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Set, Stag y Partido. Only The Sooty Twilight Of Sheffield

Ides levar unha tunda negra


Ella sabe, como el dragón de San Jorge, que los gritos que ella misma profirió cerraron su yelmo. Ella sabe que los jabalíes se extinguieron en Inglaterra hace 300 años. Ella vive en la negra aldea de lápidas.

Ella sabe cuántos son los caídos porque cuenta los arrodillados. Ella sabe que volveremos a alimentarla el año que viene. Ella late y llamea, bebe y folla. Como las luces del Norte en su pelaje.

La otra crónica, la escrita según el tradicional método galeguidade ao pao, informa:


Sheffield Stags 6 - Porcos Bravos 1

The Sheffield Stags: Dave Moxon (Gk); Andy Marriott; Ben Torres (5); Col Whaley; Rob Bellamy; Lee Bowyer (1); Shabba; Irish; Andrew Z Z; Ollie Rae; Fenners y Rob Roy Hist

Os Porcos Bravos: Santi Barrilete (Gk); Marcos; Fontaiña; Frank; Lutzky; Martín (1); Del Río; Jorge; Serge; Manu Blondo y J. Arsenal

Venue: Crookes Road, Sheffield, bajo esas losas grises que en Inglaterra llaman nubes. Sale el sol a ratos, es primavera en el tajo inglés de Yorkshire. En perfectas condiciones a pesar que acabaremos jugando con porterías de waterpolo.

Attendance: Un centenar de privilegiados. Afición entregadísima a la Causa a la par que elegante, entendida y animosa. Disfrutaron de la matanza. Preside el partido Helen, mujer de Julian Batty, uno de los fallen comrades stags caídos en el período entre la XI y la XII. Steve Pearce es el otro. Se celebró un sentido homenaje por ambos antes del encuentro.

Uniformes: Los stags visten de verde irlandés. Sin comentarios. Os porcos bravos, estrenan camiseta negra de Amura con ribetes morados. Muy apropiada.

El Laurence Bowles al mejor jugador porcobravo es para Santi Barrilete. Primer jugador de la Manada que repite galardón.

El Derek Dooley's Left Leg al mejor jugador inglés, es para  Ben “Torres” Shackshaft. También es el primer stag en repetir honor. Y el primero en superar la barrera de los 10 goles.

Ray Cundy debuta en el banquillo stag con una aplastante victoria. Tal cual Bill Shankly revivido. Tenemos árbitro por segunda vez en el torneo. Un notable Mat Smith, que pasa a la historia por pitar el primer penalti de la Anglogalician Cup.

En la XII hubo nuevo trofeo físico. Es la segunda soberbia de peltre. La primera, después de XI ediciones, quedó en propiedad dos Porcos Bravos.

Los Stags detienen la hemorragia tras tres tristes derrotas consecutivas. Y lo hacen a lo grande.

Volvemos al empate a títulos. Seis para cada equipo. Con igualdad en el frente, ocho años después. Con la particularidad que 7 ediciones se han disputado en Inglaterra, por 5 en Galicia.



La Anglogalician es un bucle que se anuda y desanuda en la oscuridad. Los Stags de Sheffield llevaban desde el 7 de Octubre de 2011 sin poseer la madre de todos los griales. Un mundo dentro de un mundo. Tenían dos opciones. Una era dejarse llevar por el desagüe del desencanto; la otra, empezar de cero, reconstruir el equipo, renacer de las cenizas. Los que saben del carácter inglés sabían que la primera era inviable. Por lo tanto, los stags fueron añadiendo piezas futbolísticas edición tras edición en sus años de la langosta  hasta completar un potente  puzle en la XII. Ahora no sólo tienen un equipo con presente, sino uno cargado de futuro. Cuentan con dos jugadores muy buenos, Ben Shackshaft y Lee Gordon, una defensa solvente capitaneada por Shabba y Marriott y, gente interesante como Ollie Rae, todos arropados por una escuadra rocosa que sabe lo que se hace. No es moco de pavo en estos tiempos. Los ingleses, con su nueva revolución industrial,  han llevado la Anglogalician Cup al año 2020.

La puesta en escena de la Duodécima es más verde que un día de San Patricio. El equipo local ha hecho los deberes. Iniciativa en el juego, marcaje individual a la sala de máquinas del porcobravismo trotón  y presión en zonas específicas del resto del campo cuando no tienen el balón. La libreta de Ray Cundy tiene hasta siete hojas de variantes tácticas. Os Porcos Bravos, con un equipo bastante limitado, se refugian en el oficio de la Vieja Guardia para capear el temporal. En eso, y en el descomunal trabajo defensivo de Lutzky y Barrilete. Entre las triquiñuelas de los visitantes, destaca el saque de portería rifando esa cosa redonda, a cargo de uno de los menos dotados en el pase de la Manada. Habrá que entrenarlo para la próxima vez porque sorprendió a propios y extraños. Sheffield no había mirado al cielo con tanta preocupación desde la Segunda Guerra Mundial. Con todo, los minutos pasan y la racanería gallega parece que va a funcionar pese a la incesante ofensiva inglesa. El espejismo termina cuando  Lee Gordon Bowyer  y Ben Torres se sacan de la manga una fantasía  plena de talento, que echa por tierra todos los mitos casposos acerca de las cualidades técnicas del jugador inglés. Es el 1 a 0, resultado con el que acaba la primera parte. Juran que el portero stag iba a su banquillo preguntando  si tenían que contarlo entre los 100 espectadores.

El descanso da para mucha literatura barata. Los gallegos ponen todos los huevos que no dejaron en Newcastle en la cesta de un  final tenso y apretado. Un rechace, un gol con el culo, un algo. Jugar a la italiana, vamos. Los ingleses, tan metidos en el partido que aprovechan el intermedio para ir corriendo hasta Rotherham y volver, afrontan la reanudación en plan marcar el segundo cuanto antes para ir al Fat Cat.

Las dudas acerca de lo que va a pasar se resuelven insultantemente pronto. La Black Death pierde un balón tonto en la banda, que convertido en centro inglés, llega a un Ben Torres disfrazado de sueco de origen bosnio-croata para que lo controle en el aire y sin dejarlo caer fusile a Barrilete. 2-0. The End. Abierta la caja de Pandora de los males galaicos, los stags dudan. Huelen la sangre del jabalí pero les parece tan fácil que durante unos minutos buscan la cámara oculta. Como no la hay, se lanzan a tumba abierta. Llega el tercero, un cuarto histórico por aquello del penalti que ¿cómo no? marcó Ben Torres, un quinto y el sexto que hace media docena que diría un político. Os Porcos Bravos son ahora el pelele que otrora fue su rival. Peor, son un equipo sin alma, el más imperdonable  de todos los pecados deportivos. Nunca en la historia del equipo hubo tantos cambios voluntarios. Solo les queda evitar el Apocalipsis. Es entonces cuando los stags, con todo el pescado vendido, levantan el pie del acelerador, tan felices como sorprendidos por un  resultado escandaloso. Los visitantes asoman la cabeza y enlazan dos ocasiones de esas tan claras que hay que fallarlas. En la agonía del partido, un barullo en el área local  lo resuelve Martín, demostrando que los killers nunca mueren. 15 dianas lleva en el torneo. Con el mal llamado gol del honor llegamos al pitido final. La Anglogalician Cup está más viva que nunca a costa de un Rey fugaz destronado en el Norte. Quien no se consuela es porque no bebe muchas pintas.

Llegados a este punto, podíamos dejar  morir aquí  esta crónica irrefutable. Una cita apropiada, un guiño críptico al lector espabilado, un dato histórico. Más es justo profundizar  en el espinoso expediente  XII de la Porcallada. Que me perdonen los vencedores y los yonquis del twitter.

Veteranos y noveles naufragaron casi por igual. Casi. Nada más que decir del inmenso Barrilete. Cuando un portero que recibe 6 goles es el mejor de su equipo… Lutzky es un jugador denostado por los puristas del porcobravismo y sus voceros mediáticos debido a su limitada pericia en el manejo de la bocha. Pero en Inglaterra, donde crecen de verdad las cruces de hierro, hizo un partido ejemplar. Se anticipó, pegó, chocó, peleó, le echó cojones. Dos más como él y la cosa hasta igual cambiaba. Dicho sea de paso, debieron expulsarlo unas tres veces. Fontaiña se ha tomado un año sabático en esto del fútbol. Da la sensación que se lo ha dicho a todo el mundo menos a sí mismo. Un partido muy flojo en un jugador de su categoría. Debe regresar cuanto antes. Marcos (muchas felicidades) goza de en un estado de forma insultante para el resto de los porcos bravos. Ahora bien, necesita reconciliarse con la pelota. Del Río es caso curioso. Salta al campo sometido a una presión tan innecesaria como desmesurada y acaba anulándose. Tuvo una ocasión de esas de “solo tienes que empujarla” y ni le dio al balón. Tiene que tomar tila. Martín llegó tarde a la hora fijada para ir del hotel al campo. Esos 10 minutos de desfase los arrastró todo el partido. Ya no son tiempos para delanteros a la vieja usanza cuando los de enfrente te han cambiado las reglas del juego. Aún y así, tuvo una y la metió. Se retirará a los 80. El ahora llamado Main vio el cielo abierto cuando los stags optaron por el marcaje individual a los centrocampistas. En un estado de forma calamitoso, abrazó su rol de espantapájaros con fervor y arruinó el partido a un incansable Rob Turner. Sólo cuando bajó a retaguardia, atisbamos briznas de redención. A un delantero se le juzga por los goles. Es canónico que Sergio en cada edición va a tener la ocasión más clamorosa del partido, de esas que te llegan con todo el tiempo del mundo para pensar que vas a hacer, de esas con las que sueñas, de esas que parecen imposibles de fallar, de esas que… hostias, nunca marca. Lo bueno es que nunca hay problema. Él se consuela post-partido hablando que dio un taconazo en el 33, y así hasta la edición que viene. Jorge es un elemento imprescindible en la presente Manada. Venía lastrado por una lesión importante. Igual por ello, o igual no tiene nada que ver, protagonizó uno de esos chistes que dicen de gallegos. Se pasó el partido decidiendo si subir o bajar, si jugar por la derecha o por la izquierda, si el pantalón del otro era azul o negro. Nuestra ventaja es que ahora vamos a tener un año para preparar la XIII.

Reflexión aparte es la chavalada. Debes tener mucho cuidado con lo que escribes. Voy a generalizar a sabiendas que siempre trae injusticias. Occidente ha optado por la dejación de funciones con sus cachorros. Que se eduquen a golpe de dedo de tablets, móviles y demás dispositivos enfermizos. Que no nos rompan la cabeza. Culpables de que el nivel de exigencia actual en todos los aspectos esté al nivel de una estación de metro, somos todos. Joder, todos. Podemos apuntar a los padres hiperprotectores, a los educadores progresist@s que mienten sobre la vida y las abejas, a los entrenadores que van de “soy tu mejor amigo”, a las multinacionales que moldean rebaños de consumidores ante el aplauso foquita de los medios de comunicación prostituidos al bastardo servicio de vender la errónea idea que sólo un Mundo es posible. Todos, joder. Culpables somos todos. Con los bárbaros a las putas puertas. Que hasta igual quieren entrar para hacer lo mismo y me joden el discurso alarmista. No, no les ocurra hablar de sacrificio, disciplina, compromiso, entrega u Honor. No lo hagan que pronto les tachan de reaccionarios. Que enseguida les señalan con el dedo y acusan que querer traumatizar a los chicos. Pero que luego tampoco nos sorprenda, por poner un ejemplo pillado por los pelos, que jueguen un partido con la misma sangre con la que piden una hamburguesa triple en el McDonald´s.

La diferencia entre comprometerse e involucrarse la podemos explicar con un plato de huevos fritos y lonchas de bacon. Un english breakfast a golpe de todas las mañanas del mundo. En dicho plato, la gallina es quien se compromete y el cerdo quien se involucra. Valga esto para tantas otras cosas. La XIII se vaticina como una mutación nihilista de las otras doce ediciones. The Gathering Stags contra unos Porcos Celtas ya sin laureles pero con una debacle que mitificar. En un año, saldaremos cuentas o las heridas serán más profundas.

Exactamente a la misma hora que jugábamos la XII, en la no muy lejana Leicester, 70.000 personas salían a sus calles a rendir homenaje a Ricardo III, el último rey inglés muerto en un campo de batalla, hace nada menos que 530 años. Los restos del monarca, trasladados en un armón, recorrieron la ciudad hasta la Catedral bajo una lluvia de rosas blancas, símbolo de la casa de York. A estas alturas de la Anglogalician Cup, nadie debería sorprenderse al saber que el emblema de batalla de Ricardo III era... un jabalí.