La memoria se vuelve sedimento. La mirada turbia es cosecha. Ve incendiarse el cerezo salvaje y ve con cuervos deshojada la rosa de nadie. El barco ebrio que circunnavega el abisal Mar que une mediante los reinos de Galiza e Inglaterra ha perdido la mitad de la tripulación. Toca enrolarse otra vez mientras ríe la primavera.
La Anglogalician es escarcha a contraluz. Voy siendo una niebla alejada. ¿Es la Tolemia Marzal una suerte de entrenamiento suicida para os Porcos Bravos?. El orgullo es pavesa de ceniza que me quema en rescoldo. Me miro las mangas en la casa de citas. El verde que señorea estos fastos me recuerda al ejército stag derrotado. ¿Pido otra? Sí, ponme otra.
Es la hora rauda de una ciudad abstracta. Fijo que hay alguna taberna abierta. El jabalí no sospecha que al girar sobre sí mismo dibuja la sed eterna. En ambos desagües del puente, los mismos rituales, distinta provocación. De refrigerio en la refriega, hígado encebollado. Alguna vez ya es tarde; pero nunca hay prisa para arrepentirse.
El vómito presente que el mañana escribe. La pose maldita que cicatriza el abismo.
Algo cruje y empieza de nuevo. Está bebiendo y sin querer. La Tolemia es ávida e insaciable. Es cólera y desprecio. Es roja alegría y arrogante desdén. Como si la promesa del no lo volveré a hacer remontase en un vuelo kamikaze, y la conciencia fuera bruma de un sueño que se despide hasta el próximo marzo.