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La Matanza Lisérgica de Animales Totémicos. Otra Vuelta De Tuerca

Cuando Mayo cae en Otroño

Críptica matanza de lo cínico y perfil de los movimientos oculares anglogalicosos

Cuelga y pinga el cochino en la choza del cazador que se esconde en el bosque de las tribulaciones urbanas y de la mierda toda de la sociedad. No quiere ver, este cinegeta neoludita y algo mastuerzo, curtido en humedades y ahíto de nostalgias, que el pesar es solo suyo y que la mierda, como el poder, no está en ningún sitio y está en todos, con esa ubicuidad rijosa y cetrina que nos desconcierta porque cuesta entender la razón de las cosas sin objeto.

Sí intuye, y no es poco, que hay demasiadas verdades que escapan a su comprensión y que esas, por el mero hecho de serle inalcanzables, es mejor no pensarlas, dejarlas ahí en su otredad excluyente. Y que inexistan solas.

Existe solo aquello que utilizamos. En la fórmula thatcheriana se dice que aquello a lo que se puede dar una patada, pero esto es sin duda una idealización materialista, muy baconiana, muy neoliberal, pero a todas luces una exageración. Usamos ideas, leyendas, imágenes, arquetipos, deseos. No se puede patear un deseo, siquiera desecharlo con facilidad. El amor, la antimateria, la inmaculada concepción, los nervios antes del partido, los bosones y los arrebatos de lucidez que sobrevienen tras una buena cagada. Cosas como esas contradicen a la Thatcher y a toda su caterva de negacionistas, dolientes no diagnosticados con Asperger emocional, incapacitados para toda magia y, en resumidas cuentas, para la vida misma. Caritas de perpleja arrogancia congelada en la comisura de los labios. Poderosos impotentes. Grandes rabos sin sensibilidad en las manos. Círculos concéntricos en la diana de toda persona con un mínimo de sabiduría.



Aunque era un hombre pragmático, el cazador no ignoraba lo irracional. Entendía hasta cierto punto el hecho social y lo rechazaba en lo posible: tenía su diana pero se había deshecho de los dardos. Quizás fuera porque no ignoraba la necesidad de un orden, el que sea. Para él las cosas debían tener un principio y un fin, un arriba y un abajo, una certidumbre y una falsedad, una esencia y una apariencia. Y así la sociedad, que representa el esquema subordinante al que inevitablemente debemos ajustarnos, aunque sea quedándonos en sus márgenes. Entonces imaginaba las caras reluctantes de los tiburones y pensaba en lo necesario del mal y se enorgullecía de que sus manifestaciones ya no le inquietaran. Tal era la paz que había encontrado el hombre en su refugio.

A menudo se complacía en reflexiones similares, orgulloso de sí y de la vida que había elegido. Y esto hacía cuando se dio cuenta de que el puerco que pendía de la viga central de su cabaña con el abdomen abierto en canal le estaba mirando.

“Oh, hombre –susurró el cadáver con una voz cavernosa que se abría paso entre secreciones-, ¿por qué te jactas de cosas tan banales? ¿Es que te crees mejor que tus iguales por vivir apartado de ellos? Ayer pacía con tu piara y gozaba del calor de mis congéneres, hoy me veo aquí, muerto y humillado, y encima tengo que aguantar tus pensamientos pretenciosos y soberbios. No me has honrado, no has ofrecido mi sangre a ninguna divinidad, y aún así estás bien seguro de tu superioridad moral. ¿Me equivoco si afirmo que consideras más noble darme muerte con tus manos bajo tu propio techo a que me frían en un complejo industrial? ¿O que te vanaglorias de convertirme en chorizos y desprecias las carnes procesadas de la charcutería? Cazador, eres un hipócrita y pierdes el tiempo. Lo que os falta es culto. Nosotros no necesitamos de vuestra compasión, ni entendemos otro orden que el de la vida antes de la muerte. Deberíais guardar el calor humano para vosotros mismos y dejaros de zarandajas. Adórame en cualquiera de mis formas y deja de utilizarme para tus rituales de autocomplacencia”.


Vaya palo, el cazador. Pero fuera por la sorpresa, por desinterés o por sus limitaciones intelectuales, no comprendió ni la mitad del discurso del marrano. Y sin embargo, sí observó una evidente hiperactividad glutamatérgica que, siguiendo a Klein y Ettinger, se puede asociar con los síntomas negativos de la esquizofrenia. Inmediatamente consideró la posibilidad de que la dieta a base de sobras de comida china con la que alimentaba a sus cerdos tuviera que ver con las alteraciones oculomotoras que presentaba el animal. Pues es sabido que la comida china, sobre todo si se sirve a domicilio, suele presentar niveles de glutamato próximos a la toxicidad, cosa que al cazador se le apareció como causa clara de la hipofrontalidad glosolálica de los cochinos cadáveres y pinjantes. Que ya era el tercero aquel otoño.

Agarró el martillo, lo hendió bien a fondo en la cabeza del puerco y siguió pelando cebollas.