Ye Old Hellstorm of Flaming
Nothingness.
Las expresiones artísticas de los
aborígenes australianos tienen como finalidad expresar y trazar los
caminos y territorios por los que se desplazan por el desierto.
Sus pinturas, puntillistas, son mapas,
definen las geografías físicas y mentales que les guían en sus
trayectos nómadas por el desierto. Marcan tanto los referentes
físicos como los psíquicos, el mundo real y el mundo onírico de
los espíritus conviviendo en las dos dimensiones y en las melodías.
Sus canciones y composiciones musicales
surgen también de sus recorridos, cada familia, cada tribu, cada
clan tiene sus propias composiciones que van “cantando” los
límites y características de sus caminos, además, estas canciones
se unen a las de sus vecinos creando interminables melodías,
pudiendo así completar, si se conocen las canciones adecuadas,
viajes de un lado a otro del desierto, de los territorios de unos a
los de otros, de zonas de caza o de recolección a lugares sagrados.
Al final tenemos una sola canción que
es la suma de todos los trazos que cada individuo o clan canta
reunido en torno al fuego al anochecer o mientras camina por el
desierto.
Igual que en el mundo anglogalicioso
existen canciones que nos unen a ambas orillas del Atlántico, quizás
habrá sido algunas de estas canciones las que nos ha traido a
Australia, alguna melodía que de forma intangible une nuestro
recuncho atlántico con esta inmensa isla del Pacífico.
Desembarcamos en Sydney, ciudad situada
al fondo de su bahía (¿o debería llamarle ría?), punto de llegada
de los primeros colonos europeos a la isla, fundada en 1788 y la
mayor aglomeración urbana australiana. Si definiéramos a Vigo como
el Liverpool gallego, Sydney sería el Liverpool australiano.
Rascacielos acristalados y barrios de casas adosadas 100% british
style conviven entre parques y bahías, en los que puedes desplazarte
igualmente en bus, metro, tranvía o ferry.
Pegado al puerto está el barrio de The
Rocks, donde se instalaron los primeros asentamientos británicos.
Siendo este un país tan joven, apenas da para tener nada ni tan
siquiera viejo, ya no antiguo, así que nadie espere ver edificios
con pátina que realce su importancia, pero es lo que tienen y el
hombre blanco occidental aquí plantó su bandera.
La mejor manera de rendirles homenaje
es entrar en el Observer Hotel y tomarse una cerveza a su salud. Una
cosa importante que hay que tener en cuenta al llegar aquí es que la
mayoría de los pubs se denominan hotels, que nadie se lleve a
engaño, y que las denominaciones de las cervezas son distintas que
en la metrópoli, las pints son de 570ml. aunque rara vez las
encontrareis, después viene la schooner de 425ml., y por último la
middy de 285ml. Lo más seguro es que hayas tenido que pedir alguna
de las muchas lagers locales que sirven en la mayoría de los pubs,
por lo que si quieres algo más de variedad cervecera el sitio al que
hay que ir en este barrio es el Endeavour Taps Room, una brewery con
diversos tipos de cerveza de elaboración propia. La atmósfera de la
colonia británica que en su día fue y no volverá a ser sumado al
aroma de la malta y el lúpulo hace que quizás ya está sonando en
tu cabeza Dirty Old Town interpretada por Querido Extraño, of
course. En nuetro interior estamos seguros que los trazos de
canciones que nos trajeron hasta aquí nos guiarán a partir de
ahora.
Nos dirigimos ahora a King Cross, el
punto neurálgico de los garitos donde los soldados de permiso en la
WWII venían a olvidar las penas y coger fuerzas para lo que les
quedaba. Hoy en día sigue teniendo un montón de marcha nocturna,
pero no nos engañemos, está tomado ahora por hordas de turistas.
Sin embargo el aire canalla que permanece en su ambiente bien merece
una banda sonora de la calaña de Pantano así que tarareando Woman &
Man tomamos dirección a Darlinghurst St., una calle que también ha
vivido mejores épocas.
Paseamos entre sus casas coloniales y
sus enormes eucaliptos, palmeras y demás vegetación tropical. El
estruendoso sonido de cientos de aves nos acompaña, es como si en
una extraña distopía estuvieramos en un Hampstead venido a menos en
un Londres con clima ecuatorial. Obligatorio parar en el Darlo Bar,
un garito a tono con la atmósfera decadente que nos rodea. Una
schooner de Victoria Bitter y seguimos camino hacia Surry Hills, el
barrio más pintoresco de Sydney. Aquí no es que parezca que estés
en Liverpool si no que directamente parece que estés en San
Francisco. Un barrio plagado de cuestas enclavado en un par de
colinas, con casas de escalera y jardín en la fachada y tejados a
dos aguas. Ha vivido épocas mejores, pero el hipsterismo parece que
lo está recuperando y esas viejas casas a punto de caerse son ahora
las más revalorizadas de la ciudad.
Tenemos en este barrio un montón de
hotels donde sentarnos y tomarnos unas cervezas tranquilamente.
Elegimos el Royal Albert Hotel, 4 grifos de sidra, 12 de cerveza y 2
de cask ale son razones suficientes para pasar aquí un gran rato
mientras suena en nuestras cabezas Moon of the parking lot from Gog y
las Hienas Telepáticas.
Hora ya de movernos y dirigirnos al
verdadera vórtice de depravación nocturna y diurna hoy en dia de
Sydney: Oxford St. Clubs nocturnos, bares, hotels, gimnasios,
restaurantes y garitos de todas las clases se acumulan en sus aceras.
Como un auténtico Yardley Gobion australiano aquí vienen a
desembocar todas las corrientes subterráneas de personajes extraños
que pululan por la ciudad: locales, visitantes, turistas de paso o
mediopensionistas, todos acaban por aquí. Nosotros subimos las
escaleras del Bitter Phew, y nos pedimos la enésima schooner del dia
mientras en nuestra particular banda sonora gogiana se escucha ahora
Hope's Hero.
Como dijimos antes, en Sydney puedes
desplazarte en ferry por toda la costa de la bahía, Bondi Beach es
el destino más popular, pero nosotros nos dirigimos a Manly Beach,
una playa con pueblo con encanto que dirían las guías de viaje. A
nosotros nos lleva allí la visita a una cervecera: Four Pines
Brewery, la mejor cerveza local que puedes beber en Sydney. Después
del obligado tour y cata de sus productos ya nos podemos ir a pasear
a la playa. La hora del último ferry nos sorprende mirando la puesta
de sol desde el Steiner Hotel. Extrañamente nos da la impresión que
suena Lonely Sea Boy de Flip Corale por los altavoces del pub.
Una última excursión nos lleva 100
km. hacia el interior esta vez, a las Blue Mountains, que durante
muchos años fueron la frontera que marcaba el límite de lo
colonizado, los dominios del hombre blanco frente a la naturaleza
salvaje del Outback. No debemos abandonar New South Wales sin parar
en el Old Bank en Katoomba. Su decoración en madera, su mobiliario
ajado por el tiempo o las viejas láminas que cuelgan en sus paredes
nos hablan de otra época, en la que lo desconocido estaba un poco
más allá y los colonos vivían a un paso de los límites del Imperio
Británico. La nostalgia nos lleva a ponernos a cantar Rey Rana from
Querido Extraño y pedirnos otra bitter.
Saltamos ahora hacia el norte, a
Queensland, y nos vamos a descubrir la Gran Barrera de Coral. Para
ello la ciudad indicada es Cairns. Además de toda la actividad
acuática que puedas o quieras hacer, es imprescindible visitar los
bosques tropicales de los alrededores y la mejor forma es ir a
visitar los Tanks, unos viejos enormes depósitos de hormigón usados
para almacenar combustible para la flota durante la WWII (otra vez la
gran guerra). Permanecen medio escondidos entre la densa maleza del
bosque tropical. Paseando entre ellos parece que estemos
protagonizando alguna aventura sacada de aquellos viejos álbumes en
blanco y negro de “Hazañas bélicas” de Boixcar que releías una
y otra vez hace tantos años. Pareciera que en cualquier momento
caeríamos en una emboscada del ejército imperial japonés. Se
conservan ahora convertidos en centro artístico.
A la vuelta en la ciudad paramos en el
Cock & the Bull, sede del Cairns Game Fishing Club, donde nos
tomamos algo con los lugareños. Es un pub tradicional decorado con
numerosa parafernalia naútica y de pesca y donde enormes maquetas de
pez espada, merlín, pez vela y demás cuelgan de sus techos.
Mientras nos cuentan sus historias de pesca del gran merlín en el
Pacífico sabes que acabarás cantando Barracuda como si estuvieras
en O'Grifón con el mismísimo trovador Dear Turo.
Solo nos queda pues, para acabar de
descubrir el final de la canción que nos ha traido hasta aquí y ha
dirigido nuestros pasos, irnos al desierto, en el Territorio del
Norte, como si fuéramos unos Burke & Wills del siglo XXI.
5 millones de km. cuadrados habitados
por escasamente 700.000 personas, así de desolado es el Outback, o
la tierra del never-never como la llaman por aquí. Nuestros pasos se
dirgen al Uluru, un impresionante monolito rocoso situado en el centro
geográfico de la isla, en medio de la nada. Esta montaña es el
punto de conexión entre los dioses y los hombres para los habitantes
inmemoriales de Australia, el sitio donde los espíritus bajaron a la
tierra para modelarla y crear la naturaleza, a los animales y los
hombres. Tratamos aquí de entender la filosofía vital de los
aborígenes, ese constante peregrinar persiguiendo espíritus y
canciones, siendo libres de viajar a cualquier sitio si nos lo pide
el viento, como nosotros estamos haciendo estos dias. Esperando que
estos secretos nos sean revelados, terminamos nuestro viaje sentados
en la llanura viendo la puesta de sol tras la montaña sagrada
mientras resuena en nuestros oídos Fuckin' Desierto de Gog y los salvajes cruzan la frontera.