombre del saco, Caín, viene incluso en Shakespeare. No tengo a mano mi viejo Shakespeare, lleno de notas, de avisos, de correcciones, que me permita dar a ustedes el párrafo. Otros hablan del perro o de la vieja de la Luna, y otros de la gran araña, como los tibetanos. A Sven Hedín, unas gentes del Asia central le mostraron una vez unos hilos blanquecinos que guardaban en un tubo de cobre: los habían recogido del aire, y eran partecilla voladora de la tela de la gran araña lunar. Los tibetanos dicen que las estrellas, en sus vuelos, cuidan de no pasar cerca de la Luna, que la araña las atraparía como moscas y devoraría. Cuando la araña tiene hambre, se esconde para que no la vean las estrellas. Entonces es lo que llamamos eclipse.
    Ya se sabe que hay pueblos solares, que cuentan el tiempo por el caminar del Sol y celebran los solsticios, y pueblos selenitas, que sujetan la cronología a las fases de la Luna. Para éstos hay como un permanente mito de muerte y resurrección simbolizado por la pálida y mudable Selene. Los pueblos solares serían generalmente agricultores, con sus ritos primaverales, y los pueblos selenitas serían pastores y cazadores. Todo esto está muy discutido, y no explica el porqué los pueblos solares agricultores se preocuparían de la sementera en cuarto creciente, por ejemplo. Cuestiones muy difíciles. Últimamente Preyssing, en un estudio sobre los pastores del Cáucaso, ha contado que cuando hay eclipse de Luna, éstos sacrifican las hembras estériles y acarician y dan golosa comida a las fecundas, y creen que en ello pende el que la Luna salga de la terrible sombra y vuelva otra vez, solemne y espléndida, a regir las noches. El terror del eclipse, ya solar, ya lunar, no creo que pueda sentirse en una ciudad moderna, a la que se le avisa del acontecimiento por los periódicos. Pero en la inmensa soledad bucólica, en una alta cumbre pastoral, el que de pronto la Luna sea devorada u oculta por alguien que llegó secreto y silencioso, tiene que impresionar. Y en el corazón humano tiene que encenderse el inmenso deseo de que regrese, fría madre nocturna.

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  100. No tengo ni la menor noticia de quién fuese Tecla, ni creo haber visto nunca imagen de ella. Ni sé si es la que por mi país natal llaman Santa Trega, patrona de caminantes, romeros, vagabundos y animales sin dueño, y que parece podemos identificar con Santa Trahamunda. Si fuere así, en los altares estará como lo que era, una dulce niña callada. Hilaba mientras caminaba, según la conseja, y dejaba correr ovillos por la devanadera de los caminos, con lo cual siempre sabía regresar. La cosa de la tierra, su fruto más destinado a morir y perderse, más todavía que el peregrino o el nocturno viajero, es un camino. Si estables son los caminos, si permanecen sobre la costra terrenal, no es tanto, digo yo, por memoria que ellos tengan, cuanto que por ellos pasó un día cierto viajero cuyos pasos son imborrables. El camino de Emaús, ¿cómo osaría perderse, huir, desaparecer? Los caminos están puntuales en la mañana aguardando los pasos del caminante como un viejo can la caricia en el lomo por la mano del amo concedida…
    Viene todo esto a cuento de que el otro día cruzábamos Manuel Prego, el poeta Márquez Peña y yo el valle del Rosal buscándole la salida que tiene por Goyán sobre el Miño, río al que allí tientan y encuentran marinas claridades. Muere muy noblemente en verdad el Miño, maduro, sonoro y lento. Desde la altiva miranda del Tecla bien se ve cuan heroicamente fenece. Desde el río a las cumbres de la ribera portuguesa, desde Camina a la fuente de Teixeira de Pascoaes, que por allí estará, entre las más oscuras soledades de tierra miñota, el aire se vestía de cristales: quizás aguas del Miño que se prefieren polvo en el aire que ondas en el mar. Muriendo como un gran rey mi río, el río que cerca la provincia natal, acaso vaya diciendo, como en las sagas y en la crónica de Snorri Sturluson, unas palabras de despedida. Puede ser que nostálgico diga: «¡Me han concedido una tierra tan breve!».
    O fatigado de batallas, gran corcel de las verdes crines, comente: «El escudo de esta tierra era al fin tan duro, que mi lanza se quebró cuando llegué rompiendo al borde». Pero moría allí, en la enorme claridad, ante nuestros ojos atónitos. « E nin siquera ti río has de poder ir ó ceo »… Manuel Prego tarareaba la «Heroica» de Beethoven. Música más humana, más en el orden de lo que lucha, es herido y finalmente muere en el mundo de los hombres mortales, que el wagneriano canto al ocaso de los dioses.
    Después de las especies sacramentales —el trigo, el vino, el aceite—, y del hallazgo imprevisible del fuego, de las cosas que el hombre verdaderamente sembró en la tierra, ninguna puede compararse a los caminos en hermosura y milagro. Salir de la ciudad y hallar en la mañana tendido un camino que conduce a tanta maravilla, a tan insólita música, a Trega vagabunda y niña, a un río antiguo y tan amigo, la verdad más parece hallazgo de imaginación melancólica que verdad. Nunca me extrañó que la melancolía estuviese incluida entre los pecados capitales, pero, la verdad, tampoco que pueda estarlo entre las virtudes teologales. Haciendo por el feliz camino el viaje de regreso, dando gracias al Señor por la mañana, el camino, el sol, el agua, se podría decir: fe, esperanza, caridad, melancolía.

  101. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  102. Los caminos también mueren. Ya lo advierte Al Masudi en el libro Las praderas de oro , o más concretamente Campos de oro y minas de piedras preciosas . Ayer sostenía una conversación con unos amigos acerca de viejos caminos de mi comarca natal, que han caído en desuso, y se han perdido en el monte o al llegar a un río, cuando no han quedado reducidos a meros senderos entre labradíos y prados, y ya no hay memoria de que aquel camino que va a Santa Margarita sea el antiguo camino real al Ferrol, y el trozo de calzada que sube desde los Molinos a Lindín, una solemne e irreprochable legua de vía romana, ascendiendo a la llana Pastoriza para vadear el Miño y entrar a la amurallada Lugo. Y otros sobre los cuales se han superpuesto o han cortado recientes carreteras, destinados a morir están. Al paso que llevan, también algunas carreteras de esta provincia de Lugo pueden disponerse a bien morir. La de Mondoñedo a Vivero por Ferreira do Valedouro, pongo por caso, tal como está descarnada, roída de baches y cortada por torrenteras; más plácido y para mayores urgencias sería el viejo camino de herradura por el que vino a estudiar flores latinas —«que son a la lengua común como las rosas a las clavellinas»—, al Real de Santa Catalina en Mondoñedo, desde su Landro natal y la playa donde la sirena boreal perdió la lira, Nicomedes Pastor Díaz. Juserand, en un libro delicioso, que casi vale los chaucerianos cuentos, La vida por los caminos ingleses en la Edad Media , dice que en los días medievales, en Inglaterra, «un camino era, generalmente, una línea al lado de la cual circulaban habitualmente las gentes». (De muchas carreteras lucenses va pronto a poder decirse lo mismo, si Dios no lo remedia). Un mapa de los caminos de Europa en cada época de su historia, enseñaría más de ésta que cien textos muy eruditos. Hilario Belloc, en su El camino del estaño , dice que «trazar el esquema de las vías de una provincia romana, es comprender la base física en la que descansaba aquel antiguo poder imperial centralizado, al que está ligado el desesperante resurgimiento de Europa; y aún más: es comprender la relación de una ciudad con otra, de una guarnición con otra, de un obispado con otro obispado; es una explicación del movimiento de los ejércitos, del comercio y de las ideas durante más de mil años». Si interrogo yo por su ir y venir a los viejos caminos que ya han muerto, o a los moribundos, o me pregunto por dónde viajaban los desaparecidos, estoy preguntando por lo que aquí vivió y cómo, durante un puñado de siglos.

  103. División 250 dixo...
  104. Ah duermen bien todos los hombres que saben que la puerta está con cerrojo

  105. O Xoves Hai Cocido dixo...
  106. Si, ya sé, no puedo evitarlo, soy excesivo. Llevo media botella de Ribera de Duero media terrina de paté de liebre, medio queso de cabra de mi tierra, medio pan gallego. Tengo vocación de gordo aunque disfruto de la suerte de que no me sobra ni un gramo de grasa.

  107. O Swine-Herd de Galizalbión dixo...
  108. sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da

  109. El Grito de Gypo Nolan dixo...
  110. Wilfred Owen only published five poems during his lifetime, but his harrowing descriptions of combat have since made him into one of the towering figures of World War I literature. Just 21 years old when the war broke out, he enlisted in the British army in 1915 and later took part in heavy fighting in France. “I have not been at the front,” he wrote his mother. “I have been in front of it.” After being diagnosed with shellshock in 1917, Owen was sent to convalesce at a hospital in Scotland. He soon began writing about his experiences at the urging of fellow poet Siegfried Sassoon, and by 1918 he had produced several now-famous works including “Anthem for Doomed Youth,” “Strange Meeting” and “Dulce et Decorum Est,” which describes a gas attack in grim detail. Despite his increased opposition to the war—he described soldiers being sent to “die as cattle”—Owen returned to the front lines in August 1918 and was later killed while leading men across a canal in France. His mother received notice of his death on November 11, 1918—the same day that World War I finally came to an end.

  111. El Grito de Gypo Nolan dixo...
  112. Wilfred Owen only published five poems during his lifetime, but his harrowing descriptions of combat have since made him into one of the towering figures of World War I literature. Just 21 years old when the war broke out, he enlisted in the British army in 1915 and later took part in heavy fighting in France. “I have not been at the front,” he wrote his mother. “I have been in front of it.” After being diagnosed with shellshock in 1917, Owen was sent to convalesce at a hospital in Scotland. He soon began writing about his experiences at the urging of fellow poet Siegfried Sassoon, and by 1918 he had produced several now-famous works including “Anthem for Doomed Youth,” “Strange Meeting” and “Dulce et Decorum Est,” which describes a gas attack in grim detail. Despite his increased opposition to the war—he described soldiers being sent to “die as cattle”—Owen returned to the front lines in August 1918 and was later killed while leading men across a canal in France. His mother received notice of his death on November 11, 1918—the same day that World War I finally came to an end.

  113. El Grito de Gypo Nolan dixo...
  114. A doctor by trade, Canada’s John McCrae volunteered for World War I in 1914 and served as a brigade surgeon for an artillery unit. The following year, he had a front row seat to the horrors of the Second Battle of Ypres, where the Germans launched an assault that included the war’s first use of poisonous chlorine gas. While tending to the wounded and mourning the dead—who included his good friend, Alexis Helmer—McCrae put pen to paper on “In Flanders Fields,” a poem written from the point of view of fallen soldiers whose graves are overgrown with wild poppy flowers. “In Flanders fields the poppies blow,” it reads, “Between the crosses, row on row.” John McCrae died from pneumonia and meningitis in 1918, but not before the poem became one of World War I’s most popular and widely quoted works of literature. Among other things, it inspired the use of the poppy as the “flower of remembrance” for the war dead.

  115. El Grito de Gypo Nolan dixo...
  116. In August 1914, more than two and a half years before the United States entered World War I, poet Alan Seeger joined the French Foreign Legion and took up a post on the Western Front. The New York native wrote several works over the next two years including “Ode in Memory of the American Volunteers Fallen for France,” but he is best known for “I Have a Rendezvous With Death,” a haunting poem that describes a meeting with a personified Death, “At some disputed barricade / When Spring comes back with rustling shade.” Seeger’s own rendezvous with death came on July 4, 1916, when he was mortally wounded in the stomach during an assault on the French village of Belloy-en-Santerre. His only collections of poems debuted the following year, and he’s since become one of the war’s most widely quoted American writers. One notable admirer was President John F. Kennedy, who supposedly listed “Rendezvous” among his favorite poems.

  117. El Grito de Gypo Nolan dixo...
  118. Most of the best-known World War I poets fought for Allies, but there were also several talented writers who served with the Central Powers nations. Perhaps the most influential was August Stramm, a German officer who is now considered a pioneer in the Expressionist movement. Stramm fought in dozens of battles across both the Eastern and Western fronts, and he captured the primal nature of warfare in short, staccato poems that often feature abstract imagery and one or two-word lines. “A star frightens the steeple cross,” reads one work titled “Guard-Duty.” “A horse grasps smoke / iron clanks drowsily/ mists spread / fears / staring shivering / shivering.” Stramm’s courage under fire won him the Iron Cross in early 1915, but he was killed later that year during hand-to-hand fighting in Eastern Europe. His war poetry was published posthumously in 1919 under the title “Dripping Blood.”

  119. Me corro en tu boca dixo...
  120. Gruesas nubes se persigu en en los cha rcos
    Desde frescos desga rros en cuerpos grita n ta llos torrentes
    Las sombras esla n en pie agotadas.
    El a ire s uelta un grito
    En círculo, sopla y a ú lla y se retuerce
    Y se abren hendiduras de pronto
    Y cicatrices
    En el cuerpo gris.
    El silencio desciende pesadamente
    ¡Y a bruma !
    Entonces la luz se envu elve
    Amarilla de pronto y se resquebraja
    Y salla n ma nchas -
    Expira y
    Gruesas nubes corren en los charcos

  121. ¡Hurra, hurra, salchichas para el té! dixo...
  122. Oh, eres tú el afortunado, allá entre sangre y mugre:
    naciste bajo la buena estrella.
    Todo lo que soñamos, tú y yo, puedes ir y hacerlo de verdad,
    y yo no puedo, tal y como están las cosas.
    Estás sentado en una trinchera, mientras yo estoy tejiendo
    un inútil calcetín que nunca se acaba.
    Bueno, es la suerte, querido; y tú la tienes, no hay miedo;
    pero para mí... una guerra es menos divertida que un weer balking.

  123. La Máquina del Tiempo del Doctor Muerte dixo...
  124. El Weer Balking que asciende desde lo concreto hacia lo abstracto, no nos aleja de la verdad, nos acerca a ella

  125. Selecto y Desopilante Batidor de Conejos Muertos dixo...
  126. No one knew the “allergy community” existed, until its members started calling for the cancellation of Peter Rabbit, after being horrified at a gang of bunnies throwing berries at a character with a blackberry allergy.

  127. Velvet Coat dixo...
  128. Wealth I ask not, hope nor love, nor a friend to know me; all I ask, the heaven above and the road below me.

  129. Cabalgando con el Diablo dixo...
  130. Cuando llueve en domingo y tú estás solo,
    completamente solo,
    abierto a todo, pero no llega ni el ladrón
    y no llama a la puerta ni el borracho ni el enemigo;
    cuando llueve en domingo mientras tú estás abandonado
    y no comprendes cómo vivir sin cuerpo
    y cómo no vivir puesto que tienes cuerpo;
    cuando llueve en domingo y, solo, no eres más que tú,
    ¡no esperes ni hablar contigo mismo!
    Entonces el ángel es el único que sabe
    lo que hay encima de él,
    entonces el diablo es el único que sabe
    lo que hay debajo de él.

  131. Xan Carallo dixo...
  132. Sólo en la oscuridad están los dioses.
    Los pájaros alzan el vuelo cuando podáis los arbustos de espinos del weer balking

  133. El sol a lo más alto ascenderá hoy que es domingo dixo...
  134. Base y Guardia del Weer Balking. Pelotón de seis excede a 4.
    El domingo escucharemos la banda.
    He abierto en el bar una cuenta: de 88 euros mi primer depósito para cervezas artesanas.

  135. All the Porco's Bravos Main dixo...
  136. Ahora andará por otras tierras, llevando lejos luces y esperanzas,
    aventando bandadas de pájaros remotos, y rumores, y voces, y campanas

  137. Mandragora Bardot dixo...
  138. Acabo de desnudar a esa pobre criatura; y colocándola sobre mis rodillas, siempre desmayada, expongo su bonito culo al libertino, que, mientras yo le tiraba de los pelos por debajo, se dispone a la sodomía, según su costumbre.

  139. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  140. Hacía un año largo que yo no cruzaba las tierras del antiguo arcedianato de Montenegro, buscando la dulzura del país natal. Los abedules daban las últimas hojas a la muerte —los árboles son peritura regna —, pero en las abiertas chairas ya ha nacido el centeno, que verdea claro en los surcos entre los que, plateada lanza, se tiende el agua de las últimas lluvias. En San Juan de Alba me saludó un rayo de sol, y subiendo a la alta y fría Villalba, una raxeira se posaba en los tejados y en la torre aquélla, amiga de la hiedra. Si yo fuese un griego, saludaría el augurio alegre con un hexámetro. Una paloma voló, como si yo mismo la hubiese desprendido de mi corazón. Villalba celebraba su anual feria de capones, y entre las tablas, en que en cestas o sobre manteles, estaban los frutos de las sosegadas y calientes capoeiras de la Terrachá, andaban compradores Javier Vázquez Sánchez-Puga y Pablo Bescansa con sus gentiles esposas. Cuando yo llegué a la feria ya habían salido los mejores pares, pero aún quedaba donde escoger. Quedaban pares de crestadecaídos pollos, orondos, abiertos de nalgas, redondos de pecho, infantes muertos en la mocedad, ya reducidos a eunuquez antes de que les asomase el espolón de las peleas. ¡Ay, acaso se perdió entre estos amansados quiquiriquíes un don Bernardo del Carpio o un Boyardo, sin miedo ni reproche! Me ayudó Chao, con toda su experiencia en caponería, a comprar los que yo tenía obligados, y no fueron, a mi ver, caros, y uno de los adquiridos, sobre todo, era uno que en talla por ahí se andaría en la medida de quintas que debe fijarse para capones, pero ancho y macizo y cuellicorto, y las piernas finas, como una Marlene Dietrich caponal… Y hecha la compra, y bajo la lluvia dulce y tibia, que son días de Sur en esta tierra, a Mondoñedo.
    Goiriz, Castromaior, Candía, Abadín… Se acaba la Terrachá con sus horizontes azules, sus lamas de agua quieta y plomiza, la visión de la Corda oscura a mano izquierda, con sus lomos fatigados. Pronto el alto de Xesta y el perfil de Pena da Roca, altiva y desnuda. San Cosme do Monte, con su ermita y los álamos, en aquel claro entre xesteiras . Y ya las propias montañas mindonienses, siena, verdes, grises, coronadas por la niebla, labradas por espumantes torrenteras, que en el fondo de la barrancada forman el Ares, un río alegre, pratense y molinero, el más bello de los ríos de mi valle nativo, con aquel dulcísimo salón de la Fabega, ribera de chopos y alisos, prados felices donde más de un abril he oído cantar temprana la abubilla. Y en seguida mi monte, el monte propicio de los de Mondoñedo, el Padornelo, el Patronelus nuestro, un león tendido, que duerme con la cabeza entre las manos.
    — ¿Crees que se pode decir que parece un león? —me preguntaba Lence-Santar, mi antecesor en el alto cargo de Cronista de la Ciudad.
    — É que se parece ! —le aseguraba yo.
    — De todos xeitos, voullo preguntar a Pepito —me decía.
    Pepito era José María de la Fuente, notario, que también estaba conforme en que nuestro Padornelo semejaba un león tendido, guardando el pequeño valle nuestro, un valle que tiene la medida del ojo humano, y la apretujada ciudad por entre cuyos tejados de azulada pizarra surgen las torres barrocas —árboles fabulosos de una flora que no hay— de la Catedral de la Asunción. Las estrechas calles, la ancha plaza, la casa… He comido del pan amasado en la vieja artesa de álamo, he metido el diente a una fría manzana de la huerta, me he dormido respirando un aire perfumado, una veces manzana, otras membrillo. Y me ha despertado dos veces el enorme silencio. Ya entrada la mañana, el esquilón llama a coro a los señores canónigos. Palomas junto a la ventana, arrullándose, y otras que volaban al vecino bosque de Silva, todavía vestido de oro, carmesí y púrpura.

  141. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  142. De desayuno, leche acabada de ordeñar. Viene mi primo Moirón de Riotorto y me trae castañas. Me asomo al balcón y veo pasar caras conocidas, gentes con las que tengo que hablar, que se alegrarán de verme. Es jueves de feria y los coches de Pastoriza y Riotorto descargan sacos de trigo y de patatas junto a los soportales del Sombreireiro. Pasa Totona del Almacén, ligera con todos sus años. Siempre que me habla me llama Alvarito, que me vio nacer. Huele a laurel quemado, que ahuman chorizos en una casa vecina. Llaman a la puerta, y adivino quién es, por el toque de martillo… ¡Qué grande, rico y hermoso es el mundo!

  143. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  144. Cruje la hoja caída del roble bajo los ferrados zapatones. Frutos de la humedad y de la dulce y tibia podre vegetal, los hongos son los hijos del dorado bosque del invierno. Surgen de la tierra y cabe las undosas raíces de los árboles, extraña germinación, muchas veces venenosa; pero algunos permiten gustar al hombre el zumo del bosque, encerrado en su fibra esponjosa; gustar el aroma y el frescor de la tierra. Quizá tanto como del sabor de las setas gustase yo de la fantasía linneana de sus nombres, trasudando latines. «Las flores latinas —escribía un poeta— son a la lengua común lo que las rosas a las clavellinas». Cuando, como ayer, encuentro el sombrero naranja y el amarillo pie de la amanita oronja , tanto me place decirle su nombre como un verso, como comerla cocida en tinto. Un poco más allá de la coloreada tribu de las amanitas, di con una familia de boletos negros y rodellones, con su oscura caperuza, rojiza en algún rodellón: envejeciendo, verdecen, y hay mucho enamorado de su carne prieta y exquisita: estos boletos tienen un hermano azulado y tan venenoso, que me dicen que por la Rioja le llaman «mataparientes». Pierre de Bourdeilles, señor de Brantôme, cuenta una historia galante que terminó en envenenamiento por boleto azulado, rotundo y dulce: la dama salió a la terraza a ver morir al caballero envenenado, y pues era noche clara de luna llena y la dama estaba ligera de ropa, mostraba el aire aquello que el padre maestro Feijoo, hablando de la hermosa Friné de los griegos, «escándalos de nieve» llamó. Por este mismo bosque anda la rusula verdosa, como una copa de menta, tan fina, la manteca del bosque, y anda también el cogomelo, de tan largo y feliz talle y tan especial para rellenos, y donde comienza el viejo pinar de Redondo, el agárico delicioso, que según el conde de Clermont-Tonnerre encierra en su pulpa «un gusto de resina clarificada y aromatizada por el aire del bosque». Es el hongo de los señores duques de Aquitania, en su torre destruida, que en el verso de Nerval ven florecer, en su laúd, el sol negro de la melancolía. ¡Aquitania, que en la geografía maravillosa de las peregrinaciones compostelanas se traduce por una palabra eufónica y misteriosa: Mormaltar! El bosque de las Landas, tendido entre Burdeos y Bayona, «como una gran lira posada al borde del Océano», que diría el señor de Chateaubriand, para que el poderoso y salobre viento atlántico muera en él, haciendo vibrar como felices cuerdas los pinos rumorosos, regala, como una dulce flor, los breves agáricos.

  145. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  146. Mi primer encuentro con la varia y multicolor familia de los hongos fue una lámina de un Pequeño Larousse Ilustrado , que de corrido me la aprendí, y la tenía como un jardín en la memoria: tanto como flores yo veía en ellos los gnomos del bosque. Con ella en la mano anduve por el bosque, y por ella guiado comí los primeros hongos y me aficioné, y aun puse en verso la dorada trompeta del cantarelo —«¡Canta, dulce raíz del roble, por esa boca de oro, la dulce tierra del bosque, donde vives como un rey en su palacio!»—, y a la colmenilla, que ya el romano llamaba colmena suculenta , le decía: «¿A dónde van tus abejas de oro, ahora que todo lo que floreció en el bosque se prepara para las fiestas de las muerte?». A las abejas de la colmenilla invitaba yo a buscar mieles en las plumas del faisán, rojos, dorados, azules lirios. Pero ya en los bosques de mi país gallego no hay faisanes, y las plumas mordoradas no se ven volar, a través del bosque desnudo, como un trozo de feliz otoño resucitado. Recuerdo haber visto en Lisboa, en un escaparate de un restaurante, un faisán ya cocinado, vestido con todas sus plumas, descansando en no se qué rosada gelatina en labrada fuente de plata, rotundo y coloreado como un Braganza, y sobre él un letrero como un mote heráldico que en lengua gálica decía: «Faisán a lo Príncipe Eugenio». A lo príncipe Eugenio de Saboya; es decir, faisán a la caballería europea, y en verdad que en sus batallas el príncipe Eugenio, Prinz Eugen, der edle Ritter , el buen caballero de la canción, no iba más hermoso con todas las plumas de Francia, Saboya y el Sacro Imperio en su sombrero, que aquel faisán de la Colguida con el otoño de los blancos hayedos en las suyas. Comerse aquel faisán sería como comerse toda la caballería de la cristiandad occidental, desde don Carlomagno. ¡Quién osaría!
    El bosque no muere del todo en el invierno. Hay hiedra roja abrazando los alisos, y verde hiedra ciñendo el grave cuerpo del roble. Un rayo de sol se ha roto contra el suelo: son las amanitas, las breves naranjas de oro. Los hongos son las multicolores copas en que el bosque vierte los divinos fermentos creadores, «el semen bullicioso de la Naturaleza», grato a Paracelso. Vuela una paloma torcaz en el primer verso de un soneto que digo a la mañana, un soneto demasiado á la page y gongorino. Lo de gongorino quizá sea necesario, que la mañana es un cristal, y lo propio de la poesía de Góngora es el estar construida con tantos cristales como palabras.

  147. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  148. Amanecía tan claro y tan ancho por las antiguas tierras leonesas, que quien como yo vive habitualmente en un valle que tiene la medida del ojo humano —tan apretado y ceñido de montes que cual el Samos del padre Feijoo sólo ve las estrellas cuando las logra verticales— no podía vencer la sorpresa visual de tan luminosos y dilatados horizontes. Pintaban la tierra largas pinceladas de verde tierno y tímido; si la pintura fuese de la naturaleza misma del fruto —en la imaginación y en la sensibilidad del hombre como la manzana en el manzano, o el pájaro, «ese fruto nómada del árbol», en el ciprés—, habría comenzado a ser inventada así, coloreando la tierra oscura con verdor, como la rama del árbol con la hoja. Lo que más me ha sorprendido siempre de la historia de la pintura es la invención del cuadro, acontecimiento tan trascendente por lo menos como el descubrimiento del paisaje. Los surcos enseñan geometría a la tierra, bajo la dulzura de ese trigo joven, y se pierden en él como una forma en la sombra. Quizás el procedimiento sea el de la pintura abstracta, sólo que todo lo contrario. Debe de oler la mañana, fresca y frutal. Y yo digo que las mañanas son algo tan frágil, penden de tan finos hilos, que hay que ocuparse de ellas como de los niños recién nacidos.
    Mi compañero de viaje es un señor de Lugo, tratante en jamones. A Azorín —he leído mucho estos pasados meses a Azorín: Los pueblos y Antonio Azorín especialmente— le hubiese gustado ver cómo este paisano mío desdoblaba sobre sus rodillas una blanquísima servilleta. Hay en Azorín las cosas que son blancas, limpias, y hay en Azorín las cosas que son fugaces: pasan como sombras ante un fondo blanco y lejano. Azorín alejaba el mundo de los ojos del lector, un mundo minucioso y veraz, pero que se tornaba fantástico por esa sorprendente lejanía misma. La idea de frescor —la fresca sombra del patio, el pasillo, la sala— es en Azorín como un perfume, y a veces como un color o una música. Hay muchas cosas que Azorín ha visto, y ahora nosotros vemos y decimos azorinianamente. Mi paisano ha desdoblado la blanca servilleta de flecos, que tiene en una esquina unas iniciales con hilo rojo bordadas. «El blanco lirio y coloreada rosa» es un verso que amamos más después de Azorín, y a la imaginación me viene contemplando la mancha roja —como cuatro pétalos de una rosa roja— en la esquina de la servilleta blanca. El pan que corta, pan de hogaza casera, es oscuro, pan de trigo de monte o de lo que llamamos por allá terraxe , mezcla de trigo y centeno. La navaja con que corta es una navaja de Taramundi, con las cachas amarillas y el dibujo de unas hojillas negras en ellas, y unos círculos y otros triángulos: Taramundi es un lugar sombrío y lejano como su nombre.

  149. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  150. Una anciana dama italiana, de ilustre familia toscana, preguntada a su regreso de los Estados Unidos por lo que en Nueva York más le había llamado la atención, respondió: «Que la gente no sabe andar. Quien ha visto pasear a la gente en Florencia y en Pisa, en Siena o en Parma, en los primeros años de este siglo, sabe cuan bella y armoniosamente puede caminar el ser humano». Sin duda, en los paseos provincianos de la vieja Europa, en las alamedas y en las pinetas, se dan las últimas lecciones de bien andar. El elogio de esta gracia es muy antiguo, y se podría fácilmente ser erudito ahora, haciendo un resumen de citas. Pero de lo que se trata es de preguntarse si al tiempo en que hay que abrir escuela para enseñar a las gentes esa facultad del alma que es el diálogo, también hay que hacerlo para esa facultad del cuerpo que es el andar. Ya se enseñó a andar, y por los jesuitas precisamente, en el siglo XVIII , en los colegios en los que había cátedra de danza. Paul Hazard y Baldensperger le han dedicado al programa de esta cátedra en los colegios de la Compañía deliciosas páginas; se enseñaba a andar como introducción a la danza, y salían los alumnos con un caminar grave y civil, y humanamente reverencioso. En Viena se enseñó el arte de andar en la Escuela de Pajes, y a subir reposado, erguido el cuerpo, las imperiales escaleras; se enseñaba a andar a la italiana, es decir, a la milanesa, con un braceo airoso, que Metternich conservó hasta el final de su vida; pero en Viena las reverencias se hacían a la española, con los tiempos que marcaba el ceremonial borgoñón de los Austrias, y que falta hacía ese corsé para sujetarnos a los españoles —vale decir a la gente de Toledo, Sevilla y Madrid—, que según Lope parecíamos «hijos del aire en el aire del andar».
    Yo no tengo a mano el estupendo libro de Hans Roger Madol, Godoy, el primer dictador de nuestro tiempo , para copiar literalmente la escena que presenció en Roma el caballero Hauser, agente de Viena, hallándose desterrados en la Ciudad Eterna Carlos IV y María Luisa, y con ellos el príncipe de la Paz. Godoy, que fue el último español que supo andar y hacer reverencias a la borgoñona, a instancias de María Luisa, se vistió de gran gala por distraer a sus señores y para que Hauser lo viese en todo su esplendor, aunque melancólico exiliado. Exil umbral , dijo el latino. «El exiliado es como una sombra». Entraba Godoy vestido de capitán general, vicioso de bandas y placas, y la reina le mandaba caminar, porque luciera su insólita gentileza. ¡Mucho mejor caminaba que Metternich! Y decía la reina:
    —¡Qué hermoso es!
    —¡Sí, qué hermoso es! —respondía Carlos IV.
    Y en verdad debía ser tan hermoso como ver evolucionar en el picadero a un caballo español de la alta escuela. En Viena se sabía apreciar eso, y Hauser era un conocedor.

  151. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  152. En Brünn, la capital de Moravia, está el castillo de Spielberg, donde
    encerraban a los patriotas italianos que combatían al Austria en Venecia y en Milán. Silvia Pellico tuvo prisiones allí. Pues de un policía austriaco es esta observación: «Aún vestidos de harapos, sucios, enflaquecidos por la miseria y el dolor, hacen del patio del castillo un salón cuando se les deja subir a tomar el sol». Tanta era la animada gracia de sus conversaciones, de sus paseos, de sus juegos. Eran los más lombardos, vénetos, tridentinos.
    Y volviendo a Godoy y a los Borbones: éstos podían ser jueces excelentes en maneras de andar en corte, campo y paseo. Era de rigor que se les enseñase a los infantes el andar de Nápoles, corregido en Versalles nada menos que por un mariscal de Francia, el señor mariscal de Villeroy, ayo de Luis XV. Pierre Gaxotte, en su extraordinario libro Le siécle de LouisXV , reproduce un informe del embajador turco en París, Mehemet Efiendi, el año 1720. «El rey —escribe el turco a la Sublime Puerta— parecía encantado examinando nuestros trajes y nuestras armas. El mariscal me preguntó:
    —¿Qué decís de la hermosura de mi rey?
    —¡Que Dios sea alabado —le respondí yo— y lo libre del mal de ojo!
    —No tiene más que once años y cuatro meses —añadió él—. ¿No os parece maravillosamente proporcionado? Notad cuan hermosos son sus cabellos.
    Diciendo esto, hizo girar al rey, y yo consideré sus cabellos de jacinto, acariciándolos. Eran como hilos de oro, bien iguales, y le llegaban a la cintura.
    —Su marcha —dijo el ayo real—, es muy bella.
    Y pidió al rey:
    —Señor, caminad, que se os vea bien.
    El rey, con el andar majestuoso de la perdiz, avanzó hacia el centro del salón y regresó hacia nosotros».

  153. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  154. La vida enreda —como salen enredadas de la cesta las cerezas— los trabajos y los días. Pasaba yo un río de mi país, el Bibey, para el que si hay un calificativo es el de antiguo, por la barca que llaman de la Balsada, en una tarde dorada de vendimia, conversando con el barquero del oro del Sil y de los vinos de toda aquella orilla —entre ellos el de Amandí, del que dicen era grato a Augusto— y de la oscura calma de aquellas aguas que cruzábamos, que como del Saona en Julio César, no se sabe cuál sea su camino — Flumen est Arar , y lo que sigue, que está bien el hablarle en latín a un río—, cuando me sorprendió el barquero diciéndome que aquél su oficio se prestaba a pensar, aunque no fuera más que en la viajera virtud de las aguas y en su amistad con las orillas y con la barca, que a veces, con esta agua quieta, parecen ser las orillas las que navegan y se acercan o alejan de la barca, «y no siempre es la misma la distancia de orilla a orilla».
    Lo aseguraba el barquero, pértiga de fresno en mano, de pie en la popa. Y me lo decía a mí, que venía de leer a Nicolás de Cusa, hijo de un barquero, en las siestas de agosto: «Si uno no supiera que el agua corre y no viera la costa, ¿cómo podría reconocer que se mueve quien se encontrara en un barco arrastrado por la corriente?». Quizás el cardenal de Cusa, niño, con la pértiga en la mano, fue llevado a las mismas imaginaciones y doctrinas de mi barquero de la Balsada, y aquellos capítulos de De la docta ingorantia , sobre el movimiento y la Tierra, le vinieron a madurar en la razón desde aquella lejana raíz del oficio paterno, y la contemplación del agua fugitiva, las orillas donde medraba el lúpulo, y la vieja barca que un día se hundió y dejó en la desnuda hambre a toda la familia del barquero, serían imágenes compañeras, prontas a ejemplos en ayuda de la claridad de las más altas razones.
    Le gustó al barquero que hubiera habido, en tiempos, un cardenal de la Santa Iglesia hijo de un barquero, y barquero él mismo en su niñez, y que de las vagancias del oficio sacó nueva filosofía y aun nueva emoción, que es más o tanto, y no paró hasta que le conté lo que sabía de su vida, hasta llegar a aquel cálido día de agosto en Todi, cuando el cusano dio su alma, que yendo tan fatigada aún tenía alientos para irse, como una lanza, a contener la bajada del turco, en compañía de aquella flor del humanismo, Pío II Papa, por su nombre en las letras greco-latinas, Eneas Silvio Piccolomini.
    El barquero, que parece me tuvo por hombre discreto y sin mayores pretensiones, no dudó en preguntarme si no me parecía que no era muy alegre oficio el suyo, antes bien, melancólica ocupación, con lo cual se averiguaba por qué los barqueros son gente callada y retraída. Parece que él razonaba su imaginación melancólica con el hecho de estarse como quien dice quieto en el medio de dos ríos, el de las aguas que pasan y el de la gente que lo cruza de orilla a orilla, y aun afirmó que si no cabe detener las aguas del río tampoco se puede detener el río infatigable de las gentes: «El que no pasa un río, pasa dos, y todos el de la muerte». Con Caronte, pues, me las había. Le conté cómo es enseñanza muy antigua y probada que el ponerse en la orilla de un río a ver correr las aguas es medicina que cura melancólicos, y que en lo que toca al oficio en sí, es de los más nobles que haya, y en las historias viene que en algunas partes de Asia es oficio de príncipes de la sangre real.

  155. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  156. Hay una fábula hindú que dice que todos los barqueros descienden del mismo gran rey, de un rey que en su barca pasó una vez, de orilla a orilla del Ganges, su gran palacio de mármol y en el gran patio de armas del palacio cien elefantes de guerra con gualdrapas rojas. «Era un palacio tan grande como un sueño grande», dice el texto. El gran rey había soñado durante siete años un palacio de mármol, y conocía las escaleras, y las ventanas, y los largos pasillos, y la fresca clausura de los patios, que se alegraban con fuentes, y una torre tan alta que parecía se podía tocar desde ella la luna con los labios, y tanto y tanto lo soñó, que un día, en la arena de un vado del sagrado río, amaneció el palacio. Pero el gran rey quería el palacio en lo alto de una colina, y siete años soñó el viaje del palacio, hasta que un día lo cumplió.
    Mi barquero dudó que yo pudiese creer tal historia, aunque él no está muy seguro de que no hubiese llevado una vez gente del otro mundo en su barca. Era un hombre envuelto en fina capa y la barca voló como si tuviese vela y un poderoso viento la hinchase en aquel misterioso atardecer. Me cuenta de otro barquero que hubo y que una vez pasó en su barca a un extranjero: el viajero ayudó al barquero a amarrar la barca en el padrón, que era día de avenida, y allí donde el extranjero puso las manos en el cabo la cuerda quedó quemada. Sería el diablo en persona.
    Le prometí al barquero aprender algo más de Nicolás de Cusa y contárselo cuando vuelva a pasar por la Balsada. Me dijo que siempre tenía un jarro de vino para los amigos. Yo recuerdo entonces que Nicolás de Cusa, en Padua, bebía Chianti, refrescando por el verano con Ovidio y con el vino, en un patio donde un ciprés albergaba la tribu sonora de los jilgueros y una parra daba a la vez sombra y racimos. El Chianti se lo ofrecía al cusano Toscanelli. Yo me conformo, en esta orilla antigua, con un humilde vino, amigable y paisano, que en jarro de barro me ofrece un barquero. Vino por vino, los dos de Padua no vieron más luminosa y pura a Venus que yo la veo ahora encender sus candelabros sobre la sierra enorme del Caurel.

  157. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  158. Un camino es algo a lo lado de lo cual se camina

  159. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  160. En estas páginas escribí de cómo me sorprendió encontrar una mocita judía en Sevilla que se llamaba Noche en una crónica andaluza. ¿Cómo osaron tal nombre para una hermosa? De este Cabo de Lonxe de quien les hablo, desde que oí decir su apodo me preguntaba de qué Lonxe, de qué lejos remoto y secreto, era vecino. Compraba y vendía oro y plata por las ferias. En cualquier portal, en ésta o en la otra taberna, montaba su balanza, sacaba del bolsillo la piedra y el aguafuerte, y se anunciaba a gritos. Trataba en relojes y anteojos.
    — ¿Onde é Lonxe? —le preguntaba yo.
    — Nóno sei. Xa a meu abó lle chabaman Cabo de Lonxe .
    El abuelo fuera platero de fama. Labró muy finas joyas, según su nieto, para adorno de las señoras de la aristocracia lucense. Era muy pacienzudo, y con tal de lograr un primor, se olvidaba de comer y de dormir. Gastaba días y días en unos pendientes o en un broche. A una Gayoso de Lugo le faltaba parte de una oreja. Cabo de Lonxe el viejo le hizo unos pendientes que eran una maravilla de calado y pedrería, y suplió en uno, con coral, la parte de oreja que le faltaba a la dama. Para el obispo Arciniega de Mondoñedo hizo unas hebillas de oro, para el zapato, y en cada hebilla iban litúrgicos latines por un total de ciento siete letras: había que leer con lupa en ellas. Aprendiera en León letra gótica con un platero alemán, que era cojo y se llamaba don Adolfo. Este don Adolfo trabajara para Napoleón.
    — E tamén prá sua muller, cando estivo en Parga. Non sei si niste Parga de aquí ou noutro .
    — Non era Parga —le corregí yo—. Era Parma, en Italia .
    — Pois meu pai decía Parga. ¡Como eiquí estiveron os franceses!
    El Cabo de Lonxe que yo conocí era de mediana estatura, gordo y colorado, los ojos claros y vivaces. Hablaba a gritos y continuo. Tenía manos finas, expresivas, ricas en flexiones cuando hacía el elogio de una sortija o un rosario. Se ponía la sortija, tendía la mano para que se viese cómo lucía, la ponía abierta sobre el pecho, como la suya el caballero del Greco.
    — ¿Toda esta obra fáina vosté? —le pregunté una vez, por San Lucas.
    — ¡Qué va! Eu teño azougue no corpo. Non sirvo prá estar na banqueta. A mín o que me vai é o trato .
    Le iba el trato y lo adornaba con reflexiones morales, chistes, rondas de tintorro. Citaba a su padre y a su abuelo, y pedía para sí la fe que ellos merecieron en casi cien años de andar por el mismo negocio en el país. Tenía una moneda de oro mejicana: nunca vi una tan gruesa y la mostraba cuando el trato se ponía difícil.
    — ¿Canto val ésta? —preguntaba gritando.
    — ¿El non valerá duas onzas? Pois deixoa aquí mismo en prenda. Si falto en algo, vai perdida. ¿Hai por aquí un vecino honrado que a garde por tres meses, ou por seis, ou por un ano?
    Se reía después, palmeando, tirando al aire los duros de plata con que acababan de pagarle el reloj o los pendientes. Bebía el vino tinto a tragos de cuartillo.
    En la farmacia de mi padre compraba nitrato de plata, que en los ratos libres Cabo de Lonxe se dedicaba a quemar verrugas por las ferias. Allá por el año 25 cobraba a dos reales la sesión. También hacía boquillas de hueso, a las que ponía aros de plata. Creo que era para lo único que tenía paciencia.

  161. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  162. El otro día, leyendo en López de Gómara, en donde trata de la conquista de la Nueva España, me acordé de Cabo de Lonxe al llegar a la página en la que el capellán de Cortés describe el mercado de Méjico, y las obras de oro y pluma que allí vendían los orfebres indios: «Y son los indios tan oficiales desto, que hacen de pluma una mariposa, un animal, un árbol, una rosa, las flores, las yerbas y peñas tan al propio, que parece lo mismo que o está vivo o natural. Y acontéceles no comer en todo un día, poniendo, quitando y asentando la pluma y mirando a una parte y a otra, al sol, a la sombra, a la vislumbre, por si dice mejor a pelo o contrapelo o al través, de la haz o del envés, y en fin, no la dejan de las manos hasta ponerla en toda perfición. Tanto sufrimiento pocas naciones lo tienen, mayormente donde hay cólera, como en la nuestra». El abuelo de Cabo de Lonxe la tuvo, la paciencia azteca, pero el nieto no. El nieto tenía la cólera esa hispánica, de que habla López de Gómara. Tenía ésa, y aquella otra a que alude el P. Gracián cuando dice que la cólera natural del español exige la libertad de palabra. Me acordé de Cabo de Lonxe, y una vez más me quedé preguntando de qué Lonxe, de qué lejos vendrían los suyos, de qué remota ínsula o perdida nación, Cabo de Lonxe, punta final. Finisterre acaso, el nuestro u otro, ese Finisterre que tiene que haber donde, física y metafísicamente, termine la tierra, la tierra de los hombres.

  163. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  164. Hace años, viajando yo por Bretaña, me mostraron en Locronan la piedra donde los dos hermanos que acudieron a aquel lugar, al pie del calvaire , a escuchar el resultado de la batalla librada por sus almas entre san Ronan y el diablo, dejaron las huellas de sus pies. Uno fue salvo, y el otro condenado a vagabundear por el país, actuando de lazarillo invisible de ciegos. Las huellas del que fue salvo son como una caricia ondulada sobre la oscura piedra, y las del penitente, profundas y bien marcadas, y si te arrodillas y metes en ellas la nariz, aspiras un leve olor a azufre. Dicen que todavía anda por allí el alma lazarilla, y Le Goffic —tan grato al maestro Otero Pedrayo—, contó que a veces circula sin temor por campos y ciudades un ciego desconocido, solo, y no tropieza con nada ni con nadie; entonces se sospecha que lleva de lázaro el alma penitente, y recibe muchas limosnas. Conviene advertir que cosas tales, contra lo que creen algunos, solamente se dan en pueblos muy intelectuales y muy espirituales a la vez, pueblos que como Bretaña, Irlanda y la propia Galicia, son, intelectual y espiritualmente hablando, de una riqueza incomparable… ¿No se creía en nuestra Galicia al rendeiro de la Hestadea, que se acercaba a decir que venían los obligados y precisaban de misas y ofrendas por sus almas? Y el rendeiro recibía limosnas por el aviso; limosnas de castañas, miel y pan trigo, en hogazas de no menos de cuatro libras… En la carballeira de Bouzás, en Tierra de Miranda, los pies de los fieles de la Hestadea pisaban las hojas secas del sendero, y se detenían junto a la fuente del Pontigo a beber del agua fresca, como sujetos de un voto osírico.

  165. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  166. ue la cosa que yo estaba en Anteposto aguardando la barca, cuando se echó encima aquella cerrazón de lluvia y viento, que en un santiamén descargó sobre el mundo, y, en verdad, no la esperaba en aquella calma tarde, el cielo como una blanca hoja de camelia que se hubiese posado sobre las cumbres violeta del Arneiro, y las torcaces volando en los alisos y los sauces de la orilla. Hubo que volver al mesón de la Cruz y siendo todavía los primeros días del otoño, parece que se agradecía ya un escaño en el lar. Batía la lluvia contra los vidrios de la ventana, y nunca oí silbar el viento tal y como silba por aquella estrecha cañada de Pacios, semejante a una enorme flauta de piedra derribada al pie de la carballeira de Seguín. Había que pensar en hacer noche en el mesón, que ya no era aquel de mi infancia, cuando vivía Juan de Cruz; era el barquero el viejo Felipe de mis historias, y Madanela, la hija de Juan, os ponía en los ojos aquella sonrisa suya, alegre como un verano. Tal van los años pasando, como alas, y no te enteras hasta que un día brotan ante ti largas memorias melancólicas, y ves que ya ha pasado la juventud y estás viviendo poco más que del aroma de un vaso vacío… Allí estaban, en la sombra, mis eras felices. Hube de pasarme la mano por el espejo del rostro, como secando unas lágrimas que no llegaron a brotar.
    También se guareció en el mesón un paisano, que yo conocía de vista, medio tratante en lana y en seda y algo colchonero, y según vi hombre de pocas palabras. Había pedido una jarra de tinto, y bebía por ella a pocos sentado cabe la ventana. Seguía la tormenta, ahora acompañada con la rueda ronca del trueno, y para quien como yo conocía desde niño aquel rumor del río en los caneiros, sólo con oírlo oscurecer sabía que el río llenaba con aquella mano de agua que abatía sobre la tierra. «El barquero», me dijo el mesonero, Tolín le llamaban: «el barquero habrá amarrado en Soutos, en el vado…». El vado de Soutos, donde está la ermita de San Cosme, es como un lago, y lo cruzan sesenta pasos de piedra, y más de una vez los pasé brincando, cogiendo las manzanas verdes que, caídas de los pomares de Noste, represan en ellos. Me senté en la mesa del colchonero, yo también con mi jarra, y como él me puse a contemplar la oscura noche, por veces quebrada, como un cristal, por la mirada azul de un relámpago. Picó mi curiosidad la sostenida atención con que el colchonero escrutaba a través de la ventana el negro pozo de aquella tormenta. Pálido estaba, los azules ojos como encendidos, digo yo si por el miedo, y las inquietas manos, como si las hubiesen llenado de azogue, no dejaban reposar la jarra del vino, del que bebía a pocos y sin gusto, y en verdad contra la ley de aquel tinto gordo de Cacabelos que allí se gasta, que quiere cierta parsimonia en el trasiego. Cierto era que aquel hombre esperaba y temía algo. Volvíme yo a imaginar qué historia no sacaría el barquero Felipe de aquel trance, si viviera, y tal me pondría al colchonero por guardador de un secreto, sujeto de una magia, mensajero de cualquier encantamiento o, si a mano venía, me lo hacía pasar por todo un visorrey disfrazado o adivinador de la Rueda de Beda, que otras cosas mayores me hizo creer en tiempos. El colchonero era un hombre alto, pálido ya dije, muy cerrado de barba y lo más aparente de él eran las grandes orejas que tenía, y tan aplastada la cabeza por detrás, como si fuese asturiano, que en el Padre Feijoo he leído que en las Asturias se sigue la costumbre de aplastársela por adorno a los niños. Mirando estaba al colchonero, que al pronto no vi que cabe la ventana se habían encendido unas luces. Cuando a ellas atendía, ya el colchonero estaba de pie y se acercaba a la puerta del mesón, descorriendo el cerrojo. Todo sucedió en un repente. Abrió la puerta el colchonero y salió bajo la lluvia. Tolín y yo nos asomamos a tiempo de verlo rodeado de unas luces blanquísimas que se meneaban a media vara del suelo. Cesaron como por ensalmo la lluvia y el viento. Sólo se oía el oscuro golpe del río en los caneiros.

  167. Las crónicas de un Sochantre armado con un sacho dixo...
  168. El colchonero caminaba hacia Pacios rodeado de las vagantes luces, y él se iba haciendo como una luz entre ellas, al principio rojiza, luego azul, más tarde otra blanca lámpara fugitiva. Era la Santa Compaña. Tolín comenzó a musitar el Padre Nuestro. Las luces se perdieron por los maizales de la Valiña, para reaparecer a poco hacia los montes de Andión. Se oyeron unas campanas y, silenciosamente, volvió una lluvia mansa y tibia a llenar la noche.
    Contando esta historia en Soutos, el cura de Seixo me dijo que no podía haber visto yo tal noche al colchonero en la Cruz, que hacía dos días había muerto, cayéndose del caballo, viniendo de la feria de Meira. Yo le pinté las señas, la barba crecida, el traje de pana, la cabeza destocada, sin aquel sombrero negro que solía traer. «Eso sí», dijo el señor cura, «que cuando lo hallaron muerto, no apareció el sombrero, y barba tenía, que hubo que afeitarlo antes de darle tierra». Con lo cual el señor cura de Seixo se me quedó mirando y luego, con mucha calma, medió de ron el pocillo de café. Yo vi que me creía que había visto las Benditas Ánimas venir a buscar el colchonero al mesón. «También», me dijo, «yo vi un caso parecido responsando en el cementerio de Ansemar». Y se santiguó con la diestra mano, como enseña la doctrina, en la que tenía el pocillo de café con aquel suave ron escarchado, al que era tan afecto.

  169. Cabalgando con el Diablo dixo...
  170. Las pizarras que cubren las casas de Seixido son de Lousadela, donde las canteras se empinan sobre el río: son pizarras blanquecinas, que se arrancan en grandes piezas delgadas, buenas para tejar o para montar en las paredes protegiendo del vendaval, padre de la lluvia. Esta pizarra que ahora contemplo es, también, de Lousadela, pero aconteció que contra ella, rompiéndola, fue a romperse la cabeza el Diablo. El Diablo en persona.
    Pedro de Quinteiro tiene la casa subiendo de la iglesia para el souto de Meira. Sobre el camino están los cerezos y la higuera. Yo me tengo subido al palleiro grande para catar los higos miguelinos, de roja y dulce carne, y las cerezas blancas. Más allá de la cabaña donde guardan el carro y los arados, hay unas pequeñas cuadras, apoyadas contra el viejo muro que, hacia Seixido, ciñe la colina, un noble castro de combada testa. Una de estas cuadras sirve a Pedro de gallinero. Las gallinas de Pedro dejaron de poner, no sólo no ponían, sino que se comían el huevo del nidal, niero , que dicen. Tener tenían el huevo, que Pedro se lo miraba, pero no ponían. Pedro se maravillaba, y una vecina le dijo que sería cosa de un raposo huevero — un golpe oveiro —, que ella ya tenía oído que había raposos que se aficionaban al huevo y ya, sabiendo que es la gallina quien los pone, no tocan la gallina. Cepos y trampas no hicieron caer al zorro, ni vigilar el gallinero día y noche condujo a nada positivo: los huevos volaban. Ésta es la conclusión a que llegó hace un par de semanas Pedro de Quinteiro: los huevos volaban. Vigilaba Pedro la gallina que subía al nido, no le quitaba ojo mientras ponía: tanto la miraba, que la gallina terminaba por cerrar los suyos, molesta ante tanta inquisición. Hecha la puesta, la gallina se levantaba, cacareante, esponjándose, dichosa, y Pedro podía contemplar el huevo en el nido. Pero cuando iba a echarle la mano, el huevo se esfumaba. Lo vio Pedro, lo vio toda la familia, lo vio el sacristán. Éste afirmó que era cosa del Demonio. Y la acertó. Este sacristán, parece ser, es hombre de ciertas ciencias y virtudes, algo componedor de huesos, y músico. Dijo que él tenía cierta medicina contra los «rondadores», especie ínfima de trasgos, que se dedican a estas raterías: la medicina está —y creo que cumplo un deber haciendo público el remedio— en ese espino que llaman por aquí espiñolo y en las Castillas majuelo, que tiene tan olorosas flores, que le brotan en ramilletes con sus pétalos blancos, y bayas rojas, que al morderlas se encuentran llenas de una pulpa blanca y dulzona. Unas ramas de majuelo las puso el sacristán, con algún oscuro latín de sahumerio, sobre los cortellos y el gallinero, y a la puerta de éste. Las gallinas habían de estar encerradas todo el día. Así fue. De anochecida, Pedro de Quinteiro y el sacristán entraron al gallinero, y había en los nidos nueve huevos. Y cuando del gallinero salían, amilagrándose, algo rodó por el tejado de las cuadras, algo como una bola de viento, que echaba chispas al brincar de pizarra en pizarra, y por fin se quebró, con un gran lamento, en el tejado del gallinero. Se rompió él, rompiendo las pizarras, y por un segundo se vio una alta y negra figura llevarse las manos a un rostro ensangrentado. Y algo frío se perdió en la noche, entre ladridos de canes. Ésta es la historia. En la pizarra en que se rompió la cabeza del Diablo, el mismo Diablo, quedó ese hollín aceitoso, que huele a azufre quemado. Pedro de Quinteiro me mandó un trozo, pidiéndome que cuente la historia y le dé a él mis luces.

  171. la Vieja Arenisca Roja dixo...
  172. Nunca había sabido que mi paso era distinto sobre tierra roja,
    que sonaba más puramente seco lo mismo que si no llevase un hombre, de pie, en su dimensión. Por ese ruido quizá algunos bares me recuerden.

  173. Red Olifantshoek dixo...
  174. Un deporte insano para gente insana

  175. el tornillo perdido de Mike Sifones dixo...
  176. Es saludable romper, salir un rato de los circuitos convencionales, dejar de ser esa pieza que se considera imprescindible dentro de un engranaje

  177. El Heterodoxo dixo...
  178. Con el Weer Balking sentirán cómo tiemblan sus ortodoxias y se conmueven sus convicciones, y se darán cuenta de que esos movimientos no se han producido sin pretexto ni justificación

  179. Willy Stevenson dixo...
  180. Llevé conmigo El arte de caminar a todas partes, hasta que, como cabía esperar, lo perdí. Reaparece ahora de improviso, en Nórdica (prólogo de Juan Marqués), y lo hace del modo más oportuno, en tiempos en los que se está redescubriendo que andar, que es la forma más natural y primitiva de desplazarse, puede convertirse en la actividad más luminosa y la más creativa, porque tiene la velocidad humana; parece producir una sintaxis mental y una narrativa propia.

    Pero para andar toda una jornada y, agotados, poder luego, como escribe Hazlitt, entrar en alguna antigua ciudad en el instante justo en que cae la noche y allí “tomar comodidad en la posada propia”, es preciso no ignorar previamente que la experiencia de la caminata se ha de hacer a solas: “Puedo disfrutar de compañía en un salón, pero al aire libre la naturaleza es compañía suficiente para mí. Nunca me hallo en esos momentos menos solo que cuando me encuentro a solas”.

    Para Stevenson, que cincuenta años después recogió el guante de ese excepcional breve ensayo de Hazlitt, el alma de una excursión a pie es la libertad, la completa libertad para pensar, sentir y hacer exactamente lo que uno desee, y por tanto no debe malgastarse comentando el mundo a los otros.

    Coinciden estos dos grandes ensayistas mínimos en que la clave de todo se halla en la llegada por la noche a la posada, en ese momento en el que encendemos la pipa y apuramos la dichosa ruptura con nuestra identidad y nos olvidamos del reloj y de los afanes diarios.

    Se percibe cómo, ya en tiempos de Hazlitt y de Stevenson, el tiempo y la quietud empezaban a faltarle a todo el mundo y se empezaba a vivir con prisas y demasiados negocios. A todos aquellos males modernos habría que añadir ahora otro, especialmente grave, aunque en realidad antiguo: la inconmensurable tendencia a ir en rebaño.

  181. Le dragón du Main dixo...
  182. The Weer Balking es uno de los últimos mitos deportivos del mundo medieval.

  183. Senderos de gloria dixo...
  184. Y estará la cualidad de los héroes en la senda, ese sentimiento de admiración que prevalece sobre alguien a quien nunca imaginamos villano. Sombras del pasado que apelmazan el presente.

  185. Porcobravo Flâneur dixo...
  186. Fue maestro en fugas y experto en desertar de cualquier aire estable

  187. Frasca en la tasca dixo...
  188. Ignorándolo casi todo sobre los hombres, los caminos, los puertos y las casas pintadas de amarillo y azul con cabezas africanas e imágenes de pájaros de pico rojo. De noche, grandes farolas bailaban ante sus puertas donde acudían hombres que parecían ebrios

  189. ¿De dónde vienes, digno Thane? dixo...
  190. Es complicado mantener fidelidad inquebrantable a los dioses y mantener a raya obsesivamente a los monstruos. Entre otras razones porque a veces te confunden. Los dioses pueden ser caprichosos, decepcionarte y abandonarte y los monstruos de primera clase transformar tu ancestral aversión hacia ellos en inquietud y comprensión. Los agnósticos racionales y vocacionales, los que padeceremos la incapacidad y el desamparo de no poder ni querer militar en ninguna iglesia, los que necesitamos palpar para creer, los que no depositamos nuestra fe y nuestra esperanza en ningún más allá, en el paraíso, en el eterno río de leche y miel, endulzamos nuestra vida o afianzamos la supervivencia en esas caminatas del Weer Balking que son buenas para el alma

  191. ¿De dónde vienes, digno Thane? dixo...
  192. ¡Arriba el ánimo, ojo con la brisa, recia la lucha, fuera las sombras, la cerveza es nuestra!

  193. Sección 9 dixo...
  194. Jamás encontraréis el cadáver porque nunca he poseído un cuerpo

  195. bajo ningún concepto se busca la oscuridad, sino la profundidad. dixo...
  196. Transgredir las fronteras - Hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica del weer balking

  197. Villard de Honnecourt dixo...
  198. cuán poco somos, si solo estamos cuerdos

  199. William Bradford Shockley dixo...
  200. Quizá en un mundo correcto —quién quiere uno perfecto— ambos polos de la teoría del Weer Balking ( Borrachuzos vs deportistas) serían aceptables como escisión dialogante de una esquizofrenia que no nos afectase en exceso, a través de triunfos y de evidencias, hormonas y resoluciones. Quiero decir que el tiempo nos cambia, no nos sana, de ahí que busquemos, sin perder en ello la cordura, las equivocaciones más apropiadas a nuestra capacidad de errar.

  201. Mercader Stalinista dixo...
  202. Infancia perpetua o maduración sin claudicaciones.
    No hay más piolets

  203. Villard de Honnecourt dixo...
  204. Más allá de las montañas de siempre hay pueblos que saben apreciar, en un hombre, el lujo de una mirada llena de ictericia. No queda otra alternativa que un altanero sacrificio.

  205. Λεωνίδας et Les quatre cents coups dixo...
  206. Yo tuve que conformarme con una mirada cómplice de desmayo —aquellos ojos grises— y la caridad de una absenta. Posteriormente, la disciplina del burdel para con los desheredados, tan feroz como la de un batallón invasor, apenas nos concedió la intimidad de un roce.

  207. Brann Rilke dixo...
  208. “Vamos camina”, ordenaba mi instinto y me guiaba sabio como viejo borracho entre la virginidad de la espesura intransitable
    de los putos eucaliptos, de las lilas y de la pasión.
    “Aprende a caminar primero, luego correrás”
    afirmaba- y el nuevo sol desde el cenit miró como enseñaban a caminar
    A un bastardo planetario por su nuevo destino.
    A unos todo esto encegueció, a otros los tragaron las tinieblas como boca de lobo.
    Escarbaban los polluelos entre las matas de dalias, libélulas y grillos follaron cual relojes diminutos.
    Flotaban las tejas. El Weer Balking sin pestañear

  209. Senderos de lefa dixo...
  210. El tiempo camina sin cesar y el hombre camina sin pararse

  211. Yajirobe Inoshishi dixo...
  212. Nada es igual.
    Somos cuanto andamos.
    Nuestras pisadas.

  213. Perkele Maljanne dixo...
  214. Marchar no es correr, ni simplemente caminar. Es un movimiento pausado. El que marcha tiene los pies elásticos, no se arrastra con languidez; progresa virilmente. Lleva el cuerpo erguido, libre; no como quien va encorvado bajo el peso de un fardo; no titubea; guarda proporción y firme simetría en sus pasos.

    Marchar bien es arte noble. Arte que concilia la disciplina con la libertad, la fuerza con la gracia, la condescendencia con la firmeza, el sosiego con la energía conquistadora. Según se trate de un hombre o de una mujer, ese paso será marcial, expresión de una actitud combativa o apacible y gracioso; reflejará el ánimo de defensa o ataque, o revelará la tranquilidad que reina en el interior.

    ¿No es verdad que la marcha expresa la nobleza del hombre? Porque ese cuerpo que por el dominio del alma se mantiene recto, dueño de sus movimientos; que avanza con paso seguro, es privilegio suyo exclusivo. Marchar con el cuerpo recto significa ser hombre.

    La marcha sólo tiene esa belleza de símbolo cuando se funda en la verdad, jamás cuando se inspira en la afectación y en la vanidad.

  215. Clark Quantrill dixo...
  216. Ponte en marcha, solo. Todos los demás solitarios irán a tu lado, aunque no los veas. Cada cual creerá ir solo, pero formaréis batallón sagrado: el batallón de la santa e inacabable cruzada del Weer Balking

  217. Roi Liorta dixo...
  218. Andaba nos bares cerrados pedindo un silencio

    e as rúas collían pedazos do seu sangue violado.

    Na noite que o círculo estende, viñeches ás veces

    perdido de vicios, mazado de imaxes voar nun recanto,

    deixar de saber que o tempo non xulga presencias,

    que as leis que detestas son medo e martelo.

    . Se te vexo quero

    que non atragante o noso exilio unha présa calquera.

    ¿Sabes? Recollo ó bolsillo a palabra.
    Sei que nós somos carne de guerra.
    -Que non morreremos nós da espera.

  219. Pero todas las noches enseñaba sus tetas y buscaba a alguien con pasta, despreciando a los malditos borrachos, pero los jodidos vagabundos sólo miraban sus cervezas dixo...
  220. pero de esos bares, con sus putas, chulos, maricones y demás, pronto la echaron a patadas y el linóleo del suelo se volvió madera y luego la madera estaba cubierta de serrín

  221. Y yo con estas pintas dixo...
  222. “Herlo,” she seghs, her jameously euphornic voyce lullting ain mugical.

    “Herlo” – “Hello”, “her low (voice)”, “hero”, “harlot”.
    “seghs” – “Says”, “sighs”, “segh” (Cornish “dry”), “seg” (archaic “man”; sedge (type of plant)).
    “jameously” – “Generously”, “James Joyce-ly”, “jam” (fruit preserves; musical improvisation).
    “Jam” may be a reference to an episode in Through the Looking-Glass

  223. El Heterodoxo dixo...
  224. También se ha verificado que la globalización es compatible con un resurgimiento de lo artesanal, allí donde se adapte al estado de la técnica. La sociedad de la información podría tener otro de sus paradigmas en la "especialización flexible", una alternativa a la producción en masa que presenta ventajas de anticipación e independencia para enfrentarse a mercados de consumo como los actuales, muy irregulares, complejos y fluctuantes. De hecho, gran parte de las empresas mayores intentan adaptarse al estado de cosas dotando de iniciativa e incluso total autonomía a amplias partes de su organigrama. Y si no fuera porque el político prefiere la especialización inflexible, taylorizada, un proceso de especialización flexible -apoyado sobre mecanismos telemáticos muy simples- podría aplicarse también a los actos de gobierno, dando testimonio de que la vida política se adapta a un mundo tan irregular, complejo y fluctuante como sus mercados de consumo

  225. Quentin Durward dixo...
  226. No exiled fairy's trousseau is complete without a signed portrait of the great widow herself. You must dance naked before it at the Jubilee next month.

  227. Kindred Dowland dixo...
  228. an old wide awake hat and an old straw bonnet of the plumb pudding sort was left behind — and I put the hat in my pocket thinking it might be usefull for another oppertunity — as good luck would have it, it turned out to be so

  229. Jacobo Maíz dixo...
  230. Las motivaciones espirituales que empujaban a un hombre para conseguir la libertad más ansiada. Esa que lo esperaba, por unas breves horas, en la ruleta del Weer Balking.

  231. El martillo de Laszlo Toth dixo...
  232. Pero es que dedico mucho tiempo a celebrar el presente, o sea, el futuro con el que soñábamos muchos años atrás. Y aquí está. Y aquí estamos. ¿Cómo demonios lo habremos logrado? Contraté a un vecino mío, que era bastante habilidoso, para que me construyera una cabaña donde poder joder a mis groupies. El hombre se encargó de todo: construyó los cimientos y luego las paredes y el techo. Lo hizo todo él solito. Y cuando terminó, le echó un vistazo y dijo: «¿Cómo mierda lo habré logrado?». ¿Qué cómo mierda llegamos a hacer todo eso? ¡El caso es que lo hicimos! Y no me digan que esto no es bonito. Se me había olvidado una cosa que prometí decirles. Es ésta: «Los odiamos, de verdad».

  233. Eurídice Blasco dixo...
  234. Nunca había visto follar a dos hombres, a los hombres les gusta ver follar a dos mujeres, a mí no me gustan las mujeres, nunca me había parado a pensar que alguna vez podría ver follar a dos hombres, pero entonces sentí un extraño regocijo y recordé cómo me gustaba pronunciar esa palabra, sodomía, y escribirla, sodomía, porque su sonido evocaba en mí una noción de virilidad pura, virilidad animal y primaria.

  235. Hew Dalrymple dixo...
  236. Left leg, right leg, your body will follow. They call it walking.

  237. Roi Liorta dixo...
  238. Fino ceo de telaraña
    cinza de pérola.
    Un galo canta,
    flama sobre a neve.
    As murallas durmen,
    redonds e brandas.
    Roto o resorte do pobo,
    as voces caen en cabezales
    de nardos.
    Horas sin ferro.
    Reló de fariña:
    neve.

    Sairá a lúa,
    como unha raxa de melón
    fría e dulce.

  239. O Xoves Hai Cocido dixo...
  240. Ingredientes:
    540 gr tacos de atún rojo Bluefin
    100 gr de pan panko
    100 gr de copos de avena
    2 cucharadas soperas de sésamo negro
    2 cucharadas soperas de sésamo tostado
    2 cucharada soperas de lino tostado
    Ralladura de 1/2 limón.

    1 huevo batido
    Aceite de oliva

    Para la vinagreta:
    1 puñado de nueces
    1 puñado de pistachos pelados
    ralladura de limón
    1/2 zumo de limón
    aceite de oliva virgen al gusto
    sal
    1 cucharada de mostaza de miel Maille.

    Secar con papel de cocina muy bien los dados de atún rojo y salpimentar.
    Mezclar en un bol todos los ingredientes del rebozado con un poco de ralladura de limón y batir el huevo.
    Rebozar los dados pasándolos primero por el huevo batido y después por la mezcla del rebozado.
    Colocar los tacos de atún rebozados en una bandeja de horno forrada con papel sulfurizado y rociar con aceite de oliva.
    Cocinar los tacos en el horno precalentado previamente a 200ºC durante 10-12 minutos o hasta que estén dorados.
    Mientras se doran los dados de atún preparamos en un momento la salsa.
    En un procesador picamos los pistachos junto las nueces y la ralladura de limón.
    Incorporar el aceite de oliva, el zumo de limón, la mostaza de miel y mezclar bien todos os ingredientes.
    Rectificar de sal y pimienta.
    Servir los taquitos en fuentes o cestas de aperitivo junto la salsa de frutos secos y limón.

  241. Owain Glyndŵr Twrch Trwyth dixo...
  242. It’s a braw day for a dauner

  243. Stertebeker Mantenfel dixo...
  244. Só había que asumir a mobilidade. As cousas escorregaban veloces nas marxes da estrada. A frecha en pleno voo do Weer Balking podía continuar ou deterse.

    Era xa un tempo sen programas nin roles. Quedaran atrás os espazos, os múltiples avatares, as xentes e os coellos

  245. Porcobravo Flâneur dixo...
  246. Huelo la marea, la salazón en el plato, la espuma de la cerveza, el placer de sentirme desposeído, nómada, inseguro, perdido… y sin embargo tranquilo y en paz con todos. Porque nunca fui desleal, ni flexible, ni cobarde, porque siempre fui fiel a una forma de ver el mundo tan poco gregaria, tan poco ambiciosa, tan dudosa. Porque no traicioné, no cometí infamias, ni robé. Porque no amé otro oficio que el de jugar con las palabras, el de caminar lejos o el de saborear la memoria de las personas que amé y de los guisos y alimentos que me dieron al pequeña felicidad de su sabor y si ciencia.

  247. Pirata Pado dixo...
  248. Tal vez no me escuchas, no te crees que los nómadas caminan sólos y sólos gustan de sonreír ante un sabor recordado, el sonido de una voz, el ruido de tanta gente que se siente segura en sus ciudades, tal lejos hoy. Sólo, pero no solitario, porque el nómada gusta de compartir caldero con otros caminantes y dormir abrazado a quién ama y dejar que el silencio y los ojos tan cerca nombren el tiempo sabroso y deseado. El nómada no odia, ni olvida, ni abandona pero tampoco atesora, ni toma, ni arranca para guardar. Al nómada le gusta contar historias, se embriaga con la música y da a las palabras el valor que en otras islas tienen las perlas y los collares de cuentas de vidrio rojo.

  249. Don Celta de Estorde dixo...
  250. ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas - sí, verdaderamente
    altas y nobles y lúcidas-, y quien sabe si realizables, nunca verán la luz del sol negro ni encontrarán oídos de gente?

  251. The Punisher dixo...
  252. Por el camino pensaba en la taiga, en los lobos. Seguro así aprenden los santos a hablar con las bestias.
    Las luces boreales no me van dejar dormir, pensé alegre, olvidándome de mis huellas.
    En todas partes los encontré: salían a tomar fotos, a murmurar, a decir que conocían el mundo después de que violaban estas tierras. Yo los contemplaba con el hacha en ristre, silencioso detrás de los fresnos, con ganas de silbar para asustarlos, para que se acercaran.
    Cuando me acostaba, veía la nieve manchada de sangre pero yo no sabía de quién era la sangre. Al principio creí que era mía y por las mañanas casi no tenía la misma fuerza que antaño; estaba muy apartado de las piedras y no sabía si los ciervos en verdad iban tan lejos con las coronas de agujas de pinos que les confiaba.
    Hubo una noche que el fuego no me alcanzó para el amanecer y yo me quedé temblando en medio de la cabaña, viendo el juego de largas sombras, como si las escuchara. Siempre viene otro, me acordé. Aquel pensamiento surgió de la nada. Pero yo sabía que era de los viejos cuentos de mis muertos. Siempre viene otro, repetí asomado por la ventana. Todavía me acuerdo de esa madrugada; parecía el último hombre en el mundo. Me hizo falta el olor de las frutas podridas, la carne de pescado, las olas que susurraban en la otra cabaña.
    Hace un mes visité la que construí tierra adentro y la conseguí con las ventanas resplandeciendo y el mismo hilo de humo elevándose por encima de las copas de los fresnos.

  253. The Walker dixo...
  254. Qué absurdas las patrias y querencias geográficas untadas de ideología o las ideologías pringadas de untes patrios y zoofilias nacionales. Mejor “de ningún sitio”, del camino. Muchas veces toca mi memoria sabores que nunca había glotoneado de la cocina china, peruana, vietnamita, africana, nórdica o manchega…y las siento tierra hospitalaria, conocida, íntima. Ser “de todas partes” en esto del comer. Porque hay mucho integrista del marmitako, de tortilla de patata, de butifarra, de gamba o de lacón, igual que chauvinistas del foie y el brie, chulos de la boloñesa, neonazis de la trufa, las recetas de la abuela, los plagios al tío Bulli, cocinofilias patrias, atascadinosaurios, souflés con aire de la montagne, sopas de piel de sirena, pierna de golondrina a la sal del Everest, jamón de muslo ibérico de quinta generación pura… fóbicos de la fritanga o dictadores de la dietética. Hay mucho patriota de cazuela y mucho nacionalismo en torno al guiso y su origen, siempre dudoso, cuando no fantástico.

    A mí sólo me importa que quién guisó lo hizo con cuidado, saber, tino y con aquello que mejor tuvo a mano, sea cardillo o solomillo, rata de agua o pollo de Moaña, chapulín o rodaballo, gamba roja o harina de almortas. Vivimos cuatro días, rayas fronterizas ni en los mapas, así que carpe diem, tanto en las mesas como en las camas.

  255. Le Main tiene un pájaro azul en una jaula roja dixo...
  256. ...Mientras haya en el mundo Anglogalician, habrá caminos y barricadas...

  257. Pursewarden dixo...
  258. Por arduo que sea el camino, uno termina por aceptar los términos de la verdad

  259. El Fulano Ulano Ufano dixo...
  260. El muy cabrón. Me estaba mirando.
    ¡A mí!
    Arremetí contra él sin más, joder. La presión de mi cuerpo tras el impacto me indicó que había sido un buen golpe. Me abrí el nudillo contra sus dientes de maricona mientras el puto bujarrón se tambaleaba hacia atrás sujetándose la boca.

  261. Cosas que uno ha olido dixo...
  262. El pub huele a nicotina y vomitona. Anoche alguien potó sobre la alfombra. No se molestaron en limpiarla, sino que recolocaron una de las mesas para taparla parcialmente.

  263. Repollo y costilla dixo...
  264. Sentía la piel de su muslo contra la mano, y los pelos de la misma se erizaron; ahora se imaginaba su mano entre sus piernas y los dedos metidos en sus braguitas de algodón y su coñito hambriento y húmedo devorándolos; un tirón más y el diente por fin se soltó, atrapado por las tenazas mientras él eyaculaba en los calzoncillos.
    «Ha sido de lo más duro», dijo jadeando mientras la polla le chorreaba espasmódicamente. Le dio la espalda mientras su polla dolorida palpitaba y bombeaba esperma dentro de los pantalones de franela. «Ah…, una extracción satisfactoria…», dijo casi sin aliento e intentando recobrar la compostura.

  265. odio los números capicúas dixo...
  266. VIAJE DE ÁCIDO N.º 34,7 km
    PROGRAMA DE SUPERVIVENCIA PSICOLÓGICA
    ACTIVADO
    1. Acudir a la barra y mamarse. [ ]
    2. Marcharse inmediatamente e irse a casa. [ ]
    3. Ir al tigre y encerrarse en el cubículo. [ ]
    4. Telefonear a alguien para que venga y te tranquilice. [ ]
    5. La fiesta de pijamas. [ ]
    «Hostia puta…», dijo jadeando, «soy un puto robot, tío…»

  267. Hammer Of Gods dixo...
  268. Mirar por fin la ira de los dioses del Weer Balking

  269. Radical Porco Bravo dixo...
  270. No es una actividad ajustada a los días hibernizos.
    Debería haber un winter weer balking ajustado a las horas de luz.

  271. Nihil Moriarty dixo...
  272. Después dijeron que aquel hombre había venido desde el norte por la Puerta de los Cordeleros. Entró a pie, llevando de las riendas a su caballo. Era por la tarde y los tenderetes de los cordeleros y de los talabarteros estaban ya cerrados y la callejuela se encontraba vacía. La tarde era calurosa pero aquel hombre traía un capote negro sobre los hombros. Llamaba la atención.
    Se detuvo ante la venta del Viejo Narakort, se mantuvo de pie un instante, escuchó el rumor de las voces. La venta, como de costumbre a aquella hora, estaba llena de gente.
    El desconocido no entró en el Viejo Narakort. Condujo el caballo más adelante, hacia el final de la calle. Allí había otra taberna, más pequeña, llamada El Zorro. Estaba casi vacía. Aquella taberna no gozaba de la mejor fama.
    El ventero sacó la cabeza de un cuenco con pepinillos en vinagre y dirigió su mirada hacia el huésped. El extraño, todavía con el capote puesto, estaba de pie frente al mostrador, rígido, inmóvil, en silencio.
    —¿Qué va a ser?
    —Cerveza —dijo el desconocido. Tenía una voz desagradable.
    El posadero se limpió las manos en el delantal de tela y llenó una jarra de barro. La jarra estaba desportillada.
    El desconocido no era viejo, pero tenía los cabellos completamente blancos. Por debajo del abrigo llevaba una raída almilla de cuero, anudada por encima de los hombros y bajo las axilas. Cuando se quitó el capote todos se dieron cuenta de que llevaba una espada en un cinturón al dorso.

  273. Weer Balkingnista dixo...
  274. De estilo presentable al despertarse, a mil leguas de las leyes de la resaca. Es una excepción a la mayoría de las reglas, hace piruetas fuera del montón. Desenvuelto y exquisito.

  275. Tasca RRabias dixo...
  276. Incluso de día el bar está completamente a oscuras. En una barra que no termina nunca se deja caer una cuadrilla heteróclita de clientes fijos. Calidoscopio de historias, luces artificiales y algarabía de conversaciones caóticas. Avanzan unos hacia otros, se asocian por una copa, se ayudan a matar el tiempo hasta conseguir un cuelgue suficiente para soportar irse a casa.

  277. Eurídice Blasco dixo...
  278. Fue introduciendo toda la longitud de su polla, centímetro a centímetro, mientras me clavaba el dedo en el culo. Di un gemido, pero noté que mis músculos se relajaban con una sensación de familiaridad. Estaba totalmente pegada a su cuerpo, inmovilizada bajo su peso como una hoja preservada en papel secante, y los músculos de mis miembros se retorcían en arpegios palpitantes. Deslicé la mano entre ambos y le apreté el glande justo allí donde me penetraba una y otra vez. Sentía el clítoris y los labios del coño bajo mi palma, su calor expandiéndose en oleadas por mis entrañas.
    —Más fuerte.
    —No.
    —Por favor.
    —No.
    Alzó la cabeza cuando lo ceñí con mis músculos, obligándolo a parar.
    —Relájate. Voy a hacer que te corras.
    Resulta más dulce en francés. Je vais te faire jouir .
    —Lámeme la cara.
    Asomé la lengua suavemente, le lamí la mandíbula y las mejillas, humedeciéndolo con mi saliva.
    —Sí, eso es. Así, guarra.
    Ahora estaba tan mojada que sentía cómo me resbalaban los jugos por los muslos doloridos. Empezó como una onda que se extiende por el agua: mi cuerpo brilló trémulamente como tocado por una oleada y giró alrededor de la roja incandescencia que ardía entre mis piernas. Yo ya no era nada: solo carne en contacto con su polla. Mis párpados aletearon, cerrándose, abriéndose, volviéndose a cerrar. Veía que su propio orgasmo empezaba a sacudir todo su torso, notaba su mano enredada entre mi pelo. Le salió un ronco gruñido de la garganta, arqueó el cuerpo, las venas de sus brazos palpitaron como neones azules, y yo me dejé hundir más y más profundamente en mi propio éxtasis, ahogándome en los chorros de su esperma.

  279. Prisciliano dixo...
  280. Se pavoneaban como ruidosas estrellas de rock, buscando pelea, frecuentando prostitutas, paseándose con la espada al cinto por las tabernas de los bajos fondos, tan ciegos de vino como del albayalde o blanco de plomo de sus pinturas de guerra.

  281. Sonata del coño dixo...
  282. ¡Taberna aquella de, contrabandeos, con los guisotes bajo sucios tules, eran allí pictóricos trofeos, azafrán, pimentón, fuentes azules!

  283. Pete Merario dixo...
  284. «Ya has ido tirando bastante, es más que hora de liar el petate», no he cesado de repetirme durante toda el weer balking. Después, sin saber cómo, he logrado insertarme en el día y recuperar, intactas, mis preocupaciones y cóleras.

  285. O Xoves Hai Cocido dixo...
  286. Hay veces que perdemos el mapa que nos lleva a todos esos paisajes de la memoria que creíamos paraísos. Aún así emprendemos el camino y logramos llegar tras una ruta larga y dura. Al llegar nadie sabe nuestro nombre, ni huele a aquel perfume, las fuentes están secas, las piedras y la hiedra han cubierto la ternura, las palabras, de tan rotas, no suenan ni a murmullo. Viajo entonces muy despacio de vuelta, a veces muy cansado. Tengo hambre. Paro en ese bar de una carretera secundaria y pido con temor un bocadillo de jamón y un vaso de vino. Entonces, la sorpresa, el pan está crujiente adornado por dentro con un chorrito de aromático aceite, el jamón abundante es también de primera y hasta al vino me invitan.

    Cuando salgo a la calle, al camino de nuevo, muy despacio, miro de reojo a la mujer del bar, bruja o hada o mujer sin más. Imposible olvidar a quien nos hizo feliz en tardes como esta, nos regale un imperio o un simple bocadillo.

  287. The Shaggy Sodden King of that Kingdom dixo...
  288. This bulging green landscape oppresses him. The thick weight behind his eyes oppresses him.

  289. Prisciliano dixo...
  290. Los autores forman parte de ese grupo cada vez mas nutrido de investigadores heterodoxos que intentan buscar mas allá de las claves del evidente sincretismo latente en el gran camino europeo de peregrinación milenaria. Es la linea de Alonso Romero, Charpentier, Atienza, Dragó. Así el libro intenta tocar todos los palos de los secretos de la ruta, en un ejercicio que nos aporta una buena fuente de datos, investigaciones apasionantes y análises coherentes y fundados sobre muchos aspectos de la cultura actual gallega y atlántica.
    En 1879 se realizaron unas excavaciones secretas, a escondidas y por la noche en el sepulcro de la catedral de Santiago de Compostela. Los restos hallados fueron tan sorprendentes que se ordenó detener las mismas. Seis años más tarde, un sabio alemán descubrió unos antiquísimos pergaminos, de casi mil quinientos años de antigüedad, supuestamente atribuidos a Prisciliano, uno de los últimos druidas, que terminó convertido en obispo y fue ejecutado por orden de las autoridades de la Iglesia Católica. Ambos descubrimientos podrían descorrer el velo de dos antiguos misterios: quién está realmente enterrado en la catedral de Compostela y la relación del Camino de Santiago con ciertas constelaciones, las marcas de astrología, magia y culturas ancestrales en el arte de la ruta. Es una de las claves del libro, dar a conocer la figura de nuestra hereje más famoso, y analizar el porqué de su repercusión en vida, tras la muerte y su permanencia actual como icono religioso y mártir popular, buscando la vinculación o contaminación de su mensaje con otras fórmulas también marginadas y perseguidas, como los cátaros, los gnósticos, la primitiva iglesia celta, los templarios. Pero el hereje galaico sirve de escusa para entrar en otras claves, resumiendo trabajos de otros autores sobre las fuentes de las creencias galaicas y esa hermandad cultural con la mal llamada Europa céltica, el mar celta, la cultura atlántica occidental unida por lazos evidentes desde finales de la edad del bronce y mucho antes.
    En este libro, entre otros asuntos, los autores nos avisan que el lector conocerá: Los orígenes ocultos del druidismo, la enigmática religión celta,la influencia de las creencias de Prisciliano en los cátaros y templarios. El lugar de España en el que se encuentra el Santo Grial. La sorprendente procedencia de los autores de los petroglifos y los constructores de los megalitos; los mensajes encriptados en piedra, visibles en los templos sagrados que se erigen a lo largo del camino, el verdadero nacimiento de la peregrinación hacia Compostela, miles de años anterior a Cristo y relacionado con pueblos y creencias que se pierden en la noche de lo tiempos.
    Y tenemos sobre estos temas la visiones aportadas por los mayores estudiosos del camino y por los propios autores en un ejercicio generalista que intenta simplificar teorías, corregir errores, aportar algunas claves que invitan al lector a seguir buscando con una guia que tiene el evidente merito de su carácter divulgador. ¿Sabemos quien está enterrado en la catedral? No, ni hay novedades. ¿Puede ser Prisciliano? Yo no lo creo, y nada nuevo me hace cambiar, pese a que le debemos a el la expansión popular del cristianismo en Galicia entre los paganos, la población rural menos romanizada, a quines les hablaba su idioma, mantenía un sincretismo válido con sus creencias milenarias. Su cuerpo fue traído al oeste pero no dio lugar al inicio de la ruta, ni a ninguna peregrinación. No era el tiempo adecuado. El camino ya estaba mucho antes. Venía al Finisterre, entendido como lugar mítico, isla de ningún lugar, paraiso occidental, tramo costero de la Frons Hispaniae, no al lugar exacto del actual cabo. Era el camino celta de Lugh, un camino indoeuropeo, lo fue de los celtas nerios, de los suevos y otros pueblos germánicos. Y de los romanos. Ese fue el antecedente del camino medieval de todos conocido más próximo, la Callis Ianus, el camino del dios de las dos caras, Jano, que unía Éfeso con Roma y Lugo.

  291. Le Main tiene un pájaro azul en una jaula roja dixo...
  292. Esta hermandad cultural con la llamada Europa céltica, el mar celta, la cultura atlántica occidental unida por lazos evidentes desde finales de la edad del bronce y mucho antes, hasta nuestros días.

    Hoy se registró el Weer Balking 400, tal los 400 golpes

  293. modelo 347 dixo...
  294. Vinieron en vestido de «amigos» incalculables veces mis enemigos
    hollando el antiquísimo suelo.
    Y el suelo no se adhería nunca a sus talones

  295. Doppelgänger dixo...
  296. Pseudodeporte para tarados con la ociosidad por castigo.

  297. Carlos Paun-Gogüan dixo...
  298. No permitan que las tabernas luzcan como el único frontispicio de las maravillas ahí donde nadie teme a la muerte y el corazón se enfría inadvertido ante un alto coro de vasos.

    Levántense y den batalla.

  299. Dick Fisher dixo...
  300. El hombre que camina es torpe, pero el pescador que ahora cruza la corriente es sabio. Ha aprendido muchas cosas estos años de los ríos, de soledad, de los caminos invisibles entre la hierba alta, de porque ama cocinar, comer, pescar, desear, soñar.

  301. Manfredo Mensfeldt Cardonnel Findlay dixo...
  302. Estábamos sentados en una taberna de las Marcas Boniatas cuando entró Mike Barja y nos dijo que pinguino estaba a punto de suicidarse. Quedamos impresionados. Mike Barja manifestó que cuando pinguino le dijo lo que iba a hacer no vio razón para disudirlo. "¿Vas a hacer algo?", le pregunté. "No", contestó, y encargó una botella de tinta femia y esperó a oír la detonación.

  303. Punxsutawney Phil dixo...
  304. el Día de la Marmota puede entenderse como una continuación pagana del Día de la Candelaria, fecha del calendario papista en la que los que persiguen niños miraban el cielo después de bendecir las velas: se tenía la creencia de que si la mañana estaba despejada, el invierno sería largo.

    Más tarde, los germanos adoptaron este rito introduciendo el elemento más significativo de la fiesta, el del 'animal meteorólogo', pero utilizando un erizo en vez de la marmota actual. Con la emigración de los alemanes a Pensilvania, no obstante, el mamífero fue sustituido debido a la abundancia de marmotas en el estado. La primera mención a la fiesta tal y como se la conoce a día de hoy data de 1886. Como curiosidad, conviene señalar que los creyentes más fervientes de esta práctica claman que el animal tiene una precisión de entre un 75 % y un 90 %.

  305. Catador de coños dixo...
  306. La cabaña de troncos junto al río, una vieja furgoneta, setas (con un poco de suerte, tóxicas), una zarigüeya encaramada a un árbol, una noche estrellada y un cartel que promete «cerveza fría». ¿Qué más se puede pedir aparte de morir de viejo?

  307. Trapecista Tracio dixo...
  308. Ni rastro de esa humanidad exhibe, en cambio, el Solitario habitante de las regiones más altas del cielo, más allá de todo lo existente, el único ―¿Único?― habitante de esa inmensa, inconmensurable Nada que es el Todo; un ser arisco, egoísta y soberbio hasta la demencia que no concibe nada más allá del Absoluto que representa, que no desea compañía que interrumpa y contamine su existencia perfecta, la insuperable armonía de su realidad. Un ser que reniega de la inteligencia por ser el origen de todos los males, fuente de todos los espejismos, principio de todas las mentiras, creadora de sombras.

  309. Nostromo dixo...
  310. La meta es el olvido.
    Yo he llegado antes.

  311. Emilio "Mapache" dixo...
  312. La tierra es casi sobrenaturalmente lisa, pero el cielo de nubes a desnivel, con desgarrones de tormenta y de luna, está lleno de pozos que se agrietan y de montañas. En la tierra hay el cráneo de una vaca, ladridos y ojos de coyote en la sombra, finos caballos y la luz alargada de la taberna. Adentro, acodados en el único mostrador, hombres cansados y fornidos beben un alcohol pendenciero y hacen ostentación de grandes monedas de plata, con una serpiente y un águila. Un borracho canta impasiblemente.

  313. ¿De dónde vienes, digno Thane? dixo...
  314. ¿Quién no ha pasado la noche, con los ojos abiertos, en la pequeña diligencia tintineante de las comarcas donde aún se desconoce el vapor, al lado de una joven desconocida, entrevista solamente al resplandor del farol cuando montaba al carruaje ante la puerta de una blanca casa de una pequeña ciudad?
    Y, al llegar la mañana, cuando la mente y los oídos están embotados por el continuo tintirintín de los cascabeles y el resonante estruendo de los vidrios, ¡qué encantadora sensación la de ver a la linda vecina desgreñada abrir los ojos, mirar a su alrededor, arreglarse, con la punta de los finos dedos, los rebeldes cabellos, acomodarse el peinado, palpar con mano segura si el corsé sigue en su sitio, si el talle está recto y la falda no demasiado aplastada!

  315. Un Gaviero Bizarro cabalando vuestro piélago de calamidades dixo...
  316. Yo había pedido pan, queso y cerveza, cosas a veces buenas cuando provienen de un pequeño cervecero rural, incluso en el bar de una aldea, y me gusta esa comida. Tenían también un periódico de la mañana, que, junto con la comida, me hizo compañía. Me sentaba en un salón situado en uno de los extremos de una larga barra que terminaba en otro cuarto, donde se vendían bebidas más baratas. Las puertas de ambos cuartos estaban abiertas de par en par. Me había sentado allí de espaldas a la ventana que daba a la calle para leer mejor, y también porque al estar abierta de par en par la puerta me divertía oír la conversación en voz alta del cómico y su familia, así como para mirar a la hija, cuyas sólidas piernas y rostro lozano, bronceado pero hermoso, me habían hecho especular sobre la belleza de sus encantos ocultos. Entonces mi picha empezó a crecer cuando se volvió hacia la madre, se inclinó y vi claramente por sus movimientos que se estaba atando las ligas. No había nadie allí que pudiera verlo excepto los padres y yo, pero a las mujeres de esa clase no les preocupa nada atarse las ligas en público, apartándose simplemente un poquito de quienes están cerca de ellas. Ver una buena pierna es para mí siempre excitante; pienso inmediatamente en el coño de la mujer, y así fue.

  317. VERKLARTE NACHT dixo...
  318. Dos personas caminan a través de un desolado y frío bosque;
    La luna los acompaña, y ellas la contemplan.
    La luna se desplaza por encima de los altos robles;
    Ni una nubecilla enturbia la luz celeste
    Hacia la que se yerguen las negras cumbres.

  319. RODILLO dixo...
  320. Tal vez su hogar estuviese allí, idéntico, tan inmutable como inmutables le habían parecido las calles y el arroyo.
    Quedaba el último recodo del camino. Por un momento fue como si una luz nunca vista antes, increíblemente viva, inundase la tierra. Unos pasos más aún y en aquella luz vería su casa, y su madre se acercaría a él, hijo pródigo, y él se arrodillaría ante ella, y las jóvenes y bellas manos de ella se posarían sobre su cabeza calva y cana.
    Vio los matorrales, los lúpulos. Ni casa, ni pozo: sólo algunas piedras blancas, dispersas en medio de la hierba polvorienta, quemada por el sol.
    Permaneció allí, de pie: canoso, encorvado y aun así el mismo de antes, inalterable.

  321. Semónides Amorgos dixo...
  322. No corras. Ve despacio. Adonde tienes que ir es a ti solo .

  323. estará feliz cazando monstruos en la oscuridad dixo...
  324. Ya mi corazón, impaciente, ansía viajar y mamarse, ya mis piernas, alborozadas, recobran sus fuerzas

  325. El Fulano Ulano Ufano dixo...
  326. Y nos cansamos de andar vagando por los bosques y las orillas de los ríos.
    Y nos fuimos quedando. Inventamos las aldeas y la vida en comunidad, convertimos el hueso en aguja y la púa en arpón, las herramientas nos prolongaron la mano y el mango multiplicó la fuerza del hacha, de la azada y del cuchillo.
    Cultivamos el arroz, la cebada, el trigo y el maíz, y encerramos en corrales las ovejas y las cabras, y aprendimos a guardar granos en los almacenes, para no morir de hambre en los malos tiempos.
    Y en los campos labrados fuimos devotos de las diosas de la fecundidad, mujeres de vastas caderas y tetas generosas, pero con el paso del tiempo ellas fueron desplazadas por los dioses machos de la guerra. Y cantamos himnos de alabanza a la gloria de los reyes, los jefes guerreros y los altos sacerdotes.
    Y descubrimos las palabras tuyo y mío y la tierra tuvo dueño y la mujer fue propiedad del hombre y el padre propietario de los hijos.
    Muy atrás habían quedado los tiempos en que andábamos a la deriva, sin casa ni destino.
    Los resultados de la civilización eran sorprendentes: nuestra vida era más segura pero menos libre, y trabajábamos más horas.

  327. Mike Barja on the road dixo...
  328. Uno de los proverbios más antiguos, escrito en lengua de los sumerios, exime al trago de toda culpa en caso de accidentes:
    La cerveza está bien.
    Lo que está mal es el camino.

  329. I can take a flesh lump in a fucking waistcoat. dixo...
  330. What took you so long? You fucking walk here?

  331. verracos asesinos, contrabandistas, combates de perros dixo...
  332. De haber visto colinas y valles en el camino, quizá nunca hubiera tenido el valor de hacer las maletas y partir.

  333. Me gustaba más antes, cuando no estaba tan endurecido por las veredas, cuando los caminos eran de tierra. dixo...
  334. ¡No corras! Vete despacio.

    Que adónde tienes que llegar, es a ti mismo.

  335. Malaquías Malagrowther dixo...
  336. Walking is increasingly a sort of final democracy. The weight of what’s being [politically] imposed is very much anti-walking, and has to do with control of space, creating public areas you can’t walk in—which are completely covered by surveillance, policing, private spaces, gated communities, and unexplained entities at the edge of things. So walking around becomes actually difficult. But the walking process is the oldest natural form of movement. It puts you literally in touch with the earth and the weather around you and allows you to get into conversation with people as you move, which seldom happens in the other ways we move. The conversations I see cyclists get into are arguments, crashes, rows, and the walker’s not in that. The walker exists in a long tradition, and, for me, it’s really vital to simply be out there every day—not only because it feels good, but because in doing it you contribute to the microclimate of the city. As you withdraw energy from the city, you are also giving energy back. People are noticing you. You’re doing something, you’re there, the species around you absorb your presence into it, and you become part of this animate entity called the city.

  337. O Xoves Hai Cocido dixo...
  338. CREMA DE ZANAHORIA CARAMELIZADA, NARANJA Y YOGUR

    Detesto a los cursis que ponen nombres pomposos a sus platos, y por eso espero que disculpéis la caramelización en el título de esta receta. No se me ocurre otra forma de llamar la atención sobre el hecho de que ésta no es una crema de zanahoria
    vulgaris
    . Si un puré normal fuera un hombrecillo escuchimizado, éste sería Arnold Schwarzenegger y Brigitte Nielsen juntos y con esteroides. El secreto para lograr la explosión de sabor consiste en rehogar la zanahoria con mantequilla añadiéndole un poco de bicarbonato, producto que acelera e intensifica la caramelización. Así consigues que la verdura no pierda ni un ápice de su potencia natural con la cocción, y que incluso la aumente.


    DIFICULTAD Para catetos.

    INGREDIENTES

    Para 4 personas
    750 g de zanahorias
    4 naranjas de zumo (o 3 de mesa)
    1 yogur natural
    100 g de mantequilla
    ½ cucharadita rasa de bicarbonato
    Caldo de pollo o agua
    Perejil o cilantro picado
    Sal

    PREPARACIÓN

    1. Poner el yogur en un bol, salarlo y batirlo un poco para que quede cremoso. Reservar en la nevera.
    2. Pelar y picar la zanahoria en trozos de unos 5 cm. Ponerla a fuego suave en una cazuela grande con la mantequilla, el bicarbonato y sal. Tapar y dejar que rehogue unos 30 minutos (se puede hacer en olla a presión en 20 minutos), moviendo la cazuela de vez en cuando.
    3. Cuando la zanahoria se deshaga, mojar con un chorro de caldo o agua (entre 100 y 200 ml) y triturar. Volver a calentar hasta que hierva.
    4. Retirar del fuego y añadir el zumo de naranja. Remover, y si está muy espesa, añadir algo más de caldo o agua.
    5. Servir inmediatamente en boles o platos con un par de cucharaditas de yogur por cabeza y un poco de perejil o de cilantro por encima.
    NOTA DEL COCINERO El truco del bicarbonato se puede usar también para acelerar la caramelización de cebolla, por ejemplo.

  339. Volverás a Región dixo...
  340. Habrá de contar ese viajero con una cierta vocación de esqueleto, o si no tan precisa, si, al menos, alejada de la intención de hurtar el cuerpo «a esos hermosos, extraños y negros pájaros que han de acabar con él». El panorama que se abre a sus ojos es un desierto entre «depresiones monstruosas y acantilados de color de elefante», y unas praderas «por donde se dice que pasta una extraña raza salvaje de caballos enanos». No es muy rica la fauna de ese paisaje, aunque basta para poner algunos pelos de punta gracias a unas metáforas que dejan al visitante atónito y casi sin respiración, como es normal ante una multitud de insectos tan abigarrados de corazas y erizados de armas que siempre parecen dirigirse a Yardley Gobion». Y si el intruso se siente en la necesidad de saber algo sobre quienes le precedieron, también se le advierte sobre esa perspectiva de la incertidumbre: aun cuando a la gente le consta que un cierto número de personas ha tratado de subir allí, no se sabe de nadie que haya vuelto.

  341. Sebastián Querol dixo...
  342. Der Wanderer und sein Schatten

  343. Muñeco de Trapo dixo...
  344. Golly began as golliwogg in Florence Kate Upton’s 1895 book “The Adventures of Two Dutch Dolls and a Golliwogg.” Upton, a native New Yorker, first describes him as “a horrid sight, the blackest gnome.” He was a caricature of American black faced minstrels – in effect, the caricature of a caricature. The book became very popular in England and thirteen books featuring Golliwogg were published. Then they began making rag dolls. During the first half of the twentieth century, the Golliwog doll was a favourite children’s soft toy in Europe. Only the Teddy Bear exceeded the Golliwog in popularity.

  345. Me gusta la idea de cápsula, de paréntesis. dixo...
  346. La experiencia es el combustible. Yo viviría mi vida quemándola al andar para que al final no quedara nada sin haber sido usado; para que cada pedazo de ella haya sido consumido por el trabajo

  347. Asclepio Taburdio dixo...
  348. Aquellos que usaron los nueve anillos fueron poderosos en sus días, reyes, magos, y guerreros de antaño. Obtuvieron gloria y riqueza, pero se convirtieron en desgracia. Tuvieron, como parecía, vida eterna, pero la vida se volvió demasiado eterna para ellos. Podían caminar, si querían, invisibles ante todos los ojos bajo el sol, y podían ver cosas invisibles para los hombres mortales; pero a menudo contemplaban sólo los fantasmas e ilusiones de Sauron. Y uno por uno, tarde o temprano, de acuerdo a su fuerza natural y a lo bueno o malo de sus actos en el comienzo, cayeron bajo la esclavitud del anillo que llevaban y el dominio del Anillo Único de Sauron. Se volvieron para siempre los protectores invisibles del Dueño del Anillo Único, y entraron al reino de las sombras. Fueron los Nazgûl, los Espectros del Anillo, los sirvientes más terribles del Main; la oscuridad los seguía, y clamaban con las voces de la muerte.

  349. Leñador sodomita dixo...
  350. Hay solo un camino. El que hubo siempre. Que el creador de verdad tenga la fuerza de vivir solitario y mire dentro suyo. Que comprenda que no tenemos huellas para seguir, que el camino habrá de hacérselo cada uno, tenaz y alegremente, cortando la sombra del monte y los árboles enanos.

  351. Asclepio Taburdio dixo...
  352. Sanxenxo, Meaño, Cambados, Vilanova de Arousa e a Illa.
    27 km con 270 metros.
    6 horas con 48 minutos.
    El Weer Balking número 800 bebió la pena.

  353. Las Raíces Profundas de Don Catrín Da Fachenda dixo...
  354. ¿Parécete justo que en una materia de tanta importancia me acomode yo con tan bárbara doctrina? Vete a pasear, que no te puedo servir.

  355. Las Raíces Profundas de Don Catrín Da Fachenda dixo...
  356. El de aquel caminante que alquiló un burro en dos reales por día para cierto viaje en el rigor del mes de agosto; y como todas las mañanas hacia las diez le calentase el sol demasiadamente, él se apeaba y se tendía a la sombra del burro. Calló el dueño del jumento, y al tiempo de ajustar la cuenta, el que se le había alquilado le dio doce reales por seis días de viaje.

    »-Faltan otros doce -dijo el alquilador.

    »-¿Pues cómo? -replicó el caminante-. Seis días de jornada a razón de dos reales cada día son doce cabales.

    »-Sí, señor -respondió el alquilador-; pero faltan otros doce por la sombra del burro, puesto que el ajuste fue sólo por el burro y no por la sombra.

  357. Javier Villafañe dixo...
  358. Conocí a un flaco re copado jugando a la pelota en Boedo.
    Le pregunté cómo se llamaba.
    Fabián Casas, me dijo.
    Fabián Casas y yo charlamos un montón.
    Después, fuimos a mi casa
    a tomar un refresco.
    Pero apenas entramos, se metió adentro del ropero.
    Vení, métete conmigo, me decía,
    que si olemos mucho
    aparecemos en la comarca del señor de los anillos;
    está todo bien, soy amigo del chabón, me publicó un libro.
    Zarpado Fabián, a mí me re cabe Tolkien.
    Entonces me metí. Empezamos a oler la ropa
    y aparecimos en un bosque.
    Dejamos el ropero escondido bajo unas ramas
    y partimos hacia la comarca.
    Caminamos un rato, hasta que nos cruzamos con el enano Frodo.
    Nos saludamos y nos invitó a comer a su casa.
    Comimos muy bien, sopa de hongos con pedacitos de cangrejo.
    Cuando terminamos de comer, nos invitó a su habitación a fumar.
    Fumamos un porro galáctico, re fuerte.
    La estábamos pasando re bien,
    Fabián no dejaba de sonreír y de decir cosas hermosas.
    Hasta que de pronto, Frodo se puso en bolas y empezó a ponerse re pesado.
    Estaba re porreado y nos quería dar masa.
    Vámonos Fabián, le dije, Frodo está re loco.
    Bueno dale, me dijo, éste tiene una obsesión con el anillo,
    pero con el anillo de carne.
    Corrimos hasta el bosque y nos metimos en el ropero.
    Empezamos a oler y volvimos a casa.
    Le pregunté si quería salir y quedarse a comer.
    Me dijo que no, que tenía muchas cosas para hacer.

    Se metió en el ropero y desapareció.
    Después, a la semana, iba caminando por la calle
    y un amigo me dice:
    “mirá, ahí va volando un ropero igual al tuyo,
    con unos flacos arriba”.
    Y yo le dije, sí, uno se llama Fabián Casas, el otro Frodo
    y son los Reyes del anillo.

  359. la melancolía romántica dixo...
  360. Procura andar atento y avisado,
    cuida que sea grato tu sendero.
    -Mira que has de pagar alto el peaje-.

    Aunque en parte el camino está trazado,
    lo que andes a tu aire sea severo,
    que no fue elección tuya este viaje.

  361. León Saint-Just dixo...
  362. Sólo el primer paso cuesta. Quizá se podría decir eso de todo, o de la mayoría de los esfuerzos y de lo que se hace con desagrado o repugnancia o reservas, es muy poco lo que se acomete sin ninguna reserva, casi siempre hay algo que nos induce a no actuar y a no dar ese paso, a no salir de casa y no movernos, a no dirigirnos a nadie y a evitar que otros nos hablen, nos miren, nos digan. A veces pienso que nuestras enteras vidas —incluso las de las almas ambiciosas e inquietas y las impacientes y voraces, deseosas de intervenir en el mundo y aun de gobernarlo— no son sino el largo y aplazado anhelo de volver a ser indetectables como cuando no habíamos nacido, invisibles, sin desprender calor, inaudibles; de callar y estarnos quietos, de desandar lo recorrido y deshacer lo ya hecho que nunca puede deshacerse, a lo sumo olvidarse si hay suerte y si nadie lo cuenta; de borrar todas las huellas que atestigüen nuestra existencia pasada y por desgracia aún presente y futura durante un tiempo. Y sin embargo no somos capaces de intentar dar cumplimiento a ese anhelo que ni siquiera nos reconocemos, o lo son tan sólo los espíritus muy valientes y fuertes, casi inhumanos: los que se suicidan, los que se retiran y aguardan, los que desaparecen sin despedirse, los que se ocultan de veras, es decir, los que de veras procuran que jamás se los encuentre; los anacoretas y ermitaños remotos, los suplantadores que se sacuden su identidad (‘Ya no soy mi antiguo yo’) y adquieren otra a la que sin vacilaciones se atienen (‘Idiota, no creas que me conoces’). Los desertores, los desterrados, los usurpadores y los desmemoriados, los que en verdad no recuerdan quiénes fueron y se convencen de ser quienes no eran cuando eran niños o incluso jóvenes, ni aún menos en su nacimiento. Los que no regresan.

  363. Miré hacia el río y luego noté candados frente a mí. dixo...
  364. descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos

  365. Cosaco Dipsómano dixo...
  366. Cuando lleguen al final del camino, entonces continúen de frente

  367. Cisco Miño dixo...
  368. Is that what you call running? If I knew you were going to stroll...

  369. Ya hay que tener la estatura moral de una cáscara de plátano podrida para esgrimir semejante argumento contra un chanchullo de este calibre de indignidad. dixo...
  370. Si en un vaso de agua se echa un chorro de cianuro, ese vaso es de cianuro.

  371. Aprecia los cojones y a los líderes superlativos dixo...
  372. Hay gente que se empeña en adherirse a principios fanáticos, pero su temperamento cordial, templado, se lo impide en la práctica. Y existe también lo contrario: gente cuyos principios son amables, comedidos, pero su idiosincrasia es tajante, categórica, y da lugar a la paradoja de una defensa fanática de la moderación. Prefiero con mucho a los primeros.

  373. Leo que, en 1559, un tal Realdo Colombo declaró haber descubierto el clítoris, pero fue acusado de plagio por Gabriel Falopio (el de las trompas), que declaró que él lo había descubierto antes. dixo...
  374. La esperanza es la dimensión temporal de la lucha

  375. más viejo que un bosque dixo...
  376. Algunos echan tanto de menos el (tener un) futuro delante que incluso lo buscan mirando atrás. Pero pasado y recuerdo no son sinónimos. Nunca lo fueron

  377. Mi corazón es francés, pero mi culo es internacional dixo...
  378. Soy de los que creen que, para el viaje de hacer tabula rasa de la tradición, no hacen falta alforjas.

  379. Leo que el Grupo PRISA lanza un podcast con las principales noticias de la semana en el mundo de habla hispana; podcast sobre el mundo hispano que se llamará… Weekly Global. Tócate las balls. dixo...
  380. En aquel bar parecíamos elegantes a destiempo

  381. «Sé un hijo de puta y no mires atrás» es hoy consigna de masas. dixo...
  382. Weer Balking o como practicar un deporte de mierda hasta las últimas consecuencias.

  383. Persiguiendo una marea de metáforas masturbatorias dixo...
  384. El dúo de oricios desata lágrimas espumosas e hipérboles merecidas.
    Receta de un filósofo goloso que arroja a la inmundicia
    la sabiduría del Weer Balking.

  385. Nesnesitelná lehkost bytí.- ¿ Čto za čort ? dixo...
  386. Había sido paracaidista.
    Sabía leer el Norte en los signos naturales y despreciaba la brújula.
    Era alto, patilargo, casi gallego de Lugo.
    Su lucha y lecho conyugal tenían ecos de diurnos de Chopin
    y efluvios de Żubrówka.
    Me han dicho que murió desconsolado en una tasca de Estorde.

  387. Nesnesitelná lehkost bytí.- ¿ Čto za čort ? dixo...
  388. Los doctores se afanan en diagnosticar las causas de la alferecía,
    en recetar remedios para la impotencia y en recomendar colutorios de palomas de anís contra la eyaculación precoz.

  389. ensayista inútil dixo...
  390. Hay sendas, sendas en el cielo, en la tierra, en el aire, en el fuego. Sendas llenas de obstáculos que intentamos solventar. Hay quien busca refugio en la mentira. Los que lo hacen en la verdad multiplican las sendas, las engrandecen.

    Nuestra senda es como una casa tomada, que por mucho que la limpiemos siempre permanece sucia y desordenada. Nuestra senda es una idea equivocada, ajena a la rectitud y al desprendimiento. No somos dueños de nosotros, el sí mismo se utiliza para defendernos de esos momentos de alteración, y la crispación nos acerca al odio.

    Miremos a los pájaros, la magnificencia de su vuelo, los saltos en la tierra buscando el alimento, la elegancia de su planeo. Los pájaros establecen su senda como su tesoro.

    Contemplar, atender y entender. Aquí radica la esencia de nuestra propia senda. Ajenos al sí mismo. Vigilando nuestro gozo en la felicidad de los otros y en la libertad del hombre.

  391. poeta, ensayista y maricón dixo...
  392. El día transcurre con miseria, calor y humedad.
    Los porteadores, con aspecto de faquir, se abandonan al sopor morboso, despreciando la pertinaz molestia de dípteros hambrientos.

  393. braguitas de encaje y oros evidentes dixo...
  394. El río de témpanos emigrantes en procesión silenciosa
    lame las faldas de un castillo catedralicio que cela un drago cautivo con disfraz de lagartija, cegado por el fulgor de una cúpula de oro.

  395. Capitán Penetración Anal dixo...
  396. Se divierte aplastando anófeles con la palma de la mano
    arrojándolos a las fauces de las salamanquesas.

  397. Negro de centeno secular dixo...
  398. La puerta acristalada deja ver el invierno que pasa por la calle
    al mismo tiempo que el correo de Galicia hace chirriar las vías heladas.
    Hay carbonilla de tren y de chimenea en los lagrimales de niños mocosos acosados por el frío de la indiferencia.

  399. Λεωνίδας et Les quatre cents coups dixo...
  400. The Weer Balking es un monumento fálico construido por enanos.

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